Kitabı oku: «Jarkeq de Vharga y el Wyvern de la verdad», sayfa 3

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Chico no era un chico. Se esforzaba en parecerlo pero no lo era. El pelo corto, la cara sucia y la ropa ancha solo eran un disfraz; hablar poco y con voz ronca, un vocabulario rico en insultos y simular estar siempre enfadado era el personaje. Lo había estudiado bien, observando a los ladronzuelos de Amthku. Eran estúpidos, malhablados y olían mal. Fácil de imitar para una chica inteligente.

A pesar de eso cuando llegó a la ciudad lo tuvo complicado y supo que no bastaba con pasar desapercibida, jamás la respetarían si no tomaba la iniciativa. Tuvo que pegar a unos cuantos críos que se creían genios del mal y robar a buenas personas para ser aceptada. A veces robar era lo más inocente que hacían, la violencia era algo habitual en su trabajo, sobre todo en el grupo de Stramp. Junto a él había cometido muchos delitos, y tras un exitoso negocio que arruinó al mercader Tam Hanso, Imperio Dagoh quiso conocer al grupo que había llevado a cabo el gran plan. Aquella fue la primera vez que vio al culpable de todos sus males y tuvo que controlarse para no saltar estilete en mano sobre él. Permanecer concentrada en no mostrar signo alguno de desprecio fue su error, Dagoh la pilló desprevenida cuando le preguntó su nombre. Chico, ¿cómo te llamas? No supo qué contestar, luego se torturó por eso. Había pensado mil nombres y mil vidas que apoyaran la tapadera, pero se esfumaron en ese momento, todos menos el real. Desde su silencio todo el mundo le llamaba Chico pero su verdadero nombre era Nel. Solo una persona en todo el mundo lo sabía y había desaparecido. Por eso Nel se convirtió en Chico, por eso tuvo que convertirse en algo que detestaba, formar parte de la banda de Stramp y trabajar para Imperio Dagoh, porque estaba dispuesta a hacer todo lo necesario para encontrar a su hermana, para sacarla del agujero donde Dagoh la tenía metida.

Pero Chico no era un chico, ni tampoco una chica, ya era una mujer. Algunas noches, cuando finalmente podía volver a su habitación en uno de los caserones de Dagoh y descansar, se quitaba las vendas que cubrían sus pechos y se aseaba para sentirlo, para recordarlo, tarareando de forma inconsciente una vieja canción que cantaba Jessica cuando esta la peinaba de pequeña. Se miraba al espejo y rompía a llorar. Intentaba no hacerlo, tener cuidado para no ser descubierta pero odiaba su vida y odiaba ser Chico, pero sobre todo odiaba lo mucho que se parecía a su hermana.

En aquel momento recorría los últimos metros del pasaje hasta la guarida de Stramp con una bolsa llena de monedas de oro. No creía la suerte que había tenido, un idiota con tanto dinero en un lugar como aquel. Llamó dos veces a una ventana y la puerta contigua se abrió.

—¿Ya estás de vuelta, Chico? —preguntó alguien.

No dijo nada, entró y lanzó la bolsa sobre la mesa. Todos los presentes se percataron del peso. El hombre que había hablado se adelantó a todos y vació el saquete. Nel se sentó en una silla frente a él, puso los pies sobre la mesa y agachó la cabeza para simular dormitar. Música, la función había comenzado al otro lado de la pared donde la taberna La Fontana de Fuego hacía de tapadera. La melodía se detuvo y una ola de vítores y gritos de entusiasmo hizo retumbar las paredes de la guarida. Scarlet había terminado su actuación, no había duda.

—¿Cuánto hay ahí, Stramp? —preguntó uno de los curiosos que se acercaron a la mesa.

—Demasiado. ¿De dónde lo has sacado?

—Un tipo —dijo la ladrona sin alzar la vista.

Stramp, con sus pequeños ojos en una cara llena de cicatrices, la observó durante unos segundos maldiciendo mentalmente.

—El jefe va a querer verte, seguro, será mejor que tengas una explicación más trabajada que esa, ya sabes que no le gusta llamar la atención y si le has robado al tío equivocado…

—Lo sé.

—Podríamos ir ahora, ¿te parece?

Stramp no era muy listo, pero conocía el negocio y sabía perfectamente cómo tratar a sus hombres. Había aprendido del mejor, Imperio Dagoh controlaba la ciudad con mano dura, el miedo era su mejor arma, y él aplicaba la misma política con los suyos. El farol siempre funcionaba, ninguno de aquellos desgraciados quería tener una reunión privada con el gran jefe pero Nel era justo lo que buscaba, se esforzaba como nadie para estar cerca de Imperio, toda esta pesadilla era para eso.

—¿Molestar al jefe mientras está con Scarlet? —dijo forzando su mano—. Tú mismo.

El bandido sonrió levemente pero no pudo esconder la mueca de asco y rabia que le producía la chulería de Nel. Si no la había rajado todavía era porque simplemente era la mejor e Imperio Dagoh sentía una extraña fijación por Chico. Stramp recogió el dinero y se puso en pie.

—Vamos a… —Carraspeó nervioso y miró a su alrededor como buscando apoyo moral entre sus hombres—. Vamos a ver al jefe.

Nel sonrió. Chico no se lo permitía, pero no pudo evitarlo, Stramp era patético. Se tapó la boca con la mano fingiendo un bostezo y sonrió como no recordaba haberlo hecho en mucho tiempo. Qué tonta, pensó, no podía cometer ningún error a estas alturas, estaba tan cerca.

Espera, Jess, espérame por favor.

*****

Liz se maquillaba a toda prisa mientras intentaba abstraerse de los sermones que Sinpid solía utilizar para motivar a sus actores. Sermones era la forma amable que ella usaba para los gritos e insultos del director. No obstante con la actriz era diferente, Sinpid se acobardaba cuando tenía que dirigirse a ella convirtiéndose en un tímido vejete bien vestido con gafas y barba de chivo. Le ocurría con cualquier mujer, nadie sabía por qué.

Wild y Spear, actores que escribían sus propias líneas, completaban el equipo de la compañía Holy Root. En aquel momento estaban aguantando el chaparrón antes de comenzar la actuación mientras esperaban que el tercer actor, un suplente al que no conocían, terminara de cambiarse. Sinpid no era una mala persona, simplemente eran los nervios de un actor frustrado al que se le acumulaban las desgracias. La obra estaba prevista para esa misma noche pero Imperio Dagoh se había adelantado y eso había echado al traste su plan. Ahora, además, minutos antes de salir a escena, se encontraba allí sin haber podido hacer un último ensayo general y con un actor menos al que venía a sustituir un aficionado local.

La obra, una representación del poema La Última Llamarada, un cuento épico de cómo el héroe Zenin mató al último dragón conocido. Liz hacía de la princesa en apuros, a pesar de no haber existido ninguna princesa en la historia real, Spear del dragón, Wild del rey, otro personaje inventado para la leyenda, y la nueva incorporación del valiente caballero Zenin.

—No me dejéis en ridículo, pazguatos, he trabajo muy duro para crear esta obra.

—Si la hemos escrito nosotros —murmuró el actor poniéndose la parte de arriba del disfraz de dragón—, y solo es una adaptación. Otra.

—Qué ignorante eres, Spear, él es quién nos ha estado prohibiendo cualquier toque original, ahogando nuestra creatividad y animándonos con insultos e improperios. Dale algo de mérito, por favor.

—¡Silencio, Wild! ¿Todavía no está listo ese tal… Ron? Espero que no se haya desmayado de los nervios el disoluto…

—Por ahí viene.

Minutos antes Ron había sido arrastrado hasta el vestuario por Crostus, el guardia de seguridad, que lo había encontrado perdido en el callejón de la parte de atrás del local. Embutido en su disfraz de Zenin cuya armadura era demasiado real para caminar cómodamente, el principiante vacilaba con cada paso.

—¡Ya era hora, berzotas, estamos a punto de salir! ¿Qué hacías?

Ron no contestó, continuó avanzando y casi sale al escenario.

—¡Todavía no, botarate! —gritó Sinpid agarrándole de uno de los cuernos del yelmo.

—Muchacho, ¿te sabes al menos tu parte? Zenin no sale en el primer acto, te toca esperar conmigo —habló el dragón Spear.

Ron tardó unos segundos en reaccionar.

—Creo que te dice a ti —le comentó a Wild que estaba a su lado.

—¿Está borracho o es tonto? ¡Necesitamos otro caballero!

En aquel preciso instante el viento abrió de un golpe la puerta del final del pasillo que daba al callejón dejando entrar una luz cegadora. Todos se volvieron sorprendidos, expectantes, para ver cómo segundos después una silueta se alzaba poderosa en el umbral de la puerta.

—¿Lasaña? —preguntó la sombra—. ¿Estás ahí dentro, Lasaña?

—¡Largo de aquí, abrazafarolas! ¡Crostus, haz tu trabajo bien alguna vez! —le gritó Sinpid y el corpulento hombre salió de las sombras a regañadientes para despachar al borracho, reprimiendo las ganas de recordarle al director que tenían actor gracias a él—. No hay tiempo para más, vamos a salir ya. ¿Y la chica?

—¿Liz, estás? —preguntó Wild.

—Un segundo —anunció la actriz poniéndose la larga y rizada peluca rubia de princesa sobre su corto pelo azabache.

—Oye, Wild, ¿Zenin llevaba katana? —preguntó Spear.

—No, ¿por qué lo dices?

—¡Prevenidos!

*****

—¡Y así los nueve grandes Barones, tras la guerra más larga y horrible jamás vista por el hombre, consiguieron derrotar al Enemigo y sus mazoku, expulsarlos de las tierras civilizadas y restablecer la paz en todo el mundo formando nuestra amada Federación Antei!

Una explosión de aplausos y alabanzas acompañó a Stramp y Nel mientras cruzaban la sala hasta la gran mesa sobre una tarima que Imperio Dagoh tenía reservada en el centro del local.

La Fontana de Fuego era un local con clase. Oscuro, íntimo, perfecto para aquellos que querían pasar un rato agradable sin llamar la atención y tuvieran el suficiente dinero como para poder perder el tiempo de aquella forma, donde las mesas estaban iluminadas por una pequeña linterna roja y toda la luz provenía del escenario donde el espectáculo de variedades no cesaba en todo el día. Los que allí acudían pertenecían a importantes familias de Amthku y no eran pocos los que venían de lejos atraídos por su fama y su reconocimiento entre los adinerados intelectuales.

Alrededor de la mesa central se encontraba Tirso Nibbel apurando una copa de un vino corriente —la última entrega se había retrasado y la reserva personal de Dagoh estaba vacía—, el suboficial Grinsvat atento al ir y venir de las camareras y el propio Imperio Dagoh que descansaba su enorme cuerpo sobre un sofá rojo. Pegada a su lado la mujer más famosa de la ciudad, Scarlet Damaso, fumaba con su boquilla de plata simulando no percatarse de la mirada de los hombres de las otras mesas que estudiaban con esmero cada centímetro de su cuerpo. Lo tenían fácil, la bailarina no se molestaba en ocultar sus encantos y el trozo de tela negra que hacía de vestido dejaba sus piernas al aire. Consciente de la atención que atraía Imperio Dagoh siempre dejaba descansar su mano sobre las rodillas de ella.

—¿Qué haces aquí, Stramp? —se interesó algo molesto Tirso al verle llegar.

—Hay un asunto. —El hombre carraspeó nervioso—. Un asunto que quiero tratar con el jefe.

—¿De qué se trata?

Stramp miró a Dagoh pero al no ver gesto alguno siguió conversando con el asesino.

—Chico, él, ha robado esta bolsa. —Se la mostró—. No me gusta, demasiado dinero, ya sabes.

Tirso le miró unos segundos con desdén, luego cogió la bolsa que le ofrecían y la pesó con la mano. Enarcó una ceja sorprendido, abrió el saquete y contó por encima la cantidad de dinero que había. Se acercó a Dagoh y le dijo algo al oído. Este se volvió para mirar a Stramp pero reparó en la presencia de Nel que se mantenía a la espera unos pasos por detrás.

—¡Chico, acércate, no seas tímido!

Nel avanzó hasta la mesa un momento después, superado el escalofrío. Echó una rápida mirada a todos los presentes y se detuvo en Scarlet que la observaba inquisitiva.

—¿Nunca has visto unas tetas, muchacho? —comentó Grinsvat riendo. La ladrona no pudo evitar ruborizarse pero se prohibió bajar la mirada y le dedicó una mueca al oficial.

—He dicho que no seas tímido, muchacho, puedes mirar cuanto quieras, Grinsvat solo está molesto porque tú le gustas más a Scarlet que él. —Dagoh comenzó a reír, aquella situación parecía divertirle de una forma extraña—. ¡Pero no te emociones, esta mujer es mía, ladronzuelo!

Agarró a Scarlet y la apretujó contra él. Ella sonrió cumplidora pero se disculpó ya que pronto le tocaba volver a actuar y se marchó.

—Ya hay sitio, ven, siéntate a mi lado. —Nel obedeció y se sentó entre sus enemigos—. A ver, cuéntame qué ha ocurrido.

—Le he robado a un hombre mucho dinero, nada más.

—¿Y eso es un problema? Creía que nos dedicábamos a eso. —Volvió a reír exageradamente, salpicando. Grinsvat se unió al júbilo desorientado, Tirso pidió otra copa haciendo un gesto para que le dejaran la botella.

—Sí, señor, pero usted siempre dice… —comenzó a hablar Stramp pero se vio interrumpido cuando las luces se apagaron y toda la atención se centró en el escenario.

*****

—Todavía me duele la cabeza, maldito renacuajo.

—Cállate, Lodoy, lo único que nos falta ya es que el jefe nos pille lloriqueando.

Los dos matones habían sido degradados a porteros de La Fontana de Fuego pero Vinet sabía que habían tenido suerte, su castigo era una simple advertencia viniendo de Dagoh. A Sathon Seis-dedos le obligó a jugarse a cara o cruz los dedos de qué mano perdería, ahora Sathon Uno-a-cero ya no formaba parte de la banda. Si tenían que perder el tiempo abriéndole la puerta a los clientes y echando a patadas a los borrachos durante un par de semanas para tener la libertad de elegir con qué dedo hurgarse la nariz bien podían darse por contentos con la pena impuesta.

—Un momento ¿ves lo mismo que yo, Lodoy?

—¿El borrachuzo en calzoncillos con una espada gritando que es Zenin?

—No, allí —señaló Vinet aprovechando que todavía tenía con qué señalar.

—¿Esos no son…?

—Sí, sí que son —dijo luciendo su mellada sonrisa—. Los Aniquiladores.

V

El peor actor del mundo

La verdadera última llamarada

Kellus y Clot llegaron a empujones hasta la mesa de Dagoh. Vinet y Lodoy sonreían orgullosos, pensaban que les había tocado la lotería.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó Tirso molesto alejándose un poco de la mesa de Dagoh para interceptarlos—. Tendríais que estar vigilando la entrada.

—Sí, espera, no te precipites —comentó Vinet y vio claramente que aquellas palabras no le habían gustado al guardaespaldas de Dagoh y se apresuró a suavizar el momento, su momento de gloria—. Traemos un regalo, los compañeros de Garbanzo, ellos sabrán dónde está. Nosotros los hemos atrapado, Lodoy y yo.

Tirso estudió a los dos Aniquiladores durante unos segundos, no era mala idea. Si Gurgon y los otros no tenían éxito podrían ser de utilidad.

—¿Y los habéis atrapado desde la puerta del local? —preguntó con sorna.

Ninguno de los dos supo qué contestar. Kellus se adelantó.

—A decir verdad pensábamos entrar en el edificio, sí, así que estamos justo donde queríamos, gracias. Quizás exactamente no como queríamos, pero…

—¡Cállate! —le interrumpió Lodoy con un puñetazo en el estómago.

—Todavía no es momento de hablar, abuelo —comentó Tirso—. Ya llegará, y no creo que te muestres tan entusiasmado.

—¿Abuelo? —le dolió más que el golpe.

—Quedaos aquí, ahora Dagoh está tratando otro asunto —les ordenó—. Buen trabajo…

Tirso volvió a sentarse y no pudo ver cómo Vinet y Lodoy se felicitaban mutuamente, emocionados por las palabras de su superior. Clot le dio unas palmaditas en la espalda a Kellus para animarle pero no sirvió de nada.

****

—¿Quién me ayudará a salvar a mi hija? He dicho. —Wild tuvo que repetir su frase al ver que nadie salía al escenario. El primer acto no era más que una introducción a la leyenda con un discurso del rey lamentándose por el destino de su hija, luego llegaba el caballero al rescate.

Spear animó a Ron con un empujón y este salió trastabillando a escena justo cuando Crostus descolgaba el telón de fondo con el dibujo de un brillante sol dominando el cielo.

—¡Yo! —dijo dramático y un foco le cegó—. ¿No?

Wild suspiró e intentó poner en situación a su compañero. La entrada de Zenin era un monólogo de presentación de cinco minutos relatando las hazañas de la Federación. No era una obra muy interesante, pero tenían que financiarse de alguna forma.

—¡Impresionante! —exclamó Wild sin venir a cuento viendo que Sinpid se retorcía agitando el guión pidiéndole que siguiera—. Pero no me habéis dicho vuestro nombre, oh, joven caballero. ¿Cómo os llamáis y de dónde venís?

—¡Jarkeq! —contestó Ron—. ¡Jarkeq de Vharga!

Sinpid casi parte el librillo.

—Ay madre… ¿has dicho Zenin, valiente caballero?

Jarkeq dudó. Wild le hizo un gesto asintiendo con la cabeza para que reaccionara. Luego miró a un lado, Liz y Spear asintieron también. Y Sinpid, apretando los dientes mientras apretaba con fuerza el guión imaginando estrangular al actor.

—¡Sí! Eso he dicho… ¡Soy Zenin! —dijo sacando pecho, ya metido en su papel y todos respiraron aliviados—. ¡Zenin de Vharga!

Un guión impactó contra la cabeza de Jarkeq que ni se inmutó.

El público empezó a inquietarse, habían visto más veces de las que podían recordar aquella historia y a pesar de ser la versión de otra compañía nadie se desviaba así de la trama, prácticamente era ilegal realizar algún cambio.

—¡Bien, Zenin! —continuó Wild intentando dotar de dramatismo al momento—. No importa tu origen, mientras tengas tu espada matadragones Athena confío en volver a ver a mi hija, la princesa Merimel. ¡Oh, gran caballero, muéstranos tu…! vale, no, déjalo.

Wild se dio por vencido al ver que Jarkeq no llevaba la espada del disfraz, solo una katana vieja y una bandolera. El murmullo fue creciendo y Sinpid ordenó a Spear que saliera a escena para llevarse a Jarkeq e intentar continuar de alguna forma con la obra.

—¡Cuidado, por ahí viene el dragón! —exclamó Wild tratando de dar emoción.

—¡Soy el dragón Strargkos, me he llevado a la princesa y ahora vengo dispuesto a destruir el castillo! —dijo con voz profunda Spear intentando parecer amenazador aunque la cabeza bamboleante de dragón de su disfraz no le otorgaba mucha presencia.

—¿Por qué?—preguntó Jarkeq decidido.

Todos se quedaron callados.

—¿Qué? —preguntó Spear totalmente perdido.

Sinpid jugó su última carta desesperado y Liz salió también al escenario. Habían saltado de un acto a otro de forma descarada con una gran dosis de improvisación pero no había más alternativa, tenían que reconducir aquello de alguna forma y darle un final digno, o simplemente un final.

—¡He podido escapar sola de mi prisión en la mugrienta guarida del dragón y he venido para advertiros de que su intención es reclamar el tesoro del castillo!

—¡Eh, el dragón a la cola, yo estoy buscando mi dinero! Me lo robó un muchacho, tiene que estar por aquí —comentó Jarkeq.

Al ver al público nervioso y el despropósito de la obra, Sinpid saltó al escenario furioso.

—¿Pero qué clase de actorucho eres tú, mentecato? —dijo zarandeando al cazatesoros que perdió el yelmo en una de las sacudidas.

—¡No soy actor, solo quería entrar aquí y el tipo ese me dejó…! —se excusó Jarkeq.

—¡No hace falta que lo jures! Espera… ¿qué tipo? ¡Crostus! —bramó Sinpid.

*****

—Menudo espectáculo más lamentable —comentó Dagoh aburrido—. Bueno, ¿por dónde íbamos?

—El dueño del dinero —le recordó Stramp.

—¿Qué dinero? —Tirso le mostró la bolsa y señaló a Nel—. ¡Ah, sí! ¿A quién le has robado, muchacho?

—A un tipo descuidado —dijo con desgana sin apartar la vista de la linterna de la mesa.

—¿Y qué tipo es ese? —interrogó Dagoh inclinándose sobre la chica.

Nel levantó la vista atraída por el alboroto del escenario, los silbidos y alguna que otra carcajada y sus ojos se abrieron como platos cuando vio a Jarkeq.

—Ese es el tipo —señaló pasmada.

—¿Ese?

—¡Ese es…! —Saltó Tirso de su asiento a la vez que Vinet y Lodoy le imitaban señalando a Jarkeq.

—¿Quién es ese? —preguntó Dagoh.

—¡Ese no soy yo! —dijo un hombre en calzoncillos desde la entrada.

—¡Jarkeq! —saludó Kellus con la mano—. ¡Socorro!

—¿De dónde ha salido ese? —se preguntó Grinsvat.

—De Vharga —contestó el propio Jarkeq desde el escenario a pesar de que Grinsvat se refería al hombre en calzoncillos.

—¿De ese sitio? —se extrañó Tirso.

—¿Qué sitio es ese? —preguntó Stramp.

—¡Que se vaya ese! —gritó alguien del público—. ¡Que salga Scarlet!

—¿Pero quién es ese? —exigió saber Dagoh.

—El que ayudó a Garbanzo —aclaró Tirso.

—¡Ah, ese!

—No, ese es el del dinero —añadió Nel.

—¿También es ese? —preguntó confuso Tirso.

—¡Silencio! —gritó Dagoh pegando un golpe sobre la mesa.

—¡A por él! —ordenó Tirso a Vinet y Lodoy.

—Querrás decir a por ese —comentó Vinet.

—¿Qué?

—Nada.

—¡Scarlet, encárgate de ese! —mandó Dagoh a la bailarina que ya se encontraba esperando su turno y, sin exigir razón alguna, salió al escenario de un salto y comenzó a taconear velozmente.

El público se mantuvo en silencio, nadie sabía exactamente qué estaba pasando. Sinpid se apartó al instante, visiblemente incómodo por la presencia de la mujer y deprimido por el desastre de la representación.

—¡Es lo mejor que he visto en mucho tiempo, una obra interactiva! —comentó finalmente alguien en voz alta y la sala, tras un segundo de deliberación, apoyó sus palabras con aplausos.

Sinpid se volvió a asomar estupefacto para recibir los elogios.

—¡Y con Scarlet! —añadió alguien emocionado.

Sinpid se escondió de nuevo.

La bailarina, ajena a todo, aumentó todavía más la velocidad del movimiento de sus pies, y tras una pausa, alzó su pierna derecha apuntando al techo y golpeó el suelo con todas sus fuerzas provocando una llamarada que volatilizó los zapatos.

—¡Kajiashi Tanzen!

Los asistentes dieron rienda suelta a su entusiasmo. El fuego se concentró alrededor de sus pies desnudos convirtiéndose en unas ardientes botas.

—Oh, vaya, una sukunai —comentó Jarkeq.

Ella sonrió satisfecha y lanzó una patada circular sin previo aviso con el talón apuntando a su cabeza. Jarkeq esquivó el golpe a duras penas dando un paso atrás pudiendo sentir el calor del ataque. El público se mostró sorprendido y algunos comenzaron a animar a Zenin de Vharga. No pensaban que pudiera hacer frente a Scarlet pero quizás así ofrecería un mejor espectáculo. Las apuestas no se hicieron esperar. Los miembros de la Holy Root observaban todo tras las bambalinas procurando que Sinpid no se lanzara en busca de los elogios.

Los pies de la bailarina se convirtieron en lanzas llameantes directas al pecho de Jarkeq. Esta vez no pudo esquivarlo, recibió todos los impactos y cayó de espaldas al suelo con el pecho humeante. Hubo un silencio, un momento de expectación que dejó paso a la decepción cuando vieron que el falso actor no se ponía en pie. Muchos comenzaron a alabar a la bailarina, otros maldijeron, y los perdedores pagaron su deuda.

Imperio Dagoh, que observaba la pelea con atención, se puso en pie y ordenó a los suyos que se movieran. Mientras salían del edificio agarró a Tirso por el brazo.

—¿Ese era la amenaza? —preguntó malhumorado—. Quizá tenga que replantearme tu trabajo…

El asesino le dedicó una dura mirada. Siempre se había manchado las manos por él y ahora se atrevía a hablarle de aquella forma por un simple error de cálculo cuando habían sido Gurgon y los otros, unos matones contratados por el propio Dagoh, los que habían hecho el ridículo frente al desconocido.

—Vosotros quedaos —ordenó dirigiéndose a Vinet y Lodoy antes de salir tras Dagoh—. Averiguad todo lo que sepan estos dos, quiero a Garbanzo ya. ¡Quiero el orbe!

Se cerró la puerta del local tras ellos impidiéndoles oír la repentina ovación del público. El dinero volvió a cambiar de manos, el combate todavía no había terminado.

—Creo que voy a deshacerme de esto, protege pero no es muy cómoda —dijo Jarkeq quitándose parte de la armadura—. Eres muy rápida, no puedo competir contra ti así.

—¡Menos hablar y más zurrarse! —gritó alguien y el resto de intelectuales le apoyaron eufóricos.

Scarlet le lanzó una patada frontal, buscando con la planta del pie su nuez pero Jarkeq dio un paso a un lado, desvió con la mano izquierda la pierna de la bailarina haciendo que girara sobre sí misma, se situó junto a ella y con una pequeña patada en la pierna de apoyo hizo que perdiera el equilibrio cayendo de espaldas. No tocó el suelo, Jarkeq la sujetó por la cintura y la bailarina quedó inclinada sobre su brazo como si hubieran finalizado un baile.

Scarlet quedó asombrada al principio, luego le invadió la ira. Lanzándole una patada desde aquella posición dio una voltereta hacia atrás. Nel, que veía todo desde la puerta oculta que daba a la guarida de Stramp, sonrió, era la primera vez que alguien bailaba de verdad con Scarlet.

La bailarina no se rindió y le mostró otra técnica de su repertorio para alegría de los espectadores. Utilizando la fuerza de la pierna contraria a la de apoyo comenzó a girar cada vez más rápido extendiendo y flexionando la pierna, convirtiéndose en una peonza de fuego. Jarkeq veía pasar el pie en llamas una y otra vez mientras giraba sin cesar, incapaz de contrarrestar el ataque estaba siendo acorralado.

En una de sus vueltas la bailarina rozó las telas que colgaban al fondo del escenario y el fuego comenzó a extenderse. Kellus creyó encontrar su oportunidad.

—¡Fuego, fuego! —gritó con ganas. Ahora la gente saldría en tropel y aprovecharía la confusión para deshacerse de sus captores. Nadie se inmutó mientras el local se convertía en un horno e hizo otra intentona—. ¡Ese tío es un cazatesoros, El Enemigo reencarnado!

Durante un segundo nadie comentó nada, incluso un escéptico se volvió para reírse del Aniquilador, hasta que su compañero más creyente saltó de su silla gritando de pavor y echó a correr. Jarkeq miró a su alrededor, el pánico se apoderó de los presentes. Vio a un rey con una barba en la frente y una falsa barriga casi por las rodillas y a un dragón de cabeza danzarina correr a apagar el incendio, por el otro lado una princesa comenzaba a desalojar el local mientras procuraba mitigar a golpetazos con una cabellera rubia el fuego que ganaba terreno, pero a Scarlet no parecía importarle, no cesó en su ataque. Jarkeq recogió los guanteletes del disfraz, plantó bien los pies en el suelo y esperó el impacto. Detuvo con dificultad la pierna de la bailarina justo antes de que le alcanzara en las costillas. Ella dejó de girar al momento y el fuego de sus pies se evaporó. De los guantes no quedó rastro.

—Ya basta —le dijo Jarkeq serio y saltó del escenario en dirección a Kellus y Clot dejando a una asombrada Scarlet a solas entre las llamas.

Los dos Aniquiladores forcejeaban con Vinet y Lodoy intentando unirse al río de gente que los arrastraba a la salida.

—Tú de aquí no te mueves, viejo —dijo Lodoy acercando su filo a la garganta del hombrecillo.

Jarkeq corrió hacia ellos, se apoyó en una silla y subió a una mesa. Sin detenerse saltó a otra, pateó la lamparita del centro y Lodoy acabó en el suelo con el rostro dolorido. Vinet recibió un fuerte pisotón en la coronilla cuando Jarkeq saltó por encima de él para impulsarse hasta la gran lámpara colgante del techo y aprovechando el balanceo aterrizó cerca de la puerta, sobre varios de los espectadores que huían.

—¡Vamos! —ordenó Jarkeq incorporándose, y Kellus y Clot se precipitaron tras él sin mirar atrás.

*****

El sol ya se estaba preparando para descansar y Kellus todavía no había vuelto. En algún momento de la huida el viejo Aniquilador, que corría tras ellos visiblemente fatigado pero con fuerzas para clamar que sus piernas seguían fuertes y no necesitaba ayuda, había desaparecido. Sin embargo no se dieron cuenta hasta que dejaron a la multitud atrás. Salieron a buscarle procurando no ser descubiertos pero no pudieron dar con él. Era imposible que simplemente se hubiera perdido, Jarkeq temió lo peor. Se dijo a sí mismo para apaciguar su inquietud que seguramente el Aniquilador había encontrado algún buen escondite, quizá en las alcantarillas, a salvo de los hombres de Dagoh, pero no las tenía todas consigo. Ahora en casa de los Aniquiladores prefirió centrarse en repasar Y llegará el final, no todos los días podía recopilar tanta información directamente de la fuente original, para hacer correr los minutos con la esperanza de que Kellus cruzara la puerta sano y salvo en cualquier momento. No obstante, no le estaba sirviendo de mucho, era incapaz de concentrarse, y cuando decidió salir de nuevo en busca de Kellus oyó cómo Garbanzo subía el último tramo de escalera del escondite y aparecía por la trampilla. Se había cambiado, ahora vestía algo más formal, con una chaqueta vieja y un pantalón que le venía enorme, seguramente prestado por Clot. Llevaba algo esférico cubierto por un paño.

El Aniquilador sonrió y le mostró orgulloso el codiciado objeto. Parecía una bola de carbón perfectamente tallada, negra como la noche, una esfera de la oscuridad más profunda pero no opaca del todo. En su interior contenía una débil neblina donde ocho pequeñas lucecitas se mecían, una bruma azulada que parecía emerger de un pozo sin fondo en el que corría peligro de caer cualquiera que observara el orbe demasiado tiempo.

Garbanzo se lo ofreció para que lo cogiera, se podía hacer tranquilamente con una sola mano, y Jarkeq así lo hizo. Al mínimo contacto sintió un pinchazo en la cabeza, un relámpago recorriendo todo su cuerpo y se desplomó con un gemido. El orbe golpeó pesadamente el suelo y rodó hasta el pie de Clot que pegó un brinco al instante por miedo.

El cazatesoros no tardó en recuperarse pero la cabeza le daba vueltas. Estaba sudando y tenía la boca seca. Sentía como si tuviera algo dentro a punto de estallar, ansiando salir, escapar, explosionando su cabeza en el proceso.

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