Kitabı oku: «¡Aquí mando yo!», sayfa 2
Por otra parte, si bien el grado de las capacidades cerebrales de los animales varía según la especie que analicemos (en los primates se encuentran rasgos más evolucionados que en otras especies), el hombre se libera del encierro temporal, deja de vivir permanentemente en el presente y es capaz de registrar su biografía (su pasado) y proyectarse hacia el futuro, lo que propicia la autoconciencia o conciencia personal.
Esta liberación del encierro en el aquí y el ahora se manifiesta, entre otras características específicamente humanas, en la capacidad de tratar las realidades como algo fuera de uno mismo, de planificar acciones y de prever sus consecuencias futuras adelantándose a ellas. Por eso el hombre es, en palabras de Mandela «el amo de mi destino, el capitán de mi alma».
2.4 Plasticidad del cerebro
Nuestro cerebro cambia y se forma con el tiempo, convirtiéndose en único. Hay dos etapas clave en este proceso, la infancia y la adolescencia, durante las que se forman gran parte de nuestros circuitos neuronales, aunque la estructura del cerebro nunca deje de desarrollarse. Es lo que llamamos «plasticidad neuronal», y una vez que somos conscientes de ella, somos capaces de intervenir en la formación de las conexiones neuronales para que actúen a nuestro favor: aquella respuesta automatizada que creamos en un momento en el que nos resultaba útil puede sernos un impedimento ahora o en el futuro. La persona tiene la facultad de identificarla y tomar la decisión de cambiarla: depende de si quiere o no actuar.
Como señalamos, el cerebro es especialmente plástico en la infancia, periodo en el que lo aprendemos casi todo, y también durante la adolescencia, años en los que, además de recibir una gran carga hormonal, nuestro cerebro aprende nuevos códigos de comportamiento. A partir de ahí, también ha de mantenerse flexible en cierta medida, y existen recursos específicos para lograr que así sea. Hay razones lógicas para que se vuelva menos flexible a medida que madura, ya que necesitamos más eficacia y estabilidad, pero siempre podremos modelarlo y conseguir nuestras metas: somos los responsables de hacerlo. Decir que usamos solo una parte de él y que no sabemos sacarle partido al resto no es más que un mito: cada uno consiente o impide que su cerebro incorpore nuevas neuronas a los circuitos y también que aparezcan y maduren nuevas neuronas desde los dos depósitos de células precursoras que almacena. Lo usamos todo, otra cosa es que unos consigan un mayor y mejor rendimiento que otros, según lo entrenen.
2.5 Control ejecutivo del cerebro
Nuestro cerebro tiene un sistema natural de recompensa que trabaja a través de mensajeros químicos y de múltiples conexiones neuronales. Este sistema está compuesto por cuatro vías que se activan por diferentes estímulos, y tres de esas cuatro vías utilizan la dopamina, la hormona del placer (la cuarta se sirve de la serotonina). La dopamina es el factor químico que se transmite como sensación de recompensa cuando cumplimos con nuestras necesidades o hacemos algo que nos agrada.
Este sistema de recompensa consta de varios elementos fundamentales, el núcleo accumbens y dos neurotransmisores: la dopamina, que procesa las emociones positivas, y el glutamato, que guarda la memoria de la conexión entre dos neuronas. Cuando conocemos y manejamos adecuadamente este circuito, somos capaces de poner en marcha nuestro cerebro ejecutivo y encontrar la automotivación necesaria para la acción, incluso abordando situaciones que en el momento no nos dan placer ni satisfacción. Si hemos traído a la memoria como recuerdo, a través de un ejercicio de reflexión, la visualización de la recompensa que conseguiremos en el futuro y que ya hemos simulado con anterioridad, somos capaces de ser fuertes y mantenernos firmes a pesar del displacer de lo que tenga que hacer hoy para llegar a la meta mañana. Este recurso lo utilizamos al inicio del libro para imaginarnos con el mando sobre nuestra vida y lo volveremos a tratar más adelante para hacer realidad proyectos y objetivos.
Esta posibilidad de traer el futuro al presente nos facilita la automotivación: el cerebro guarda la memoria emocional y la experiencia que hemos vivido al haber visto y sentido la recompensa, lo que nos facilita ponernos en marcha hoy y ahora, en lo concreto, para alcanzarla.
Es importante estar atentos a un dato relevante: las redes de castigo y recompensa no están del todo definidas en el cerebro, tienen prácticamente el mismo recorrido. Se activa el mismo sistema de recuerdo de un comportamiento que nos da placer o gusto, tanto si la actuación tiene como resultado final algo beneficioso para nosotros como si la consecuencia es perjudicial (como en el caso de las adicciones). Por eso hay que aprender a calibrar el riesgo y el beneficio de nuestras acciones y de los hábitos que adquirimos con ellas.
2.6 Factores de desestructuración del cerebro
En el crecimiento de nuestro cerebro, que comienza a las tres semanas de la gestación con la formación de las células nerviosas que se irán transformando en nuestras neuronas y continúa hasta los 20 o 25 años, hay tres principales factores de riesgo o desestructuración: el distrés (o estrés negativo), los traumas y las adicciones.
Distrés o estrés negativo. El estrés es una respuesta defensiva que nuestro cerebro activa necesariamente cuando percibe una amenaza. El estrés por tanto es bueno y necesario. Sin embargo, si la situación de estrés se prolonga o es muy intensa y no tenemos suficientes recursos para afrontarla o son circunstancias demasiado grandes, notamos la propia incapacidad psíquica para procesar esa realidad dura que nos es impuesta. No se trata de un reto en sí, sino de la constatación de nuestra impotencia ante la amenaza. Si esta situación es continuada, por un hecho real o porque nuestra mente lo construye, se vuelve distrés, que si dura en el tiempo o se hace crónico es tóxico y uno de los mayores enemigos de nuestras neuronas: en etapas tempranas, una situación muy estresante destruye parte de las neuronas del hipocampo, que son esenciales para el aprendizaje y la memoria.
¿Cómo es este proceso? La alostasis da respuesta a los desafíos y cambios, cuando hablamos de un «grado de estrés tolerable» nos referimos a experimentar eventos de vida estresantes con un mínimo de carga alostática, lo que logramos gracias a tener buenos recursos internos y apoyo externo. Sin embargo, con «estrés tóxico» nos referimos a situaciones en las que no hay éxito debido a la falta de competencias internas adecuadas, así como de apoyo externo. También puede basarse en una arquitectura neuronal inadecuada para manejar el estrés. La sobrecarga alostática se aplica a las situaciones de estrés tóxico en las que la desregulación fisiológica es probable que acelere el avance de la enfermedad. ¿Cómo reaccionamos ante una situación que nos angustia? Nuestro cerebro genera la hormona del cortisol, que debilita la comunicación en las sinapsis (las conexiones interneuronales), pudiendo acabar por anularlas. Un alto nivel de cortisol mantenido en nuestro organismo afecta negativamente tanto al cerebro como a la salud del resto del cuerpo.
La respuesta al estrés depende de la intensidad, la duración de la exposición al estresor y la etapa de la vida en que se dé en cada uno según su biografía.
El estrés afecta a:
1 La estructura de las neuronas de las áreas cerebrales implicadas en el control cognitivo y el autocontrol, modificando por tanto las conexiones entre dichas áreas.
2 La síntesis de nuevas neuronas: en una situación estresante se destruye parte de las neuronas recién creadas en el hipocampo, esenciales para el aprendizaje y la memoria.
De forma general, se constata que los hombres y las mujeres reaccionamos de forma inversa ante el distrés: mientras que los varones experimentan un fuerte impulso, las mujeres sufren rechazo, porque el cortisol bloquea la acción de la oxitocina (con frecuencia denominada «la hormona de la confianza») en el cerebro femenino.
Entre los recursos para el manejo del estrés están practicar deporte, ejercicios de relajación, dormir 7–8 horas, comer saludablemente y despacio, etc.
Me parece importante resaltar la conveniencia de entrenar a un poderoso aliado: el sentido del humor. Una carcajada beneficia a nuestro organismo, pues cambia los procesos internos, el cuerpo queda distendido y disminuye la concentración de cortisol liberado en la sangre, haciendo que descienda el nivel de adrenalina y que la tensión se relaje. El humor nos proporciona, además, un medio para relativizar los problemas cotidianos; produce momentos de gran liberación. Quien aprende a bromear con sus contratiempos en vez de encerrarse en su enojo, fomenta la creatividad y encuentra solución a los problemas con más facilidad. Tenemos la experiencia de estos beneficios a nivel personal y a nivel social. Ante situaciones difíciles surgen ejemplos admirables: chistes, memes, vídeos simpáticos que desdramatizan, aligeran el peso y nos conceden transitar con más ánimo y soltura en un momento social duro.
Los climas alegres y con humor facilitan el pensamiento lateral y dan antes con soluciones creativas. Si, por el contrario, generamos estrés y agobio a nuestro alrededor, las personas se bloquean y no rinden.
Trauma. El trauma disminuye la función prefrontal, hiperestimula la evaluación de lo negativo en la amígdala cerebral y reduce la actividad del hipocampo, lo que provoca un bloqueo de la memoria emocional. Sufrido en edades tempranas, conlleva diferencias individuales a través de la epigenética (los mecanismos que regulan la expresión de los genes, estableciendo la relación entre las influencias genéticas y ambientales) y de la arquitectura cerebral (que determina la capacidad posterior de adaptación flexible o de la falta de la misma). Así, el trauma afecta al circuito de control afectivo–cognitivo del cerebro social y a los vínculos de apego. Por ejemplo, los niños maltratados físicamente muestran alteraciones en el volumen orbitofrontal, relacionado con las tasas de estrés familiar y con un pobre rendimiento académico. Llegar a sufrir un trauma y lo que este termine suponiendo para nosotros puede expresarse en tres planos o etapas principales: 1) siempre depende del temperamento personal, de la predisposición heredada y del aprendizaje de cómo reaccionar ante una primera agresión, 2) la estructura de la agresión recibida explicará los daños provocados por ese primer golpe, bien se traduzcan en una herida o en una carencia; algo que se nos inflige o algo que se nos sustrae y 3) sin embargo, será la significación que ese golpe haya de adquirir más tarde en la historia personal de la víctima y en su contexto familiar y social lo que explique los devastadores efectos del segundo golpe, que será el que provocará el trauma. Cuando ya hay un trauma, la persona necesita de una atención médica o psicológica adecuada para superarlo y conviene no retrasarlo porque lo merece la calidad de vida que recupera.
En el apartado 5.1. Autocontrol leerás algunos recursos para afrontar situaciones que podrían llevar al trauma, pero que logran evitarse utilizando la actualización de la memoria emocional: cambio de enfoque en la experiencia para guardarla de nuevo con un contenido que amortigua o incluso impide el perjuicio.
Adicciones. Cuando alteramos el sistema natural de recompensa del control ejecutivo de nuestro cerebro con alguna adicción, estamos creando un aprendizaje con la secuencia de los pasos que hemos dado para conseguir el objetivo placentero. Estos pasos crean una memoria procedimental, una red de circuitos localizados en la base del cráneo. Es el mismo tipo de memoria que, por ejemplo, permite aprender a montar en bicicleta o patinar y recordar luego los movimientos, recuperándolos rápidamente de la memoria tras años de no hacerlo. En definitiva, al percibir de nuevo el estímulo, en el cerebro se promueve el recuerdo inconsciente asociado a la recompensa de esa actividad y despierta la información necesaria para conseguir el premio. Este proceso termina por modificar nuestras neuronas, puesto que el nuevo patrón de conexión interneuronal contiene memoria a largo plazo de la información emocional y del contexto relacionado con el consumo. Se llega a la necesidad del placer ligado al juego, al sexo, al generado por las sustancias adictivas o por las compras compulsivas. Se usa una vía de recompensa que no es controlada. Con el abuso, esto puede convertirse en algo incontrolable y obsesivo. Se pierde el control que ejercen los circuitos del lóbulo frontal que procesan las decisiones ante un estímulo gratificante. Al comparar un cerebro normal y uno adicto, por ejemplo por consumo de cocaína, se observa una disminución de la actividad de diversas áreas del cerebro, relacionada con que, poco a poco, se van modificando la estructura y la función del cerebro por la acción de los neurotransmisores, dopamina y glutamato. Los cambios en la liberación de glutamato durante el consumo producen modificaciones persistentes en la estructura neuronal de la corteza prefrontal y contribuyen a sus alteraciones funcionales. Así pues, una adicción provoca alteraciones de la conectividad entre las diversas áreas cerebrales implicadas en el control de la toma de decisiones. ¿Cuáles son las adicciones más comunes en nuestros días? Las drogas, el sexo, el alcohol, el juego e internet.
Cuando uno es aún capaz de decidir por sí mismo, decimos que puede estar en una situación de dependencia sin sufrir una desestructuración permanente, pero es un estado de gran peligro. La adicción es en sí una enfermedad que provoca la pérdida de libertad y encierra el comportamiento a automatismos de los que no se puede salir: es un bloqueo letal. Hoy en día dependemos de Internet para muchas cosas habituales, como conseguir acceso a la información o mantener contacto con personas que están lejos. Esto no va a destruir nuestro circuito natural de recompensa, pues siempre somos nosotros quienes decidimos, pero cuando hemos pasado a la adicción, por ejemplo, a las redes sociales o los juegos de rol o de otro estilo, la dependencia se transforma en necesidad, que afecta a la vida ordinaria, la necesidad se vuelve angustia y la angustia finalmente crea una adicción que puede dañar permanentemente nuestra estructura neuronal. Una droga blanda se dice que no parece que haga nada. Es un gran engaño, y más en la adolescencia: es el primer paso y casi siempre obedece a una falta de autocontrol, por lo que el peligro es inminente. Paro y Pienso y tengo la valentía de decir no o de huir si me veo sin fuerzas. Protegerse es una responsabilidad personal.
En boca de Don Quijote, un pensamiento sabio: «No huye el que se retira». Hacerlo a tiempo, añado, es valentía y buen juicio.
Vamos a profundizar algo más.
2.7 El circuito de recompensa del cerebro y cómo actúan en él las adicciones
En el sistema condicionado pavloviano característico de las adicciones, el sistema de recompensa se desconecta del control frontal por alteraciones cerebrales. Se elige de forma condicionada por un aprendizaje con recompensa. Guarda en la memoria procedimental el medio para alcanzar el objetivo. La decisión viene dada, no solo facilitada. Las conductas adictivas actúan sobre el cerebro por un mismo mecanismo: aumentan la concentración de dopamina y cambian el tiempo que esta permanece en él. Generan trastornos psíquicos por la necesidad de consumir más para mantener la sensación, y esta necesidad termina invadiendo todas las esferas, reduciendo el interés hacia lo que había formado parte de la vida del sujeto.
El interruptor ¡para y piensa! lo lleva a cabo el triángulo de neuronas de la corteza prefrontal con capacidad de frenado, pero en la adicción se rompe y automatiza. Toda adicción rompe el equilibrio del sistema de recompensa y crea un automatismo y una trampa de memoria que pueden más que el control. La persona se enferma. Prácticamente, pierde su libertad. La trampa es el constructo de una memoria operativa que asocia algo externo a la recompensa.
La facultad de autocontrol es individual, si no la ejercitamos ya desde niños y aprendemos a aplazar las recompensas reflexionando sobre un logro futuro, es fácil ser débiles y tener menos recursos ante la adversidad o situaciones difíciles. No obstante, hay que pensar que si otros lo consiguen, yo también puedo, y que si otros se han recuperado, yo también puedo; siempre y cuando cambie los actos y los hábitos por otros adecuados y saludables.
3. Antropología de la persona
Desde el punto de vista de la filosofía antropológica, solo la existencia del espíritu humano lo hace capaz de hacer filosofía y lo hace ser persona. Una visión completa del hombre supone la existencia de una realidad inmaterial y personal propia de cada individuo por la que este puede alcanzar su plenitud, unidad, totalidad y autonomía. La búsqueda de nuestro ser profundo, de la persona que somos, la hacemos todos y desde siempre, aunque, como decían los clásicos, «primum vivere deinde philosophari»; adictos, dependientes o necesariamente ocupados por la supervivencia, es muy difícil filosofar. No obstante, tenemos la experiencia de que necesitamos saber quiénes somos, así como de encontrar respuestas hondas.
La antropología resulta imprescindible en el proceso del autoconocimiento, puesto que establece jerarquías e interacciones entre lo que nos es dado por naturaleza, lo que conforma nuestro yo, lo que se constituye como nuestra dimensión espiritual y lo que cada uno puede descubrir como su verdadero sentido en la vida. El cerebro también nos hablaría de esta dimensión, denominada inteligencia espiritual (Zohar y Marshall, 2002; Torralba, 2010 y 2012). Esa inteligencia espiritual o trascendente es la que nos faculta entender el mundo, a los demás y a nosotros mismos desde una perspectiva más profunda y más llena de sentido, ya que nos ayuda a trascender el sufrimiento y a ver más allá de lo material, entrando en esa amplia e interconectada dimensión espiritual tan alejada del mundo tangible en el que habitualmente nos desenvolvemos. Por este motivo, muchos autores la consideran el tipo de inteligencia más elevada de todas. La inteligencia espiritual se refiere a la lucha humana por encontrar significado, visión, conocimiento espiritual y el valor.
3.1 Soy perfecto en mi imperfección
En este apartado entraremos analizando esa frase que me habréis oído decir en los entrenamientos: «¡Soy perfecta en mi imperfección!». Ser persona es algo sublime e integra cuerpo, psique y espíritu. Soy un ser personal y vengo a este mundo perfecto, con una parte espiritual que me trasciende y conecta y una mente y un cuerpo, este último común en su naturaleza al de todos los hombres y que es débil e imperfecto. ¡Pero ojo: no van mi cuerpo por un lado y mi espíritu por otro! Insisto: ese cuerpo diminuto en un espíritu insondable, ese ser que se ha de construir en el tiempo, misterioso y sorprendente, ese, completo e integrado en uno solo, ¡ese soy yo! ¡Como hago una cosa, hago todo! Cuido mi cuerpo y lo respeto porque mi cuerpo soy yo, cuido mi alma y la respeto porque mi alma soy yo y cuido mi espíritu porque ese soy yo. La parte espiritual me impulsa a ser mejor, a pesar de encontrarme a diario como humano con la experiencia de mi indigencia y necesidad.
A medida que pasa el tiempo y vamos creciendo, también lo hace nuestro cerebro, la mente se despierta y vamos aprendiendo del entorno. Se abre nuestra razón y se forja nuestra voluntad al compás de la educación que recibimos en la familia, en la escuela, con el influjo de los amigos, experiencias, los valores que nos inculcan y que cultivamos, etc.
Los humanos nacemos condicionados y estamos expuestos al entorno, pero, a diferencia de los animales, podemos decidir por nosotros mismos. Condicionados, sí; determinados, no. De alguna manera, nuestra capacidad de ser libres interiormente, del amor incondicional, la coexistencia con el otro y el afán de conocer y encontrar lo que es verdadero nos diferencia de todas las demás criaturas y nos hace únicos y misteriosamente insondables y sorpresivos. Condicionado o no, al final siempre soy yo el que decide, el que manda, consciente o inconscientemente. Por eso tomar las riendas y forjar el futuro es nuestra lidia y responsabilidad: eso es pasión por vivir.
Este concepto antropológico de la persona se inspira en los clásicos y en la interpretación que hago de algunos de los conceptos de Leonardo Polo, ilustre filósofo español de referencia internacional y reconocida autoridad mundial.
Empezando de abajo hacia arriba, la base es nuestra parte física, nuestro cuerpo, todo lo somático, lo heredado genéticamente que, dentro del propio plano, tiene sus jerarquías e interrelaciones. Es la única capa totalmente material y es compartida por todo el género humano. También es tipificable, es decir, tiene categorizaciones básicas, como hombre y mujer. Pero es común: la ciencia médica nos contempla como iguales. En esta primera capa nos encontramos las potencialidades que son nuestros sentidos. Los llamamos potencialidades porque sus funciones van más allá de la biología que los soporta: «Las facultades o potencias no se reducen a los órganos. Aunque existe una estrecha relación entre ambos, no hay que confundir el soporte orgánico de la facultad con la facultad entera. Así, por ejemplo, la facultad de la vista no se reduce al ojo (más el nervio óptico y parte del cerebro) o, si se quiere, la facultad no se agota en organizar los componentes somáticos de la visión (retina, córnea, bastoncitos, cristalino, uno de los pares craneales del bulbo raquídeo, etc.), sino que da para más. ¿Para qué? Precisamente, para tener la posibilidad de ver o no ver, según los casos. Pero el acto de ver no es retina, córnea, bastoncitos, cristalino, etc., ni la suma de todos esos componentes, porque el ver no se ve; esto es, no es corpóreo, físico o biofísico, mientras que tales elementos sí lo son».3
La siguiente capa, la inmediatamente superior, es la más estudiada y trabajada por la filosofía: la zona de la razón y la voluntad (en el lenguaje del filósofo español Leonardo Polo, la «esencia humana»). La interactuación entre razón (o inteligencia) y voluntad es permanente y nunca dejamos de desarrollar ambas. Es en este estrato, en la continua relación entre la potencia de la razón y la potencia de la voluntad, en el que creamos lo que la psicología moderna denomina el «Yo», la autoconciencia. La razón, como un cuaderno, comienza vacía, pues nadie nace conociendo ninguna ciencia empírica. En cuanto a la voluntad, que los filósofos llaman «potencia pasiva», también nace a cero, dispuesta a desarrollarse. Estos dos procesos de crecimiento interactúan generando lo que los clásicos denominaban «sindéresis», o capacidad natural para juzgar. Como potencias inmateriales que son, la razón y la voluntad son activadas por esa capacidad, por el «Yo», al que van modelando poco a poco. La inteligencia y la voluntad no están en la cabeza, no tienen un soporte orgánico, son inmateriales. Cuando los mecanismos de la memoria y la imaginación, entre otros, ya se han formado suficientemente en la infancia, son los encargados de activar tanto la razón como la voluntad. Este estrato también es común a todos, si bien también es tipificable en grupos y subgrupos, pero todos tenemos inteligencia y voluntad, las desarrollemos como las desarrollemos y las dediquemos a lo que las dediquemos, y son a las que responden nuestras potencias físicas. «La escala jerárquica entre las potencias humanas tiene en la cúspide de la pirámide a la inteligencia y la voluntad. Todas las facultades sensibles están subordinadas a ellas, pues están en función de ellas. Hay que mantener, en consecuencia, que los sentidos y apetitos sensibles existen en el hombre no de modo enteramente independiente o autónomo, sino en función de la razón y la voluntad. En todas las potencias del alma humana se da, pues, un orden, y este lo marca la dependencia. Dependencia implica subordinación de las inferiores a las superiores, puesto que las superiores tienen en cuenta lo logrado por las inferiores y añaden más. ¿Más qué? Más conocimiento o más deseo, según las potencias de que se trate».4
El tercer estrato, por encima del que se configura el «Yo», también con niveles cognoscitivos, es el que conforma a cada persona. Las dos primeras capas, la naturaleza y la formada por inteligencia y voluntad, tienen muchas áreas comunes a todos: la medicina nos trata como iguales, las ciencias se nos aplican por igual a todos y los mecanismos de la razón y la voluntad también encuentran muchas coincidencias entre una persona y otra. Es decir, en las dos primeras franjas estamos hablando de asuntos iguales en todo el género humano, aunque obviamente donde más afinidades hay es en el cuerpo humano, en lo somático, con tipologías básicas. Las tipologías de la segunda zona son más variadas, son todas las maneras en las que el «Yo» influye sobre la inteligencia y la voluntad: en la medida en la que uno experimenta con los estudios, las aficiones, los deportes, etc., va desplegando un tipo psicológico distinto, una personalidad, pero aún con muchas afinidades con el grupo del resto de personas que se han ido caracterizando de manera parecida, pero esta tercera capa superior, la de cada persona, es individual e intransferible, pues entramos de lleno en nuestra dimensión espiritual. El ser personal integra las tres áreas, pero esta es la que lo hace único y digno en sí mismo no por lo que tiene o por lo que hace, sino por lo que es: SER PERSONAL.
Nos detenernos un momento en aclarar la terminología que estamos empleando: ¿por qué ni nuestra parte física ni nuestro «Yo» son la persona? Hemos visto que la naturaleza nos es común a todos, pero si alguien es manco o cojo o ciego o sordo…, nada de eso le hace menos persona que los demás, lo que nos constituye como persona no radica ahí. De igual manera, todos tenemos inteligencia y voluntad, por muchos grupos y subgrupos que podamos conformar según las fomentemos. Pero ¿es menos persona alguien con una incapacidad intelectual o simplemente con menos voluntad que otro? ¿O que haya perdido parte o toda esa capacidad tras un accidente? No, la inteligencia y la voluntad conforman el «Yo», pero el «Yo» tampoco es en sí la persona. Podemos tener taras en las dos primeras capas, pero la persona es perfecta en sí misma y digna de amor o al menos de respeto. ¡Somos perfectos en nuestra imperfección!
Dentro de esta capa superior, Leonardo Polo habla de 4 trascendentes (que encajan con nuestra experiencia): coexistencia, libertad, conocimiento y amor, pero ahora hablamos de nuestro mundo espiritual, lo que nos hace realmente únicos e increíblemente valiosos, así que saber que coexistimos no se refiere a la percepción de la razón, que nos dice que hay otros seres, sino a la conexión espiritual con el hecho mismo de existir y coexistir. Del mismo modo, el conocimiento no se refiere al saber de la inteligencia. La razón es como un foco de luz: con ella alumbramos el área de conocimiento que queremos adquirir y la estudiamos. Sin embargo, el conocimiento de la persona es una luz que alumbra nuestro interior y que tendría que ver con la sabiduría.
El verdadero saber es el personal, y cuando empezamos a bucear lo primero que percibimos es que nos sobrepasa, porque es un conocimiento superior que apunta hacia lo trascendental y que va más allá del conocimiento que se adquiere a través de los sentidos. A lo largo de la vida, la gran labor es esa búsqueda del conocer personal. La libertad es precisamente ese acto voluntario que se añade a la coexistencia y al conocimiento, no es si podemos hacer una cosa u otra, esa libertad espiritual tampoco sabe de restricciones. Por último, también somos libres en el amor, y este amor no se refiere al amor que nace de la voluntad del «Yo», al amor/necesidad o al amor/utilidad, por ejemplo, sino a un amor liberal, desinteresado y desbordante que se da y que permanece en el legado. Es en esta espiritualidad donde encontraremos el pleno y último significado de la persona. Este mundo espiritual es común a todos. Que todos seamos seres espirituales es algo diferente a nuestra religión.
Esta parte espiritual es en la que nos podemos apoyar para la mejora personal o de otros. Aun la persona con el peor comportamiento en el mundo es capaz en un momento concreto de hacer una donación heroica por otros de forma desinteresada. Es un misterio y a la vez una fuente de esperanza para creer en el ser humano. Es el segmento de dos centímetros infinitos que separan al hombre de la IA (inteligencia artificial).
3.2 Desde dónde trabajamos para alcanzar nuestra mejor versión
«De la realización de cada uno depende el destino de todos», Alejandro Magno.
Como iremos desgranando, nuestro trabajo consiste en interconectar todas las esferas de la persona para vivirlas de forma integrada y llegar a la plenitud antes, más y mejor. Entrenarnos desde la parte espiritual, que nos llena de seguridad y esperanza y nos impulsa a trascender el espacio y el tiempo, nos facilita poner empeño en el aprendizaje y el desaprendizaje desde el «Yo», y nos conduce a poseernos. Físicamente se suele traducir en más salud y serenidad. El dolor y lo costoso han cobrado un sentido y nos hacen capaces de manejar el estrés con éxito. Por eso, conocer cómo ser resilientes entrenando mente y cerebro nos confiere ser protagonistas de nuestra vida y crecer a pesar de las dificultades que, por otra parte, son el contexto habitual en el que nos desenvolvemos todos los seres de la tierra, ¡también los humanos!