Kitabı oku: «Jorge Semprún», sayfa 4

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Segunda etapa. El seudónimo (1954–1963)

En el contexto de una ascensión meteórica en el escalafón del partido a partir de 1954, Semprún, convertido ya en Federico Sánchez, inicia un largo periplo en su escritura, reconocible por el uso de un seudónimo con el que firma diecinueve artículos. La nueva etapa muestra una serie de características que la distinguen de la anterior. De este modo, la obra de Semprún aparece liberada en gran medida de las vacilaciones y estridencias de una primera etapa que reflejaba la inestabilidad a que se vio sometido el relato del PCE desde el abandono de la lucha armada en 1948 en adelante. Por otra parte, muestra una rápida adaptación a las nuevas exigencias del relato colectivo.

Desde un punto de vista genérico, las nuevas aportaciones de Semprún / Sánchez se caracterizan, a partir de entonces, por el abandono de la creación literaria y la crítica artística. Éstas serán reemplazadas por nuevas formas como la crónica política, la crítica filosófica, el ensayo doctrinal y el discurso institucional. Asistimos así a la sustitución de un discurso que transitaba por la periferia de la superestructura, acercándose al relato identitario únicamente través de la literatura y la crítica literaria, por un discurso nuclear que se interesa por problemas relacionados con la teoría y la práctica política. Dicho de otro modo, la posición relativa de Semprún con respecto al poder tiene un reflejo progresivo en su discurso, que deja de estar dirigido al partido y pasa ahora a emanar directamente de él.

Federico Sánchez palía esta aparente limitación genérica tanto con la especialización de su discurso como con la ampliación de su destinatario. En este sentido, las cuatro direcciones principales de sus artículos a partir de ahora revelan un cambio importante desde un punto de vista pragmático. Por un lado, se aprecia la pervivencia de un discurso interno, sometido no obstante a algunas alteraciones. En su seno podemos distinguir ahora: un discurso institucional, dirigido a la jerarquía del partido (horizontal), y un discurso doctrinal, dirigido a la militancia (de arriba, abajo). Por otro, se observa también la emergencia de un discurso externo dirigido a sectores más amplios, no necesariamente ligados al PCE (de dentro, afuera).

De acuerdo a esto podemos agrupar sus artículos así:1

El discurso institucional u orgánico (Sánchez: 1955 y 1960b) representa el diálogo directo del sujeto con el poder que, a diferencia de la etapa anterior, se realiza ahora de un modo explícito y horizontal. Éste presenta una serie de rasgos comunes, genéricos, entre los que destacan las servidumbres propias de este tipo de discurso (reconocimiento de autoridades: Pasionaria –en el primero–, Santiago Carrillo –en el segundo–, la inserción en una tradición –la historia del PCE–, etc.). Por otro lado, frente a otros textos consagrados únicamente a la amplificación de la línea política, las intervenciones de Sánchez muestran los límites del diálogo político en el seno del PCE, constituyendo ejemplos pertinentes de la voz de Federico Sánchez posicionado políticamente de una manera individual. Para finalizar, tal y como exige este tipo de texto, el sujeto rinde cuentas al poder, por lo que debe de referirse a sí mismo, algo de lo que nos ocuparemos más adelante al estudiar el tratamiento de la autorreferencialidad en este periodo.

El discurso doctrinal se divide, a su vez, en dos vertientes: las reseñas y los artículos filosóficos (Sánchez 1956b, 1957, 1958a, 1958b, 1959 y 1960a). Federico Sánchez nos remite a un universo teórico único, el del materialismo dialéctico, como punto de retorno permanente. El aspecto más llamativo de estos artículos es el punto de vista del autor, que muestra una preocupación constante por la actualidad política de los autores y textos comentados y por su repercusión inmediata en un contexto de lucha ideológica. En este sentido, su crítica filosófica adquiere una dimensión de lucha política que trasciende a menudo el propio objeto del comentario filosófico. Dicho de otro modo, la preocupación de Sánchez es, sobre todo, tratar de paliar la eventual influencia de competidores al materialismo dialéctico.

El discurso externo, la crónica y el análisis político de actualidad, que por otro lado se circunscribe a sus colaboraciones con Mundo Obrero (Sánchez 1956b, 1958c, 1958d, 1958e, 1962a, 1962b, 1963b y 1963c), muestran un talante opuesto al de sus artículos doctrinales. En ellos puede observarse una clara finalidad práctica expresada tanto a través del análisis táctico particular como de la elaboración y difusión de estrategias, consignas y directivas políticas. Si bien siguen estando dirigidos formalmente a un lector comunista, muestran un grado de apertura del carácter que los convierten, en la práctica, en unos textos adecuados a un lector ajeno al partido. Sánchez deja de insistir en los elementos diferenciales y exclusivos de la identidad que emana del relato del PCE y propone un ámbito donde el diálogo es posible. El relato redentor que se presenta aquí ha cambiado. No es el socialismo –que se mantiene en los artículos filosóficos e institucionales–, ni siquiera la restauración republicana –que en mayor o menor medida había estado presente en la etapa anterior–, sino que se propone una serie de objetivos democráticos inmediatos. En este nuevo contexto táctico Sánchez preconiza, en la línea del PCE, una amplia alianza entre sectores de distintos ámbitos buscando un sustrato común aglutinado en torno a la política de Reconciliación Nacional.

El abandono del yo

El desplazamiento de la voz de Semprún –ya Sánchez– al centro de autoridad del relato, marca también la liquidación de los rastros de escritura autorreferencial presentes en el anterior periodo. Sin necesidad de más llamadas de atención sobre sí mismo, el yo tiende a desaparecer, dando lugar a un nuevo tipo de discurso que ya no apela al poder sino que emana de él.

Sánchez no habla de sí mismo, ni siquiera cuando expone acontecimientos en los que participó directamente. Esto ocurre incluso cuando las reglas genéricas del texto –como en el discurso institucional (Sánchez 1955: 1960b)– exigen una rendición de cuentas al poder. No obstante, si bien las dos intervenciones de Sánchez exponen un trabajo propio –los primeros contactos con la intelectualidad en España en el primero y su experiencia directa de los problemas estratégicos de la clandestinidad en el segundo– el autor opta por la narración impersonal. Algo similar ocurre con la crónica política.

La ausencia del autor del texto y su conexión lógica con los acontecimientos no tiene que ver ni con una intencionalidad ambigua, ni con las precauciones de la clandestinidad. Se trata simplemente del recurso de indeterminación de la autoridad emisora, conducente a persuadir al lector de la objetividad del discurso, algo que contrasta con la subjetividad de la época anterior. Hablamos, a partir de ahora, no tanto de la palabra de un individuo, como de la palabra del partido. Dicho de otro modo, a diferencia de la primera etapa, Federico Sánchez escribe ya como un portavoz legítimo.

En este contexto, los raros ejemplos del yo aparecen reservados no ya a la subjetividad, sino precisamente a reforzar la figura funcional de la portavocía oficial colectiva, que Sánchez asume ya en 1955:

Creo ser profundamente fiel a los sentimientos de centenares de intelectuales comunistas de Madrid, y de otras regiones de España […] al presentar al V Congreso de nuestro glorioso Partido Comunista, a la Dirección de nuestro Partido, y a la camarada Dolores, la expresión de su amor al Partido, de su decisión de mejorar y de elevar incansablemente su trabajo en el sector de la lucha que les ha correspondido ocupar. (Sánchez 1955: 12)

Discurso interno y externo

Como en la etapa anterior, Federico Sánchez explota el componente identitario y el recurso a estrategias de persuasión retórica, si bien adoptando una nueva perspectiva. Sánchez los reserva ahora a los artículos doctrinales, al servicio de la cohesión identitaria, y son prácticamente eliminados o poco visibles en el discurso externo.

Los elementos de celebración identitaria tan presentes en la literatura del PCE de la época, y que Semprún ya explotara en el primer periodo de su escritura temprana sobre todo en su poesía y en su segunda obra de teatro, en sus escritos teóricos, recurren a una fusión del imaginario original del marxismo con el modelo soviético, desplazando la recreación de aspectos más ligados al partido o de carácter patriótico.

[D]esde los primeros cañonazos del «Aurora», hasta hoy, hasta los mensajes lanzados al Universo entero por los satélites artificiales de la Unión Soviética, el proletariado y la filosofía, […] han ido fundiéndose más y más, enriqueciéndose y tranformandose [sic] mutuamente. La victoria del proletariado, como dijo Marx, es «la reconquista completa del hombre». A ello estamos asistiendo. (Sánchez 1958a: 38)

El marco en el que se inscriben los mecanismos de persuasión retórica se corresponde, en gran medida, con lo que Van Dijk denomina la macro-estrategia semántica de la presentación negativa del otro: «la categorización de las personas en el grupo endógeno y en el grupo exógeno, e incluso la división entre ‘buenos’ y ‘malos’ grupos exógenos, no está libre de valor, sino que imbuye normas y valores con aplicaciones ideológicamente fundamentadas» (Van Dijk 2005: 43).

Sánchez emprende aquí dos vías diferentes en esta categorización, dependiendo del género: sea éste el de los artículos doctrinales (discurso interno), o el de la la crónica y el análisis político (discurso externo).

Así, en los primeros, en consonancia con la política de Reconciliación Nacional, Sánchez apela al diálogo, e incluso a la unidad de acción, con las fuerzas más «progresivas» –como suele denominarlas– de grupos exógenos (la Iglesia y la democracia cristiana, sectores o estructuras surgidos del régimen, etc.).

No obstante, en los artículos doctrinales el proceso de categorización es inverso. Así, las tendencias más cercanas a la concepción del marxismo-leninismo de Sánchez reciben un peor tratamiento que aquellas más lejanas.

Buena muestra de ello, la encontramos en «Marxismo y lucha ideológica» (1960a) cuando Sánchez, una vez delimitado el terreno de la lucha ideológica en la España franquista, frente a las dos corrientes predominantes, el neo-tomismo y el orteguismo, se plantea la necesidad de elegir un contrincante filosófico del marxismo. El elegido es el segundo, precisamente por ser la ideología menos retrógrada. Se trata de focalizar como el enemigo más peligroso precisamente a aquél con el que se comparte parte del ideario o un objetivo común. Sánchez justifica su elección en base a que ve en los seguidores de las ideas de Ortega una amalgama de grupos heterogéneos que pueden utilizar en su favor esta teoría.

Si bien Ortega y sus seguidores no se libran de la violencia verbal de Sánchez, éste reserva todo su arsenal retórico a otras corrientes marxistas: desde la socialdemocracia, hasta movimientos en boga en el ámbito académico caracterizados por la búsqueda de lo que se denominó «marxismo puro».

No obstante, el uso reiterado de descalificaciones es sólo una marca externa de una estrategia de mayor calado que se expresa, sobre todo, a través de la presentación mutilada de las posiciones contrarias, la ausencia persistente de definiciones, de profundización o de una mera exposición del ideario básico de las escuelas o corrientes que Sánchez comenta. De nuevo aquí es reconocible esa lógica inversa a la que acabamos de referirnos, siendo precisamente Ortega el único filósofo que Sánchez analizará con cierto detenimiento.

En el extremo opuesto se sitúa la crítica de corrientes surgidas del marxismo-leninismo. Buen ejemplo de ello es su crítica de La nueva clase (1957) del comunista yugoslavo Milovan Djilas. Tal y como ocurriera con la obra de Ortega o Mandolfo, Sánchez toma como punto de partido el peligro de la repercusión de la obra:

La Nueva Clase viene a ser como un compendio […] del revisionismo actual. Por esta razón, y por ésta sólo, puede no ser inútil dedicar cierto espacio a la crítica de algunos de los puntos de vista de Djilas. Máxime si se tiene en cuenta la publicidad que en torno a su libro han hecho los teóricos oportunistas de la social-democracia española (con Araquistáin en primera fila, como era de esperar) y del anarco-sindicalismo; publicidad que se añade a la organizada, en España misma, por la propaganda oficial de la dictadura franquista. (Sánchez 1959: 51)

La tesis principal de este libro giraría en torno a la idea de la formación de una nueva clase de burócratas en el denominado «bloque socialista», frente a la cual, Federico Sánchez acomete un comentario de alto contenido emocional dominado por el argumento ad hominem. Paralelamente, la reseña esquiva el tema objeto casi hasta su final, en un estilo inusitadamente bronco: «Es, con ligeras variantes, la ‘teoría’ del oportunismo trotskista. Es, en suma, la ‘teoría’ de los perros que ladran, mientras la revolución socialista cabalga…» (Sánchez 1959: 53). Por lo demás, la reseña es doblemente injusta al presentar las tesis de Djilas como una crítica de la Unión Soviética, cuando La nueva clase se basaba también en la experiencia yugoslava, extremo que Sánchez obvia, como también que el propio Djilas se encontraba encarcelado desde hacía tres años y que la publicación de la obra en 1957 le valió una extensión de 10 años en su condena. No obstante, Sánchez se limita a presentarlo como «quien haya sido uno de los principales dirigentes de la Liga de los Comunistas de Yugoeslavia» (Sánchez 1959: 51). La crítica de la élite del partido parece afectar casi personalmente a Federico Sánchez, quien no ahorra adjetivos para atacar personalmente a Milovan Djilas: «exacerbado resentimiento de renegado» (Sánchez 1959: 53), «océano de contradicciones lógicas, que bien pueden ser síntomas de enajenación mental o senilidad precoz del revisionista yugoeslavo» (Sánchez 1959: 54), por citar sólo dos de ellas.

En conclusión, los artículos doctrinales de Federico Sánchez niegan la legitimidad, no sólo de cualquier filosofía ajena al marxismo, sino también de todo discurso marxista distinto al ideario oficial.

Hemos observado cómo la existencia de solapamientos en el relato colectivo que Sánchez presenta, según el género de sus artículos, afectan a distintos ámbitos. Desde el empleo desigual de mecanismos persuasivos, hasta aspectos estructurales o la presentación de relatos redentores diversos. No obstante, estas diferencias pueden presentarse también directamente en el plano del contenido.

Así, en 1956, Sánchez, fruto de su experiencia en la lucha política, defiende que «hay que estar muy atentos a todas las formas de organización y de lucha que surjan espontáneamente en la masa estudiantil, para apoyarse en ellas sin dogmatismos preconcebidos y desarrollarlas políticamente» (Sánchez 1956b: 8). No obstante, dos años después, en uno de sus artículos doctrinales, manteniéndose la misma estrategia en la lucha universitaria, propone una pequeña guía en la que «podrían sintetizarse así cuatro de las condiciones básicas que garantizan la fidelidad al espíritu del marxismo» (Sánchez 1958a: 32), cuyo último punto y «corolario» es, precisamente, la «lucha contra el culto a la espontaneidad del movimiento obrero […] íntimamente vinculado a las concepciones vulgares, antidialécticas, del desarrollo histórico» (Sánchez 1958a: 33).

La escritura de Sánchez refleja así, también en el plano semántico, el desgaje de dos relatos identitarios paralelos cuyas contradicciones, no obstante, coexisten con naturalidad. Algo que se explica, precisamente, teniendo en cuenta la plena conciencia de la labor propagandística de Sánchez, que produce simultáneamente un discurso externo, atractivo y proselitista, y otro interno, cuya función es el adoctrinamiento de un lector ganado de antemano y la cohesión identitaria del grupo. Un discurso, en definitiva, no-inocente, una de cuyas últimas manifestaciones refleja especularmente sus claves. Así, al criticar los atajos retóricos de un documento del PCCh, Sánchez revela los propios:

Se trata, además, de una cuestión fundamental, lo cual exige abordarla como tal, o sea, con seriedad, con rigor. Todo esto implica que se tengan en cuenta una serie de normas metodológicas, para que haya realmente discusión y ésta sea rigurosa […] La primera norma concierne al nivel de claridad exigible en toda discusión teórica. […] La segunda norma concierne al rigor imprescindible en la crítica de las posiciones que se consideran erróneas. Rigor en la crítica quiere decir, ante todo, que se discuten las posiciones reales de este o aquel partido, y no posiciones deformadas, caricaturales, fáciles de rebatir en una esgrima verbal, escolástica. (Sánchez 1963a: 16)

A modo de conclusión: El donoso escrutinio

La Autobiografía de Federico Sánchez, presentada como un balance autocrítico de Federico Sánchez, nos proporciona una extensa autobiografía literaria de Jorge Semprún. No obstante, cuando se refiere a los artículos firmados con seudónimo, su mirada es muy escueta.1 Este material bibliográfico que, en principio, parecería el idóneo para fundar la base de la autocrítica finalmente no es abordado en la obra y las escasas referencias son, por lo general, circunstanciales. Esta perplejidad se acentúa si comparamos la autocitación de este periodo con la mirada de Semprún sobre el anterior y el posterior. Así, la reseña, cita y comentario de Jorge Semprún de la primera etapa de su escritura temprana es extensa en los comentarios, aunque también marcadamente parcial e incompleta. Por otra parte, la referencia de Semprún a su creación posterior (1963–1977) es casi exhaustiva.

El escrutinio literario de Semprún en Autobiografía de Federico Sánchez nos ofrece así un territorio relativamente estable para la verificación, tanto por sus confesiones como por sus silencios. La sobreexposición de las obras anteriores al seudónimo –en su gran mayoría inéditas– es lo que permite a Semprún presentar una aparente autocrítica, que en realidad es más bien un ejercicio, a ratos hiperbólico, de autoparodia, con el que Semprún pretende reforzar la imagen dudosa del intelectual estalinizado, que tan bien interpretó Pradera: «hay una falacia básica en el libro: Semprún se hace la autocrítica como intelectual ‘stalinizado’ (¿por qué no stalinista?), de la base, no como dirigente vinculado a las decisiones de la dirección del partido desde 1954 a 1963» (Pradera 1978: 16). Lo interesante aquí es observar cómo esta aparente pasividad oculta un plan activo de diálogo práctico con la jerarquía. Semprún omite los textos con una función prescriptiva, subrayando aquellos ligados a la disolución del yo, que ni son los más representativos de su poesía, ni fueron publicados. En este sentido, entre otras ausencias, las más notables son las de sus primeros artículos de crítica literaria y sobre todo el momento crucial y limítrofe –estamos en 1953, con un pie en España y en la nueva identidad– de ¡Libertad para 34 de Barcelona!.

Por otro lado, la exhaustividad minuciosa con que refiere su actividad como escritor tras la salida del partido perfila la imagen deseada del intelectual comprometido, disidente e insobornable que todos conocemos a través de su literatura.

Entremedias, y casi sin darnos cuenta, nos hemos perdido precisamente todo lo que escribió Federico Sánchez, que pasa casi inadvertido en ese libro escrito sobre él. Esto es: un trabajo intelectual preciso y consciente que culmina en un plan de largo alcance con el que Semprún / Sánchez finalmente conquista su autoridad como portavoz. Una labor sostenida sobre el cuidado de la adecuación al relato oficial, las servidumbres del poder y el desarrollo de una larga labor propagandística a distintos niveles, de la que tanto aprendió.

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