Kitabı oku: «Las trincheras de los cuidados comunitarios», sayfa 3

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Por todo lo mencionado, este libro pretende ir más allá de los sesgos recién enunciados, denominando, de manera consciente, comprometida y militante, al sujeto protagonista de nuestra etnografía como “mujeres mayores” y como “personas mayores”. Adherimos a estos términos desde el reconocimiento de que existen experiencias diferenciadas en el proceso de envejecer. Comprendemos que es necesario pensar este proceso desde su heterogeneidad, es decir, concibiéndolo como interseccionalmente atravesado por marcadores de género, estratificación socioeconómica, etnicidad/racialidad, condición nacional, sexualidad, por mencionar algunos factores. Con ello, tratamos de contribuir a superar no solo el androcentrismo de las ciencias sociales, sino también el edadismo, el clasismo y el racismo.

Esta postura política e interpretativa que acoge los términos “persona mayor” y “mujeres mayores” se encuentra en completa sintonía con los términos que nuestras propias colaboradoras han elegido para designarse a sí mismas. En antropología social y cultural, desde los años sesenta (Berreman, 1966; Dundes, 1962; Harris, 1976), se comprende que las formas de representar a los grupos y personas no es universal, sino que es situacionalmente cultural. Esto significa que las identidades son situacionales y, por lo mismo, lo son también las maneras de designarlas. Por ello, conviene destacar que en diversos momentos del libro (particularmente en los capítulos IV, V y VI) mencionamos a las mujeres con las cuales trabajamos en nuestra etnografía con los términos que ellas elegían (por ejemplo, como “señoras” o “doñas”). Adoptamos, entonces, las formas como se trataban entre sí y como nos pedían ser tratadas. En este sentido, nuestro trabajo ha tratado de recuperar también los usos lingüísticos “emic”9.

En segundo lugar, aunque seguramente lectoras y lectores se darán cuenta más adelante, nos gustaría dejar sentado desde un principio que este es un libro situado desde un marco feminista y, específicamente, desde la antropología feminista. En el caso específico de nuestros tres estudios de caso, esto ha significado tener siempre en mente el papel estructurante de las desigualdades de género-parentesco10 y de estratificación socioeconómica que se producen y reproducen en la vida de las mujeres estudiadas. También ha significado tener presente las múltiples dicotomías sobre las que se soporta, específicamente, la experiencia femenina de cuidar y ser cuidado durante el proceso de envejecer, entre ellas: naturaleza/cultura, altruismo/interés personal, público/privado, producción/reproducción, autonomía/dependencia, viejo/joven. Pero el enfoque que utilizamos estuvo centrado en analizar no solo las desigualdades sociales que se producen y reproducen en la vejez, sino también aquellos aspectos del ser mujer mayor que son una fuente de alegría y fortaleza (Gibson, 1996: 435). Como convocó Bernard (2001), hemos intentado avanzar en un análisis feminista con ideas y fundamentos propios que permitiera dar cuenta de las realidades de género en el envejecimiento.

En tercer lugar, declaramos que este libro cuenta historias y experiencias vividas/recopiladas antes del estallido social que atravesó Chile a partir del 18 de octubre de 2019. La eclosión del estallido fue inicialmente motivada por el alza en el valor del pasaje del metro en 30 pesos chilenos (lo que lo elevó por sobre un euro y cerca de 1,3 dólares, convirtiéndolo en uno de los más caros del mundo con relación precio-distancia). Pero las protestas pronto pasaron a incorporar también quejas por otras múltiples desigualdades que experimentamos quienes vivimos en territorio chileno: el acceso a la salud, vivienda, pensiones, educación, recursos naturales, entre muchos otros factores. La convergencia de todas estas demandas impulsó la llamada “marcha más grande de la historia”, realizada el viernes, 25 de octubre de 2019, en la capital del país (Santiago) y replicada en las semanas subsecuentes.

En esta marcha, en medio a una multitud de más de 2 millones de personas, marcharon también miles de hombres y mujeres mayores, quienes se han convertido en protagonistas de las manifestaciones. Su participación ayudó a sincerar el malestar colectivo de las personas mayores en Chile frente a las desigualdades sociales y la forma como ellas se van magnificando en sus cursos de vidas, debido a las inequidades del modelo económico y estatal neoliberal adoptado en el país desde la dictadura de Augusto Pinochet. Este protagonismo y este malestar de las personas mayores se desplegó en su presencia masiva en cacerolazos, manifestaciones, concentraciones, cabildos e, incluso, en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad en las calles.

Tras meses de conflicto, la crisis social chilena fue agudizada con la pandemia global provocada por el Covid-19. Con esta compleja situación, se vuelve todavía más evidente la inequidad y las extremas dificultades enfrentadas por las personas mayores en el país. Chile viene enfrentando, entonces, una crisis de reproducción social donde suceden tres procesos vinculados que impactan sobremanera a la población mayor: el aumento generalizado de la precariedad vital, la proliferación de exclusiones y la multiplicación de las desigualdades sociales (Pérez, 2017: 203).

Si bien este libro reúne resultados de investigación anteriores a la eclosión de estas dos crisis en Chile, las reflexiones y data empírica que aquí presentamos permiten comprender varios de los desenlaces del contexto actual. En este sentido, la presente obra visibiliza la sobrecarga de trabajo (remunerado y no remunerado) que tiene la gran mayoría de las mujeres, en todas las etapas de sus vidas, intensificándose en momentos de crisis sanitarias, económicas y de cuidados e impactando, más si cabe, su acceso al bienestar en la vejez. Este libro se publica en un momento en que el pueblo de Chile lucha por resistir y sobrevivir. Este desafío nos convoca, como sociedad, a reconocer la importancia del trabajo de cuidados para el sostenimiento de la vida, dignificando, con su visibilización y valoración, el trabajo de tantas mujeres, en todas sus edades.

Travesía

En este último apartado de la introducción, queremos invitar a lectoras y lectores a que conozcan el contenido de las diferentes secciones del libro. Les conduciremos, entonces, a una travesía por los temas abordados en los siguientes capítulos.

La obra se encuentra dividida en dos partes. La primera de ellas se denomina “El frente académico-político”, y está compuesta por los tres primeros capítulos del volumen. En ellos, se ofrecen discusiones que sitúan y sintetizan los debates sobre género, envejecimiento y cuidados en las ciencias sociales y en las políticas públicas.

En el Capítulo I, “Las mujeres y el envejecimiento en la investigación social (1950-2018)”11, situamos la producción científica sobre género y vejez en las ciencias sociales entre 1950 y 2018. Esta revisión crítica se propone analizar cómo las mujeres mayores fueron representadas y categorizadas en las publicaciones anglófonas e hispanohablantes. Mostraremos las contribuciones y aportes del feminismo a los estudios del envejecimiento, identificando aquellos temas de investigación que todavía hoy continúan siendo “áreas de silencio”. Además, situamos la contribución latinoamericana al campo de la vejez y el género articulada a través del concepto de organización social y moral de los cuidados. Asimismo, discutimos la categoría “cuidado comunitario”, apuntando a la necesidad de situar y profundizar este debate. En las consideraciones finales, ofreceremos nuestras reflexiones sobre la construcción de una perspectiva feminista en los estudios del envejecimiento femenino.

En el Capítulo II, “Debates para situar las políticas públicas”12, presentamos un estado del arte que recoge las discusiones sobre cuidados en países que atraviesan procesos demográficos de envejecimiento. Nuestro propósito es aportar, desde una perspectiva transversal de género, a la formulación de políticas públicas que hagan frente a los desafíos planteados por la transición demográfica en Chile. Revisamos los estudios sobre las necesidades de cuidado de las personas mayores, analizando el papel de la familia, del Estado, de la comunidad y del mercado en la atención de estas demandas sociales. Finalizamos discutiendo algunos puntos críticos a ser considerados para la planificación de políticas públicas vinculadas al cuidado en la vejez en Chile.

En el Capítulo III, “Las mujeres mayores, los cuidados y los clubes”, se explica el proceso etnográfico que dio origen al libro. Se relatan nuestras preguntas fundamentales y los hitos de la investigación. Situaremos la emergencia de nuestro interés por comprender el papel del cuidado comunitario para las mujeres mayores en Santiago de Chile. Además, contextualizaremos el origen y la historia de los centros de madres y de los clubes de personas mayores (espacios prioritarios de nuestra etnografía en las tres comunas). Discutiremos también las elecciones metodológicas que fueron parte de esta ruta investigativa. Finalizamos con el recorrido sobre los “modos de relación” que fuimos adoptando en nuestras interacciones con las mujeres, dando cuenta de cómo hemos incorporado una propuesta particular de etnografía feminista intersubjetiva, construida junto con ellas.

La segunda parte del libro, denominada “Habitar en las trincheras del cuidado”, está compuesta por cuatro capítulos. Su lenguaje es centralmente etnográfico ya que, en ellos, presentamos los tres estudios de caso desarrollados en la Región Metropolitana de Chile.

En el Capítulo IV, “El club como trinchera”13, nos adentramos en el material etnográfico, abordando el estudio de caso realizado en la comuna de Independencia. Partimos por exponer las características sociodemográficas de la comuna, buscando caracterizar aquellos datos que permiten comprender cómo las mujeres viven el proceso de envejecer allí. Luego, presentamos el club de mujeres mayores “El Rosal”, escenario de nuestros encuentros con señoras increíbles. Narraremos las dinámicas internas y de funcionamiento del club, contando cómo fue nuestra inclusión (inicialmente como visitantes y posteriormente como socias de pleno derecho). Expondremos los análisis etnográficos a partir de tres ejes: 1) el club como un espacio de cuidado para sí; 2) los múltiples “descuidos” enfrentados por las mujeres; 3) el club como espacio libre de cuidados hacia otros. Finalizamos reflexionando sobre las experiencias de cuidado comunitario en El Rosal.

El Capítulo V, “La política y la poética de envejecer”, retrata el segundo estudio de caso etnográfico, desarrollado en la comuna de Santiago Centro. Se inicia con la caracterización de los aspectos demográficos, políticos, sociales y económicos del envejecimiento en esta comuna. Luego, describiremos las experiencias de las mujeres del club Mujeres Mayores. Relatamos nuestro acercamiento al centro comunitario donde las actividades del club tienen lugar, y nuestras aventuras de inserción al taller en que las mujeres se juntaban para y esmaltar sus cerámicas. Describimos cómo ellas se apropian del aula con dinámicas relacionales particulares, mostrando los temas de diálogo y las formas de cuidado comunitario que emergían mientras esmaltaban. Contaremos, además, cómo estas vivencias estaban marcadas por experiencias de interpelación entre ellas, las figuras políticas nacionales y la administración del centro comunitario. En las consideraciones finales, planteamos una articulación entre la poética y la política en la experiencia femenina del envejecimiento, vinculada a los cuidados colectivos en el club.

En el Capítulo VI, “Negociar las distinciones”14, presentamos el tercer estudio de caso, desarrollado en la comuna de Providencia. Como en los dos capítulos anteriores, partimos por caracterizar el contexto comunal y por describir los talleres de tejido y bordado a los que frecuentamos en uno de los centros comunitarios de la comuna. Luego, retomamos los relatos de las mujeres sobre su envejecimiento para conocer cómo renegocian sus distinciones sociales y sus tareas de cuidados. Finalizamos posicionando el lugar de estas distinciones en las prácticas, saberes y significados de las mujeres.

En conjunto, a lo largo de cada capítulo, debatiremos acerca de los desafíos que el estudio de la vejez plantea al campo investigativo sobre la organización social de los cuidados y, no menos, al feminismo. En el cierre, sintetizamos nuestras principales conclusiones etnográficas, aportando a una definición situada del cuidado comunitario (desde los tres clubes estudiados) como una experiencia dialéctica del habitar femenino.

1 Barrio comercial mayorista de la ciudad de Santiago de Chile, situado en los márgenes de las comunas de Santiago y Estación Central.

2 Servicio de Atención Primaria de Urgencia.

3 En Chile, el Hospital de Urgencia Asistencia Pública más importante del país, localizado en la capital (Santiago), era conocido popularmente como “Posta Central”. Metonímicamente, el nombre pasó a ser usado para aludir a cualquier servicio de atención sanitaria de urgencia.

4 Sobre el programa Vínculos profundizaremos en el Capítulo III.

5 Orozco (2017: 40) nos cuenta que, precisamente intentando construir la posibilidad de una enunciación femenina de los deseos y necesidades, diversos movimientos de mujeres en Centroamérica lanzan la propuesta de un nuevo vocablo para resignificar la conjunción entre estos dos elementos: los denominan “desecidades”.

6 Chile se encuentra dividido en dieciséis unidades territoriales llamadas “regiones”, que están a cargo de un/a intendente designado por el presidente de la República. Las regiones se subdividen, a su vez, en provincias (a cargo de un gobernador, igualmente designado por el presidente) y estas en comunas (dirigidas por un alcalde electo por votación popular). La región donde se encuentra la capital del país, Santiago de Chile, es denominada “Región Metropolitana” y está subdivida en seis provincias y 52 comunas. Se distingue además el Gran Santiago (conurbado) y el Área Metropolitana de Santiago (que incluye algunas comunas aledañas a la demarcación anterior).

7 Desde una perspectiva feminista crítica, conceptualizamos el patriarcado como un fenómeno doble-dimensional. Por un lado, implicaría una dimensión “tópica”, referente a la consecución de relaciones concretas, correspondiendo así al “nombre que recibe el orden de estatus en el caso del género”, como “una estructura de relaciones entre posiciones jerárquicamente ordenadas que tiene consecuencias en el nivel observable” (Segato, 2010: 14). Pero, por otro lado, sería también el estrato simbólico que ha conformado todas las formas de simbolismo. Las violencias de género cumplen, en las sociedades patriarcales, una función central “en la reproducción de la economía simbólica del poder cuya marca es el género”, constituyendo un acto necesario para la restauración de ese poder (Segato, 2010: 13).

8 La cuarta edad alude particularmente a las personas mayores con edades superiores a los 79 años.

9 En antropología sociocultural, los usos “emic” refieren a las expresiones y elaboraciones simbólicas, sintácticas o narrativas adoptadas por los sujetos de investigación (Dietz, 2011; Harris, 1976; Schaffhauser, 2010).

10 A lo largo del trabajo las categorías género y parentesco pueden aparecer con un guion o sin él, indistintamente. El uso del guion permite focalizar la indisociabilidad de estos dos ejes de diferenciación social, en tanto, desde el género y el parentesco se reproducen relaciones sociales de poder que se encuentran en interacción con estructuras sociales, políticas y económicas, las cuales repercuten en la sostenibilidad de la vida. Especialmente, queremos señalar que la provisión de apoyo y cuidado, con sus significados y prácticas para cada contexto concreto, al mismo tiempo que son moldeados por el género y el parentesco, hacen género (West y Zimmerman, 1987) y parentesco (doing gender y doing kinship) y lo crean y recrean (work gender y work kinship) y potencialmente, lo modifican (Gonzálvez, 2010: 134).

11 Versiones preliminares de dicho capítulo se encuentran publicados en Gonzálvez (2018) y Gonzálvez y Guizardi (2020).

12 Una versión preliminar de dicho capítulo se encuentra publicado en Gonzálvez et al. (2020).

13 Una versión preliminar de dicho capítulo se encuentra publicada en Gonzálvez et al. (2019).

14 Una versión preliminar de dicho trabajo se encuentra publicada en Gonzálvez et al. (2020).

Primera parte

El frente académico-político

Capítulo I

Las mujeres y el envejecimiento en la investigación social (1950-2018)

Herminia Gonzálvez Torralbo y Menara Guizardi

No sigamos trampeando; en el futuro que nos aguarda está en cuestión el sentido de nuestra vida; no sabemos quiénes somos si ignoramos lo que seremos: reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja

(De Beauvoir, 1983 [1970]: 12).

Quebrando la conspiración del silencio

A partir de la segunda mitad del siglo veinte, el campo de los estudios sobre el envejecimiento femenino en las ciencias sociales ha estado repleto de discusiones prolijas y diversas, involucrando varias disciplinas del conocimiento –gerontología, sociología, antropología, demografía y trabajo social–. Las publicaciones sobre estos temas se han caracterizado, por otra parte, por la enorme heterogeneidad de marcos analíticos, conceptualizaciones y conclusiones (todo esto estrechamente relacionado, además, con la pluralidad de contextos y momentos históricos que enmarcan la producción de estas obras). Estos estudios suscitaron polémicas que exceden al mundo académico. Varias de estas publicaciones sirvieron de orientación a políticas públicas1 y ayudaron a moldear, en las últimas cuatro décadas, las respuestas dadas por los Estados (y también sus omisiones) sobre los procesos de envejecimiento y sobre las demandas de cuidado de sus poblaciones.

Considerando estas características, en este capítulo desarrollamos una revisión críticamente orientada de la literatura, con la finalidad de establecer aquellos antecedentes que respaldan nuestra propia postura en los capítulos posteriores. Nuestra intención es mostrar cómo nos situamos en este prolijo debate, explicitando las limitaciones y posibilidades de los marcos analíticos adoptados en nuestra etnografía.

La selección de los textos y debates que abordamos en esta sección se guía por dos objetivos: 1) analizar cómo las mujeres mayores fueron representadas y categorizadas en las ciencias sociales anglófonas e hispanohablantes desde los cincuenta y; 2) captar las contribuciones y aportes del feminismo a los estudios del envejecimiento, identificando aquellos campos de investigación que todavía hoy continúan siendo “áreas de silencio”. Este recorte conduce a una revisión que, más allá de sus cualidades, tiene un alcance delimitado que es necesario explicitar: el presente capítulo no revisita la amplia discusión sobre el tema realizada desde los años cuarenta en francés, y tampoco la diversa y contundente producción desarrollada por las ciencias sociales lusohablantes, por citar tan solo dos ejemplos.

En ningún caso desconocemos que, ya en los setenta, en el caso de las ciencias sociales producidas en Brasil, encontramos una prolija y vanguardista investigación de autoras como Lins de Barros (2006). A su contribución, le siguen los trabajos de Debert (1999), Peixoto (2000), Eckert (2002), que han constituido aportes tempranos a varios de los debates que hoy entendemos fundamentales para comprender la relación entre género, edad y desigualdad social. Si nos dedicamos a revisar la literatura hispanohablante y anglófona es, precisamente, con el propósito de ofrecer elementos para comparar las producciones en estos idiomas con aquellas elaboradas en otros contextos académicos. Sugerimos que este ejercicio es un paso inicial, y por lo mismo fundamental, a la hora de pensar cómo avanzar en la visibilización de estos temas en las ciencias sociales producidas en Latinoamérica (desde todos los idiomas que representan la región).

Otro punto de reflexión que respalda nuestro ejercicio refiere a la interpretación de los géneros como procesos relacionales y sumamente heterogéneos. Así, partimos de la premisa de que el envejecimiento constituye una experiencia diferencial para todas y cada una de las identidades genéricas. Las identidades femeninas experimentarán este proceso de forma particular; como también lo harán las demás identidades (masculinas, transexuales, bisexuales, gays, queers, entre otras).

Cabe aquí una precisión conceptual. Diversos autores comprenden que la “identidad sexual” se constituye por la confluencia de tres elementos: 1) la identidad de género; 2) la orientación sexual; y 3) los roles de género asumidos por la persona (Alcántara, 2013; Choza, 2017). En este esquema, la identidad de género responde a la percepción de las personas sobre sus dispositivos sexuales, su consideración de si ellos corresponden o no a lo que socialmente se atribuye a los órganos reproductivos con los cuales nacieron (que, en los marcos sociales dominantes, se entienden como indicadores del “sexo” de la persona). Así, una persona puede ser cisgénero (cuando su género percibido coincide con el socialmente estipulado por su sexo), transgénero (cuando no corresponde), transexual (cuando no corresponde y la persona opta por modificar su cuerpo), intersexual (cuando presenta características de ambos sexos o indefinidas y se reconoce como “entre ellos”) y tercer género. Este último refiere a las formas de conceptualización que exceden al binarismo masculino-femenino característico de la modernidad europea que se hizo globalmente hegemónico con la expansión colonial.

La orientación sexual, a su vez, corresponde a cómo la persona configura (de forma multidimensional, en términos psicológicos, afectivos, sociales, interaccionales y corporales) su atracción sexual. Las formas de orientación sexual para cada identidad de género son múltiples. Por ejemplo, una mujer cisgénero puede ser heterosexual, homosexual, bisexual o polisexual.

Finalmente, los roles de género aluden a la forma como las personas asumen las prácticas, dispositivos discursivos, formas de interaccionar y tareas que socialmente se atribuyen a cada género. Aquí también las posibilidades son muy variadas y flexibles, dado que las personas suelen alternar roles y la forma de vivirlos a lo largo de la vida de acuerdo con varias cosas (y, particularmente, con los ciclos de edad y momentos vitales).

Ahora bien, como decíamos, estas tres formas constitutivas de la identidad sexual se imbrican, intersectan, varían y se transforman siempre de manera interrelacionada. Es imposible separar la manifestación de una identidad de género de la orientación sexual y de los roles genéricos asumidos por las personas. Esta apreciación es la base de la teoría del género como performance preconizada por autoras como Judith Butler (2007). Según esta autora, la única manera de comprender el género sería a través de observar la forma concreta, en una situación dada, con la cual manifestamos la imbricación entre estos tres elementos como una constitución corporal propia, puesta en acción en la interacción con las demás personas (Butler, 2010). Así, la identidad, orientación y roles sexuales, así como la identidad y los roles de género son elementos constitutivos de lo que Butler (2010) denomina “performance de género”. Desde este marco teórico, al que adherimos, estos elementos son comprendidos como inseparables. Esto es fundamental para explicitar que aludimos a las identidades femeninas de las mujeres con las cuales trabajamos suponiéndolas como una performance situada. Ellas pueden incluso permanecer en el tiempo, dado que las mujeres pueden sostener formas estables o cristalizadas que se reproducen a lo largo de sus ciclos vitales. Pero no pueden existir afuera de la experiencia. De ahí que hablemos de las identidades de las mujeres con las que trabajamos como una experiencia (o, mejor dicho, como una “experiencia femenina”).

Particularmente, nos centraremos en revisar aquellas investigaciones que han planteado el lugar de las mujeres heterosexuales en los procesos de envejecimiento. Esto no significa que no entendamos la identidad femenina como sinónimo de performance genérica. Tampoco significa que asumamos la heteronormatividad de esta designación como elemento estructurante de una teorización sobre género y vejez.

La razón que nos lleva a centrarnos en las experiencias femeninas se debe a un interés empírico puntual: el estudio del estado del arte que aquí presentamos enmarcó nuestros esfuerzos analíticos iniciales, realizado para apoyar los tres estudios de caso etnográficos que desarrollamos en la Región Metropolitana de Chile, en los cuales nos centramos en la experiencia femenina del envejecimiento. Nos concentramos en ellas porque, conforme explicitamos en la Introducción, los diagnósticos sociales en Chile apuntan a una generalización de procesos de marginación de las mujeres mayores (empobrecimiento, sobrecarga laboral y de cuidados, experiencias de violencias). Así, si nuestro enfoque se dirige a las mujeres, más que a otras identidades de género, esto se debe también a la necesidad de respaldar nuestras incursiones empíricas, sobre las que nos centraremos en los capítulos posteriores2.

En las ciencias sociales, las aportaciones feministas sobre la vejez tardaron en aparecer y, cuando lo hicieron, siguieron ocupando un lugar marginal entre las pautas de investigación. Los estudios del envejecimiento desarrollados desde la gerontología –un campo originalmente vinculado a las ciencias biomédicas– contemplaban, ya desde los años cuarenta, algunas reflexiones sobre las diferencias entre las experiencias masculinas y femeninas (Osorio, 2006: 7; Yuni y Urbano, 2008: 152-153). Pero es solo cinco décadas más tarde que vemos surgir un giro epistémico que centraliza la dimensión femenina del fenómeno en las investigaciones sociales.

Fueron autoras como Datan (1989), entre otras, las que empezaron a mostrar su preocupación por las mujeres que envejecen, evidenciando que ellas eran una “mayoría silenciosa” en camino de convertirse en un “problema social” que podría ser prevenido si se hacían esfuerzos en educación, investigación y políticas públicas. Los estudios desarrollados entre los ochenta y noventa constituyeron, así, una apertura fundamental hacia perspectivas más críticas. No obstante, los aportes feministas sobre la vejez en las ciencias sociales tardaron en aparecer y, cuando lo hicieron, siguieron ocupando un lugar marginal entre los proyectos de investigación, así como en otros espacios de producción de pensamiento (por ejemplo, en los movimientos sociales).

Pese a la importancia de todo cuanto se ha producido en el tema desde los noventa, se observa la persistencia de tres limitaciones estructurantes en el debate sobre envejecimiento femenino en las ciencias sociales. Primero, las mujeres mayores, cuando no fueron vistas como problema social, fueron olvidadas o silenciadas incluso de aquellas reflexiones sociológicas, antropológicas, historiográficas y politológicas sobre situaciones sociales para las cuales ellas constituían actores importantes (Calasanti et al., 2006). Segundo, cuando ellas emergieron como un tema de investigación relevante, las discusiones sobre diferencias de estereotipos raciales, etnicidad o clase social, diversidad sexual, discapacidades, origen nacional, entre otras, estuvieron ausentes. Tercero, y derivado de lo anterior, las mujeres mayores fueron conceptualizadas como un todo homogéneo (Gibson, 1996: 435).

Para dar cuenta de estos desenlaces, reconstruimos cronológicamente la articulación de aquellos estudios que situaron, de forma explícita, a las mujeres mayores como sujetos de estudio. Iniciamos el análisis revisando el periodo que va de los cincuenta a los setenta, marcado por la emergencia de los primeros debates gerontológicos, los cuales visibilizaron a las mujeres mayores, aunque reincidiendo en una representación que las encasillaba como sujetos “dependientes” o “demandantes”. Luego, visitamos al periodo entre los setenta y noventa, sintetizando el surgimiento de los debates sociológicos y antropológicos sobre el tema, marcado por la incipiente atención de investigadoras y pensadoras feministas, iniciando la problematización de las mujeres como un “problema social”. Continuando nuestras observaciones, y de la mano de la gerontología crítica feminista, visitamos la última década del siglo veinte, en la que se observa un giro epistemológico que centraliza y articula las categorías de género y edad. Llegando a las dos primeras décadas del siglo veintiuno, abordamos la emergencia de la contribución latinoamericana en castellano al campo de la vejez a través del concepto de “organización social de los cuidados”. Esto nos permitirá conceptualizar los usos del concepto de “cuidados comunitarios” en la investigación sobre la experiencia del envejecimiento. Finalizamos ofreciendo nuestro posicionamiento sobre estos debates, situando el marco teórico que respalda todo el libro.

De la invisibilidad a la dependencia (1950-1970)

Como mencionamos en el apartado anterior, hasta los ochenta, el estudio de la vejez –masculina y femenina– no despertó mucho interés en las disciplinas de las ciencias sociales. La emergencia de un campo de estudios vinculado al tema deviene de la estructuración, desde los cuarenta, de la gerontología (Arquiola, 1995: 154), así como también del esfuerzo realizado desde disciplinas como la antropología, la sociología, y con mayor énfasis, de la psicología social. Una mención especial merece el trabajo realizado por el sociólogo Leo Simmons (1945). En la primera década del siglo pasado, Simmons se dedicó al estudio transcultural de la vejez rastreando el lugar de las personas mayores en la literatura etnográfica registrada en los Human Relations Area Files [Archivos del Área de Relaciones Humanas], de la Universidad de Yale (San Román, 1990). Es cierto que Simmons dio uno de los primeros pasos en el campo, pero su trabajo no deja de ser, en palabras de San Román (1990) un esfuerzo cuestionable, por la carencia de datos específicos sobre las mujeres y la sobrerrepresentación de la experiencia masculina en estos archivos que consultaba.

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