Kitabı oku: «Bioética y cine»

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Bioética y cine

De la narración a la deliberación

Tomás Domingo Moratalla


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Para Lydia

«La gran potencia educadora de nuestro tiempo es, sin duda, el cine».

(Julián Marías)

«Entre todas las máquinas de soñar inventadas por el genio humano, el cine no es sólo la más ingeniosa, sino probablemente la más eficaz».

(G. Lipovetsky-J. Serroy)

Introducción

Desde hace ya algún tiempo parece que algunos han descubierto las virtualidades del cine y han visto en él una ayuda, un recurso, para la didáctica de las materias más diversas. Gracias al cine podemos aprender más y enseñar mejor. Eso es así. Pero no se puede hacer de cualquier manera; no se puede hacer por cualquier motivo. Si no hemos pensado bien las razones que nos pueden mover al empleo del cine (una fundamentación) y no nos hemos hecho con una estrategia didáctica (una metodología), entonces el uso del cine es sólo un entretenimiento, una desviación de la actividad docente, y una coartada «moderna» y bienintencionada para nuestra ignorancia o nuestra ingenuidad.

En estas páginas pretendo mostrar el encuentro entre bioética y cine de cara a la formación bioética en los más diferentes niveles de docencia: desde la docencia universitaria hasta la secundaria, desde cursos, seminarios, másters o programas de formación de comités de ética hasta la formación de cualquier persona interesada en estos temas. Mas no se trata de un libro para profesores, al menos no sólo. También lo es para alumnos, para curiosos, para cualquier persona que guste y disfrute de una película, de los comentarios y debates que se pueden generar tras verla. Se trata, pues, de alguna manera, de recuperar el cine-fórum, pero en torno a los temas de bioética y con un método riguroso, que evite que el análisis de una película se convierta en charla de café –lo que no está mal, pero no es el propósito– o en un mero recurso para descansar un rato o entretener –que tampoco está mal, pero seguro que hay, o puede haber para ello, otros momentos.

Bioética y cine se dan cita en estas páginas con el trasfondo de un interés formativo, educativo.

El cine es uno de los grandes «inventos» del siglo XX, productor de sueños y de fascinación. Ha sido considerado el «arte total». Las películas, en su amplia gama y variedad, constituyen una representación del mundo. Son objetos en sí mismos dignos de contemplación, dignos de disfrute, pero también nos informan de la realidad, del mundo, de nosotros mismos. Nos comunican experiencias, nos reflejan vidas y mundos. Son un retrato vivo, complejo y difícil del ser humano.

No es sólo diversión, entretenimiento. Al ser transmisor de una imagen del mundo, de una visión de la vida y del ser humano puede ser utilizado para conocer el mundo y, por tanto, también, para transformarlo. Es un medio de educación, un camino abierto, y aún no del todo explorado, en la tarea de educar. Cada vez van siendo más numerosas las propuestas pedagógicas, pero todavía son insuficientes, sobre todo en el campo de la ética (bioética). Hay una importante carencia tanto de reflexión sobre el uso del cine en bioética (o en ética) como de propuestas metodológicas articuladas y coherentes. Los trabajos sobre bioética y cine son la mayoría de las veces comentarios y análisis de películas, más o menos interesantes, donde el autor muestra lo mucho –o poco– que se sabe de bioética y lo mucho –o poco– que sabe de cine. Son trabajos (artículos, páginas webs, etc.) de opinión, donde a propósito de una película –de su tema– el autor hilvana una serie de argumentaciones con las que podremos, o no, estar de acuerdo. La película se convierte la mayoría de las veces en una excusa. No es un mal ejercicio. En este caso el uso del cine no deja de ser coyuntural, pues es sólo un medio que suministra información. Otras veces, los trabajos sobre bioética y cine se convierten en ocasión para defender determinadas convicciones que encuentran su justificación en un listado más o menos amplio de películas de cierto éxito.

Dejando de lado el encuentro de bioética y cine que se convierte en mero pretexto para opinar de temas de bioética, y el uso ideológico que desde la bioética se puede hacer del cine, yo quisiera proponer un encuentro que más que producir unas reflexiones concretas contribuyera al entrecruzamiento entre las cuestiones de bioética y las experiencias que el cine transmite.

No pretendo hacer una introducción a la bioética, tampoco un análisis fílmico de las películas que se mencionen. Ya hay muchas introducciones y muchos análisis. Pero hay pocas reflexiones que fundamenten el encuentro entre bioética y cine, y que propongan un método para la acción formativa que el cine pueda desarrollar.

El medio en el que nos moveremos es el de la reflexión ética, filosófica. La fundamentación del encuentro entre bioética y cine y la propuesta metodológica difícilmente se puede hacer sin los recursos de la filosofía. La filosofía que nos sirve de base, y que va a estar presente en estas páginas, es la hermenéutica. No hay ninguna filosofía que se haya definido de una forma tan categórica desde el ámbito de la interpretación y desde la textura narrativa de la vida humana, así como de la cultura y el mundo mismo –el mundo como «gran libro»–. Además se podría decir que la propia bioética le debe mucho a la tradición hermenéutica; hoy en día se está produciendo un importante encuentro entre bioética y hermenéutica. Si podemos hablar de bioética narrativa nada mejor que hacerlo desde los planteamientos hermenéuticos. Este encuentro entre cine y bioética que propongo es un elemento más en la construcción de una bioética narrativa. La hermenéutica, por otra parte, ha tenido siempre una clara vocación práctica, constituyendo uno de los posibles fundamentos de las llamadas éticas aplicadas, donde se podría inscribir también la bioética. No olvidemos que la hermenéutica es, entre otras cosas, la filosofía de la deliberación moral. En esta tradición son nombres claves H.-G. Gadamer y, sobre todo, P. Ricoeur. Nos referiremos a ellos. Tampoco es desdeñable en este encuentro entre bioética y cine, para esta bioética narrativa, la aportación de la filosofía española del siglo XX, próxima muchas veces a los planteamientos hermenéuticos. Así la filosofía de J. Ortega y Gasset se constituyó como una filosofía de la razón vital convertida en razón narrativa. En sus escritos, sobre todo los de su última época, podemos encontrar los fundamentos de esta racionalidad, así como su puesta en práctica –por ejemplo en sus biografías sobre Velázquez, Goya, Goethe o Vives–. Y no nos podemos olvidar de un discípulo de Ortega, Julián Marías, que vio en el cine los recursos para un análisis de la vida humana.

El cine, cierto cine y con una determinada perspectiva, nos puede ayudar a pensar bioéticamente. ¿Qué significa esto? Ayudándonos también de los planteamientos de Diego Gracia podemos decir que pensar en perspectiva bioética es deliberar. El objeto de la bioética, también de la ética, es la deliberación, la cual contribuye a la toma de decisiones prudentes y responsables de una forma autónoma. El uso del cine, en la perspectiva que propongo, contribuye a la autonomía, a la responsabilidad y a la prudencia, es decir, el uso del cine en bioética es un instrumento de deliberación moral. Viendo cine podemos aprender a deliberar. Se podría hablar así de una deliberación narrativa.

Por otra parte, el cine puede contribuir de una forma excelente a la formación emocional, sentimental y moral de las personas mediante la vía de la imaginación. Pero, ¿cómo hacer del uso del cine una práctica bioética? Si la bioética trata de problemas y situaciones de una gran complejidad, necesita recursos para descifrar esa complejidad. El cine es un gran descubrimiento y un gran aliado para este propósito. ¿Cómo da el cine cuenta de la vida? ¿Qué es contar la vida y dar cuenta de la vida? ¿Es la bioética también un cuento, una narración o, más bien, un saber sobre cuentos y narraciones? ¿Abandonamos la ética (bioética) y nos vamos al cine? Quizás sí, pero, ¿a qué cine vamos? No a cualquiera. Y quizás nos tenemos que quedar con un tipo de bioética y tenemos que abandonar otro. Es un encuentro más complejo de lo que parece, pues pone en juego nuestra idea de cine, de bioética y también de educación. El encuentro bioética y cine va a venir determinado por lo que entendamos por bioética (ética), por cine y por educación. Ya lo veremos.

Mi intención al favorecer este encuentro entre bioética y cine es conseguir una concepción de la bioética más abierta, crítica y vital y un cine narrador de experiencias. Y, de esta forma, contribuir a precisar el tipo de racionalidad propia de la ética (y de la bioética). La racionalidad subyacente a este encuentro entre bioética y cine es la de una razón narrativa, vital, o razón desde la experiencia. La racionalidad bioética es una racionalidad hermenéutica y narrativa.

Dos son las preguntas a las que las siguientes páginas quisieran responder:

1) ¿Cuáles son las razones para utilizar el cine en la formación en bioética?

2) ¿Cómo utilizo el cine para la formación en bioética? ¿Hay algún método?

En los tres primeros capítulos intento contestar a la primera pregunta. En muchos de los trabajos de bioética y cine se prescinde de este esfuerzo de fundamentación. Me parece ineludible. No hacerlo sería perder de vista el sentido que tiene utilizar el cine para la formación en bioética. El recurso al cine tiene que estar fundamentado, contextualizado, si no queremos que se convierta en pasatiempo o entretenimiento.

En el capítulo cuarto, desde lo conseguido en el nivel de la fundamentación del encuentro entre bioética y cine, propongo un método sencillo para que el uso del cine pueda ser productivo. El objetivo del método es promover la deliberación mediante la narración. Posteriormente, en el quinto capítulo, esbozo el uso del método en una película muy significativa en el campo de la bioética: Wit (Amar la vida).

En el sexto, y ya último capítulo, presento un listado de películas distribuidas por bloques temáticos de bioética. En cada bloque temático he destacado cinco películas y he añadido la referencia a otras películas que también podrían ser útiles para ese bloque de contenidos. El objetivo bien podría ser elaborar un curso completo de bioética seleccionando una película de cada bloque; también hay películas que, por su calidad de contenidos, darían para un curso completo.

Este libro no deja de ser una propuesta de encuentro. Es una invitación al cine y a la bioética; al cine a través de la bioética, y a la bioética a través del cine. Narración y deliberación se citan, aúnan sus esfuerzos, y nos convocan a nosotros, a cada uno de nosotros, como buenos narradores y deliberadores que somos o que, al menos, aspiramos a ser.

Capítulo 1. Del cine a la bioética

1. Cine y experiencia

La ética no puede estar cerrada sobre ella misma, está abierta a la vida, de donde nace y a donde remite. El cine refleja de alguna manera la vida, ya sea más fielmente o más imaginativamente, por eso el cine es para la ética, para las humanidades en general, una ocasión única para pensar y trabajar. La vida que el cine refleja, la experiencia narrada, es el tema de nuestro quehacer y también, un segundo aspecto muy importante, un medio para transmitir ese mismo quehacer, esa misma reflexión. Es decir, la hermenéutica del cine, o dicho con más modestia, la reflexión sobre el cine, es una forma de pensar la experiencia y transmitirla; es tema y método. La hermenéutica del cine, siempre que no se entienda este como mero juego conceptual para unos expertos cinéfilos, tiene una dimensión didáctica (pedagógica) y crítica (práctica). El cine da que pensar, y nosotros con él podemos dar que pensar.

1.1. ¿Qué es el cine?: imaginación y narración

El cine puede entenderse de muchas maneras, y de igual forma la filosofía que se hace sobre el cine; son muchas las aproximaciones y las orientaciones. Sin entrar ahora en mayores consideraciones, ni comprometerme a dar una definición esencial o completa de lo que es el cine, me bastará señalar que el cine vive de la imaginación, lo cual no quiere decir que no sea real, ni tampoco que sea una forma derivada y segunda de conocimiento, más bien al contrario, pues es un modo de realidad, que envuelve a otros modos, y más que como percepción que se diluye entendería la imagen (la imaginación) como sentido que emerge; además, el cine hereda la forma narrativa, es narración, aunque como otras formas narrativas, la novela por ejemplo, viva de horadar y cuestionar el mismo paradigma narrativo. Es más cosas, pero es básicamente eso; sin el elemento imaginativo y narrativo no tendríamos una comprensión cabal de lo que es el fenómeno del cine (tanto desde el punto de vista fílmico como cinematográfico).

Sí, sin lugar a dudas, el cine es oportuno para aprender, de hecho aprendemos espontáneamente a través del cine, y tendríamos que tener cuidado para no desaprovechar los recursos que este medio puede reportarnos. Pero no hay que pensar que este aprendizaje se da automáticamente con sólo ver una película, pues requiere una labor reflexiva, crítica y de toma de distancia; una labor propia de la ética (por decirlo desde una materia), de la hermenéutica filosófica (dicho desde una tradición filosófica) o desde la comunicación (o narrativa) audiovisual (enmarcado en un ámbito de estudio afín con otros «productos culturales»).

1.2. La vida en la pantalla

G. Lipovetsky y J. Serroy han escrito un magnífico estudio sobre el cine[1], su historia y, sobre todo, sobre sus efectos. Y una idea persiguen con insistencia: cuando el mundo se ha vuelto pantalla (pantallasfera) se precisa más que nunca una pantalla «asistida», es decir, educar y acompañar en esta formación de experiencias que supone el cine.

El cine no puede quedar encerrado en manos de aquellos que se centran exclusivamente en análisis estructurales y metadiscursivos. No nos podemos quedar en una pura «gramática del cine»; esto supone, sobre todo, desconocerlo. Una forma de revitalizar el análisis del cine es recuperarlo como narración y espacio de configuración de mundos. Eso es lo que hacen brillantemente Lipovetsky y Serroy. Lo que buscan es:

«Poner de relieve lo que dice el cine sobre el mundo social humano, cómo lo reorganiza, pero también cómo influye en la percepción de las personas y reconfigura sus expectativas»[2].

Es precisamente este poder de reconfiguración lo que pondré de relieve al señalar el efecto catártico y de posibilidad de deliberación que conlleva el cine en la formación bioética. El cine es capaz de formar nuestra mirada. Nuestra forma de mirar y entender el mundo es cinematográfica. Contar con el cine es pues una necesidad. Pensar la cultura, la modernidad, la globalización, etc., no puede hacerse sin el cine. Vivimos en el mundo de la omnipantalla. Por todas partes aparece el espíritu del cine. Es el dominio de la pantallasfera y la pantallocracia.

Es tal el poder del cine que puede ser, como nosotros pretendemos mostrar aquí, un instrumento poderoso de comunicación. Lipovetsky y Serroy van a defender las virtualidades del cine en educación. Ahora bien, y en su misma línea, no se puede pensar que la educación crítica y reflexiva se haga de una forma automática en el mundo de la pantalla global. Se precisa una «pantalla asistida». Esta «asistencia» a la pantalla es lo que pretendo mostrar al invocar al cine como formación en bioética.

Por otro lado, y más allá de las virtualidades docentes, es necesario asumir el cine en los debates bioéticos, pues de alguna manera nuestra actitud bioética está conformada por las narraciones cinematográficas. Dicen Lipovetsky y Serroy:

«El individuo de las sociedades modernas acaba viendo el mundo como si este fuera cine, ya que el cine crea gafas inconscientes con las cuales aquel ve o vive la realidad. El cine se ha convertido en educador de una mirada global que llega a las esferas más diversas de la vida contemporánea»[3].

El mundo se ha vuelto «apantallado» y pensar la pantallificación del mundo es tarea de la ética, o de una bioética que se considera global. Y ha logrado este dominio porque se ha unido a la necesidad de narración que ha acompañado al ser humano desde sus orígenes. El cine es narrativo.

La historia del cine, un siglo de historia, ha logrado unir la visión primigenia y documental de los hermanos Lumière, que concibieron el cine como reflejo social, y Meliés, que lo entendió como espectáculo, circo y entretenimiento. El cine, al hacerse vehículo de narración, aunó ambas intenciones. Lo que nos sigue sorprendiendo, de manera parecida a los primeros espectadores que vieron la llegada del tren a la estación de Ciotat (como rodaron los hermanos Lumière), ya no es sólo que de ese tren se baje un hombre, sino que ese hombre nos traiga una historia, y que pueda ser nuestra historia.

2. Hermenéutica, «saber de lo incierto»

El cine es una forma narrativa que hereda la tradición de la novela moderna y comparte su destino. El cine es relato audiovisual. El cine, en el ámbito de la ética narrativa, comparte los avatares de la novela, gran construcción de la narración moderna.

En mi propuesta no dudo en integrar el cine en la ética narrativa, en una bioética narrativa de inspiración hermenéutica. La hermenéutica no deja de aparecer como una tradición de pensamiento capaz de acercarnos al cine y al mismo tiempo como fundamento de una bioética «a la altura de nuestro tiempo».

El encuentro entre hermenéutica y cine viene ya precedido por el de sus más próximos ancestros, pues como tales podemos considerar a la fenomenología, por el lado de la hermenéutica, y a la novela, del lado del cine. La hermenéutica filosófica procede de la fenomenología y el cine vive del estilo narrativo de la novela moderna. El diálogo entre hermenéutica y cine viene, por tanto, precedido por el de la fenomenología y la novela. Este encuentro o diálogo se llevó a cabo de diferentes formas; ahora me gustaría centrarme en una de especial relevancia para la relación que nos ocupa, y es la que recoge Milan Kundera en su obra El arte de la novela[4], y en concreto su primera sección titulada «La desprestigiada herencia de Cervantes». Paso en primer lugar a indicar los temas fundamentales para mostrar a continuación tentativamente la posible prolongación en el encuentro que propongo entre hermenéutica y cine.

Comienza Kundera su ensayo haciendo referencia a Husserl, padre de la fenomenología, y en concreto a las conferencias que darían lugar a La crisis de las ciencias europeas. Para Husserl la civilización europea, occidental, ha entrado en crisis. Hay que señalar que para él «Europa» no designa un lugar geográfico sino una identidad espiritual definida, en palabras de Kundera, por el interrogante que supone el mundo en su conjunto. Este es el ideal de Europa, que nació en la Grecia clásica de Sócrates, Platón y Aristóteles; es la idea que vertebra a Europa, el ideal del conocimiento y del saber. Pero he aquí que este ideal ha entrado en crisis en la época moderna gracias a Descartes y Galileo, que han originado el desarrollo unilateral de la ciencia europea, reduciendo la ciencia, el saber, el conocimiento, a simple «exploración técnica» y manipuladora del mundo con el recurso de las matemáticas, desechando todo aquello que no fuera objeto de cálculo y manipulación; redujeron la ciencia a técnica y excluyeron del horizonte del saber moderno «el mundo concreto de la vida», die Lebenswelt. Creció la especialización del saber y la matematización de la naturaleza y se perdió de vista el mundo y al ser humano en él; olvido del mundo de la vida que pasaría a ser «olvido del ser» en expresión de Heidegger. La vida humana concreta, el mundo de la vida, quedó eclipsada y olvidada por el saber preciso y la técnica poderosa.

Esta es la descripción que hace la fenomenología del desarrollo moderno, sin embargo, señala Kundera, y sin cuestionar el balance fenomenológico, el origen de la modernidad no sólo está en la ciencia de Galileo y Descartes sino también en Cervantes, el creador de la novela, y completando el análisis precisa que este arte inventado en la modernidad explora ese «ser olvidado», ese «mundo de la vida». El mundo de la vida no ha caído en el olvido porque la novela se ha ocupado de él. Los desarrollos heideggerianos de Ser y tiempo y las descripciones del último Husserl fueron anticipados por varios siglos de novela. La novela escudriña «la vida concreta del hombre» e ilumina de diferentes formas el mundo de la vida. Olvidarnos de la novela sería perder toda esperanza de tomar pie en el mundo de la vida.

Y con Cervantes, y con la novela, apareció otra forma de mirar y comprender; así el mundo apareció como ambigüedad, y la verdad absoluta dividida en multitud de verdades relativas, tantas como personajes y «poseer como única certeza la sabiduría de lo incierto». La novela nos sumerge en el campo de lo relativo de las cosas humanas, de los asuntos humanos (que diría Aristóteles), pero esta incertidumbre, complejidad y ambigüedad es difícil de aceptar, de ahí su rechazo en nuestro tiempo. Si desapareciera la novela, sería reconocer que este mundo ya no es el suyo y que el olvido del mundo de la vida sería total. La razón de la novela (de la narración moderna) es protegernos contra el «olvido del ser». Quizás por eso la existencia de la novela es más necesaria que nunca. Lleva a cabo una defensa de la complejidad. Por eso también la novela es desprestigiada y los defensores de la novela pertenecen a la «desprestigiada herencia de Cervantes».

Prolongando la reflexión de Kundera, hay que señalar que la filosofía hermenéutica es heredera de la fenomenología husserliana; bebe de las aportaciones de Heidegger y de los análisis de Husserl de La crisis de las ciencias europeas y se constituye gracias a figuras como las de H.-G. Gadamer y P. Ricoeur, y otros que podrían incluirse en esta tradición como es el caso de J. Ortega y Gasset. Continúan la intención crítica de la fenomenología husserliana con nuevos bríos y con nuevos recursos y querrán, recordando al viejo maestro (Husserl), criticar el olvido del mundo de la vida y desarrollar estrategias de recuperación y recuerdo. Pues bien, si la novela, esta desprestigiada herencia de Cervantes, puede ayudar a esta recuperación, también lo puede hacer el cine, en la medida en que es un arte narrativo en el que perviven elementos nucleares de la novela y sobre todo esa voluntad de tratar lo incierto, lo ambiguo y lo complejo.

La hermenéutica filosófica puede recurrir al cine, pues tiene en él un muestrario completo y complejo de la diversidad de lo humano, aunque al igual que la novela, pertenece a una herencia desprestigiada: la herencia de la imaginación. Recuperar las humanidades, la formación humanística que decía Gada-mer, frente al dominio de las ciencias, y sobre todo de una determinada forma de entender las ciencias, es también recuperar una reflexión sobre el cine. La bioética, como intento de tender un puente entre desarrollo científico y humanidades (Potter), bien puede contar con el cine como instrumento.

El cine tiene la posibilidad de transportarnos a otros mundos, de volar, pero también de lanzarnos a la realidad, y precisamente por haber volado y habernos despegado del mundo, podemos volver con nuevos bríos, más críticos, abiertos y, en definitiva, esperanzadores. Algunos autores llegan a decir exagerando, o quizás no es ninguna exageración, que no es que comprendamos el cine porque ya hemos tenidos esa experiencia, sino al revés, que comprendemos nuestra experiencia porque la vemos expuesta y proyectada en el cine.

3. Una imagen de la vida humana

En esta reflexión sobre el cine la tradición española tiene mucho que decir. Por un lado, la genial aportación de Ortega y Gasset, que supone la reivindicación de una nueva forma de entender la razón: la razón vital. Además, en relación con ella describiría la vida como realidad radical, esencialmente narrativa; nuestra vida es relato, trama, historia o cuento, y también, y quizás más importante, un método de comprensión de la vida que es correlativamente narrativo. Así hablará Ortega de razón narrativa, tanto porque la racionalidad ínsita en nuestra vida es narrativa, como por ser el método adecuado. Sí, la aportación de Ortega es genial (sobre todo de cara a fundamentar una ética narrativa, o bioética narrativa), pero no lo es menos la de uno de sus discípulos: Julián Marías.

Lo que yo pretendo hacer aquí es apuntar a algo parecido a lo que él mismo intuyó. Pocos filósofos se preocuparon tanto y de manera tan exhaustiva del cine. Hay que recordar que su entrada en la Academia de Bellas Artes fue precisamente por su dedicación al cine. Para él, el cine nos ofrece un conocimiento antropológico. Decía: «La representación de la vida humana en la narración o en la escena no basta, por lo visto, al hombre, en este siglo ha aparecido una forma de representación espectral, en la que la realidad y la irrealidad se mezclan extrañamente: la pantalla cinematográfica»[5]. El cine es filosófico; ético o bioético diríamos nosotros. Una idea intuyó Julián Marías que de alguna manera intento retomar en estas páginas cambiando la orientación antropológica por la orientación bioética (en el fondo no muy distintas): el cine «constituye una exploración con medios absolutamente nuevos y originales de la vida humana y una colección de películas, vistas en su adecuada perspectiva, nos daría lo que podría llamarse una “antropología cinematográfica” hecha de imágenes interpretadas, de imágenes directamente inteligibles»[6].

El cine es una forma nueva de antropología, de analizar la vida humana. El cine es un caudal de experiencias; nos podemos hacer con experiencias que de otra manera sería imposible; no podemos vivirlo todo, pero quizás sí experimentarlo todo mediante el cine. Nos hacemos con experiencias, y ahorramos tiempo: es una forma de ganar tiempo. Pero quizás para percibir todo eso que nos puede dar el cine necesitamos entrenamiento, aprendizaje. Lo mismo que el cine puede ser según Marías un instrumento de investigación antropológica, también lo puede ser para la bioética. Y una cosa fundamental que señalaba es que el cine tiene el poder de descubrir y mostrar realidades, problemas, matices que sólo él, por su peculiar constitución, puede dar. El cine tiene el poder de mostrarnos la realidad de la vida aconteciendo. Por eso señalaba Marías que el cine, por su propia técnica e inspiración, corresponde «con sobrecogedora exactitud a la estructura de la vida humana tal como por primera vez la ha descubierto el pensamiento de nuestra época»[7]. Ese pensamiento de nuestra época tiene como especial representante a su maestro Ortega, al que antes nos referíamos. Todavía está por hacer una bioética desde Ortega; basta señalar, aunque sea de pasada, el juego que ha dado en bioética la distinción entre vida biológica y vida biográfica, y cómo la vida humana es radical y primariamente biográfica. ¿Desde dónde hacemos la bioética, desde la vida biológica o biográfica?

El cine me permite ampliar mi vida, adquirir otras perspectivas. Y así, adquiriendo otras perspectivas juego, al menos mentalmente, con la vida humana, también con mi vida, siempre y cuando el cine se mueva en el parámetro de la verosimilitud, el cual es difícil de romper, pues las películas más disparatadas de ciencia ficción, por ejemplo, siguen presentando una vida humana posible. El cine es experimento con la vida humana, es experimentación. El cine es experimentación y experimento; no tiene nada de extraño que se convierta en nuestro laboratorio, laboratorio del juicio moral, laboratorio bioético.

«Sobre todo, el cine hace salir de la abstracción en que el hombre culto había solido vivir. Presenta los escorzos concretos de la realidad humana. El amor deja de ser una palabra y se hace visible en ojos, gestos, voces, besos. El cansancio es la figura precisa del chiquillo que duerme en un quicio, la figura tendida en la cama, la manera real como se dejan caer los brazos cuando los vence la fatiga o el desaliento. Hemos aprendido a ver a los hombres y a las mujeres en sus posturas reales, en sus gestos, vivos, no posando para un cuadro de historia o un retrato. Sabemos qué cosas tan distintas es comer, y sentarse, dar una bofetada, y clavar un puñal, y abrazar, y salir después de que le han dicho a uno que no. Conocemos todas las horas del día y de la noche. Hemos visto el cuerpo humano en el esplendor de su belleza y en su decrepitud, lo hemos seguido en todas sus posibilidades: escondiéndose de un perseguidor o de las balas, hincándose en la tierra o pegado a una pared; dilatándose de poder o de orgullo; dentro de un coche; bajo el agua; o en una mina; fundido con un caballo al galope, o paralizado en un sillón de ruedas; haciendo esquí acuático, con la melena al viento, o con unos ojos ciegos y una mano tendida, a la puerta de una iglesia. Cuando hablamos de la pena de muerte no queremos decir un artículo de un código, cuatro líneas de prosa administrativa, sino la espalda de un hombre contra un paredón, unos electrodos que buscan la piel desnuda, una cuerda que ciñe el cuello que otras veces se irguió o fue acariciado o llevó perlas. La guerra no es ya retórica o noticia: es fango, insomnio, risa, alegría de una carta, euforia del rancho, una mano que nunca volverá, la explosión que se anuncia como la evidencia de lo irremediable»[8].