Kitabı oku: «América ocupada», sayfa 10
Como resultado de la conservación y los fraudes descritos en esta sección, los mexicanos de Nuevo México perdieron 800 000 ha de tierras particulares y 700 000 de tierras comunales.
Los resentimientos de los mexicanos de Nuevo México contra los servicios forestales siguen siendo vehementes hasta hoy. Stan Steiner en La Raza: The Mexican Americans cita la denuncia que hace un habitante de Nuevo México contra el servicio forestal y el gobierno: “Nuestra pobreza es hechura y creación del gobierno de Estados Unidos… El problema del pobre es que el gobierno de Estados Unidos crea la pobreza en los pueblos”.18 La acusación se apoya en el hecho de que el gobierno federal posee el 34,9 por ciento de la tierra de Nuevo México, el gobierno estatal posee el 12 por ciento, mientras que las reservaciones indias federales poseen el 6,8 por ciento. Por lo tanto, los gobiernos federal y estatal unidos poseen el 53,7 por ciento de Nuevo México, y el servicio forestal controla un tercio de la tierra del estado.
La propiedad del gobierno sería deseable si manejara las tierras en beneficio de la mayoría, pero no ha sido este el caso. Los burócratas manejan la tierra como si fuese su propiedad particular, dando preferencia a los grandes intereses. Además, el servicio forestal cercó los bosques y los separó de los pueblos a que pertenecían. El mismo vecino de Nuevo México anteriormente citado por Steiner, se lamentaba: “Estamos casi en un campo de concentración. El Servicio Forestal está cercando todos los pueblos, de modo que en unos pocos años estaremos en un campo de concentración. En otras palabras, estamos oprimidos”.19 Resulta irónico que el gobierno de Estados Unidos, que apremió a las naciones latinoamericanas a reformar su política agraria para un reparto más equitativo de la tierra, esté por su parte despojando de la tierra a sus ciudadanos y poniéndola en manos de los modernos latifundistas.
Los forestales se defienden alegando que están haciendo lo que resulta mejor para la mayoría, y que se han concedido permisos para pastorear en los bosques nacionales. Esto es bastante retórico, puesto que los permisos de pastoreo han sido concedidos únicamente a los grandes criadores de ganado. De hecho, el gobierno ha desalentado sistemáticamente a los pequeños ganaderos elevando las cuotas de pastoreo, añadiendo nuevas cuotas y acortando la temporada de pastoreo. Esta política no es equitativa, puesto que en un tiempo la tierra perteneció a los pueblos de Nuevo México. Peter Nabokov escribe que la política gubernamental de Estados Unidos “está obligando [a los chicanos] a recibir la odiada bolsa parda de leche en polvo de la beneficencia. Como consecuencia de esto, los habitantes mexicanos de Nuevo México aún conservan el recuerdo “difícil de entender para un angloamericano, de que esta tierra era posesión de un pueblo español, que nunca tenía por qué haber sido vendida, sino que debía haber sido disfrutada y explotada por la comunidad”.20
Se propusieron soluciones improvisadas. Después de 1906 se concedieron permisos de pastoreo limitado en los bosques nacionales. Estaban codificados por el Acta de Pastoreo Taylor de 1934. Se concedían permisos a los ganaderos para pastorear en las tierras del gobierno de acuerdo con el número de cabezas que poseían, de modo que, naturalmente, los que poseían más recibían más. Los permisos no podían ser vendidos, pero sí traspasados cuando los propietarios vendían sus animales. Los grandes ganaderos formaban sus rebaños comprándoselos a los pequeños ganaderos.21 De esta manera los más débiles eran despojados y no podían volver a la cría de ovejas.
Un interesante epílogo al problema de la concesión de la tierra es que la mayor parte de los archivos que guardaban importantes documentos de Nuevo México fueron destruidos alrededor de 1870. La historia cuenta que el entonces gobernador William A. Pike quería ampliar sus oficinas, de modo que ordenó al bibliotecario que sacara todos los documentos de la habitación en que estaban. El bibliotecario vendió algunos de los documentos para papel de envolver y el resto fue a dar a la basura.22 Así valiosos documentos que podían haber arrojado alguna luz sobre las demandas de tierras fueron destruidos en beneficio de los inescrupulosos acaparadores de tierras. Los verdaderos motivos de la acción de Pike se desconocen. Muchos lo acusaron de haber destruido los documentos intencionalmente porque estaba implicado en el infame “Círculo Santa Fe” que defraudó a los chicanos por millones de ha de tierra. Otros dijeron que fue una burda equivocación. Otros opinan que fue simplemente un acto estúpido.
Muy relacionada con la difícil situación económica de los chicanos está su exclusión política. Hasta 1912, el gobierno federal designaba al gobernador, y este era frecuentemente un títere designado con el apoyo de la maquinaria política de Nuevo México. Los angloamericanos poseían el control de los departamentos clave. En la legislatura del estado eran mayoría los chicanos, pero con gran frecuencia estaban controlados por la oligarquía angloamericana. A pesar de esto, persiste el mito de la “autodeterminación hispanoamericana”.
Sin duda, Nuevo México ha producido más líderes chicanos de reputación nacional que cualquier otro estado del suroeste. Nuevo México ha tenido dos gobernadores de extracción mexicana (pero ambos duraron menos de un año en su cargo). Además, el estado ha tenido tres senadores chicanos y gran número de diputados, mayores, jueces y otros empleados menores. Algunos habitantes de Nuevo México señalan estos hechos para probar que tienen mayor autodeterminación y más triunfos políticos que sus iguales en otras partes. Muchos atribuyen estos éxitos a la sutileza política –su habilidad para manejar las reglas del juego angloamericano– de los mexicanos de Nuevo México. Sin embargo, este éxito no es sorprendente, considerando que son mayoría en el estado. Durante la década de 1850 la población de Nuevo México se estimaba en 60 000 habitantes, la mayor parte de la cual era mexicana. La calidad de la representación es discutible, porque la mayoría de los representantes elegidos sirvieron por merced del círculo de poder angloamericano y apoyaban su dominio colonial. Hubiera sido imposible para los colonizadores conservar el control de tantos mexicanos insatisfechos si los propios líderes de estos no hubieran estado interesados en el gobierno. Por otra parte, esta falsa representación hacía pensar a muchos chicanos que “no es el gobierno, sino nuestros propios líderes los que nos explotan”. Además, los chicanos que desempeñaban cargos públicos podían ser mostrados ante los otros como ejemplos a seguir, y las ocasionales protestas de estos representantes a favor suyo, servían para apaciguarlos. El hecho, sin embargo, es que la pobre actuación de los representantes mexicanos facilitó la usurpación de las tierras. Si los ciudadanos de Nuevo México hubieran ejercido una real autodeterminación, es poco probable que los hubiesen despojado de más de un millón y medio de hectáreas.
LA NORTEAMERICANIZACIÓN DE LA IGLESIA CATÓLICA
En sus discursos y escritos, Tijerina se ha referido ampliamente a los intentos de suprimir el idioma chicano, conservado a pesar de una concertada oposición, por la comunidad. En muchos pueblos de Nuevo México, sigue siendo la lengua básica, y esto simboliza su negativa a ser norteamericanizados. La reacción de los mexicanos no fue como la de otros grupos étnicos que, con el paso del tiempo, han olvidado su idioma y han tratado de “superar” a los angloamericanos en su modo de vida. En el caso de los norafricanos y asiáticos, las instituciones religiosas sirvieron de influencia consolidadora, con frecuencia estaban formadas exclusivamente por los colonizados. La iglesia era un lugar donde las personas se congregaban y daban rienda suelta a sus agravios, lo que constituía un punto de partida de la resistencia organizada. La misión religiosa de las iglesias se convirtió en una misión para mejorar la calidad de la vida de su congregación, y gradualmente comenzó a verse envuelta en la acción social.
La Iglesia católica romana era la más importante entre los habitantes de Nuevo México: alcanzaba a las masas en la forma más directa, permaneciendo a su lado desde la cuna hasta la tumba. No obstante, al revés de lo que ocurría con el clero irlandés que proporcionaba un apoyo unificador a sus congregaciones cuando los irlandeses-norteamericanos se enfrentaban a la represión en el este de Estados Unidos, el clero de Nuevo México se convirtió en un aliado pasivo del Estado. Inmediatamente después de la ocupación, la Iglesia se limitó a atender estrictamente las necesidades espirituales de sus feligreses. Salvo raras excepciones, no volvió a defender los derechos de los pobres. Por el contrario, trabajó para norteamericanizar al pueblo de Nuevo México, mientras que antes de la conquista, había participado activamente en su defensa.
Después de 1850, el control de la Iglesia pasó de los mexicanos a la jerarquía angloamericana. Era un clero extranjero más ligado al círculo de poder y a unos cuantos angloamericanos que a las masas populares. En realidad, se convirtió en agente pacificador, incitando a los mexicanos a aceptar la ocupación. Puede alegarse que estas conclusiones no son justas, puesto que la Iglesia era responsable ante Roma y no ante Washington, D.C.; también podría alegarse que se tomaron medidas para contrarrestar las corrientes anticatólicas existentes en Angloamérica durante ese periodo. Tal vez esto sea cierto. Sin embargo, hay que aclarar si la responsabilidad primordial de los sacerdotes y obispos –por encima de los intereses de Roma, las vicisitudes de la política y economía nacionales o la construcción de imponentes edificios– no es hacia Dios y aquellos hechos a su imagen y semejanza.
Antes y durante los años de la ocupación de Nuevo México, vivió un hombre que servía al pueblo como verdadero siervo de Dios. Su devoción a la Iglesia católica era profunda y constante, pero veía en ella una institución para beneficio –no para la esclavización– de la humanidad. El padre Antonio José Martínez fue una de las figuras más importantes de la historia de Nuevo México, así como una de las más amadas. Aunque criticado por no ser célibe, pues tuvo numerosas concubinas y varios hijos, su valerosa defensa y la lealtad con que sirvió a los humildes de Nuevo México reducen esas críticas a un nivel trivial.
El “cura de Taos”, como era conocido, nació en Abiauir, en el condado de río Arriba, el 7 de enero de 1793. Se casó en 1812 y tuvo una hija, pero cuando murió su mujer tomó los hábitos y fue ordenado en 1822. Su hija, Luz, murió en 1825.23 En 1824 Martínez se hizo cargo de la parroquia de Taos, donde dos años después estableció un seminario. Esta escuela aumentó la influencia de Martínez sobre los sacerdotes de Nuevo México que se ordenaban en la institución, convirtiéndose en grandes partidarios de su filosofía. Enseñaba gramática, retórica, teología, y leyes. De 1830 a 1836 fue miembro de la Asamblea Departamental. En 1835 comenzó a publicar un periódico llamado El Crepúsculo. También escribió y publicó libros y folletos. Durante este periodo adquirió una actitud progresivamente religiosa, negándose a aceptar diezmos de los pobres y oponiéndose a las grandes concesiones de tierras, alegando que la tierra debía pertenecer al pueblo.24
Después de la ocupación angloamericana, Martínez continuó su actividad y se vio envuelto en el primer movimiento de liberación. Sirvió en la legislatura desde 1851 hasta 1853. Conocido como luchador tanto contra la Iglesia como contra el Estado, criticaba a la Iglesia por “su política de permitir al clero exigir diezmos y cuotas excesivas y opresivas por los matrimonios, funerales y servicios similares”.25
Sin embargo, en 1851, la filosofía del padre Martínez, liberal y orientada hacia el pueblo, encontró un obstáculo con la llegada de un nuevo vicario general a Nuevo México. Fray J. B. Lamy, aunque francés de nacimiento, pertenecía a la diócesis de Baltimore. A mediados de la década de 1850, fue designado obispo.26 Sus partidarios proclamaban que él había revitalizado la religión fundando escuelas, construyendo iglesias y aumentando el número de sacerdotes de su diócesis de 10 a 37.27 No obstante, sus críticos alegaban que había hecho todo eso a un costo enorme, y lo condenaban por no hablar contra las injusticias padecidas por el pueblo. Esto no debe sorprendernos, puesto que Lamy mantenía excelentes relaciones con los dirigentes angloamericanos y era amigo íntimo de Kit Carson, que era detestado por su explotación de los mexicanos. Poco después de la llegada de Lamy, estalló una lucha por el poder entre él y el clero mexicano, gran parte del cual estaba formado por los exdiscípulos de Martínez. Surgió el tema del celibato, pero el desacuerdo más importante tenía que ver con la intervención del clero mexicano en cuestiones temporales, especialmente su actuación como abogado del pueblo.
Al principio, Martínez evitó un enfrentamiento directo con Lamy, permaneciendo silencioso aun cuando sus amigos más cercanos eran excomulgados. Sin embargo, gradualmente los adictos de Lamy fueron haciéndose más molestos. Finalmente, cuando envió una carta a todos los párrocos insistiendo en que los sacerdotes exigieran diezmos y primicias, y recomendándoles negar los sacramentos a quienes no pagaran, Martínez se rebeló. Consideraba inmoral recibir dinero de los pobres. Finalmente, Lamy excomulgó a Martínez, pero el sacerdote desafió al obispo, sin dejar de administrar los sacramentos hasta su muerte, en 1867. Otros sacerdotes mexicanos prosiguieron su tarea. Los sacerdotes angloamericanos no intervinieron en la misión de ayuda material de los mexicanos. Por el contrario, cooperaron con los angloamericanos en la norteamericanización de los habitantes de Nuevo México para hacerles aceptar la colonización.
LOS GRANDES LADRONES DE TIERRAS
Después de la conquista, Nuevo México atrajo a más oportunistas de los que podía soportar. Muchos eran burócratas profesionales especialistas en manipular las cuestiones de gobierno y de leyes. De hecho, en la década de 1880, “uno de cada diez angloamericanos de Nuevo México era abogado”.28 Durante la ocupación, estas aves de rapiña dominaron completamente el gobierno, utilizando sus poderes para robar la tierra del pueblo. Para facilitar estos robos formaban pequeñas organizaciones políticas, semejantes a las máquinas políticas del este de Estados Unidos. La mayoría de estos grupos estaban asociados y dependían del Círculo de Santa Fe, al que Carey McWilliams describía como “un grupo pequeño, compacto de banqueros, abogados, negociantes y políticos anglonorteamericanos que dominaban el territorio por medio de sus lazos con los ricos, quienes a su vez controlaban los votos de la gente de habla española”.29 Esta red tejida por el círculo hacía palidecer a sus semejantes del este.
Los líderes eran Thomas B. Catron, Stephen B. Elkins y Le Barón Bradford Prince, todos ellos republicanos prominentes. Cierto número de demócratas, así como de mexicanos ricos de Nuevo México, también eran miembros del círculo. El círculo controlaba al gobernador y a la mayor parte de los empleados gubernamentales del estado. Además, estaba apoyado por Max Frost, director editorial del New Mexican, el periódico más influyente del territorio: “Frost, que en cierto momento de su carrera fue inculpado en una acusación por fraude de tierras, actuaba como representante periodístico del círculo, utilizando efectivamente la prensa para desacreditar a los enemigos del círculo y para situar sus actividades a la luz más favorable”.30 En este breve espacio sería imposible estudiar la red del círculo en toda su extensión, pero será esclarecedora una breve descripción de sus principales líderes.
Thomas B. Catron era el líder titular del círculo, su hombre clave, y el cerebro organizador de las operaciones en Nuevo México. Llegó a Nuevo México a fines de la década de 1860, logrando el cargo de procurador general de Estados Unidos para el territorio. “Durante su vida en Nuevo México, Catron llegó a ser el más poderoso de todo el territorio. Litigando concesiones de tierras o comprándolas, adquirió más de medio millón de ha”. 31
Stephen Elkins, íntimo amigo de Catron, llegó a Nuevo México en 1863. Era abogado y, desde 1871, presidente del Banco First National de Santa Fe. Representaba los intereses del círculo en Washington, D. C., llegando a ser delegado ante el Congreso de Estados Unidos, y posteriormente, secretario de la Guerra bajo el presidente Benjamín Harrison.32 En 1884, fue nombrado presidente del comité ejecutivo del Comité Nacional Republicano.
Le Barón Bradford Prince provenía de Nueva York, donde había adquirido experiencia en maniobras políticas. Tenía poderosos amigos en Washington, D. C., y le fue ofrecida la gubernatura de Nuevo México, en 1879. Posteriormente, en la década de 1890, fue nombrado gobernador. El gobernador Edmund Ross, designado por el presidente Grover Cleveland, describió la estructura e influencia del círculo: “A partir del círculo de concesión de tierras surgieron otros círculos a medida que aumentaban las oportunidades de especulación y despojo. Círculos ganaderos, círculos para el robo de las tierras comunales, círculos mineros, círculos del tesoro, y círculos de todos los tipos imaginables, hasta que los asuntos del territorio llegaron a ser manejados casi exclusivamente por el interés y para el beneficio de grupos organizados y encabezados por unos pocos astutos, ambiciosos e inescrupulosos norteamericanos”.33
Una de las tretas más infames del círculo fue adquirir la Concesión de tierras Maxwell, que antes había sido la Concesión Beaubien-Miranda, otorgada a los concesionarios en 1841. Cuando dos años más tarde, los partidos exigieron la ejecución, fray Martínez se opuso alegando que parte de la concesión pertenecía al pueblo de Taos.34 Durante los años siguientes, otros grupos reclamaron partes de la Concesión Beaubien-Miranda: indios, agricultores arrendatarios mexicanos, pueblos y colonos usurpadores angloamericanos.
Lucien Maxwell era yerno de uno de los concesionarios originales, Charles Beaubien. En 1858, Maxwell compró la parte Guadalupe Miranda de la concesión, así como un lote de la parte perteneciente a su suegro. Algunos años más tarde, cuando el suegro murió, Maxwell siguió comprando otros más. Su desembolso total no fue superior a 50 000 dólares. En 1868, Maxwell vendió su concesión a una asociación británico-holandesa.35 La venta creó problemas porque cierto número de arrendatarios vivía en la propiedad. Otra complicación fue que Maxwell no sabía la extensión de tierra incluida en la concesión. Después de tomar posesión de la Concesión de tierras Maxwell, la asociación británico-holandesa se vio en muchos problemas. En 1867-68 se descubrió oro en la concesión, lo que atrajo muchos gambusinos. Más tarde, cuando se supo que el gobierno federal había hecho una reclamación sobre una parte de la Concesión Maxwell para establecer una reservación y un parque, muchos colonos ilegales se establecieron en las tierras, creyendo que pasarían a ser de dominio público y que la ley de Estados Unidos les daría derecho a establecerse en ellas. Finalmente, la asociación británico-holandesa vendió la concesión al Círculo de Santa Fe (o se fusionó con este), lo que permitió expulsar a los colonos ilegales. Lucien Maxwell calculaba la extensión de la concesión entre 13 000 y 39 430 ha pero una vez que el círculo logró controlar la asociación británico-holandesa, la concesión fue aumentada a 700 000 ha.36 Los residentes del condado de Colfax empezaron a sentir temor a medida que los límites de la concesión avanzaban amenazando engullir incluso las tierras cuyos propietarios poseían títulos legales. En muchas ocasiones estallaron conflictos. Por ejemplo, el 14 de septiembre de 1875, T. J. Tolby, ministro metodista y conocido opositor del círculo fue asesinado. Cruz Vega, mexicano y alguacil del distrito Cimarrón, fue acusado del crimen; aunque negó haber participado en aquél, fue linchado. Los vigilantes creyeron que había sido contratado por el círculo. Pero según algunas fuentes, el linchamiento parece haber tenido características raciales, y los vigilantes se aprovecharon de la situación para conseguirse un meskin.37 La consecuencia del asesinato y el linchamiento fue que se desencadenó un estado de guerra general en el condado de Colfax, que provocó mayor número de muertes que durante la guerra del condado de Lincoln.38 El caso Maxwell terminó yendo a las cortes que estaban controladas por el círculo.
Mientras duró esta violencia, el grupo de Santa Fe continuó su ininterrumpido avance para lograr el control de la tierra mediante manipulaciones de la ley. Influyó sobre la legislatura territorial consiguiendo una legislación que “autorizaba a las cortes a repartir concesiones o a ponerlas en venta, aun cuando fuera el más pequeño de los propietarios quien solicitara esa acción. Otra ley territorial, promulgada en enero de 1876, anexó el condado de Colfax al de Taos por razones políticas durante por lo menos dos periodos legales”.39 Así, donde el círculo poseía algún terreno, aunque solo fuese un terreno pequeño, podía forzar una venta; y puesto que el círculo también controlaba a los jueces de Taos, la anexión representaba un gran beneficio. Durante este periodo el círculo recibió la cooperación de los gobernadores designados, que rehusaron intervenir a pesar del gran derramamiento de sangre. Además, cuando el gobierno deslindó las tierras de la concesión Maxwell, John T. Elkins, hermano de Stephen B. Elkins, fue uno de los supervisores. Finalmente, el 18 de abril de 1887, la Corte Suprema de Estados Unidos llegó a una decisión que desatendía completamente los derechos de los indígenas nativo-americanos, los mexicanos y los colonos ilegales. Falló a favor de la Compañía Maxwell40 (entonces en poder del círculo), desposeyendo así a los arrendatarios indígenas nativo-americanos y mexicanos (los cuales habían vivido en las tierras incluidas en la concesión hasta la llegada de los usurpadores), y poniendo de este modo fin a una era.
LA GUERRA DEL CONDADO DE LINCOLN
La guerra del condado de Lincoln fue semejante en sus orígenes a los conflictos del condado de Colfax. La lucha fue difícil e involucró al Círculo de Santa Fe, pero centrándose sobre todo en un círculo más pequeño y en un grupo de enemigos. Los bloques de poder en esta rivalidad, que dominó la década de 1870, estaban encabezados por angloamericanos: uno republicano y uno demócrata. Los perdedores, como siempre, fueron los pobres: principalmente los ovejeros y granjeros mexicanos.
El condado de Lincoln estaba en las llanuras de Nuevo México, y contrariamente a los mitos perpetrados por historiadores como Walter Prescott Webb en su libro The Great Plains, los mexicanos se habían establecido en esa zona. Antes de 1870, cuando los angloamericanos comenzaron a llegar en gran número, los mexicanos ya habían establecido pueblos y granjas en el condado. Charles L. Kenner, en A History of New Mexican-Plains Indian Relations,41 demuestra el hecho de que el chicano era un llanero de primera categoría e, incidentalmente, destruye el mito del mexicano cobarde: “Al combatir a los comanches, los habitantes de Nuevo México, cuando eran bien dirigidos y adecuadamente armados, eran más que capaces de defender lo suyo. Si hubieran sido tan pusilánimes y cobardes como han declarado tantos angloamericanos, su provincia nunca hubiera soportado dos siglos de continuos ataques indios”.42
Los mexicanos pastoreaban ovejas en terrenos comunales, costumbre que incomodaba a los aventureros angloamericanos que se habían infiltrado en el condado de Lincoln. Los angloamericanos no solo querían la tierra para pastorear su ganado, sino que querían el dominio de toda la zona. Durante la década de 1870, la ciudad principal era Lincoln, el antiguo pueblo mexicano de La Placita.
La guerra del condado de Lincoln (1876-78) ha sido definida frecuentemente como una guerra de ganaderos o una guerra de linderos en la que el conflicto se habría originado por cuestiones de ganado o problemas de deslinde. Algunos historiadores, por su parte, han limitado su alcance al de una enemistad personal. Robert N. Mullin, responsible de la edición de History of the Lincoln County War de Maurice Garland Fulton aclaró este punto, escribiendo:
La guerra del condado de Lincoln fue esencialmente una lucha por el poder económico. En una tierra en la que las operaciones al contado eran raras, los contratos federales para el abastecimiento (principalmente de carne de vaca) de los puestos militares y las reservaciones indias resultaban una codiciada presa. Desde los primeros años de la década de 1870, Laurence Gustave Murphy había sido subcontratista en el condado de Lincoln para William Rosenthal y la camarilla política de Santa Fe que disfrutaba un casi monopolio suministrando carne al gobierno, aunque ni Rosenthal ni el propio Murphy criaban o poseían ganado en número suficiente como para ello. Estos sufrían la competencia de John H. Chisum, dueño de los mayores rebaños del territorio, que se negaba a hacer negocios a través de Rosenthal, y se empeñaba en obtener directamente los contratos de carne. De esta forma comenzó la lucha de Chisum contra Murphy, sus sucesores y quienes lo apoyaban en Santa Fe, lucha que dio origen a la guerra del condado de Lincoln.43
Para los mexicanos, sin embargo, la única significación de la guerra del condado de Lincoln fue su efecto sobre las personas: el total desprecio a la vida.
Inmediatamente después de la llegada de los angloamericanos, el condado de Lincoln se convirtió en el paraíso de los perseguidos por la justicia. Elementos destructivos de Texas se expandieron por todo Nuevo México. El grupo de Murphy, encabezado por Laurence Gustave Murphy, el subcontratista para el abastecimiento de carne del Círculo de Santa Fe, propició este estado de anarquía contratando gángsters angloamericanos para impulsar su negocio de abastecimiento de carne, infestando así el territorio de hombres a los que les preocupaba muy poco la ley o la vida, especialmente la vida mexicana.
Una banda de malhechores, el clan Harrell, llegó a Lincoln en 1873 y empezó a buscar diversión molestando a los ciudadanos. Cuando el alguacil Juan Martínez trató de reprimirlos, se produjo un combate a tiros en el que murieron tres de los bandidos y el alguacil Martínez. Los malhechores vengaron la muerte de sus amigos atacando la ciudad y disparando indiscriminadamente contra un grupo de personas que asistían a un baile. Murieron cuatro mexicanos. Aunque finalmente las tropas ahuyentaron a los Harrell fuera del condado, por el camino mataron a José Haskell porque su mujer era mexicana. Cuando cabalgaban hacia Texas, Ben Turner, miembro de la banda, recibió un balazo disparado por algún emboscado y se produjo otra balacera en la que resultaron muertos cinco cargadores mexicanos.
En el juego por el poder entre el grupo de Murphy, que controlaba a los políticos del partido republicano de Lincoln, y John H. Chisum, representante de los demócratas, Juan Patrón surgió como líder de los mexicanos. Su padre había sido asesinado por el clan Harrell. Patrón, originario de La Placita, nació en 1855, asistió a la escuela parroquial de Nuevo México y terminó sus estudios en la Universidad de Notre Dame, en Indiana. Sus amigos lo describen como “honrado, estudioso y trabajador”.44 En 1878, fue nombrado delegado ante el congreso del estado, donde los diputados lo eligieron representante de ese cuerpo. También ejerció, gratuitamente, como único maestro de escuela de la ciudad.
La aparición de Patrón ya como líder comenzó en 1875, cuando tenía el empleo de escribiente en el tribunal encargado de la comprobación de los testamentos. John Copeland, un ranchero anglo y su vecino, John Riley, miembro del clan Murphy, acusaron a dos trabajadores mexicanos (que habían huido a causa de las amenazas de Copeland), de haber robado propiedades de sus ranchos. Los persiguieron, mataron a uno y capturaron al otro. Decidieron llevar al mexicano prisionero a Fort Stanton, a siete millas de distancia, y estos cowboys, acostumbrados a cabalgar, emprendieron la marcha a pie con el prisionero delante de ellos. Cuando supuestamente el chicano inerme trató de escapar, los dos anglos le dispararon. Dieron su versión del incidente al juez Laurence Murphy, socio de Riley y líder del círculo Murphy, quien los absolvió.
Patrón investigó el incidente y concluyó que los hombres habían sido asesinados en el rancho y no, como se alegaba, en el camino. Su demanda de llevar a cabo una investigación a cargo de un gran jurado fue denegada. Decidido a no dejar sin castigo esta injusticia, Patrón, en su calidad de secretario del juzgado, firmó una orden de arresto contra Copeland y Riley, reclutó unos cuantos hombres y se dirigieron a caballo al rancho de Copeland. Allí encontraron a los dos hombres, los tomaron prisioneros y los interrogaron. Como llegaron a la conclusión de que los dos mexicanos habían sido asesinados a sangre fría, entre la comitiva había muchos que querían fusilar a los dos acusados, pero Patrón los calmó. Cuando llegaron las tropas del Fuerte Stanton (su ayuda había sido solicitada por uno de los amigos de Riley), el grupo dejó libres a los dos gringos. Riley entró en su casa, tomó un arma y le disparó a Patrón por la espalda. Los soldados arrestaron a los mexicanos. Patrón fue tomado prisionero y retenido en el hospital del puesto, donde permaneció en situación crítica durante algún tiempo. Aunque, a petición de John Riley, Patrón fue acusado, no compareció ante el tribunal. Se recuperó y se puso al frente de los mexicanos durante la guerra del condado de Lincoln.
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