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2. Vida de Simeón el Nuevo Teólogo

Es en este contexto en el que transcurrió la azarosa vida de Simeón el Nuevo Teólogo desde su nacimiento, en el 949, hasta su muerte en el 1022.

2.1. Infancia y juventud

Simeón nació el año 949 en Paflagonia, región bizantina situada en el norte de Asia Menor, entre Galacia y el mar Negro, en el seno de una rica familia perteneciente a la aristocracia provincial. Su verdadero nombre parece que fue Jorge, porque él mismo se denomina de esta manera cuando nos refiere la visión mística que tuvo en el palacio imperial antes de decidirse por la vocación monástica (cf Catequesis 22). Esto responde a la costumbre de los monjes, tanto orientales como occidentales, de variar sus nombres cuando entran en religión, siguiendo Ap 2,17. Por tanto, el nombre de Simeón lo habría tomado de su padre espiritual Simeón Eulabes al hacerse monje.

Sus padres, Basilio y Teófano, lo enviaron a casa de sus abuelos paternos, que vivían en Constantinopla, para comenzar sus estudios en casa de un gramático que le enseñó taquigrafía y lengua griega ática a través de textos profanos. Cuando terminó estos estudios, su tío paterno, que ocupaba un cargo importante en el palacio durante el reinado de Romano II (959963) y que gozaba de una gran influencia sobre este emperador, le consiguió un puesto importante en la corte, aunque lo rechazó por la fama del emperador de ser un hombre licencioso, ya que a Simeón le horrorizaba tener que estar cerca de él. Al final logró que aceptara el puesto de spatharocubicularius7 y que fuera admitido en el Senado. Tenía entonces catorce años y era el año 963 cuando falleció Romano II, comenzó la regencia de la emperatriz Teófano y su tío desapareció de la vida política.

Al inicio del gobierno de Nicéforo Focas, el Nuevo Teólogo intentó ingresar en el Monasterio de Estudios, donde vivía su director espiritual, Simeón Eulabes, quien desaconsejó al joven su entrada en esa institución y le indicó que viviese en casa de un patricio donde podía seguir sus enseñanzas, que consistían en hacer penitencias, recitar salmos y la jaculatoria «Señor ten piedad» –siguiendo el consejo de san Marco el Ermitaño en su obra La ley espiritual–, en practicar esto antes del descanso nocturno y, además, en no acostarse nunca con algo que le reprochara su conciencia.

De esta manera, después de llevar una dura vida ascética y de oración sin dejar sus ocupaciones, que consistían en llevar la dirección de la casa del patricio (lo cual le obligaba a acudir al palacio con frecuencia), tuvo a los veinte años su primera visión. Acto seguido pidió por segunda vez entrar en el Monasterio de Estudios, pero un motivo desconocido se lo impidió. Esto se produjo en el año 969, cuando Tzimisces se hizo con el poder y, tras siete años de gobierno, murió en el 976. Curiosamente también son siete los años que pasan desde su segundo intento de entrar en el Monasterio de Estudios hasta su ingreso definitivo en el año 976.

En este tiempo, es decir del 969 al 976, se produjo un relajamiento en la vida espiritual de Simeón, según nos informa el propio autor en la ya citada Catequesis 22, donde afirma que la relación con su padre espiritual se enfrió, aunque no rompió del todo con él y, además, nos refiere que en este período no observó todos los mandamientos.

Finalmente, a los veintisiete años, vuelve a su vida fervorosa, lo que atribuye a una intervención divina en la que también tiene un papel importante su director espiritual, y acaba entrando en el Monasterio de Estudios. Un año antes viaja sin razón expresa a Paflagonia. Allí se dedica a la lectura de la Escala del paraíso de san Juan Clímaco y tiene una visión de demonios como los Padres del desierto.

2.2. Estancia en el Monasterio de Estudios

En el año 977, cuando Simeón contaba con veintisiete años, ingresó en el Monasterio de Estudios, donde vivía su padre espiritual, Simeón Eulabes, a quien le tenía una gran veneración, como puede comprobarse con la lectura de algunas de las Catequesis. Este monasterio había sido fundado por un cierto Estudios antes del año 454 en Psamatia, barrio de Constantinopla, y estaba dedicado a san Juan Bautista. Alcanzó gran importancia bajo el liderazgo del higúmeno san Teodoro quien, a finales del siglo VIII y principios del IX, protagonizó uno de los mayores movimientos de reforma en el monacato bizantino.

En efecto, llamado por la emperatriz Irene para levantar el Monasterio de Estudios después de la crisis iconoclasta, se dispuso a poner los cimientos de la reforma a base de una serie de catequesis divididas en dos grupos, las pequeñas y las largas, en las que expone a los monjes su ideal de vida monástica. No hace una regla, como san Basilio, sino que utiliza solo estas catequesis para desarrollar su idea de monacato basada en la vida comunitaria, la obediencia al abad, la vida litúrgica y el trabajo constante. Así se distancia del quietismo oriental de Olimpo. Este tipo de catequesis son las que usará el Nuevo Teólogo para exponer a su comunidad cómo se debe vivir la vida monástica.

En cuanto a la estructura de este monasterio el higúmeno era el jefe y director espiritual de la comunidad, secundado por el deuterós o vicario, el ecónomo, el epistemonarca o encargado de la disciplina, el canonarca o encargado de la música y otros oficios subalternos. Por su parte, los monjes tenían las siguientes obligaciones: compartían sus vestidos, que no eran particulares sino de toda la comunidad; practicaban el ayuno frecuente a pan y agua con frutos secos dos días a la semana y en las cuatro cuaresmas y no comían carne durante todo el año. Su jornada estaba dividida en tiempo de oración común y de oficios prolongados de unas seis horas, y el trabajo manual. En este recinto sagrado no había lugar para los anacoretas.

Cuando Simeón ingresó en el Monasterio de Estudios, el entonces higúmeno Pedro confió su cuidado a su guía espiritual, Simeón Eulabes, con quien, por falta de celdas libres, tuvo que compartir la suya, durmiendo el nuevo novicio en el rellano de la escalera. En el relato de su biógrafo, Nicetas, la vida del Nuevo Teólogo es la de un novicio obediente en todo a Simeón Eulabes y con una vida cada día más mortificada8. Este hecho, junto con la intervención de su padre carnal, que no veía con buenos ojos la vocación religiosa de su hijo, y con la segunda visión que tuvo Simeón durante el breve período que permaneció en el Monasterio de Estudios, provocó, según su biógrafo9, los recelos y las envidias por parte de los monjes menos dados al ascetismo y su consiguiente expulsión del monasterio.

Aunque no se pueden descartar las simpatías y antipatías que pudo producir su comportamiento dentro de la comunidad monástica, es más creíble que nuestro personaje fuera expulsado por no seguir las órdenes del higúmeno del monasterio sino las de su padre espiritual. Sobre todo si tenemos en cuenta que en el Monasterio de Estudios se exigía que la dirección tanto espiritual como organizativa estuviera en manos del higúmeno, de modo que era normal que este ordenara a Simeón que siguiera la forma de vida del lugar y que abandonara la sumisión a su director espiritual y que, ante su negativa, fuera despedido del recinto sin haber transcurrido un año de su entrada en él.

2.3. Monasterio de San Mamas

Después de la expulsión del Monasterio de Estudios, su padre espiritual, Simeón Eulabes o el Viejo, le buscó otro monasterio, el de San Mamas, cuya construcción se fecha entre los siglos VI y VII. Este recinto se hizo célebre, precisamente, debido a la figura del Nuevo Teólogo que, siendo higúmeno, lo restauró porque se encontraba sumido en un estado lamentable, tanto material como espiritualmente, y, al mismo tiempo, comenzó a eliminar las tumbas que poblaban el recinto, conocido antes de él por ser un lugar de enterramiento. Dada la situación tan penosa en que estaba el monasterio y la necesidad que tenía de vocaciones, su higúmeno Antonio recibió al nuevo novicio sin muchas condiciones. Acogido en este centro, Simeón destacó de nuevo por llevar un régimen de vida austero y entregado a la ascesis personal, algo más propio de un anacoreta que de un miembro de una comunidad religiosa.

Poco tiempo después de su entrada en este lugar, recibió la visita de varios miembros del Senado que intentaron convencerle de que abandonara su pretensión de dedicarse a la vida monástica, algo que no solo no consiguieron sino que, a los pocos días, recibió la tonsura. Al morir el higúmeno Antonio, los monjes de la comunidad lo eligieron como superior tras consultar con el patriarca Nicolás Crisoberges. Al poco tiempo fue ordenado sacerdote por el propio patriarca. Esto ocurrió a los dos años de su ingreso en San Mamas, el año 980, cuando tenía la edad de treinta y un años.

Una vez higúmeno tratará por todos los medios de restaurar la vida espiritual y material de la institución, pues este lugar se había convertido en un cementerio de personajes ilustres y la parte donde vivían los monjes amenazaba ruina. Así emprende una serie de reformas que consisten, en lo que se refiere al edificio monástico, en su completa restauración, a excepción de la iglesia, dentro de la cual se limita a retirar todas las tumbas, cubrir el suelo con losas de mármol y decorar las paredes con iconos. En cuanto a los monjes, los instruye a través de sus catequesis en las que insiste, sobre todo, en que cumplan los mandamientos de Dios para avanzar en la vida espiritual. Es interesante en este sentido la lectura de la primera Catequesis, que corresponde a su primer discurso a la comunidad como higúmeno. En ella muestra un único camino para llegar al reino de los cielos, los mandamientos de Dios, donde existe una sola ciudad, que consiste en la tríada de virtudes: fe, esperanza y caridad, de las cuales la caridad es la más importante, ya que toda la ascesis no vale de nada si no termina en la caridad.

Por lo que sabemos gracias a las Catequesis y a los datos de su biógrafo Nicetas, el régimen de vida en el monasterio se centraba en la plegaria y la penitencia. La vida de oración se concentraba en tres grandes momentos: los maitines, la santa liturgia y el oficio vespertino, seguidos todos ellos por una catequesis o plática del higúmeno. Las comidas consistían en raíces y legumbres, excepto en Cuaresma, cuando el régimen de los monjes se limitaba a pan y agua.

En la Catequesis 26 Simeón nos da un programa de lo que debe ser la vida de un monje. En relación a los oficios litúrgicos les exhorta a que participen en ellos con el espíritu atento y eviten las distracciones. Estos empiezan antes del amanecer con el orthros10, durante el cual aconseja nuestro santo estar concentrados en lo que se reza, permaneciendo de pie, sin dejar a la inteligencia ni a la imaginación divagar. Además, pide que no salga nadie del coro sin haber terminado esta oración, salvo en el caso de necesidades mayores, y que se procure por todos los medios arrojar lágrimas durante el rezo de los salmos.

Una vez acabado este largo oficio, el monje debe realizar un trabajo manual u ocupación que le sea asignada, pues no debe estar ocioso en la celda ni, por supuesto, visitar las celdas de sus compañeros para perder el tiempo en conversaciones insustanciales, que son malas para el espíritu, o para inspeccionar cómo los demás trabajan. Terminado este tiempo dedicado al trabajo, comienza la sagrada liturgia, que es el momento más importante en la vida del monje porque ve cómo baja al altar el Hijo de Dios, en palabras del propio Simeón.

Concluida la celebración, todos los monjes deben ir al refectorio para comer. Algunos de los monjes, durante la comida, tendrán que servir a los hermanos, siguiendo el modelo de Cristo. Nuestro higúmeno exhorta a los monjes a que no empiecen a ingerir alimento antes de que se imparta la bendición y de que hayan comenzado los mayores. Se come en silencio y recogimiento interior mientras se escucha a un monje que lee durante la colación. Además, pide al religioso que no busque ni la ración más apetitosa ni la menos, sino que coma lo que le pongan delante sin buscar saciarse, huyendo asimismo del vino y de la gula.

Finalizada la comida, el monje volverá a su celda para leer un poco y, a continuación, seguir con los trabajos manuales o, si es verano, dormir un rato la siesta hasta que toquen para el canto del lychnicón11. Una vez que este oficio ha terminado, aquel que no pueda pasar con una comida al día, se dirigirá al comedor donde le darán un trozo de pan seco y un poco de agua, salvo en caso de enfermedad, que podrá comer algo más sustancioso.

Termina el día con el rezo del apodeipnon12 en el que se pide perdón al superior y este da la bendición. En ese momento, el monje va a su celda en silencio a recogerse en oración y meditación y a entregarse a la penitencia mientras repasa los salmos del día. Después de la plegaria, lee un poco y retoma el trabajo manual hasta la primera vigilia, en la tercera hora de la noche. Una vez que ha recitado el salmo 118, se retira a descansar, no sin antes hacer un examen de conciencia y confiar todos sus pensamientos, proyectos y pecados al higúmeno, que no solo es el director del monasterio sino también el director espiritual.

Con estas exigencias de vida espiritual Simeón consiguió elevar el nivel moral del Monasterio de San Mamas y atraer hasta allí a cristianos de varios países, entre ellos un obispo italiano. También venían a él personajes de Constantinopla a ser dirigidos espiritualmente por él. Sin embargo, no todos los miembros de la comunidad aceptaron gustosos a su higúmeno. En efecto, según su biógrafo, un grupo de unos treinta monjes, cierto día, durante el rezo de los maitines, se amotinaron contra él intentando echarlo del monasterio. Al ver la calma con que actuó el Nuevo Teólogo, salieron del recinto sagrado y fueron a entrevistarse con el patriarca Sisinio quien, después de oír las denuncias de los amotinados, decidió llamar a Simeón y, tras escucharlo, optó por expulsar a los monjes y condenarlos al exilio, castigo que no se llevó a cabo gracias a la intercesión del propio Simeón. Acto seguido, el santo intentó hacer volver a algunos de estos, lo que consiguió en parte.

Durante esta época, por lo que sabemos gracias a sus obras y a los testimonios de su discípulo Nicetas, nuestro autor trata de seguir en su vida espiritual el camino de la renuncia al mundo y a sí mismo, iniciando luego la búsqueda de la quietud y la dedicación al ministerio de la Palabra. Con este programa de vida personal y con las normas que regulaban su monasterio, entró una corriente de aire fresco en la espiritualidad monástica de la época en Constantinopla. Por eso fue conocido y venerado por varias generaciones y, aunque no todos estuvieran de acuerdo con el contenido de sus reformas, nadie duda que fue un gran reformador, serio, convencido y eficiente.

En el año 1005, a los cincuenta y seis años de edad y casi veinticinco de higúmeno, renunció a su cargo y colocó a su discípulo Arsenio como sucesor. El motivo que aduce es que los muchos años al frente del monasterio le impedían dedicarse como quisiera a la práctica de la virtud y la quietud. Es en esta época cuando tiene una nueva visión en la que todo su cuerpo se convierte en una luz inmaterial, de tal manera que apenas siente que está en él aunque, cuando se fija, ve que sí lo tiene, pero ya como un cuerpo espiritual. En esta experiencia contempla la gloria de Dios y oye una voz que le dice que esta es la gloria que alcanzan los bienaventurados en el cielo y que así serán los cuerpos en la otra vida.

2.4. La disputa con Esteban de Nicomedia

En la renuncia al cargo de higúmeno hay en el fondo una disputa con Esteban de Nicomedia que le llevará a tener que exiliarse durante algunos años de su vida. Esta disputa empezó con el rechazo al culto de su padre espiritual que Simeón comenzó a demostrar a partir de su fallecimiento hacia el año 987. A este culto añadió el Nuevo Teólogo la composición de himnos y de una biografía completa en su honor. El asunto llegó a oídos del Patriarca, quien le permitió seguir con el culto que tributaba.

Pero en el año 1003 esta disputa se convertirá en una gran controversia que cerrará una etapa en la vida de Simeón. El oponente de nuestro personaje fue Esteban de Nicomedia, que había sido el metropolita de esta ciudad y ocupaba, por entonces, el cargo de sincelo13. Todas las fuentes de la época le reconocen un gran don de palabra, y por esa razón fue enviado por Basilio II como embajador ante Bardas Escleros para convencerlo de que depusiera las armas. Así nos lo describe Nicetas: «Un cierto Esteban de Alexina, metropolita de Nicomedia, estaba entonces vivo. En el discurso y el conocimiento era superior a las masas. No solo era influyente con el Patriarca y el Emperador, sino que era capaz de solucionar problemas imprevistos a cualquiera que se los plantease»14.

Sobre el carácter del personaje, sin embargo, tenemos pocas fuentes. Nicetas nos lo presenta como un ser envidioso, dispuesto a destrozar a su adversario, no contento con hundirlo, y nos lo describe con tintes iconoclastas15. En cambio, Cedreno nos lo muestra como hombre virtuoso16. I. Hausherr, por su parte17, conjetura que podría haber tomado parte en la edición del Menologio de Basilio, obra de Simeón Metafrastes, en un compendio de textos hagiográficos ordenados según la celebración litúrgica de cada santo, que parece ser un intento de controlar la denominación de «santo». Por eso opina que en realidad la primera disputa con nuestro autor sería un problema de canonización: la santidad de Simeón Eulabes. No es extraño que, si Esteban tomó parte en los trabajos de esta «enciclopedia», viera con malos ojos la pretensión de Simeón el Nuevo Teólogo de festejar públicamente a su padre espiritual, cuando no lo consideraba digno de formar parte en esta enciclopedia.

Pero, a pesar de esto, resulta extraño que estos dos hombres lucharan entre sí con una obstinación de años. Sería muy pueril aceptar sin ninguna clase de crítica la interpretación de Nicetas, o la teoría de que se trataba solo de negar al higúmeno de San Mamas el derecho de dar culto privado a Simeón Eulabes, puesto que en el año 1000 nadie discutía esta facultad, aunque empezaba ya a haber intentos de centralizar la «canonización» de los santos. El motivo profundo de la disputa hay que buscarlo, más bien, en el modo de concebir la ciencia teológica de uno y de otro, sin que, claro está, las profundas convicciones ascéticas del higúmeno de San Mamas, o incluso su posible carácter fuerte, queden excluidas como un motivo más en la discusión.

Según Simeón solo los que poseen el Espíritu pueden enseñar, y este no se tiene sin tener consciencia del mismo. Es más, según nuestro autor la teología no consiste en repetir lo que otros teólogos venerables han dicho anteriormente para ser admirados por los demás. Eso, para el Nuevo Teólogo, no es más que filosofar ya que, sin la posesión del Espíritu, no se puede hablar de Dios.

Junto a esta disputa teológica se halla, además, un viejo litigio entre el clero regular, los monjes y el secular. Después de la cuestión iconoclasta este último quedó desacreditado y los monjes aprovecharon este descrédito de la jerarquía para monopolizar la dirección y la confesión de los laicos. Simeón va más lejos despojando a la jerarquía, en nombre del Espíritu Santo, nada menos que de su poder de perdonar los pecados en caso de que caigan en la indignidad.

No es extraña, por lo tanto, la reacción del sincelo Esteban, quien, por su parte, atacó a Simeón en dos frentes: uno, el teológico, preguntando a nuestro monje la siguiente cuestión trinitaria: «¿Cómo separas tú al Hijo del Padre? ¿Con una distinción de razón o real?». El Nuevo Teólogo, ante este interrogante, no se limita únicamente a responderle diciendo que no hay ni distinción real ni de razón, sino que, al mismo tiempo, aprovecha la ocasión para volver a enfrentarse a aquellos que pretenden hablar de Dios sin poseer el Espíritu, pues únicamente las personas que tienen el Espíritu pueden hablar de Dios, y lo demás es osadía, en clara referencia a Esteban.

El segundo frente de ataque de Esteban contra Simeón consistía, como es obvio, en poner en duda la santidad del Estudita, padre espiritual de nuestro autor. Este enfrentamiento tiene lugar entre el 1003 y el 1009. Dos años después de iniciarse, en el 1005, Simeón presenta voluntariamente la dimisión de su cargo y en el 1009 es condenado al exilio por negarse a restringir el culto a su padre espiritual a una mera cuestión interna del monasterio.

2.5. Desde su exilio hasta su muerte

De esta forma, el 3 de enero del año 1009 es conducido fuera de la ciudad de Constantinopla a Palútico, población que está cruzando el Propontios de Crisópolis. Allí se establece en un oratorio que se encontraba abandonado llamado Santa Marina. Según Nicetas lo primero que hace al llegar es rezar la hora nona18. Allí, durante el primer año de su exilio, también según Nicetas19, Simeón escribe dos cartas al sincelo agradeciéndole la persecución a la que le ha sometido por los beneficios que Dios le ha concedido gracias a ella. Estas cartas exasperaron aún más a Esteban, que mandó registrar la celda que tenía en San Mamas confiscando sus pertenencias, en busca, posiblemente, de algún manuscrito suyo.

Su nuevo lugar de asentamiento, el oratorio de Santa Marina, pertenecía a Cristóforo, un dirigido espiritual de Simeón, laico y alto cargo en la corte del emperador. A través de este personaje, Simeón escribe un libelo dirigido al patriarca defendiéndose de las acusaciones, que le fue entregado por medio del senador Genesio, y el patriarca, al ver que el asunto del Nuevo Teólogo adquiría dimensiones importantes y podía llegar a oídos del Emperador, decide leer el documento en un sínodo, que acuerda permitirle volver del exilio e incluso se le promete un episcopado a modo de indemnización por los daños causados.

De este modo, el Nuevo Teólogo vuelve del exilio en el año 1010/11 para ver al jefe de la Iglesia constantinopolitana, quien le pide encarecidamente que se avenga a limitar el culto de su padre espiritual al ámbito interno de su monasterio y, a cambio, le promete lo que el sínodo quería concederle: su reposición en el Monasterio de San Mamas y un futuro episcopado. A esto Simeón se opone, rechazando restringir el culto de su padre espiritual. De esta manera se coloca aún más firmemente en la senda de san Teodoro el Estudita en lo que se refiere a la veneración del guía espiritual. El patriarca, en vista de su obstinación, le permite que haga lo que desea. Así, nuestro personaje se exilia voluntariamente en Santa Marina, donde vuelve a levantar otra comunidad de monjes.

Es en esta época cuando escribe la mayoría de sus himnos. También nos relata Nicetas la oposición de los vecinos del oratorio al establecimiento de un monasterio en él, oposición bien manejada por Simeón. Poco antes de concluir su vida nuestro personaje visitó la tierra de sus padres y de vuelta a Santa Marina, el día 12 de marzo del año 1022, a los setenta y tres años de edad, después de una enfermedad propia de una vida consumida por el ascetismo, murió rodeado de sus monjes. Según Nicetas, su biógrafo o, si se prefiere, su hagiógrafo, Simeón había predicho que moriría ese día y de esta manera y que, treinta años más tarde, sus reliquias serían trasladadas, como de hecho ocurrió el año 1052. Su fiel discípulo le atribuye milagros antes y después de su muerte.

3. Obras de Simeón el Nuevo Teólogo

No hay unanimidad en cuanto al número de obras que escribió Simeón. Tenemos sobre ello diversas versiones. La primera nos la ofrece Nicetas, quien nos informa que lo primero que redactó el Nuevo Teólogo fueron unas cartas dirigidas a sus discípulos y compuestas cuando era novicio en el Monasterio de Estudios. Más adelante, mientras fue higúmeno de San Mamas, escribió las Catequesis. En muchas de ellas encontramos alusiones a la vida del monasterio y a datos biográficos del autor. También escribió parte de los Amores de los himnos divinos. Al final de su vida en San Mamas compuso los Capítulos teológicos, gnósticos y prácticos y los Tratados que tocan a las cosas divinas. Más tarde, durante su disputa con Esteban, escribió sus obras polémicas y apologéticas, como son sus Tratados teológicos y éticos, y al final de su vida, en el exilio, redactó el resto de sus Himnos y los Discursos apologéticos y antieréticos.

Esta primera versión es corregida y ampliada por Karl Holl quien, a finales del siglo XIX, nos ofrece este catálogo de obras: Discursos exegéticos e interpretación de la Escritura, Discursos catequéticos, Discursos éticos y catequéticos, Capítulos ascéticos sobre las virtudes y los vicios opuestos, Apotegmas, Vida de Simeón Eulabes, Discursos e himnos sobre Simeón Eulabes, Discursos apologéticos y antieréticos, Cartas, Himnos20.

Pero es Basile Krivochéine, el editor de algunas de las obras de Simeón en Sources Chrétiennes, quien nos ofrece otra distribución, que podemos considerar definitiva21. Según él, las obras se pueden dividir en tres grandes grupos: a) sermones y cartas: en él se incluyen treinta y cuatro Sermones catequéticos, la Acción de gracias primera, que generalmente se designa como la Catequesis 35, tres Tratados teológicos, quince Tratados éticos, cinco Cartas, la Acción de gracias segunda, llamada también Catequesis 36, treinta y tres Discursos de los escritos y veinticuatro Discursos en capítulos; b) los capítulos; y c) los himnos divinos.

3.1. Discursos catequéticos o Catequesis

Estos discursos pertenecen a su época como higúmeno de san Mamas, es decir, del año 980 al 1005. Están destinados en su mayoría a ser pronunciados ante los monjes, con la excepción de unos pocos, como, por ejemplo, los Discursos catequéticos 17 y 20, que parecen haber sido escritos para ser leídos en privado, pues en ambos hallamos la siguiente afirmación: «Así pues, hermanos míos, quise escribiros estas cosas...» (Cat. 17,87 y Cat. 20,12-15). Además en los dos se nota la falta del estilo vivo del resto de sus Discursos. La causa de todo esto podemos encontrarla en el hecho de que están dirigidos, el decimoséptimo a sus discípulos, muchos de los cuales vivían fuera del monasterio, y el vigésimo, a uno de sus dirigidos.

A partir de ahora los denominaremos con el término abreviado de Catequesis. Como se ha indicado en la introducción, esta obra pertenece a un género que utilizaba san Teodoro el Estudita para dirigirse a sus monjes y exponerles los puntos principales de la práctica monástica. En su lectura podemos descubrir las principales líneas de la regla de vida que el Nuevo Teólogo quería para sus monjes. Al leerlas puede sorprendernos la exigencia que nuestro personaje reclama a sus subordinados cuando les expone las líneas maestras de su espiritualidad, que pasa por una rigurosa ascesis para alcanzar la imperturbabilidad y el exacto cumplimiento de los mandamientos de Dios.

Además, el estilo de esta obra es muy coloquial y está llena de similitudes con la vida cotidiana. Están escritas para ser pronunciadas. Por eso, a través de ellas podemos adentrarnos en lo que era la vida de un monasterio bizantino en la época de Simeón. La longitud de cada catequesis varía mucho: alguna sobrepasa el millar de líneas y otras no llegan al centenar. La lectura de las mismas es agradable aunque en algunas ocasiones sus ideas choquen con nuestra mentalidad occidental. No obstante, he querido comenzar la traducción de sus obras precisamente por este libro por ser el más antiguo, el más personal y el que mejor nos ayuda a conocer a nuestro personaje.

No quiero terminar este pequeño estudio sobre esta obra sin señalar el problema planteado por el gran parecido que existe entre las Catequesis y los Discursos de los escritos, por una parte, y los Discursos en capítulos, por otra. B. Krivochéine22, después de estudiar las similitudes y diferencias entre ambos grupos de escritos, llegó a las siguientes conclusiones: que los Discursos de los escritos son el resultado de una revisión y adaptación para el gran público de las Catequesis, y que lo que movía al autor de esta recopilación era un deseo de beneficio espiritual y mayor inteligibilidad, por lo que corrigió algunas expresiones del texto de las Catequesis, purificando el estilo y procurando no aludir a las notas autobiográficas de estos escritos, lo mismo que a las confesiones místicas y revelaciones, que se presentan muy resumidas en los Discursos de los escritos. También observamos en esta última obra un deseo de sistematización que se explicita en el aumento de citas bíblicas, la reorganización que han sufrido algunas de ellas y las omisiones de aquellos pasajes que teológicamente no están claros.

Por último, por lo que se refiere al parecido de Discursos en capítulos con las Catequesis, puede pensarse que aquellas son como una segunda redacción de estas y de otros escritos de Simeón desconocidos para nosotros, y que la diferencia que hay entre los Discursos de los escritos y los Discursos en capítulos se debe a que estas parecen haber recogido material de las obras de Simeón que nosotros no tenemos por transmisión directa. Por tanto, de todas las obras citadas, el único escrito que se puede atribuir con certeza a Simeón son las Catequesis, las otras quedan como una redacción de copistas posteriores.

3.2. Tratados teológicos y éticos

Estos tratados no contienen indicaciones biográficas que nos sirvan para fecharlos pero, si tenemos en cuenta que fueron pronunciados por el Nuevo Teólogo cuando ya no era higúmeno y que son obra de controversia, es lícito situarlos en la etapa final de su vida, la que comienza en el 1003 con su disputa con el sincelo Esteban y prosigue con su renuncia a su cargo de director de la comunidad de San Mamas en 1005 y con su posterior exilio en el 1009. Van dirigidos al público en general y no solo a los monjes. Son más sistemáticos y de consulta obligatoria para conocer el pensamiento teológico de nuestro autor.