Kitabı oku: «Filosofía en lengua castellana», sayfa 3
36 C. CORDUA, “Hannah Arendt. Sobre el totalitarismo”…, 184.
37 H. ARENDT, Crisis de la República…, 115.
38 H. ARENDT, Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política, Ariel, Buenos Aires 2016, 33-66.
39 C. CORDUA, “Propaganda totalitaria: entonces y ahora”…, 37.
40 C. CORDUA, “Propaganda totalitaria: entonces y ahora”…, 37.
41 C. CORDUA, “Propaganda totalitaria: entonces y ahora”…, 37.
42 C. CORDUA, “Propaganda totalitaria: entonces y ahora”…, 38-42.
43 H. ARENDT, Los orígenes del totalitarismo…, 254.
44 C. CORDUA, “Propaganda totalitaria: entonces y ahora”…, 40.
45 C. CORDUA, “Propaganda totalitaria: entonces y ahora”…, 41.
46 C. CORDUA, “Propaganda totalitaria: entonces y ahora”…, 40.
47 C. CORDUA, “Propaganda totalitaria: entonces y ahora”…, 42.
48 H. ARENDT, Lo que quiero es comprender. Sobre mi vida y mi obra…, 44.
JORGE MILLAS: PENSAMIENTO LÍMITE ANTE LOS ATAVISMOS IDEOLÓGICOS
Simón Suazo Durán
Universidad Católica de la Santísima Concepción, Concepción, Chile
Resumen: El siguiente artículo se centra en la figura significativa de Jorge Millas, filósofo que se caracterizó por la rigurosidad académica y defensa irrestricta de la libertad y la democracia. Nuestro trabajo se centra en presentar el pensamiento de Millas como antagónico a las ideologías contemporáneas, en específico, en su interpretación respecto a la filosofía como un pensamiento límite, que se antepone a la violencia y a la pérdida de individualidad. A lo anterior, se suma, hacer evidente lo vital y actual de su pensamiento, ante la invisibilización de las víctimas, la precariedad del individuo, y en general, los síntomas del oscurecimiento ideológico hoy en día. En Millas, entonces, hay un pensamiento en el que la discusión ética antecede a la interdependencia y al rostro de las víctimas en la contemporaneidad.
Palabras clave: Millas, ideología, víctimas, individualidad, democracia.
1. Introducción
JORGE MILLAS (1917-1982) fue filósofo y profesor universitario, que desplegó una labor intelectual fundamental en un período de crisis democrática y de violencia en Chile. Inserto en este cuadro, Millas comprendió que la actitud reflexiva es una de las principales manifestaciones de nuestra condición espiritual, y dicha actividad no se desliga o separa de nuestra vida cotidiana. Uno de sus propósitos es liberarnos de todas aquellas ideas que limitan la vitalidad del pensamiento reflexivo y crítico, o que obstaculiza la tarea deliberativa, propia de una sociedad reflexiva.
En uno de sus primeros textos, respecto a Ortega y la responsabilidad de la inteligencia1, Millas sostiene que la grandeza de toda figura intelectual significativa se mide tanto por la relación que tiene esta con su tiempo, como también por la singularidad con que encarna valores absolutos. A partir de sus propias palabras, este manuscrito se articula con el propósito de evidenciar cómo Millas cumple a cabalidad el rol de figura intelectual significativa, ya sea para el contexto local, como también para el pensamiento crítico que hoy mira con desdén cómo las ideologías y el absolutismo se hacen patente en el contexto global. Para ello, nuestro interés en este trabajo será, primero, ilustrar cómo en el pensamiento de Millas existe un manifiesto antagonismo a los proyectos ideológicos del siglo XX, y segundo, presentar algunas lecturas personales sobre el autor y el valor que subyace en sus planteamientos, interpretaciones que nacen a partir de su base teórica, y dirigida a desvelar la figura del chileno, específicamente el incierto panorama actual, en que se evidencia cómo en los últimos años las democracias liberales de Europa y de América se debilitan, dando paso a populismos nacionalistas, conservadores y reaccionarios en el plano valórico, ya sea de ultraderecha o de ultraizquierda. Frente al aciago panorama social y político en que las democracias se encuentran hoy, urge encontrar voces que alimenten ideales centrados en la responsabilidad del compromiso del pensar y el valor del espíritu humano. Millas, a nuestro juicio, cumple con dicho requisito. Ante los atavismos ideológicos, la figura del filósofo se resume en la responsabilidad pública del intelectual, la denuncia de las máscaras que justifican la violencia –de ahí que fuera catalogado como antimarxista por algunos, o disidente de la dictadura de Pinochet, por otros–, la defensa de la democracia, y de los riesgos que se asumen en proponerla como (única) vía de convivencia política, la crítica al utilitarismo neoliberal, y la afirmación de una universidad libre de intervenciones, propagandas e instrumentalizaciones2. Por lo tanto, su temple libertario y heterodoxo lo convirtió en una figura paradigmática: abogó y repitió que vivíamos en un mundo dislocado por las ideologías. En aquel mundo que describía, destaca el frenesí de los valores convertidos en fetiches, en instrumentos para exaltar las pasiones e incentivar la violencia del hombre contra el hombre, en la anulación del individuo frente a la tiranía de un partido, de un eslogan, o de una ideología visceral y obcecada.
En Millas, pensador que intenta ubicarse en los márgenes de lo antes descrito, encontramos la tarea del intelectual con talante libertario, que busca la lucidez y los argumentos que iluminen cualquier oscurantismo dogmático y autoritario, es decir, encontramos una defensa férrea del carácter individual y libre del ser humano, de la verdad como principio absoluto que solo la razón (exigida al límite de nuestra condición) puede abrazar en el espíritu de cada uno, y de la democracia como vía posible de convivencia, y, junto a ello, de nuestra responsabilidad ética con la humanidad.
Dicho lo anterior, en el siguiente trabajo proponemos abarcar ciertas interrogantes que nacen a propósito de la relación entre los planteamientos de Millas, y las ideologías presentes hoy, tales como: ¿Será posible que, a partir de sus postulados en libros, ensayos, discursos y entrevistas, Millas sea significativo con el fin específico de devolver el rostro a las víctimas de las ideologías contemporáneas? ¿Es posible que, a partir de las bases teóricas del chileno, se vuelva a pensar y se mire a las víctimas, aquellos que han quedado, precisamente, sin ninguna defensa? Si la inteligencia para Millas tiene una misión liberadora –ante las máscaras y los fantasmas de la ideología–, ¿cómo liberarnos hoy de las doctrinas, las teorías y los estados salvacionistas, iluminados y mesiánicos?, ¿Qué tipo de resistencia, desde la no violencia como principio absoluto, puede presentar el pensamiento de Millas ante los avances ideológicos hegemónicos hoy?
El siguiente trabajo, por tanto, ha sido elaborado con el espíritu de mirar a Millas desde su heterodoxia única, para exponer y desenmascarar los fantasmas ideológicos que subsumen al ser humano en el oscurantismo del fanatismo y la violencia. Ante el ‘oscurecimiento de la realidad’, antepone el chileno el asomo de la lucidez del pensamiento (hacia el) límite. Ante la violencia y sus máscaras ideológicas que la justifican, avalan, e incluso exhortan como condición posibilitadora de la libertad humana, Millas antepone el pacifismo y la apertura de conciencia para hacer del ser humano un individuo realmente libre y comprometido con los otros. Así pues, ante la imposición de la tesis generales del marxismo, en el plano intelectual y político del gobierno de la Unidad Popular, y luego ante la imposición del liberalismo en la dictadura chilena, Millas se distinguirá como el intelectual díscolo que, por ejemplo, a través de la rigurosidad académica, revelará las contradicciones respecto al concepto de enajenación y alienación en Marx, la incoherencia en el concepto de revolución y la necesidad de ejercer violencia como práctica efectiva de esta, y por sobre todo, en las contradicciones respecto a la noción de libertad en los postulados de Friedrich von Hayek.
Hemos esquematizado este trabajo en dos partes centrales: primero, desarrollaremos la visión de las máscaras, la violencia, y cómo antepone Millas el pensamiento filosófico, o la filosofía como la única disciplina que, al poder comprender la esencia de la vida contemporánea, se antepone a la ideología. Luego, como segundo punto central, nos enfocaremos en dilucidar de qué modo, cuando Millas critica la violencia, las máscaras y los fantasmas ideológicos del siglo XX, existe una preocupación respecto a reconsiderar a las víctimas, personas que, ante la instrumentalización de las ideologías, son desplazadas o negadas en su calidad y condición de individuos. Finalmente, se ahondará también, a partir del análisis respecto del ser humano bajo el peso de la ideología, cómo Millas pretende siempre sostener la dignidad de la persona humana como absoluto intransable.
2. Pensamiento al límite
En los textos del filósofo, que incluyen ensayos, libros, artículos, discursos y entrevistas, se destaca un eje central que se expresa y repite a través de estos distintos medios. Se puede dividir en dos aspectos fundamentales: primero, la actividad intelectual llevada al límite de nuestras posibilidades –la actividad filosófica– comporta una función desideologizante, y segundo, que la propia filosofía, al antagonizar cualquier asomo de oscuridad y fanatismo ideológicos, supone una responsabilidad ante el destino del ser humano. Y por destino, entiéndase el desarrollo histórico del individuo, su libertad y el rol ético ante la responsabilidad humana de comprender lo interdependientes que somos.
Respecto a la ideología, son varias las definiciones y alusiones que Millas nos entrega a lo largo de su trabajo. En resumen, se comprende como un sistema implacable de ideas que, de modo fanático y falso, se establecen desde un principio con el fin supuestamente de ‘salvar’, o ‘liberar’ al ser humano. Pero, en cambio, aquellas ideas devienen en fines en sí mismas, en absolutizaciones excluyentes –“su verdad es la verdad”3– y cualquier persona solo sería un medio para lograr alcanzar el relato utópico de la salvación, debiendo sacrificarse o convertirse en un pretexto al servicio de este ideal. Por cierto, al imponer dicho sacrificio, existe un sometimiento intelectual ante la subyugación que, ya sea el hombre que se autodetermina, o la sociedad técnica de masas4, o el colectivo, o el Partido establecen. Según el chileno, si la ideología la asociamos con el irracionalismo, se convierte esta en una máscara de la violencia. ¿En qué sentido, dice Millas, la violencia se debe valer de una máscara? ¿Y cuál sería esa máscara ideológica? Pues bien, es la propia inteligencia, en el seno del espíritu humano, que, embotada –término muy millano según su biógrafa, María Elena Hurtado5– fortalece, justifica, disimula y oculta aquella violencia subrepticia. Es decir, la ideología enmascara la violencia a través de una falsificación con carácter legitimador: esta constituye un sistema cerrado, autosuficiente, dotado de propia legalidad, tanto ética como histórica, apropiándose del sentir colectivo, secuestrando a través de una retórica el sentir individual, la libertad y la propia espiritualidad del ser humano. En este sentido, sostiene Millas, “la violencia es verdaderamente una creación del hombre que destruye su propia espiritualidad con recursos del espíritu mismo”6. Una vez legitimada, la violencia se apoya en un disfraz discursivo, como, por ejemplo, “el sacrificio de la nación”, “el heroísmo de la lucha”, “la libertad de los pueblos”, “la grandeza de las naciones”; chantajes con que la ideología históricamente se ha enmascarado para producir violencia. Dice Millas:
Toda ideología tiene el efecto de sacar las ideas de sus quicios intelectivodescriptivos y de aislarlas, rompiendo sus enlaces con el sistema general del conocimiento que les da sentido. La idea pierde así su función cognoscitiva y se torna en estímulo afectivo y, lo que es más característico y sorprendente, en encubridora, oscurecedora de realidades. Nacida la idea para mostrar y hacer ver las cosas, una vez ideologizada hace todo lo contrario: esconde y enmascara7.
Por otra parte, una de las repercusiones o consecuencias de la ideología comprende el menoscabo de la condición humana, en el sentido de la pérdida de la individualidad, la falsificación de la verdad y de la realidad y, lo más importante a nuestro juicio, la pérdida de libertad y conciencia en el ser humano. Ante ello, el modo de resistir y anteponerse supondrá, en efecto, la defensa de la inteligencia en la plenitud de su ejercicio. Esto último es lo que se apunta con la idea, constante y presente a lo largo de su bibliografía, respecto al pensamiento en el límite o hacia el límite de nuestras posibilidades. El pensar y llevar más allá del límite de lo pensable la razón, supone establecer dos principios mínimos: a) el primer deber de la inteligencia es ver las cosas íntegramente y con claridad; y b) el ser humano debe atenerse a lo visto, imponiéndose la disciplina de no deformarlo, de no falsificarlo. La labor de la vida consagrada al pensar filosófico, y las ideas llevadas al límite suponen una fuerza y una actitud que mueven hacia la sensibilidad e incentivan a comprender la dignidad del ser humano, más allá de cualquier asomo de embotamiento intelectual y fetiche ideológico que esté presente (y lamentablemente está presente) en nuestra condición histórica. “Justamente, una de las aspiraciones supremas –dirá Millas– consiste en abrir la conciencia del hombre al mundo, y hacerle ver su solidaridad con toda la realidad humana y con la totalidad del universo; sólo así puede ensancharse realmente el horizonte de su libertad”8.
Las máscaras de la ideología y de la violencia, convierten al hombre, anulado por sí mismo, en “un ser sin salida”9. Dicha degradación de la condición humana es vista por el chileno como una fatalidad. Siguiendo a Marcel en Les hommes contre l´humain, Millas explica en el prólogo del libro Idea de Filosofía, que la condición del hombre contemporáneo ante el capitalismo de su tiempo es una tragedia. “Tragedia tanto más angustiosa cuanto hace del hombre un ser sin salidas: un ser cazado en sus propias trampas, que se corta una mano para que ésta no le corte la otra y que condena un estado de servidumbre para exaltar otro igualmente abyecto”10.
La alternativa que presenta Millas es el pensamiento límite de la filosofía. En una entrevista que El Mercurio le realizó titulada Nada entre Dios y yo, Millas nos entrega una explicación de la filosofía. Señala que: “Filosofía es la experiencia intelectual de pensar no ‘en’ el límite, sino ‘hacia’ el límite”11. Por “experiencia intelectual” el filósofo propone que pensar hasta el límite de las cosas no es solo un ejercicio meramente intelectual, sino que debe traducirse en acciones concretas de las que debemos hacernos plenamente responsables. En este sentido, y siguiendo a María Elena Hurtado, un postulado básico en el chileno es que el hombre para ser íntegro debe llevar a la práctica los dictados de su razón. Tanto Hurtado como Figueroa hacen hincapié en que Millas tomó de Bergson la idea de que hay que obrar como hombre de pensamiento y pensar como hombre de acción, es decir, lo propiamente humano, el fin de nuestro pensamiento, es, conscientes de las cosas, convertirnos en sujeto activo de la relación que tenemos con nuestros pares y con el mundo. En otros términos, es “pasar de la idea de las excelencias humanas a la experiencia concreta de tales experiencias”12. En el pensar mismo hasta el límite de las posibilidades hay un valor fundamental: hay un ejercicio de honestidad que convierte nuestro acto intelectivo en un compromiso con nuestra conciencia, y con nuestra conducta. En la misma entrevista dice Millas que la filosofía no es otra cosa que pensar con riesgo. Es interesante esta última idea. Riesgo es también el modo con que adjetiva la democracia. En el libro De la tarea intelectual, expresa que nuestra realización humana es un riesgo, es una incertidumbre, ya que se encuentra abierta a muchas posibilidades. Pues bien, siendo la democracia el mejor modo en que podemos organizarnos –al menos así lo afirma Millas–, este modelo de orden social, enraizado en la posibilidad, o en el problema mismo que es el hombre, se torna conjuntamente en un riesgo. Respecto a la democracia, dice él: “su esencia es el riesgo, y el riesgo va siempre implicado por la historicidad y la libertad del hombre”13. De este modo, el pensamiento al límite, que ya es un riesgo en el ser humano al hacerlo consciente ante sí y el mundo, se concretiza en lo político en la democracia, la praxis misma del riesgo, que es pensada como un desafío ante el absolutismo de las ideologías. En otro contexto, por ejemplo, en un discurso que se encuentra en su libro Idea y defensa de la Universidad, Millas dice: “No hay libertad sin riesgo, y el riesgo moral de la libertad es la culpa”14. A lo que se refiere Millas en este discurso dirigido a los titulados de Inglés de la Universidad de Chile, es a exhortarlos a vivir con la responsabilidad que define la libertad de cada uno. La libertad y posibilidad en el ser humano, le otorgan el privilegio, según nuestro autor, de vivir con la culpa de las consecuencias de nuestros actos. Agregaríamos nosotros que si pensar hacia el límite es un riesgo, y este se concretiza en cada aspecto de nuestra vida, incluido la esfera política con la democracia, el riesgo se convierte, entonces, en una resistencia a la alienación ideológica, en cuanto, por un lado, la lucidez propia del pensar filosófico rehúye el embotamiento de la conciencia, y por el otro, el diálogo y la apertura del ideal democrático son una posibilidad real de dirimir los conflictos entre las distintas visiones que pudiesen existir sobre la convivencia política. Es decir, son una resistencia porque ambos son contrarios a los fanatismos en que predomina el dogmatismo de las ideologías. En síntesis, tanto el pensamiento al límite como la democracia son el riesgo al cual deben encaminarse los individuos para que, de un modo racional y pacífico, se enfrenten a los proyectos ideológicos que buscan reducir y subyugar al ser humano, convirtiéndolo en un medio útil y no un fin en sí mismo.
Ahora bien, ¿En qué sentido la democracia es pensada como un modo de resistir al automatismo y el embotamiento que sustraen al ser humano en su pérdida de sí? ¿Y por qué Millas defenderá con tanto ahínco la posibilidad de la democracia como organización política? En lo que sigue, estableceremos una relación entre el pensamiento hacia el límite de la filosofía con la democracia, ambos ámbitos que buscan principalmente rescatar la individualidad del ser humano que ha sido anulada por la violencia de las ideologías.
3. De pensar hacia el límite, democracia e ideologías
Para intentar responder las últimas interrogantes, debemos volver sobre algunas ideas. Se mencionó que la ideología, sumada al irracionalismo, enmascara la violencia. Algunos constructos ideológicos que respaldan o promocionan la violencia, la utilizan al mismo tiempo para avalar su dogma, o para acrecentar su fuerza y poder, o para justificarse. Todas, sin embargo, coinciden, según Millas, en “la insensibilidad frente al sufrimiento concreto e individual del hombre y la capacidad para trascenderlo”15. A la insensibilidad, debemos agregar la falsificación de la realidad, el privilegio de la violencia y la anulación del hombre por el hombre. En cambio, en Jorge Millas la filosofía y la democracia se destacan como puntos antagónicos, como posibles salidas con las que cuenta el hombre para no someterse a dicha subyugación. Respecto a la democracia, considera que es el riesgo de la convivencia social y el problema político en que converge la pluralidad y la diferencia. La democracia, entonces, será la forma de organización social más justa para que el sujeto pueda ejercer plenamente su individualidad y logre desplegar su propia condición a través de una comunidad libre de dominación, subyugación, y en especial, de violencia. Al respecto, Hurtado subraya que Millas comprende por violencia no solo aniquilar físicamente al adversario, sino también de anularlo intelectual y moralmente16. Además, esta tiene distintos grados y lógicas: ilegitimidad, injusticia, temor, absolutismo y sujeción. Por lo tanto, si la ideología constituye un sistema de valores con carácter totalizador –dogmática– es evidente que no dejará espacio ni al diálogo, ni a la apertura de la conciencia moral (lo que denomina Millas como el embotamiento de la conciencia), y como consecuencia, convertirá al ser humano en un autómata, en un ente banal ante sí mismo, adormecido en su conciencia individual, incapaz de tomar relación con el mundo y los otros, en síntesis, convertido en cosa17. En las antípodas de este panorama, lo que aboga Millas es a la amplitud de la razón para que el ser humano tienda a posesionarse en su totalidad, es decir, sea consciente y responsable de sus intenciones, convicciones, de su voluntad y de sus sentimientos. A la par de esta antípoda se encuentra su defensa férrea respecto a este orden cívico, ya que es el mejor modo que hemos desarrollado en la historia para reconocer el derecho a ser individuos y desarrollar nuestra convivencia integral. Si el pensar es un interés afirmativo por la vida –se dirige a todo aquello que nos permite, de hecho, vivir del mejor modo, de forma más valiosa– la actividad filosófica enriquece también nuestra experiencia social, impulsándonos a vivir acorde a un postulado moral que reafirme aquello que consideramos valioso en la vida.
¿Qué relación habría, según Millas, entre democracia y filosofía? Que ambas son resistencias a la pérdida de la individualidad y contribuyen a comprender que el ser humano es intocable. En una entrevista de 1981 al diario Las Últimas Noticias, resume de modo conciso todo lo que describiremos a continuación: “Para mí –dice Millas–, más que represión, más que política de los gobiernos, es un problema moral, que comienza con la necesidad absoluta de convertir a la vida humana, realmente en algo intocable”18.
En resumen, tanto la filosofía como la democracia son, de modo general, maneras de resistir a los atavismos ideológicos del siglo XX. En lo que atañe a la filosofía, esta intenta pensar radicalmente la experiencia, y con ella, el propio pensamiento que la piensa19. Pues, la actividad filosófica, impregnada en una visión quiásmica con la vida cotidiana, no solo es considerada como un cúmulo de ideas, representaciones y juicios del mundo, sino más bien son fuerzas, es decir, “actitudes e incentivos que mueven la sensibilidad y la conducta de las gentes en un sentido total”20; más aún, la vida se vuelve un desafío, y hay que atenderla con la responsabilidad y el poder redentor del pensamiento. Por lo tanto, en la fuerza de estas ideas, existe la capacidad de librar al ser humano de vivir como autómatas, le permite vivir de modo auténtico, evitando así que caiga en los tipos de voluntarismos iluministas que hipnotizan al hombre y lo subyugan a la dogmática de su verborrea ideológica. En una entrevista de 1981, para el diario La Tercera, en el período en que Millas había decidido renunciar a la Universidad, por ese entonces cautiva del régimen de Pinochet, ante la pregunta por el hecho de que se proyectaba restringir de la planificación curricular en enseñanza media la asignatura de Filosofía, Millas realiza un análisis respecto al error que supone la eliminación de esta disciplina, ya que para él corrige dos graves riesgos de la cultura contemporánea: primero, solo la filosofía permite el pensar en la totalidad y generalidad, e impide de algún modo la excesiva especialización de los saberes. Y segundo, vivimos –dice él– en un mundo que además está dislocado por las ideologías. Si la ideología enmascarada de violencia sacrifica al hombre, construyendo a la larga un sistema de dominación del hombre por el hombre, convirtiendo en dogma lo que es dudoso, y transformando las pasiones en simulacro de ciencia y convicción, la filosofía podría protegernos de estos peligros, ya que nos enseña a defender la autonomía de la razón y nos aporta al mismo tiempo una ética del deber, ya que al abrir la conciencia al mundo, ve su solidaridad con la realidad humana y la totalidad del universo21. En la respuesta de Millas, se menciona el marxismo como ejemplo de ideología, y el peligro que existe de coartar la libertad y la individualidad en el ser humano ante este dogmatismo:
El ejemplo mejor de una ideología de este tipo es el marxismo, que se llama científico, convirtiendo una posibilidad de concebir la sociedad humana en la única concebible. Para mí el principal error del marxismo es el dogmatismo intelectual. A mí me tiene sin cuidado si expropian los medios de producción, pero sí me tiene con mucho cuidado que los marxistas expropien la libertad y la inteligencia22.
Otro ejemplo que podemos citar del análisis respecto al ser humano hundiéndose en el conformismo de la ideología, subsumido en las máscaras de la violencia y la filosofía como resistencia, es cómo Millas considera que el ser humano, devenido en el hombre masificado o atrapado por la sociedad de masas, es un ser enajenado, despersonalizado y anestesiado por los fetiches ideológicos. Para el filósofo, el ser humano corre el peligro de convertirse en un ente banal frente a sí mismo. Aquello lo explicita en el libro de 1962 El desafío espiritual de la sociedad de masas, en que diagnostica lo siguiente: “El hombre masificado, convertido en corpúsculo inerte del arenal humano, es otra versión del fracaso de ese ideal de humanidad que en vano proclamaron las antropologías utópicas del pasado”23. El texto citado se extrae del momento en que Millas describe la fase histórica en el desarrollo del hombre que deviene, luego de la modernidad, en la sociedad técnica de masas. Aquella nueva condición supondría no pocas amenazas, una de ellas, la más importante, es la que se acaba de mencionar, es decir, la pérdida de individualidad ante las fuerzas irracionales desatadas en el fondo del inconsciente colectivo. Debido a la amenaza de la masificación, el ser humano deviene en un ente banal; es considerado como cosa, pierde el sentido propio del ser sujeto, se ve anulado en lo más propio de su espíritu: la conciencia y libertad. Frente a dicha situación, Millas nuevamente opondrá una filosofía que implica responsabilidad y compromiso ante el destino del ser humano, es decir, comprende la actividad filosófica como una postura de vida inseparable de ella misma, por consiguiente, el fin de vivir será llevar el pensamiento al límite para abarcar –de lo posible– la totalidad, es decir, la totalidad del saber, la totalidad del mundo, de la historia, y del destino del ser humano. Que el pensar filosófico sea entendido como un ejercicio en el límite de nuestras facultades –límite de preguntar y responder, dirá él– supone, al mismo tiempo, poner en tensión a la inteligencia y presentar de este modo una resistencia a la servidumbre, al enceguecerse ante los falsos ídolos, y el oscurecimiento y falsificación de lo real, es decir, nos evita subsumirnos en cualquier proyecto ideológico.
En este punto, es conveniente enfatizar que Millas no solo reaccionó frente al problema de la masificación que caracteriza la tecnificación de la sociedad moderna, sino que, como antes se mencionó, fue contrario al marxismo que pretendía a través de la institucionalización política, la negación del individuo a expensas de la exaltación del Estado, y fue explícito en su crítica al liberalismo que favorece lo impersonal de la existencia –hoy acrecentado a través de la modernización capitalista–, reflejado en el egoísmo moral de sus tesis o en el fundamento individualista de su sistema ideológico.
Respecto al marxismo, Millas en una parte del ensayo La violencia y sus máscaras, sostiene que el interés filosófico del marxismo en su crítica a la cultura burguesa deriva del uso particular que se hace del término hegeliano de enajenación, en particular, del trabajo asalariado en la sociedad capitalista. Dice Millas:
Lo esencial del concepto, en parte según lo construyera Hegel, pero sobre todo como lo reelabora Marx, arranca de la observación de que el hombre se hace ajeno a su propia esencia al quedar a merced de poderes que actúan a través de los objetos que él mismo ha creado. Perdido en sus propias producciones – sugiere el concepto– el hombre deviene extraño a sí mismo24.
Ahora bien, aquella crítica de Marx de comprender la ideología como una inversión de la realidad o falseamiento de esta, deriva luego en el examen de la denuncia de explotación del hombre por el hombre -la vida enajenada-, de modo que, como se señala en la cita, el síntoma de la enajenación en el ser humano sería quedar atrapado bajo poderes que actúan a través de los productos u objetos él mismo ha creado; sin embargo, en el análisis de Millas, el marxismo en este punto incurre en la contradicción de no lograr ver que la violencia también puede ser considerada como una forma particular de explotación. En otras palabras, si Marx se vale del concepto de enajenación para elaborar su crítica sobre los intereses burgueses, luego el revolucionario marxista es el que utiliza la violencia con el supuesto fin de liberar al hombre, contradiciéndose, ya que lo que hace en realidad es atarlo a otro tipo de enajenación. Por un lado, se denuncia la deshumanización y despersonalización que ocurre, efectivamente, por la apropiación de la fuerza de trabajo del asalariado, pero luego se presenta la paradoja que el marxismo pregona el uso de la violencia como método de liberación, de este modo se busca liberar al hombre para luego someterlo, se presenta un proyecto emancipatorio para luego de inmediato caer en la sumisión. Dice Millas: