Kitabı oku: «Triannual II», sayfa 4
… Incongruencia. Pero ¿para qué les pago?
La verdad, cómo añoro al que fue progresivo y evolutivo siglo xx.
Sexto comentario: Nieve justiciera
He evitado tratar de este asunto cuando sucedió, un día del primer mes de este año 2018, para intentar atenuar con el paso del tiempo la indignación que me produjo lo que pudo contemplarse en su momento. Voy a considerarlo ahora, porque han transcurrido casi tres meses después del suceso. Me refiero a los trastornos de tráfico producidos por la nevada de la primera semana de enero, cuyo resultado más conocido —sin ser el único conflicto que se originó en distintos lugares— fue el caos en la AP-6 (Segovia-Madrid). Este vial es totalmente desconocido para mí porque nunca he viajado por ese trayecto, pero lo recordaré por las muchas informaciones que se estuvieron sucediendo en los medios. Especialmente por las grabaciones de televisión que filmaron, de un modo visible y real, lo que representó aquella situación increíble, por sus efectos.
Era época de festividades muy señaladas y tradicionales, con desplazamientos familiares masivos, esto es, Navidad y Reyes, así que cualquiera hubiera podido encontrarse afectado por el suceso. Por mi parte, el día 6 de enero, como tantos otros, también me desplazaba por carretera hacia mi casa, de vuelta de una visita por la fiesta correspondiente, pero no me alcanzó nieve alguna porque no circulaba por la mitad norte del país, de modo que tan solo aprecié una lluvia tranquila, que en ningún momento aumentó de caudal, hasta arribar a «mi» meseta, en la que no he visto nieve consistente durante, tal vez, más de una decena de años.
En ningún momento pude suponer que en otros lugares se iba a producir un descoloque de tal categoría como ocurrió. En cierto modo ya estamos acostumbrados a que las pocas nevadas que se producen en la península dejen pueblos incomunicados y a que en las carreteras se discurra lentamente. Cuando, excepcionalmente, se producen fenómenos extremos (que tampoco tienen el alcance y duración de los que suelen darse más al norte de los Pirineos), son informados en la televisión con entrevistas rápidas a afectados en zonas de la mitad superior de la península, donde siempre pueden producirse incidentes, debido a su climatología de mayor intensidad. Pero en este caso, la situación era distinta.
1. La AP-6 y la DGT (Dirección General de Tráfico)
Al comparar nuestras nevadas nacionales con el discurrir norteuropeo del tiempo nevado, me admira cómo allí la vida ordinaria parece transcurrir de una manera bien asumida y ordenada, tanto a nivel oficial como individual, a pesar de la gran incidencia y duración de los temporales, mientras que aquí se suelen organizar dificultades importantes y atascos imponentes por intensidades de nevada o de borrasca mucho menores y considerablemente más breves en el tiempo. Y así empecé a darme cuenta, con asombro y preocupación, de que las dificultades en la AP-6 eran más graves que los episodios habituales en este país, desacostumbrado —salvo en las cimas— a la nieve.
Y, estando en ello, de pronto presentan en la televisión unas manifestaciones verbales de un orondo caballero, con el correspondiente cargo oficial, «regañando» y culpando con cierto tono airado —así me pareció— a los ciudadanos que se encontraron afectados y sepultados en el atasco inmovilizador que se dilataría durante dieciocho horas sucesivas cercados por la nieve, alegando que antes de esos momentos, ya se sabían las previsiones meteorológicas adversas.
Vamos a ver, señor responsable de la DGT (Nota añadida posteriormente: me refiero aquí al que lo era «en aquellos momentos» bajo el color de su partido), como Vd. mismo alegó que había viajado, libre y voluntariamente, a sus celebraciones en dirección sur, sin nieve, ¿eso le lleva a desdeñar a los ciudadanos por los que Vd. debía velar imperativamente por mandato de su cargo y de su sueldo, como si ellos no tuvieran derecho a hacer sus visitas y viajes al ir hacia el norte entre la Sierra Central y la línea del Cantábrico y los Pirineos? ¿Se autoexculpa de responsabilidad en un área que es precisamente propia de su cargo? ¿No se llamaba su organismo Dirección General de Tráfico?
Sus manifestaciones parecían una enfadada pretensión de atrincherarse cómodamente en su empleo, en su faceta de coordinador administrativo del producto de multas y sanciones y olvida que está, prioritariamente, al servicio del bienestar público del ciudadano, que es quien le paga para eso, antes de cualquier otra consideración. Y aún mucho más cuando se trata de una situación de urgencia y peligro, donde no ha lugar a calificar ni buscar culpables sino a reaccionar deprisa y con medios resolutivos. Y la primera exigencia de ese servicio no es hacer crítica ácida de ciudadanos en apuros, sino compartir la situación de la población, de palabra y de obra, cuando las cosas vienen mal dadas y, precisamente, cuando entran —de pleno— dentro de sus competencias y de su sueldo.
Porque yo sí que pasé a imaginarme el enclaustramiento de los viajeros afectados, rodeados por la nevada en un atasco de ¡3.500 vehículos! parados e inmovilizados durante ¡18 horas! en la carretera. Si yo hubiera estado en el suceso por ese u otro acontecimiento climático, ni por un momento pasaría a considerarme culpable como ciudadano afectado, ni por exceso ni por defecto, ni si llevo cadenas o no, o porque he omitido cargar con litros y litros de combustible en previsión de una situación sobrevenida en un atasco de más de dos tercios de un día e imposible de prever con tal duración. Claro que tampoco habría incluido cinco linternas y un montón de paquetes de pilas, ni habría viajado con media despensa en frío y diez termos con bebidas calientes, tres garrafas de agua o más, ocho mantas y triples calcetines por cada persona del coche, más mudas de adecentamiento, más sistemas higiénicos interiores, más un botiquín mucho más que básico para un trayecto por una vía territorial principal… porque tendría que haber llevado un remolque para disponer de todo ello y estar saliendo del coche todo el tiempo del atasco, para surtirme malamente, en parado y pateando nieve mientras pillo una neumonía.
Con las mismas, los afectados no habían imaginado la posibilidad extrema de verse inmersos en un caos circulatorio imponente, inmovilizados en una vía principal y de peaje no expedita de la nieve caída durante una impensable cantidad de horas nocturnas, cercados por la nevada, con equipaje básico para las personas de cada vehículo. La previsión para desplazarse por ese sector podía haber sido de un par de horas si hubiera estado atascado, y no de dieciocho en situación de inmovilidad completa. Al tratarse de una vía de pago, nadie hubiera esperado semejante contingencia para reforzar su equipaje como si fuera a dormir en una cumbre nevada, igual que no aprestamos parasoles blindados sobre nuestra cabeza al pasear por las calles, por si a uno le cae un meteorito encima, a pesar de que caer, caen… excepcionalmente y acercarse, se acercan, además de pasearse como bolas de fuego por la propia atmósfera.
Los conductores no podían haber previsto técnica, profesional y minuciosamente semejante situación de carácter excepcional. Pero, inmerso en el accidente sobrevenido, si encima de que no me auxilian, además me culpan debo remitirme al axioma clásico y claro por el que «lo que no está prohibido, está permitido». Por eso la gente viajó, porque prohibido desplazarse no lo estaba, como el propio «mandatario» demostró con su viaje festivo personal, que lo mantuvo lejos del suceso y, también, alejado de su selecto puesto de trabajo. Y, sin lugar a dudas, ningún conductor pudo adivinar, como ciudadano común, ni el resultado de quedar masivamente atascados en un bloqueo no atendido por ningún servicio, ni que los iban a dejar allí durante dieciocho horas, en buena parte nocturnas y con la nieve amontonada y sin retirar en la vía pública por la que circulaban. Es normal ver cómo las televisiones filman a las quitanieves en las rutas, cuando hay nevada, pero allí no estaban. Lógicamente, los viajeros confiaban en que los medios de protección profesionales estaban activos en tales momentos. ¿Lo estaban? Claro y demostrado está que no.
Tampoco creo recordar que el citado caballero dirigente y portavoz oficial de Tráfico hubiera salido en pantalla antes de la fecha del suceso (como sí, en cambio, se apresuró a salir después de estar en vías de solución el atasco… cuando finalizaba la enorme demora por la actuación de unidades militares de auxilio), repito que no se personó para dictar una esperpéntica prohibición de que la gente se desplazara a sus tradicionales momentos de ocio, del estilo —inventado— de «en previsión de nevadas, queda absolutamente prohibido viajar hacia el norte, o viajar hacia el sur desde el norte porque, si se meten en un conflicto por el temporal, luego no se quejen que de vacaciones estaremos todos, los sistemas de apoyo al mínimo y no garantizamos la seguridad y mucho menos la ayuda».
O, pura y simplemente, dictar un —también inventado— completo cierre de carreteras y mandar a todo el mundo confinado en sus casas, por decreto absolutista, paradas las actividades que, con nevadas mucho más intensas y profundas, se puede ver cómo en otros países de Europa se actúa con medios correctos, tanto a nivel oficial como individual. Allí sus administraciones saben intervenir con medios de solución cuando corresponde y sus nacionales toman precauciones porque están bien acoplados a los resultados climáticos habituales en su zona, y suficientemente formados, de manera sistemática, para cumplir directrices eficaces…
(Nota añadida en 2020: lo expresado en los anteriores párrafos, y en los que siguen abajo, fue escrito exactamente así cuando lo redacté en abril de 2018. El parecido que —guardando las distancias con el confinamiento— pueda tener con la situación de la pandemia del año final de este libro es una coincidencia llamativa, en ambos casos lamentables. Además, ¿no les parece muy parecida la «gestión» de aquel asunto, aun en menor alcance cronológico y social, con la deplorable gestión de la pandemia, en 2020? Pues eran gobiernos de distintos colores y pretensiones. Por algo serán los parecidos.)
… Claro, esas prohibiciones previas que me he inventado arriba, concernientes a vías principales, no podían dictarlas —ignorantes o indiferentes a lo que pudiera pasar— los excelsos dirigentes de la maraña asfáltica, no tanto por respetar el poco derecho democrático que aún puede existir en defensa de la libertad individual y colectiva, sino más bien en razón de los variados e interesados componentes mercantiles y comerciales anejos al desplazamiento masivo por carretera. Por ejemplo, como los interesantes ingresos oficiales por el mayor nivel de tráfico en navidades, el producto económico del turismo en fiestas y vacaciones, el rendimiento de los impuestos del combustible, enormemente crecidos por viajes en la época navideña y, cómo no, los ingresos por el IVA correspondiente a tanto movimiento y consumo. Y para qué hablar de las multas de tráfico, que aportan un buen surtido dinerario a las arcas oficiales…
Así que, estando dedicado el destacado señor —como cualquiera— a su propio asueto y viéndose estorbado en sus vacaciones ociosas por la situación de miles de personas atrapadas en la «lejanía», el empleado público se permite, en su intervención televisiva, culpar presuntamente (y evito decir «abiertamente») a los afectados por haber pecado de imprevisión individual, en base a su opinión de que los medios informativos ya habían «avisado» de que nevaría y, dando por hecho que eso debía haber bastado para quedarse en casa, claro que todos menos él. En unas fechas tan señaladas y tradicionalmente «viajeras», alegaba los datos de los informativos de TV como si debieran de acatarse al nivel de edictos municipales, obligatorios y perentorios. Le faltó culpar a los afectados por no viajar en helicóptero (que tampoco habría resultado, por el temporal), para dejarle a él tranquilo con sus asuntos, en el cálido sur…
(Nota añadida, de nuevo en abril de 2020: En cambio cuando introduzco esta nota, dos años después del suceso y último de estos comentarios, otro temporal gravísimo acechando como resultado de la pandemia, cual es el desplome económico, aluvión de regulaciones de empleo, y consiguiente aumento —aún más, por si fuera poco— de personas arrojadas al paro. ¡Y los igualmente ineficaces «gerentes» políticos ahora son del color ideológico contrario al susodicho de «la nieve»! Una vez más, parece que tanto parecido habla por sí mismo de dónde procede y se desborda el problema básico del país.)
… Pero claro, era evidente que el Gran Hermano de Tráfico no podía pretender que los conductores hubieran vulnerado una prohibición que no existía, así que consideró, en base a su simple criterio, que información y recomendación debieron bastar por sí mismas para establecer una prohibición de hecho, vulnerada por incompetentes o irresponsables conductores —que, por otro lado, eran también los que le estaban pagando fiscalmente su nutrido sueldo—, y sacudiéndose sus responsabilidades oficiales. Así parecía convertir verbalmente a los afectados en culpables con culpa… Y ni siquiera se trata de negar que pudiera haber un porcentaje de afectados por la situación que fueran mal pertrechados, por imprevisión, olvido o indiferencia pero… que fueron dieciocho horas de inmovilización… y tres mil quinientos coches… En una vía principal de desplazamiento.
2. 3.500 vehículos atascados durante 18 horas
Vamos a ver. ¿Acaso hizo una investigación personal, coche por coche, de cuántos llevaban cadenas, puestas o no, combustible, agua, víveres, medicinas, mantas, ropa o de cuál era la causa o la urgencia de su viaje? Pues no, porque pasaba sus vacaciones a muchos kilómetros de distancia calentita y no se dignó personarse en el lugar del caótico conflicto durante las, tantas veces referidas, horas transcurridas, excusándose a sí mismo con la alegación de que se puede trabajar por internet, aunque no tengo muy claro en qué trabajo se ocupaba en aquel momento porque en rescatar a los atascados, como era su obligación, no parecía ser. Su dedicación a su trabajo, por otro lado, resultaba cosa tan poco probada como la culpabilidad de todos los conductores, metidos en el mismo saco de reproches.
¿Y se permitió prejuzgar sin pruebas las razones individuales por las que cada uno se desplazó, en el ejercicio de un derecho de asueto, tan respetable como el suyo propio o por otras razones legítimas? Pues sí, porque tal parecía que había entrado en modo defensivo con su actitud respecto de la población afectada, poniéndoles como irresponsables amantes del peligro y del riesgo de muerte en esas fechas invernales. Parecía definirles como culpables de voluntaria exposición a la intemperie, en lugar de víctimas de los elementos climáticos no compensados por los imprescindibles medios técnicos que debieron despejar la vía y que brillaban por su ausencia. Resultando así que parecía actuar como juez y parte contra sus mismos conciudadanos quienes, además de ser los perjudicados por la omisión de los organismos oficiales y privados (y tal vez víctimas de la indiferencia general), repito que son los mismos que le pagan su sustancioso salario, y no para que les ponga multas sino para que les facilite la vida ordinaria.
En su intervención televisada se manifestaba en modo autodefensa según aparecía en las grabaciones de las distintas cadenas de televisión. El «gerente» de Tráfico manifestaba en realidad la postura de los cargos públicos cuando pretenden eludir la dimisión en distintas situaciones comprometidas. En este caso, además, el mandatario se irritaba por haber sido molestado en su respetable y, al parecer, prioritarias necesidades personales de desplazamiento y descanso. Pero sin respetar a su vez el mismo derecho para sus conciudadanos afectados por la nevada: ¿cuántos?, porque 3.500 por una modesta ocupación por vehículo de 3 personas significan, como mínimo, 10.500 ciudadanos inmovilizados, de los que solo 3.500 eran conductores y el resto acompañantes.
Mientras tanto, se ha demostrado que ni habían actuado previamente ni aparecían después los vehículos quitanieves, ni salieron a trabajar los equipos de atención vial, ni la empresa responsable reaccionaba, ni cualquier tipo de servicio oficial apareció hasta entenderse que «la cosa» tenía muy mal cariz y que no iba a resolverse por sí misma con el paso del tiempo, después de dieciocho horas de inmovilización, y empeorando hasta que hubieron de recurrir, con enorme retraso y con urgencia, a los institutos militares.
Me he preguntado sucesivas veces cuántos de los ocupantes de coches afectados eran niños, supongo que muchos, quizá la mitad del total o más y, poniéndome en su lugar, cómo pasaron las criaturas el trago, emparedados en una cápsula metálica de la que no podían salir, donde confío en que por lo menos les funcionara la calefacción en cada caso, y percibiendo la preocupación de sus padres. Estos, a su vez, estremecidos por la posible situación de sus hijos, viendo transcurrir, párense a pensarlo, dieciocho terribles horas gélidas, en buena parte con oscuridad, una tras otra, empantanados en la nieve sin salida, sin luz, sin información, sin atención inmediata, en unas filas inmóviles, atascados por la nieve unos tras otros, posiblemente sin suficientes víveres o agua para tan enorme cantidad de tiempo y personas, o con requerimientos particulares en el caso de los bebés, que los habría, sin servicios higiénicos, sin vías de escape mientras aumentaba la nieve en su entorno y compartiendo entre sí ayudas básicas mutuas, en lo que alcanzaban, hasta que los equipos de ejército y guardia civil despejaron la vía lentamente. ¿Más de 5.000 niños en esa tesitura?
Igualmente me pregunto cuántos de los afectados por el atasco se han llevado de allí tremendos enfriamientos, gripes quincenales, agravamientos varios de su salud. Cuestiones de las que tampoco se compadecen la DGT y su titular. Que, claro, ha preferido la facilidad coyuntural de derivar después los hechos, tratando de minorar el efecto de su primera intervención, al acusar —y lo tenía fácil— a la empresa explotadora de la autopista de peaje porque, no lo olvidemos, que esa es otra para colmo, los conductores habrían creído que el hecho de pagar por un servicio (la autopista de peaje) iba a facilitarles un camino que, por el contrario, les ha complicado indignamente.
Pero ¿algo de eso libera a la DGT de responsabilidad, en la persona de su titular, pagado él y su administración con dinero público, parte porcentual del cual procede de los bolsillos de los atascados? Pues, o mucho me equivoco, o a ese organismo oficial correspondía haber aparejado —además de la inmediata presencia de su titular en el lugar del episodio— medios de asistencia rápida, operativos y eficaces. Y movilizar tanto los instrumentos oficiales de intervención como aquellos otros exigibles contractualmente a la empresa mercantil a la que el Gobierno, que también le ha nombrado a él para su cargo dirigente, había otorgado la concesión de explotación de la ruta, en la que la contraprestación debida al cliente pagador de la tarifa de peaje —que es el conductor del vehículo— consiste en ofrecerle una vía garantizada, controlada y atendida, como requerimiento legal. Y humanitario, principalmente, a la vista del suceso. Y que, a la vez que demuestra claramente la responsabilidad directa de la empresa concesionaria en lo sucedido (y me pregunto cómo y por qué razones la seleccionaron), también resalta la falta de control y la responsabilidad subsidiaria de la Administración que debía vigilar el cumplimiento del servicio contratado.
Ni que decir tiene que ahora, a hecho pasado, se ha impulsado y se ha publicitado una actuación acelerada, en el sentido de redundar en que las empresas concesionarias cumplan con su obligación de desplegar los servicios requeridos ante una nevada, para mantener la vía expedita. Como suele ocurrir aquí, solo cuando se produce un desastre, se soluciona la causa —al menos hasta que los hechos se olvidan, para después posiblemente volver a disminuir las soluciones—, pero «al que le toca, le ha tocado». Como en este caso los servicios del concesionario no actuaron, y así se ha comprobado y probado, se le sanciona pero ¿en serio un par de multas es una sanción equivalente al perjuicio producido? Las horas y los agobios pasados por las personas inmovilizadas no los enmiendan dos multas a la concesionaria que, además, van a parar a las arcas oficiales, no a los perjudicados, que han sido los ciudadanos afectados.
Controlar y estar en alerta oficial con tiempo de antelación, y con capacidad de reacción inmediata, vigilancia e intervención, eso sí que habría sido previsión, la que no tuvieron en su momento oportuno los mecanismos oficiales, aunque el director de la DGT al parecer considerase que ya había sido un instrumento suficiente la información del tiempo en los medios. Desde luego la información no pareció ser bastante pues no la ignoró, o no la entendió, o no la apreció, por lo visto, la propia empresa concesionaria, responsable de la prestación del servicio y a la que los mecanismos oficiales le habían otorgado el negocio privado que implica hacerse cargo de la vía de peaje.
Qué decir —de contrario— sino que el impávido e ineficaz director del tráfico y sus oficinas (¿funcionaba algo ese día?) sí que habrían dispuesto de la información climática con mucha mayor amplitud, puntualidad, intensidad, conocimiento y eficacia que los ciudadanos comunes. Y por tanto de todos los medios para organizar y vigilar el uso de los vehículos de respuesta a temporales, incluso reforzados para evitar que se complicara la situación hasta el punto en que lo hizo y para reaccionar con presteza para resolverla… Visto lo cual, si en su momento se permitió considerar a los conductores afectados como imprudentes, ¿ha revisado la viga en el ojo propio?
Ni excusas «tácticas», ni dos sanciones a la empresa concesionaria van a servir de nada a la población que estuvo afectada, por más que reclamen y que les den ridículas devoluciones, como ha ocurrido en otras áreas, en una situación parecida, como tiempo antes había sucedido en Burgos, con cien euros que dieron a los afectados para sacudirse la responsabilidad, supongo que por vehículo. Incluso aunque fueran doscientos, el caso es que les estarían dando como compensación… ¿algo más de diez euros/vehículo por cada hora agónica pasada? ¿Lo que resultaría a dos o tres euros/hora por persona afectada viajando en el vehículo? Ni en mucha mayor cantidad, ni siendo la «indemnización» por persona en lugar de por coche sería, en modo alguno, compensación de lo sucedido para los que sufrieron semejante abandono, así que, de haberla, habrá resultado miserable.
Por todo eso, como he comentado en otras ocasiones anteriores, me sigue quedando la impresión de que se nos considera… mercancía muy barata.
Mercancía barata, culpables sin culpa, rostros anónimos, población ignorada, ciudadanos para recaudar, votantes a ciegas, electores sin rumbo, consumidores para mantener la economía empresarial… cargados con las secuelas y los perjuicios de no haber sido dignamente instruidos, concienciados, bien tratados, alentados, tutelados.
Pues, eso sí, mejor ignorantes que exigentes para… seguir pagando y pagando. Por obligación, que no por razón.