Kitabı oku: «Yo Soy El Emperador», sayfa 3

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II

Viernes 23 de julio

N eptunalia , fiestas que incluían rituales en la orilla del mar o del río. Para los romanos, el 23 de julio era un día especial. Sin embargo, hoy tengo algo más en la cabeza. Estaba convencido o, por lo menos, esperaba encontrarlos restos de Julian en el sitio cerca a Tarso. Pero Valentiniano tuvo la buena idea de trasladarlos. Podría haber llevado el cuerpo a todas partes. El Imperio Romano incluía gran parte de la Europa actual, el norte de África, el Medio Oriente y Asia Menor.

En un momento de aparente tranquilidad en el banco, le pregunto por correo electrónico a mi profesor de doctorado en la Universidad de Heidelberg donde puedo encontrar algo sobre el hipotético traslado del Apóstata.

El profesor Gerrit Alföling responde después de una hora. Dice que, en realidad, no hay nada en las fuentes contemporáneas a los hechos. Sin embargo, me sugiere que profundice mi investigación, buscando información en autores medievales. Puede que hayan tomado fuentes de la época de Julian, que luego se perdieron. La biblioteca central de la Universidad de Regensburg conserva un archivo de todas las “Historias Universales” escritas en la Edad Media, publicadas e inéditas. Debo ir allí para estudiarlas. Es la única forma de encontrar noticias distintas a las que ya tengo.

Tal vez sea una locura, pero no lo pienso mucho. Agradezco a mi “padre de doctorado” (así se llama el profesor que sigue la tesis en Alemania). Miro los horarios de los trenes en la página web de los ferrocarriles alemanes e imprimo el ticket para esta misma noche. El hecho de vivir solo tiene, por lo menos, dos consecuencias en la planificación del tiempo libre:

1) Hago lo que quiero.

2) Normalmente no tengo nada que hacer y me deprimo por quedarme en casa los fines de semana. Así que un viaje, aunque sea de último momento, no es un problema ni me causa preocupaciones. Tomo lo que necesito, me voy y vuelvo cuando quiero, así que nadie me espera, excepto el gato.

Al salir del banco, preparo una mochila con lo mínimo necesario y me dirijo en carro hasta Florencia. El tren hacia Múnich sale de allí a las 21:49. La noche en la litera nunca ha sido la mejor. En la época de Erasmus, solía viajar de noche en tren. Esos dulces recuerdos cubren de melancolía el hedor de la cama del vagón. Lo comparto con dos muchachos alemanes, supongo. No quiero hacer amistades de todos modos y la típica charla de trenes es inútil.

El controlador requisa los boletos y documentos. Es una práctica normal, guardarlos durante la noche para cualquier control fronteizo. Pero, después de la experiencia turca, separarme de mi pasaporte me da ansiedad (realmente tengo que hacer una copia). Me meto en la litera con las sábanas de papel, la mata de lana cruda y la almohada tamaño liliputiense.

Abro el manual de literatura medieval que llevé a casa: lo estudié para dar el examen universitario y nunca más me digné a mirarlo. En una noche intento llenar los huecos de la literatura alemana de la época. Descubro una infinidad de autores desconocidos para mí y compiladores anónimos de crónicas desde la creación del mundo hasta la epoca medieval. Sigo leyendo el precioso texto hasta que, desde la litera de abajo, uno de los alemanes, protesta por la pequeña luz encendida y por el ruido de las páginas. Apago y trato de dormir, pero es en vano.

Sábado 24 de julio

A las 6 en punto el revisor regresa para devolver el pasaporte. Respiro aliviado, me visto – me había puesto el pijama de todos modos, como si eso pudiera ayudarme a dormir – y unos minutos después me bajo en la estación de Múnich.

El tren a Regensburg sale a las 7:44. Tengo tiempo suficiente para tomar desayuno y voy a una tiendecita. Creo que las salchichas alemanas de todas las formas y colores (rojo, blanco, negro) son exageradas y decido tomar un Doner Kebab: el pan árabe extendido, relleno de carne, ensalada mixta y salsa picante. Aunque es un plato típico turco, me recuerda a los años pasados en la tierra alemana.

En los tres años de doctorado en Alemania, visité muchas ciudades, en especial en la parte del sur, pero no Regensburg. Evito el castillo, las murallas y el típico centro histórico medieval, no quiero hacer turismo y la lluvia tampoco provoca hacerlo. Voy directo a la biblioteca de la universidad, busco el carnet del doctorado: aunque haya caducado, todavía me facilita la entrada. Pierdo toda la mañana hojeando crónicas que muestran los años máximos de reinado y la supuesta “persecución” contra los cristianos de Julian; en realidad, él predicaba la tolerancia.

Cuando empiezo a deseperarme, me encuentro con la Kaiserchronik. Es una especie de poema épico sobre los emperadores romanos y luego sobre los de lo Sacro Imperio Romano Gérmanico. Solo aquí se habla de Julian de una forma extensa y detallada. Con asombro me doy cuenta de que no entiendo nada. No me lo imaginaba, pero el alemán medieval es otro idioma por completo. Afortunadamente, veo anotaciones al costado: están escritas a mano en latín. Son pequeños resúmenes y, en algunos casos, aclaraciones de lo recopilado en ese lenguaje incomprensible. Los leí todos, hasta uno con información clara sobre el lugar en el que se encontró el cadáver del emperador.

Alatus est corpus illius

et positum est in septemtrionali parte

in templo sanctorum Apostolorum,

in labro porfiretico.

En esencia, el cadáver del emperador había sido trasladado y colocado en un sarcófago de piedra, en la iglesia de los Santos Apóstoles. Finalmente, veo una confirmación de mi teoría: no había sido enterrado junto al río Cidno. Por desgracia, la nota no dice en qué ciudad estaba esta iglesia. Tendré que encontrar la manera de traducir los versos del alemán antiguo. Por ahora, decido fotocopiar esa parte.

Tengo que comprar una tarjeta, me explica la asistente Anke Fleischmann. Cuando la única fotocopiadora queda libre, la diligente Anke (¿Anke es el nombre de una persona?) me dice que está prohibido copiar códigos medievales. Después de gastar diez euros en una tarjeta que nunca volveré a usar, mi primer pensamiento es “si no hubiera sacado esta Kaiserchronik de la estantería, las polillas se lo hubiesen estado comiendo durante otros siete siglos ¿Y no me dejsarás sacar copia de unas cuantas páginas?

Evito expresar este y otros pensamientos poco elegantes. En cambio, le agradezco a la chica con tono irónico. Voy al comedor de la universidad a comerme una salchica, la que desprecié en la mañana. Mientras muerdo el enorme bocadillo, analizo las posibles soluciones: a) es evidente que no puedo salir del archivo con el enorme volumen para fotocopiarlo; b) podría haberle tomado fotos a las páginas que me interesan, si no hubiese dejado la Nikon en casa (no me hubiese imaginado que iba a servir en la biblioteca); c) arrancar las paginas de Julian y guardarlas en el bolsillo, nunca he hecho algo parecido y no lo lograría ahora, aunque la tentación es fuerte; d) transcribir a mano todo los 500 versos del Apóstata.

Hay un rostro en la mesa de un rincón que me distrae de mis reflexiones. No tiene la edad de un estudiante, podría ser un maestro que conocí en una conferencia a la que asistí en mi pasado académico. Sin embargo, juraría que es el alemán que estaba en mi litera esa noche; no el que me dijo que apagara la luz, el otro. Pero no soy muy fisonomista; además los hombres nunca me han llamado la atención.

Termino mi almuerzo muy rápido y me voy rápido a la biblioteca para copiar los versos, pero, a pesar de los exámenes de paleografía, avanzo demasiado lento. ¡Encontré una letra peor que la mía! Lucho no solo con la escritura gótica, sino también porque entiendo letra por letra, pero no las palabras. Decido copiar solo el texto junto a esas preciosas notas sobre la muerte de Julian y espero que el lugar del entierro esté indicado en los incomprensibles versos en alemán medieval. En cualquier caso, inserto una hoja de papel en blanco en esa página de la Kaiserchronik como una especie de marcador, nunca más volveré a consultarlo.

Antes de irme, hago una parada en el baño. Cuando escogí la facultad de Literatura Clásica a la que iba a ir, recorrí varios lugares del centro de Italia. Un criterio de juicio fundamental para mí, junto a los canónicos (planes de estudio, profesores, etc.), fueron los baños. ¡Todo se entiende desde los baños de una facultad! Si están limpios y ordenados, es previsible que el curso de estudios esté igual de organizado; pero si son pocos, sucios y malolientes, todo lo demás también… Los de la biblioteca de Regensburg son perfectos. En una posible segunda vida, me inscribiré allí.

Perdí mucho tiempo. Camino de regreso a la estación. Una fina llovizna me da la razón del porqué siempre llevo un paragua, incluso en vera (una diminuta herramienta naranja comprada en la última feria del pueblo de Sinalunga). Las demás personas, indiferente a lluvia, sigue caminando tranquilamente. No se apresura, ni se refugia. Están acostumbrados, ya ni lo notan. Por otro lado, reflexiono mientras espero el tren, Regensburg significa “ciudad de la lluvia”.

Preocupado por resguardarme del agua, no me doy cuenta de que, no muy lejos, aquel extraño del comedor (y la litera), tiene una extraña conversación telefónica. Traducido del alemán sonaría algo como:

«Que todos los dioses estén con usted».

«Y con el espíritu divino flotando en ti, hermano».

El muchacho alemán hace una especie de señal de la cruz al revés.

La voz perentoria al otro lado de la línea presiona. «¿Has hecho todo lo que se te ha pedido?»

«Sí, cada uno de sus deseos son una orden para mí y estoy feliz de poder…»

«Está bien», lo interrumpe, «¿y ahora?»

«Revisó muchos libros. Luego, debe haber encontrado algo en un gran volumen. Empezó a copiar una página entera a mano. Es absurdo».

«¿Qué volumen?»

«No lo sé. No creo que sea tan importante».

«¿No crees?»

La lluvia apremia cuando el joven mira a su alrededor.

«Ahora estoy en la estación, lo estoy siguiendo como…»

«¡No!» exclama de forma autoritaria el misterioso interlocutor. «La orden que recibió no era seguir a aquel italiano, era anticiparse a sus movimientos, anticipar su investigación».

«No entiendo».

«No importa que lo entiendas. Haz lo que te digo. Vuelve a la biblioteca, encuentra ese libro, arranca la página que consultó y luego envíamela, a la sede de nuestra organización en Frankfurt. Yo me encargaré de interpretarla».

«Sí, pero mientras tanto él tomará el tren».

«No debes preocuparte por eso. Seguro volverá a su país. Solo tienes que hacer lo que yo te pido. Yo, tu superior en rango».

«Por supuesto, obedezco».

«Que Mitra guíe tus pasos».

«Que Helios ilumine su mente».

En la larga espera del cambio a Múnich, leí los versos transcritos por Kaiserchronik:

Der chunich wart hart ubele gevar.

Mercurjus chêrte ingegen im dar,

niemen newesse wannen iz gescach:

den chunich er durch den pûch stach.

Juljânus viel nider tôt…

Para mí, es árabe. Dejo de leer y cierro todo un poco decepcionado. Este alemán del temprano medieval está más alejado del alemán de hoy que el latín del italiano. No quiero leer nada más. Ni siquiera tengo hambre y esto es extraño. Por la noche duermo bien sobre las sábanas de papel, porque la litera está vacía. Es evidente que todos van, pero tienen menos ganas de regresar de Alemania.

Domingo 25 de julio

Al despertar, el tren se ha detenido un momento en la estación de Bolonia. Me visto rápido. El conductor, más amable que el de ida, me ofrece un café y un refrigerio. Acepto con gusto, aunque mi desayuno ideal sería con una porción de pizza.

Bajo a las 6:30 en S. Maria Novella y ya son 30 grados. Comparado con los 15 de Regensburg, la diferencia de temperatura es considerable. Por suerte, nunca he sufrido por el calor; en cambio, el frío me entristece. Vuelvo al carro y conduzco por la ciudad. Será porque es domingo por la mañana, pero las calles están vacías. Mientras escucho la radio del carro en la autopista, siempre sintonizada en Radio Italia, me pongo a pensar en quién me puede ayudar a traducir ese texto.

Bajo el volumen y conecto el auricular a mi celular. «Valeria, hola. Soy Francesco, ¿cómo está?»

«Bien ¿y tú?» responde mi ex colega de aventuras en la universidad.

«¿Todo bien? Hace mucho que no hablamos».

«Es cierto, lo siento, pero siempre estoy viajando, digámoslo así» responde riendo.

«Sí, me imagino. ¿Cómo te va en tu nuevo trabajo?»

«No me quejo. Por lo menos siempre estoy al aire libre para acompañar a los grupos. Ya conoces el contacto con la naturaleza, el sonido de la naturaleza le da una dimensión diferente a todo».

Podría seguir hablando, pero por suerte cambia de tema. «¿Y tú?»

Siempre me cuesta contestar. «El banco no es muy divertido… Todo es diferente a antes».

«Realmente no sé cómo lo haces, cómo lo hiciste. Cambiaste tu mundo por completo».

«Hicimos bien en dejar la facultad y encontrar un trabajo de verdad» respondo, resaltando la última palabra.

«Por supuesto», interrumpe Valeria. «Además, como guía turísitica gano mucho más».

«¡Menos no era posible! Pero es mejor si no hablamos de trabajo. ¿Quisieras ir a cenar juntos… esta noche?»

«De verdad me encantaría, pero no puedo. Me uní a un grupo de Nordic-Walking. Sabes que es una disciplina completa, para el cuerpo y la mente».

«Sé lo que es» respondo. «Pero no entiendo qué tiene que ver».

«Caminar te ayuda a concentrarte en ti mismo» dice Valeria.

«Supongo» respondo con escepticismo.

«Haremos un curso preparatorio para aprender a caminar de forma alterna: brazo derecho adelante y pierza izquierda adelante; luego, brazo izquierdo con pierna derecha».

«¿Pero eso no es caminar normalmente? No creo que las lecciones sean necesarias».

Parece que no escucha mis comentarios. «Me compré los palos rosas. Son muy bonitos».

«No puedo esperar a verlos».

«Quizás se organiza una excursión en grupo. El 21 de noviembre se ha programado una caminata por el foreste casentinese, hasta el santuario franciscano de La Verna. Dicen que es un lugar de espiritualidad abrumadora y…»

Cuando Valeria comienza a hablar no hay quien la pare.

«He estado allí. Es un santuario realmente extraordinario, pero, por ahora, olvidemos la excursión. ¡Todavía faltanc cuatro meses! Luego, te digo si ese día estaré ocupado».

«Sería una lástima, porque también haremos un curso de respiración con la técnica de entrenamiento autógeno».

«En ese caso, lo pondré en mi agenda de inmediato, pero volvamos a esta noche».

«Es la primera cena de encuentro de Nordic-Walking, solo para conocerse».

Una cena en grupo no es ideal para hablar sobre el alemán medieval. «¡Bien, podría ir, pero no tengo palos!»

Valeria parece avergonzada. «En realidad, no sé si te gustaría esta cena… »

«¿Cuál es el problema?»

«Se lleva a cabo en un castillo abandonado cerca a Poggibonsi».

«¿Y?» sigo sin entender la dificultad.

«¡Está oscuro!»

«Ah, una cena romántica» sonrío.

«No, no quieres entender». Finalmente, lo revela: «¡Es una cena en silencio!»

«¿Qué quieres decir?»

«¡No se puede hablar!» explica serena. «Debemos permanecer en silencio desde el inicio hasta el fin de la cena».

«Disculpa, ¿es una cena para conocer a los demás pero no pueden verse ni hablar entre ellos?»

«Es una experiencia que envuelve los cinco sentidos. Te dejas llevar por la sensación tácil de la comida, los sabores de la comida, los olores qu desprenden…»

«Sin duda», señalo, «si no hay luz, la vista no se verá afectada y si es en silencio, el oído tampoco...»

«No habrá visiones que distraigan, ni ruidos superfluos» dice Valeria.

«¿El camarero sí puede hablar por lo menos?»

«¿Por qué siempre quieres banalizarlo todo? Es una experiencia que te permite liberar el verdadero yo que está, a menudo, escondido detrás de máscaras…»

La interrumpo: «En realidad, te quería ver porque… tengo…»

«Dime, ¿qué está pasando?» me anima.

«Necesito ayuda en el contexto de tu amada filología germánica».

«Atrás quedaron los años en los que lo enseñaba. ¿De qué se trata?»

Como si fuese una petición común, pregunto: «¿Podrías traducir algunos versos del temprano alemán medieval?»

No se deja intimidar. «Estoy un poco oxidada con el Frümittelhochdeutsch, pero puedo intentarlo. ¿Puedes enviarme un correo?»

«Sería mejor…»

«Dime lo que tienes en mente y lo hacemos de una vez».

«¿Si nos vemos y te muestro directamente?» pregunto todo de una vez.

«Se puede hacer, pero durante la semana estoy ocupada con algunas visitas a la nueva exposición en Santa Maria della Scala. ¿Tienes mucha prisa?»

«Como siempre nos decían en la facultad: “Hazlo con calma, siempre y cuando sea en tu escritorio mañana por la mañana”» recuerdo con gracia. Insisto: «Bromas aparte, si no puedes en los próximos días, ¿qué tal… esta tarde?»

Lo piensa unos segundos. «La cena es a las ocho. Estoy libre antes. Ven a mi casa porque necesitaré el vocabulario. ¿Recuerdas la dirección?»

«Claro. ¿Está bien a las tres?»

Valeria es un poco extraña y, por lo mismo, es agradable.

Cuando llego a casa, Pallino se queja. Se ha terminado todas las galletitas que le había dejado. Después de darle de comer al gato y de haber comido algo yo también, tomo el carro de regreso a Asciano. Con mucho gusto vuelvo a la casa de Valeria, escenario de largas conversaciones sobre nuestro futuro incierto, como profesores precarios; yo, en Clásicos, ella, en Lenguas Extranjeras.

Toco el timbre del Lovisi: «Soy Francesco, ¿puedo subir?»

Valeria me recibe en la puerta. Viste una blusa ondeante y una falda negra de flores, quizás no muy adecuada para su corta edad. «Hola, es un placer volver a verte».

La abrazo. «¿Ves que he encontrado rápido la casa?»

«Entra, toma asiento. Debería haber ido al funeral de tu profesor» se disculpa. «Pero tenía que guiar un viaje a San Gimignano».

«No hay problema. Solo te perdiste la enésima serie de promesas vacías del decano».

Le entrego la página transcrita. «Aquí está el texto del que te hablé».

Valeria hace una media meuca. «No entiendo nada».

«Mi letra es horrible. ¡Pero la original no era mejor! La extraje de una crónica anónima de Julian. La parte que copié debería contar su final».

«Si no me equivoco, estabas obsesionado con ese emperador» comenta. «Dame un poco de tiempo y lo traduciré».

«Claro, hazlo con calma. De hecho, discúlpame por aparece así… de repente».

Valeria recoge su largo cabello negro con un lápiz, se pone unas gafas rojas y saca un bolígrafo, rojo también.

Interrumpo su “preparación”. «Sé el nombre de la iglesia, pero no el de la ciudad donde estaba y donde se llevaron los restos mortales de Julian. Debe estar escrito allí o, por lo menos, eso espero».

Ella ya está concentrada en el texto y me hace señales para que haga silencio.

«¿Están tus padres? A lo mejor voy a saludarlos mientras tanto».

Valeria se levanta y toma el diccionario de alemán medieval de la estantería que está al lado de la ventana. «Están allá, escuchando música. Ve, yo me ocuparé de esto».

Entro a la habitación a oscuras. Las persianas están abajo para evitar el sol. Al comienzo, no veo a nadie, reconozco con claridad la voz de Beniamino Gigli, el mejor tenor de todos, según el señor Lovisi. Luego, vislumbro a los padres de Valeria hundidos en un pequeño sofá. No me atrevo a molestarlos, saludo en voz baja y me siento a escuchar en un silencio religioso, en el pequeño sillón con forro de color verde guisante.

Nessun dorma! Nessun dorma! Tu pure, o Principessa,

nella tua fredda stanza guardi le stelle

che tremano d’amore e di speranza...

Ma il mio mistero è chiuso in me,

il nome mio nessun saprà!

«¡Costantinopla! La ciudad que buscabas es Costantinopla» exclama Valeria al entrar y pone fin a ese momento “lírico”.

Lo sabía o, mejor dicho, debería haberlo imaginado. Era obvio. La nueva capital del Imperio. ¿El emperador Valentiniano dónde transportaría a su predecedor al reino? Interesado por tener más noticias, me levanto y me dirijo al estudio frente a Valeria. Sentada en su escritorio, señala: «¿No esperabas que lo tradujera tan rápido?»

«¿Cómo que no? Siempre he tenido un gran respeto por ti y por tu trabajo».

Se acomoda la blusa con una mano. «No exageremos. Es un borrador. Tal como ha venido».

«No puedo descifrar tu letra, ¿puedes leérmela?»

«Típico de ti. Haces un cumplido y, de inmediato, criticas; sin embargo, esto es lo que dice».

Valeria declama lentamente:

«Es gobernante adoptó un aspecto cruel.

Mercurio se dirigió a él,

nadie se dio cuenta cuando sucedió esto,

atravesó al rey por el vientre.

Julian cayó, muerto.

En ese momento, surgieron muchos gritos y quejas,

todos los romanos huyeron juntos

y dejaron al rey tirado allí.

Su cadáver terminó en Costantinopla en brea y azufre.

Aquí permanecerá hasta el día del Juicio

y nadie lo debe ni puede cambiar».

Todo el pasaje es muy interesante, pero una noticia es fundamental. La deposición del cuerpo de Julian en Costantinopla, hoy Estambul. Tengo que ir allí lo más pronto posible, a la iglesia de los Santos Apóstoles, para ser más preciso, como decía la nota traducida al latín que estaba al costado.

«¡No sabes lo útil que has sido!»

«Gracias», responde con una media sonrisa, «es bueno que sirva para algo».

«No, quise decir…»

«Sé que quisiste decir, con un gracias es suficiente».

«Está bien, gracias, te debo una. Ahora tengo que regresar a casa. ¡Sabes que mañana a las 8 empezo de nuevo!»

«Entonces, qué te vaya bien».

En el pasillo frente a la puerta de entrada, todavía escucho a Gigli en la otra habitación. «Despídeme de tus padres también, no quiero molestarlos de nuevo. De todos modos, tenemos que encontrarnos de nuevo, tal vez una noche…»

Valeria se apoya en el marco de la puerta. «Cuando quieras, pero avísame un poco antes. Ya sabe que empezare con el Nordic-Walking…»

«Hasta pronto» me despido, dándole un beso en la mejilla.

Lunes 26 de julio

Son las 7:04 y la radio se enciende de repente. Se escucha una música distorsionada a todo volumen. Hace años que programo la alarma unos cuatro minutos después de la hora en punto. Como si esos cuatro minutos de sueño ganados puedieran dar más impulso al día que empieza.

«Entonces, ¿qué has hecho el sábado y el domingo?» Así me recive Vito, tan pronto como entro al trabajo.

«Nada, lo que hago usualmente» trato de no hablarle mucho.

No se rinde. «¿Pero cómo? ¡Tienes dos ojeras que hablan por sí solas!»

Afortunadamente la conversación termina allí. El lunes siempre es un día ajetreado y él también tiene que concentrarse en las operaciones del mostrador, mientras que la línea de caja es continua.

Después de la hora de cierre al público, empiezo a pensar en el nuevo destino: Estambul. Aplazo el viaje para el fin de semana.

De vuelta a casa, recibo un mensaje de texto inesperado y, por lo tanto, más agradable aún:

Entonces,¿todo bien con las aduanas?

¿Llevaste de regreso el cuerpo a Italia?

Saludos cordiales desde Turquía.

No tengo guardado este número, pero supongo que es Chiara. No me gusta mandar mensajes, creo que para entenderse hay que mandarse muchos. Lo pienso un momento y decido llamarla. «Hola Chiara, vi tu mensaje y… ¿molesto?»

«No… pero ¿dónde estás?»

«Estoy cerca de Siena».

Evito especificar el nombre de la aldea en la que vivo, lo más probable es que ella no la conozca.

«Qué sorpresa escucharte…»

«Espero que sea una buena» la interrumpo. «Gracias una vez más por la ayuda en las aduanas. Te llamo porque creo que tengo la idea de volver a Turquía y… bueno… podríamos encontrarnos».

«Sí… depende. ¿Cuando vienes?»

«Tengo que ir a Estambul para hacer una investigación, pensaba… el próximo sábado».

«Lástima, tengo un compromiso el sábado».

La media sonrisa se queda en medio de la garganta. «Entiendo, no te preocupes. Perdóname si te lo pedí. Tal vez, me atreví demasiado».

«Sí… no, tengo que pensarlo. Ahora estoy en la embajada. Tal vez te escribo mañana y te digo», me comenta y se despide. Me despido dándole mi correo eléctronico: leostudiosus@libero.it. Ya lo entendí, nunca me escribirá, nunca.

Miércoles 28 de julio

Hola Francesco,

Lamento si fui un poco indiferente anteayer.

No podía hablar libremente.

Así comienza la carta que encuentro al abrir el correo electrónico en la oficina.

Como te dije, el sábado no puedo, pero si te quedas hasta el domingo, estoy libre todo el día. Será un placer volver a verte. Podrías venir a Estambul por la mañana y regresar a Ankara por la noche. ¿Qué dices?

En cuanto ya no hay clientes, respondo el correo de Chiara y hago los arreglos para el domingo.

En un momento de tranquilidad, imaginando mi regreso a Turquía, recuerdo los días que pasé allí. Las imágenes del atúd en la camioneta, la casa en el río de Fatih, la oficina de aduanas en la que me habían “separado” y, de nuevo, el ataúd del profesor en el avión, cuando vi las letras grabadas que no habían estado antes, en el alucinante viaje nocturno: DDCF. Me siguen pareciendo familiares, debo haberlos leído en alguna parte… Las busco en Google y descubro algo asombroso:

D.D.C.F. = Deo Duce, Comite Ferro.

Es decir, Dios como guía, la espada como compañera. Es uno de los lemas centrales de la Hermetic Order of the Golden Dawn. Es una organización neopagana nacida en el siglo XIX en Inglaterra, de la que también formaban parte personajes famosos. La difusión de la notoriedad de los acontecimientos de la Golden Dawn se debe, sobre todo, a Aleister Crowley que – aunque de forma oculta y clandestina –, marcó profundamente todo el siglo XX. La orden tiene ramificaciones en el resto de Europa, Alemania e Italia en particular.

¿Por qué el lema de una organización pagana se grabó en el ataúd de Barbarino? ¡Es absurdo, pero no puede ser coincidencia! No creo en las casualidades, nunca lo he hecho.

Yo diría que hay una intención muy específica detrás de esto. Los contornos siguen difuminados, algunas imágenes son claras. Algunos fanáticos de esta secta deben haber entrado en los depósitos aduaneros para poner su lema en la caja. Si fuera una película, pensaría a un empleado de la aduana: quizás aquel oficial desagradable que me detuvo o su jefe es un adepto a ese grupo. Pero los estadounidenses siempre exageran con la imaginación y, sobre todo, con las teorías conspirativas. En todo caso no se puede negar. Las siglas DDCF no se grabaron solas en la madera del ataúd. Finalmente, caigo en la teoría de la conspiración. ¡Esta Hermetic Order involucra, por dónde se vea, la muerte del profesor Barbarino! ¡Quizás debería ir a la policía y denunciar todo!

Si un adepto a la Hermetic Order logró colarse en los depósitos de las aduanas, es posible que hayan enviado a alguien más al sitio arqueológico para ayudar, digamos, al profesor en el otoño. Cuando más lo piento, más probable es que esta hipótesis sea cierta. Según el informe médico, la causa de la muerte no fue un infarto, sino un golpe en la cabeza: se supone que fue debido a la caída. En este punto dudo que haya sido un accidente. Lo que no entiendo es porqué. ¿Qué tenía que ver Barbarino con este grupo neopagano?

Sin embargo, antes de ir a la policía, debo tener pruebas y la única que debe haber está enterrada en Poppi. No tengo nada entre manos, solo excelentes hipótesis, pero no es suficiente para sustentar una tesis que, a primera vista, es loca. ¿Quién iba a creer que el lema de una secta pagana inglesa en Turquia estaba grabado en el ataúd de un profesor emérito italiano?

«Buenas noches, soy Francesco Speri, el alumno del profesor… que lo trajo de regreso a Italia».

Durante años tengo guardado en el celular el número de casa de Barbarino.

«Disculpe las molestias, señora. Me gustaría hablar con usted… sobre un proyecto para honrar la memoria de su hermano».

A la señora Barbarino no le interesan mucho las celebraciones póstumas. «No sé. ¿De qué se trata?»

No puedo decirle por teléfono lo que tengo realmente en mente. «Me gustaría hablarlo en persona… básicamente estaba pensando en publicar una miscelánea con todos los artículos y contribuciones del profesor».

En realidad, no tengo ningún interés de editar otro volumen más para el estimado. Además, si recogiera sus escritos, todos se darían cuenta de que en las últimas décadas no ha hecho más que repetir estudios publicados cuando era joven. Si lo veo así, ¡la idea del libro no es tan mal!

Ella acepta, aunque no está tan convencida. «En todo caso, está bien. Nos vemos mañana».

«Perfecto, puedo ir después del trabajo, alrededor de las 6 de la tarde».

Por la noche, lucho por conciliar el sueño. Pienso en la trágica muerte de Barbarino y luego en Julian, en su joven vida, que también terminó de repente. Él, a diferencia de casi todos los gobernantes de la historia, luchó en la primera fila, entre los soldados, y por lo tanto murió en batalla a la edad de 32 años. Pobre Julian, falleció tan pronto, con todo lo que tenía en mente para revolucionar el mundo y revivir el paganismo como religión del imperio. El tiempo no le fue suficiente.

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Yaş sınırı:
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Litres'teki yayın tarihi:
18 mayıs 2021
Hacim:
260 s.
ISBN:
9788835423904
Tercüman:
Telif hakkı:
Tektime S.r.l.s.
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