Kitabı oku: «Dulce enemiga», sayfa 2
CAPÍTULO 3
Decepcionada de no poder ver a su amiga, se pasó la tarde ayudando en las labores del convento, pero decidió que en cuanto pudiera le diría a la madre superiora que quería trabajar en la casa grande, tal vez ella le conseguiría un empleo de manera más rápida. Era muy favorecida por la duquesa, tal vez ella le podría enviar una misiva a la duquesa pidiendo el favor de que la aceptara como doncella.
Claro, con lo que no contaba es que la madre superiora se pusiera enferma y se opondría rotundamente a ayudarla para conseguir ese empleo. Al parecer, había cogido unas fiebres espantosas que la dejaban agotada, pero Marian se negaba a tener que esperar por más tiempo para poder saber algo de Olivia; así que, aprovechando que las hermanas eran las encargadas del convento, pidió permiso para salir a visitar a su amiga. Las hermanas, que sabían de lo unidas que estaban, no fueron capaz de negarse a tal súplica. Aunque tuvo que rogar de manera insistente, por fin comenzaría el viaje para reunirse con Olivia.
El camino era largo y para llegar a la zona más concurrida de Londres tenía que caminar por varias horas, pero eso no se lo dijo a las hermanas para que no se preocuparan. Les aseguró que tomaría un coche de alquiler tan pronto como le fuera posible conseguir uno. Los pies le dolían de haber caminado mucho, tanto, que tuvo que detenerse varias veces por el camino para descansar. Nunca antes había hecho un viaje tan largo a pie y el camino no ayudaba mucho porque la gravilla le lastimaba la planta de los pies, y eso que llevaba puestos sus botines que le quedaban enormes, pero eran los zapatos más resistentes que tenía. Tenía que darse prisa si quería llegar antes de que cayera la tarde. Había salido al alba, así que esperaba estar a buena hora en la casa de la duquesa, de otra manera, estaría en problemas porque no tendría dónde pasar la noche.
Nunca un trayecto se le había hecho interminable como ese, pero si quería saber algo de su amiga bien valía la pena tanto esfuerzo. En cuanto llegó a lo más concurrido de la ciudad, se detuvo a descansar en un banquillo del parque que estaba alejado de la vista de la buena sociedad londinense que salían de paseo en sus caballos o en calesas. Se quedó maravillada con la muestra de opulencia y lujo con la que vivía la alta sociedad. En ese preciso instante estaba cautivada por los vestidos de las damas que, de manera primorosa, daban color al paisaje; sin querer, se miró su vestido color gris y sus botines que eran un número más grande; para su mala suerte, incluso estaban llenos de lodo. Suspiró pensando que deseaba tener otra vida, no es que anhelara pasarse la vida de fiesta en fiesta como lo hacían las damas de sociedad, pero lo que sí deseaba era tener una vida fuera del convento. A escondidas, leía ciertas novelas que había encontrado en la biblioteca donde gallardos caballeros llegaban a rescatar a damiselas en peligro y no es que se considerara una, pero el sentimiento que reflejaban en esas páginas parecía tan real que para Marian era casi imposible concebir un amor tan grande. El único cariño que tenía en la vida era el de Olivia, que era como su hermana, aunque no lo fuera de parentesco, el vínculo que las unía era mucho más fuerte que la sangre.
Se pasó una mano por su cabello tratando de acomodar un mechón que se había escapado de su moño que llevaba bajo la nuca. Se levantó para acercarse a un charco de agua y tratar de limpiar sus botines. No quería llegar sucia a la casa de la duquesa y dar una mala imagen. Sintió que uno de sus botines se atoraba entre el pasto del parque, al jalar fuerte sintió cómo se despegaba la suela, mojando su pie por completo.
¡Fabuloso, ahora sí que llegaría hecha una auténtica pena! Salió arrastrando parte de la suela de su zapato y caminó por una de las veredas empedradas sin percatarse que detrás de ella caminaban un grupo de mujeres acompañadas por sus respectivas doncellas. Tan distraída estaba que no se dio cuenta de que llegaban a su altura y una de las damas la empujaba, provocando que cayera de golpe al suelo, mientras las demás se reían disimuladamente detrás de sus abanicos. Levantó la vista y se quedó paralizada al reconocer en ese grupo de mujeres un rostro demasiado familiar, la misma mujer que la había empujado era alguien tan cercana para ella que del asombro no fue capaz de decir una palabra. No podía ser, estaba segura de que su ansia por encontrar a su amiga la empujaba a imaginar cosas que no eran, la elegante dama que la había empujado nada tenía que ver con ella.
—¿Estás bien? —Escuchó que le decía una voz preocupada, giró la vista para ver que una de las doncellas que acompañaba a las mujeres le sonreía con amabilidad y por un instante sintió ganas de llorar. Volvió la vista al suelo para ver sus manos raspadas y llenas de lodo. En su mente no se dejaba de repetir el pensamiento de que tenía que estar equivocada. No podía ser cierto, pero esa mujer era tan parecida a Olivia que podría jurar que eran la misma persona—, ¿estás bien? —le preguntó la doncella de nuevo; esta vez la voz la sacó de sus pensamientos, se levantó con dificultad del suelo tratando de no mostrar el dolor por la caída.
—Claro —dijo limpiándose las manos en la falda de su vestido dejándola sucia, pero ya nada le importaba, de cualquier manera, llegaría hecha una pena—, soy una torpe, seguramente he tropezado con la gravilla.
Ambas sabían que no era cierto, pero no podían decir nada en contra de sus señoras, ya que llevaba el riesgo de ser despedidas o incluso llevarse un buen castigo. La doncella, al ver su zapato despegado, frunció los labios en una fina línea como si desaprobara su aspecto. Por suerte no dijo nada, Marian la miró con detenimiento, era una chica muy joven, posiblemente tendría unos dieciséis años. Sus mejillas regordetas sonreían con amabilidad.
—Me llamo Molly, me tengo que marchar o mi señora se pondrá furiosa.
—Estoy bien, no te entretengo más. —El grupo de mujeres estaban lo bastante lejos como para que Molly las alcanzara, pero esta con un gesto de asentimiento se puso a correr hasta ponerse a la altura de las demás doncellas. Después de perder de vista a aquellas mujeres, se dio cuenta de que estaba obstruyendo el paso de los pocos que pasaban por el camino.
Tenía la cabeza hecha un lío, podría jurar que la mujer que vio caminando con un vaporoso vestido color rosa, era su amiga Olivia, pero estaba segura de que eran imaginaciones suyas, porque, ¿de dónde sacaría ella un vestido tan lujoso, por no hablar de que estaba acompañada por distinguidas mujeres como si fuera una dama de la alta sociedad? No, estaba segura que su imaginación la había traicionado, las ganas por saber algo de ella estaban haciendo estragos en su mente.
Trató de serenarse y dejó de pensar en esa mujer que había visto minutos antes, decidió que lo mejor era seguir su camino y terminar con su cometido. Como no sabía dónde estaba la casa de los duques, fue preguntando en los puestos del mercadillo. Algunas personas la miraban recelosas y otras, en definitiva, la ignoraban. Al pasar por un espejo que estaba en una puerta principal de una bonetería se dio cuenta de su lamentable aspecto. Ahora entendía por qué la miraban con desconfianza, literalmente parecía una vagabunda.
Una muchacha que vendía flores en una esquina, fue la única que la ayudó a llegar a la casa donde trabajaba su amiga; por suerte, ella surtía todas las mañanas las flores para el ama de llaves de esa casa y no tuvo ningún problema en llevarla hasta la puerta por donde entraba la servidumbre. Ya con el simple hecho de ver la hermosa casa estilo georgiano, que era digna de admiración, le provocó que los nervios la atacaran. Con paso vacilante se acercó a la parte trasera de la casa, donde el movimiento dentro de las doncellas y lacayos era frenético, como si fueran a tener una celebración de gran magnitud. Detuvo a una doncella que caminaba apresurada cargando una enorme cesta de sábanas blancas.
—Disculpa, ¿te puedo hacer una pregunta?
—Dígame —dijo la muchacha mirando de reojo a la puerta de la casa, como si por el simple hecho de estar detenida con ella la fueran a reprender.
—¿Sabes dónde puedo localizar a Olivia? —preguntó buscando con la mirada a su amiga por los alrededores.
—¿Olivia? No conozco a nadie con ese nombre, señorita.
—¿Estás segura? —preguntó Marian desesperada por tener alguna respuesta. Su amiga no podía haber desaparecido, así sin más. Alguien tenía que haberla visto en cuanto llegó a la casa a trabajar—. Tuvo que haber llegado con la duquesa hace semanas. Venía a trabajar como doncella al servicio de su excelencia.
La doncella pareció pensar bien su respuesta, como si tratara de recordar un detalle importante que se le estuviera escapando.
—No lo creo, señorita, el día que la duquesa llegó fue muy ajetreado, al parecer, la asaltaron en el carruaje donde venían, le iban a disparar a su hija y la duquesa se interpuso.
Estaba a punto de replicar que la duquesa no tenía ninguna hija, pero decidió mejor callárselo porque, a fin de cuentas, ella no sabía nada de lo que se suscitaba entre la buena sociedad.
—¿Quién podrá informarme? —preguntó mirando a todos lados.
—Pues, solo que pase hablar con el ama de llaves, a lo mejor ella sabe si la enviaron a servir a otra casa. —Las palabras de la doncella se perdieron en el bullicio de los demás empleados al entrar en la casa, pero Marian estaba con la mirada perdida en algún punto fijo y ese punto no era otro más que su amiga, sí, esa mujer a la consideraba su hermana, la imagen que sus ojos estaban viendo la descolocaba completamente. Olivia estaba de pie observando a través de una de las ventanas de la casa, miraba a todos lados como si buscara algo, estaba vestida con el mismo atuendo con el que se la encontró de paseo junto con las demás damas de la nobleza. El mismo atuendo de la mujer que la había empujado sobre la empedrada vereda para que cayera al suelo. Sus miradas se encontraron y en sus ojos pudo ver el nerviosismo que la embargaba. Su amiga le hizo una seña para que la esperara y después desapareció de la ventana dejándola confundida.
CAPÍTULO 4
Después de unos minutos que a Marian se le hicieron eternos, Olivia salió por una puerta lateral de la casa y la llamó para que se acercara; por su mente comenzó a pasar una idea descabellada, recordó el día que Olivia le dijo que se haría pasar una dama de sociedad para conseguir casarse con un noble. Un miedo la comenzó a recorrer; sabía que si descubrían a Olivia corría el riesgo de que la condenaran a prisión o incluso podría terminar colgada en la torre de Londres.
—¡Apresúrate, Marian!, ¿es que quieres que alguien te vea? —La urgencia con la que la llamaba, hizo que se diera prisa, aún no podía creer cómo Olivia era capaz de engañar a esas personas.
En cuanto pasó por la puerta la condujo a un cuarto pequeño, era una salita decorada en tonos color rosa con flores de color violeta que a ella le encantó, los sillones tenían un tapizado primoroso que hacía juego con las paredes. Todo en esa habitación decía que la familia tenía dinero, mucho dinero. Eso le llevó a recordar el motivo por el que estaba ahí y recordar que necesitaba explicaciones.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? Es una locura lo que pretendes hacer. Cuando me contaste tus planes jamás imaginé que los llevarías a cabo —dijo exaltada, ¿es que acaso su amiga no comprendía la magnitud del problema?
—¡Cálmate! —dijo su amiga, mientras la tomaba del brazo y la llevaba hasta un sillón—. Toma asiento, ¿qué planes crees que estoy llevando a cabo?
—Los de hacerte pasar por una dama de sociedad para encontrar un marido con dinero. ¿No entiendes el peligro que estás corriendo al mentir a la buena sociedad? —dijo alterada.
—Tranquila, que no le estoy mintiendo a nadie. —Escuchó que decía Olivia, al girar la vista y ver su rostro, se dio cuenta de que sonreía como el gato que se comió al ratón—. Prepárate para esta noticia que te voy a dar. —Su amiga se sentó a su lado en el mullido sofá y le tomó de las manos mientras la miraba fijamente a los ojos—. Marian, he encontrado a mi verdadera madre.
De todas las respuestas que le pudo dar, esa era la que menos se esperaba. Si alguien le hubiera dicho que alguna de las dos encontraría a su familia, se echarían a reír como si fuera la frase más divertida. Las palabras se le quedaron atoradas en la garganta como si un nudo se le hubiera instalado en el pecho, tenía un sentimiento muy extraño, se alegraba mucho por su amiga, era una excelente noticia que tenían que festejar, pero algo muy dentro de su corazón no la dejaba ser completamente feliz por Olivia y solo tenía una sola palabra para ese sentimiento: envidia.
—¿Es que acaso no te alegras, Marian? —preguntó su amiga ante el silencio que reinaba la salita.
—No es eso, me ha tomado por sorpresa —dijo sonriendo, tratando de ocultar su tristeza.
—Cuando te cuente cómo fue el encuentro, no te lo vas a creer.
En ese momento, su mente comenzó a registrar la magnitud de lo que le había cambiado la vida a su amiga. Si Olivia estaba viviendo en la casa de los duques, eso quería decir que su amiga era la hija que habían perdido años atrás.
—¿Cuéntame cómo fue? —A pesar de sentir que una tristeza la embargaba trató de sonreír, era lo menos que podía hacer.
—Fue todo tan de sorpresa, ¿recuerdas que tengo un lunar en forma de estrella?, aunque casi no se me nota porque siempre llevo puesto mi camafeo. Bueno, pues en el trayecto para la casa, nos atacaron unos asaltadores de caminos y cuando me pedían que les diera el collar me lo tuve que quitar, dejando al descubierto mi lunar; la duquesa, al verlo, comenzó a llamarme hija, llorando desconsolada. Eso distrajo a los asaltadores, mientras que el cochero y los lacayos sacaban sus armas, lo único malo es que los bandidos no se daban por vencidos de irse sin su botín y por querer quitarme el camafeo, intentaron dispararme. La duquesa se interpuso entre nosotros y salió malherida. —Ahora todo tenía un sentido, mejor suerte no podía tener su amiga, ser hija de los duques de Brentwood era más que un sueño para ella.
—¿Qué pasó con la duquesa? Nos extrañó que en esta última entrega de víveres no fuera ella en persona.
—Madre no sale mucho, ha estado convaleciente después del disparo. Y padre tiene la salud delicada desde hace años. Aunque con mi llegada dicen que ha vuelto a la vida.
Era sorprendente cómo una persona que había crecido sin familia, ahora nombrara a dos seres como madre y padre con tanta naturalidad. Ahora las cosas serían distintas. La melancolía le comenzó a invadir al descubrir que había perdido a su amiga para siempre, ahora pertenecían a dos mundos distintos y esa sería la despedida de una amistad de toda la vida.
—Me alegro mucho por ti, porque si alguien merece tener un hogar con unos padres que la quieran, esa eres tú, Olivia. Pero supongo que esto es un adiós para nuestra amistad.
—¿Por qué dices eso? —Olivia, por un momento, se vio desconcertada.
—Porque la hija de un duque no puede ser amiga de una huérfana.
—A lo mejor padre puede ayudarte a buscar un lugar donde trabajar.
Marian estaba a punto de decir que por el momento estaba bien en el convento, cuando la puerta de la pequeña salita se abrió, dando paso a la duquesa que llegaba con un primoroso vestido verde oliva con bordados en color negro. Marian se levantó de golpe del sillón, para hacer una reverencia.
—Su excelencia —dijo casi en un murmullo. Nunca se había atrevido a hablarle a la duquesa, siempre eran las hermanas del convento las que hablaban y ellas se dedicaban solamente a mantenerse de pie mientras agachaban la cabeza o realizaban una reverencia.
—¿Quién es tu acompañante, Olivia? —preguntó la duquesa mirándola fijamente.
—Es una compañera del convento, en realidad, se trata de mi mejor amiga, Marian.
—De acuerdo —dijo la duquesa con gesto condescendiente—. Marian, si eres amiga de mi hija, sois bienvenida a esta casa.
—De hecho, madre, quería pedir su consentimiento para que Marian sea mi nueva doncella.
Las palabras de Olivia la dejaron muda, todo lo que estaba pasando en ese momento la estaba dejando aturdida, la actitud de su amiga era fría y superficial, no era en ningún momento la que correspondía con la personalidad de ella, es como si frente a la duquesa, Olivia se convirtiera en otra persona.
Por mucho que Marian quiso negarse a trabajar en la casa grande como doncella de Olivia, al final la duquesa terminó convenciéndola. Por supuesto, ella nunca había desempeñado las labores de doncella y estaba perdida en lo que eran sus obligaciones, si bien era cierto que en el convento las formaban para entrar a trabajar en las casas de los señores, no estaban preparadas para ocupar grandes cargos como lo era ser doncella principal.
La habían instalado en una de las habitaciones del servicio que estaban ubicadas en la tercera planta, para que pudiera estar más cerca de lady Olivia. Los demás miembros del servicio la miraban como si fuera una apestada, e incluso llegó a escuchar comentarios sobre que ciertas personas tenían preferencias dentro de la casa. Al pensar en que debía referirse a su amiga ahora con su título aristocrático, casi le dieron ganas de reír. Toda la vida conviviendo con alguien que pertenecía a otro mundo, lamentaba que su amiga tuviera que pasar por esa infancia tan difícil, pero a partir de ese momento sus vidas habían cambiado para siempre. Los primeros días se limitaba a servir solamente a Olivia en lo que ella le pedía, prácticamente tenía que ser su sombra y estar a su entera disposición todo el día y la noche.
A veces, le desconcertaba el comportamiento de Olivia, trataba a la servidumbre de la casa de mala manera, siempre estaba gritando y llamando tontas o estúpidas a las doncellas cuando no cumplían con los caprichos que ella pedía. Marian pensaba que eso se debía a los nuevos lujos a los que se estaba acostumbrando, al ser hija de un duque se le estaba permitido ver a los demás con suficiencia.
Casi no podía platicar con su amiga porque tenía una vida social muy ocupada y, eso que aún no era presentada en sociedad. Suspiró tocando el precioso vestido con volantes en color lila, el cual era una verdadera obra de arte. Con mucho cuidado lo dejó sobre el respaldo de la silla del tocador. En unos minutos tenía que despertar a Olivia de su siesta, se acercó al enorme ventanal para correr las pesadas cortinas y, sin querer, su mirada fue a parar al carruaje que acababa de llegar; del pescante de este descendía el cochero que había visto en el convento.
Sin saber por qué, su corazón comenzó a latir más rápido. Sin temor a saberse descubierta lo observó con detenimiento: era muy alto y fuerte, se notaba que realizaba tareas pesadas. A Marian se le cortó el aliento al ver cómo miraba en dirección a la ventana donde estaba ella, era como si de alguna manera se sintiera observado, para su mala suerte el cochero dio la media vuelta y entró en los establos donde uno de los lacayos ya había desenganchado los caballos.
Era la primera vez que tenía ese tipo de sensaciones, nunca en su vida la presencia de un hombre le hizo que la piel se le erizara incluso estando en la lejanía, pero debía dejar de tener esos pensamientos, ella se encontraba ahí para estar junto a su amiga, sirviendo para ella, así que lo mejor era que se olvidara de ese hombre por su bien. Escuchó que las sábanas de la cama se movían sacándola de sus pensamientos. Era hora de despertar a su señora.
—¿Estás despierta, Olivia?
CAPÍTULO 5
—¡Eres la más estúpida de las doncellas! —Escuchó que decía Olivia. Su vestido tenía un doblez que ella no había visto, tal vez al momento de ponerlo sobre la silla uno de los volantes se había quedado prensado entre las múltiples capas de tela.
—Discúlpame, Olivia, no quise que sucediera eso —dijo Marian tratando de alisar los faldones para que no se siguiera marcando los volantes de la falda.
—Tal vez si no hubieras estado como una boba mirando por la ventana, te habrías percatado de que mi vestido no estaba listo. Tengo un té con la condesa de Bournemouth. ¡¡No puedo ir así!!, ¡¡ eres una estúpida!! —los gritos se debían de escuchar por toda la casa. Olivia siempre fue una persona de carácter muy fuerte, incluso algunas veces cuando se enojaba estallaba en cólera, pero nunca en su vida la había insultado de esa manera.
La puerta de la habitación se abrió dejando ver a la duquesa que se acercaba a comprobar que su hija estuviera bien.
—¿Qué sucede, cariño? —dijo la duquesa preocupada, mirándola como si fuera una serpiente venenosa que estuviera a punto de atacar a su pequeña.
Ante el asombro de las dos, Olivia rompió a llorar desconsolada. La duquesa se acercó a ella para calmarla y Marian únicamente pudo murmurar una disculpa realizando una torpe reverencia, para después salir de la habitación. Sentía que los ojos se le llenaban de lágrimas. Olivia era como su hermana, y Marian daría la vida por ella si fuera necesario. La frialdad con la que la había tratado y la manera en la que la insultó prácticamente como si fuera menos que una criada, era algo que no podía soportar.
Por su mente pasaron las imágenes de cuando ellas eran pequeñas, de las mil y una travesuras que vivieron en el convento, de cómo se consolaban cuando eran castigadas, aunque la mayoría de las veces se metían en problemas por culpa de Olivia, pero ella soportaba los castigos porque ante todo eran hermanas, y solo se tenían la una a la otra. Pero ahora parecía que a la mujer que consideraba su hermana, la apartaba a un lado para dejarse envolver en la buena sociedad. No podía culparla, cualquiera en su situación estaría encantada de vestir de manera elegante, envuelta en preciosas telas, siendo halagada por los caballeros para convertirse en la esposa de alguno de ellos.
Salió corriendo de la casa con dirección a la parte donde se encontraban los establos, sin importarle si alguien la miraba, no sabía por qué se sentía de esa manera tan sensible. Trataba de contener las lágrimas, pero fue imposible, la vista de pronto la sintió empañada por el llanto, de manera que no se dio cuenta de que alguien estaba parado en su camino, lo que provocó que chocara con una pared sólida o eso es lo que ella creía, pero, en definitiva, tuvo tan mala suerte que cayó en seco en el suelo. La espalda le dolía horrores, trató de levantarse, pero el dolor era más fuerte.
—¿Está usted bien? —esa voz la reconocía perfectamente. Gimió interiormente pensando que no podía quedar más en ridículo que en ese momento. Olivia le repetía de manera constante que debía llevar pintado en la frente la palabra peligro, no entendía cómo es que era tan patosa. Las palabras se quedaron atoradas en su mente y cerró los ojos como si con eso el hombre que tenía delante de ella fuera a desaparecer.
No supo cuánto tiempo estuvo en esa posición, solo cuando sintió que unas manos la levantaban como si no pesara nada, tomándola de la cintura, abrió los ojos desmesuradamente. En cuanto estuvo con los pies sobre la tierra, se giró para comprobar que no se equivocaba, ahí estaba el hombre que trabajaba como cochero en la casa, mirándola con una sonrisa ladina. Se quedó tan asombrada, tenía los ojos de color gris, algo que ella nunca había visto, la nariz perfilada junto con unos labios gruesos hacía que su rostro pareciera tallado por algún escultor de esos que había escuchado que estaba de moda. Ella había visto esculturas en los libros de la biblioteca del convento, y ese hombre era mucho más guapo de lo que le había parecido en su primer encuentro.
Se repitió que seguramente su amiga tenía razón, ya que en ese momento parecía una tonta. Lo correcto era que se alejara pidiendo una disculpa, pero literalmente estaba atrapada en su mirada.
—Discúlpeme —fue lo único que pudo decir de forma coherente. Por más libros sobre protocolo y buenas costumbres que se supiera de memoria, en ese instante su mente estaba en blanco.
—¿Se hizo algún daño?, lamento haberla tirado al suelo. —Un frío le recorrió desde la cabeza hasta la punta de los pies al escuchar su voz.
—Descuida… perdón…, quiero decir, descuide —dijo, sintiendo que se le enredaban las palabras—, fui yo la que venía distraída. Pero no volverá a pasar. —Sentía algo muy raro en la boca del estómago, el aire comenzaba a faltarle y por un momento pensó en que posiblemente se desmayaría.
—¿Por qué venía huyendo? —Volvió a escuchar que preguntaba el hombre. No podía contarle a ese desconocido lo que había sucedido con Olivia, principalmente porque su amiga se enfadaría, y en segundo lugar porque ella no huía de nadie. Solo necesitaba espacio.
—No huía señor, solo quería tomar un poco de aire.
—No me digas señor. Llámame Robert.
Marian pensó que hasta su nombre era bonito, el sonido de su voz le provocaba pequeños estremecimientos por todo el cuerpo, que prácticamente la hacían tiritar. Era algo tan extraño, que no sabía describirlos, únicamente podía sentir el desbocado latido de su corazón retumbar en sus oídos.
—No sé si será lo más correcto, ambos trabajamos en la casa y no quiero tener ningún problema.
—¿Trabajas en la casa?
—Soy la doncella de lady Olivia. —Al recordar a su amiga las ganas de salir corriendo de ese lugar se apoderaron de ella, pero Robert estaba parado sobre el camino impidiéndole salir huyendo, sus mejillas seguramente estarían de un color rojo que no la favorecía en absoluto. Odiaba sentirse delatada por el rubor que la cubrió cuando se sentía atrapada.
Robert se le quedó mirando sin decir una palabra. Marian estaba a punto de dar vuelta atrás cuando escucharon unos pasos acercándose. El jefe de cuadras llegó corriendo, así que fue la oportunidad perfecta para salir huyendo ella también.
Caminó con paso apresurado hasta llegar a un lugar apartado que era el linde con un lago cristalino, la distancia hasta llegar a ese lugar se le figuró tan corta, pero por lo que sabía, el lago estaba bastante retirado, unas rocas de gran tamaño cubrían una parte del lago dando cierta intimidad. Se acercó para sentarse junto a ellas, quedando fuera de la vista de cualquier persona que tomara ese camino.
El agua realmente parecía tener brillo propio, aunque en realidad era la luz resplandeciente del sol. Vio maravillada cómo se formaban pequeñas ondas dentro del agua, si detenía la vista por un segundo en los rayos que se reflejaban en el lago podía ver las motas de polvo que parecían flotar. Marian admiraba mucho los paisajes y le encantaba estar al aire libre, pero sobre todo disfrutaba de la paz y tranquilidad que la naturaleza le brindaba.
Suspiró recordando la razón por la que estaba ahí, no era la primera vez que Olivia la trataba de una manera tan cruel, pero nunca le había dolido tanto como en ese día. Normalmente, su amiga siempre le decía que era torpe para hacer algunas cosas y Marian, por no crear conflicto con ella, simplemente no decía nada, claro que Olivia siempre fue muy astuta, después le pedía perdón por haberle hablado de esa manera y ella, como la adoraba, siempre terminaba por aceptar sus disculpas.
Se quedó mirando el agua pensando en todo lo que había compartido con su amiga. Su carácter era muy fuerte, pero siempre se complementaba con el de ella que era más bien dócil, así no tenían ningún problema a la hora de congeniar, ya que Marian era la que trataba de mantener la calma y no darle importancia a los arranques que su amiga tenía.
A lo mejor debía marcharse de esa casa. Olivia casi se había impuesto para que ella se quedara, así que su desprecio y malos tratos la tenían desconcertada. No debía olvidar su sueño de abrir una escuela para señoritas, tal vez si se marchaba de ahí y buscaba ayuda en el convento, ellas le dirían a quién acudir para que le ayudara a financiar su proyecto. Ella quería con toda el alma a Olivia, pero no estaba dispuesta a seguir soportado su carácter.
No supo cuánto tiempo estuvo en ese mismo lugar, solo cuando sintió que el fresco de la tarde comenzaba a hacerse presente, fue consciente de que era la hora de volver. Ni siquiera se había dado cuenta de que llevaba todo el día sin probar alimento, tan absorta como estaba en sus pensamientos.
Otro pensamiento que no la abandonaba era el nombre de Robert. Había leído en algunas novelas la descripción del encuentro entre enamorados cuando se miran la primera vez y aunque para ellos ese era el segundo encuentro, Marian sintió la misma desazón que en su primer acercamiento.
Y si tenía que hacer alguna comparación con lo que había leído y escuchado, las emociones que ella sintió no tenían nada que ver con lo que ella creía que experimentaría al estar frente a un hombre. Sonrió pensando que tal vez se estaba volviendo una romántica soñadora, pero eso no era para ella, tenía los pies puestos sobre la tierra, el puesto de doncella principal era suyo por pura beneficencia, y todo el servicio lo comentaba y la miraban con recelo. De hecho, a veces tenía unas ganas locas de salir corriendo de esa casa y volver a meterse en el convento.
El camino de regreso ahora parecía interminable y tuvo que apresurar el paso porque de otra forma la noche la sorprendería en medio de la espesa oscuridad. Únicamente se escuchaba el murmullo de los grillos y el cantar de alguna ave nocturna, y eso que aún estaba cayendo la tarde. Después de mucho caminar, casi lloró del alivio al ver la casa con las luces encendidas. Corrió la distancia que los separaba y entró por la puerta del servicio.
—¡Ey, tú! —Escuchó que le gritaba Susan, que era el ama de llaves. Se giró sobre sus talones y agachó la cabeza tal y como lo había practicado en el convento. Aunque estaba ahí en un puesto superior, tenía que rendirle obediencia al ama de llaves—. ¡¿Dónde se supone que estabas, chamaca estúpida?! —Dios, estaba en un gran problema, esa mujer estaba enojada y había comprobado que todos los empleados le huían cuando estaba de mal humor. Pero Marian no había hecho algo que pudiera molestarla. Bueno, tal vez no debería haberse perdido todo el día en el lago en lugar de estar realizando sus tareas.
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