Kitabı oku: «El craneo de Tamerlan», sayfa 4

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9.– Averianov, el joven, va tras una pista

Durante mucho tiempo, el oficial de seguridad Grigori Averianov, el joven, recordó con estremecimiento el terror vergonzoso y pegajoso que lo poseyó durante la primera semana después de la muerte de su padre. El joven fue separado del servicio y se mantuvo en su casa, poniéndose tenso cada vez que sonaba el teléfono o un carro frenaba frente al edificio donde vivía. Su madre y él vieron el cuerpo de su padre solo en el funeral. Cuatro funcionarios de guardia del KGB llevaron la urna directamente al cementerio. Aparte de ellos, concentrados en el procedimiento del entierro, y un par de familiares ancianos, ningún conocido, ni asistente del general, vino al funeral.

Mirando el montículo-tumba de tierra fresca, Grigori Averianov recordó la última conversación que tuvo con su padre cuando se separaron en el Kremlin.

… – Si yo no vuelvo, sabes que fue culpa del maldito desgraciado de Efremov en Samarkanda. En el año cuarenta y cuatro, él y yo cumplíamos un encargo secreto. Yo me descuidé y él aprovecho eso para engañarme vilmente.

Averianov, el joven, miró interrogativamente a su padre deprimido.

– Nosotros llevamos el cráneo de Tamerlán a Samarkanda. —

– El propio? – se asombró el teniente.

– El mismo. El del cruel conquistador. Eso fue una orden de Stalin. Y el hijo de puta de Efremov me hizo un truco de magia. – El general, con rabia, dio un puñetazo al panel delantero del “Volga”.

– Pero, en que te engañó? —

– En la tumba, él puso una figura de cera. Y el verdadero cráneo lo escondió en un lugar desconocido. —

– Y por qué, antes, no presionaste al científico? —

– Yo estaba seguro que todo estaba en orden. Y apenas hoy, cuando el partido necesitaba el cráneo… Coño! Si solo me dieran tiempo. —

El general abandonó el auto y se dirigió a la oficina del secretario general. El joven Averianov siguió con la vista la encorvada silueta de su padre. Más nunca lo vería con vida…

Y allá, en el cementerio, el teniente de seguridad juró que, sin falta, hallaría el cráneo del poderoso de Asia: Tamerlán, demostraría la intención malévola del profesor traidor y restablecería el honor de su padre.

Enseguida después del funeral, al joven Averianov lo llamaron del servicio. El jefe, en una conversación privada, le informó que en los altos círculos respetan la decisión voluntaria de quitarse la vida y, que por eso, el asunto de su padre estaba cerrado. Grigori debía llenar unos formatos de permiso y volver al servicio. Como si no hubiera sucedido nada, los colegas empezaron a saludarlo de nuevo y sobre el hecho “aquel”, discretamente, no mencionaban nada. La historia borrascosa de Lubianka6 conocía tales tragedias. Además, la situación en el mundo era menos tensa, el conflicto de los cohetes soviéticos en Cuba estaba resuelto y los medios de prensa internacionales empezaban a hablar de unas relaciones soviético-americanas más cálidas.

Grigori Averianov, con el tiempo, recibió el permiso de investigar las circunstancias de la comisión secreta de su padre en el año 44 en Samarkanda. Pero él podía dedicarse a eso, solo si no descuidaba las tareas importantes.

Como primer paso, Averianov reunió el dossier de la persona fatal en el destino de su padre; el profesor y paleontólogo Alexander Simeonovich Efremov. Enseguida aparecieron unos detalles curiosos.

Resulta que Efremov era, antes que todo, ingeniero mecánico. Ya en sus años estudiantiles él patentó algunos inventos originales y de él se esperaba un gran futuro como ingeniero constructor. En las vacaciones de verano, el estudiante nunca faltaba a las expediciones arqueológicas y en ellas apareció su interés en las tumbas antiguas y los restos de animales extinguidos. Enigmas para las páginas de la historia. Como resultado, Alexander Efremov se involucró tanto con la paleontología que solicitó inscripción en esa facultad. Se la negaron, ya que en los años treinta había una gran necesidad de ingenieros. Pero el estudiante no se rindió. Él se las ingenió para asistir, paralelamente, a las lecciones del eminente especialista en paleontología, el académico Borisiak. De tal manera que el estudiante consiguió resultados substanciales y después que terminó la universidad y, por recomendación del académico, fue asignado al instituto de investigaciones científicas que dirigía.

En 1944 Alexander Efremov ya era uno de los grandes especialistas del Asia Media. Y en él recayó la suerte de acompañar a Averianov, el viejo, en su viaje secreto a Samarkanda. Más exactamente, Averianov, entonces capitán de la KGB, estaba encargado de controlar al científico Efremov.

Antes del viaje, Alexander Efremov se encontró con el antropólogo Guerasimov y este le entregó un objeto clasificado con el número 41—9/13. En el listado de la comisión del capitán Averianov se indica que el objeto 41—9/13 fue colocado en el dispositivo con el nombre “Cápsula”. Gracias a las conversaciones con su padre, Grigori adivinó que se trataba del cráneo del cojo de hierro Tamerlán, como lo llamaban en Occidente o el Gran Emir Timur como lo hacían en el Oriente.

Conversando con gente cercana, Averianov se enteró de que Stalin creía en la fuerza mística de Tamerlán y la utilizó para sus propios fines. Tamerlán no podía vivir sin la guerra. Cumplió una campaña bélica tras otra. En su cráneo se concentraba una energía destructora, generadora de carnicerías humanas. Pero aquel que tuviera el cráneo de Tamerlán, tendría la victoria. A diferencia del genio del mal: Napoleón, o el celebrado por los historiadores: Alejandro el Grande, el emir Tamerlán, a lo largo de toda su vida, no perdió ni una batalla.

Como resultado el vencedor era el que tenía su cráneo!

En una conversación de militares borrachos, Averianov se enteró, por un piloto que estaba ahí, de que un avión con el cráneo de Tamerlán a bordo, en diciembre del año 41, cuando se realizaba la encarnizada lucha por Moscú, sobrevoló la ciudad. Y la capital aguantó! Aguantó, a pesar de todo! Un impresionable Stalin llamó al cráneo Talismán de la Victoria y lo utilizó en otras situaciones decisorias. Pero al final del año 44 el ejército rojo era mucho más fuerte que su contrincante. Llegó el momento de regresar el cráneo del sanguinario guerrero a su lugar en el mausoleo de Gur— Emir. El espíritu de la guerra debía tranquilizarse y la larga guerra, terminarse.

Por donde se viere, la comisión a Samarkanda se cumplió exitosamente, la tarea se cumplió, la dirigencia del Kremlin valoró eso y la carrera del papá se fue a las nubes. Efremov ascendió a Profesor7 y le fue asignado un laboratorio.

Sin embargo, en el propio momento necesario, en octubre de 1962, el cráneo del gran guerrero, no estaba en su sitio!

Como excusa de la investigación del sospechoso hecho infeliz en el instituto de Paleontología, que llevó a la muerte del profesor Efremov, Grigori Averianov leyó, detenidamente, todos los papeles en la oficina del científico. El oficial de la KGB no encontró ninguna indicación de donde podría estar escondido el cráneo de Tamerlán.

Los colegas del científico no sabían nada de la expedición secreta del año 44. En los archivos del instituto aparecía que al profesor lo habían llamado, de altas esferas, para consultas, en Bielorusia. Todos supusieron que Alexander Simeonovich ayudaría en la identificación de los restos en las fosas comunes halladas después de la huida de los fascistas de esa república. Por razones comprensibles, en las conversaciones posteriores trataron de no tocar ese tema desagradable y no preguntaron por el viaje.

Algunos familiares recordaban el viaje en comisión de Efremov en el año 44 para algún lugar en el frente de batalla, pero no podían decir algo concreto sobre eso.

Un tenaz Averianov continuó la búsqueda en el archivo que el profesor tenía en su casa. Sobre todo estaba interesado en las cartas de Efremov de aquella época. En una de ellas, Efremov informaba que el objetivo programado ya estaba cumplido y que pronto volvería a Moscú. La esposa del científico recordaba que Alexander Simeonovich sonrió, cuando habiendo regresado a casa, él mismo recibió esa carta. En aquellos tiempos de guerra las cartas tardaban mucho tiempo en llegar a destino y el volvió en un avión militar de transporte.

El oficial de la KGB, autorizado para instalarse en el despacho casero del profesor, observó, con detenimiento, el sobre amarillento y silbó. La carta fue enviada, no desde Bielorusia, sino desde la ciudad uzbeka de Khiva. También le interesó la fecha en la estampilla. No correspondía con el informe de su padre sobre el viaje.

Grigori Averianov le propuso a la dueña de casa tomarse un té, conversó con ella, educadamente, sobre tonterías y, de pronto, le lanzó la pregunta capciosa:

– Cuantas veces fue Alexander Simeonovich a Uzbekistán a finales de los cuarenta? —

– Una sola vez. —

– Está segura? —

– Claro. Eran los años de la guerra. En ese momento quien iba a pensar en paleontología? Pero Sasha se alegró tanto por la posibilidad de dedicarse a lo suyo, – la viuda enmudeció, lentamente se secó una lágrima y añadió:

– Pero no crea. Mi marido solo me habló a mí de su viaje a Samarkanda y eso, bajo el secreto más absoluto. Y yo no se lo dije a nadie, a nadie! Y, ahora, se lo digo a usted. Pero puedo decírselo a usted, verdad? —

Grigori Averianov ya no preguntó más, recogió el sobre y, a pesar de la hora tardía, fue a trabajar. En su oficina de la Lubianka, bajo la luz de una lámpara de mesa, desató las cintas que amarraban las carpetas numeradas con el informe de su papá sobre el viaje en comisión. Sus dedos se apuraron para hallar la página apropiada. Sus ojos nerviosos comprobaron tres veces las dos fechas: la del sobre y la del informe del papá.

El detalle que faltaba! Grigori casi salta de alegría.

Resultaba que el científico Alexander Simeonovich Efremov regresó, del viaje secreto a Samarkanda, un mes más tarde que el capitán de la KGB Grigori Averianov Y estuvo, no solamente, en Samarkanda.

Que hizo el profesor, en Asia Media, tanto tiempo?

10.– La casa lúgubre del cineasta

– Fue aquí donde sucedió. – Zakolov se tocó, con la mano lastimada, el lado golpeado y le mostró, a Tamara, la salida bajo el arco. – Fui un tonto. No pensé, ni por un momento, que el espía podría no estar solo. Caí en un truco pendejo. —

Los muchachos salieron muy temprano del apartamento y se dirigieron a la parada del autobús. Tikhon decidió que el anciano cineasta Kasimov, especialista en planos cerrados vivos, no le gustaría una visita de mucha gente, así que le propuso a Evtushenko quedarse en la casa.

– Pero por qué lo perseguiste? – Tamara preguntó preocupada. – Esa calle nuestra no tiene luz. Es bueno que no te hayan hecho nada. Pero pudieron golpearte cuando estabas en el suelo! Y entonces?! —

– Entonces yo los hubiera jodido. – Zakolov movió los labios pensativamente. – O ellos a mí. —

– Tonto. —

– De acuerdo. En lo sucesivo trataré de ser más inteligente. —

– Más refrenado. – Corrigió la muchacha y tomó al muchacho por la mano.

– No, más inteligente. Si yo hubiera ponderado la situación correctamente, por lo menos hubiese agarrado a uno de los tipos. —

– Y después? —

– Hubiéramos sabido quién era el curioso. —

– Y no está claro? —

– Toda persona tiene derecho a defender su vida privada! Ellos irrumpieron en la nuestra, con descaro. —

– Acaso vienes de América? En nuestro país todo es colectivo. – Suspiró la joven.

Todo el camino hacia donde Malik Kasimov, Tikhon estuvo alerta y volteando, de vez en cuando, para ver si los seguían. Hicieron el trayecto con dos trasbordos y pocos pasajeros, por lo tanto, precisar un posible fisgón, no era problema. Y no hubo ninguno. Ese hecho tranquilizó a Tamara Kushnir, pero Tikhon casi que se decepcionó. No le hubiera disgustado ver a sus enemigos del día anterior y desquitarse.

Mientras caminaban por la callejuela de casas de una sola planta, detrás de altas empalizadas de arcilla, Zakolov volteó dos veces. A esa hora matutina, el camino polvoriento estaba desierto. Detrás de los pocos cipreses piramidales que flanqueaban la calle, era muy difícil esconderse.

Tamara Kushnir se detuvo ante una valla tupida con reja de hierro, que alguna vez estuvo pintada color esmeralda y ahora tenía un color blanquecino.

– Kasimov vive aquí. – Informó Tamara y apretó el pequeño botón del timbre. – Quiera Dios que esté de buen humor. —

En la parte de atrás del patio se oyó el sonido del timbre que a lo lejos pareció zumbido de abejas. Esperaron. Tocaron el timbre otra vez. De nuevo la vibración del viejo timbre y no otros sonidos.

– Tiene un patio atrás de la casa. Es posible que Kasimov esté allá y no oiga el timbre. – aventuró Tamara.

– O salió. —

– No. Él me dijo que sale dos veces a la semana a comprar víveres. El resto del tiempo mira fotografías y cuida sus plantas. Para ir a las tiendas es muy temprano. —

– Y al mercado? —

– Es lejos desde aquí. Él me dijo que le gusta fotografiar las flores que salen de su siembra. Yo creo que él está en el patio trasero. —

– Estamos en Noviembre. Las flores solamente pueden estar en la casa. —

Tamara se vio confundida.

– Entonces no sé. —

Tikhon miró el pasador de la cerradura y empujó la puerta de hierro. Ella respondió con un golpe sonoro, pero no se abrió.

– Pudieron haber halado la puerta desde afuera. Llama otra vez. —

Tamara sostuvo un rato el dedo en el timbre.

– Nadie. – Concluyó Tikhon, entonces consideró la altura de la empalizada y miró, interrogativamente, a la muchacha.

– Tú quieres…? – Tamara miró hacia arriba con sus cejas levantadas con asombro.

– Entonces, perdimos el viaje? —

Zakolov se aferró al borde de la empalizada y, ágilmente, saltó sobre la barrera de piedra. Sus pies aterrizaron en la hierba descolorida, con las piernas dobladas. Tras unos arbustos, él vio la fachada de una casa pequeña con dos ventanas y una puerta cerrada en el medio. Mientras Tikhon se levantaba y se sacudía las manos, algo se movió en la ventana derecha!

Alguien se escondía en la habitación o la sombra del ciprés daba esa impresión en el vidrio opaco?

Puso atención y no vio más ningún movimiento. Zakolov se conformó con la segunda opción. Entonces abrió la puerta para dejar pasar a la muchacha.

– Tú siempre haces eso? – preguntó Tamara con severidad.

– Que? —

– Entrar a una casa ajena sin invitación. —

– Solo cuando las circunstancias lo exigen. —

– Mi hermano te describió correctamente. – La muchacha se explayó en una sonrisa de satisfacción.

Tikhon se dirigió a la casa silenciosa, pero a medio camino se detuvo y levantó el dedo índice:

– Escuchas? —

– No. – Dijo la joven en un susurro de preocupación.

– Hay alguien caminando detrás de la casa. —

– Él está en el patio, yo te lo dije. – Sin mediar palabras, Tamara se dirigió a la esquina de la casa y dijo en voz alta: – Estimado Malik! Soy yo, Tamara Kushnir. Disculpe que entramos, pero la puerta estaba abierta. —

– Tú siempre haces eso? – Se reía Tikhon, alcanzando a la muchacha.

– Que? —

– Inventar cuentos sobre la marcha. —

– Solo cuando las circunstancias lo exigen. —

– Tu hermano te describió correctamente. —

– Nosotros congeniamos. – La joven movió las pestañas coquetamente y tomó la mano de Tikhon.

Ambos se carcajearon y, divertidos así, dieron vuelta a la casa. Lo que la muchacha llamaba jardín eran tres árboles frutales sin la mitad de las hojas y algunos rosales espinosos con cortes donde hubo capullos. A diez metros se terminaba el jardín con una valla pequeña, tras la cual se veía otra casa.

– Malik Kasimov, donde está usted? – Timidamente preguntó Tamara, buscando con los ojos a alguien en el jardín vacío. Dándose por vencida, se dirigió a Tikhon: – Seguro escuchaste pasos? —

– Sí. – Zakolov miró hacia la puerta abierta que daba de la casa al jardín. Ella se movía suavemente, ya sea por causa del viento o por un golpe fuerte que recibió. Él pasó la mirada hacia los árboles; las hojas no se movían. O sea, no es el viento! – Alguien utilizó esta puerta recién. —

– Kasimov, probablemente. Regresó a la casa desde el jardín para encontrarnos del lado del frente. – Se alegró Tamara y, con decisión, se acercó a la puerta abierta y, en voz alta: – Estimado Malik. Se puede? —

– No entres. Espera aquí!. – Tikhon detuvo a la muchacha, recordando que esos pasos rápidos que escuchó se alejaban, no que se dirigían a la casa. Bajó la voz: – No me gusta este juego del escondite. —

La puerta de entrada terminó de moverse. Se hizo el silencio. La sonrisa de alegría de la joven se transformó en una mueca y se instaló una máscara de temor en el rostro.

Zakolov apartó a la muchacha y, con cuidado, se dirigió a la casa. El piso de madera ante la puerta crujió bajo sus pies. Eso es bueno, pensó Tikhon. Su presencia no la puede esconder y que se escuchen pasos ajenos, no molesta.

En la cómoda terracita, ante la puerta, aparte de los dos sillones de mimbre, una mesita redonda y sobre ella, un bol y una tetera, unos estantes con libros y unos ganchos con ropa, no había más nada. Nuestro cineasta vive un poco desordenado, pensó Tikhon. Algunos libros y parte de la ropa estaban en el piso. Una personalidad exótica? Pero Tamara no dijo nada de eso.

De un tirón abrió la puerta de la siguiente habitación, protegiéndose con ella. La precaución se reveló innecesaria. El oscuro lugar estaba silencioso y solo había una luz titilante. En la terraza había un orden ideal en comparación con lo que Tikhon vio en esa habitación, la cual parecía un despacho. Ya desde el umbral, se tropezó con papeles, revistas y fotografías regadas por toda la habitación. El armario de libros estaba abierto y todo su contenido estaba tirado por el piso, todos los cajones del escritorio estaban abiertos. En el medio de la habitación estaba una silla volteada. En el rincón más lejano estaba un televisor prendido, sin volumen. Ese televisor daba una luz extraña ya que las cortinas, de la única ventana, estaban cerradas. En la pantalla un señor, bien vestido, hablaba.

A tres metros del televisor estaba un sillón alto. Al principio el sillón parecía vacío pero, cuando dio un paso hacia adelante, Tikhon vio, sobresaliendo del espaldar, la coronilla de una cabeza. La persona no se movía, ni siquiera ante la presencia del extraño; solo parecía mirar la pantalla insonora.

Tikhon hizo ruido caminando. Después tosió. La persona no reaccionó. Será que pasó la noche viendo la televisión y se quedó dormido? Pero por qué le cortó el sonido? Y quien corrió en el jardín?

Zakolov superó la primera inquietud y miró con más atención. La coronilla de la persona sentada en el sillón brilló extrañamente. A Tikhon incluso le pareció que era la cabeza de plástico de un maniquí. Alguien salió de la casa dejando una muñeca? Qué tipo de juego es ese?

Tikhon Zakolov, lentamente, rodeó el sillón. Su mirada no se apartaba de la lisa cabeza. Al principio el creyó distinguir el perfil de la persona, pero la mala iluminación no le permitió discernir del todo.

En la pantalla comenzaban unos documentales sobre la guerra. Mostraban la vida en las trincheras durante las noches. La habitación se hundió en la sombra. Dio tres pasos más y ya Tikhon estaba frente la oscura silueta en el hondo sillón. No era posible distinguir sus rasgos.

– Camarada Kasimov, – Tikhon dijo tímidamente. – Está durmiendo? —

Los viejos se quedan durmiendo viendo la televisión, pensó Zakolov y dio un paso adelante.

– Camarada Kasimov. – Tikhon se inclinó para sacudir al cineasta.

La mano ya llegaba al pecho de la persona sentada cuando en la pantalla aparecieron fogonazos de disparos de baterías “Katiusha”8. La luz en la pantalla hizo ver la cabeza de un hombre canoso con una mirada de terror dentro de una bolsa de plástico. El muchacho dio un salto hacia atrás.

Los fogonazos en la pantalla se sucedían unos a otros y cada uno de ellos exponía un nuevo detalle del horrible cuadro. Los ojos brotados, la boca abierta, la bolsa de plástico amarrada al cuello, las piernas y brazos atados al pesado sillón. Pero cuando la pantalla mantuvo la iluminación constante, Tikhon observó lo más importante: En el lado izquierdo del pecho del hombre amarrado había una mancha de sangre.

Ya no había dudas. En el sillón estaba un cadáver en pijama azul.

6.Lubianka: Plaza de Moscú donde estaba la sede de la KGB.
7.Profesor: El más alto grado académico en Rusia.
8.Katiusha: Apelativo de las baterías múltiples de misiles creadas en la Unión Soviética.
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