Kitabı oku: «El craneo de Tamerlan», sayfa 3

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6.– Encuentro en Tashkent

Tamara Kushnir resultó ser una muchacha alta de ojos negros y una cabellera oscura y exuberante de pelo rizado, como un diablillo. Ella se dirigió a Zakolov, segura de haberlo diferenciado entre la abigarrada multitud de pasajeros que llegaron a la estación de trenes de Tashkent esa tarde del 5 de noviembre de 1979.

– Hola Tikhon. Yo soy Tamara Kushnir. – Con viveza se presentó la muchacha, casi sin ponerle atención al acompañante Alexander Evtushenko.

– Buenas tardes. Como me reconoció? —

– Yo soy periodista. Le hice las preguntas apropiadas a mi hermano Dmitri y tengo tu retrato en mi cabeza como si lo tuviera en un álbum. —

– La envidio. Yo necesito ver los rasgos del rostro para recordar bien a una persona. —

– Te dedicas a eso ahora? – La muchacha se sonrió y, coquetamente, se recogió un mechón de cabellos.

– Usted es una chica que no pasa desapercibida. – Tímidamente, Tikhon paseó la mirada desde la punta de la nariz y la barbilla ligeramente alargada hasta el busto redondo y la cintura delgada y bajó los ojos a los jeans apretados y, de acuerdo con la moda, desteñidos. La elegante figura de la muchacha le gustó.

– Tikhon Zakolov ya está bueno de llamarme de usted. Nosotros somos casi de la misma edad. A partir de este momento solo “tú”, ok? —

– Objeciones no hay. —

– Entonces ven conmigo. —

– No estoy solo. —

– Yo sé. Tu compañero de curso se llama Alexander Evtushenko. Ustedes son amigos desde los pupitres escolares. —

– Y hasta eso sabes! —

– Nos enseñaron a recoger información antes de un encuentro importante. – Tamara respondió y sin voltearse tomó la plataforma hacia la salida a la ciudad. – Ahorita nos vamos para mi casa. Para su excursión turística faltan cerca de 24 horas. Ese tiempo hay que utilizarlo con eficiencia. —

Tikhon se maravilló de la manera decidida de la elegante muchacha. Ninguna frase insípida: “como estuvo el viaje?, ya han estado en Tashkent?, que les parece el clima?”, no, de una vez agarra el toro por los cuernos. En la plaza externa de la estación ella se detuvo frente a un kiosko de vidrio de “Prensa Nacional”. Y por una mirada lateral de Tamara, Tikhon se dio cuenta que ella no estaba interesada en las revistas del kiosko. Kushnir utilizaba la superficie de vidrio como un espejo.

– Acaso temes que te sigan? —

– Me siento en peligro, pero me estoy acostumbrando. —

– Después del artículo? —

– Exacto. Yo solo quiero saber si me siguen observando. —

– Y ya habías notado algo así? —

– Claro! – La muchacha se dirigió a la parada del autobús.

– Y ahora? —

– Quizás son más inteligentes ahora. —

– Quienes? —

– Esa es una pregunta infantil, Zakolov. Mi hermano estaba extasiado con tu intelecto. – Tamara sonrió. – O solo te sirve para jugar ajedrez? —

Tikhon se detuvo abruptamente. Sasha Evtushenko chocó contra el morral de Zakolov y solo tuvo tiempo de evitar la caída de sus anteojos. Él siempre seguía a su amigo a pasos cortos.

– Me quieres decir que somos libres? – Tikhon preguntó con frialdad.

Tamara volteó. En el severo rostro apareció una sonrisa pícara. Con una mano tomó la mano de Tikhon y con la otra le rozó la punta de la nariz.

– No te enfurruñes, tontín. – le dijo afectuosamente.

Tikhon se sonrojó y sacudió el brazo.

– Yo no soy un bebé. —

– Yo cuento con eso. —

Zakolov no sabía cómo comportarse con la muchacha descarada, la cual lo hizo dudar de su confianza en sí mismo. Y Tamara con malicia inclinó la cabeza arrugando la frente juguetonamente.

– Puede ser que representemos un encuentro entre enamorados? No es mala idea. – La muchacha abrazó por el cuello a Tikhon y entonces le dio un beso al asustado joven en los labios. – Así está mejor. Que nos vean. —

– Yo creo que nadie nos sigue. – Dijo Zakolov todo confundido y tratando de zafarse del abrazo.

– Por qué te detienes? Lo hice para darme la oportunidad de ver si había alguien. —

– Yo no creo que fuera eso. —

– Mira! Viene nuestro autobús. Corramos! —

Ágilmente, Tamara corrió hacia la parada. Zakolov y Evtushenko, con sus morrales pesados, tuvieron que recorrer los cincuenta metros detrás de la muchacha. Pero justo ante la puerta del autobús, Tamara se quejó y se sentó.

– Una piedra me entró en el zapato. Me puya. —

– Después resolvemos. Vamos! —

– No. Espera. – Tamara lo agarró por la manga.

El autobús cerró su puerta y se fue. La parada quedó vacía. Tikhon continuó amable, pero se veía tenso. Ya tenía una idea de la muchacha.

– Tamara? Será que yo no entendí bien? No fue teatro lo que estudiaste? —

– No. Pero en el liceo yo iba mucho a las lecciones de drama. —

– El maestro de eso era malo. —

– Yo no creo. Pero está bien, no te disgustes. – La muchacha se transformó otra vez. – Por lo menos me di cuenta que no me seguían. Nos vamos en el próximo. —

– Sinceramente, ya este jueguito de espías me fastidió. —

– Ok. Prometo ser una buena chica. No más teatricos baratos.-

Ya en el autobús la muchacha se tranquilizó y con pocas palabras comentaba sobre los sitios de interés de la ciudad. La ciudad, a pesar de haber sido fundada en la antigüedad, parecía joven y contemporánea. Una buena razón de esto fue el extraordinario terremoto que hubo en el año de 1966, después del cual, a una gran velocidad y participando todo el país, fue reconstruida la capital de Uzbekistan.

– En ese entonces, el sesenta y seis, llegamos nosotros. – Explicó Tamara. – Nuestros padres eran médicos. Llegaron para fortalecer el personal del nuevo hospital. Pensaron que era por poco tiempo, pero nos quedamos. Aquí es templado, casi no hay invierno, es como en la tierra de nuestros antepasados. —

Tikhon la miró interrogativamente. Con una entonación extraña Tamara dijo:

– Soy judía. —

El resto del camino la muchacha calló. Cuando llegaron a la parada donde se quedarían, ella la anunció en el último momento y los muchachos salieron a tropezones y golpeando las puertas que se cerraban. Caminaron por una ancha avenida y después doblaron por una estrecha callejuela de edificios de dos pisos de color amarillo-grisoso construídos después de la guerra y los cuales se unían con arcos de ladrillos. Entraron por uno de los arcos y cayeron en un patiecito oscuro y cuya parte trasera estaba cubierta con toldos acogedores.

– Aquí vivimos mi hermano y yo. – Informó Tamara abriendo la puerta de un apartamento en la planta baja. – Pasen. —

– Y tus padres? —amablemente preguntó Tikhon.

– Con ellos todo está en orden. – la muchacha pronunció en tono bajo, pero enseguida empezó a farfullar desordenadamente: – Pueden dejar sus cosas aquí. Van a dormir en la habitación de Dmitri que está allá. Sepan que soy una ama de casa muy mala, así que menús variados no habrá. Prometo té y sanduchitos corrientes. Pasarán hambre? —

– No estamos acostumbrados. – Respondió Evtushenko. – Puede ser que yo le eche un vistazo a la cocina? —

– Dale. Pero desde que perdí la beca hasta las cucarachas se mudaron para acá. —

Ya Tikhon había observado un cierto desorden y vacío en las habitaciones, pero también se había dado cuenta que a diferencia del apartamento, el “ama de casa” si estaba bien arregladita. Cuando entró, lo primero que hizo fue mirarse en el espejo, arreglarse la blusa y peinarse el cabello revuelto. El calor en esa habitación era sofocante. Con movimientos bruscos Tamara se quitó los zapatos y abrió una de las ventanas que daban hacia el patio. El fresco de la tarde hizo mover la cortina liviana. La muchacha se hundió en un, muy usado, sillón bajito y feliz! Estiró sus bien formadas piernas.

.Me cansé esperándolos en la estación. —

– Si, el tren se retrasó. Como siempre. Yo no sé para qué establecen esos horarios. – Tikhon se sentó frente a la muchacha mientras Evtushenko peleaba con las ollas en la cocina. – No te molesta que Sasha se meta en la cocina? —

Pero Tamara ya pensaba en lo suyo:

– Me vas a ayudar? —

– En la cocina? —

– Cual cocina! Dmitri te contó todo, no? —

– Ahh. Con el cráneo de Tamerlán? Y tú crees en su fuerza mística, no? —

– Yo he estudiado mucho el asunto. El cráneo es el hueso más elaborado que tiene el hombre. Muchos pueblos se inclinan ante eso. Al cráneo siempre le atribuyeron propiedades místicas y una fuerza sobrenatural. —

– Exactamente. Le atribuyeron. —

Tamara se enojó.

– Lo que está escrito en el artículo es verdad! Si hubiera sido un artículo ocioso, no hubieran destruido el tiraje! Es que no está claro? —

– Todavía no. —

– Y las maldiciones que se hicieron realidad después de la apertura de las tumbas de los faraones? Todo el mundo sabe de ellas hace mucho tiempo. También niegas esos hechos? Murieron miembros de expediciones completas. Todos! —

– Por la acción de un virus desconocido por la ciencia. Un virus que se había conservado en las momias. —

– La medicina moderna no encontró nada. —

– Por lo menos, después de la extracción de los faraones no hubo guerras. —

– Y la primera guerra mundial? Las principales excavaciones en Egipto fueron hechas en la víspera del año 14. Y quienes fueron esos faraones? Unos ricos esclavistas que dirigían solo una parte del Egipto moderno. Pero Tamerlán fue el gran amo de la enorme Asia! Otra escala de personalidad. —

– Y, por lo tanto, un alto nivel de maldad en sus restos? —

– Claro! – Tamara se tranquilizó un poco y elaboró otro argumento. – Está bien, santo Tomás incrédulo. Estos son los ejemplos de las influencias negativas en la gente. Te voy a mostrar otros hechos. Recuerda el cristianismo. En muchos templos y monasterios se guardan los cuerpos embalsamados de hombres santos, los cuales, hasta ahora, tienen fuerza milagrosa. Esos lugares donde yacen esos cuerpos están cubiertos con un aura particular y se llaman santos. No es así? —

– Puede ser. Pero es necesario entender cuál es la causa primera: el templo o los huesos santos guardados en él. —

– Obviamente, son restos de personalidades únicas! A veces llevan esos cuerpos embalsamados a otros países. Los creyentes van a esos sitios. Hay cientos de casos conocidos de curación de personas que tocaron las manos de esos santos los cuales, cuando estuvieron vivos se dieron a conocer por hechos milagrosos. —

Tikhon, pensativo, dijo:

“Hay tantas cosas en el Cielo y la Tierra, amigo Horacio, que no pueden explicarse.”

– Exacto! Por lo menos le tienes respeto a Shakespeare. —

– Hay algo en todo eso. —

– Por fin! —

Zakolov se pasó la palma de la mano extendida por la frente y se frotó los ojos cerrados con los dedos. Si Evtushenko, en este momento, hubiera mirado hacia la habitación se habría dado cuenta que Tikhon trataba de organizar sus ideas dispersas y era mejor no molestarlo. Pero Tamara Kushnir era de naturaleza impaciente. Entonces le dio un ligero golpecito a Tikhon con el pie.

– Zakolov, no te duermas. —

Sin abrir los ojos, Tikhon se puso a razonar en voz alta:

– Supongamos que hubo gente que tenía una enorme energía destructiva: crueles faraones, emperadores, conquistadores o como el mismo Tamerlán. Llamémoslos los seres de la oscuridad. Después de su muerte, su energía, de acuerdo a la ley de conservación, no puede desaparecer simplemente. Ya Kasimov lo mencionaba. Ella debe transformarse en otro tipo de energía o conservarse en los restos. Lo mismo sucede con la energía beneficiosa de los santos. Es la misma ley. Si se conocen casos de efectos de restos de santos, procesos análogos deben suceder con los esqueletos de los guerreros. Pero los restos de los santos se conservan abiertamente, su energía se consume constantemente. A diferencia de ellos, los cuerpos de los grandes guerreros se ponen en profundas tumbas de piedra con lápidas pesadas y en grandes mausoleos. Los restos de Napoleón están escondidos en seis sarcófagos, uno dentro de otro. A los faraones los metían en pirámides grandiosas o bajo piedras enormes. Es posible que no fuera casualidad. La humanidad a nivel del instinto de conservación guardaba muy bien la energía mala, poniéndole obstáculos para su salida. Y si alguien exponía los restos, toda esa energía se dispersaba hacia afuera y entonces…. —

– Que manera tan culta de explicar todo eso. – Tamara no se aguantó. – Lo único que le faltaba a mi artículo era ese toque científico! —

Zakolov abrió los ojos y apretó los puños.

– Eso es muy improbable. Es mejor olvidarse de esa teoría. Es peligrosa. —

– Pero es correcta. —

– No sé. A mí me interesa más cómo vas a hacer para medir el campo energético de Tamerlán. —

– Yo estoy pensando en que la vamos a sentir en nuestro pellejo. —

– Y si no se siente? —

– Tengo un conocido, estudiante de física. Él inventó un aparato, que a lo mejor ni sirve. La gente ni siquiera cree en el aparatico. —

– Bueno, agarra ese aparato.. y al mausoleo. —

– Está encerrado en el instituto de máquinas calculadoras. No se puede sacar.

Tamara recogió las piernas, se inclinó hacia Tikhon y le dijo: – Además no te he dicho lo más importante. —

– Que? —

– Malik Kasimov me habló de un hecho importante. —

– Yo entiendo que él tiene relación con el entierro. —

– Directamente. Kasimov se deja llevar por los recuerdos y se puso a hablar. Enseguida se preocupó y calló, pero ya era tarde. Y lo único que hizo fue pedirme que no le contara a nadie. —

– Curioso. —

– En el artículo, de todos modos, hice algunas alusiones, aunque él me advirtió que eso era peligroso. Pero yo no le creí. —

– Y ahora? —

– Ya tú sabes lo que sucedió. A mí y al redactor principal nos corrieron. —

– Y tú, de que te enteraste? —

La muchacha miró hacia la ventana abierta y dijo en un susurro:

– Kasimov dijo que el cráneo de Tamerlán… —

En eso Evtushenko entró en la habitación, maliciosamente miró a la pareja de jóvenes sospechosamente cercanos y sonriendo dijo:

– Epa!, conversadores. Vamos a comer? —

Tamara preguntó, escéptica:

– Pudiste preparar algo con mi exiguo almacén? —

– Macarrones con queso. —

– Comida internacional, pero siempre que esté caliente. – dijo Zakolov y se dirigió a la cocina.

7.– Por mi honor!

El general, furioso, le dio un manotazo a la polvera que estaba en el escritorio de Efremov, volteó las cajas pesadas y desparramó todos los papeles. Una búsqueda rápida en la oficina del profesor no produjo ningún resultado. Cuando salía, el viejo Averianov le echó un vistazo a las tontas pinturas que estaban colgadas en las paredes.

– Un disidente secreto. – Dijo, entre dientes, el general.

Con el ánimo oscurecido se sentó en el auto. El hijo, temiendo equivocarse de más, con temor esperó la decisión del padre:

– Al Kremlin. – resignado ordenó el general.

Veinte minutos después, un pálido y sudoroso Grigori Averianov, en el medio de la pomposa oficina del Kremlin, se veía bastante deplorable. Terminó el infeliz reporte a Khrushchev y sin esperar la reacción del hosco secretario general, se apuró a pedirle:

– Nikita Sergeevich, deme una semanita, yo lo resuelvo. Volteo todo Uzbekistan, pero lo hallaré. —

– No tengo una semana! Tú me fallaste, fallaste a la patria, coño de madre! Hiciste poner de rodillas a toda la Unión Soviética! – estalló el secretario general, moviendo el puño cerrado de su mano gorda para todos lados. – Eso es una alevosa traición! Vas a ir a juicio! —

Cuando la explosión de ira pasó un poco, se dejó caer, cansado, en su sillón y buscó en el selector telefónico al ministro de la defensa. La puerta se abrió y apareció Malinovsky quien se quedó en el umbral en posición de esperar órdenes. Sin levantar la vista, Khrushchev movió los dedos, como si limpiara de burusas la mesa, y ordenó:

– Rodion, arresta al general. —

Malinovsky hinchó el pecho y dio un paso adelante. Grigori Averianov se apresuró a sacar la pistola del cinturón. Antes de entrar a la oficina le había dado la funda vacía al oficial de guardia. El ministro de la defensa se tensó y pasó una sombra de temor por sus ojos. El secretario general se encogió en su sillón y apretó el botón escondido en el escritorio. En el silencio que se hizo, claramente se oyó el clic del botón pulsado. La mano temblorosa del general de la KGB no logró controlar el arma y el cañón apuntó a todos lados hasta que se instaló en la sien canosa.

– Expiaré mi culpa. Yo solo. – dijo Averianov, con voz ronca.

Inclinó la cabeza, sus ojos se movieron y vieron la cinta del pantalón suelta. La alisó con su mano libre y levantó la cabeza con orgullo. La mirada ya era clara y dura.

– Por mi honor! – Como si estuviera reportándose al ministro de la defensa.

Estas fueron las últimas palabras del oficial. Sonó el disparo. El general cayó de cara en el parquet de madera antigua y costosa.

Esa preocupación se le quitó rápido a Khrushchev. Con repugnancia arrugó el entrecejo y se dirigió hacia la puerta, rodeando el largo cadáver y cuidando de no pisar las manchas de sangre. Con fuerza empujó la alta puerta y rápido atravesó la recepción, sin mirar a los oficiales de guardia que se levantaron asustados. Después de días de duro insomnio, el secretario general se sintió aliviado. Ahora, la solución de la crisis política para él, era evidente. Un conflicto militar con los EE. UU sin el Talismán de la Guerra, no podía comenzarse. Era necesario llegar a acuerdos.

Nikita Sergeevich Khrushchev se quitó la chaqueta arrugada y se la lanzó a su general asistente. Se desabotonó el cuello de la camisa sudada y ordenó transmitir al ministro de relaciones exteriores que, inmediatamente, hiciera la conexión directa con el presidente de Estados Unidos, John Kennedy.

8.– Un hombre misterioso bajo la ventana

Alexander Evtushenko preparó té cuando ya había oscurecido completamente. Tamara sopló fuertemente el té hirviente en la taza, bebió un poco e insistió en llevar a Tikhon a la habitación grande. Ella no encendió la luz y Zakolov trató de sentarse en el mismo sillón, pero la muchacha, tercamente, lo empujó a un ángulo del sillón. Y ella, recogiendo las piernas, se sentó a su lado. Sus rodillas se tocaban.

– Yo duermo aquí. – con mucho encanto informó y después calló.

Zakolov solo vio el parpadeo de la muchacha, de sus rizos salía el dulce aroma del perfume y por la ventana entraba el canto de las cigarras.

– Y yo tengo asignado un lugar en la habitación de al lado. – Tikhon consideró necesario recordarlo.

– Todo se puede cambiar. – La joven inclinó la cabeza de tal manera que su cabellera rozó el hombro del muchacho. Tikhon trató de apartarse pero no había espacio. Tamara, juguetona, lo apartó con el puño. – Ok. Está bien. Yo estaba bromeando. —

Zakolov intentó dirigir la conversación hacia el asunto del artículo.

– Tamara, antes de la cena, tu querías decir algo importante. —

– Sí. Pero antes, dame tu palabra de que, sin falta, me vas a ayudar. —

– Voy a tratar. —

– No. Debes prometerlo. —

Tikhon quiso decir que él no le debía nada a nadie y, que no estaba en sus principios el jurar. Pero la bella muchacha estaba sentada tan cerca, y de ella salía tal carga de insistencia, que lo más fácil era aceptarlo.

– Prometo ayudarte. No me gusta, en absoluto, cuando agreden, injustamente, a periodistas. —

– Solo por eso? —

– Tampoco estoy acostumbrado a negarme a bellas muchachas. —

– Y tienes muchas? – Tamara rio, burlona. – Está bien Zakolov, no te avergüences. Yo sé que ahora estás solo. La primera vez tú te enamoraste a los diecisiete años, pero tu novia murió. —

– Te preparaste bien para el encuentro. – Tikhon se sorprendió.

– Es la profesión. —

– Puedes sugerir a tu amigo el físico probar su aparato en tu campo energético. —

– Se saldrá de escala y se romperá. – La muchacha se carcajeó. Pero enseguida se puso seria y agregó, con tristeza: – No es amigo mío. Es solo un conocido. Los periodistas deben tener muchos conocidos. Por cierto la mayoría de ellos me ignora claramente. Antes, el teléfono no dejaba de sonar y ahora, pasan días y ni una llamada!

– Por eso te dirigiste a mí? —

– Nooo. Si es necesario, yo convenzo hasta un muerto. Pero el asunto es que ninguno de mis conocidos está en condiciones de ayudarme. —

– Y eso por qué? —

– No son los apropiados. Alguno es inteligente, alguno, fuerte y otro, valiente. Y yo necesito una persona más completa, que tenga todo eso y además, generoso. Como tú!! —

– Me imagino que tu hermano te habló maravillas de mí. Y si exageró? —

– Dmitri? No lo conoces! Ese, primero se burla de alguien antes de halarle mecate. —

– Ok. Basta de cumplidos. Vamos al asunto. —

– Bien. Solo esperaba esto. —

– Entonces cuenta. Que te dijo el cineasta? —

– Malik Kasimov me habló, en secreto, de un hecho fundamental. —

Tamara calló, de manera significativa. Y Tikhon no pudo aguantarse.

– Vas a seguir con el teatro? Esas pausas… —

– Él me dijo que el cráneo de Tamerlán fue enterrado después. —

– Ya dijiste eso en el artículo. —

– Pero yo no escribí lo más importante. – Los ojos de la muchacha se abrieron más y, otra vez, acercó su rostro.

– Vas a hacer otra pausa? —

– El cráneo de Tamerlán fue enterrado aparte. —

A Zakolov le pareció que oyó mal.

– Aparte del resto del cuerpo? —

– Sí. —

– Y eso por y para qué? —

– Esa pregunta se la hice a Kasimov. Estuvo indeciso un rato pero yo le insistí. A mí me pareció que tenía dos sentimientos encontrados. La idea obsesiva de su culpa particular en el comienzo de la gran guerra y el enorme deseo de compartir con alguien el peligroso secreto. —

– Curioso. —

– Y como! A mí, como periodista me pareció mucho más curioso. Y entonces lo provoqué. —

– Lo provocaste? —

– Bueno, no literalmente. Hay diferentes truquitos periodísticos. —

“Y también femeninos”, mentalmente añadió Tikhon. Y preguntó en voz alta:

– Y entonces, de que te enteraste? —

– El científico, al cual encomendaron preparar el entierro, se enteró de la fuerza maligna del cráneo de Tamerlán y no quiso que ese cráneo, alguna otra vez, se utilizara para desencadenar una guerra, aunque fuera victoriosa. Él consiguió esconderlo de todos en un lugar completamente desconocido. Este científico quiso compartir el secreto con Kasimov pero no logró hablar con él. El científico murió antes de ese encuentro y, probablemente, no sin la ayuda de miembros del KGB. —

– Se ve esperanzador el comienzo. Como buscamos el escondite? —

– Aparentemente, el científico dejó una pista para que las futuras generaciones llegaran a ese lugar. Pero no es cualquiera que puede desenmarañar esa pista. —

– Eso te lo dijo Kasimov? —

– Si, y él está convencido de eso. Pero él no sabe dónde buscar estas pistas. Aunque es posible que esté ocultando algo. A mí me pareció que él mismo quiso hallar el cráneo, pero dudó de su convicción. Él piensa que para emprender esa búsqueda, solo el cerebro no es suficiente. Se necesita también valentía, decisión, velocidad de reacción y suerte. Ahora entendiste por qué pensé en ti? —

– Gracias. Pero en ese examen, una mala calificación puede ser perder la cabeza. —

– Zakolov, por lo que veo, parece que tienes miedo. —

– En esa oscuridad no se puede ver nada. No siquiera desde cerquita. – Disimuladamente, Tikhon se había separado del contacto estrecho de la muchacha. – Déjame cerrar la ventana y prendemos la luz. —

El estudiante se levantó del cómodo diván, se dirigió a la ventana y descorrió la cortina. Entonces quiso hacer una fuerte aspiración de aire fresco. La mano se estiró hacia el batiente abierto pero se detuvo inesperadamente. Abajo sonaron piedrecillas, a la derecha se percibió una sombra y se escucharon pasos apurados. Tikhon se asomó mejor y logró notar una silueta oscura que desaparecía en la esquina. No quedaban dudas que alguien había estado bajo la ventana y había escuchado la conversación.

Ese descubrimiento no le gustó a Tikhon, pero no dijo nada. Ya Tamara estaba suficientemente asustada. En vez de eso, dijo con gran satisfacción: -Que bien se está aquí. Ya es Noviembre y todavía no hace frío. —

– Esto es Tashkent. – respondió Tamara.

Antes de cerrar la ventana, Zakolov comprobó que un hubiera nadie en el patio. Cerró las cortinas dejando una delgada línea abierta, y encendió la luz.

– Donde sugieres tú comenzar la búsqueda? – preguntó Tikhon, parado de lado hacia la ventana, en el centro de la habitación.

– Zakolov, yo pensé que tú ibas a tener alguna idea! —

– Hmmm. La información es poca. Me gustaría hablar con Malik Kasimov. Necesito otra versión. Se puede organizar un encuentro con él? —

– Puedo tratar. Pero va a ser difícil. Después del asunto del artículo, también vinieron donde él. Él se cerró y niega todo. Ahorita lo llamo. – Tamara levantó la bocina telefónica, marcó el número y después de dos repiques cortó la conexión. Colgó la bocina. – Vamos a hacer lo siguiente: Mañana le caemos donde él, tempranito. No podrá esconderse. —

– Kasimov se levanta temprano? —

– Sí. La entrevista que le hice fue en la mañana. —

– Perfecto. En cuanto nos despertemos vamos para allá. —

– Crees que él no me contó todo? —

– Afortunadamente para ti, no todo. – Tikhon notó que en la rendija que había dejado entre las cortinas se escondía una mancha oscura. Él tomó un tono sombrío. – De todas maneras te contó bastante. —

Zakolov pronunció la última frase en voz baja, se levantó con cuidado y se pegó a la pared al lado de la ventana.

Tamara, perpleja, frunció los labios. Tikhon, cuidadosamente, separó la cortina y vio la punta de una nariz grande pegada al vidrio. El resto de la cara del tipo estaba tapada con un capuchón gris. El plan de Zakolov funcionó, ya que el espía misterioso regresó. Quedaba por saber quién los estaba siguiendo.

Le hizo la seña a Sasha Evtushenko de que conversara con Tamara. Evtushenko comprendió rápidamente y comenzó a hablar de la historia del traslado de Tamerlán. Tikhon se agachó y, sin ruido, se acercó a la antesala. Tamara levantó las cejas asombrada y quiso preguntar algo, pero Evtushenko se le adelantó:

– Yo estoy seguro de que el misterio de Tamerlán se puede resolver sin tomar en cuenta lo actual. Es suficiente con estudiar, cuidadosamente, la historia de los últimos años de la vida del emir. Tú no crees? —

– Yo? —

Mientras tanto, Zakolov ya había llegado a la puerta de salida. Y decidió hacer un movimiento extremo.

Tikhon empujó la puerta que daba al patio, salió del pasillo, giró y se lanzó hacia el tipo que estaba escondido bajo la ventana. Pero ese, mostrando una agilidad asombrosa, en dos saltos ya había doblado la esquina.

“No escaparás”, pensó Tikhon, aumentando la velocidad. El desconocido, que era un tio robusto de baja estatura y con chaqueta deportiva gris, cruzó el patio, atravesó el arco y salió a la calle. En el silencio que había se oían sus pasos.

“En línea recta te alcanzo. Los enanos no pueden correr rápido”, bromeando consigo mismo, pero acelerando.

A alta velocidad llegó al arco. Quiso agarrarse del borde de la pared para cruzar más rápido, pero vio, abajo en su camino, una pierna atravesada. El intento ineficaz de saltar el obstáculo inesperado solo agravó la situación. Se tropezó con la rodilla del tipo, voló sobre el pavimento y cayó sobre el pasillo polvoriento.

En pocos segundos quedó completamente indefenso ante el astuto contrincante.

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