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Relación entre el lenguaje oral y el lenguaje escrito

Se ha debatido mucho sobre si el lenguaje escrito es independiente o dependiente del lenguaje oral, debido a la influencia que uno ejerce sobre el otro. Aunque los dos sistemas tienen funciones diferentes, ambos son necesarios y están interrelacionados en lo que respecta al desarrollo espiritual del hombre (desarrollo del pensamiento humano); por lo tanto, es necesario determinar las relaciones (conexiones) existentes entre el lenguaje oral y el escrito. El análisis de estas relaciones puede, ciertamente, llevarse a cabo desde diferentes puntos de partida, pero debido a las características de esta investigación sobre los procesos de adquisición del lenguaje oral y escrito en niños con síndrome de Down, el estudio se centrará en la perspectiva de la adquisición del lenguaje.

Lurija (1984) describe el desarrollo de la adquisición del lenguaje escrito como el resultado de un cierto proceso de enseñanza y aprendizaje en el que, en principio, la adquisición consciente de técnicas es más importante que la expresión real de las ideas. El autor presenta tres tipos de interrelaciones que existen entre el lenguaje oral y el escrito: la formación de nuevas estructuras mentales (formación de conceptos), la transmisión de conocimientos y la capacidad de abstraer y generalizar. Sin embargo, el lenguaje oral y el escrito están determinados por reglas completamente diferentes y también se forman de manera diferente gramaticalmente.

El lenguaje oral, situado en un contexto y acompañado de gestos, acentos y pausas semánticas, permite abreviaturas y formas que reducen o modifican la gramática escrita (“agramatismo” es el término técnico en español). El lenguaje escrito es siempre, debido a su estructura, un lenguaje en el que el hablante está ausente. Los medios para fijar una idea en expresiones literales no se perciben conscientemente en el lenguaje oral; en el lenguaje escrito son objeto de una acción consciente. El lenguaje escrito no tiene medios de comunicación no verbales, por lo que debe ser gramaticalmente completo, ya que solo esto último permite que la comunicación escrita sea comprensible. Sin embargo, el proceso de adquisición del lenguaje escrito transfiere, en parte, los procesos del lenguaje oral, y refleja, en parte, la actividad de asimilación consciente de sus medios (Lurija, 1986).

Vygotsky (1978) describe el lenguaje escrito como el grado más alto de abstracción de un idioma y, por esta misma razón, lo llama un “código de segundo rango”, que intenta representar las características del lenguaje oral. El lenguaje escrito es un “lenguaje del pensamiento”, un lenguaje en el pensamiento, un lenguaje en la representación, en el que la característica esencial del lenguaje oral —la articulación— está ausente. El lenguaje oral es, por lo tanto, un lenguaje social, mientras que el lenguaje escrito es un lenguaje en el que el hablante está ausente, en el que, por consiguiente, faltan el énfasis, los gestos, las expresiones faciales, la articulación; estos últimos factores son importantes para mantener la motivación y el dinamismo en una situación de comunicación.

En este sentido, Vygotski (1978) sostiene que el lenguaje escrito debe caracterizarse esencialmente como una abstracción del lenguaje oral que no utiliza simplemente palabras, sino la representación inventada a partir de las palabras. Por ejemplo, antes de que un niño llegue a la representación abstracta de la palabra “vaca” debe aprender que una vaca es un animal de cuatro patas que produce leche y es diferente a un caballo. El niño también ha tenido que aprender a desarrollar el concepto de la propia palabra, la relación entre el significado (significante) y la designación (significado). Ha tenido que aprender que el símbolo “vaca” es un abstracto: se ha realizado una representación gráfica, representada por los grafismos /v/ /a/ /c/ /a/ (Perfetti, 1986).

En resumen, para que un niño adquiera la función simbólica del lenguaje es necesario pasar de un lenguaje egocéntrico a un lenguaje de interiorización (significativo y semántico), a un lenguaje externo (esencialmente fonético). El pensamiento conceptual se forma en la medida en la que el niño se desarrolla y logra una interacción sociocomunicativa con los adultos y sus compañeros, así como con el entorno en el que vive (Vygotski, 1978).

Ambos autores, Vygotsky y Lurija, adoptan el enfoque de que, aunque el desarrollo del lenguaje escrito tiene un punto de partida y una estructura que son diferentes entre sí, ambos sistemas tienen una estrecha relación, aunque conservan algunas diferencias.

Diferencias entre el lenguaje oral y el lenguaje escrito

El proceso de comprensión del lenguaje escrito es muy diferente al proceso de comprensión del lenguaje oral. Esto es especialmente cierto debido al hecho de que lo escrito puede ser leído una y otra vez; es decir, es posible volver a todos los elementos del lenguaje escrito como se desee, lo que no es posible con el lenguaje hablado. Hay, también, otra diferencia esencial, relacionada con el origen completamente diferente de ambas formas de lenguaje (Alder, 2017).

Para comprender estas grandes diferencias que existen entre la adquisición del lenguaje oral y escrito, que hacen que sea relativamente fácil aprender a hablar en contraposición con el aprendizaje de la lectura, es necesario señalar la causa esencial de este hecho: a saber, el “carácter natural” que es peculiar del lenguaje oral.

El habla precede a las escrituras tanto en la filogenia como en la ontogenia. La primera escritura de uso común fue desarrollada por los sumerios y tiene cinco mil años de antigüedad, mientras que la primera habla tiene probablemente más de cuatro millones de años (Gelb, 1987). Se sabe que los niños pueden aprender a hablar a través de sus contactos con el entorno social. Los niños no necesitan instrucciones formales para esto. Aprender a leer y a escribir, por otra parte, no sucede espontáneamente, sino que requiere de una orientación sistemática formal. Sin embargo, este enfoque sistemático no significa necesariamente que los niños aprendan a leer y a escribir con su ayuda (De Vega y Cuetos, 1999)

Esto significa que el requisito biológico previo para el aprendizaje del lenguaje oral, que se ha consolidado a lo largo de millones de años de desarrollo y que permite la adquisición del lenguaje oral con extrema facilidad, de manera informal y mediante la simple participación en la vida social (Vygotski, 1978), está presente en el ser humano. De ello se deduce que los procesos que intervienen en los dos tipos de adquisición del lenguaje no pueden ser idénticos.

El lenguaje oral se forma en un proceso de comunicación natural entre el niño y el adulto; este es el caso cuando el niño no tiene una discapacidad mental o sensorial que retrase el desarrollo natural del habla. Al principio, este lenguaje está orientado a la práctica; es decir, está ligado a la situación práctica concreta. El lenguaje se basa en elementos de comunicación no verbales que luego se transforman gradualmente en una forma independiente de comunicación verbal; no obstante, el lenguaje siempre conserva elementos que están ligados a una situación práctica. La extraordinaria facilidad con la que los niños adquieren habilidades de comunicación oral sin ninguna instrucción formal es bien conocida. Por el contrario, es difícil imaginar que los niños aprendan a leer y a escribir simplemente por el hecho de que se les presente repetidamente material escrito (Jiménez, Rodrigo y Hernández, 1999). El aprendizaje de la lectura y la escritura no se produce de forma espontánea, sino que requiere de una instrucción formal y sistemática, lo que a su vez no garantiza el éxito en todos los casos. Un cierto porcentaje de personas tienen dificultades concretas para dominar el sistema de escritura, pero no problemas para comprender el mensaje oral. Aunque en la actualidad el objetivo principal de la educación escolar es la adquisición de las aptitudes instrumentales esenciales (lectura y escritura), un número considerable de personas alfabetizadas no llegan a ejercer esas aptitudes como instrumento de pensamiento y aprendizaje (De Vega et al., 1999).

La historia de la escritura no es muy antigua, por lo que la adquisición de la escritura sigue siendo un gran arte para la gente. El lenguaje escrito tiene un origen y una estructura psicológica completamente diferentes a los del lenguaje oral. La adquisición del lenguaje escrito se presenta como un aprendizaje especial que comienza con el dominio consciente de todos los medios de expresión escrita (Jiménez et al., 1999; Jiménez y Munetón, 2002). En las primeras etapas de la adquisición del lenguaje escrito el objetivo es aprender los medios técnicos para escribir letras y, posteriormente, palabras; no tanto para expresar una idea. En el lenguaje oral, estos medios técnicos no son un objeto consciente del hablante (Lurija, 1984). El niño que aprende a hablar no se expresa inicialmente por medio de ideas, sino por medios externos de expresión, como la emisión de sonidos. Solo más tarde la expresión de una idea se convierte en un objeto de acción consciente para el niño. Por lo tanto, el lenguaje escrito, a diferencia del oral (que se forma en el proceso de la comunicación viva), es desde el principio un acto voluntario y consciente en el que los medios de expresión son el objeto o el propósito esencial de la actividad. Los pasos individuales de acción, que nunca se perciben conscientemente en el lenguaje oral, como la individualización de los fonemas, la representación de estos fonemas en las letras, la unión de las letras para formar una palabra, la transición de una palabra a otra, son a su vez objeto de una acción consciente en el lenguaje escrito durante un período de tiempo más largo. Solo después de que el lenguaje escrito ha alcanzado el estado de automatización, estas acciones conscientes vuelven a la inconsciencia; en otras palabras, Lurija (1984) afirma que estas acciones conscientes se convierten en inconscientes.

De lo anterior se deduce que el lenguaje escrito es radicalmente diferente del oral, tanto en su origen como en su estructura original, y que el análisis consciente de sus medios de expresión constituye su característica esencial. Por esta razón, el lenguaje escrito tiene en su composición varias etapas de desarrollo claramente diferenciadas que no existen en el lenguaje oral. El lenguaje escrito implica una serie de procesos en cuanto a su estado fonético, la búsqueda de sonidos aislados, su yuxtaposición, la codificación de sonidos separados en letras, la combinación de sonidos separados y de letras en palabras completas. En el lenguaje escrito, mucho más que en el oral, hay que distinguir un nivel léxico. Esto consiste en la elección de palabras, en la búsqueda de las expresiones verbales necesarias, en la diferenciación de otras alternativas léxicas posibles. Por último, el lenguaje escrito tiene conciencia sintáctica en cuanto a su composición. Aunque estas etapas se realizan automáticamente en el lenguaje oral, en el lenguaje escrito constituyen una de las etapas esenciales del desarrollo. En general, la persona que escribe debe construir conscientemente la frase correspondiente. Esta última está influenciada no solo por las costumbres de la escritura, sino también por las reglas de la gramática y la sintaxis. Así, pues, el lenguaje escrito es radicalmente diferente del oral ya que debe guiarse inevitablemente por las reglas explícitas de la gramática, que son indispensables para que el contenido de un texto sea comprendido por el hablante en ausencia de gestos y énfasis (Lurija, 1984).

Por otra parte, las habilidades involucradas en el proceso de información visual difieren de las involucradas en la percepción del habla (García-Albea, 1991). En general, el desarrollo de estas habilidades requiere más esfuerzo y perseverancia por parte del alumno (Sánchez, 1996). Para aprender el código alfabético es un requisito previo haber aprendido a hablar. Para aprender a leer es necesario un sustrato neurológico, que se desarrolla y se utiliza principalmente en el campo auditivo y que permite la aparición de las habilidades metalingüísticas. Estas habilidades metalingüísticas permiten al niño reflexionar tanto sobre aspectos del lenguaje hablado (conciencia fonológica) como del escrito (conciencia general de las funciones, usos y características generales del lenguaje escrito). La conciencia metalingüística se desarrolla entre los cuatro y los ocho años, cuando el niño ya ha aprendido el idioma hablado (Liberman y Shankweiler, 1977; Scholl y Ryan, 1980; Jiménez, 1992; Mayberry et al., 2018). Los procesos metalingüísticos que se producen durante esta fase de la era reflejan un nuevo tipo de procesos lingüísticos relacionados con el cambio fundamental de las posibilidades de procesamiento de la información (Tunner et al., 1988).

Lurija (1984) señala que no solo el lenguaje oral puede influir en el lenguaje escrito, sino que el lenguaje escrito también puede influir en el lenguaje oral. En el caso del sujeto que ha desarrollado plenamente el lenguaje escrito, las reglas de este mismo lenguaje escrito se transfieren a menudo, como si fuera automáticamente, al lenguaje oral, y el sujeto habla mientras escribe. Incluso si el lenguaje escrito pasa más lentamente que el oral, ambos son instrumentos esenciales para los procesos de pensamiento. Pero es solo con el desarrollo del lenguaje escrito que el sujeto ha adquirido una poderosa herramienta para especificar y desarrollar el proceso de su pensamiento.

Sistemas de escritura y ortografía

En cuanto al estudio de las diferencias entre los dos sistemas, algunos autores opinan, por una parte, que el lenguaje escrito es un sistema completamente diferente, relativamente independiente del lenguaje oral. Estos autores invocan razones históricas y sostienen que los primeros sistemas de escritura no eran palabras del lenguaje, sino más bien ciertos conceptos, por lo que los dos sistemas de comunicación no eran comparables. La codificación de la realidad, hasta la aparición del sistema fonográfico de escritura, se hacía de manera diferente (Jiménez et al., 1999).

Por otra parte, hay representantes de una posición que consideran los sistemas de escritura como sistemas de segunda categoría que solo trataron de reflejar las características esenciales del lenguaje oral (De Vega et al., 1990). Las formas de representación del lenguaje pueden ser diversas y variar según el grado de relación que tengan con la escritura. Por consiguiente, la relación de los sistemas alfabéticos con el lenguaje oral se caracteriza alternativamente por la opacidad y la transparencia. Por un lado, están los sistemas o lenguas que se denominan “transparentes” (por ejemplo, el italiano, el finlandés, el español) y en los que existe una correlación mucho más estrecha entre las formas fonológicas y gráficas del lenguaje. Por otra parte, existen los sistemas llamados “opacos” (por ejemplo, el alemán, francés e inglés), en los que muchas palabras eluden las reglas de correspondencia entre fonema y grafema (Jiménez et al., 1999). La correspondencia entre fonema y grafema es muy grande en la lengua española, aunque tiene ciertos sonidos que pueden activar otros grafismos cuando se escuchan. Los responsables de esto son el desarrollo fonético de la lengua, las variaciones geográficas y las tradiciones ortográficas (Real Academia de la Lengua Española, 2001). En lo que respecta a los sistemas alfabéticos, es importante la siguiente distinción: por un lado, los “grafemas”, como las unidades básicas más pequeñas del lenguaje escrito, y, por otro lado, los “fonemas”, como las unidades básicas abstractas del lenguaje oral, que no tienen su propio significado semántico. Cada fonema está determinado por una serie de características que lo distinguen de los demás fonemas (Perfetti, 1986). Por ejemplo, las palabras españolas “pata” y “bata” son semánticamente diferentes porque el primer sonido de ambas palabras es diferente. Fonológicamente, el fonema /p/ es un sonido oclusivo, bilabial y sordo; el fonema /b/ es un sonido oclusivo, bilabial y de voz. Al comparar la descripción de los dos fonemas, se puede ver que solo difieren en una característica, lo que es suficiente para asignar un grafema diferente a cada sonido y un significado diferente a cada palabra.

No obstante, los fonemas pueden tener características diferentes, ya sea por las propiedades fonoarticuladoras de los sujetos o por el contexto fonético en que se encuentran (Wiese et al., 2016). Lo anterior se ilustra con un ejemplo: el fonema /n/ se define como nasal, como vocal; sin embargo, el mismo fonema puede tomar diferentes formas dependiendo del lugar que ocupe en las diferentes palabras. En la palabra española “canción” el fonema /n/ es interdental, un sonido interdental; en la palabra española “antifaz” es dental, un sonido dental; en la palabra española “anchoa” es un sonido palatal, un sonido palatal frontal, y en la palabra española “áncora” es un sonido palatal trasero: a pesar de estas variaciones, los oyentes saben que en cada caso individual es el fonema /n/ (Tuson, 1991). Son los alófonos del mismo fonema, que siempre están representados por el mismo grafema. Esto significa que el grafema /n/ en la ortografía permanece sin cambios, pero como fonema /n/ tiene variaciones en la pronunciación.

En un sistema de escritura alfabética cada grafema fue dibujado para representar un fonema particular. Por consiguiente, la unidad gráfica correspondiente al fonema no es la letra, sino el grafema (Perfetti, 1986). Esto es en el caso en el que los grafemas representan los fonemas, pero, ¿qué pasa si un fonema tiene variantes en su representación? Aquí es donde entra en juego la perspectiva ortográfica de la escritura. En principio, los sonidos se representan ortográficamente con grafemas, no con letras. Por ejemplo, el sonido /sch/ en el idioma español, que al ser escrito está compuesto por las dos letras “c” y “h”, pero que desde una perspectiva fonológica indica un fonema y está ortográficamente formado por un grafema (“ch”) compuesto por dos letras. Por otro lado, puede darse el caso de que un grafema corresponda a una letra, como la “p”, la “b” y otras. En la escritura, se trata nuevamente de seleccionar el grafema apropiado para cada sonido, aunque ese sonido pueda ser representado por varios grafemas. Por ejemplo, la palabra española /baka/ puede escribirse como “vaca”, “vaka”, “baca” o “baka”. Esto significa que debe existir una representación de la palabra en el cerebro para poder escribirla correctamente (Wiese et al., 2016; Alder, 2017; Filipe, 2018). Por esta razón, para poder escribir o representar la palabra correctamente, la escritura alfabética requiere de más información que la que se puede obtener escuchando los sonidos. En este sentido, la escritura no solo representa el sistema lingüístico de una lengua desde el punto de vista fonológico, sino también su sistema ortográfico (Jiménez y Munetón, 2002).

Así, la escritura alfabética debe entenderse tanto fonológica como ortográficamente. Además, la visión ortográfica de un idioma ofrece información que va más allá de la mera perspectiva fonológica del mismo, en la medida en que proporciona información sobre cómo se pronuncia y se escribe una palabra. No obstante, no hay ninguna escritura que ofrezca un análisis de la secuencia fonológica de un idioma oral en su máxima claridad y pureza (Wiese, 2016). Por lo tanto, debido al alto nivel de abstracción requerido, aprender a leer y a escribir sigue siendo una tarea exigente.

Procesos involucrados en la creación de la palabra oral y escrita

Para que un niño pueda escribir una palabra deben ponerse en marcha ciertos procesos. A continuación, se describen los procesos que intervienen en la creación de la palabra oral y escrita, desde el momento en que el niño comprende el concepto de una palabra hasta cuando aprende a escribirla (Cuetos [1991] citado por Jiménez y Munetón, 2002; Wiese, 2016; Filipe, 2018).

•Memoria semántica: este sistema incluye la presentación de los conceptos. Es una memoria común para hablar y escribir. Una vez que el concepto de lo que se quiere expresar está claro, se busca la forma lingüística adecuada: fonológica, si se trata de la palabra hablada; ortográfica, si se trata de la palabra escrita.

•Memoria fonológica: es una memoria en la que se representan las formas fonológicas de las palabras. Se supone que hay una representación correspondiente para cada palabra utilizada en el lenguaje oral. Algunas representaciones no se activan y permanecen inactivas, pero en cuanto se solicita una representación se activa la palabra requerida y también las palabras que se relacionan semánticamente con ella. El umbral de activación varía según la frecuencia de la solicitud. Cuanto más frecuente es una palabra, más bajo es su umbral de activación, de modo que esta palabra puede activarse mucho más rápido en comparación con una palabra que se produce con menor frecuencia. Esto podría explicar el hecho de que, a veces, cuando se quiere decir una palabra se dice otra en su lugar, semánticamente relacionada con ella.

•Memoria ortográfica: la estructura de este vocabulario es similar a la del léxico fonológico. Esta es una memoria que contiene las representaciones de las formas ortográficas de las palabras. Además, se supone que hay una representación para cada palabra o raíz de una palabra utilizada en la escritura. Al igual que en la memoria fonológica, cada representación tiene un umbral de activación que varía según la frecuencia de uso (escrito).

•Mecanismo de transformación de un fonema en un grafema: este es el mecanismo que permite asignar un grafema a un fonema. Al igual que las representaciones léxicas, los grafismos tienen un umbral de uso. Los grafemas que se utilizan con mayor frecuencia se activan con mayor facilidad que los que no se utilizan con frecuencia. Esto significa que si hay un error ortográfico en un grafema probablemente se deba a que un grafema de bajo umbral se ha cambiado por uno de alto umbral, ya que el primero era mucho más fácil de activar (Wiese, 2016; Mayberry, 2018). Análogamente, existe la tendencia a utilizar el grafema más comúnmente utilizado cuando hay un sonido en una palabra desconocida que puede ser representado por diferentes variantes de un grafema.

•Memoria de pronunciación: se trata de la memoria a corto plazo en la que se almacenan los fonemas de una palabra que se va a pronunciar o a escribir, mientras que los procesos de transformación de las formas fonológicas abstractas en sonidos o en grafemas tienen lugar mediante el mecanismo de transformación del fonema en grafema. Dado que esta memoria solo dura un corto período de tiempo, la información puede perderse cuando la secuencia de sonidos excede la capacidad de la memoria.

•Almacenamiento de grafemas: es la memoria a corto plazo en la que se almacenan las formas gráficas de las palabras a escribir. En esta memoria, los grafismos pueden ser erróneamente reemplazados por otros o confundidos con otros. La información de origen —tanto fonológico como ortográfico— se almacena en la memoria de grafemas.

En resumen, el niño descubre gradualmente que el lenguaje escrito se ordena de manera convencional. Aprende que el lenguaje escrito toma ciertas formas, sigue una cierta ortografía y puntuación y tiene reglas específicas en cuanto a la sintaxis, la semántica y la pragmática lingüística; el niño comprende que estas reglas convencionales del lenguaje escrito pueden, a su vez, encontrar una expresión correspondiente.

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