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9. La patria de los criollos como idea

de contenido reaccionario

Demos término a este capítulo con unas observaciones breves y muy necesarias.

La idea de patria que se manifiesta en la crónica monumental de Fuentes y Guzmán, era una idea de contenido reaccionario. No la animaba la visión del futuro del país en términos de cambio y desarrollo, sino todo lo contrario: era una respuesta ante la amenaza de transformación implícita en la política imperial y en el arribo de inmigrantes. A despecho de lo que podría esperarse de una obra que es defensa y canto de la patria, la Recordación ofrece un tono de nostalgia y pesadumbre, un tono de lamentación que a la larga se impone en el lector y acaba por ser la impresión más honda que deja su lectura. En toda ella se escucha la añoranza de lo pasado, la desaprobación del presente y el miedo al futuro. El autor hace reiteradas reflexiones sobre el devenir de las cosas, el cambio de los tiempos, y lejos de aparecer allí una perspectiva del porvenir de la patria, es precisamente en ellas donde suenan las notas más sombrías y lúgubres de la Recordación. Quizá son también sus notas más íntimas: “en el mundo no hay fijeza, ni en lo más grande ni en lo más pequeño [...];109 la inconsistencia de las cosas, que nunca asisten en su ser […];110 es achaque de lo temporal la poca fijeza con que procede en todo […];111 en lo humano no hay cosa fija ni segura”,112 y así sucesivamente el cronista suele recordarnos la mudanza de las cosas humanas, pero jamás lo hace como podría hacerlo una mente proyectada hacia el futuro, viendo en la mutabilidad una garantía de que mañana podrá llegar a estar bien lo que hoy está mal, sino como suelen hacerlo todas las mentes vueltas hacia el pasado: quejándose de que, lo que ayer estuvo bien, ya nunca volverá a encontrarse en ese estado. Ése es el espíritu de la obra, cifrado con admirable acierto en las dos palabras que le sirven de nombre y título. La Recordación Florida de veras es una recordación, un volver la mirada atrás, hacia tiempos que al autor se le antojaban florecientes y prósperos. El enorme trabajo de reconstrucción histórica realizado por Fuentes y Guzmán en muchos de los capítulos de su obra, no tiene la finalidad de arrojar luz y comprensión sobre el presente del historiador, menos aún de vislumbrar el futuro. Su finalidad es contraponerlos a los capítulos en que habla de la actualidad —los que son propiamente crónica— y demostrar que los tiempos pasados fueron mejores que los actuales.

Fácil es entender, después del análisis hecho en estos dos capítulos —titulados “Las dos Españas”— que el tono fundamentalmente pesimista de la crónica del criollo, así como el contenido reaccionario de la idea de patria que se manifiesta en ella, eran consecuencia necesaria y reflejo de la inseguridad que pesaba como una amenaza sobre el grupo de viejas familias herederas de la conquista.

Nos asaltan aquí, empero, varias cuestiones difíciles que exigen respuesta: ¿Habrá estado vigente todavía esa idea de patria entre los criollos que dirigieron políticamente la emancipación de Guatemala? ¿Habrán tenido los criollos del último periodo colonial ese mismo sentimiento de “patria a la defensiva”? ¿Fueron efectivamente los criollos quienes controlaron la Independencia, alcanzando con ello su viejo propósito de hegemonía? ¿Podría interpretarse aquel suceso, simple y llanamente, como la toma del poder por un grupo de explotadores que estaba obligado a compartir la explotación con la monarquía española? Y finalmente: ¿No habrá surgido en la sociedad guatemalteca, a tono con el desarrollo de las fuerzas productivas en los últimos siglos coloniales —a tono con el desarrollo del mercantilismo, por ejemplo—, una nueva clase social, una capa media alta, una pequeña burguesía, que concibiera la patria en términos de desarrollo? En suma, ¿fue la Independencia un hecho revolucionario o fue la implantación de la patria de los criollos?

Hemos hablado hasta aquí de la defensa del patrimonio. Hemos examinado ciertas formas que tomaba la pugna de criollos y peninsulares en torno al patrimonio de los primeros. Pero todavía no hemos analizado el patrimonio mismo. Tenemos que hablar de la tierra en un capítulo y de los indios en dos capítulos especiales. Porque los indios trabajando la tierra eran la parte esencial del patrimonio en disputa. Sólo después de haber analizado esos dos temas pendientes quizá podamos, buscar el planteamiento correcto de las cuestiones arriba enunciadas, dar respuesta a algunas de ellas, y sugerir el camino para hallar la respuesta de otras. Lo dejaremos para el capítulo final del libro. Es preciso ahondar mucho más todavía.

1 El reino todavía no estaba definido como entidad política en ese momento. Aludo aquí a los territorios que después vinieron a quedar dentro de la delimitación del reino. Por comodidad expositiva omito tal explicación en el texto. La conmoción que causaron en Guatemala puede verse en Fuentes, t. II, pp. 268-284.

2 Véase en Remesal, t. II, pp. 218-226, la sublevación de los Contreras en Nicaragua y el asesinato del obispo Valdivieso (1450). Ésa y otras alteraciones violentas, debidas igualmente a las Leyes Nuevas, en García Peláez, t. I, pp. 134-137.

3 Id.

4 García Peláez, t. I, p. 136.

5 El texto de las Leyes Nuevas en Remesal, pp. 282-283, en donde particularmente se menciona la cesión de tributos.

6 Id.

7 Id.

8 García Peláez, t. II, p. 7 citando textos de Solórzano y Pereira que glosan textos de principios del siglo XVII.

9 Id. En AGG, AI.39.1751, f. 41v, corre inserto auto del presidente Mayén de la Rueda, prohibiendo a los encomenderos vivir en los pueblos que les estaban dados en encomienda.

10 Véase Diccionario Hist. Esp., t. I, p. 980. Allí está explicada la composición en general, en relación con la encomienda. Zavala, Contribución, p. 64, habla de la disimulación en relación con la encomienda. Véase también Altamira, Diccionario, artículos “composición”, “disimulación” y encomienda.

11 Id. Más adelante, en el capítulo siguiente, se mencionará de nuevo la composición en relación con la adquisición de tierras.

12 García Peláez, t. II, p. 5. Allí se encuentran todos los pormenores de esta gestión. Es interesante la información que proporciona sobre la distribución de las 192 encomiendas del reino.

13 García Peláez, t. II, p. 6, transcribe escrito del Ayuntamiento de Guatemala, abril 1572. Pardo, Efem., p. 39, escrito del Ayuntamiento a la Real Audiencia en el mismo sentido, 1610. Zavala, Contribución, p. 65, trae buena información sobre entrega de encomiendas a personas nuevas. También Solórzano, p. 75.

14 Pardo, Efem., p. 24, auto acordado por la Audiencia el 12 de noviembre de 1579.

15 Así lo afirma Juarros, citado por Solórzano, p. 55.

16 Solórzano, p. 76.

17 Juarros, citado por Solórzano, p. 55.

18 Para corregidores, véase el capítulo VII, apartado 6, de este libro (El terror colonial y los corregidores). Fuentes fue dos veces corregidor.

19 Se verá todo esto en el capítulo siguiente.

20 Recop. Leyes Indias, ley 17, título 9, libro 6. Véase también Zavala, Estudios, p. 233.

21 Zavala, Contribución, p. 60.

22 AGG, A.1, 1, exp. 54.843, leg. 6073.

23 AGG, A.1, 23, exp. 52,612, leg. 5984, f. 45.

24 AGG, A.1, 57, leg. 4588, f. 142v. También AGG, A.1, 23, leg. 4588, f. 148v.

25 En el capítulo siguiente se analiza otro.

26 A esa conclusión llega también Zavala, Contribución, p. 60. Ots, Tierras, p. 99, la confirma para todos los territorios coloniales.

27 Un expediente completo muy interesante, de otorgamiento de una encomienda en Guatemala, en 1660, lo publicó Boletín, t. II, núm. 1, pp. 3 y ss.; en AGG, A1.39, 1751 hay varios títulos de encomienda cuyos textos son muy ilustrativos; un resumen de la operación de entrega para 1623, en Guatemala, lo trae Zavala, Contribución, pp. 68-69.

28 Es lo que se infiere del cómputo de García Peláez, t. II, p. 5. Solórzano, p. 75, cita papel de 1665 y supone 72 encomiendas en Guatemala.

29 Es sabido que algunos encomenderos tuvieron más de un pueblo, y que otros tuvieron sólo una fracción, compartiendo los tributos con otros encomenderos. Esta circunstancia no altera el cálculo aproximativo que estamos haciendo, y mucho menos la verdad de lo que se viene afirmando en el contexto en que se sitúa esta nota.

30 Hubo repartimientos de indios semejantes a los de Guatemala en México (con el nombre de “cuatequil”) pero fueron definitivamente suprimidos hacia 1630. Véase la nota 60 del capítulo VII. La “mita” peruana presenta características propias, aunque en el fondo venga a ser también una forma de trabajo obligatorio de tipo feudal. Véase la nota 37 del capítulo II.

31 Fuentes, t. III, p. 282. También t. I, p. 63.

32 Rodrigo de Fuentes fue el inmigrante que casó con Catarina de Chaves. El abuelo del cronista, que obtuvo la encomienda, era hijo de inmigrante y nieto de conquistador. Lo aclara el propio Fuentes, t. III, p. 282. Véase también t. I, p. 63.

33 Sin embargo, en el Archivo General del Gobierno de Guatemala se encuentra buena documentación acerca de las encomiendas de la familia del cronista. Véase AGG, A3.16.40522.2803, cuaderno de títulos de encomiendas asignadas a vecinos de Guatemala, 1622; AGG, A3.16.40528.2803; don Francisco de Fuentes y Guzmán hace presentación del título de la encomienda que goza en los pueblos de San Juan Comalapa y Santiago Cotzumalguapa, 1625 (es abuelo del cronista); AGG, A1|.39.1752, f. 18, registro de la encomienda de Inés de Fuentes y Guzmán, 1678; AGG A1.39, 1752, f.21, encomiendas de José de Fuentes y Guzmán, 1680; AGG, A3.2, exp. 13095, leg. 706, el hijo de don Antonio de Fuentes y Guzmán, como heredero, pide le paguen los tributos de la encomienda que gozó su padre, 1701.

34 Fuentes, t. II, p. 79. En t. II, p. 137, declara que el pueblo de Izguatlán también es de su encomienda. Véase la nota precedente.

35 Id., t. III, p. 282.

36 Boletín, t. II, núm. 1, pp. 3 y ss., título de encomienda de varios descendientes de conquistadores y pobladores antiguo del reino de Guatemala.

37 Fuentes, t. III, pp. 280-282.

38 Id.

39 Id., p. 282

40 Como ejemplos: Fuentes, t. I, pp. 294, 309, 317, 344, y t. III, p. 69.

41 Id., p. 302. La crónica abunda en referencias de ese tipo.

42 Fuentes, t. I, p. 384.

43 Id., t. I, p. 302.

44 Véanse ejemplos en Fuentes, t. II, pp. 249, 250, 265, 272, 365, y t. III, p. 222.

45 Fuentes, t. II, p. 265. Lo compara allí con la inundación que destruyó la ciudad de Guatemala en 1541, declarando que fue aún peor la predicación de fray Bartolomé de Las Casas.

46 Fuentes, t. II, p. 424, y t. III, p. 222.

47 Fuentes, t. II, pp. 269-270; t. III, pp. 222 y 412.

48 Id., t. II, pp. 234, 265, 270, 272, 344 y 365.

49 Id., t. III, p. 222.

50 Id., t. II, pp. 249, 250 y 270.

51 Ximénez, t. I, p. 135.

52 Id., t. I, p. 130. Explicación amplia de este fenómeno, en Remesal, t. II, pp. 243-244. También en García Peláez, t. I, pp. 161 y ss.

53 Id.

54 Fuentes, t. I, p. 316.

55 Id., t. I, p. 330: no hubo casa de porte y autoridad donde no estuviese [...] túvele en la mía [...]”.

56 Véanse capítulos VI y VII del libro III de Fuentes.

57 Fuentes, t. I, p. 178 y t. II, p. 230.

58 Véanse las notas de los apartados 1 y 2 del capítulo I de este libro.

59 Fuentes, t. I, pp. 56-71. (Capítulos VI y VII del libro tercero de la Recordación.)

60 Fuentes, t. I, p. 58.

61 Id., t. I, pp. 56-62.

62 Id., t. I, p. 57.

63 Id., t. I, p. 59.

64 Id.

65 Id., t. I, p. 56.

66 Véase a este respecto Haring, pp. 92-93. También Aguirre, p. 32.

67 Para Guatemala, todos los documentos dan prueba de ello. Para las demás colonias puede verse Haring, pp. 187, 198 y 204.

68 AGG, A1. 30-2, exp. 40652, leg. 4700. Residencia tomada al capitán Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán del tiempo que fue alcalde ordinario de la ciudad de Guatemala, 1658.

69 Para una definición de esa oligarquía que controló el Ayuntamiento de Guatemala, véase el trabajo de Chinchilla en el capítulo “La clase capitular”, pp. 173-181.

70 Fuentes, t. I, pp. 189-190 y 194; t. III, pp. 137 y 307.

71 Id., t. I, p. 194; t. III, p. 137. García Peláez, t. I, p. 180.

72 Pardo, Efem., p. 86.

73 Fuentes, t. III, pp. 137 y ss.

74 Pardo, Efem., p. 91.

75 Fuentes, t. I, p. 189.

76 Si quiere verse la nómina completa, se encuentra en Fuentes, t. I, pp. 56-69.

77 Si quiere verse la nómina completa, se encuentra en Batres, t. III, pp. 238-240.

78 Me refiero a la clase de los cafetaleros, cuya dictadura es exclusiva y absoluta desde Barrios hasta Ubico. De 1944 a la fecha (1967) la fórmula de clase en el poder ha variado mucho. Puede afirmarse, sin embargo, que el componente cafetalero sigue siendo importantísimo. Esta discusión, empero, cae fuera de los propósitos de nuestro estudio.

79 Fuentes, t. I, p. 112. En t. I, p. 69: “allegadizos y malsines”.

80 Memorial del Ayuntamiento de Guatemala de abril de 1572, transcrito parcialmente en García Peláez, t. II, p. 6.

81 Fuentes, t. III, p. 302.

82 Id., t. I, p. 112.

83 Se darán varios ejemplos y pruebas en el parágrafo siguiente. Véase Fuentes, t. I, p. 27.

84 Gage, p. 7.

85 García Peláez, t. II, p. 8: “que degeneran tanto bajo el cielo y el temperamento de estas provincias, que pierden cuanto de bueno les pudo influir la sangre de España”. Véase también t. III, p. 21.

86 Fuentes, t. III, p. 197.

87 Id., t. I, p. 225.

88 Id., t. I, p. 216.

89 Id.

90 A lo sumo habrá visto la nieve en los volcanes del altiplano mexicano, si acaso estuvo allá. A mi me parece, por diversos indicios, que Fuentes sí visitó aquella región. Pero es asunto dudoso.

91 En Fuentes se encuentran muchas referencias de este fenómeno reiterado. Ejemplos en t. I, pp. 67, 194 y 196.

92 Haring, p. 248.

93 Gage, p. 144.

94 Es sabido que varios autores, esencialmente historiadores de España, consideran que la afluencia de metales preciosos entorpeció el desarrollo industrial de la península. Esta tesis se viene sosteniendo desde principios del siglo XIX.

95 A estos extremos interpretativos han llegado varios notables historiadores españoles contemporáneos. Resúmenes importantes pueden hallarse en Vicens Vives y en Lozoya, capítulos correspondientes al desarrollo económico de la península bajo el reinado lo de los reyes católicos y primeros años del reinado de Carlos V.

96 Para el concepto de “acumulación originaria del capital”, véase cualquier tratado marxista de economía política, sección correspondiente al nacimiento del capitalismo.

97 Cualquier biografía seria de Miguel de Cervantes Saavedra sirve para ampliar —ya no confirmar— lo aquí indicado. Es cosa sabida que Cervantes hizo gestiones para pasar a Indias como funcionario.

98 Ramos, pp. 368-373. Ots, Derecho, pp. 191 y ss.

99 Id., Ramos, Haring, p. 249. Nótese cómo aparecen los apellidos vascos en el segundo grupo de familias criollas enumeradas más arriba.

100 Para ejemplos, véase Gage, p. 192 (terrateniente acaudalado que había venido a Guatemala en la pobreza), y p. 209 (español que se hace rico vendiendo licor a los indios en una taberna).

101 Fuentes, t. I, p. 121.

102 Id., t. I, p. 118 y 172.

103 Id., t. III, p. 268.

104 Id., t. I, p. 274.

105 Id., t. I, pp. 273 y 274.

106 Id, t. I, p. 274.

107 Como ejemplo de su elogio de los metales puede verse Fuentes, t. I, pp. 273, 309, 332, y t. II, p. 361. (En el primer lugar exclama que están abandonados los yacimientos “por el amor que tienen a una libra de tinta”).

108 Apuntamientos, p. 99. También p. 109, con lista y cifras de exportación para 1810.

109 Fuentes, t. II, p. 227.

110 Id.

111 Id., t. III, p. 109.

112 Id., t. II, p. 432.

75a Id., t. II, p. 20.

IV. TIERRA MILAGROSA

1. La patria como paisaje. 2. La política agraria colonial y el latifundismo. 3. Tierras de indios. 4. Un caso de “diligencias” para obtener tierras. 5. Necesidad de reforma agraria antes de la Independencia.

1. La patria como paisaje

La Recordación Florida es, junto a muchas otras cosas, un inmenso paisaje. Es un complejo de historia, crónica, geografía, etnografía, discusión de problemas económicos y de administración pública, que se desarrolla en el escenario de un paisaje de grandes dimensiones.

Podría pensarse que la descripción de un país configura siempre un paisaje. Pero no es así. En capítulos posteriores tendremos que utilizar mucho un extraordinario documento que precisamente es la descripción de un gran trozo del reino de Guatemala —la “Descripción Geográfico-Moral de la Diócesis de Goathemala”, hecha por don Pedro Cortés y Larraz—1 y se verá que la enumeración y la descripción de los poblados y de los accidentes geográficos, de las relaciones existentes entre ellos, la indicación de los cultivos y del abandono de las diversas regiones, la anotación de las distancias y hasta el comentario de las jornadas de camino, pueden componer a lo sumo un panorama —incluso un panorama de gran riqueza informativa—, pero no un paisaje.

Para que la descripción de un país llegue a ser un paisaje tienen que darse condiciones muy especiales. Aunque la descripción necesariamente esté construida con datos de la realidad objetiva, debe ser una elaboración de la conciencia del autor y no un simple traslado de aquellos datos; debe estar dominada por sus peculiares enfoques, afectada por acentos y sombras que la mentalidad del narrador proyecta sobre la realidad; debe estar, en suma, teñida de subjetividad. Es preciso, desde luego, que la referencia a los factores fisiográficos sea constante y de primordial importancia en el relato —la topografía del país, sus ríos y lagos, las calidades de la tierra, la diversidad de los climas, la flora y la fauna, la habitabilidad de cada región, etc.— y que el autor se reconozca ligado afectivamente a esas realidades, de modo que su tratamiento implique afición y simpatía. Esa simpatía del narrador para el paisaje del mundo a que hace referencia no es, empero, la compenetración del trabajador que vive en contacto directo con la tierra. El campesino sabe que la tierra es dura, que tiene pedruscos y espinas, que hiere y cansa; la ve como algo necesario y entrañable, pero no la idealiza. La perspectiva ideológica del paisaje, en cambio, supone distancia, elevación, horizonte; es la perspectiva del hombre que mira la tierra desde una posición dominante, que la ama por diversos motivos y conoce muchos de sus secretos, pero que no la trabaja.

No es casualidad que la Recordación Florida sea la única obra colonial de carácter histórico que presenta un paisaje de Guatemala. El hecho no está motivado, como podría pensarse a la ligera, porque Fuentes y Guzmán haya sido el único laico entre nuestros cronistas e historiadores coloniales (Remesal, Gage, Vásquez, Ximénez, Juarros, García Peláez: cuatro frailes y dos clérigos); está determinado por la circunstancia de que ese único cronista laico fue un miembro de la clase terrateniente, un criollo —entendido, claro está, que los hombres representativos de una clase son siempre sus hombres mejor dotados—.

Como hacendado, Fuentes tenía en la tierra su principal objeto de interés —sólo comparable en importancia con el indio, que venía a ser el complemento de la tierra desde el punto de vista criollo—. La Recordación tenía que ser, y lo es, un tesoro fundamental de noticias relativas a aquel medio de producción.

A la experiencia del hacendado se sumaba la del viejo funcionario. La tierra no era sólo el elemento básico de la agricultura y por ello de la vida de aquella sociedad agrícola, sino que, por serlo, era también el principal motivo de trámites y litigios, de intrigas y violencias, acerca de todo lo cual había aprendido mucho el cronista en 30 años de gestión en el Ayuntamiento de Guatemala y en los años que fue corregidor de Totonicapán y Huehuetenango. La crónica contiene datos muy valiosos acerca de la tierra como asunto de la legislación y la administración coloniales, y ofrece, como es natural, amplísima información acerca de los cultivos, la cantidad y la calidad de las cosechas, los sistemas de producción, los accidentes y fracasos de la misma, las normas de trabajo, las características de los diversos tipos de trabajadores, las modalidades de las haciendas y labores, la disponibilidad de tierras por los pueblos de indios, y muchas otras importantes cuestiones a que estaremos haciendo referencia a lo largo de todo nuestro estudio. Todo ello se presenta allí desde el ángulo de un terrateniente ilustrado del siglo XVII. Cargadas de subjetividad como están sus noticias, habrá ocasiones en que nos dirán más acerca de la actitud del criollo hacia la tierra que acerca del elemento mismo. Pero advertidos de esa circunstancia sacaremos partido de ella.

La mentalidad del cronista no establece un corte, una solución de continuidad, entre la tierra como medio de producción sistematizada —haciendas, labores, tierras comunales de indios, etc.— y la tierra como porción de mundo que se ofrece a sus moradores: país, patria, reino de Guatemala. En el desarrollo de la crónica rige un principio que podríamos llamar de integración subjetiva. Esta circunstancia es causa de que en ella se confundan diversos asuntos bajo un mismo tratamiento y en secuencias que pueden parecer reñidas con el orden. No debe extrañarnos eso; ya hemos dicho que la profunda motivación de la Recordación Florida es la alabanza y la defensa de la patria-patrimonio, y lo que debemos hacer es descubrir el significado del peculiar tratamiento que en ella se hace de la tierra, en relación con aquel propósito medular de la obra.

Entremos al asunto por la vía de un ejemplo.

Relatando el asiento y la primera construcción de la ciudad de Santiago en el valle de Almolonga, el cronista se detiene para hacer un comentario extenso del primer viaje de Alvarado a España. Retoma después el asunto de la erección de la ciudad, e intercala una amplia descripción del volcán de Agua —en cuya proximidad se edificó la ciudad—. Esa descripción incluye detallados comentarios de la agricultura en las faldas del volcán, y se extiende hasta referir todo lo que podía contemplarse desde su cima: valles, pueblos, milpas, ejidos, potreros, haciendas, labores, etc. Una vez hecha esa amplísima digresión, el cronista pasa a la nómina pormenorizada de los conquistadores de Guatemala, pues ellos fueron los fundadores y primeros vecinos de la ciudad cuyo nacimiento está relatando.2

Puede parecer que allí hay un desorden lamentable, resultado de cierta incapacidad programática del autor —”un hacinamiento confuso de relaciones exageradas o inconexas”, como dijo alguien con escandalosa superficialidad—.3 Pero no es simplemente eso. Si se entiende lo que Fuentes y Guzmán quiso realizar en la Recordación Florida, se verá que ese modo de narrar responde perfectamente a la intención de la obra: intención unificadora, integradora, que usa de grandes rodeos y atrevidos paréntesis, y que no se abstiene de entreverar asuntos que parecen alejados entre sí, pero que para él no lo estaban. Puede comprobarse, en efecto, que los temas que conjuga en sus pasajes aparentemente desordenados y faltos de unidad, guardan entre sí estrechas relaciones significativas, y que el criollo quería precisamente sugerir esas relaciones, presentarlas como el contexto y la ligazón interna —¡la unidad!— de su mundo y de su patria. Nos atreveríamos a afirmar que es imposible captar la concepción que el cronista tenía de su país, si no se percibe la intención de sus irregularidades expositivas. Es peligroso, amén de superficial, contentarse con decir que Fuentes es desordenado, o despachar ese desorden diciendo que se trata del “barroquismo” del autor y de la época. El relato emerge a veces con el ímpetu desordenado de las plantas trepadoras, y cuando adopta un tono culto recuerda ciertamente la riqueza recargada de los retablos barrocos; pero los problemas de construcción que presenta la obra encierran significados ideológicos que van mucho más allá de una pura cuestión de estilo.

En el ejemplo que acabamos de citar, el viaje de Alvarado viene a recordar que su ausencia no lo desligó de la construcción de la ciudad, sino que, al contrario, el conquistador había ido a España a gestionar beneficios para la provincia que dejó sometida —beneficios para los colonizadores, naturalmente—. El cronista no quiere referir el nacimiento de la ciudad, centro de dominio y de disfrute para tantos extranjeros, sin recordarles que aquel nacimiento fue posible gracias a los conquistadores, en especial a la actividad de su jefe. He ahí el porqué de esa primera digresión, la cual no sólo no está fuera de lugar conforme a las miras del criollo, sino que era del todo indispensable de acuerdo con sus criterios integrativos: la figura de Alvarado tenía que presidir el relato del nacimiento de la ciudad de Santiago, cabeza y riñón del reino de Guatemala.

La sorprendente descripción del Volcán de Agua se impone enseguida por varios motivos. Primeramente, porque el empinado cráter de aquel “bellísimo monte”,4 rompiéndose como una cisterna en una fatídica noche de 1541, había arrojado sobre la primera ciudad un torrente que la destruyó y que fue causa de su traslado al valle de Panchoy. No podía responsabilizarse a la montaña por aquel desastre, y solía murmurarse que los conquistadores habían cometido un grave error al instalar la ciudad junto a un volcán que le causaba constantes daños.5 He ahí la primera motivación, pues, para referirse inmediatamente a aquel simétrico y enorme promontorio, presentándolo no sólo como un espectáculo para los habitantes de la ciudad sino también como una fuente de beneficios: “no es sólo objeto deleitable a la vista por las amenidades que ofrece —dice el criollo— sino por lo útil y abundante de la producción de su tierra”.6 Y así, comenzando por lo más tendido de su “deliciosa y peregrina falda”, va informando de extensas siembras de maíz, frijol y hortalizas que contribuían a la provisión del mercado de la ciudad. Pone especial énfasis en el cultivo de flores ornamentales en esa explanada, y la grata serie de sus nombres le sirve, con exaltación y sin prisa, para dejar en el lector la impresión de que toda aquella falda era un manto de colores.7 Pasando al segundo tercio de la mole que se eleva haciendo punta, la descripción entra en montaña tupida, húmeda y oscura, pero no por ello menos animada: aparte de las maderas excelentes que allí abundan según el cronista, estaba aquella parte poblada de bestiezuelas que hacían la delicia de los cazadores y aun de los curiosos. La lista de nombres de animales culmina con la de las aves, y ésta con la de aquellas que eran regalo para el oído y para los ojos.8

El conocimiento del país, adquirido gradualmente desde la infancia9 y llevado a gran desarrollo en el cuidado de sus haciendas y en sus viajes de funcionario, supone en Fuentes un minucioso conocimiento de las plantas y los animales que se criaban silvestres. Así se trate de la astucia y los hábitos del tacuazin,10 o de la sabia disciplina de las hormigas guerreras de la costa,11 o de la delicada belleza del colibrí —“esta admirable y prodigiosa avecita”—,12 el cronista pone en sus descripciones la simpatía de quien ha observado a esos seres como pequeños e inquietos habitantes de la gran tierra amada. Una de las más acusadas inclinaciones del cronista en su tratamiento de la tierra es ésta que estamos tocando de pasada: mostrar que en su seno brotaban y vivían multitudes de seres, mostrar que era rica y obsequiosa por sí sola. Y claro está que decía la verdad, tratándose de un país subtropical de tierras feraces en su mayoría. Pero el cantar demasiado esa verdad, la mucha emoción con que la entona a cada paso, delata cierto afán de abultarla, de inflarla —digámoslo así aunque suene mal— para restarle un poco de importancia al trabajo.

Así, pues, en la segunda parte de la descripción del volcán se conjugan dos motivaciones criollas; una circunstancial: continuar presentando aquella montaña como una despensa, un lugar de recreo y un espectáculo; y otra que responde a una tendencia persistente en toda la crónica: entonar el canto de la madre tierra, rica y obsequiosa en plantas y animales silvestres de gratuita utilidad para el hombre.

Finalmente el narrador llega a la alta cima, rocosa y batida por los vientos. A esta altura del relato, el volcán ya no aparece como algo que está junto a la ciudad, sino como algo que le es consustancial. La cima es el mirador desde donde la ciudad mira al reino del que es capital. En primer plano aparecen los potreros de la ciudad misma y los pueblos más cercanos que la servían y abastecían. En todas direcciones se ven pueblos, y junto a ellos sus ejidos y tierras comunales.13 La laguna de Amatitlán, del tamaño de una capa extendida en el suelo.14 Pero alzando la mirada podían dominarse grandes extensiones: toda la tierra de la provincia de San Salvador; toda la costa sur hasta la provincia de Suchitepéquez y la región de Soconusco; por el noroeste se alcanzaba a ver hasta la región de los Llanos de Chiapa.15 La descripción del volcán, asociada al relato del nacimiento de la ciudad, responde en este momento al propósito de sugerir que la ciudad es lo más eminente del reino. El volcán se convierte en su símbolo, tal como aparecía en su escudo.16

Asentamiento y traza de la ciudad, viaje de Alvarado, descripción del volcán, panorama desde el volcán, y todavía algo más y definitivo: la lista de los conquistadores y la indicación detallada de sus descendientes en el momento actual en que el cronista escribía. Esta última digresión no era tal —como ninguna de las anteriores—: para el criollo, el nacimiento de la ciudad no era un hecho muerto que se había quedado en el pasado, sino muy al contrario, era el hecho que daba origen a la ciudad, era su razón de ser, a la cual debía ceñirse la vida del presente. El relato del nacimiento de la ciudad tiene muchas finalidades, pero una principal entre todas: demostrar que quienes no estaban relacionados con su origen eran intrusos en ella, o por lo menos eran beneficiarios de algo que no les correspondía legítimamente. La ciudad fue creada por los conquistadores como centro de dominio y de disfrute para ellos y sus descendientes. Esta idea, que era la idea de la ciudad en la mente del criollo, es la que le da al relato del suceso ese carácter desordenado pero altamente significativo para su momento y lugar.

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