Kitabı oku: «Pensar y sentir la naturaleza»
Ocampo Giraldo, Rodrigo Jesús
Pensar y sentir la naturaleza: ética ambiental y humanismo ecológico / Rodrigo Jesús Ocampo Giraldo.-- Primera edición.-- Cali: Programa Editorial Universidad Autónoma de Occidente, 2020. 160 páginas, ilustraciones.
Contiene referencias bibliográficas.
ISBN: 978-958-619-036-7
1. Ética del medio ambiente. 2. Humanismo ecológico. 3. Naturaleza. I. Universidad Autónoma de Occidente.
179.1- dc23
PENSAR Y SENTIR LA NATURALEZA
Ética Ambiental y Humanismo Ecológico
ISBN impreso: 978-958-619-036-7
ISBN epub: 978-958-619-037-4
ISBN pdf: 978-958-619-038-1
Primera edición, 2020
© Universidad Autónoma de Occidente
Km. 2 vía Cali-Jamundí, A.A. 2790, Cali,
Valle del Cauca, Colombia
Imagen de cubierta y guardas:
Beach at Cabasson (Baigne-Cul), 1891-1892
Henri Edmond Cross
© Public Domain Designation
Imágenes de entrada de capítulos:
Poppy Field (Giverny), 1890-1891
Claude Monet
© Public Domain Designation
The Poet’s Garden, 1888
Vincent van Gogh
© Public Domain Designation
Bordighera, 1884
Claude Monet
© Public Domain Designation
Pueden consultarse en:
https://www.artic.edu/collection
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Autores
© Rodrigo Jesús Ocampo Giraldo
Gestión Editorial
Director de Investigaciones y Desarrollo Tecnológico
Alexander García Dávalos
Jefe Programa Editorial
José Julián Serrano Q.
Coordinación Editorial
Pamela Montealegre Londoño
Corrección de Estilo
Luis Miguel Gallegol
Diagramación y Diseño
Claudia Patricia Rodríguez Ávila
Elaborado en Colombia
Made in Colombia
Personería jurídica, Res. No. 0618, de la Gobernación del Valle del Cauca, del 20 de febrero de 1970. Universidad Autónoma de Occidente, Res. No. 2766, del Ministerio de Educación Nacional, del 13 de noviembre de 2003. Acreditación Institucional de Alta Calidad, Res. No. 16740, del 24 de agosto de 2017, con vigencia hasta el 2021. Vigilada MinEducación.
Diseño epub:
Hipertexto – Netizen Digital Solutions
CONTENIDO
Introducción
CAPÍTULO I. Concepciones biocéntricas de la naturaleza: el respeto por lo viviente
CAPÍTULO II. Ética de la tierra y ética ecosistémica: reconocer la interdependencia
CAPÍTULO III. Emociones morales y virtudes ecológicas
CAPÍTULO IV. Ecología profunda y comunidad biótica
CAPÍTULO V. Ecologismo espiritualista y ética del encuentro
CAPÍTULO VI. Lógicas del cuidado y cultura ecológica
CAPÍTULO VII. Capacidades empáticas y pluralismo ético-ecológico
CAPÍTULO VIII. Comunidad moral y responsabilidad con seres no humanos
CAPÍTULO IX. Hacia un humanismo ecológico
ADENDA. Humanismo ecológico y disposiciones ético-afectivas
Bibliografía
Notas al pie
A mi esposa, Sandra Milena.
INTRODUCCIÓN
Un reto importante para el pensamiento ético, durante las últimas décadas, ha sido cómo justificar la inclusión de organismos y especies no humanas es la esfera de la consideración moral. Son múltiples los trabajos centrados en definir argumentos para dar cuenta de deberes, responsabilidades o compromisos hacia animales, bosques, ríos, mares y ecosistemas. Estos trabajos representan un grupo de concepciones ético-ambientales desde las cuales sustentar un sentido de la obligación ética en un ámbito de relaciones carentes de intersubjetividad y/o simetría. En este libro, a la par que se presentan algunas concepciones ético-ambientales, se intenta desarrollar un marco de comprensión posibilitador de encuentros y diálogos entre dichas concepciones.
Ante la contraposición de enfoques teóricos, se propone atender como puente comunicante la perspectiva de un humanismo ecológico, el cual se postula como una concepción mediadora frente a las tensiones entre posiciones antropocéntricas, biocéntricas y ecocéntricas. Tal humanismo es soportado en tres proposiciones: a) el interés moral por la naturaleza se asocia al despliegue del sentimiento moral, en tanto disposición del ánimo importante para explicar la motivación para atender el deber, el bienestar de otros y el cultivo de virtudes; b) este interés por un mundo no humano sigue un patrón analógico: el interés moral por atender las necesidades de florecimiento y la vulnerabilidad de plantas, animales y ecosistemas es análogo al interés moral por cuidar y velar por el desarrollo del animal humano y su comunidad ética; c) la consideración moral entre humanos y hacia organismos no humanos desborda una cuestión representacional de la asignación de estatus moral, fines, interdependencias o capacidades. En consecuencia, el humanismo ecológico implica una ética del encuentro, de lo relacional, cuyos contenidos son explicados en la confluencia del juicio y la intuición con la imaginación, y de los sentimientos de simpatía y benevolencia con los de justicia.
Frente a las éticas extensionistas que buscan adaptar concepciones éticas tradicionales, la ética del encuentro se configura desde una mirada humanista que parte del reconocimiento de disposiciones ético-afectivas para dar cuenta de la relación con organismos y macroorganismos no humanos, en un escenario global y pluricultural; construye una normatividad basada en el encuentro con animales no humanos y con la naturaleza; y reacciona al intento de elaborar éticas no antropocéntricas, basadas en nociones como las del valor intrínseco (absolutista) de la naturaleza y el igualitarismo biótico. Por su parte, la ética del encuentro es contextualista, crítico-social y afectivo-cognitiva. Valora el legado de las éticas modernas basadas en los sentimientos y los aportes de teísmos ecológicos, ecofeminismos y concepciones biocentristas en tanto que enuncian, de uno u otro modo, que toda ética es relacional y cobra sentido a partir del comportamiento y actitud asumidos en el encuentro con un otro.
Un escenario relacional asimétrico plantea el reto de ampliar los límites tradicionales de la consideración moral, no solo desarrollando razones por las cuales se aceptan deberes directos o indirectos hacia la naturaleza y los múltiples organismos, también explica los contenidos subjetivos presentes en el encuentro objetivable con lo diverso. El reconocimiento de los sentimientos y emociones contribuye, por ende, a dar cuenta de la autenticidad del cultivo de virtudes del cuidado y a explicar móviles moralmente vinculantes en la adopción de compromisos y responsabilidades. De esta manera, el humanismo ecológico parte de reconocer cómo los sentimientos de benevolencia y justicia dirigidos hacia expresiones de vida no humana, involucran experiencias ético-afectivas maduras y un amplio panorama emocional, desplegado primordialmente de forma contextual y relacional por el uso de la imaginación y del juicio analógico. Estos sentimientos constituyen, además, un terreno conceptual fértil para nutrir teorías éticas interesadas en extender las fronteras de la consideración moral y para aproximar, en un escenario de diálogo, concepciones distantes o contra-dictorias en términos de su fundamentación normativa o de sus intereses prácticos.
En síntesis, la consideración moral asociada a la experiencia ético-afectiva1, implica aceptar su extensión hacia la atención de animales, plantas y ecosistemas. En este sentido el animalismo2 y el ecologismo parten de un humanismo. La lectura de los organismos no humanos en clave de su vulnerabilidad y sus capacidades permite interpretar los biocentrismos de Goodpaster, Rolston y Taylor, y la ética de la Tierra de Leopold, rastreando dinámicas emocionales y sentimientos asociados a una consideración moral enfocada en interdependencias, en el equilibrio entre micro y macrosistemas, y en la relevancia de organismos en particular atendiendo a sus funciones vitales.
Lo anterior conduce a adoptar un juicio prudencial frente a la ecología profunda de Naess y el ecocentrismo sistémico de Callicott, ambos orientados por el valor central de los macrosistemas y la biosfera. En contraste, se argumenta a favor de la experiencia del encuentro con la naturaleza y se asume la relevancia de la vida de cada ser participante de un hábitat. El sentimiento de respeto se vincula aquí con la intuición de valorar las cualidades de cada organismo, en tanto parte de su constitución biológica para el florecimiento. Es por ello que se tata de conciliar las concepciones holistas de la naturaleza reconociendo la unidad y el equilibrio biótico planetario, junto con una ecología de la biodiversidad traducida en pluralidad de necesidades e intereses de organismos muchas veces en conflicto.
En los últimos capítulos se tienen en cuenta las lógicas de la consideración moral encaminadas a articular la ética del cuidado con el pensamiento ecologista. Se parte de pensar el cultivo de la sensibilidad ético-ecológica por medio del uso de narrativas tejidas en alusión a encuentros con un otro ajeno a la condición humana. Se perfilan, además, contrastes conceptuales y elementos de análisis cercanos entre enfoques ecofeministas y la perspectiva de un humanismo ecológico. Cuenta especialmente el intento de trazar un horizonte de diálogo entre concepciones ecológicas crítico-sociales interesadas en recuperar las capacidades empáticas y las emociones morales en la construcción de inclusión, justicia y solidaridad en el contexto de una comunidad biótica.
Finalmente se defiende la idea de un humanismo ecológico, basado en la recuperación de los sentimientos morales y estados emocionales, para pensar la ampliación de las fronteras de la consideración moral, buscando superar con ello una concepción restrictiva de su dinámica y objeto de interés dentro de los límites de la comunidad de agentes autónomos y racionales. También se anexa una adenda con el propósito de presentar de forma sintética los principales argumentos en contra de los alcances de la tradición de los sentimientos para pensar la consideración moral más allá de la comunidad ético-política. Se sostiene, frente a tales críticas, la perspectiva de las disposiciones ético-afectivas, al ser una concepción adecuada para asumir una ética del encuentro con la naturaleza.
Este trabajo tiene su germen en cursos de pregrado como “Desarrollo humano desde la sensibilidad ética y ecológica” y “Ética ambiental”, diseñados y ofertados en la Universidad Autónoma de Occidente a partir de los años 2005 y 2007 respectivamente. Elaboraciones conceptuales posteriores condujeron a elaborar un apartado sobre “Ética y cuidado de la vida” en el libro Aproximación a la Ética, publicado en 2012. Desde esta trayectoria reflexiva se presentó el proyecto “Fronteras de la consideración moral: disposiciones ético-afectivas y encuentro con la naturaleza”, en el marco del Doctorado en Filosofía de la Universidad de Antioquia. El presente libro recoge algunos apartados revisados y ajustados, resultado de dicha investigación, con el propósito de presentarlos de manera fluida a un público amplio.
Poppy Field (Giverny), 1890-1891
Claude Monet
© Public Domain Designation
Una manera de asumir estima y respeto por la naturaleza consiste en adoptar perspectivas biocéntricas inspiradas en una concepción teleológica de los organismos. En este capítulo se pretende mostrar cómo las concepciones biocéntricas pueden articularse con el cultivo de virtudes y de disposiciones ético-afectivas vinculantes en el contexto de una comunidad ecológica. Esta comunidad está configurada por una multiplicidad de organismos con bienes y fines particulares interdependientes. Se trata de bienes y fines que se significan moralmente al dinamizar en el ser humano disposiciones empáticas y sentidos de la responsabilidad, incluso hacia seres con características más allá de la animalidad.
De este modo, se apuesta por un marco de comprensión de la consideración moral hacia los animales no humanos, las plantas y los ecosistemas, articulado al despliegue de disposiciones ético-afectivas en función de la valoración de necesidades, intereses, bienes y capacidades sin limitarse a la cercanía cognitiva, biológica o social con la condición humana. Tal concepción ética, con un horizonte amplio de aplicación, parte de asumir positivamente el potencial humano para identificar un abanico de cualidades dignas de estima. A su vez, esto contribuye con el cultivo de virtudes pasivas (evitación de daño y maltrato) y activas (cuidado y protección) del carácter vinculadas con sentimientos de simpatía, benevolencia y justicia hacia organismos no humanos.
La perspectiva de Goodpaster
La consideración moral en función del cultivo de disposiciones empáticas y de virtudes del carácter se centra en atender el florecimiento, la vulnerabilidad y la necesidad. Esto se traduce en la valoración del despliegue de la vida de los organismos y en aceptar en ellos cualidades dignas de estima y respeto. Los enfoques biocéntricos coinciden con esta perspectiva al concebir la responsabilidad a partir de la estima de las variadas propiedades de un ser, sin restringirla a la expresión de elaborados procesos cognitivos o de experiencias de agrado y desagrado propios de los animales no humanos más evolucionados. No obstante, si el interés por cada organismo se adopta por su calidad de ser viviente, resulta imprescindible introducir un criterio diferenciador para discernir sobre cualidades específicas dignas de mayor o menor consideración, en caso, de conflictos asociados al desarrollo y bienestar de cada ser. De esta manera, una concepción amplia de la aplicabilidad de los sentimientos morales podría articularse con tales enfoques, presuponiendo la relevancia de disposiciones afectivas y emociones ético-ecológicas para rechazar abusos y actos desconsiderados hacia cualquier organismo habitante del planeta. Una perspectiva de análisis para extender la consideración moral hacia animales no humanos, plantas y árboles la presenta Goodpaster al reconocer en ellos centros teleológicos de vida3.
El biocentrismo de Goodpaster retoma las preguntas formuladas por Warnock en lo que concierne a la condición a cumplir para asignar relevancia moral a un ser, y para que este tenga derecho a ser considerado por los agentes racionales (Goodpaster, 2004, p. 147). Para intentar responder a estos cuestionamientos, Goodpaster señala que el criterio de la consideración moral hacia seres no humanos no es la sensibilidad (la capacidad de experimentar placer o dolor), como pretende el utilitarismo, o el tener real o potencialmente ciertos intereses, sino que el principal criterio de la consideración moral es reconocer el principio de la vida, esto es, la condición de estar vivo4. Aceptar este punto de partida no implica asumir la defensa de derechos en todo ser viviente, pero sí conduce a valorar actitudes y exigencias orientadas a respetar en sentido práctico diversas manifestaciones de vida. En otras palabras, considerar moralmente a organismos no humanos significa asumir variadas maneras básicas de respeto práctico, sin necesidad de aceptar siempre derechos en el agente o el ente de la consideración (Goodpaster, 2004, p. 148).
A partir de esta propuesta resulta claro apreciar cómo es posible distinguir varios grados de importancia moral en cada forma de vida y, no obstante, aceptar en todas ellas un merecimiento de consideración en sentido ético5. Es decir, pueden existir seres con mayor o menor relevancia moral, pero todos ellos merecen ciertos mínimos de respeto por la vida misma que sustentan. Este aspecto sensible de la argumentación será usado, precisamente por Callicott (1998), para criticar el enfoque biocéntrico por cuanto podría conducir a una ética tradicionalista centrada en dar mayor relevancia moral al agente racional y, por ende, prioridad a sus intereses. Pero Goodpaster está lejos de pretender fundamentar una jerarquización de valor en las formas vivientes, intenta justificar diversas maneras de consideración sin pretender el desarrollo de un modelo reflexivo orientado a evaluar variados intereses en seres vivientes en caso de conflictos, su punto de partida es aceptar situaciones adversas en la relación entre humanos y organismos no humanos, es decir, dilemas en contextos específicos en los cuales se recrea la acción ética.
En su propósito de elaborar un marco de referencia de carácter normativo para justificar distintas formas de consideración moral, Goodpaster distingue la consideración moral operativa de la regulativa. La primera está restringida por la sensibilidad del agente racional para apreciar necesidades e intereses, es condicional; a diferencia de la segunda, la cual se justifica en los siguientes términos: “Si se puede defender en todos los terrenos independientes de la operatividad que X sea digno de consideración moral, diremos que esta dignidad es regulativa.” (Goodpaster, 2004, pp. 153-154). Según esto, la condición de tener vida es una razón necesaria y suficiente para expresar consideración moral hacia un ser. Manifestar vida resulta un criterio normativo al imponer límites en la relación con cualquier organismo no humano, de manera análoga a como el reconocimiento de la dignidad humana exige un accionar consecuente con dicha estimación. La paradoja de esta concepción se revela cuando la pretensión de una consideración categórica entra en conflicto con sus posibilidades de aplicación. Goodpaster deja de prestar atención a las innumerables gradaciones de la complejidad de los organismos vivientes y a la idea de una dinámica evolutiva establecida en el domino y aprovechamiento de unos organismos sobre otros.
Goodpaster dirá que el problema de aceptar sus postulados no obedece a la falta de fundamentación, se explica más bien por la ausencia de nuevos valores de referencia de la sociedad: “[…] existe una afinidad no accidental entre la concepción que una persona o una sociedad tiene del valor y su concepción de lo que es digno de consideración moral” (Goodpaster, 2004, p. 163). Si los valores predominantes en una sociedad son de naturaleza hedonista, no resulta extraña la dificultad para apreciar valores más allá de lo instrumental o con fines de utilidad. Se requiere una revolución en la conciencia ética de buena parte de los miembros de las sociedades actuales para esperar un interés generalizado en ampliar la esfera de la consideración moral hacia seres no humanos, con sus implicaciones inherentes en el terreno de la legalidad y, sobre todo, en el de los hábitos, actitudes y formas de reconocimiento de las expresiones de la vida.
En este modelo de biocentrismo, la consideración moral por un organismo se traduce en el respeto por el potencial de la vida autorregulada. También se vincula con la comprensión de la complejidad de la organización de lo viviente en función de su integración y reacciones al medio ante la presión hacia una mayor entropía. De este modo, reconocer un ser vivo, entender la vida objeto de consideración, pasa por identificar características centrales en su funcionalidad:
[…] la marca típica de un sistema vivo […] parece ser su estado persistente de baja entropía, sostenido mediante procesos metabólicos de acumulación de energía, y mantenido en equilibrio con su ambiente por medio de procesos de retroalimentación homeostática. (Goodpaster, 2004, p. 165)
Desde este punto de vista, la consideración moral se podría extender hasta los biosistemas mismos, si se logra demostrar que son organismos vivos en el sentido antes señalado. Un aspecto importante en el biocentrismo de Goodpaster será entonces la elaboración de una ética ambiental centrada en el cuidado y sostenimiento de la vida, aceptando por un lado diversos conflictos de intereses y, por el otro, la posibilidad de apostar por la búsqueda de equilibrios atendiendo a la interdependencia de todo sistema biótico.
Ante la cuestión de si la naturaleza tiene intereses, Goodpaster señala que toda criatura expresa sus necesidades con diversos fenómenos verificables, lo cual permite tomar decisiones en interés de otros o en nombre de otros6. Un césped requiere agua cuando sus pastos y el suelo revelan sequedad. La práctica de una ética biocéntrica implica, por tanto, cultivar sensibilidad y conciencia ecológica e intentar adoptar actitudes de cuidado y protección, además de prácticas nutricionales, científicas y médicas orientadas al respeto por la vida, tal como lo exige la consideración moral regulativa.
Goodpaster indica además, frente al argumento de la inevitabilidad de sacrificar vidas no humanas por razones de subsistencia o de los modelos de desarrollo imperantes, la importancia de dilucidar cuáles son realmente las necesidades humanas básicas en tanto existen incluso límites en la consideración operativa de los seres vivos. Matar gratuitamente es poco común en la naturaleza, el ser humano rompe este orden al hacerlo indiscriminadamente y niega con ello el valor de su propia vida, aunque su condición de organismo funcional no lo aleja mucho de la situación de dependencia y fragilidad de otros seres.
Así, la cuestión de los límites en la relación con lo viviente apela al uso de la racionalidad ética en su doble aspecto: el prudencial y el categórico. El primero se refleja al momento de medir afectaciones individuales y sociales al establecerse una relación instrumental con organismos no humanos y con el entorno natural. El segundo se manifiesta en la exigencia de compromisos y responsabilidades por parte de todo agente moral, atendiendo al valor inherente -no intrínseco-7 de cualquier ser viviente.
El enfoque de Goodpaster promueve la estima por las funciones vitales de cada organismo. Estas se entienden en relación con la satisfacción de necesidades básicas, aunque no exista una mediación consciente de su persecución, son asumidas por el ser humano en términos del interés de cada organismo por florecer. Se trata de una extrapolación de nociones morales significadas por la interacción humana a la condición de organismos no humanos. De esta manera, la identificación de demandas y bienes en ellos lleva aparejada la exigencia de respuestas. Esto vincula moralmente al agente racional al verse responsable de asumir actitudes y acciones de interés o indiferencia ante la suerte del ser demandante.