Kitabı oku: «Nosotros los anarquistas», sayfa 3

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Entre los cincuenta delegados que asistieron al congreso estaba el protegido de Seguí, Ángel Pestaña, ex editor de Solidaridad Obrera y para entonces un líder de notable reputación en el seno de la CNT. Pestaña había salido de prisión en abril de 1922, después de que en 1921 fuera detenido al volver de Rusia. Fue el informe que presentó en el Congreso de Zaragoza a principios de ese mismo año lo que llevó a la CNT a revocar su adhesión provisional a la Tercera Internacional Comunista.

La desastrosa gestión de la guerra con Marruecos y los escándalos que afectaron a las principales autoridades del país –incluyendo al rey– llevaron a muchos anarquistas a creer que la única solución que le quedaba a la elite gobernante era dar un golpe militar. Una de les principales tareas de la Comisión Nacional de Relaciones era, por lo tanto, planear el modo de evitar que eso ocurriera. Los activistas del Comité de Defensa, García Oliver, Gregorio Suberviola y otros, esbozaron propuestas para una insurrección que evitara el esperado golpe militar y acelerara el proceso revolucionario en toda España.

Ángel Pestaña, que hacía poco había sido nombrado secretario regional de la CNT, estaba totalmente en contra de la propuesta de huelga general. Su experiencia directa en el proceso revolucionario de Rusia le hacía pensar que la razón del éxito bolchevique fue el hecho de que las masas no estuviesen correctamente educadas o preparadas para la revolución de antemano. Pestaña estaba convencido de que el éxito de una revolución dependía de la organización y no de la espontaneidad. Sostenía que puesto que el sindicato era débil y estaba desorganizado, y que era improbable que la UGT se opusiese a un golpe militar, se quedarían solos; una huelga general revolucionaria en ese momento sólo podía terminar en catástrofe.

La oposición de Pestaña a la resistencia armada provocó su expulsión de la comisión. Aunque ya no pertenecía a la comisión, Pestaña fue detenido y encarcelado por las autoridades dictatoriales por supuesta participación en la desastrosa invasión militar organizada por la comisión en 1924 en Vera de Bidasoa, en el Pirineo vasco-navarro, y en el fallido levantamiento del cuartel de Atarazanas de Barcelona. Permaneció en prisión hasta finales de 1926. Según su biógrafo Antonio Elerza:

Aunque nunca dejó de ser anarquista, la estrategia de la resistencia armada propuesta por Oliver supuso un notable crecimiento del abismo que lo separaba de la militancia anarquista: desde ese momento, toda su energía se concentró exclusivamente en la actividad sindicalista. Defendió la postura de Seguí. Empezó a reflexionar sobre las experiencias de su vida, a revisar tácticas y objetivos, y, consecuentemente, a buscar un nuevo sistema para conseguir sus propósitos.[13]

A consecuencia del asesinato de Salvador Seguí y de su compañero Francesc Comes el 10 de marzo de 1923, los sindicalistas legalistas de la CNT perdieron toda la credibilidad. Incluso los sindicalistas más ortodoxos se sintieron indignados. ¿Cómo podían entablar negociaciones pacíficas con empresarios y funcionarios que contrataban a pistoleros y terroristas para asesinar a firmes oponentes de la confrontación revolucionaria y defensores del acuerdo negociado como Salvador Seguí, «El noi del Sucre»?

Los asesinatos de Seguí y Comes acabaron con la paciencia de los miembros del Comité Regional Catalán de la CNT. Decididos a luchar contra el pistolerismo y a eliminarlo, unos cuantos militantes se reunieron para coordinar y fundar grupos de defensa anarcosindicalistas. Los pisos francos y los lugares de reunión de los pistoleros y de los empresarios más reaccionarios, sus valedores, fueron localizados y asaltados por los grupos de defensa de la CNT y los asesinos y sus jefes abatidos a tiros.

Los militantes de la CNT de bandas como Los Solidarios –uno de los muchos grupos de defensa confederales– persiguieron a figuras contrarrevolucionarias claves como el general Severiano Martínez Anido, el coronel Arlegui, el exministro conde de Coello, José Reguerel, antiguo gobernador de Bilbao, y el cardenal arzobispo de Zaragoza. Su primera víctima fue Laguía, el pistolero más famoso de todos. La muerte de un gángster tan protegido asustó a muchos pistoleros, y un buen número huyó a Zaragoza buscando la protección de su patrono, el cardenal Soldevila.

Cuando las acciones del grupo de defensa empezaron a surtir efecto –el asesinato del primer ministro Eduardo Dato ese mismo año perpetrado por tres anarquistas llevó la lucha a las calles de Madrid– el gobierno central intervino rápidamente para apartar de la circulación a los instigadores del terrorismo catalán. Se restableció una paz relativa en la capital catalana que resultó ser efímera.

En septiembre de 1923, el general Primo de Rivera lanzó un «manifiesto al país» informando de que había tomado el poder «para liberar a España de los profesionales de la política, de los hombres que por una u otra razón nos ofrecen el cuadro de desdichas e inmoralidades que empezaron el año 98 y amenazan a España con un próximo fin trágico y deshonroso». Fue un movimiento mal disimulado para proteger la reputación del rey Alfonso XIII de las consecuencias de un inminente informe parlamentario sobre las responsabilidades por el desastre de Annual en la guerra hispano-marroquí en 1921.

La CNT respondió al golpe convocando una huelga general. La convocatoria no tuvo éxito. El ambiente político era de decepción general, y en la CNT reinaba el desorden total. Aunque no hay cifras de la CNT catalana sobre la disminución de la afiliación durante ese periodo, debió de ser similar a la sufrida en la Federación Regional del Levante, en donde cayó de los 130.000 afiliados de finales de 1919 a alrededor de 40.000 en diciembre de 1922. Los andaluces, por su parte, llegaron a ser alrededor de 30.000.[14]

La UGT y el Partido Socialista, antiguos aliados de Seguí, dieron su apoyo al nuevo régimen. El líder socialista Largo Caballero fue nombrado consejero de Estado e inmediatamente prohibió al partido cualquier declaración de protesta verbal o escrita contra el nuevo régimen. La CNT, aunque no fue declarada ilegal, se preparó para lo peor. Muchos militantes anarcosindicalistas, especialmente los miembros de los grupos de defensa, pasaron a la clandestinidad o se exiliaron para continuar luchando. Los miembros del grupo Los Solidarios, por ejemplo, jugaron un papel importante en la creación de un Comité para la Coordinación Revolucionaria en Francia. Esa entidad organizó las fallidas operaciones contra la dictadura de Vera de Bidasoa y del cuartel de Atarazanas de Barcelona el 6 de noviembre de 1924, pero también se adjudicó el mérito de la espectacular liberación de Francisco Ascaso de la cárcel de Zaragoza. A consecuencia de la muerte de muchos de sus miembros en confrontaciones armadas con la policía y el ejército, de la detención de muchos otros, y de la dispersión de un buen número de ellos por el exilio, Los Solidarios dejaron de existir como grupo cohesionado hasta 1931, cuando los camaradas que sobrevivieron volvieron a reunirse bajo la protección de la República.

[1] Rudolf Rocker: Anarcho-Syndicalism, Londres, 1938, p. 86.

[2] Pere Gabriel: Anarquismo en España, p. 364. «De los 26.585 afiliados que tenía en 1911, alrededor de 12.000 eran de Cataluña, unos 6.000 eran andaluces y poco más de mil valencianos».

[3] Ibíd.

[4] Juan Díaz del Moral: Historia de las agitaciones campesinas andaluzas, Madrid, 1967, p. 277.

[5] Gabriel, op. cit., Historia del Sindicalismo Español, París, 1973, p. 16, dice que la cifra total de afiliados era de 750.00 y que 450.000 eran catalanes.

[6] José Peirats: La CNT en la revolución española, Toulouse, 1952, vol. I, cap. 1.

[7] A excepción de los nombres marcados con * todos los secretarios del Comité Nacional pertenecieron a Comités Nacionales con sede en Barcelona: José Negre (último secretario de Solidaridad Obrera y primero de la CNT en 1910. A causa de la casi inmediata ilegalización de la Confederación no sabemos si, al reconstituirse la CNT en 1914, Negre volvió a ser secretario). Manuel Andreu (de noviembre de 1915 a agosto de 1916); Francisco Jordán (hasta febrero de 1917, cuando dimitió del cargo desde su celda de la prisión); Francisco Miranda (hasta julio de 1919; fue reemplazado durante un tiempo por Manuel Buenacasa, entre agosto y noviembre de 1917); Manuel Buenacasa (hasta diciembre de 1918); Evelino Boal (asesinado en marzo de 1921); Andreu Nin (hasta mayo de 1921); Joaquín Maurín (hasta febrero de 1922); Joan Peiró (hasta julio de 1923); *Paulino Díez (hasta marzo de 1924) (Sevilla); *García Galán (hasta junio de 1924) (Zaragoza). (No se sabe si hubo secretario desde junio de 1924 hasta septiembre de 1925). *González Mallanda (de septiembre de 1925 a junio de 1926) (Gijón); *Segundo Blanco (hasta noviembre de 1926) (Gijón); Joan Peiró (hasta mediados de 1929); Ángel Pestaña (1929); Progreso Alfarache (1930. Temporalmente sustituido por Manuel Sirvent o Arín); Ángel Pestaña (hasta marzo de 1932); Manuel Rivas (1933); Miguel Yoldi (1934); *Horacio Martínez Prieto (1935-1936) (Zaragoza. Temporalmente reemplazado por David Antona y Antonio Moreno hasta septiembre de 1936); *Mariano Rodríguez Vázquez (de noviembre de 1936 a febrero de 1939) (Madrid-Valencia). Fuente: Cuadernos... enmienda, núm. 22, mayo, 184, entrada 336.

[8] Redención, Alcoy, agosto, 1922.

[9] Díaz de Moral, op. cit.

[10] Ángel Pestaña: Terrorismo en Barcelona, Barcelona, 1979.

[11] Miguel Sastre: La esclavitud moderna. (Citado por Peirats en Anarchists in the Spanish Revolution, Toronto, 1977, p. 32).

[12] El núcleo del grupo estaba formado por: Francisco Ascaso, camarero; Buenaventura Durruti, mecánico; Rafael Torres Escarpín, pastelero; Juan García Oliver, camarero; Aurelio Fernández, mecánico; Ricardo Sanz, trabajador textil; Alfonso Miguel, fabricante de armarios; Gregorio Suberviola, mecánico; Eusebio Brau, trabajador de fundición; Marcelino Manuel Campos (Tomás Arrate), carpintero; Miguel García Vivancos, conductor; Antonio del Toto, peón; A lo largo de los años, la afiliación cambió; algunos murieron, otros se fueron y otros se afiliaron. Un grupo de mujeres anarquistas se asociaron con el grupo Los Solidarios, entre ellas Julia López, María Luisa Tejedor, Pepita Not, Ramona Berni y María Rius. Otros nombres ligados a ese grupo de influencia fueron: Mas, A. Martín, Palau, Flores, Ballano, Boada, H. Esteban, P. Martín, J. Blanco, Pérez Combina, Batlle, Sosa. Antonio Ortiz y Francisco Jover también se unieron al grupo durante la dictadura.

[13] Ángel Mariá de Lera: Ángel Pestaña. Retrato de un anarquista, Barcelona, 1978, p. 225.

[14] Pere Gabriel, op. cit.

III. LA DICTADURA 1923-1927

La actitud del nuevo régimen con respecto a la CNT quedó clara a los diez días del golpe de Estado. El 24 de septiembre de 1923, nombraron a Martínez Anido vicesecretario del Ministerio de Interior. Al general Arlegui, ex jefe de la policía de Barcelona siendo Anido gobernador militar, y artífice del terrorismo gubernamental, lo nombraron director general de Orden Público. Pero la estrategia del gobierno no fue ni la brutal persecución de militantes, ni la ilegalización de la asociación anarcosindicalista que se esperaba. El método de ataque fue oblicuo. Mediante el uso selectivo de la ley, las autoridades impidieron que la CNT siguiese funcionando como sindicato: detuvieron a los delegados que cobraban las cuotas de afiliación acusados de malversación, y auditores del gobierno se apoderaron de sus archivos y de las listas de afiliados. En Barcelona, centro neurálgico de la CNT, la presión de la policía fue intensa. Finalmente, el 3 de octubre, los activistas anarquistas del sindicato decidieron que no tenían otra alternativa que pasar a la clandestinidad y suspender la publicación de Solidaridad Obrera. Esa decisión, tomada en un momento en que el Partido Comunista de España intentaba hacerse con el control del sindicato, causó un considerable malestar en el seno de la CNT, especialmente en el Comité Regional Catalán, que había perdido a algunos de sus líderes más prominentes, como Salvador Seguí, durante 1923. Una asamblea plenaria reunida en Mataró el 8 de diciembre de 1923, revocó esa decisión y Solidaridad Obrera volvió a publicarse. Mientras tanto, la organización socialista UGT, para entonces totalmente incorporada al aparato del Estado, era impulsada a costa de la CNT. El objetivo de esa estrategia era neutralizar y desplazar a la Confederación para que dejara de ser la voz predominante del sindicalismo español.

El asesinato del nuevo verdugo de Barcelona el 4 de mayo de 1924 puso fin a una falsa paz entre la CNT y la dictadura. En un congreso extraordinario de la CNT celebrado en Granollers ese mismo mes, el sindicato reiteró el comunismo libertario como objetivo prioritario. Esa resolución fue ratificada mayoritariamente con 236 votos a favor y 1 en contra –el de los grupos de Sabadell, que apoyaban la teoría de Pestaña de que los sindicatos debían tener funciones exclusivamente económicas. El congreso terminó inesperadamente al rodear la policía el edificio. García Oliver fue uno de los pocos delegados que no pudo escapar. Lo detuvieron y pasó un año en la cárcel. El congreso de Granollers fue el último acto semipúblico de la CNT en tiempos de la dictadura. No se sometió a la nueva legislación social elaborada por el nuevo ministro de Trabajo de la dictadura, el dirigente de la UGT Largo Caballero, y fue proscrito al cabo de unos días. Solidaridad Obrera dejó de publicarse de nuevo y no reaparecería hasta 1930; pronto compartieron su destino la mayoría de las publicaciones anarquistas y de la CNT.

El clima de inseguridad y agotamiento, consecuencia de los asesinatos de tantos militantes competentes de la CNT dañó gravemente su capacidad de organización y agitación. A los miembros del Comité Nacional clandestino organizado en Sevilla en septiembre de 1924 los detuvieron en diciembre del mismo año. El Comité Nacional que lo reemplazó en Zaragoza sólo duró hasta mayo de 1924. Desde entonces, resultó imposible hacer que la CNT funcionase como una auténtica organización nacional. Según Julián Casanova, la confederación era «una conglomeración de federaciones regionales sin disciplina colectiva».[1]

La situación represiva en España provocó el exilio forzoso y la desaparición en la clandestinidad de la mayoría de los elementos más decididos y combativos de la CNT. Francia y Argentina fueron los dos principales centros de emigración desde los que los activistas anarquistas empezaron a conspirar para derrocar al régimen, mientras que otros se propusieron reconsiderar la cuestión de la organización anarquista.

El exilio de los revolucionarios dejó un vació ideológico en el seno de la CNT. Los elementos con más orientación legalista y sindicalista de la organización pronto llenaron ese vacío, situación que intensificó la fricción entre las principales tendencias opuestas de la confederación.

Además de la amplia base de la CNT, que seguramente podríamos calificar de anarcosindicalista tradicional, generalmente receptiva a los principios y estatutos anarquistas del sindicato, había, supuestamente, tres principales corrientes ideológicas, además de un cuarto grupo de anarquismo «filosófico» representado por la familia Urales con su influyente revista La Revista Blanca, quienes, considerándose a sí mismos los guardianes de la ortodoxia anarquista, se distanciaron totalmente del sindicato con el fin de garantizar la pureza ideológica.

Los miembros del primer grupo, representado por líderes como Pestaña, se hallaban sobre todo en los comités nacionales y regionales de la CNT y entre ellos había reformistas, republicanos, socialistas y catalanistas. Ese grupo defendía el enfoque económico y proponía una forma alternativa de organización para determinadas relaciones específicas de producción. En vez de ser espontáneo, era sumamente rígido en sus puntos de vista y no confiaba en la espontaneidad revolucionaria, y poco, por no decir nada, en los trabajadores. Su principal objetivo era la legalización inmediata de la CNT, con independencia de las condiciones que fijase la dictadura. Para ellos, el anarquismo era un ideal moral abstracto, una aspiración inalcanzable en el mundo real.

Sostenían que los cimientos del poder de los trabajadores requerían un enfoque metódico y, por esa razón, deseaban que la CNT volviese a ser un sindicato «efectivo». Ese objetivo sólo podía alcanzarse mediante la colaboración entre las clases y el distanciamiento del sindicato de la influencia «ideológica» de los anarquistas, y atrayendo a trabajadores de todas las creencias y convicciones políticas. Los pestañistas querían relegar y limitar a los militantes anarquistas a un papel educativo e «idealista» en el seno de la organización, en vez de animarlos a ejercer el liderazgo con el ejemplo –la única auténtica clase de liderazgo revolucionario. Eso permitiría a los pestañistas construir y controlar una estructura de mando permanente en la CNT.

Pestaña y sus colegas de orientación sindicalista del grupo Solidaridad creían firmemente en los efectos beneficiosos sobre los trabajadores de la armonía de clases y de la incorporación de las clases medias, «la fuente de cultura», al movimiento sindical. Esa opinión la compartían, aunque por diferentes razones, los elementos políticos más tradicionales, que confiaban garantizar la estabilidad del capitalismo incorporando a los trabajadores al sistema ofreciéndoles a cambio una parte de los excedentes de la producción.

La distorsión del proceso revolucionario por parte de los bolcheviques parece ser que desencadenó la pérdida de la fe de Pestaña en la capacidad creativa de los trabajadores para organizar y dirigir sus propias vidas. Aunque siguió definiéndose como anarquista desde su regreso de Rusia, estaba convencido de que la revolución sería imposible mientras la gran masa de los trabajadores siguiese «sin preparación» y «sin educación». Desilusionado, Pestaña modificó su anarquismo, como muchos anarquistas antes y después «confesaron» que habían hecho, para hacer frente a las «conveniencias» y «aspectos prácticos» de un mundo imperfecto. Al hacerlo, su anarquismo dejó de ser un conjunto de teoría y práctica para convertirse en un mero código de valores subjetivos éticos y abstractos, que tenían poco o nada que ver con su comportamiento real. El gradualismo y el colaboracionismo de clase eran los medios con que Pestaña y sus seguidores negaron la posibilidad de una revolución masiva y, por lo tanto, la misión revolucionaria de la CNT.

Pestaña y otros miembros de su grupo Solidaridad empezaron a plantear abiertamente la cuestión del reconocimiento legal (es decir, del reconocimiento por parte del Estado) de la CNT. En marzo de 1925, hizo su primer ataque, apenas velado, a la influencia anarquista en el sindicato utilizando las columnas de su periódico Solidaridad Proletaria. Con el objetivo de agrupar a socialistas y sindicalistas en la CNT, el artículo, titulado «Los grupos anarquistas y los sindicatos», abordaba su teoría de la confederación como «contenedor» más que como «contenido»:

Para empezar, el sindicato sólo es un instrumento de reivindicaciones económicas, subordinado a la lucha de clases y carente de adscripción ideológica. Sus objetivos, definidos por el grupo, son clasistas, económicos y materialistas, y no tienen nada que ver con cuestiones de moral o ética colectiva, ni de sectas o partidos.

Y añadía,

Repetimos, lo que los sindicatos y la CNT necesitan no es la etiqueta ornamental de la anarquía, sino la influencia moral, espiritual e intelectual de los anarquistas.[2]

El segundo grupo estaba representado por Joan Peiró, otro miembro del grupo reformista Solidaridad. Su postura no era muy distinta de la de Pestaña, pero él creía que ocupaba una especie de terreno intermedio entre el reformismo «puro», por una parte, y el anarquismo revolucionario «puro» por otra. Peiró pensaba que los sindicatos debían tener un papel independiente, pero en el que esperaba que predominase la influencia ética del anarquismo. Eso era igualmente reformista, ya que tergiversaba la naturaleza y el papel del anarquismo.

La trayectoria posterior de Peiró lo confirma como reformista. El anarquismo que él adoptó era una especie de teoría social, un conjunto de creencias que confiaba que con el tiempo abrazarían los trabajadores; mientras que de hecho es la expresión de la conciencia revolucionaria de la clase trabajadora. El movimiento anarcosindicalista era, en realidad, el intento de dar una expresión organizada a esa conciencia revolucionaria. La «acción directa» y el «antiparlamentarismo» que Peiró mantenía no eran principios para la defensa fructuosa de puestos de trabajo y de condiciones laborales –ni siquiera su mejora– sino principios básicos de la actividad de la clase obrera: «La emancipación de los trabajadores es una tarea de los mismos trabajadores», el eslogan de la Primera Internacional. Peiró era contrario a la «guerra de clases», un término que no sólo expresa la intensidad de los sentimientos y la escala del conflicto que la lucha de clases ocasionalmente provocaba, sino también la necesidad de considerar la lucha de clases algo que no se resolvería hasta el triunfo final de los trabajadores, es decir, hasta la revolución social.

Peiró intentó adaptar la organización para afrontar los diversos y constantes problemas planteados por los rápidos cambios que tenían lugar en el capitalismo español. Él definió y defendió su postura contra Pestaña en las páginas de Acción Social Obrera:

Aspiramos a que los sindicatos se vean influenciados por los anarquistas, a que la actividad sindical tenga un fin determinado, de acuerdo con la concepción económica de los comunistas anarquistas; pero todo eso sin que los anarquistas actúen en los sindicatos como agentes de grupos y colectivos distantes... sin ningún otro objetivo que el de llevar al sindicalismo... la precisión y la eficiencia revolucionaria... Si los sindicatos han tenido eso alguna vez ha sido a causa de los anarquistas.

Peiró seguía poniendo el énfasis en lo que consideraba el papel adecuado y correcto de los anarquistas en los sindicatos:

Queremos la anarquización del sindicalismo y de las multitudes proletarias, pero mediante el previo consentimiento voluntario de éstas y manteniendo la independencia de la personalidad colectiva del sindicalismo.[3]

El tercer grupo, el de la «minoría concienciada» de trabajadores anarquistas, representado por exiliados como los del grupo de afinidad Los Treinta (que se formó entorno a Durruti y Ascaso, del para entonces ya desaparecido grupo Los Solidarios), y coordinado a través del comité de enlace anarquista, constituía el núcleo anarquista de la Confederación. Enemigos de toda clase de poder, se oponían firmemente al establecimiento de relaciones con los empresarios y el Estado que no fueran claramente hostiles. Para ese grupo de activistas sindicalistas, su oposición práctica al Estado armonizaba perfectamente con su teoría; era esa armonía entre teoría y práctica lo que los diferenciaba del resto de agrupaciones políticas.

Para los anarquistas, los argumentos legalistas sostenidos por los sindicalistas como Pestaña, que buscaban el éxito de las negociaciones con los empresarios y el Estado, implicaban poner en peligro los principios fundamentales y supeditar grandes oportunidades futuras para toda la humanidad a ilusorios beneficios parciales a corto plazo –por no hablar de perpetuar la miseria y la explotación de los pobres.

La misión de los anarquistas no era resolver los problemas del capitalismo o negociar soluciones mutuamente aceptadas por jefes y empleados, sino preservar el abismo entre opresor y oprimido y alimentar el espíritu de revuelta contra la explotación y todo tipo de autoridad coercitiva.

La adaptación de Pestaña a un mundo injusto era errónea, sostenían ellos, aunque sólo fuera porque es imposible prever el rumbo que seguirán los acontecimientos. Elegir una dirección que parece moralmente incorrecta, en base a inciertas previsiones futuras, conduciría, inevitablemente, al desastre –un desastre del que serian responsables ya que conocían previamente el error fundamental que asumían.

Una voz influyente en el movimiento de habla hispana de la época fue la del periódico publicado en Buenos Aires La Protesta, editado por Diego Abad de Santillán y López Arangó, dos anarquistas con experiencia en el sindicato anarcosindicalista argentino FORA, la Federación Obrera Regional Argentina.

A diferencia de la mayoría de los anarquistas españoles, de Santillán era más un bohemio que un trabajador. Mientras estudiaba filosofía en Madrid, se vio involucrado en los sucesos revolucionarios del otoño de 1917 y en el anarquismo. Amnistiado en 1918, volvió a su país adoptivo, Argentina, en donde colaboró con La Protesta y con la agrupación anarcosindicalista argentina FORA, que él representó en el congreso fundacional de la AIT de Berlín en 1921. De Santillán, que en esa época se definía como kropotkinista, criticó a voces al sindicalismo reformista en las columnas de la publicación quincenal Suplemento que él editaba, difundiendo la idea de una organización nacional específicamente anarquista. A partir de 1926, de Santillán se alió con Manuel Buenacasa, editor del influyente periódico confederal El Productor, publicado en Blanes, que defendía la creación de un movimiento sindicalista específicamente anarquista basado en la FORA argentina.

En un importante estudio publicado en 1925, de Santillán y López Arangó esbozaron los que ellos consideraban que debía ser la postura anarquista: «No confundimos caprichosamente el movimiento laboral con el sindicalismo: para nosotros, el sindicalismo no es más que una teoría revolucionaria de entre las muchas que surgen a lo largo del camino de la revolución para frustrar sus fines o cortar las alas al idealismo combativo de las masas. Y claramente enfrentados al dilema de tener que elegir entre esa teoría y el anarquismo, no podemos dudar ni por un instante a la hora de escoger, ya que sostenemos que la libertad sólo se consigue con la libertad y que la revolución será anarquista, que es lo mismo que decir libertaria, o no será...

La revolución anarquista redimirá a los hombres del pecado cardinal de la abdicación de la personalidad, pero la revolución anarquista no es una revolución hecha de acuerdo con este o aquel programa, con independencia del grado de libertarismo de uno u otro, sino mediante la destrucción de todo el poder del Estado y de toda autoridad. Nos importa muy poco que la futura revolución se base en la familia, en el grupo social, en la rama de la industria, en la comuna, o en el individuo: lo que nos importa es que la construcción del orden social sea un esfuerzo colectivo en que los hombres no empeñen su libertad, ni voluntariamente ni bajo coacción. Hoy en día, la revolución anarquista es la revolución natural, la que no se deja desviar ni confiscar por grupos, partidos, ni clases de autoridad.[4]

[1] Julián Casanova: Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa, 1936-1938, Madrid, 1985, p. 15.

[2] Solidaridad Proletaria, 21-3-1925.

[3] «Sentido de Independencia», 25-9-1925.

[4] E. López Arango y Diego Abad de Santillán: El anarquismo en el movimiento obrero, Barcelona, 1925, pp. 10, 37, 38, 47, 57 y 136.

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