Kitabı oku: «No me toques el saxo», sayfa 2
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Pillada
Cristina
¡Pillada!
No me lo puedo creer. Estoy arrodillada en la parte trasera de la espaciosa furgoneta. Apenas veo nada. Voy palpando, palmo a palmo, toda la superficie del suelo en busca del saxo que tanto deseo. Pero no lo encuentro.
No me resigno a largarme sin él, por lo que vuelvo a revisar toda la superficie de nuevo. Encuentro algunos estuches, los abro, pero ninguno contiene lo que estoy buscando.
Casi se me para el corazón cuando he escuchado el ruido de unas pisadas sobre los rastrojos. Sin apenas respirar, el seguro de las puertas ha saltado y esta vez, no solo la trasera, que es la que he forzado para colarme allí dentro.
Joder, ¿cómo una puede tener tan mala suerte?
Contengo el aire cuando la puerta se abre y ante mí aparece la peor de mis pesadillas materializada en hombre.
¿Cómo después de repasar cada detalle de mi plan ha podido sucederme esto? Seguramente porque los cubatas de más han hecho mella en mis sentidos y no estoy tan ágil como debería para convertirme en una ladrona profesional. ¿Qué ha sucedido? Esta vez no ha dejado el saxo directamente después del concierto, o es que el alcohol ha hecho que perdiera la noción del tiempo.
Escucho su voz, o lo que intenta ser una construcción de una frase coherente, pero creo que debe estar tan conmocionado como yo, pues no veo que lo consiga.
—Eeeeeh... mmmm...
Sí, mi chico no es muy elocuente, pero ya me parece bien. Mientras él vacila tengo tiempo de inventar una excusa o un plan de huida para no acabar mal parada.
Tomo aire despacio y encogida como estoy, intento parecer una buena chica, aunque no sé exactamente cómo lograr eso. Mmmm... No se me ocurre nada y tener tan mala suerte me pone de muy mal humor.
¿Por qué demonios esta noche no ha seguido la rutina de siempre? Lo primero que hace el idiota que tengo enfrente, después de cada concierto, es largarse a poner su saxo en la furgoneta hortera que tiene, luego se toma una cerveza con sus colegas y sigue la fiesta, seguramente hasta la salida del sol. ¿Por qué esta noche no?, ¿por qué después de un mes de aprender sus rutinas de memoria va y las cambia?
Aprieto los dientes con rabia y respiro hondo por la nariz.
El saxofón debería estar ahí hacía rato y él agasajado por sus babosas fans verbeneras. El crápula que tengo ante mí siempre se queda hasta el cierre, seguro para ver si pilla alguna grupi desprevenida que pase por alto su bajo coeficiente intelectual.
No abro la boca mientras lo miro de arriba abajo y pienso que no debo ser tan dura con las de mi mismo sexo, si no fuera un ladrón, hasta podría resultarme guapo. ¿Qué digo guapo? Más que guapo. Metro ochenta y cinco, rubiales, ojos grandes y un talento impresionante para tocar el saxo que me saca de quicio. ¡Sí! Vale, está bueno, pero ser guapo no lo es todo, y este además de idiota tiene un saxo que no le corresponde.
— Eeeh… —¿Qué le digo? ¿Qué hago?
Me quedo paralizada. Se me está friendo el cerebro.
Solo sé, por sus cejas alzadas y su expresión de estupefacción que no puede venir nada bueno de este allanamiento de vehículo.
—Perdona —me dice con cara de estar flipando. Algo que, reconozcámoslo, es bastante comprensible.
—Emmm, yo…
—¿Sí?
Vamos, Cristina, piensa algo, que tenemos el culo plano, pero al menos de cerebro podemos presumir.
—¡Te estaba esperando! —Eso es lo primero que le suelto.
¿En serio?, ¿te estaba esperando? Sí, eso me he escuchado decir.
En mi imaginación, un enano saltarín me da en toda la cabeza con una pala. Por idiota. Pero a él no le parece una respuesta del todo surrealista.
—¿Y por qué? —me pregunta sin comprender.
Yo comprendo aún menos, pero sí que me parece una gran pregunta.
Piensa Cristina, me apremio.
Él parpadea esperando esa explicación, que seguro es más que razonable, para que una tía esté en la parte de atrás de una furgoneta, a las tres de la mañana después de un concierto. Y como existe la explicación más simple, yo la encuentro.
—Ya sabes…
—¿Ya sé?
¿Qué vas a saber tú?, si eres tonto.
En mi mente resoplo como un toro de lidia.
Qué mal me cae el guaperas y la cosa va a más al sentirme presionada para darle una explicación.
—Quería… —Le señalo y guardo silencio, luego me señalo a mí—. Ya sabes… hacérmelo contigo.
¡Un aplauso! ¡Plam! ¡Plam! ¡Plam!
¿¡Hacérmelo contigo!? ¡Señoras y señores, qué ingenio!
Bravo, Cristina, ¿esa es la mejor explicación que se me ha pasado por la cabeza? ¿Qué hace una loca metida en la furgoneta de un músico? ¡Esperarle para echar un polvo! Si es que está cantado. Ahora solo me falta saber cómo salgo de esta.
Mi ingenio es sorprendente, digno de admirar. Y sorprendido ha sido como se ha quedado al escuchar mis palabras. Más que sorprendido parece estupefacto y algo incrédulo.
Frunzo el ceño, de hecho... hasta parece que tiene miedo.
¿Miedo? A mí no me engaña. Seguro que no es la primera vez que una grupi se intenta colar en su furgoneta para que le haga una sesión privada. ¿Por qué no? Conozco a más de una que lo haría sin problemas. Pero yo... con él... como que no.
Mi abuelo se avergonzaría de mí, pero creo que he resultado superconvincente. Incluso puedo asegurar que lo estoy haciendo bastante bien, cuando el pobre no puede apartar la mirada de mí y sus ojos casi se le salen de las órbitas.
—Emmm… no sé qué decir.
Sonrío. Sí, me gusta que esté noqueado, eso me da seguridad. Alzo una ceja y asiento con la cabeza.
—Pues sí, montármelo contigo. ¡Ea!
Le repito por si no le ha quedado claro. Le miro con una sonrisa forzada que seguro a él le parece genuina. No obstante, sigue con cara de desconcierto, algo que me sorprende a mí también, porque estoy más que segura que no soy la primera tía que le espera cerca de su furgoneta para echar un polvo. Puede que no dentro, pero cerca… seguro que tiene que quitarse a las fans de encima a sablazos.
— Bueno, yo… esto es nuevo para mí.
¡Venga ya! ¿Esa es su técnica para atraer a las chicas? ¿Parecer inseguro y casi asustado? ¿Me está diciendo que las chicas no se le tiran encima después de los conciertos? No me lo creo, pero tampoco voy a preguntar. Mi mente está demasiado ocupada intentando salir del embrollo donde yo solita me he metido.
Entonces mis ojos se deslizan por su cuerpo hasta llegar a su mano, donde en algún momento ha vuelto a coger el asa del estuche que ya descansa sobre el suelo de la furgoneta.
Se me ilumina la cara y respiro hondo. ¡Estás ahííí!
Ver que estoy tan cerca de conseguir mi objetivo me da valor para seguir adelante.
Me siento tan contenta que empiezo a hablar sin control.
—Vamos, no me dirás que las chicas no hacen cola para conocerte después de un concierto. —Él me mira fijamente, pero no dice nada—. Seguro que con lo guapo que eres… esos bíceps… —Alargo mi mano e intencionadamente toco su brazo—. Ese talento que tienes...
Las palabras salen de mi boca sin que apenas piense en lo que digo, estoy demasiado ocupada mirando el estuche donde está mi tesoro. Mis dedos se deslizan por su antebrazo y suben hasta tocar su bien formado bíceps, lo aprieto con una sonrisa y... entonces me doy cuenta de lo que estoy haciendo. Y si me he dado cuenta no es por lo ridícula que me siento con esta actitud totalmente falsa, sino porque tocar a ese hombre... nunca va a ser una buena idea. Y mucho menos después de que mi estómago se encoja de algo muy parecido al deseo.
Debo salir corriendo de aquí. Y por un instante pienso en hacer literales esas palabras. ¿Y si salgo pitando? No funcionaría. Él tiene las piernas muy largas y es demasiado atlético como para pensar erróneamente que puedo correr más que él.
Ángel da un paso atrás y yo ladeo la cabeza. ¿Lo estoy asustando?
Está en silencio absoluto. Ni siquiera tiene intención de decir nada o balbucear. Cuantos más segundos pasamos mirándonos, más tengo claro que lo estoy asustando. Como mínimo incomodando, porque yo me siento igual de desubicada.
Reflexiono mirándole a los ojos por primera vez desde que ha aparecido.
Al final parece reaccionar y después de tomar aire, me suelta:
—No sé si es la primera vez que una tía me espera después de un concierto, pero te juro que eres la primera que ha conseguido abrir mi furgoneta.
Otra vez levanta una ceja y yo hago lo mismo.
Menudo zasca acaba de darme. Un zasca en toda la boca.
Muy elegantemente me está acusando de ladrona y por lo que veo, ni aunque le pusiera muy cachondo, cosa que dudo, no iba a liarse con una loca que ha forzado su furgo para Dios sabe qué intenciones ocultas.
Cómo explicarle que he tenido que perfeccionar mis habilidades abriendo coches ese último mes. De ahí que hubiera tardado tanto en decidirme a poner en práctica mi plan. Un mes entero de seguimiento, ¿y para qué? Si me ha pillado en el primer intento.
El silencio incómodo hace que el asunto se vuelva cada vez más serio.
—Estaba desesperada por conocerte.
¡Di que sí, Cristinita! Alimenta su ego que eso siempre les pone.
—¿De verdad?
—Sí... y bueno, aquí estoy.
Él parece asentir ligeramente, pero su cara demuestra lo flipante que le parece todo.
—He pensado que no te importaría que te esperara. ¿Me he equivocado mucho? —le pregunto con una voz sensual que no sabía que pudiera poner.
Veo que no sabe qué decir, de hecho, abre y cierra la boca sin que sonido alguno se pronuncie. Y la verdad, a mí no me queda mucho de improvisación.
El plan A, de robarle el saxo de dentro de su furgo y salir corriendo, parece haber fallado. Y el plan B... debería haber un jodido plan B, pero no lo hay. Solo una improvisación de la que voy a tener suerte de poder salir ilesa.
Entonces él dice algo que me deja el culo clavado en el suelo de la furgoneta.
—Bueno… quizás podamos...
¡Nooooooooo! Me va a dar un paro cardíaco. ¿Quizás podamos qué...? ¿En serio cree que me lo voy a montar con él?
¡Ni en sueños, guaperas!
Espero no haya visto mi cara de pánico, pero antes de poder balbucear cualquier cosa para que no se me acerque él, se inclina dentro de la furgoneta y en lugar de entrar, simplemente deja el estuche y se sienta a mi lado, con el culo en la furgo y los pies apoyados sobre el suelo de tierra.
Vaya, parpadeo realmente sorprendida, si al final resultará que es un tío legal.
Deja el estuche del saxo cerca de su cadera y le da dos golpecitos con la mano, como para asegurarse que está en buen recaudo.
Los ojos se me abren como platos.
Casi puedo tocarlo. ¡Está ahí! Por fin lo tengo al alcance de mi mano.
Estoy en éxtasis y no coordino. Los cubatas que me he tomado al parecer son de efecto retardado porque me mareo un poco y me inclino sobre el saxofonista.
Me mira con esos ojos grandes y de color chocolate, está demasiado cerca como para que yo pueda hacer otra cosa que parpadear.
Ha malinterpretado mi inclinación de “Dios mío qué borrachuza soy” por un “voy a por ti, nene”.
Entonces pasa lo inevitable: Me besa.
¡Me besa!
Mis brazos se elevan, en un principio no sé si para frenarle o qué, pero inconscientemente los dedos de mis manos se extienden y se enredan en su pelo. Pero mi boca es incapaz de pronunciar palabra o sonido alguno mientras él aprieta sus labios contra los míos.
Me está besando y, para tortura de mi conciencia, lo hace suavemente. Me acaricia la mejilla con el pulgar y contra mis labios, mientras me da suaves toques, puedo notar una sonrisa. ¡Madre mía! Inequívocamente es buen tío. Un tío que besa de maravilla, pero que fue a comprar el saxofón equivocado, y eso es algo que no le puedo perdonar.
Por un instante mis labios están quietos, expectantes de la orden de mi cerebro que no acaba de llegar.
Todo se vuelve de un color brillante. Son como fuegos artificiales en mi cabeza. Seguro que luego pienso que eso de las mariposas en el estómago o las luces de colores son una puta chorrada, pero ahora… ahora siento que él tiene los labios más tiernos del mundo y los míos se abren para él hasta notar el roce de su lengua. No puedo evitarlo, el cerebro ha reaccionado y me ordena corresponder a ese beso que él ha ido profundizando. Ya no noto que sonría. Me besa delicadamente, con los ojos cerrados y la boca jugando a atrapar mis labios entre los suyos.
¡Menudo beso!
Inseguro al principio, su lengua da pequeños toques contra mis labios entreabiertos y siento sus manos elevarse para enmarcarme la cara. ¡Vaya un caballero! Parece que está dispuesto a besarme como un gentleman antes de tirarme sobre el suelo de la furgo y sobarme las tetas.
Cuanto más tiempo pasa, más me doy cuenta de que quizás me esté equivocando. Meterme mano es algo que no ocurre, y, sin embargo, no deja de besarme. ¿Cuánto está durando este beso? Acabo de perder la noción del tiempo.
Se aparta de mí poniéndole fin y me dedica una sonrisa tierna al ver mis ojos abiertos como platos.
No sé qué me alucina más en este momento, pero voy frunciendo cada vez más el ceño.
—¿Qué? —me pregunta con una tímida sonrisa a escasos centímetros de mi cara.
Gimoteo y me siento idiota por no poder articular palabra.
—No sé... —consigo decir finalmente antes de expulsar todo el aire de mis pulmones.
Y realmente no sé.
No sé qué estoy haciendo, ni qué puñetas digo.
Por otra parte, él... no sabe quién soy, qué hago aquí. No sabe nada y… ¿me besa? Resoplo como si estuviera decepcionada cuando no hay motivo alguno. El saxofonista es un capullo y así seguirá siéndolo en mi mente por muy tierno que aparente ser y por mucho que piense que ese besazo ha sido increíble.
—Estás un poco borracha —me dice, y no es una pregunta. Es más bien una afirmación que viene a poner de manifiesto mi repentina falta de coordinación.
—Bueno, tú tampoco estás muy sereno. —Me pongo a la defensiva.
Entonces se ríe. Es una risa franca y divertida que no me sienta del todo bien.
—¿Quieres que salgamos a tomar un poco de aire, o te invito a… un agua? —añade con una risita que a mí me enerva.
¿Está siendo condescendiente y paternalista? Cierro los ojos y con un movimiento demasiado rápido intento apartarme de él, cuando los abro soy consciente de que me he mareado y él me sujeta por el hombro.
—¿Todo bien?
Si fuera otro tío creería que es el hombre más considerado del mundo, pero este tipo es un ladrón de saxos. Y aunque se esfuerce por caerme bien, no lo hará.
—Vamos fuera, hablemos un rato mientras te da el aire.
Bien, ahora quiere hablar. Sería una maravillosa oportunidad para salir de la furgo y tomar algo antes de que el pobre se crea que va a tener tema conmigo. Pero… otra vez mi máquina empieza a funcionar, en mi cerebro se escucha el engranaje que gira y gira.
¡No voy a largarme de aquí! ¡Me niego!
Aquí es donde está mi saxo y si me voy será con él entre mis brazos.
Me sorprendo al decir:
—No. Estoy bien. Podemos quedarnos aquí y… hacer cosas.
Hacer cosas, como si hablara de manualidades o algo.
Una imagen cruza mi mente y gruño.
Veo que se echa hacia atrás.
¿Por qué se echa hacia atrás? Frunzo el ceño más profundamente y él parece asustarse de mi reacción.
—No te enfades —me dice.
—No me enfado —¿De qué va?—. ¿Me ves enfadada?
¡Puto idiota!
Vale, igual mi tono ha sido un poco pasivo—agresivo. Pero ¿qué le pasa?, debería estar agradecido de que una tía como yo se fije en él. Vale, no seré Monica Bellucci, pero tampoco estoy tan mal como para que el señor ojos de búho me rechace.
Suelto chispas y él… él me sonríe.
Controlo un suspiro y es que su actitud me parece buena señal.
Está relajándose.
Entonces tímidamente posa su mano sobre mi hombro. Yo no me aparto. Me toca, es un contacto normal, sin carga erótica, o eso pienso yo hasta que se me calienta la piel donde él ha puesto la mano. La desliza hacia mi cuello y finalmente va a parar a mi nuca.
Por un momento nos quedamos en silencio, mirándonos a los ojos.
¡IT'S A TRAP!
¡Mi plan! ¡Tengo que seguir mi plan!
Arrastro el culo sobre el suelo de la furgo y entro del todo hasta que mi espalda choca con una de las paredes laterales metálicas.
Él me sigue, preocupado.
—Vamos fuera —me dice tendiéndome la mano para que la coja y así poder salir a tomar el aire.
¡Ni de coña! Yo no me bajo de aquí sin mi saxo.
Me muevo hacia la salida, sin darle tiempo a retroceder. Me inclino sobre la puerta trasera y la cierro de golpe dejándonos a los dos dentro, a oscuras y con un calor insoportable.
Por la oscuridad que se cierne sobre nosotros ahí dentro, no puedo ver su cara de sorpresa, pero estoy segura de que es de pura estupefacción.
Antes de que él pueda abrir la puerta y disuadirme para que me baje, lo empujo haciéndole perder el equilibrio. Su espalda va a parar contra el suelo. Quizás el plan de coger el saxo y echar a correr no esté perdido del todo. Solo tengo que distraerlo el tiempo suficiente para echar a correr sin que pueda perseguirme. Pero por alguna razón, mientras toco su pecho con mis manos extendidas para que se quede quieto, esa deja de ser una prioridad.
Siento su piel caliente bajo la camisa y mi respiración se entrecorta.
¡Cristina! No hagas nada de lo que te arrepientas. Coge el saxo y lárgate de aquí. Mi conciencia me grita, pero es tan fácil ignorarla cuando él ha levantado la mano para acariciar mi cintura.
A nuestro lado, contra el lateral, está el estuche del saxo, lo tengo vigilado. Sé que puedo cogerlo. Sé lo que pesa. Puedo abrir la puerta y llevarme mi trofeo conmigo antes de que él pueda reaccionar y perseguirme.
Frunzo el ceño cuando intenta incorporarse.
—¿En serio crees que es una buena idea? —me pregunta algo preocupado—. Mejor será que salgamos a tomar un poco el aire.
¡Ah, no! Eso no va a pasar.
Con un ronroneo estudiado me pongo a horcajadas sobre él.
No puedo ser una ilusa. Seguro que corre como Usain Bolt, está fuerte y parece atlético. No, tendré que… distraerlo primero de algún modo.
Sonrío, o bien porque soy lo suficientemente idiota como para creerme un genio, o bien porque a pesar de que había decidido que lo odiaría hasta el fin de los tiempos, estar ahí, con él, sintiéndome deseada es una experiencia única que bien vale la pena disfrutar.
4
¡Corre, Forrest!
Cristina
Me inclino sobre él y le doy un fugaz beso en los labios.
Se me dispara el corazón y vuelvo a darle otro tan suave como el primero, pero que dura un segundo más. Puedo jurar y juro que le beso porque es una estrategia fantástica de distracción, no porque me gusten sus besos.
Otro beso y esta vez lo hago durar. Atrapo su labio inferior entre mis dientes y mi lengua juguetona no puede resistirse a pujar para entrar en su interior. Suelto un pequeño gemido y muevo mis caderas sobre él.
¡Vale! Igual sí me gusta besarle, pero solo un poco. Y es poco a poco que nuestros ojos se adaptan a la oscuridad.
Sigo a horcajadas y cuando me levanto, mis manos se apoyan en su pecho. Él, sin embargo, tiene las suyas en mi cintura, no en mi culo, ni en mis tetas, sino en mi cintura como si esperara que en cualquier momento cambiara de opinión.
Está desconcertado, pero no me aparta, ni intenta disuadirme de nuevo de que lo mejor sería salir fuera para que me dé el aire.
Me inclino hasta quedar tan cerca que nuestros alientos se entremezclan y mi nariz puede tocar la suya.
Me estiro sobre su cuerpo y él parece estar tan excitado como yo.
Veo cómo me mira a pesar de la escasa luz que entra por las ventanas. Me muevo sobre él y froto mis caderas contra las suyas. Puedo ver lo que hay en sus ojos: deseo y expectación. Como si no supiera qué puede hacerle a una grupi loca en la parte de atrás de la furgoneta.
—Esto…
Él intenta hablarme, pero le pongo un dedo en los labios y le hago callar.
Ha llegado el momento de apretar el acelerador.
Sitúo mis codos a ambos lados de su rostro y me apoyo estirándome cuán larga soy sobre él. Mi boca va al encuentro de la suya.
Le beso como quiero, apasionadamente y con la boca abierta, porque él me deja.
Mis caderas se mueven como si tuvieran vida propia. ¡Vaya! Quién podría haber dicho que el saxofonista provocara semejante reacción en mí.
Quizás tú misma, Cristina, cuando sabes que le miras a los ojos y sientes cómo se te encoge el estómago. Mi conciencia es muy lista. Debería hacerle caso más a menudo.
Uno o dos besos más y me voy.
Pero a medida que nuestras bocas se buscan con intensidad, él baja la mano de mi cintura y acaricia mi trasero. Aprieta mis nalgas con fuerza y no puedo recordar haber estado tan cachonda en mi vida.
—Vaya, vuelve a hacerlo.
Él me besa más entregado que antes y aprieta mis nalgas, esta vez con ambas manos. Jadeo y me retuerzo contra él, al notar la dureza de su erección.
Me doy cuenta de que quizás no tenga toda la prisa que debería tener.
¿Sabéis en las pelis cuando la protagonista escucha la orquesta sinfónica en su cabeza al besar al tío de la peli? Pues siempre me han parecido chorradas. A una puede acelerarse el corazón por una arritmia o un amago de infarto, pero por un beso…
¡Pues sí, joder! ¿Cómo es posible que descubra que lo que sucede en las pelis es cierto en el momento más inoportuno? ¡Con el chico más inoportuno! Ciertamente no escucho la filarmónica, pero sí un buen ritmo de jazz que me acelera el pulso y está a punto de hacerme olvidar algo que debería tener muy presente. El por qué estoy aquí.
Él profundiza el beso y yo vacilo. Me aparto unos milímetros de su boca. No es un beso baboso, es un besazo apasionado que pagaría por volver a sentir.
—¿Todo bien?
¿Bien? No, está todo mal. Pero... ¿quiero parar?, ¿sí?, ¿no?... ¿Un poquito más?
Sus labios se entreabren para besar los míos y siento que me humedezco.
—¡Oh! Vaya...
Con exquisita suavidad me atrapa una y otra vez. Y ese beso es todo menos desagradable. Es memorable.
No sé si será la magia de la música que nos envuelve o la suave caricia de sus manos, que de repente han recorrido mi espalda y acarician tiernamente mi rostro, pero me dejo llevar.
Su lengua bucea en mi boca. No besa como se supone que debe besar un divo a quien no le importa el corazón de las mujeres. De hecho, él parece poner el corazón en cada beso.
Me separo y ahí están otra vez esos ojos enormes de chocolate.
Me sonríe con una boca grande llena de dientes blancos y parejos. No me dice nada, solo se eleva hasta besarme de nuevo. Su mano ha ascendido hacia mi nuca y tira de mí con delicadeza.
¡Cristina! ¡El plan!
El plan, ¡voy!
Debo concentrarme, dejar que esas malditas mariposas que van descendiendo del estómago a mi entrepierna se queden quietecitas y desaparezcan. Pero no estoy teniendo mucho éxito, la verdad.
—¡Joder! —Estoy muy cabreada conmigo misma y a la vez increíblemente cachonda, como hacía siglos no me sentía.
—Perdona —me dice él y parece preocupado de haber hecho algo mal.
No puede ser, al final va a resultar que es un trozo de pan.
En ese momento podría haberme escapado, pero dejo pasar dos segundos de más y él aprovecha para abrazarme. Sus brazos rodean mi cintura y se incorpora para besarme el mentón, el cuello y desciende hasta mis pechos. Sentada sobre él, lo abrazo para no caerme. Mi blusa sin mangas se abre y veo cómo da un delicado mordisco sobre la tela de encaje negro.
Soy incapaz de respirar, cuando mis ojos se abren como platos. Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos mientras siento cómo mi excitación va en aumento.
Vale, las mariposas están muy revoltosas ahí abajo.
¡El plan me llama! Pero yo pienso que puede esperar un minuto más. Un minuto hasta que él deje de acariciarme los pechos y besarme el escote.
—Madre mía…
Sé que sonríe contra mi delicada piel y no me importa. Yo reiré la última en el momento en que me decida largarme. Mientras sigo a horcajadas sobre él, alucino de lo jodida que me parece la postura del diamante en el yoga, y lo mucho que me gusta cuando lo que tengo es su pelvis entre mis muslos.
La cosa se complica cuando intento pararle y le agarro la cara entre las manos. Me apodero salvajemente de su boca y todo porque me parece que un par de besos no harán daño a nadie. Además, cuanto más distraído, más fácil será la huida, ¿no?
Le beso. ¡Y qué beso, señores! Ríete del beso de Lancelot a Ginebra en El Primer caballero, Julia Ormond era una tía con suerte y yo… yo lo sería si quisiera sexo y no su saxo.
Dolida porque se me va la olla, me espabilo.
Lo empujo hasta que su espalda se da con un golpe sordo contra el suelo de la furgoneta. Deja de abrazarme y me mira entre desconcertado y excitado. Parece que le gusta que le manden. Sonrío sin poder evitarlo, y me siento muy mala persona cuando disfruto de su respiración entrecortada mientras le abro la camisa. Después de quitársela y maldecir que tenga semejantes abdominales, mis manos descienden hasta llegar a su cintura. Lleva unos pantalones que le quedan de miedo, elegantes y suaves.
Le desabrocho el cinturón, consciente de que no hay marcha atrás. Empieza la recta final.
Se incorpora hasta abrazarme de nuevo, como si quisiera que fuera más despacio. Pero ¡ah, amigo! Esto no va a pasar. Voy apretando el acelerador y sin frenos.
Me besa, acariciando mi espalda.
—No hace falta que...
Su falta de malicia me conmueve y hace que por un momento me descentre de lo que tengo que hacer.
Profundizo el beso cuando las manos me acarician las mejillas y mi pelo suelto. Me agarro a sus hombros y flipo de lo musculoso que es. Tengo curiosidad por saber si el resto de su cuerpo está tan bien esculpido, así que deslizo mis manos sobre su pecho. ¡Y madre de Dioooooos! ¡Es perfecto! Alzo la cabeza hacia atrás y pongo distancia entre nuestros labios.
Inspiro con fuerza y casi se me escapa un gemido de frustración.
Las mariposas se han convertido en puñeteras pirañas que mordisquean mi entrepierna amenazándome con devorarme si no les doy de comer.
Ahora las manos de él están en mis costados y su boca en mi escote, me abre otro botón de la camisa y lo empujo levemente.
—Tú primero —le digo.
Él parece vacilar, hasta que se da cuenta de que le estoy pidiendo que se desvista. Acepta mi exigencia con un simple gesto de asentimiento.
Se quita la camisa roja y sí, definitivamente hay hombres que es mejor que vayan desnudos, siempre. Como este. Sin duda su sitio es un puñetero poblado nudista.
Tengo la boca seca, y una loca necesidad de desnudarme con él y acabar lo que estamos haciendo, pero eso no va a poder ser. Tengo que largarme. Que me volviera loca con esa boca y esas manos, no entraba en mis planes.
Ahora soy yo que me giro levemente y le deshago los cordones de los zapatos, se los quito y me siento bastante satisfecha de la rapidez con que lo he hecho.
Entonces llega la prueba de fuego. El cinturón está desabrochado, ahora voy a por el botón del pantalón y su cremallera.
Él empieza a respirar con dificultad mientras mira cómo mis manos hacen el trabajo.
Ahora o nunca.
Tiro de pantalones y calzoncillos. Con una pericia que no sabía que poseía, se los bajo hasta los tobillos.
Me quedo sin respiración al ver cómo su soldado me saluda firme.
Cierro los ojos, esto no estaba en mis planes de esta noche.
Todo tenía que ser mucho más sencillo.
Despacio, me deslizo sobre él. Beso su pecho, su estómago... ¿Y si me quedo hasta el final? Me muero por quedarme hasta el final.
¡Cristina! ¡No!
Interiormente hago un puchero.
Irene y Marina me están esperando tal y como les he pedido. No puedo perder más tiempo con esto.
Mientras, mis rodillas avanzan hacia atrás. Mi mano se convierte en una garra cuando se apodera del asa del estuche donde está guardado mi saxo.
Sé que tengo a uno de los especímenes más increíbles que he visto desnudo en mi vida y aun así… lo primero es lo primero.
A estas alturas mi boca es un estropajo.
¡Soy una bruja! ¡Dios mío, me odio por esto!
Cierro los ojos con fuerza.
Entonces todo pasa demasiado rápido. No le doy tiempo a reaccionar.
Abro la puerta de la furgoneta. Tiro de calzoncillos y pantalones y los saco volando de allí. Ambos van a parar a dos metros sobre los rastrojos.
¡El saxofón se viene conmigo!
Con los pies en la tierra seca y mirando a ese pobre robasueños que está totalmente desconcertado, me tomo medio segundo para decirle algo...
—Juumm —quisiera decirle un lo siento, pero me lo pienso mejor—. Hasta nunca.
Empiezo a correr con mi preciado tesoro. Mi tesoroooo. Corro como Gollum, campo a través y sin freno.
Soy mala de cojones. Pero mientras acelero y doy las gracias a Ricardo Marco, mi entrenador de running por mi buena forma física, una sonrisa exultante se apodera de mi boca. Siento la adrenalina correr por mis venas y la euforia no decae cuando veo al pobre idiota saltar desnudo de la furgoneta e intentar emprender mi persecución antes de darse cuenta de que está completamente desnudo.
No importa. Puedo ver a Irene en el coche que está poniéndose en marcha, solo tengo que correr hacia los faros.
—¡Corre hacia la luz, Forrest! —grita Marina.
¡Estoy eufórica corriendo con mi saxo a toda leche!
Miro por encima del hombro. ¡Lo estoy consiguiendooooo! El pobre queda atrás. Si no me cayera tan mal hasta me daría pena.
Me persigue un músico desnudo, con calcetines a cuadros, corriendo por encima de los rastrojos.