Kitabı oku: «Libérate», sayfa 5
Nuestra memoria histórica se tambalea y se torna en una amnesia ingrata hacia todas esas Cármenes con las que también perderemos vivencias y testimonios irrepetibles. No olvidemos su verdadero mérito, más allá de sus frases jocosas, porque un país que olvida de dónde viene y de dónde salió difícilmente podrá valorar todo lo que venga por delante.
Carmen Xtravaganza
La hoy tan reivindicada escena neoyorquina de las Ballroom, con la serie Pose a la cabeza, guarda entre sus filas a una española que bien merece su lugar entre estas páginas. Nacida en Rota, Cádiz, el 9 de abril de 1961, Carmen Xtravaganza tiene a sus espaldas una vida de película.
A mediados de los años setenta, Carmen, que era hija de un musulmán americano, se marcha a Nueva York y deja atrás un país en transición para comenzar la suya propia. Encontró en la película Carmen Jones (1954) el motivo de su nombre, fascinada por la actriz Dorothy Dandridge. En 1983, entra a formar parte de la House of Xtravaganza, la única casa que en aquel momento acogía al colectivo latino. Se introdujo en el mundo de la moda, vivió el auténtico Vogue de cerca antes de que Madonna lo mostrase al mundo y dejó constancia de su paso por dicha escena en el documental Paris is Burning (1990).
A principios de los noventa, Carmen aterriza en España y pronto comienza a trabajar en las salas Morocco y Stella, ambas regentadas por Alaska, donde igual ejercía de anfitriona perfecta que se marcaba un baile sobre el escenario con su canción Soy una cabrona. Su impresionante belleza y su look racial, que tenía como gran referencia a su admirada Grace Jones, le abrieron las puertas de otras discotecas como Pachá, Xenon o la fiesta Shangay Tea Dance. En 1996, desfila para Francis Montesinos en la pasarela Cibeles, algo que para muchas sería un hito, pero que ella vivió con absoluta naturalidad debido a su constante vinculación con la moda. Ese mismo año forma parte del elenco de presentación del disco recopilatorio Dancing Queen y participa en su promoción a través de programas televisivos como Esta noche cruzamos el Mississippi o Esto es lo que hay, realizando en este último una entrevista en la que deja claro que una mujer también puede ser una drag queen. Un año después, en 1997, tiene una breve aparición en la película Airbag como una de las meretrices que acompañan al veterano Luis Cuenca en su particular caravana.
Carmen regresó a Nueva York, ya fallecida Angie Xtravaganza, su mother inicial, y ocupó su lugar como matriarca de la hermandad desde 1997 hasta 2003. Poco después volvió a España y continuó con sus shows, animando la noche de Madrid, Barcelona e Ibiza, con espectáculos ideados por ella misma. En septiembre de 2002, ser entrevistada por Mario Vaquerizo para la revista Primera Línea sirvió a Carmen para hacer un repaso a la situación del momento:
New York ya no es lo que era. Ahora ya no existe ningún sitio divino. Existe un miedo atroz por la cuestión terrorista y todos quieren venirse a Europa. El anterior alcalde cerró muchos locales, aunque es cierto que lo ha dejado muy bonito. Pero lo peor de este señor es que clausuró todos los locales puramente underground, se cargó esa cultura. Reconozco que me he quedado colgada de los ochenta, pero es que aquello sí que era divino. La mezcla de gente era total. Podías ir medio desnuda a la discoteca y no pasaba nada, ahora todo es un pijerío, una mierda que se palpa en el aire. Sí es cierto que están las pijas gais y las pijas musculosas de Chelsea, pero yo prefiero a la gente de verdad, a la que te mira a los ojos, no los que lo hacen por encima del hombro. Vamos, que de España ya no me mueve nadie.
Durante su nueva estancia en nuestro país, Carmen permaneció vinculada a la escena nocturna como relaciones públicas, y en 2006 acudió como invitada al programa Carta Blanca de la segunda cadena de Televisión Española. Dos años después, volvería a ocupar el lugar de madre en la House of Xtravaganza, hasta 2015. Hoy en día disfruta de la categoría de leyenda en el mundo Ballroom, del que formó parte activa y principal sin imaginar que haría historia.
Carne apaleada
Película rodada en 1977 y estrenada en enero de 1978, adaptación de la novela homónima y autobiográfica de Inés Palou. Dirigida por Javier Aguirre, narra en primera persona las vivencias carcelarias de la propia Inés, interpretada sublimemente por Esperanza Roy, bajo el nombre de Berta, quien encuentra el amor en la cárcel en manos de Senta, joven lesbiana encarnada por Bárbara Rey que cumple condena tras haber estrangulado a su amante, otra mujer de cuarenta y cinco años. Berta ingresa en prisión en 1968 debido a un continuado delito de estafas, vinculadas al estraperlo y la falsedad documental. Ahí conoce a otras muchas presas con las que entabla amistad, aunque ninguna le impacta tanto como Senta. Surge en ella un agudo instinto de protección que se mezcla con el deseo sexual, llegando incluso a enfrentarse a la cruel jefa de prisiones que acostumbra a humillarlas y someterlas a diversos chantajes. Cuando la relación entre ambas se afianza, son separadas y Berta comienza así un periplo por distintas cárceles hasta que logra la ansiada libertad. Es entonces cuando decide ir en busca de Senta, dispuesta a emprender con ella una nueva vida, sin imaginar que solo recibirá desprecio y que, además, será utilizada para firmar unos cheques sin fondos.
La película, fiel a su contenido autobiográfico, incluye tal y como ocurrió el momento de la muerte de la autora, que se lanzó a las vías del tren. Está claro que su suicidio no aparecía en la novela, publicada por Planeta en abril de 1975, ya que el trágico final ocurrió cinco meses más tarde. Antes de su premeditado desenlace, Palou envió a sus editores una nueva novela, Operación Dulce, publicada póstumamente, a la que adjuntó una carta donde legaba sus derechos de autor a la hija de su amiga íntima. Entre los motivos del suicidio, se barajó el miedo a volver a la cárcel tras la firma de los cheques sin fondo, así como su fracasada relación sentimental.
No se puede considerar a Inés Palou como una gran escritora, pero resulta innegable su capacidad narrativa. Su plasmación desprejuiciada de las vidas tanto de cada una de las presas como de sí misma resultaba novedosa, si bien la historia se resiente ante la falta de bagaje literario. Es muy probable que, con el paso del tiempo, hubiese perfeccionado su estilo, pero nunca lo sabremos. En cualquier caso, el mayor valor de la novela radica en que la autora reconociera sus delitos y confesara su condición homosexual.
Carne apaleada no recibió buenas críticas, pero se convirtió con los años en un auténtico filme de culto, nunca editado digitalmente y ausente de las televisiones durante más de dos décadas. Si bien la obra es hija de su época, no deja de ser un relato estremecedor y bien hilvanado en el que destacan las interpretaciones de actrices como Julieta Serrano, Terele Pávez, Pilar Bardem, Trini Alonso, Tota Alba, Enriqueta Carballeira y Yelena Samarina. Aunque la autora transmite en la novela casi de manera constante un sentimiento de culpa por su condición sexual, el filme muestra sus relaciones de manera desenfadada, incluyendo incluso una pasional escena de cama entre Esperanza Roy y Bárbara Rey, repleta de realismo y acorde a lo que muchos espectadores esperaban en los tiempos de la Transición.
La película obtuvo la clasificación S, letra que etiquetaba a aquellos largometrajes que podían herir la sensibilidad del espectador y de este modo servía de advertencia. Lo curioso es que hasta entonces dicha asignación solo se adjudicaba a producciones de alta carga erótica o fuerte carácter violento y esta vez se debió a motivos políticos: Carne apaleada fue considerada antifranquista, antidictadura y prodemocracia.
En el libro Mis charlas con Javier Aguirre y Esperanza Roy, escrito por Juan Julio de Abajo, la actriz comentaba: «Hay que tener en cuenta que por entonces muchas lesbianas no se ponían pantalones. A mí además me cortaron el pelo como a ella. Era una mujer que no entendía de política, pero que se enamoraba de mujeres y, por amor a sus compañeras vascas, se puso a favor de ellas en una huelga. Entendía de sentimientos. Se terminaron dando cuenta de que aquella mujer las quería ayudar, y no por cuestiones políticas, sino por sentimientos amorosos. Aquellas mujeres que, de alguna manera, eran valientes, consideraban que había mucho de ellas en aquella lesbiana». Por este papel, Esperanza Roy obtuvo la Medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos.
Centauros
Centauros fue, junto a Gay Club, la sala más mítica de transformismo madrileño en los años de la Transición, si bien es cierto que solo perduró en la memoria de quienes la vivieron y disfrutaron. Situada en la calle Santa Bárbara esquina con la plaza de San Idelfonso, estaba regentada por el empresario Emilio Aguado, que previamente había llevado la dirección artística de Always, otro local de ocio nocturno liberal en tiempos del tardofranquismo.
Centauros se caracterizó por ser el lugar de reunión de artistas y periodistas en sus veladas nocturnas, por lo que formaba parte del público habitual gente como Analía Gadé, Sara Montiel, Marisol, Antonio Gades, Susana Estrada, Agustín Trialasos, Ana Belén, Lola Flores, Amilibia o Ketty Kaufmann. La perfección de las imitaciones era la marca de la casa, destacando Miguel Velasco como Juanita Reina y Rocío Jurado, Nacha como Paloma San Basilio, Lucrecia como Massiel, Billy Holliday como Sara Montiel, Yasmín como Lina Morgan y Macarena de Linares como Lola Flores. Otros artistas que trabajaron en la sala fueron Eva la Gata, Rafael Lorca, Tamara, Luis Sarahay, Montoya, Félix, Adriana Ferrer, la enloquecida Josette, Ángel Castro y Cristian de Samil, entre otros.
En octubre de 1979, El País Semanal publicó un reportaje sobre el travestismo, con portada incluida, para el que recurrió a los artistas de Centauros. Miguel Velasco destacaba:
Nuestra vida no es tan rosa como la gente se cree. Ganamos muy poco. No tenemos contrato ni nada. El vestuario, los maquillajes y las baratijas salen siempre de nuestro bolsillo. Así que resulta que si tú das una línea de limpio y de aseado y de bien puesto, pues te lo gastas todo en eso. Para colmo, no tenemos ni días libres ni vacaciones. Y hay algunos espectadores que, encima, vienen en plan de cachondeo. No distinguen a un buen transformista de ese otro que va y, de buenas a primeras, se pone el vestidito de su hermana, los zapatos de su madre, una peluca de barato y ¡ale! Pese a todo, yo me doy por entero cuando actúo. Por respeto cabal a quienes me respetan. Y acabo como acabo. Sientes que los oídos van a estallarte, que el maquillaje se te deshace, que las pestañas se te caen o casi… Empapado, sudando como un diablo, regreso al camarín y allí… Llego muerto, de veras, y tengo que agarrarme a donde puedo para poder, de nuevo, respirar.
Josette, Billy, Montoya, Eva y Luis Sarahay son también entrevistados relatando sus vivencias y ambiciones. Luis recalca el mismo aspecto, el de los inconvenientes de su trabajo:
Trabajamos en malas condiciones. Abusan de nosotros en todas partes. ¿Por qué? Pues porque hay pocas salas especializadas. Y porque muchos piensan que lo nuestro no es serio. Para mayor desgracia, hay esquiroles que se ofrecen gratis. Como lo oyes.
La sala Centauros cerró sus puertas a finales de 1984 para dar lugar a New Centauros, situada en la plaza de Santo Domingo, más confortable y con un elenco artístico en ocasiones similar al que se sumaría la vedete Ana Lúpez. El nuevo local cerraría sus puertas antes de terminar el año 1986 por defunción de su dueño. Los únicos testimonios videográficos que se conservan del Centauros se hallan en la película Vestida de azul de Antonio Giménez Rico, que filmó en él algunas secuencias, y un capítulo de Página de sucesos, serie protagonizada por Patxi Andión, donde también aparece la sala durante una escena.
Christine
Christine Berna nació en 1956 y muy pronto, recién abandonada la adolescencia, comenzó a subirse a los escenarios de algunas salas de su Barcelona natal, como la Bodega Bohemia, destinada a debutantes y viejas glorias, y posteriormente la Bodega Apolo. Aún como principiante, trabaja una temporada en el cabaret Whisky Twist, y a finales de 1975 se traslada a Málaga para actuar en la sala Amara de Benalmádena, donde tenían cabida espectáculos de transformistas y mujeres trans. La propia Christine narró su periplo en el libro Travestis de Dardo Gómez, publicado en 1978, donde explica cuál fue el punto de partida de su proceso hormonal:
Cuando ya el cambio empezó a ser notable, consideré que lo mejor era irme de Barcelona; por aquel entonces no había tantas como ahora y la gente te miraba como muy extraña. Además, mis sentimientos también habían ido cambiando; me sentía bastante mujer y la cosa de la diversión así, alocada, ya no me iba. Me salió un contrato para Málaga y comprendí que esa era mi oportunidad. Allí ya me empecé a comportar enteramente como mujer; usaba toda la ropa unisex. Aún no me animaba a las faldas… Por cierto que me maquillaba; pero, como todos por allí sabían cuál era mi trabajo, nadie me molestaba. […] Fue entonces cuando me llamaron al servicio militar; eso me dio un gran susto, pues pensé que me iban a alejar de ese mundillo de Málaga en el que me sentía tan bien. Pero solo verme los médicos me dijeron que no y me pude volver para allá. […] Luego hubo que decírselo a mis padres cuando tuve que volver a Barcelona por cuestiones de trabajo; me fui chico y volví chica.
A su regreso del sur, Christine se convierte en 1978 en la vedete del Barcelona de Noche, con el espectáculo Gay Story. Para entonces ya es una asidua de publicaciones de corte erótico como Lib o Party, donde es entrevistada con regularidad y posa de manera sugerente. El prolífico director Ignacio F. Iquino, decidido a sumarse a la moda de películas S, cuenta con ella para su filme La basura está en el ático (1979) y la convierte en el capricho exótico y sexual de una pareja adinerada, con ataque de celos de por medio. A este debut le siguieron, también bajo la dirección de Iquino, La desnuda chica del relax (1981), donde interpreta a la madame de un burdel clandestino, y Los sueños húmedos de Patrizia (1982), en la que su personaje está destinado al manido juego de desvelar un misterio genital que nada aporta a la trama. Su papel más relevante llegaría con El vicari d’Olot, dirigida por Ventura Pons en 1981, en la que interpreta a Kaipé, mote grotesco al ser «a la vez carne y pescado», una joven que altera los sentimientos e ideologías del párroco del municipio catalán al que da nombre la película.
En 1979, Christine se subió al escenario del Teatro Victoria con el espectáculo Ágata con locura, protagonizado por Ágata Lys y Ángel Pavlovsky, para más tarde comenzar una gira de galas con espectáculo propio. En 1981, forma parte del programa de actuaciones musicales Gent d’aquí, emitido por la televisión de Cataluña; después grabaría un casete junto a otros artistas, en el que interpreta las canciones Es mi hombre y Mi corazón pertenece a papá. Tras un periplo de actuaciones estivales en salas de Sitges y Málaga llega como estrella invitada al madrileño Gay Club en 1983. A mediados de los ochenta, su trabajo se centra en salas y cabarets del circuito barcelonés: una temporada en Ciro’s, una muy fugaz en El Molino y ya mayor tiempo en locales de la Cadena Ferrer como New York o Starlets. Regresa al Teatro Victoria con el show Tangas de Brasil y, tras sendas incursiones cinematográficas en Barcelona Connection (1988) y, junto a Constantino Romero y Eva León, el telefilme Olímpicamente muerto (1985), que adaptaba las aventuras del detective Pepe Carvalho, la artista decide retirarse. Corría el inicio de los noventa y ella acababa de contraer matrimonio.
En 2008, Christine regresa a los escenarios de manera puntual para el espectáculo-tributo al compositor Juan de la Prada, realizado por la compañía La Cubana, en el que rememora el show Cómeme el coco, negro, donde Christine colaboró junto a otras artistas del Paralelo. Desde entonces ha actuado en locales como la sala Picasso, en homenajes especiales y en la serie Rhesus (2010) de TV3. Actualmente forma parte del grupo musical COUgangGAR, capitaneado por la vedete francesa Bianca, el cual reivindica un lugar para las mujeres maduras del espectáculo.
Coccinelle
Si bien la misión de este libro es reivindicar la cultura LGTBQ más disidente del solar patrio, hay que hacer una excepción de honor con la artista francesa Coccinelle. Su merecido lugar se debe a su vinculación insólita y estelar con España. Para su entrada me permito referenciarme a mí misma y acudir al artículo que le dediqué en su día a través del portal Vanity Fair, que llevaba por título «La mujer transexual que desafió a Franco y hoy tiene una calle»:
Coccinelle nació en 1931 en la ciudad de París y bajo otro nombre que ella pronto sintió que no le correspondía. Al abandonar la escuela, con tan solo 15 años, comenzó a trabajar como peluquera y a formarse como bailarina. En 1953 debuta en Madame Arthur, mítico cabaret parisino por el que desfilaban multitud de artistas transexuales y transformistas. Es entonces cuando adquiere el nombre de Coccinelle, cuya traducción es mariquita, debido a que en sus inicios siempre vestía un traje rojo con topos negros, por lo que una de sus compañeras le acuñó el apodo, como guiño al insecto. No faltaría mucho para que Coccinelle se deshiciese de aquel vestido y comenzase a lucir conjuntos de Christian Dior.
A finales de los años 50 viaja a Casablanca para ponerse en manos de Georges Burou, famoso ginecólogo cuya popularidad residía en realizar las entonces llamadas operaciones de cambio de sexo: novedosas, inauditas, y bajo métodos bastante primarios que lograban satisfacer a sus pacientes. Lo cierto es que antes de Coccinelle ya se habían sometido a esa intervención otras mujeres como Christine Jorgensen o Lili Elbe, pero fue la vedete francesa la que acaparó la atención mediática debido a su belleza y la fama que la precedían sobre el escenario. El mito de Coccinelle no había hecho más que comenzar y ella pronto declararía en la prensa: «He nacido dos veces».
Al poco tiempo se convierte en la estrella absoluta del Carrousel de París, una de las salas más célebres de la capital, que presumía de tener un elenco de exuberantes mujeres que realizaban espectaculares giras por todo el mundo. Coccinelle comienza a grabar discos y funda la asociación Dévenir Femme, con la intención de ayudar a otras mujeres transexuales.
Su repercusión incrementa cuando en 1960 decide contraer matrimonio por la Iglesia con un periodista deportivo. Vestida de blanco y acompañada del brazo de su padre se dirigió hacia el altar, en una boda que contó con la bendición del cura y por lo tanto del Papa Juan XXIII, que destacaba por su intención aperturista de la Iglesia y que se creó enemigos del lado más conservador. Este hecho resulta insólito todavía a día de hoy, pero hay que tener en cuenta que tras aquella famosa operación Coccinelle se había convertido legalmente en mujer y contaba con el beneplácito de las grandes esferas. Aquel enlace estuvo repleto de expectación, con admiradores, compañeras e incluso detractores que acudieron a la puerta a insultarla.
Es en 1962, en plena dictadura franquista, cuando es contratada en la sala Pasapoga de Madrid, toda una institución del cabaret y el music-hall hoy convertida en unos grandes almacenes. Los periódicos la anunciaban y advertían que su actuación se limitaba únicamente al horario nocturno, evitando su presencia en la función de tarde debido al morbo que la precedía y relegándola así a un horario de público únicamente adulto. Precisamente dicho morbo hizo que el éxito fuese constante y su contrato se prorrogó durante meses, agotando las localidades. Cuando finalizaba su espectáculo se producía un notable silencio y apenas se escuchaban aplausos, debido a que el público quedaba atónito al contemplar a la que era catalogada como un fenómeno.
Tampoco resultaba raro ver a Coccinelle paseando por la Gran Vía madrileña en su deportivo descapotable, deslumbrando a los viandantes y disfrutando de la que sería para siempre su época dorada. Pese a ello, la prensa nacional silenciaba su existencia por no ser completamente del agrado del régimen, con el aura de tabú que la acompañaba.
Un año más tarde Coccinelle debutaría en el teatro Olympia de París, que pocos meses antes había tenido en su escenario a Édith Piaf. La vedete se consagra con su exitoso espectáculo Cherchez la femme, mismo título de una de las canciones que grabó en aquel momento y que viene a traducirse como «busca a la mujer», animando en su letra a que la examinen. Francia se rinde a sus pies hasta el punto de que, en una ocasión, mientras compraba en una céntrica joyería, los viandantes descubrieron a la artista dentro del local y comenzaron a agolparse. En pocos minutos, curiosos y admiradores crearon un tumulto que hacía que fuese imposible salir a la calle, por lo que tuvo que venir un helicóptero a llevársela desde la azotea del mismo edificio.
Durante la década de los sesenta fue reclamada para el cine con pequeños papeles en películas como Noches de Europa y El Don Juan de la Costa Azul, en Italia; Días de viejo color, en España, o Los viciosos, en Argentina. Es en este último país donde conoce a su segundo marido, que ejercía de bailarín en su espectáculo y con el que se casa en 1966. Bodas, divorcio y éxito, la vida de Coccinelle iba más rápido de lo que la sociedad podía asimilar, mientras ella parecía reírse del mundo desde su habitación del Hotel Alvear, el más lujoso de aquel Buenos Aires.
En los años posteriores la artista continuó llevando su espectáculo por medio mundo. España volvió a reclamarla y ella regresó a Madrid, actuando también en Barcelona y Sevilla, donde los anuncios publicitarios seguían tratándola con cierto morbo. Sirva de ejemplo: «La estrella más discutida de la historia, cuyo intrigante pasado acaparó la atención mundial» o el malintencionado «La vedette vedetto que más dio que hablar en los últimos años».
Durante la década de los setenta la artista se paseaba con su coche por el Festival de Cannes, buscando conquistar la atención de los medios. Comenzaba una etapa de cierto declive, pese a que el trabajo no cesaba. Presentó en Barcelona un espectáculo titulado Hippirama y se trasladó a Berlín para convertirse en la estrella del Chez Nous, teatro que se caracterizaba por ser el templo del transformismo en Alemania. No es hasta mediados de los ochenta cuando regresa a París, donde escribe su autobiografía y retorna al cabaret de sus inicios.
Poco tiempo después su situación económica se agravaría, según aseguró su entorno debido a que nunca ahorró y no supo administrar toda la fortuna que ganó. Se deshizo de su coche, de su vivienda, de sus joyas y de todos los abrigos de visón que presumía de tener en todos los colores. A partir de 1992 se traslada a vivir a Marsella, donde contraerá matrimonio por tercera vez y actuará esporádicamente hasta su fallecimiento en 2006 a causa de un derrame cerebral. Su última voluntad era ser incinerada en la más estricta intimidad, celebrándose una misa en su honor.
El 18 de mayo de 2017, el Ayuntamiento de París inauguró un paseo con su nombre, al que acudió la alcaldesa Anne Hidalgo con un discurso que destacaba la labor de Coccinelle. Es la primera calle que se dedicó en Europa a una persona transexual. Aquella mujer que durante décadas fue tratada como una atracción de feria, hoy goza de categoría de leyenda.
Hasta aquí el artículo que resume su vida y méritos. La vinculación de Coccinelle con España fue constante, pese a que no se le diera la importancia que merece. Además de su espectáculo en Pasapoga en 1962, continuó visitando nuestro país durante los años del franquismo y actuando en varias salas de fiestas, tales como La Riviera en 1963, la barcelonesa New York en 1966 y la sala El Oasis en Sevilla durante ese mismo año; en la prensa se anunciaba como «La mujer que apasiona. El caso clínico de la historia al alcance de sus ojos». También actuó durante un tiempo en el madrileño York Club en 1969 y en el mítico Barcelona de Noche en las temporadas de 1973 y 1974 junto a Dolly Van Doll. En los inicios de la Transición, regresó a España para actuar en 1977 en la madrileña sala Yulia, y más tarde en el Cisne Negro, en un momento en el que Coccinelle ya había obtenido todos sus logros (y en tiempos mucho más difíciles). Su incursión en el cine de nuestro país se limita a la película Días de viejo color, dirigida por Pedro Olea en 1968, donde aparece brevemente como invitada a una fiesta surrealista en la que deja atónita a la actriz Fernanda Hurtado tras demostrar su maña a la hora de ponerse un vestido.
En 1990, acudió como invitada al programa Un día es un día, presentado por Àngel Casas en TVE, donde tuvo ocasión de rememorar sus vivencias.
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