Kitabı oku: «Filosofía en lengua castellana», sayfa 4

Yazı tipi:

Pues he aquí cómo, para desenajenar al ser humano convertido en cosa ajena, lo anulamos, apropiándonos de él mediante la violencia, que lo hace pasar a nuestro dominio, convertido en mero instrumento de los fines humanitarios25.

En este sentido, poco importa para Millas si se trata de la explotación económica del trabajador por parte del capitalista o si se trata de la justificación del revolucionario de ejercer terror para trascender hacia una sociedad libre, lo decisivo es que unos hombres hacen uso de otros hombres como simples recursos para lograr sus fines. En el ensayo, agrega que no solo la violencia se trata de la aniquilación física, también tiende a sumar la anulación intelectual y moral, ya sea de las víctimas que ni siquiera se pueden reconocer como tales, como también de los victimarios, aquellos que pierden su libertad, en el minuto que decidieron adherirse a una retórica ideológica.

Respecto al liberalismo, lo que Millas critica de esta ideología es la negación de la realidad social que desconoce la interdependencia y la responsabilidad, la anulación de la personalidad, y también el sentido de libertad que se instrumentaliza con el propósito de fomentar la sociedad de mercado. Lo último, lo expresa en un ensayo sobre el concepto de libertad en el autor austriaco Friedrich von Hayek.

El neoliberalismo, ideología contemporánea que sustenta una defensa de la libertad en tres ejes: la libertad de poder elegir, la libertad de poder competir y la libertad de libre mercado a expensas de un Estado central, se sostiene bajo un individualismo y egoísmo moral que conlleva un proceso impersonal en que el mercado, en su orden espontáneo, aniquila o socava las posibilidades de desplegar la personalidad, en cuanto esta solo sería un espejismo de la sociedad colectiva, modelo que para esta ideología impide la libertad individual. El neoliberalismo lo que propone, por cierto, es un modelo social centrado en la autodeterminación individualista e insolidario. Al respecto, Hayek en un capítulo que tiene por título “Adiestramiento de la libertad”, defiende según él una sociedad libre frente a los reparos éticos propios de una sociedad primitiva. Dice el austriaco:

Todo lo que una sociedad libre ha de ofrecer es la oportunidad de buscar una posición conveniente, con todo el riesgo e incertidumbre inmanentes que tal búsqueda de mercado para las dotes de uno debe suponer. A este respecto es innegable que la sociedad libre somete a la mayoría de los individuos a una presión que a menudo les agravia. Pero es mera ilusión pensar que en algún otro tipo de sociedad el hombre se vería libre de tal presión. La única alternativa existente para la presión que la responsabilidad por el propio destino trae consigo es el máximo grado de aborrecible presión encarnado en las órdenes personales que uno debe obedecer26.

En cambio para Millas, esta nueva versión del liberalismo incurre en una afirmación falaz al sostener que el mejor orden social (y el único posible según se desprende del texto de Hayek) se refleja a partir de las capacidades y esfuerzos individuales, y ello evidencia una ceguera para la real situación social y una utopía autojustificadora que obvia el sentido de responsabilidad para con aquellos que se encuentran en una posición más vulnerable, o en menoscabo de condiciones materiales para vivir. Lo que plantea Millas es un personalismo existencial, específicamente en el capítulo quinto del libro Idea de individualidad en que sostiene que la perfección y grandeza personal solo son posibles a través de la expansión de nuestro ser, es decir, a través del contacto y comunidad con otras almas. En efecto, el chileno afirma que para alcanzar las condiciones materiales que hagan sostenible la existencia, o que hagan de la sociedad política un órgano regulador de la vida material, semejante propósito solo puede ser realizado por una organización colectivista de la economía que, en sus términos, son las de una nueva Economía del Estado. En este punto, consideramos valioso contrastar lo último con la visión sobre la justicia social en Friedrich von Hayek. Para el austriaco, esta concepción de justicia es negativa, en cuanto el Estado se atribuye la potestad de decidir los fines para cada persona en particular, haciendo que el orden de mercado se transforme gradualmente en un orden totalitario. Dice Hayek en un trabajo titulado Los principios de un orden social liberal:

Que, a pesar de todo, el concepto de justicia se haya aplicado a la distribución de ingresos en forma tan fácil y habitual, es la entera consecuencia de la errada interpretación antropomórfica de la sociedad como una organización antes que como un orden espontáneo. En este sentido, el término “distribución” es tan equívoco como el término “economía”, dado que también sugiere que algo que en realidad es el resultado de fuerzas ordenadoras espontáneas, sería el resultado de la acción deliberada. Nadie distribuye ingresos en un orden de mercado (como habría sido hecho en una organización), y hablar –con respecto al primero– de una distribución justa o injusta es, entonces, carente de sentido. En este aspecto sería menos equívoco hablar de una “dispersión” antes que de una “distribución” de ingresos 27.

Vale decir, para Hayek, el ser humano es un individuo que, primero, es parte de una red de fuerzas espontáneas que derivan luego en lo que usualmente llamamos sociedad, y no al revés como se considera comúnmente. Y el error sería asumir que existe una organización social destinada y preocupada en satisfacer deliberadamente las necesidades del colectivo, sin embargo, para él, la sociedad no es otra cosa que un orden espontáneo –el mercado– el cual se autorregula para llevar a cabo dicho propósito. En otras palabras, en la visión de Hayek, somos individuos que juntos por conveniencia nos sometemos a un orden espontáneo –el mercado– y aquello que se propone como justicia distributiva, es decir, que un tercero como el Estado se responsabilice de distribuir y ordenar los ingresos de modo en que se supriman las inequidades existentes y posibles, da cuenta de una concepción errada y equívoca de organización, y peor aún, de un modelo totalitario en que el Estado coarta la libertad de los individuos. Lo último es otro ejemplo del antagonismo del pensamiento de Millas con el neoliberalismo, en particular con el fanatismo de su dogma: el mercado es capaz de llenar y suplir todos los vacíos. Otro caso que quisiéramos mencionar es el ensayo que publica el chileno La concepción de libertad-poder de Friedrich Von Hayek, en el que evidencia la insuficiencia y la contradicción de Hayek en su noción de libertad.

La premisa central del austriaco en su libro Los fundamentos de la libertad es que la libertad se comprende a partir de un principio monovalente: para Hayek la libertad se define solo como la ausencia de coacción, es decir, en la no interferencia deliberada ajena. Hayek considera posible separar analíticamente el concepto de libertad en la capacidad de elegir, prescindiendo de considerar las reales posibilidades en que acontece esa decisión y las circunstancias en que se tomó esa decisión y se ejecutó esa acción, considerando ambos caracteres como algo meramente accidental. Lo que le interesa en el fondo al austriaco, es la de sustentar una concepción de libertad como opuesta a la coerción, ya sea como la intención deliberada de intervenir un sujeto en la conducta de otro, o en la coerción que ejercería un modelo de planificación estatal, en que coartaría la acción individual. Sin embargo, y es la crítica de Millas en el ensayo, el interés de Hayek en realidad es la de armar ideológicamente la sociedad de mercado. En camino de servidumbre, dice Hayek: “el lector no olvide que toda nuestra crítica ataca solamente a la planificación contra la competencia”28. El austriaco busca fortalecer la sociedad de mercado basada en la competencia en desmedro de un Estado que sería minúsculo y que cumple el papel de mero oferente de servicios subsidiarios. Para ello, hemos de reiterar, en el libro Los fundamentos de la libertad, pone el único acento al describir la libertad en la no coacción directa de terceros, de ese modo se podría justificar todas aquellas injerencias indirectas que sí se provocarían, por ejemplo, a raíz del despliegue de la “mano invisible” del mercado. Plantea Hayek:

El que una persona sea libre no depende del alcance de la elección, sino de la posibilidad de ordenar sus vías de acción de acuerdo con sus intenciones presentes o de si alguien más tiene el poder de manipular las condiciones hasta hacerla actuar según la voluntad del ordenancista más bien que de acuerdo con la voluntad propia. La libertad, por tanto, presupone que el individuo tenga cierta esfera de actividad privada asegurada; que en su ambiente exista cierto conjunto de circunstancias en las que los otros no pueden interferir29.

Millas, en cambio, responde en su ensayo que no hay libertad sin ser dueño de uno mismo o sin posibilidades reales de escoger –“no es libre aquel a quien se le permite hacer lo que no puede”30– criticando a Hayek que, deliberadamente, obvia la real situación de la sociedad humana de su época, y específicamente, obvia el segundo aspecto de la libertad que refiere a las condiciones y posibilidades de acción. Si el liberalismo propone insistentemente que debe asegurarse la libertad de mercado, nada dice en este punto respecto la situación en que no hay libertad de mercado para todos los miembros de la comunidad social, a lo que concluye Millas que nuestro deber es redimir socialmente al individuo, es decir, incrementar su poder, y con ello, su libertad ¿Basta asegurar, con Hayek, un ideal de libertad negativa, es decir, evitar la coacción deliberada o la amenaza al daño a nuestra libertad? No es suficiente, según Millas. El austriaco olvida un aspecto positivo: mi libertad dependerá tanto de la independencia de mis actos posibles como que exista una real posibilidad de elegir tales actos, ya que en la vida cotidiana ambas se encuentran ligadas. Su unidad es real, no se puede parcializar. Si solo nos centráramos en la visión negativa como lo realiza Hayek, constataríamos un vacío, pues, no puede impedirse aquello a lo que alguien no está en condiciones de hacer o no existan las circunstancias para ello.

En definitiva, ¿Por qué motivo sostenemos insistentemente que las ideologías antes mencionadas –marxismo, liberalismo– llevan al ser humano a la subyugación del automatismo? Precisamente porque lo convierten en una cosa, deshumanizándolo, y restando valía en su dignidad intrínseca. Para explicarnos, quisiéramos destacar un extracto de una conferencia que Millas realizó en la Universidad de Panamá, que se editó en el libro Idea y defensa de la Universidad, en donde se evidencia el pensar de Millas respecto a la subyugación del hombre ante la ideología. Dice él:

Por ejemplo, cada vez va siendo más difícil al hombre ser realmente individuo en el sentido espiritual de la expresión. Cada vez le va siendo más difícil ser él el sujeto moral de sus propias decisiones, cada vez más se ve expuesto a la mecanización de sus actos, al embotamiento de su conciencia crítica y a la complacencia en el abandono de sus iniciativas, a la responsabilidad de los demás. Cada vez es mayor la tentación de entregarnos al automatismo de las ideologías, de escondernos detrás del grupo, para que él tome decisiones por nosotros; de renunciar a nuestra libertad, de asumir nuestras responsabilidades, cada vez es más difícil sustraernos al influjo casi hipnótico de una sociedad mercantil que se vale de los medios de comunicación de masas, la prensa y la televisión, para envilecernos, para entorpecernos, para automatizarnos, sea en lo político, sea en lo comercial, sea en lo educacional, sea en lo cultural. Jamás se habían ofrecido al hombre tan espléndidas expectativas de realizar lo humano, pero jamás tampoco se habían ofrecido tan peligrosas condiciones para desnaturalizar su verdadera condición31.

Este extenso texto es parte de una conferencia de Millas en el contexto de una escuela de verano, y en su exposición, Millas ha intentado a lo largo de su discurso centrarse en describir la esencia y lugar de la Universidad en la sociedad contemporánea. Sostiene que son dos los fenómenos más característicos de la época actual: la tecnificación de la sociedad y la masificación. Si bien, en esta conferencia no es abiertamente crítico –como sí lo es en el libro El desafío espiritual de la sociedad de masas– respecto a la masificación y la tecnificación, el texto que hemos destacado presenta una crítica respecto a la posibilidad de que el ser humano “se humanice de verdad” como él lo menciona en el párrafo que antecede la cita extraída, y manifiesta, a nuestro juicio, la reflexión respecto a la imposibilidad del ser humano de desplegar realmente su individualidad en aras de caer en la masificación y la indiferencia de las masas. Afirmar, por ejemplo, la zozobra del espíritu crítico en el ser humano, la automatización como el embotamiento de la conciencia, lo hipnótico del influjo de la sociedad mercantil, es afirmar también que el fenómeno de la masificación va de la mano de la deshumanización. Pues, lo que analiza Millas, es que el hombre se está convirtiendo en un ente banal frente a sí mismo, es más, la anulación de su individualidad y libertad va de la mano con la imposición de falsos ídolos que lo subsumen en la fantasía de creerse en el rol de autónomo, libre, bajo la expectativa de obtener más poder, sin embargo, en realidad va perdiendo la capacidad de hacerse cargo de su vida, hacerse responsable de sí y del mundo, en definitiva, pierde el sentido espiritual de su ser.

Así, por ejemplo, en una lucidez profética, el joven Millas describe en su ensayo sobre Ortega y la responsabilidad de la inteligencia, las condiciones alienantes del hombre contemporáneo. Menciona, entre otros, que la verdad, la libertad, el bien, el progreso son convertidos en fetiches, se desnaturalizan y en lugar de prestar al hombre el servicio de liberarlo del temor del azar y el caos del devenir ciego, lo esclavizan aún más con sus ídolos implacables32. A lo último agregaríamos que, a través de la violencia, las ideologías terminan por convertir al ser humano en un medio útil, enajenándolo y anulándolo para los fines de su proyecto. Dice Millas: “Y entonces, en nombre de la justicia, en nombre de la patria, en nombre de la solidaridad, se lanza el hombre en la acción agresiva, destructora y eventualmente terrorista para realizar la justicia, para realizar el patriotismo y los demás valores”33.

En las antípodas a esta condición histórica, se encuentra el pensamiento de Millas con sus reflexiones respecto a la redención del individuo humano, y el concepto de interdependencia. Pero, ¿solo la filosofía podrá ser el único modo de resistir a esta forma de menoscabo de la condición humana? A nuestro parecer, existe en Millas una preocupación relevante sobre la democracia como el riesgo que debe asumir una sociedad que busca preservar la integridad de todos los sujetos y, al tiempo que intenta defender la pluralidad, busca también devolver el rostro individual a cada sujeto de la comunidad.

4. De la democracia

Uno de los modos de resistir a los ídolos y fetiches ideológicos del siglo XX, fue la defensa que hizo Millas de la democracia. Según el análisis de Figueroa, Millas expresa en distintos textos, y en particular en su famoso discurso que diera en el teatro Caupolicán a propósito del plebiscito constitucional de 1980, Con reflexión y sin ira, su compromiso con la democracia como un verdadero proyecto moral de sociedad. Hay que recordar que el contexto en que pronuncia su discurso, la dictadura se encuentra en todo su apogeo, son siete años que la Junta Militar gobierna de facto y el plebiscito tiene el objetivo principal de asegurar a Pinochet otros diecisiete años más en el poder, además de implementar el modelo liberal en Chile.

Millas, por lo tanto, en sus diversas reflexiones sobre democracia, y en particular en su discurso, considera que esta forma de organización, si bien se caracteriza por el dinamismo ínsito de toda sociedad, es decir, es un modelo con imperfectas realizaciones históricas, que trae aparejado el riesgo, sin embargo, es el único camino posible según el chileno para que se logre una forma de convivencia que busque dejar fuera el dogmatismo, el autoritarismo y las prácticas de dominación, características ya descritas respecto a las ideologías y la violencia. En el fondo, la defensa de Millas respecto a la democracia como un proyecto moral, se debe a su temor y análisis respecto a la condición espiritual de su época, es decir, seres incomunicados, ajenos al bien colectivo, embotados por el hábito de la indiferencia política o paralizados por el miedo de la dictadura. Si dicha indiferencia genera las condiciones de una sociedad fragmentada, insolidaria y con atrofia para la capacidad crítica, este sistema político es el símbolo del riesgo que se debe asumir, comprometiéndose a permitir la convivencia integral de todos. Lo expresa Millas, de la siguiente manera:

El ideal democrático es un ideal sencillo y permanente: es la comunidad de hombres que, desiguales como personas, convierten sus desigualdades naturales en fuentes de dinamismo y, corrigiendo las desigualdades antinaturales, buscan un mínimo de concordia para vivir en común34.

Si bien se acaba de mencionar que Millas entendía la democracia como un riesgo, esta expresión no es del todo precisa. Hay que destacar que defendió una democracia sin apelativos ni apellidos, especialmente en la época en que se perfiló como un disidente de la dictadura, la cual se proponía instalar la denominada “democracia protegida”. Si en el régimen dictatorial de la Junta de Gobierno la mayoría de los intelectuales que sobrevivían, se convirtieron en complacientes panegiristas o en instrumentos del poder, Millas representó una de las pocas voces públicas contrarias. En ese sentido, nuestra interpretación del por qué Millas se dedicó a defender en este período histórico con tanto ahínco esta forma de gobierno, demuestra por qué puede ser considerado un intelectual heterodoxo: Millas antagonizó cualquier asomo de ideología, plasmada en una intolerancia mesiánica como lo fue la dictadura de Pinochet, o en pereza escéptica como característica negativa de la masificación, y en general, como él mismo describe en Idea de filosofía, fue antagónico a cualquier tipo de conformismo ideológico, sea tradicional, conservador o revolucionario35. A nuestro parecer, y lo hemos sostenido desde un comienzo, Millas fue contrario a cualquier proyecto ideológico, ya sea el fascismo, el marxismo y, en buena hora, del capitalismo y las tesis liberales que se estaban imponiendo en el Chile de los ochenta, debido a que cualquiera de estas cuatro ramas ideológicas socavan las bases de una democracia sensata, restringiendo, limitando o derechamente suprimiendo lo que nosotros podemos sentir, disponiéndonos solo para sentir repulsión e indignación frente a cierto modo de expresión de violencia. Pero que, al anverso, nos incita a sentir frialdad injustificada sobre un ser humano que ha visto despojada su calidad de víctima, ya sea que consideremos la violencia en su manifestación física como el aniquilamiento de otro humano, o entendida como el impedimento y la coacción de expresar la libertad humana en una sociedad que reconozca la diferencia, o bien, como el impedimento a reconocer y corregir una desigualdad: “De esta manera, la violencia es una forma de explotación total del hombre por el hombre, mucho más general y profunda que la explotación del trabajador en algunas sociedades capitalistas”36, la democracia se convierte en su antípoda. Y es antagónica esta organización social, porque intenta en sus bases racionales, atentar contra la confusión ideológica que racionaliza falsamente el recurso moralista invocador de paz mientras ejerce la aniquilación selectiva de poblaciones –terrorismo de izquierda, o terrorismo oficial, para Millas no hay diferencia37–, o cuando confunde guerra con paz, libertad con tortura; en cambio, devuelve el rostro a las víctimas, reconociendo la interdependencia y la vulnerabilidad de la cual ninguno de nosotros está ajena. En otros términos, la democracia reconoce que nuestra supervivencia está supeditada a nuestra sociabilidad. Frente al fenómeno del ensimismamiento, mal propio de la sociedad moderna de masas, las distancias materiales y culturales de una sociedad solo se podrían aminorar a través del proyecto político democrático, ya que este compromete la construcción moral de la sociedad. Una sociedad en que se conviva sin ejercicios de dominación, en que se aspire a alcanzar la convivencia integral mediante el reconocimiento del derecho a ser individuo, una verdadera experiencia ética en que nos asumamos libres en relaciones intersubjetivas necesita de un modelo procedimental que permita o proponga la real comunicación entre los ciudadanos. Este modelo es el democrático, el cual, como reconoce Millas, no carece de defectos, sin embargo, “sus defectos se corrigen en virtud de su propio dinamismo, porque su esencia está en el anti-dogmatismo, el anti-mesianismo, el antipersonalismo”38.

5. Interdependencia y víctimas

En el libro sobre la defensa de la Universidad, en su discurso a los alumnos de Inglés de la Universidad de Chile, Millas termina su exposición con lo siguiente: “Sois responsables de un todo humano, con una responsabilidad que comenzó ya y que se extiende más allá de vosotros mismos, hasta la vida de vuestros propios hijos”39. Afirmar en este caso, nuestra responsabilidad con los otros es aceptar la idea de que nuestra supervivencia depende de nuestras relaciones políticas y reconocer nuestra estrecha relación con los demás. A nuestro juicio, no es otro el propósito que busca Millas con tanta insistencia a lo largo de su bibliografía cuando pregona por una Filosofía que se comprometa con la vida cotidiana, la democracia como un riesgo necesario para sostener la individualidad en lo social, y en específico, al transparentar el modo cómo las ideologías enmascaran o justifican la violencia con propósitos instrumentales. Afirmar nuestra responsabilidad con un todo humano debería conducirnos a reflexionar sobre la manera cómo me relaciono con el prójimo, el modo cómo evito ejercer violencia de manera directa e indirecta, o también supone cuestionar de qué modo se ejerce ocultamente una violencia selectiva y diferencial en que ciertas personas, víctimas de ideologías sistematizadas, son manipuladas como instrumentos para el fin propagandístico de una utopía. En Idea de la individualidad, libro del joven Millas que se edita por primera vez en 1943, el chileno manifiesta dicha preocupación al resumir su objeto de análisis y en lo que debiese aportar su libro, y se resume en la simplicidad de lo individual del hombre, la prioridad de los valores y resolver ciertos aspectos de su conflicto con las fuerzas impersonales del colectivo40. Millas reconoce en la introducción que la individualidad es un drama, ya que no está jamás hecha de un modo definitivo, se hace continuamente, por ende, lo precario de la condición del hombre nos exige el deber moral de formarnos una conciencia espiritual potente, para de ese modo resistir la tentación de subyugar el pensamiento a los iluminismos mesiánicos y, en cambio, abogar por una ética de deberes y derechos que comprometa al ser humano con los otros, con su entorno, o al menos no aporte a la precariedad aguda en que el sujeto moderno se considera subsumido. Ahora bien, ¿cómo puede ser posible que el ser humano obre en consecuencia ante la necesidad de hacerse responsable con otro humano? La respuesta de Millas se repite: la capacidad ética se supedita al intelecto que nos conduce a ver bien las cosas, al ejercicio intelectual de contemplar críticamente su ser y el mundo. Los lugares comunes, lo tópicos, las consignas, las ideologías, el fetichismo de las hipóstasis son algunas de las consecuencias de la corrupción intelectual, tanto más peligrosa si viene enmascarada y destina sus propósitos a eliminar o ejercer una violencia selectiva contra ciertas personas que no son ni siquiera sujetos dignos de reconocerse víctimas. Al respecto, señala Millas: “Se les exige ser menos hombres al convertírseles en instrumentos para la salvación del hombre”41.

Si, tal y como sostiene el filósofo Emmanuel Lévinas, es el rostro del otro lo que exige de nosotros una respuesta ética, entonces pareciera ser que la preocupación de Millas respecto a reconsiderar a las víctimas de la ideología y la violencia, es una preocupación moral y política respecto a reconsiderar la calidad humana que ha sido despojada en ciertas personas que, ante los falsos fantasmas de la Humanidad –ideologías, fetiches, irracionalismo totalizador– su sufrimiento ya no cuenta para otros, su dolor no es visto ni considerado, debido a que no se comprende realmente el significado del sufrimiento humano ante la conciencia embotada de los victimarios, o bien, el padecimiento de un individuo se banaliza, se anula, ya que algunas personas son solo medios para un fin utópico específico, en circunstancias de que los que ejercen la violencia son los mesiánicos portadores de la utopía ideológica y tienen el privilegio de elegir, definir, y celebrar con una máscara discursiva a modo de justificación, a quién se le privará del rostro humano de víctima, enrostrando en cambio un mero factor abstracto de medio útil para la causa específica. Hay, por cierto, un “subterfugio que permite no ver la víctima ni el caos de la violencia”42, en cambio lo que sí se asume como indispensable es el proyecto utópico, el fin redentor, lo que trae como consecuencia el despojo de calidad de víctimas a un determinado grupo de personas, ya que nadie los considera como tal, sino medios banales para el propósito colectivo. Denunciar aquello y exponer críticamente esta situación es, a nuestro juicio, la preocupación central del ensayo Las máscaras filosóficas de la violencia, en que Millas, luego de casi dos años de dictadura en Chile43, reflexiona sobre la violencia, la irracionalidad, el abuso lingüístico por parte de cierta filosofía que lograría enmascarar la violencia como un método válido para cierta revolución, y, además, la propondría como una manifestación natural del ser humano, como si fuese un impulso ciego, natural y propio de la condición humana. Ante dicha literatura, Millas propone argumentos que buscan sedimentar las bases sobre reconsiderar a todas las víctimas como personas que sí tienen un rostro, una voz, y que necesitan del cuidado de todos.

Ahí donde el fascista pone inhumano regocijo estético, gratuita indiferencia ante el martirio de otros hombres, el guerrillero pone odio humano, “comprometida”, utilitaria indiferencia ante lo mismo. Pero el resultado ético es uno solo: el sufrimiento de ciertos hombres ya no cuenta para otros hombres, en circunstancias de que estos últimos tienen el privilegio de elegir y definir44.

Los violentos, de cualquier sector e índole, ya sea marxistas o antimarxistas, o el capitalismo y la sociedad burguesa ignorante de los problemas éticos y políticos de su época, o el liberalismo que propone la falsa imagen de que un sujeto en un medio libre de coacción y que tiene como propósito formar ideológicamente la sociedad de mercado; cuando dichas ideas personificadas en autoritarismos mesiánicos llegan a ocupar el espacio de la vida política, para Millas la sociedad entera es la secuestrada, ya que una minoría decide cualquier aspecto de la vida humana. Si antes se dijo que la democracia era el riesgo que se debía asumir para defender la pluralidad y asegurar al menos el derecho del colectivo de equivocarse, ahora se nos presenta un nuevo énfasis. Para el chileno, sería el mejor modelo posible el que reconoce la individualidad y el derecho de todos a vivir en la libertad, es decir, tal y como lo describe Figueroa, la democracia viene a ser para Millas un desiderátum sobre la convivencia integral entre personas. En De la tarea intelectual, el filósofo reconoce en la democracia un concepto límite con el valor de aspirar a alcanzar la convivencia integral “mediante el reconocimiento del derecho a ser individuo, a realizarse cada cual como persona”45. Ante el menoscabo de la condición humana expresada en las condiciones degradantes que las ideologías subsumen a la persona, Millas se ha preocupado de preservar en sus ideas una filosofía honesta que no encubra con sutilezas intelectuales la violencia del hombre contra el hombre. Ante la anulación de la libertad, la individualidad y la confusión del colectivo partidista que justifica y se apropia de las conciencias, del cuerpo e incluso de la condición humana de las víctimas, Millas aboga por volver a reconocer nuestra íntima responsabilidad con otro humano, es decir, reconocer la interdependencia e insistir en que debemos excluirnos de los fantasmas ideológicos y de los proyectos políticos que buscan encubrir la violencia y la eliminación de personas bajo la tutela de una necesidad de libertad, paz o seguridad. El único objetivo que leemos en la preocupación de Millas al destacar el sufrimiento de las víctimas y proponer la democracia como el afán regulador de un movimiento humano hacia la real convivencia, es lo que menciona en Idea de la individualidad, en que afirma que solo el individuo tiene efectiva realidad (“soy un drama angustiado”46 es la frase que utiliza Millas para describir la zozobra, la incertidumbre y la inseguridad de no saber bien quién es uno en la vida). Si forzamos el argumento del chileno, debemos enfatizar el hecho que, al ser el individuo la única realidad desplegada en un quehacer personal, esta se despliega en lo cotidiano junto con otras individualidades que son tanto o más reales que cualquier otra, por ende, el solo hecho de eliminar, vulnerar o aumentar la precariedad de una vida humana, supone, a fin de cuentas, que lo hago a mi propia individualidad. Solo la conciencia crítica política de un pensar abierto a la interdependencia me puede revelar lo vulnerable que se convierte mi ser desde el minuto en que ejerzo violencia e intento anular la humanidad de otra persona, y así, bajo el deber de mi acción racional, debo prevenir convertir a otro en un medio y en un ente banal, que son las condiciones inherentes a los proyectos ideológicos.

Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.

₺550,31