Kitabı oku: «Jerónimo Muñoz», sayfa 5

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Figura 9

Dibujo de los husos (segundo método) para fabricar un globo terráqueo o celeste, según Muñoz (Astrologicarum et Geographicarum institutionum libri sex, copia de Francisco Peña, Biblioteca Apostolica Vaticana)


Para evitar este error, Muñoz propone otro procedimiento: ahora dibuja un rectángulo en el que la base es el doble que la altura. Luego divide la base en 12 partes, como antes, y construye rectángulos, de altura la del rectángulo principal y de anchura cada una de las partes. Dado el rectángulo ιλμρ, la proposición 5 le dice cómo trazar un círculo que pase por ντπ. La apertura del compás la calcula del siguiente modo: recurre al corolario 8 de la proposición 8 del libro VI que establece que, si en un triángulo rectángulo se traza una perpendicular desde el ángulo recto hasta la base, la recta trazada es la media proporcional de los segmentos de la base. Y a la proposición 13 del mismo libro que enseña a calcular medias proporcionales. Suponiendo el círculo ya trazado por ντπ, νσ es media proporcional entre τσ y σo, es decir, νσ2= τσ.σο. Como νσ es seis veces τσ, si tomamos a esta última como unidad, σο medirá 36 de estas unidades y el diámetro del círculo medirá 37 de estas unidades y el radio 18,5. Como τσ mide la mitad de cada una de las doce partes en que se ha dividido la base del rectángulo, la apertura del compás tendrá que ser de 9,25 partes.

En el capítulo dedicado al globo estrellado, y sobre la disposición de los signos correspondientes a las estrellas en el globo, es decir, sobre las coordenadas de las estrellas, dice que no sabe a qué autor seguir: los datos de Ptolomeo están llenos de errores y los de los autores recientes no son mucho mejores; entre todos manifiesta preferir a Copérnico y a Reinhold. Añade que cuatro años atrás había comenzado a enmendar los lugares de las estrellas con un radio astronómico, pero debido a las calumnias de algún «sycophante» cesó esta labor.73

Muñoz dedica especial atención a las representaciones cartográficas de la superficie terrestre. Comienza describiendo las proyecciones de Ptolomeo: la primera, proyección en un tronco de cono, y la segunda, pseudocónica, análoga a la de Bonne, en la que los meridianos son representados por curvas y los paralelos, como en la anterior, por arcos concéntricos.74 Seguidamente describe la proyección usada por Waldseemüller en su famoso mapa del mundo de 1507, derivada de la segunda de Ptolomeo y extendida a 360º de la circunferencia de la tierra; proyecciones ovales y globulares, una proyección estereográfica ecuatorial, la acimutal (o cenital) tangente en el polo y la proyección doble-cordiforme usada por Oronce Finé en 1532 en su mapa del mundo.75

Figura 10

Proyección usada por Martin Waldseemüller (1507), derivada de la segunda de Ptolomeo, para representar todo el orbe, según Muñoz (Astrologicarum et Geographicarum institutionum libri sex, copia de Francisco Juan Rubio, Bayerische Staatsbibliothek, Munich)


Para regiones particulares no muy extensas, Muñoz propone una proyección trapezoidal, construida atendiendo a la proporción entre la longitud de los paralelos superior e inferior del mapa y la longitud del ecuador, para tener en cuenta la convergencia de los meridianos. Esta proyección es la que usa para el mapa de la Península que figura incluido en las dos copias manuscritas que se conservan.

Para la latitud máxima y mínima de la Península da 44º 20’ (Punta de Estaca de Bares de 43º 45’ de latitud) y Tarifa de 36º (correcta). Para la longitud da como puntos extremos el Cabo de Cascais, 2º 19’ desde el meridiano de las Canarias, y Cabo de Creus, 17º 20’, con lo que la Península, entre estos dos extremos, abarcaría 15º 10’, cuando en realidad comprende algo menos de 13º.76

Figura 11

Proyección cordiforme, según Muñoz. (Astrologicarum et Geographicarum institutionum libri sex., copia de Francisco Juan Rubio, Bayerische Staatsbibliothek)


2.3. MUÑOZ Y LA GEOGRAFÍA DESCRIPTIVA: LA DESCRIPCIÓN DE ESPAÑA77

Jerónimo Muñoz fue un erudito inserto plenamente dentro de los parámetros del humanismo; un aspecto que adquiere un especial relieve a la hora de afrontar el estudio de la geografía. No es este el lugar para recordar los acertados comentarios de Eugenio Garin (1981) y de Paul Oskar Kristeller (1982) acerca de la importancia del humanismo y del primer Renacimiento en la reconstrucción de la geografía como disciplina. Por otro lado, en un trabajo anterior ya destacamos la importancia de la recuperación humanista de la geografía de Ptolomeo, un texto al que los estudiosos medievales no habían tenido acceso.78 El interés hacia la geografía respondía a varias motivaciones. Una de ellas, de sesgo más cultural, hunde sus raíces en el intento humanista de recuperación del mundo clásico, en el que una de sus tareas fue la de reconstruir el espacio en que se movieron sus gentes, buscando su pervivencia a través del establecimiento de correspondencias entre los topónimos antiguos y modernos. El modelo lo puso Petrarca con su vocabulario o diccionario De montibus, silvis, fontibus, lacubus, fluminibus, stagnis seu paludibus et de nominibus maris. Así, esta línea de trabajo les alejaba incluso del modelo marcado por los grandes autores clásicos, ya que el objetivo principal era la confección de un minucioso inventario de topónimos a través del estudio sistemático de los textos griegos y latinos. Como vemos, una labor al mismo tiempo historicista y descriptiva, más propia de un cartógrafo que de un geógrafo, en contraste con las amplias descripciones que nos dejaron de los pueblos y lugares relatados los grandes autores clásicos, como sería el caso de Estrabón, quien abarcó tanto las cuestiones descriptivas como las humanas y económicas.79

Pero, por otro lado, el afianzamiento de las monarquías nacionales llevó a una ampliación importante de las fronteras nacionales, y el conocimiento del territorio por parte del poder se convirtió en una necesidad aún mayor si cabe de lo que lo había sido en épocas pretéritas. La cosmografía se tornó una herramienta fundamental para el funcionamiento del nuevo Estado moderno, y en consecuencia las expectativas que había de cubrir eran distintas, aunque no opuestas, a las que intentaban satisfacer los inventarios humanistas. Ahora, lo que hacía falta era obtener un conocimiento lo más amplio y preciso posible de los territorios que quedaban bajo el dominio de un señor y, por lo tanto, no resultaba tan importante conocer cuál podría ser el posible origen de una población como saber su denominación, situación, número de habitantes, fuentes de riqueza, etc. Estas fueron algunas de las preguntas que intentaron responder las famosas Relaciones ordenadas por Felipe II.

La complementariedad de ambos acercamientos se aprecia claramente en el gran monumento cartográfico de la Europa del siglo XVI: el Theatrum Orbis Terrarum de Abraham Ortelius, que alcanzó 42 ediciones entre 1570 y 1612.80 Ciertamente, la función de una obra de estas características era la de ofrecer un acercamiento a la realidad universal del siglo XVI, manifestada en su preocupación por incorporar representaciones de espacios tan alejados como la China o Filipinas, cuyos mapas consiguió Ortelius gracias a los desvelos de su amigo Arias Montano: «Membra suum in corpus, pulchro ast digesta reponens / Ordine, victuris seu dedit unam animam».81 Es decir, «poniendo en orden las partes del mundo y con ello restituyendo a los hombres una sola alma», o, de otro modo, su idéntica dignidad espiritual, premisa de una sola religión, como querían los miembros de la Familia del Amor, a la que pertenecía Ortelio.82 Pues bien, en esta obra, de carácter totalmente contemporáneo, vemos aparecer en el mapa de Valencia topónimos como Durias flumen para referirse al Turia, siguiendo el topónimo de Pomponio Mela. También se denomina a la desembocadura del Palancia: Turulis flumen Ptolomaeus, mientras que en la cabecera se nombra como Morvedre flumen, y al referirse a las Baleares indica: Formentera insula olim Ophiusa y Yvica insula olim Ebisus.

Estas funciones de la geografía fueron asumidas plenamente por Jerónimo Muñoz. Muñoz llevó a cabo una importante labor en el ámbito de la geografía práctica y particularmente en la descripción de España y del País Valenciano. En la obra que comentamos y en otros trabajos, Muñoz se refiere a estas actividades, y a las que al parecer realizó en Francia e Italia. Así, en el contexto de sus críticas a Ptolomeo en la descripción de la Galia, dice: «Igualmente (Ptolomeo) describió muy mal la Galia, pues a Narbona le adscribió 43g. de latitud, cuando tiene casi 44g., y todo lo que está entre Narbona y Montgenebre, que nosotros describimos mediante ángulos de posición, en la medida en que los galos nos lo permitieron, fue descrito por él muy mal» (69r). Asimismo, en sus críticas a la descripción de Italia por Ptolomeo, se refiere también a sus trabajos cartográficos en este país, algunos de ellos realizados acompañando al cardenal Poggio «desde Zaragoza a Roma» (69v), como hemos comentado anteriormente.

Con relación a España, en una carta ya citada de Muñoz a Hagecius de 1574 le decía que en 1549 trabajaba ya en su «descripción», es decir, en la determinación de las coordenadas geográficas de los lugares. Muñoz fue citado en su época como una autoridad en cuestiones de geografía por autores como Escolano, que se refiere varias veces a su Lectura geográfica, de la que menciona a veces el libro y el capítulo, referencia que no se ajusta al texto manuscrito de la Introduccion a la Astronomía y la Geografía.83 También Diago cita varias veces a Muñoz como autoridad, aunque no menciona ninguna obra.84 Por otra parte, su discípulo Pedro Ruiz menciona una Descripción de España de Muñoz de la que sacó una tabla de latitudes, que no figura en ninguna de las dos copias conservadas del manuscrito de la obra que comentamos.85 Esta tabla la utilizaron después autores como Tornamira.86 De todo ello cabe presumir que Muñoz compuso un tratado de geografía descriptiva diferente y acaso más amplio que incluía una «Descripción de España».

De la labor realizada por Muñoz en Francia e Italia no nos queda más que lo que dice en el texto que comentamos. De la realizada en España, se conserva la tabla de latitudes citada y reproducida por Pedro Ruiz y el mapa de la Península y la descripción incompleta y sumaria de España, también incluida en la Introduccion a la Astronomía y la Geografía, sobre la que volveremos. Esta obra contiene un capítulo dedicado al antiguo Reino de Valencia, sobre el que tenemos también otro trabajo de Muñoz, transcrito por M. Dánvila Collado, dedicado a la Descripción de los términos del Reino de Valencia según los nombres de agora y según este tiempo, en el qual la Governación de Orihuela es del reyno. Este texto proporciona datos de las distancias entre lugares y va acompañado de un censo de habitantes de todas las poblaciones del entonces reino.87 A ello hay que añadir los mapas y trabajos para la determinación de los límites municipales y el mapa para determinar la demarcación de los límites del Reino de Valencia hasta la Sierra Negrete.

Para ofrecer un primer análisis de conjunto y una evaluación de la labor geográfica y cartográfica de Muñoz referida a España y al País Valenciano, comenzaremos presentando su tabla de latitudes de localidades peninsulares. En la siguiente tabla hemos incluido también, con propósitos de comparación, las cifras que figuran en el Astronómico Real de Alonso de Santa Cruz y las procedentes del mapa de España del Atlas del Escorial, considerado como una de las grandes empresas cartográficas de la monarquía hispánica y de la Europa de la época. Como puede verse, en casi todos los casos las cifras de Muñoz se acercaron más a los valores actuales que las de Santa Cruz o las del Atlas del Escorial.88

Tabla 1

Comparación de latitudes: Santa Cruz-Atlas Escorial-Muñoz-Actuales



En un trabajo reciente, Crespo ha estudiado con detenimiento el Atlas del Escorial, mostrando ya sin lugar a dudas lo que Paladini ya había apuntado, a saber, que el verdadero autor del Atlas no fue Pedro Esquivel sino Alonso de Santa Cruz. En su minucioso estudio del Atlas Crespo señala, como ya había hecho Paladini, que Santa Cruz subestimó la longitud del grado (en 16 leguas 2/3), por lo que las latitudes están afectadas de un error tanto mayor cuanto mayor es la latitud. Y ello porque Santa Cruz no determinó las latitudes astronómicamente sino estimando las distancias. Crespo propone para corregir los datos añadir 8’ por grado desde el sur de España hasta el norte.89

Con ello, efectivamente, las cifras para las latitudes se aproximan mucho más a las cifras actuales. Una corrección similar podría aplicarse a las cifras de Muñoz, pero mucho menor, ya que Muñoz utilizó una longitud del grado más próxima a la cifra actual que Santa Cruz.

En cuanto a las longitudes, Muñoz da los valores para algunas ciudades como Toledo o Valencia, además de los datos arriba mencionados de los extremos de la Península y los que se pueden deducir de forma aproximada del mapa reproducido por los copistas del tratado que editamos. Presentamos en la siguiente tabla algunos datos deducidos del mapa o recogidos de los que da Muñoz en el texto. Tomamos como meridiano cero el meridiano de Toledo, con el fin de comparar con los valores actuales y los del Atlas del Escorial.

Tabla 2


Como podemos apreciar, todos los valores que da Muñoz exceden en una cantidad variable a los reales, siendo de todos modos y en casi todos los casos mayores en valor absoluto que las cifras actuales, lo que es muy evidente en el caso de Cataluña. De hecho, en el mapa de la Península de Muñoz esta abarca de este a oeste 15º 10’, y según los datos actuales son 12º 48’, es decir, 2º 23’ de diferencia.

Muñoz debió de estimar las longitudes a partir de las distancias, y dado que subestimó la longitud de un grado (de longitud), todas las cifras acusan este error, aunque no de la misma forma. Es decir, no hay un factor único que explique los errores, ya que, obviamente, no determinó todas las distancias por sí mismo, sino que las debió de tomar de diversas fuentes.90

Junto a esta perspectiva matemática, Muñoz también se preocupó por el acercamiento descriptivo del territorio, que dejó plasmado, al menos en dos textos que han llegado hasta nosotros. El primero, la parte final del tratado de Introducción a la Astronomía y la Geografía fue el resultado de sus enseñanzas en la universidad valentina: «Explicación de los nombres de las antiguas ciudades, de lugares, ríos y cabos o promontorios de España», y el segundo, La descripción del Reino de Valencia, ya citado, fue confeccionado entre 1565 y 1572 por encargo del virrey de Valencia, don Antonio Alfonso Pimentel y de Herrera, Conde de Benavente.

En la primera, nos encontramos con el Muñoz humanista que intenta reconstruir la Iberia antigua. Para ello, analiza minuciosamente la obra de los grandes geógrafos: (Ps-) Antonino Pío, Estrabón, Plinio, Pomponio Mela y Ptolomeo; además de otras fuentes de menor relieve, como es el caso de Julio César, Tito Livio o Silio Itálico. Para valorar este texto en su justa medida, no podemos perder de vista que se trata de un manual escolar, de introducción a una geografía que buscaba asumir los presupuestos del humanismo.

Una pretensión muy diferente tuvo la Descripción, cuya elaboración se inscribe en los difíciles momentos que vivía el país tras el desarme de los moriscos decretado en 1563 y el proyecto de fortificación de la costa que se había presentado por el monarca en las Cortes de 1564, según un plan diseñado por el ingeniero real Giovanni Battista Antonelli y que había provocado el rechazo del Reino por su alto coste. Recordemos que la función de las cortes aragonesas era principalmente negociar con el monarca el pago de un subsidio a cambio de contraprestaciones legislativas. Así, tras cada asamblea, el Reino debía reunir el servicio, o tributo, acordado con el rey y para ello, el sistema habitual era el prorrateo entre las distintas localidades, que generalmente era proporcional al número de pecheros. Por ello, no es de extrañar que el conde de Benavente, que era un buen conocedor de la realidad valenciana, pues venía ejerciendo puestos de responsabilidad política desde la década de los cuarenta, pidiera a un hombre de la competencia de Muñoz que realizara una descripción del país, con un detallado inventario de las localidades con sus casas, separando las pertenecientes a cristianos y a moriscos. De esta forma, la Descripción podía tener usos de carácter fiscal y de control del orden público.91

Muñoz se planteó este ejercicio de geografía aplicada de forma muy distinta a como enfrentó su manual universitario. Una vez más le vemos apelar a Horacio: «el que bien hubiere entendido lo que emprende a escribir, a éste no le faltará elocuencia muy clara y distinta orden en el escribir».92 Coherentemente con este adagio, vemos cómo abandona sus afanes eruditos. Aquí ya no es cuestión de debatir si las medidas recogidas por Ptolomeo o Antonino Pío eran correctas o no, sino que su objetivo es la precisión en la ubicación de las distintas localidades y accidentes geográficos declarados y en ofrecer una lista de poblaciones lo más exhaustiva posible, ordenada según un sentido geográfico y agrupadas en torno a las diferentes gobernaciones.

Muñoz, en su empeño, no solo realizó una precisa descripción escrita, sino que la acompañó de un mapa, o al menos eso nos deja vislumbrar el párrafo que cierra la dedicatoria a su protector:

Por tanto, para que V.S. pueda ver y hallar cada pueblo en qué lugar está de la traza del Reino que he hecho, he determinado partir el Reino en cuatro conventos jurídicos, que llamamos en este Reino Gobernaciones y en cada gobernación, poner sus pueblos no por sus antigüedades y preeminencias, sino conforme a la disposición de la tierra, discurriendo por ríos, cuando esta orden de tratar fuere más conveniente; otras veces discurriendo por los pueblos que están en las campiñas; otras veces prosiguiendo por el orden de los pueblos, como van seguidos por las faldas de algunas cordilleras de montes. Apuntando siempre el orden por donde tengo de ordenar los pueblos, porque se pueda cotejar esta escritura con la traza del Reino.93

Frente al corto texto de la Descripción, casi una mera explicación del mapa que acompañaría el completo inventario de poblaciones, en la Introducción a la Astronomía y la Geografía, Muñoz organiza un discurso extenso, en el que mezcla erudición y didactismo. Coherente con su posición intelectual y con la finalidad del texto, va reconstruyendo paso por paso el territorio que nos describieron las grandes geografías clásicas, intentando reconocer las poblaciones o accidentes geográficos que va comentando y añadiendo alguna localidad coetánea.94 El conocimiento que cada uno de los autores clásicos tenía sobre el territorio hispano era distinto, así como distintas sus pretensiones. No es este el lugar donde volver a recordar cuestiones tan bien conocidas como sus contenidos, pero sí podemos reseñar brevemente que, de todos los trabajos geográficos, Estrabón aparece como uno de los que más ampliamente describe la Península, con pretensiones no solo geográficas, sino también y principalmente históricas, ofreciendo datos muy valiosos sobre los pueblos que la poblaban, sus riquezas naturales y demás aspectos. Plinio construyó un texto más breve, en la más pura tradición del enciclopedismo romano, y a pesar de su brevedad el hecho de haber vivido en Hispania le permitió poder ofrecer descripciones muy precisas en algunas cuestiones. Además, fue un autor que atrajo enormemente la atención de los humanistas, y ello dio lugar a la posibilidad de contrastación de sus contenidos por parte de los diferentes autores. El hecho de que Pomponio Mela hubiera nacido en Hispania confería a su texto una fiabilidad que compensaba la concisión de sus contenidos. Por otro lado, este autor también había atraído la atención de los humanistas. Un objetivo distinto informó la confección de los trabajos de Ptolomeo, preocupado por la geografía descriptiva y cuyo texto se organiza en torno a listas de localidades con sus coordenadas, así como el Itinerario de Antonino, que ofrecía distintos itinerarios para poder atravesar el imperio y cuya fiabilidad despertaba muchas menos reservas a los geógrafos renacentistas que las que presenta la crítica actual. Su forma de enfrentarse al texto sigue el modelo propuesto por Ptolomeo, aunque su discurso es más trabado que las simples listas del cosmógrafo alejandrino, y adoptó con él incluso una actitud crítica semejante a la que este había seguido respecto a la obra de Marino de Tiro, aunque Muñoz la extiende a toda la pléyade de geógrafos e historiadores más destacados de la Antigüedad. El autor valenciano asumió la máxima ptolemaica de que «hay que dar más crédito a las informaciones más recientes, a causa de los continuos cambios que ocurren en el mundo»,95 pero a pesar de la ya comentada preocupación por la exactitud en las ubicaciones de los lugares su postura, en este caso, será mucho más matizada e incluso acabó recomendando a sus estudiantes que: «se ha de confiar más en el orden y secuencia de la descripción, que en las razones numéricas» (102v). Y este será el método seguido.

En cuanto a la descripción, hay una mención a los pueblos que poblaban la Hispania antigua, pero que se circunscribe a indigetas o emporitanos y ceretanos, que vivían en los valles pirenaicos. De esta manera se acerca a la forma en que los geógrafos clásicos, como Estrabón e incluso Ptolomeo, organizaron el discurso, en lo que serán seguidos por los historiadores humanistas. Este sistema resultaba útil a los antiguos, que se basaban en demarcaciones humanas y administrativas vivas en su época, pero ya no servía de referencia a los hombres del siglo XVI, por lo que Muñoz apenas volverá a referirse a él. Por otro lado, también se alejó del modelo seguido por otras cosmografías, como la de Pedro Apiano, mucho más general y elemental. En concreto, titula su segunda parte Sumaria y particular descripción de Europa, Asia, África y América.96 En ella hace una alusión muy breve a cada uno de los continentes, que es seguida de una Tabla de la longitud y latitud de todo el mundo, donde se incluyen las localidades recogidas por Ptolomeo, a los que añadió otros «tomados de distintos geógrafos».97 La pretensión de Muñoz resultó más modesta en cuanto a su amplitud, al reducirse a España, pero más ambiciosa en cuanto al contenido, ya que le permitió un tratamiento más detallado, ofreciéndonos el resultado de una auténtica investigación geográfica, en la que nos presenta todas las informaciones posibles acerca de cada zona estudiada, que ha ido recogiendo de los diferentes autores que han descrito la península, aunque también desliza muchas informaciones de cosecha propia.

Con una actitud ecléctica, sin privilegiar ninguna de las fuentes, comienza su relato siguiendo a Pomponio Mela, que es el único autor clásico que abordó la descripción de la península desde el norte, en los Pirineos; mientras que el resto de las geografías clásicas lo hicieron desde el sur, que era la zona más rica y donde se concentraban las ciudades más importantes. Va descendiendo a lo largo de la costa, ofreciendo multitud de informaciones y demostrando ese carácter abierto, remitiéndose tanto a Mela como a Ptolomeo y Antonino, pero también a Plinio, aunque no lo cite siempre. En su relato se basa principalmente en Ptolomeo y en el Itinerario de Antonino para articular su discurso. Así, entra siguiendo la Vía Augusta, que fue detallada en el citado Itinerario, en el tramo titulado Ab Arelato Narbone, inde Tarracone, inde Carthagine Spartaria, inde Castulone, a partir de Salses, en el Rosellón, que en la época todavía estaba bajo la soberanía hispana.98 Y vemos que, entre los Pirineos y Gerona, Muñoz se equivoca en sus identificaciones en diferentes ocasiones. En su primer tramo hasta Ampurias, el camino buscaba la costa y a partir de aquí se adentraba hacia el interior con el fin de evitar los acantilados de la Costa Brava gerundense, y atravesando el valle del Tordera y el Vallés llegaba a Barcelona. Recordemos que la investigación moderna ha reconstruido el camino, que partiría de los Pirineos y en La Jonquera atravesaría el Llobregat, y siguiendo este río y el Ricardell llegaba a Figueres: tras atravesar el río Muga alcanzaba L’Aigüeta –la Juncaria de Estrabón–, desde donde se dirigía hacia el Fluviá, y cruzando el Ter llegaba a Girona.99 A partir de aquí acierta más en sus identificaciones, siguiendo fielmente a Antonino en la descripción del camino interior hacia Aquis Voconis y de ahí a Barcelona. Un ramal costero, para cuya relación acude a Mela, iba por Blanes y Mataró atravesando el Maresme. Asimismo, le observamos seguidor de su método, antes citado, de destacar los ríos como configuradores del relato geográfico, al referir algunos de los cursos permanentes e intermitentes entre Barcelona y el Ebro.

Una vez aquí remonta el curso hasta la zona del Segre y el Cinca, en la frontera con el Reino de Aragón, y vuelve a la costa para reproducir, una vez más, el Itinerario de Antonino desde Barcelona a Valencia, pero deteniéndose en Tortosa, donde hace una recopilación sobre Cataluña y añade algunas poblaciones que antes no ha nombrado.

El Reino de Valencia lo aborda desde el Delta y el río Cenia, siguiendo la costa, aunque realiza una serie de digresiones que le hacen ir de norte a sur y de sur a norte, sin salirse de la zona septentrional de la actual provincia de Castellón. Después habla de los ríos existentes hasta el Turia, intentando reconocer a qué corrientes actuales corresponderían, y nos remite al Itinerario de Antonino para referir a las poblaciones existentes entre Tortosa y Cartagena, lo que le permite nombrar algunas localidades del interior. Una vez llegado al límite del reino, retoma la costa hacia el norte hasta llegar a Denia, donde introduce unos comentarios sobre las islas Pitiusas y los islotes que quedan frente a las costas de la provincia de Alicante, y así vuelve a virar hacia Mediodía. En este caso, da la voz a cuantos autores describieron tales accidentes, pero concediéndole una atención especial a Plinio. Vuelto a Cartagena, describe la costa hasta el golfo ilicitano, refiriéndose asimismo a ríos y poblaciones para volver a Denia y realizar ciertas digresiones acerca de Lucentum; con lo que desciende a Alicante e inicia el relato de las poblaciones del interior, utilizando los cauces del Júcar, Turia y Palancia, para adentrarse casi hasta los confines del reino. Cierra esta descripción, en la que ha usado todo tipo de fuentes, con unas referencias a Morella.100

Para las Baleares, alude principalmente a Estrabón y Plinio, aunque es aquí donde hace mención de forma más repetida de otras fuentes, como los propios habitantes y las cartas náuticas.

El valle del Ebro sirvió de eje vertebrador de las comunicaciones entre la costa este, especialmente Tarraco, y el interior peninsular, pues pasando por Zaragoza o Biliblis se podía llegar a urbes tan señaladas como Numancia, Alcalá, Mérida, Lisboa, León, Astorga e incluso alcanzar Finisterre. Ello propició que las tierras aragonesas fueran atravesadas por una completa red viaria, con importantes nudos de comunicaciones, entre los que destaca la Caesarea Augusta, que ponían en contacto los caminos que atravesaban los Pirineos con el resto de la península. Este territorio, bien conocido por Muñoz, será reconstruido siguiendo el Itinerario de Antonino y el orden presentado por Ptolomeo, según le convenga, y manifestará especial empeño en señalar las calzadas que comunicaban los Reinos de Valencia y Aragón a través del Maestrazgo y los valles del Jiloca y el Palancia, a los se habían referido los tratadistas antiguos de manera muy pobre.101

Al iniciar el siguiente epígrafe, Muñoz reconoce que son pocas las poblaciones navarras conocidas en época romana, y de nuevo sus fuentes son Antonino y Ptolomeo. Por último, lo poco que dice del Reino de Castilla lo toma del Itinerario de Antonino.

Así pues, podemos decir que nuestro autor adoptó una actitud más ecléctica y una decisión más personal a la hora de abordar la descripción de las tierras que parece que conocía mejor –las costeras–; mientras que, para los territorios del interior, prefiere seguir de forma más fiel a los dos autores que mejor se avienen a su criterio básicamente descriptivo: Antonino Pío y Ptolomeo. En otro orden de cosas, hallamos un prurito por ofrecer la mayor cantidad de datos de la forma más exhaustiva y precisa posible; y así en la mayor parte de los topónimos no solo ha modernizó sus denominaciones, sino que lo hizo tendiendo hacia la castellanización, como era habitual, por otra parte, en los escritores que componían sus textos en latín, pero que acudían a menudo a la lengua vulgar para referirse a las realidades y objetos contemporáneos a ellos.102 Por fin, todo especialista sabe que no debemos hacer mucho caso a las imprecisiones y balbuceos ortográficos, muy propios de la época.

Como buen humanista y pedagogo, Muñoz advierte a sus alumnos de las cautelas que deberán utilizar a la hora de enfrentarse a un trabajo de estas características. En primer lugar, señala que se ha de tener una actitud crítica ante los clásicos, incluso ante los más reputados, como era el caso de Ptolomeo, de cuya obra hace las siguientes precisiones:

Ptolomeo abunda en tantos errores que considero temerario, sólo con su autoridad, opinar acerca de los nombres de las antiguas ciudades. En su género, sin embargo, escribió más aventajadamente que los demás, pero cuando se llega a lo específico, hay que confiar más en Plinio, Mela, Estrabón o César que en él mismo (106r).

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