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3.2. El feminismo de las mujeres profesionales y de sectores medios

Como ya se mencionó, el derecho a la educación superior llegó a las mujeres de Chile en el año 1877, mediante el Decreto Amunátegui. No obstante, y a pesar de su educación universitaria, el feminismo que promulgaron las mujeres de los grupos medios fue un feminismo de carácter más bien moderado, que intentaba compatibilizar el acceso a derechos con los roles tradicionales de madres y esposas. Es decir, fue un feminismo de carácter reformista más que revolucionario.

Sin perjuicio de lo anterior, la posibilidad de que las mujeres pudiesen recibir educación universitaria fue, como veremos, fundamental para el desarrollo del feminismo en Chile en el siglo XX. Esto, debido a que la educación superior promovió la organización de círculos culturales e intelectuales femeninos, compuestos principalmente, aunque no únicamente, por mujeres de los sectores medios.

Entre ellos, ya hemos mencionado la creación en 1915 del Círculo Femenino de Lectura, que en 1919 se dividió en el Consejo Nacional de Mujeres y en el Círculo Femenino de Estudios.

En este contexto, Amanda Labarca, profesora de castellano titulada del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile en 1905, será una de las figuras más destacadas del feminismo nacional en la primera mitad del siglo XX. Ella asumió en 1919 la presidencia del Consejo Nacional de Mujeres, siendo acompañada por Delia Rouge, Martina Barros y Celinda Reyes, entre otras mujeres relevantes. El Consejo Nacional de Mujeres tuvo un tono mucho más político que el Círculo de Lectura, ya que rápidamente orientó sus objetivos a conseguir derechos políticos y civiles para las mujeres.

Con este propósito, en 1922 presentaron al gobierno de Arturo Alessandri Palma un proyecto de ley que buscaba la participación de las mujeres en las elecciones municipales; no obstante, no buscaba el voto femenino universal, sino que era para mujeres que tuviesen educación. Pero esta iniciativa no tuvo eco parlamentario. Esta ha sido considerada como la primera iniciativa política formal del feminismo sufragista en Chile.

Para el año 1925, y con el apoyo del senador José Maza Fernández (Partido Liberal), lograron la modificación del Código Civil respecto de la capacidad legal de las mujeres, consiguiendo anular la incapacidad de las solteras para administrar sus bienes, que se les entregara la patria potestad sobre sus hijos en igualdad de condiciones con los hombres, y que se les permitiera servir de testigos en causas legales9. Hasta ese momento, las mujeres, debido a sus incapacidades legales, eran percibidas ante la justicia como menores de edad permanentes.

En 1922 se fundó, además, el primer partido político de carácter completamente femenino, es decir, independiente de los partidos políticos tradicionales, el Partido Cívico Femenino, y que mantendrá su actividad hasta 1934. Bajo la dirección de Ester La Rivera como su primera presidenta, y acompañada de Graciela Mandujano, Elvira de Vergara, Berta Recabarren y Graciela Lacoste, entre otras, el partido se propuso como objetivo reivindicar los derechos de la mujer. Sin embargo, consideraban como requisito previo al sufragio la necesidad de educar cívicamente a las mujeres, repitiendo «primero educar, luego decidir» (Gaviola et al. 1986, 35). Es decir, tenía una visión condicional de los derechos femeninos, lo que se traducía en exclusión. Esta visión era parte del modelo de exclusión de la sociedad chilena de la época, que establecía límites tajantes entre el pueblo civilizado y el pueblo bárbaro, y el sistema educativo tuvo el rol de domesticar la barbarie y asimilarla, cada vez más, al modelo de sociedad moderna que Chile aspiraba a tener.

El principal órgano de difusión del partido fue su revista, titulada Acción Femenina. En su primer número, la dirección de la revista declaraba lo siguiente: «Vamos a luchar por el triunfo del feminismo en Chile, por ese triunfo que significa abolir las leyes lapidarias que aplastan en su derecho a las dos terceras partes de los habitantes del país»10.

El feminismo que promovía el Partido Cívico Femenino era de carácter laico. No obstante, también promovía ideas tradicionales sobre la mujer y su rol en la sociedad, al difundir un feminismo de corte maternal. Por tanto, este fue un partido político que promovía un feminismo moderado.

Este feminismo moderado fue bastante característico de las organizaciones políticas de mujeres de los grupos medios. Amanda Labarca, si bien no militaba en el Partido Cívico Femenino (era militante del Partido Radical), era colaboradora y simpatizante del mismo, y también fue promotora de un feminismo maternalista.

Ahora, si bien el Partido Cívico Femenino se conformó bajo la lógica de un partido político, en la práctica no actuó como tal, puesto que, en las elecciones municipales de 1935, cuando las mujeres pudieron votar por primera vez en Chile y ser electas, no presentó a ninguna candidata a la competencia electoral. Se cree que esto se pudo deber a la falta de definición política de la organización (Gaviola et al. 1986).

Por su parte, en 1924, se fundará el Partido Demócrata Femenino, segundo partido político de mujeres del país. Fue presidido por la profesora Celinda Arregui, quien también había sido parte del Consejo Nacional de Mujeres. El partido era de corriente Alessandrista, político con el que sentían afinidad porque, entre otros temas, había apoyado la propuesta de las mujeres para acceder al voto municipal en 1922. En plena crisis política, con Alessandri fuera del país y con una Junta de Gobierno en su lugar, las militantes del Partido Demócrata Femenino presentaron un proyecto de reforma a la Ley Electoral, solicitando que las mujeres también pudiesen sufragar. No obstante, su propuesta no tuvo éxito. El partido se disolvió bajo la dictadura de Ibáñez en 1931.

Debido a la crisis política que atravesaba el país (crisis del parlamentarismo), en 1925 se convocó a una Comisión Consultiva de la Asamblea Constituyente, para escribir una nueva constitución. Y las organizaciones feministas no estuvieron ausentes de este proceso. Éstas participaron de la Asamblea Constituyente de Trabajadores e Intelectuales, donde el Partido Demócrata Femenino, el Movimiento Cívico Femenino y el Consejo Nacional de Mujeres, entre otras organizaciones feministas, plantearon que era necesario que la nueva constitución considerara el derecho a voto femenino. Lamentablemente, una vez más este deseo no se cumplió, ya que la Comisión Consultiva que redactaría la nueva constitución, compuesta solo por hombres (122), no consideró en la redacción de la nueva Carta Magna ninguna de las propuestas de la Asamblea Constituyente de Trabajadores e Intelectuales.

De aquí en más comenzó una fuerte campaña por parte de las organizaciones feministas para la obtención del sufragio femenino.

En 1926, en Valparaíso, y bajo el liderazgo feminista de Aurora Argomedo, Graciela Lacoste, Gabriela Mandujano y Delia Ducoing (pseudónimo literario de Isabel Morel), surgió la Unión Femenina de Chile, con su periódico homónimo. De carácter feminista moderado, e integrada principalmente por profesionales universitarias y algunas mujeres de negocios, buscaba la igualdad de las mujeres ante la ley, y, especialmente, el derecho a sufragio. La organización se mantuvo activa hasta 1938. Durante la década de 1930, si bien hubo debates y desacuerdos con el MEMCH (1935), trabajaron colaborativamente en la demanda por el sufragio.

La Unión Femenina de Chile manifestó con el siguiente texto su malestar por el rechazo del voto femenino en 1926, y apelando a sus roles tradicionales de madres y cuidadoras, establecieron que las mujeres eran perfectamente capaces de votar y de ser candidatas a alcaldesas.


Lucha por el voto femenino
Las IncapacesEn la Cámara se ha negado el voto electoral a las mujeres tratándolas de incapaces.Las incapaces son madres, esposas e hijas abnegadas prontas al sacrificio para cuidar a los hombres de hoy y de mañana; para educarlos y en muchos casos ellas son el sostén del hogar.Las incapaces son las Hermanas de la Caridad que están a la cabecera del enfermo.Las incapaces sostienen Asilos para niños y ancianos.Las incapaces dirigen la Cruz Roja y sirven a todos los que llegan a sus policlínicos a curar sus enfermedades.Las incapaces son las que cuidan las Casas de Huérfanos, la Protectora de la Infancia, la Gota de Leche, la Cruz Blanca, las Ollas Infantiles, etc.Las Incapaces son las educadoras de las nuevas generaciones.Las incapaces demuestran en las oficinas públicas, en los Bancos, en la Cajas de Ahorro, más competencia, más honradez, más puntualidad, más orden, que todos esos señores que quieren burlarse de la mujer porque aspira al voto electoral.Las mujeres en el Municipio harían una gran labor y deben recapacitar los hombres del Parlamento antes de negarle el derecho a voto.Por M.E.M.
Fuente: La Unión Femenina. Santiago, 25 de diciembre de 1926.

Delia Ducoing se separó de la Unión Femenina de Chile y fundó la sección chilena de la Legión Femenina de América (fundada en Ecuador por Rosa Borjas de Icaza) en 1933. La Legión tenía un programa feminista internacionalista, y tuvo sedes en Santiago, Rancagua, Talca y Chillán. Su orientación principal fue de apoyo a lxs desposeídxs y del centro de desarrollo femenino, impartiendo variados cursos vinculados a las labores propias del sexo femenino.

Como se aprecia, las mujeres estaban altamente movilizadas en la búsqueda de sus derechos. Es por ello que en 1931, destacadas feministas y profesionales se reunieron en la Asociación de Mujeres Universitarias, plataforma político-intelectual que buscaba el posicionamiento político y social de las mujeres. Su presidenta fue la segunda médica graduada de la Universidad de Chile, Ernestina Pérez; sus vicepresidentas, la profesora Amanda Labarca y la abogada Elena Caffarena; la secretaria fue la profesora Irma Salas Silva, y la tesorera, la visitadora social Elena Hott (Gaviola et al. 1986, 42).

Amanda Labarca, activista de ideas claras y espíritu inquieto, junto a Elena Doll Buzeta (feminista de la élite) y Felisa Vergara (escritora) fundaron en 1933 el Comité Nacional Pro Derechos de la Mujer, encargado de hacer lobby en el parlamento para que se aprobara el proyecto de Ley de Sufragio Municipal, que permitiría a las mujeres votar. Este objetivo se cumplió el 15 de enero de 1934, cuando a través del Decreto Ley N° 5.357, en su artículo 19, se reconocía que las mujeres mayores de 21 años podían inscribirse en los registros municipales para votar, y en su artículo 56 señalaba que «Las mujeres podrán también ser elegidas»11.

En este sentido, la activación de la discusión sobre el voto municipal femenino movilizó también la organización de las facciones femeninas al interior de algunos partidos políticos, como la Acción de Mujeres Socialistas en 1933, la Asamblea Radical de Mujeres en 1934 y Acción Femenina PC (Partido Comunista) en 1934.

Un caso icónico de la alianza o vínculos entre los partidos políticos feministas y los partidos políticos tradicionales masculinos en la década de 1930 fue el del Partido Femenino Alessandrista (1931-1938), presidido por Adelaida del C. Lavanderos, y el Partido Nacional Femenino (1932), de tendencia Ibañista, presidido por Elvira Rogat. La filósofa feminista Alejandra Castillo (2014) ha logrado establecer en sus investigaciones que varias de las organizaciones políticas feministas de la época tenían fuertes vínculos con los partidos tradicionales o con líderes políticos de corte populista, contraviniendo la tesis de la pureza de los partidos femeninos y feministas.

Muchas de las militantes del Partido Cívico Femenino (1922) migraron hacia estos nuevos partidos de carácter conservador, dando en ellos continuidad al feminismo maternal que venían promoviendo, pero esta vez con una orientación política definida. Esto puso fin al Partido Cívico Femenino.

Esto significa que, dentro de las estrategias para conseguir los derechos políticos plenos femeninos, además de la organización en instituciones de mujeres y la creación de partidos políticos feministas, estuvo presente la generación de alianzas con los partidos de hombres. Esto, porque, evidentemente, eran ellos quienes finalmente presentaban los proyectos y los votaban en el Congreso Nacional.

3.3. Las demandas de las mujeres conservadoras: entre la caridad y el voto

Las organizaciones de mujeres de la élite fueron numerosas y variadas en el tiempo, sin embargo, tuvieron dos ejes en común que las definieron e identificaron: su carácter católico y conservador. Si bien estaban lejos del feminismo de las mujeres de izquierda, y no eran progresistas como las feministas de los sectores medios, las mujeres de la élite compartieron una aspiración común con las demás: el derecho al sufragio femenino y la posibilidad de participar activamente en política.

Las nuevas organizaciones políticas de las mujeres de la élite mantuvieron rasgos de las antiguas asociaciones femeninas de beneficencia, debido a que muchas de sus integrantes provenían de este mundo. Un ejemplo de ello fue Adela Edwards de Salas, fundadora de la «Sociedad de Protección de Presas» (1913), de «La Cruz Blanca» (1918), y varias escuelas. También fue promotora, junto a otras mujeres de la élite nacional, del sindicalismo católico femenino (como el Sindicato de costureras y bordadoras, el Sindicato de empleadas de oficina, y el Sindicato de Labores Femeninas), con el objetivo de apoyar y mejorar la moralidad y las costumbres de las clases desvalidas, especialmente de las mujeres, a las que veía como seres particularmente vulnerables.

Es así como con fines de organización política, pero también filantrópicos y de defensa de los valores tradicionales, se fundaron numerosas asociaciones y ligas de mujeres de la élite que promovían y reforzaban los roles femeninos tradicionales, como una forma de hacer frente a la crisis social que vivía el país que, además de los problemas económicos, traía aparejada la influencia de nuevas ideas políticas y sociales que se alejaban del cristianismo y se apegaban más al marxismo ateo. Así surgió en 1919 la Asociación Cristiana Femenina de Chile, en 1921 la Asociación de la Juventud Católica Femenina de Chile (que en 1931 contaba con 14.000 socias en distintos centros a lo largo de Chile), en 1923 la Liga de Madres, y en 1925 la Unión Patriótica de Mujeres de Chile.

Por ejemplo, la Unión Patriótica de Mujeres de Chile abogaba por el desarrollo profesional de las mujeres, pero sin abandonar sus labores de madre-esposa. Esto, porque en la época ya se vislumbraba la distancia educativa que existía entre las mujeres profesionales universitarias de clase media y las mujeres de la élite, que recibían una limitada educación intelectual, la que era vista como un adorno o complemento a su femineidad, pero no como un elemento necesario para la vida misma (Veneros y Ayala 1997).

Ahora, si bien las organizaciones femeninas de la élite no trabajaron activamente en el proyecto de obtención del voto municipal (con excepción de algunas de sus socias, como, por ejemplo, Elena Doll, dirigente de Acción Nacional de Mujeres de Chile), una vez obtenido, tuvieron plena conciencia de la necesidad de formar partidos y organizaciones que les permitieran tener participación y representación en el nuevo espacio político abierto a las mujeres.

Con ese objetivo surge en 1934 la Acción Nacional de Mujeres de Chile, liderada por Adela Edwards de Salas, que, en el año electoral de 1935, tenía 23 mil socias y 18 mil inscritas en los registros municipales12. De sus filas se desprende en 1935 Acción Patriótica de Mujeres de Chile. Con fines electorales, ambas organizaciones hicieron pacto con el Partido Conservador.

El resultado en las elecciones municipales de 1935 fue un éxito: de las diez candidatas presentadas por los grupos conservadores en la Provincia de Santiago, nueve fueron electas; entre ellas, Adela Edwards de Salas fue elegida regidora de la Municipalidad de Santiago con la mayor votación de todos los candidatos conservadores (5.417 votos) (Maza 1995, 183). Además del voto femenino de las mujeres de la élite, también se cree que votaron por ellas muchas mujeres de los sindicatos católicos y de las obras de beneficencia apoyados por las damas de la élite.

En las huestes conservadoras se pensaba que las mujeres eran seres intrínsecamente más morales y menos corruptos que los hombres, lo que sumado a su condición «natural» de madres y administradoras domésticas las volvía aptas para administrar con abnegación y sacrificio los gobiernos locales como grandes casas del pueblo.

4. Feminismos: articulaciones y cambios más allá del sufragio (1935-1949)

El periodo que va entre 1935 y 1949 se encuentra marcado por dos hechos relevantes en la configuración de la historia larga de los feminismos. Estos son: la participación por primera vez de las mujeres como votantes y candidatas en la elección municipal efectuada el 7 de abril de 1935 y la promulgación del voto pleno en un acto público que se realizó el 8 de enero de 1949 en el Teatro Municipal de Santiago.

¿Por qué pasaron catorce años entre un hecho y otro? Es una de las preguntas que ronda y problematiza estos dos momentos, pues se relaciona con las maneras restringidas de entender la democracia y la ciudadanía que se han desarrollado en Chile. Por otro lado, las concepciones y formas de participación política que han sido desplegadas por parte de la institucionalidad y de los partidos políticos de distinto signo ideológico han estado marcadas por el cálculo electoral que se refleja en la dilatación de la aprobación parlamentaria del voto pleno, por la duda sobre cómo iban a votar las mujeres, además de la desidia que se refleja en la extensión innecesaria de la discusión final y en la consideración de este tipo de reivindicaciones como secundarias.

En términos generales, los hechos acontecidos desde mediados de los años treinta hasta fines de los años cuarenta pueden ser entendidos como una etapa de consolidación y como un fin de ciclo de los procesos de activismo social y político que venían protagonizando mujeres de distintas ideologías, sectores sociales y territorios desde la segunda mitad del siglo XIX y que se hicieron cada vez más amplios y visibles durante la primera mitad del siglo XX. No obstante, también muestran las dificultades y contradicciones que encarnaban, pues, una vez obtenido el voto pleno, es un movimiento que se difumina y dispersa, proceso que se relaciona con tensiones y quiebres internos y con la emergencia de formas de participación que estuvieron más vinculadas con la institucionalidad.

La entrada formal de las mujeres en la política representativa estuvo acompañada de diversas concepciones en torno a la existencia de una «naturaleza» distinta y uniforme de lo femenino, que se materializó en la construcción de diversas retóricas, algunas conservadoras y otras progresistas, las que intentaron justificar su irrupción en base a la existencia de una supuesta superioridad moral y de cierta pureza de lo femenino, pensada desde el estereotipo clásico asociado a las mujeres de sectores medios y acomodados, y que fue instalada en el cuerpo biológico de las mujeres por medio de la resignificación de la capacidad reproductiva, dando vuelta el argumento que las había excluido precisamente por la posibilidad de ser madres.

De distintos modos, la historia del país pasó y fue transformada por las mujeres que demandaron mejoras laborales, acceso equitativo a la educación y derechos civiles y políticos. Sin embargo, y como sucede hasta el día hoy, poco se conoce sobre ellas o sólo se las remite a ese momento histórico, sin abordar la complejidad de sus luchas, las diferencias entre las distintas organizaciones, y las maneras en que construyeron un modo de actuar que apelaba a lo colectivo, que utilizó la prensa escrita y la radio, que se tomó calles y teatros, que interpeló a la política y los políticos y que construyó formas propias de pensamiento que no han sido consideradas como parte de nuestro corpus intelectual.

Fueron mujeres que se situaron en la paradoja de defender y, a la vez, transgredir las normas tradicionales de género, difuminando las barreras impuestas entre lo público y lo privado, entre lo social y lo político. Se preocuparon del entorno en que vivían más allá de sus propias fronteras; sus actuaciones y percepciones estuvieron marcadas por el acontecer nacional e internacional. Venían del fuerte impacto que provocó en el país la crisis económica de los años treinta; algunas de ellas se levantaron contra la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo en 1931, se involucraron con la Guerra Civil Española (1936-1939) y con la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), apoyaron o fueron oposición al segundo gobierno de Arturo Alessaldri Palma y a los tres gobiernos del Frente Popular; vivieron los inicios de la Guerra Fría (1947) y sus profundas repercusiones en la política interna.

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