Kitabı oku: «Guía práctica para descubrir la voluntad de Dios», sayfa 2

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Mito 1: La voluntad de Dios es un misterio que necesitamos resolver

Cuando yo estaba estudiando en la universidad, un miembro de iglesia metió cien dolares en un sobre y me los envió por correo de forma anónima. Bueno, casi anónimamente. Durante el servicio religioso en la iglesia, preguntó desde el púlpito si había algo que queríamos agradecerle a Dios esa semana, y me miró fijamente. Al principio me sentí agradecido, pero cuanto más me miraba, más incómodamente sospechoso me volví. Continuó incentivando los agradecimientos de la congregación, pero siempre mirándome como si fuera a explotar de alegría en cualquier momento. Me sentí tan avergonzado que quería meterme gateando debajo del banco. Parecía como si estuviera intentando desesperadamente guardar un secreto pero al mismo tiempo gritarlo a todo el mundo.

Algunos argumentan que Dios conoce el secreto acerca de su plan para nuestra vida, pero que no puede decírnoslo. Piensan que depende de nosotros descubrir su plan a partir de algunas pistas misteriosas enviadas desde el cielo. Yo no lo creo así. Dios no deja dudas de lo que él sabe y lo que elige decirle al ser humano:

“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jer. 29:11).

“Que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Isa. 46:10).

“Porque ciertamente hay fin, y tu esperanza no será cortada” (Proverbios 23:18).

“Esperanza hay también para tu porvenir, dice Jehová, y los hijos volverán a su propia tierra” (Jeremías 31:17).

“El consejo de Jehová permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón por todas las generaciones” (Salmos 33:11).

Yo no veo el plan de Dios como un rompecabezas. Él tiene un plan, y será puesto en marcha. Él tiene una voluntad para tu vida, y la declara, comunica, ordena y revela libremente a aquellos que están deseosos de conocerla.

Me da mucho trabajo ver las figuras en tres dimensiones. Otras personas las miran fijamente y la imagen emerge de forma clara y sin mucho dramatismo. Pero yo no. Las miro con los ojos entornados, parpadeo, busco, escudriño, imagino y esfuerzo por ver esas figuras con todo lo que tengo, pero nunca logro ver la imagen escondida entre las motas.

Un niño de cuarto grado asumió la responsabilidad de educarme en cuanto a figuras en tres dimensiones, y, ¡he aquí que mis ojos fueron abiertos! El primer truco que me enseñó fue comenzar por leer las instrucciones. Es impresionante cuánta información valiosa contienen las instrucciones bien especificadas. El próximo secreto era mirar fijamente y con paciencia la figura. No había estado mirando por suficiente tiempo la figura, esperando que emergiera la imagen escondida. Dicho y hecho, un pícaro alumno de cuarto grado tuvo éxito en entrenarme para ver la imagen claramente.

Conocer la voluntad de Dios, ¿es como ver la imagen escondida de las figuras tridimensionales? ¿Se esconde Dios detrás de la aparente realidad, jugando a las escondidas con la humanidad? Según las Escrituras, Dios ha dado a conocer su voluntad al mundo a través de su Palabra y a través de su Hijo. Escucha lo que dijo el autor de Hebreos: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (Hebreos 1:1-3).

No creo que Dios esté jugando con nuestras vidas como si su voluntad fuera un acertijo a resolver o un rompecabezas por armar. Aunque descubrir su voluntad implica buscarla, no estamos buscando a un Dios que se está escondiendo.

Mito 2: Dios tiene un plan muy específico para nuestras vidas

–¿Qué pasa si este es el elegido? –suplicó Carly.

–¿Cuál de todos? –le respondí.

Aparentemente, el novio de Carly se estaba cambiando de universidad, y ella debía decidir si hacer el pase para acompañarlo a él o si romper el noviazgo y quedarse en casa. Ella lo amaba, lo cual era evidente. Pero su dilema actual la confundía, y esperaba que Dios tuviera algún tipo de orientación para ella.

–¿Quieres decir el único elegido? –insistí.

–¿Acaso no tiene Dios una pareja perfecta para nosotros? Quiero decir, estoy segura de que debe haber más de una persona con la cual yo podría casarme, ¿pero hay una persona en especial con la cual debería casarme?

¿Hay un plan maestro perfecto en el cielo que nos habilitaría, si solamente tomáramos las decisiones correctas, para experimentar una vida feliz? ¿Es el plan de Dios para nuestras vidas un juego de ajedrez en el que cada decisión determina el destino del jugador?

Esta idea parece absurda. Si la voluntad de Dios es un escenario de vida específico o un plan maestro proyectado minuto a minuto, experiencias detalladas, ¿qué ocurre entonces cuando tomo una decisión equivocada? ¿Quedo afuera del plan? ¿Desciendo a una pista inferior de vida en la que mi potencial podría estar bien pero no tan bien como podría haber estado si hubiera hecho otra elección? ¿Acaso puedo pasar del plan A al plan B, y luego al plan C, etc.? Si la voluntad de Dios para mí es una historia que ya ha sido escrita y que simplemente requiere que tome las decisiones correctas en la situación correcta, ¿cómo sabemos cómo y cuándo elegir apropiadamente? ¿Qué sucede si cometo un error? ¿Qué sucede si tengo un mal día?

J. I. Packer sostiene que la idea de que Dios tiene un plan específico y detallado para nuestra vida es una idea equivocada que puede compararse con viajar con un itinerario creado por un agente de viajes: “Siempre y cuando estés en el lugar apropiado en el momento indicado para abordar cada avión o tren u ómnibus o barco, todo irá bien. Pero si pierdes una de las conexiones planificadas con anticipación el itinerario quedará inutilizado. Un plan revisado solo puede ser inferior y ocupar el segundo lugar en relación con el original”.3

Si este mito ocupa un papel prominente hoy no debería sorprendernos que la frustración y el malestar inutilicen a las personas. Todo depende de descubrir el recorrido específico de Dios para ti. Si conseguir entender cómo descubrir ese trozo de información del tamaño del monte Everest no fuera suficiente para preocuparte, qué decir del hecho de que todavía debes tomar la decisión correcta, no de vez en cuando o algunas veces, sino siempre. Inicialmente, esta idea de un plan empaquetado podría parecer reconfortante, pero tomar esta rama de pensamiento y alejarse del tronco del árbol es directamente perjudicial para tu salud.

Jerry Sittser compara este modelo de entender la voluntad de Dios con un laberinto: “En este modelo, entonces, cuando se debe tomar una decisión, la vida repentinamente se convierte en un laberinto. Sólo hay una forma de salir. Todos los otros caminos terminan en un callejón sin salida, cada uno de ellos significa una mala elección [...]. Si elegimos correctamente experimentaremos su bendición y alcanzaremos el éxito y la felicidad. Si elegimos equivocadamente podríamos extraviarnos y perder la voluntad de Dios para nuestras vidas, permaneciendo perdidos para siempre en un laberinto incomprensible”.4

Una vez más, cuando le pides a la gente que cuestione la suposición de que un Dios amante y omnisapiente armaría un plan único ideal para que descubramos y elijamos, al final siempre se hace evidente la locura de un plan semejante. Uno de los conceptos más básicos que debemos comprender antes de cavar más hondo en el plan de Dios es que él puede ser omnisapiente siempre, pero al mismo tiempo puede ser completamente libre en dejar a los seres humanos elegir lo que les plazca. El hecho de que Dios conoce el futuro no significa que Dios elige y determina un curso de acción para nosotros. No quiero caer en el pensamiento de creer que conozco lo que Dios sabe y no sabe. Algunos teólogos, aunque bien intencionados, han buscado determinar lo que Dios sabe y lo que es incapaz de conocer basados en lo que ellos se imaginan. El problema es obvio: el conocimiento de Dios, su poder y habilidades están mucho más allá de nuestros límites de comprensión:

“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isa. 55:8, 9)

El problema no es lo que Dios sabe o no sabe. Es cuán limitados estamos como seres finitos para comprenderlo. Yo no sé cuánto sabe Dios, y no estoy seguro si quiero ser el encargado de delinearlo, simplemente porque me cuesta mucho entenderlo.

Es cierto que Dios declara con anticipación algunos aspectos del destino de una persona. Le dijo a Abraham que sería el ancestro de aquél que habría de salvar el mundo:

“Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición” (Gén. 12:2).

Moisés fue salvado milagrosamente en un canasto y fue criado con el entrenamiento de un rey a fin de prepararse para librar de la esclavitud al pueblo de Dios e introducirlo en la Tierra Prometida. No cabe duda de que Moisés fue elegido desde su nacimiento para un propósito específico en la vida. Luego de que Moisés había sido preparado por el desierto, Dios dijo: “Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto [...]. te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel” (Éxo. 3:7, 10).

Cuando surgió la necesidad de un nuevo rey para Israel, Dios tenía un hombre en mente: “Llena tu cuerno de aceite, y ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de sus hijos me he provisto de rey” (1 Sam. 16:1). Luego de haber observado a todos los hermanos, el joven David fue traído ante el profeta, y el Señor le dijo a Samuel: “Levántate y úngelo, porque éste es” (vers. 12).

Ester, una mujer cuya vida es caracterizada por un momento especial de coraje, era la persona correcta en el lugar correcto en el momento correcto: “Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” (Est. 4:14).

Aun antes de que Juan el Bautista fuera concebido, ya tenía un destino especial. Los detalles de su vida estaban claros en la mente de Dios, incluyendo su sexo, nombre, hábitos de alimentación, y por sobre todo, su misión en la vida:

“Tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan. Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento; porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre. Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Luc. 1:13-17).

¿Personas especiales? ¡Sí! ¿Elegidos con un destino específico? Así pareciera. Pero si el salmista habla por todos nosotros, entonces lo que es cierto acerca de Juan, Ester, Moisés y Abraham lo es también para ti y para mí.

“Porque tú formaste mis entrañas;

Tú me hiciste en el vientre de mi madre.

Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras;

Estoy maravillado,

Y mi alma lo sabe muy bien.

No fue encubierto de ti mi cuerpo,

Bien que en oculto fui formado,

Y entretejido en lo más profundo de la tierra.

Mi embrión vieron tus ojos,

Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas

Que fueron luego formadas,

Sin faltar una de ellas.

¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos!

¡Cuán grande es la suma de ellos!” (Sal. 139:13-17).

¿Recuerdas a David, el rey elegido de Israel? Si nuestras decisiones determinan si estamos o no dentro del plan específico de Dios, cómo puede decirse lo siguiente acerca de David, quien llegó a ser un adúltero deliberadamente y un asesino: “Quitado éste, les levantó por rey a David, de quien dio también testimonio diciendo: HE HALLADO A DAVID hijo de Isaí, VARÓN CONFORME A MI CORAZÓN, quien hará todo lo que yo quiero” (Hech. 13:22; énfasis añadido). Me imagino que ese pequeño tema con Betsabé y Urías no había sido escrito en el plano general. Sin embargo, el libro de Hechos registra que David fue un hombre que hizo “todo” lo que Dios quería.

Seguramente un teólogo teológicamente moderado como Pablo tendría un sesgo más realista en cuanto a la naturaleza específica de la voluntad de Dios. Sin embargo, escribió: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Efe. 1:3-6).

Desde nuestra perspectiva, Abraham, Moisés y David tomaron decisiones que deberían haber frustrado el gran diseño de Dios. Abraham renunció a su deber para con su esposa cuando los tiempos se pusieron difíciles. Moisés perdió la paciencia cuando las tensiones eran altas. David le robó la esposa a otro hombre luego de espiarla desde la terraza.

¿Cambia la voluntad de Dios como resultado de nuestras decisiones? Todas las decisiones tienen consecuencias. ¿Hasta qué punto las decisiones de los personajes mencionados, o las nuestras, afectan el objetivo último de Dios? Esto es lo que yo sé:

 Dios tiene un plan para cada individuo.

 Dios obra de tal manera que su plan pueda llevarse a cabo.

 El plan de Dios permite que las personas escojan libremente.

 Nuestras decisiones no necesariamente cambian el plan de Dios: solamente cambian nuestra posición con referencia al objetivo último de Dios. (Si elijo vivir fuera o completamente alejado de la voluntad de Dios, su propósito final no se ve frustrado; ver Job 42:1, 2).

Debido a que Dios no permitirá que su propósito final se vea frustrado, él nos orienta de muchas maneras, y sus métodos de revelación de su voluntad a menudo varían. Considera los métodos por los cuales Dios eligió guiar a distintas personas:

 El santuario en el desierto.

 Una nube y una columna de fuego.

 La burra de Balaam.

 Un sonido estridente de trompeta.

 Un chaleco adornado con piedras preciosas que usaba el sumo sacerdote.

 Un diluvio.

 Ausencia de agua.

 Fuego del cielo.

 Un silbo apacible en la montaña.

 Aguas divididas, victorias imposibles, milagros inconfundibles y eventos que parecieran decir a gritos: “Por esto sabrás que yo soy Dios”.

A veces Dios es muy específico en cuanto a lo que desea que hagamos. Otras veces acomoda su enfoque por causa de los fracasos de las personas. El divorcio nunca fue el plan de Dios, pero Jesús explicó que debido a que los corazones humanos han sido endurecidos, Dios ha permitido que los seres humanos se divorcien (ver Mat. 19:3-9). ¿Forma parte del plan último de Dios que las personas permanezcan fieles el uno al otro? ¿Llegará el día en que así suceda? A medida que la humanidad aprenda las lecciones de sus decisiones no tardará en descubrir la mejor forma de vivir como hijos del reino de Dios.

Creo que descubriremos que el plan de Dios, es decir su voluntad para nuestras vidas, podría implicar algo completamente diferente que el color del auto que manejas o la casa que elegiste para vivir o aún la empresa para la cual trabajas. Dios revela específicamente su voluntad. Hablaremos más al respecto más adelante en el libro.

Mito 3: Si Dios quiere comunicarse contigo te dará una señal

Khun Paot, una joven adolescente, escapó de la matanza de Khmer Rouge en Camboya luego de adentrarse en terreno peligroso con cien personas más que buscaban libertad. Obstruyendo el paso hacia la libertad había soldados comunistas, tinieblas y una jungla llena de espinas. La mayoría de los prófugos no tenían calzado para proteger sus pies ni luz para alumbrar el camino. La oscuridad dificultaba la travesía mientras cruzaban un valle entre medio de dos cadenas montañosas. Cuando la oscuridad de la noche no les permitió dar un paso más, centenares de luciérnagas se arremolinaron alrededor del grupo. Las luciérnagas proporcionaron suficiente luz como para que los miembros del grupo pudieran verse el uno al otro, pero más importante, luz para ver el camino. Más tarde, en el campo de refugiados, Khun Paot fue invitada a una reunión de cristianos. Señalando una figura de Jesús que colgaba de la pared, exclamó: “él es el que nos mostró el camino a Tailandia y a la libertad a la luz de las luciérnagas”.

Historias como estas suscitan una amplia gama de respuestas, desde asombro y ojos llorosos hasta la pausa desconfiada que se pregunta si el historiador tomó una clase extra sobre Predicación en vez de Introducción a la Ética. ¿Suceden realmente este tipo de cosas? ¿Interviene Dios en el tiempo y el espacio de nuestras vidas para comunicar, guiar y corregir el rumbo de nuestros pasos?

A veces, Dios elige interrumpir la rutina con manifestaciones relucientes de gloria o bombardeos dramáticos de su poder. Aunque la mayoría de las personas nunca llega a experimentar eventos como este, han sucedido y siguen sucediendo, y mi suposición es que volverán a suceder. Pero si siempre esperas que te suceda a ti, puede ser que te veas chasqueado. Una realidad duradera le da color a toda epifanía gloriosa; Dios interviene dramáticamente cuando menos lo esperas.

A menudo, una interrupción divina es una estratagema para atraer la atención. Cualquiera que desea que Dios escriba un mensaje en la pared de su comedor diario debería considerar la naturaleza y propósito de esos pequeños sucesos: advertencia, reprensión, corrección, instrucción, intimidación, juicio. (Piensa en Daniel 5). Ten cuidado con lo que pides. ¿Realmente deseas conocer lo que Dios ve en el futuro?

A través de toda la Biblia, vemos momentos en los que Dios le da a su pueblo claras evidencias sobrenaturales de su plan. El Nuevo Testamento de por sí contiene muchas instancias en las que Dios deja en claro cuál es su voluntad:

 Los discípulos en el camino a Emaús

 Felipe y el Etíope

 Saulo en el camino a Damasco

 Pablo y Silas en prisión

Estos eran momentos en los que Dios intervino; no metafóricamente, no figurativamente, sino inconfundiblemente. La razón por la cual debemos revisar este mito es que a veces pensamos que debido a que Dios lo ha hecho en el pasado, debe hacerlo de la misma manera, siempre. Cuando Dios sí elige hablar e intervenir en forma dramática, tiende a suceder cuando estamos por cometer un grave error o cuando él tiene un pedido único.

Si Dios puede comunicar su propósito de una manera mejor a través del fuego, entonces utiliza el fuego. Pero la experiencia de Elías es una lección importante de que Dios no siempre elige comunicarse con los seres humanos de la misma manera. Por norma, él pone las cosas un poco complicadas. A una montaña a la que Elías subió, Dios habló a través de fuego. Por lo tanto, Elías esperó en otra montaña. Pero la voz de Dios no estaba en el fuego, el viento, o el terremoto. En vez de eso, Dios eligió hablar en lo que la Biblia llama “un silbo apacible y delicado” (ver 1 Rey. 19:9-14). La palabra hebrea puede ser traducida como “calmo” o incluso “silencioso”. De cualquier forma, la idea es que Dios habló profundamente de una manera no tan dramática.

Algunas señalizaciones pueden distraer en vez de comunicar. Cuando visité Australia para dar una charla, observé un cartel que decía: “Iglesia Unida se reúne en Deception Bay [Bahía de la decepción]”. Pensé que era interesante. Pero aún más confuso era el cartel que vi colocado en la entrada de compra rápida para autos de un restaurante Taco Bell que decía: “Pase a través de la ventanilla”. No había considerado atravesar la ventanilla para conseguir una comida rápida y económica, pero podría ser una opción. A menudo me había preguntado por qué los obreros viales siempre parecen tan abatidos hasta que vi carteles que llenaban el costado de la carretera que decían: “Hombres trabajando despacio”. En otra ocasión me causó gracia un cartel que estaba fijado a una cerca en un parque industrial. El cartel decía: “No fumar residuos químicos peligrosos”.

El punto es que los carteles pueden comunicar mensajes que no estaban previstos. Que las personas operen bajo la presuposición de que Dios nos dará una señal cuando tenemos que tomar una decisión importante o cuando no sabemos qué hacer puede ser una de esas ideas incorrectas a las cuales nos aferramos.

Dirección de la intuición

El dicho: “lo que te diga tu corazón” no es solamente un dicho. Los antiguos consideraban que examinar los órganos internos de los seres vivos era un método aceptable de buscar una señal de los dioses. En el libro de Ezequiel tenemos un vistazo de los rituales paganos en busca de sabiduría: “Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Tú, hijo de hombre, traza dos caminos por donde venga la espada del rey de Babilonia [...] Porque el rey de Babilonia se ha detenido en una encrucijada, al principio de los dos caminos, para usar de adivinación; ha sacudido las saetas, consultó a sus ídolos, miró el hígado” (Eze. 21:18-21).

Bueno, eso es asqueroso. Pero el mundo pagano convirtió el determinar la voluntad de los dioses en una ciencia. Disparar una flecha al aire para descubrir hacia dónde ir es un método llamado rabdomancia. Los ídolos a los cuales las personas ofrecían sacrificios con el propósito de obtener favores o buscar consejo eran llamados terafin. Pero en la época de Ezequiel, el método elegido para buscar sabiduría celestial era observar el hígado de las ovejas. Bruce Waltke comenta este fenómeno: “Los paganos elaboraron todo tipo de tareas especiales para ayudarles a determinar la mente de Dios. Cada una de esas tareas incluía buscar alguna señal especial dada por los dioses. La más popular era la hepatoscopia, el estudio del hígado. Los paganos creían que la memoria y la inteligencia residían en el hígado, no en el cerebro, y crearon una serie de técnicas de estudio para leer el hígado. El hígado era el órgano más pesado, por lo tanto si Dios iba a revelar sus pensamientos al hombre lo haría a través del órgano más pesado y supuestamente más importante”.5

Muchas ovejas inocentes han sido sacrificadas en tiempo de guerra o incertidumbre con el propósito de descubrir el plan de Dios. Puedes reírte todo lo que quieras, pero se trataba de una práctica común.

El antiguo presupuesto de que Dios debe hablar a través de una señal es un poderoso apuntalamiento para el proceso de pensamiento de creyentes y no creyentes por igual. Daniel Schaeffer reflexiona al respecto: “Las señales pueden ser difíciles de comprender de a ratos. Pensamos que sabemos lo que significan, pero ¿qué sucede cuando resultan no significar lo que se pensaba? Somos seres conscientes de las señales, constantemente buscándolas para determinar qué hacer a continuación”.6 Piensa en la cantidad de veces que te has preguntado si un evento era una señal de Dios. Una llamada telefónica inesperada. Una visita inesperada. Un cheque en el buzón de correo. Una carta de aceptación. Una oferta de trabajo. Un acto de bondad al azar. Un diagnóstico de salud positivo.

Muchas preguntas surgen cuando se suscita una conversación acerca de los comunicados milagrosos del dedo de Dios. ¿Qué determina que una señal sea una señal? ¿Cómo puede una persona distinguir entre eventos sobrenaturales y coincidencias? Aún si Dios fuera a darte una señal de dirección, ¿cómo sabrías lo que significa? ¿Por qué Dios no te da una señal cada vez que estás confundido? ¿Acaso hay momentos en la vida que son más “dignos de una señal” que otros?

La realidad es que las señales pueden ser imponentes, pero no siempre son lo que parecen ser. Schaeffer lo ilustra de la siguiente manera:

“Durante la guerra, la logística de suministros en el escenario de la guerra del pacífico se vio complicada por el hecho de que los pilotos de los Estados Unidos tenían que viajar grandes distancias por encima del océano abierto. A menudo, los aviones de carga se veían obligados a realizar aterrizajes forzosos en islas remotas, algunas habitadas por nativos que nunca habían visto un avión de cerca, y mucho menos las cosas que los norteamericanos cargaban en los mismos: latas de comida, ropa, radios, medicamentos. Luego de la guerra, este fenómeno terminó. Pero la esperanza no. Surgió un tipo de religión llamado “culto al cargamento”. Los creyentes adoraban los grandes pájaros metálicos, aquellos que se estaban oxidando en la jungla, y aquellos que sobrevolaban por encima de ellos. Oraban pidiendo que los aviones se estrellaran y les confirieran su cargamento mágico sobre ellos. Nunca sucedió”.7

Si bien la Biblia contiene ejemplos de Dios dirigiendo a su pueblo a través de señales, ¿se trata de la excepción o la regla? Observa el propósito de las señales y milagros que encontramos a lo largo de toda la Biblia y pregúntate: “¿Cuál es el propósito de Dios en este evento?” Pablo explicó: “Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1 Cor. 1:21-23, énfasis añadido). Según Pablo, Dios se interesa mayormente en ser conocido.

Algunos “creen” solamente cuando tiene sentido; otros “creen” porque se trata de un milagro. Pero no hay garantía alguna de que el conocimiento o inclusive una camionada de fuegos artificiales sobrenaturales hará que las personas respondan a Dios. Considera este principio aplicado en la parábola del rico y Lázaro. El hombre rico le ruega a Abraham que envíe a Lázaro a su familia para advertirles personalmente que eviten el aprieto en el que su estilo de vida egoísta lo ha metido. Pero Abraham le recuerda al rico que su familia tiene a “Moisés y los profetas” (la Palabra revelada de Dios) para considerar como guía en la vida. Insistiendo en el asunto aún más, el hombre rico le ruega a Abraham que envíe a alguien de entre los muertos, pues seguramente una forma representativa del más allá los convencería de vivir rectamente. Pero Abraham le recuerda sobriamente al hombre rico: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (Lucas 16:31).

Sin duda la lección es que la señal ya había sido dada en las páginas de la Palabra de Dios. Ni siquiera un fantasma de la ultratumba hará que cambien las personas. Steven Curtis Chapman escribió esta verdad en el canto “Waiting for Lightning” [Esperando al relámpago]. La canción dice:

La señal y la palabra

Dadas han sido

Y es por fe ahora

Que debemos ver, y prestar oído.

Luego el canto advierte: “Estás esperando oír truenos / Mientras él susurra suavemente tu nombre”.

Las señales y milagros son lugares peligrosos en los cuales colocar tu confianza por dos razones: En primer lugar, porque podemos sencillamente estar buscando “señales” que justifican lo que queremos. Y en segundo lugar, porque las agencias de Satanás pueden fabricar milagros que nos alejen de la Palabra revelada de Dios. Jesús les advirtió a sus discípulos: “Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mat. 24:24). Y refiriéndose a las agencias satánicas que engañarán al mundo durante los eventos finales de la historia de la tierra, Juan el revelador dijo que en su visión el representante de Satanás hace “grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres. Y engaña a los moradores de la tierra con las señales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia” (Apoc. 13:13, 14).

Buscar una señal es agotador. ¿Cuándo buscas? ¿Dónde y por cuánto tiempo? ¿En qué consiste un mensaje sobrenatural? Algunos dicen: “Sabrás cuando suceda”. Sinceramente, esa es la respuesta más insatisfactoria que haya escuchado alguna vez. En el mejor de los casos, tendemos a ser inconsistentes con lo que creemos que es verdad en nuestras vidas. En nuestros días, es sorprendente pasar de ser un escéptico acérrimo en un momento a ser una persona enfocada completamente en fenómenos y tontas señales al momento siguiente.

Un amigo mío, que por casualidad se auto-proclama ateo, apenas sobrevivió a un accidente automovilístico espantoso. Todos, desde la telefonista de emergencias hasta los agentes de seguros consideraban el hecho de que haya sobrevivido al accidente una evidencia de intervención divina. En el hospital, la primera declaración que me dirigió mi amigo fue: “¿crees que Dios está tratando de llamar mi atención?” Estaba sombrío y enseñable, dispuesto a abrirse a nuevas ideas –hasta que logró recuperarse. Entonces su testimonio cambió: en vez de pensar que Dios le había estado queriendo llamar la atención, atribuía su supervivencia a la efectividad de los airbag. Qué inconsistente.