Kitabı oku: «Jerónimo Muñoz», sayfa 6

Yazı tipi:

Este proceder había de inspirar la investigación en todo momento y cualquier tipo de información siempre habría de ser meditada, como previene a sus estudiantes al señalar las razones por las que no les refiere unos islotes que se alzan frente al litoral de la región de Palma:

No menciono éstas porque yo piense que sea verdad, sino porque en asunto dudoso; el hombre sabio debe convencerse de que nada se puede asegurar, sino que ha de examinarse todo, incluso si parece muy apartado de la verdad, y en tal caso, tiene que ser rechazado y, lo que sea verosímil, ha de ser examinado con todas las fuerzas (107v).

La geografía se nos presenta como una de las disciplinas en las que más claramente se muestra la actitud humanista de contrastación entre la información procedente de los clásicos con la aportada por los especialistas, es decir, artesanos y profesionales dedicados a labores manuales, que en este caso resultan a menudo absolutamente imprescindibles. Muñoz no tuvo el menor empacho en exponer los datos que le habían ofrecido personas sin formación intelectual, utilizándolas incluso para desmentir a las grandes autoridades clásicas cuando entraban en contradicción con estas experiencias.103 Evidentemente, estos individuos le ofrecían mucha más confianza que ciertos intelectuales, a los que podríamos denominar falsos humanistas, es decir, aquellos que, habiendo entendido mal los principios del movimiento, los habían reducido a un burdo filologismo. Muñoz lanzó contra ellos la más dura de las diatribas:

Cabe recordar que desde el principio del Renacimiento, muchos autores intentaron en España sacar a la luz sus conjeturas gramaticales con este método, por así decirlo, de adivinación; aunque, confiados en su ayuda, sólo consiguieron una sombra de la geografía o un nombre. Éstos no conocieron ni la situación de las regiones ni observaron las razones de las distancias ni tuvieron en cuenta la longitud o la latitud, sino que interpretaron todos los nombres antiguos sólo por la afinidad de los mismos o por una semejanza.104

Ello no quiere decir que no acudiera a sus profundos conocimientos filológicos para que le auxiliaran en la difícil labor de reconocimiento de topónimos, cuando ello le resultaba útil o podía tener funciones didácticas, siendo quizá el ejemplo de Alhama, donde ello se observa con mayor claridad:

de Bílbilis hasta las Aguas de los Bilbilitanos hay 24 millas; pero las Aguas Bilbilitanas son Alhama, pues así llaman los hebreos y los árabes a los baños de las aguas naturales calientes, pues en hebreo «ham» es cálido, «hama», agua caliente; algunas veces los sarracenos añaden.r., y dicen Alhambra; los griegos los llaman «thermas», de lo que todavía quedan vestigios en este reino, pues en los límites de Aragón con Navarra, está la ciudad de Tiermas, llamada Thermas por los latinos (110r).105

El buen humanista debía, pues, aprovechar todas las informaciones que pudiera acumular, las cuales debía examinar con minuciosidad y decantarse por las que le resultaran más fiables. De ese modo lo enseñaba a sus alumnos, cuando contrastaba las mediciones de la isla de Mallorca aportadas por su conquistador, Jaime I, y las realizadas por los propios naturales, y aceptaba estas últimas por su mayor precisión.106 Por la misma razón, se debía aceptar humildemente la impotencia, cuando los datos con los que contaba no resultaban convincentes. Así, confesaba abiertamente sus perplejidades al aludir a la situación de la isla de Menorca:

Y no he podido averiguar la longitud y latitud de esta isla por ningún autor seguro, pues es tanta la diversidad de los que aseguran que han conocido la isla, que no he querido creer a ninguno; y no es menor la diversidad de los que a mí me transmitieron descrita la isla Mayor, pues careciendo de conocimientos geográficos, vi que sólo imitando a los marinos, distinguiendo la región por los vientos, me transmitieron una descripción errónea, pues imitar a los antiguos tampoco se libra del peligro de error.107

Pero las dificultades no se paraban aquí, ya que al aprendiz de geógrafo aún le quedaba enfrentarse ante otro gran problema que le iba a estorbar en su prurito de precisión: la falta de uniformidad en los patrones de medida, que se ponen de manifiesto al intentar reconocer las Aguas Bilbilitanas, que distarían, según Antonino, 24 millas de Bílbilis. Una vez reconocido el topónimo, como hemos visto por criterios filológicos, anota que entre ellas solo hay 17 millas, «por lo que quizá provenga el error en el cálculo vulgar de que hagan leguas grandes, o bien, si no nace el error de aquí, estará en Antonino que tiene abundantes errores, pues la verdad se demuestra en testimonios irrefutables, por los que no se ha de dudar que Alhama son las Aguas Bilbilitanas» (109v-110r).108 Esta actitud de cautela, con la que el investigador debía de saber valorar sus fuentes de información, se observa clarísimamente al referirse a Zaragoza, cuando afirma que resulta ridículo

el argumento de aquéllos que niegan que Caesar Augusta sea Çaragoza porque en ella no se encuentran lápidas, testimonios de la antigüedad romana, los cuales son más bien indicios, que las demostraciones que se han de exigir en este tipo de razonamientos, a partir de las medidas verdaderas antes que a partir de otras cosas (108v).

De esta forma, Muñoz no solo manifiesta su portentosa erudición, sino que va marcando a sus estudiantes los puntos fundamentales de lo que podríamos denominar el método científico que debe utilizar un geógrafo y que viene avalado además por el interesante mapa que ilustra su texto; un texto de valor muy desigual que, asimismo, nos ha llegado probablemente incompleto. No sería justo intentar desvirtuar la labor del humanista valenciano a partir de ciertas críticas en torno a faltas de precisión o inexactitudes. Nos hallamos ante un manual universitario copiado por sus estudiantes, que sin duda podían deslizar más de un error de cosecha propia, pero es que también se observa que Muñoz no estaba preparando un original para llevar a la imprenta, por lo que no parece que fuera a corregir y supervisar las copias de sus estudiantes.

Y esta afirmación la basamos en diferentes indicios. El primero y fundamental es el carácter inacabado de la descripción, que solo abarca los territorios de la Corona de Aragón y Navarra, pues al entrar en el relato de Castilla la narración se interrumpe de forma brusca. Y, sin embargo, parece que tenía la intención de cubrir todo el territorio hispano, ya que al referirse al río Ebro en el tramo más cercano a su desembocadura adelanta que «cuando tratemos de la región de Burgos descubriremos cuál es la fuente del río Ebro» (100r-v). Por otro lado, esta tarea sería coherente con la labor humanística de emular a los clásicos: y todos ellos habían realizado la descripción de toda la Península más las Islas Baleares, unos de forma más minuciosa que otros, pero no habían dejado sin terminar un apartado. Quizá la tarea resultaba ímproba o no contaba con información suficiente para abordar el estudio de toda la Corona de Castilla y posiblemente Portugal, pues un aspecto que no debemos olvidar es que su descripción va pasando por las poblaciones recogidas por los clásicos y reconociéndolas, lo que no era tarea fácil. El caso es que, después de señalar que va a abordar los reinos de Castilla, se detiene tras referir el itinerario entre Astorga y Burdeos según Antonino, lo que le permite unir en su narración el Reino de Navarra con el País Vasco y Asturias. En este punto podríamos recordar lo dicho anteriormente acerca de los indicios con que contamos de la elaboración de una geografía más completa y que también quedó manuscrita.

Continuando con el estudio de la labor geográfica y cartográfica de Jerónimo Muñoz, querríamos ofrecer algunos datos que, según nuestra opinión, vendrían a demostrar la participación de Jerónimo Muñoz en el primer mapa publicado del entonces Reino de Valencia por el cartógrafo de Amberes Abraham Ortelio, recordando lo que ya apuntamos en un trabajo anterior y añadiendo nuevos datos y consideraciones.109 Como es sabido, este mapa fue incluido por Ortelio en la edición de 1584/85 de su atlas Theatrum Orbis Terrarum. Los especialistas han intentado reconstruir el proceso de elaboración por parte de Ortelio de los mapas referidos a nuestra Península.110 Recientemente, A. Hernando ha intentado sintetizar lo que conocemos al respecto, aceptando su desconocimiento acerca de la autoría del mapa de Valencia.111 Por la información presente principalmente en el Theatrum y la correspondencia del impresor, sabemos que el mapa de España se confeccionó sobre la base de varias copias de las cartas italianas de Giacomo Gastaldi (1544) y Vincenzo Paletino de Curzola (1558). Según parece, el botánico Charles de l’Ecluse, amigo de Ortelio, trabajó sobre uno de los ejemplares que imprimió Jerónimo Cock de esta última para mejorarlo con su conocimiento directo del terreno, tras su periplo por la Península. Sin embargo, un examen detallado muestra que apenas si hay modificaciones.

El mapa de Portugal procede del mapa del cartógrafo portugués Fernando Álvarez Seco. El de la diócesis de Sevilla se debe al conocido cosmógrafo Jerónimo Chaves y muestra una presentación panorámica y los convencionalismos de las cartas de navegar. Hernando incluye el mapa de Valencia junto al de Guipúzcoa y Galicia, y los califica de rudimentarios esbozos, aunque dibujados por personas muy conocedoras del país y familiarizados con la tarea cartográfica. Por fin, solo elogia el mapa de Cataluña, que considera confeccionado por un profesional competente que introduce los procedimientos más recientes en el diseño cartográfico, especialmente lo que él denomina «metodología geométrica». Hay que recordar que la inclusión de esta carta es bastante posterior a la de Valencia, por lo que previsiblemente también se debió de elaborar más tarde.

Así, si bien Hernando marca los defectos del anónimo mapa de Valencia, declara que su autor debió de ser «una persona preocupada por los límites administrativos y conocedora de la historia».112 Refiere, como sus contribuciones más destacadas: la atención a la red hidrográfica, la profusa toponimia, especialmente en la descripción de la costa y, unido a ello, la minuciosidad en el perfil costero. En el otro plato de la balanza coloca la escasez de montañas o sierras. Por otro lado, el texto que acompaña al mapa se caracteriza por ser el de mayor extensión y por la profusión de autores citados, tanto clásicos –Ptolomeo, Plinio, Mela, Estrabón, Tito Livio y Salustio– como actuales –P. A. Beuter, P. Medina, Marineo Sículo y Damianus à Goes–.113

Este mapa, como hemos adelantado, fue incluido en la edición de 1584/85 del Theatrum, y junto a él se incluye un texto descriptivo, donde también se señala la colaboración del erasmista valenciano Fadrique Furió y Ceriol, como informante de Ortelio: «Ager huius urbis ubique a mauris colitur, quod a clarissimo viro Frederico Furio Caeriolano Valentino accepi. Auorumque; prosapiam lingua arabica, et religione Mahumetana palam et vulgo profitentur in hunc usque diem; conniventibus Rege et Inquisitione». Tras su lectura, Montano recomendó a Ortelio que modificara el texto como sigue, evitando cualquier mención a la Inquisición:

Maxime urbis huius agri partes a gente colitur (sic in Ms.) ex mauris oriunda et paternum sive auitum sermonem ac fere vitae morem ad hunc retinente quod a Clarissimo viro Freder. Fur. Caeriolano accepi. Consulo praeterea ac moneo ut quantum fieri possit, ab inquisitionis mentione perpetuo supersedeas…114

Este último texto (hasta accepi) es el que figura en las ediciones posteriores a la carta de Montano. Habremos de esperar hasta finales de siglo para que se introdujera este fragmento en la traducción castellana, el cual reza así en la edición de 1612: «Tengo entendido de Federigo Furio Caeriolano Valentino, hombre claríssimo, que el terreno de esta ciudad quedó labrado de gentes nacidas de los mauros y que oy día tienen la lengua y manera de vivir de sus padres y avuelos».

Un primer indicio sobre la contribución de Muñoz nos lo dio la triangulación que describe entre Valencia (el Miguelete) y otras localidades próximas, como El Puig, Puzol, Moncada, Alboraya y El Grao.115 Aunque se trata de una exposición didáctica, los ángulos que da Muñoz son muy próximos a los reales. Recientemente, Rosselló ha estimado estos ángulos mostrando que los errores oscilan entre los 0º y los 4º 30’, salvo un caso en el que el error llega a 17º 30’.116 Aunque no tenemos una explicación satisfactoria para estos errores, ya que Muñoz era un observador bastante escrupuloso, no son lo suficientemente elevados como para desestimar que se trate de medidas reales.117 En cualquier caso, permiten representar una distribución de las localidades bastante aproximada a la realidad.

En el dibujo que acompaña a la descripción de la triangulación, uno de los vértices es la «Ermita de la Concepción», una antigua ermita hoy desaparecida cuya posición exacta ha sido reconstruida por Rosselló, quien ha puesto de relieve su carácter de «hito destacado en el arco de elevaciones de la Horta de Valencia».118 Es decir, La Concepción no fue nunca ni lo es el nombre de una población, sino de una ermita bastante alejada del núcleo original del pueblo de Godella.119 En el mapa de Ortelio y en todos los mapas del reino de Valencia que se basaron en él a lo largo del siglo XVII, figura esta ermita junto a Burjassot y Bétera. Ello es así hasta el punto de que, en alguno de estos mapas, como el de Vrients de 1603, en las comarcas del norte próximas a Valencia solo se citan como topónimos «La Concepción» y «Morvedre». Es decir, al parecer se llegó a tomar como una población destacada lo que Muñoz había usado como un vértice de su triangulación, por su excelente visibilidad. Ciertamente, en el mapa de Ortelio figuran otras ermitas, como la de Santa Ana, que se encuentra muy cerca de Albal, o santuarios, algunos importantes como el Monasterio de Benifassà. Cabe advertir de que en estos puntos el icono es igual al de las localidades, y quizá la única coincidencia entre ellos es que se trata de lugares de cierta elevación, de modo que su presencia se podría explicar también por su posible valor topográfico.

Figura 12

Fragmento del mapa del Reino de Valencia incluido en el Theatrum Orbis Terrarum (1584/85) de Abraham Ortelio y realizado por éste a partir de la información procedente de Jerónimo Muñoz


Para que el lector pueda hacer una idea más acertada de los argumentos esgrimidos por unos y otros, incluimos a continuación un cuadro comparativo de los ángulos que proporciona Muñoz en el texto de la triangulación, los medidos por Rosselló (2001) y los que hemos deducido aproximadamente del mapa de Ortelio, que creemos que refuerzan nuestra hipótesis:

Acimuts desde La Concepción


Acimuts desde El Miguelete


Por otra parte, en el mapa de España incluido por Ortelio en la misma edición en que apareció el de Valencia, la capital valenciana figura a casi 40º de latitud, mientras que en el del Reino de Valencia figura esta ciudad exactamente a 39º 30’, que es la proporcionada por Muñoz. Antes de Muñoz, su predecesor en la cátedra, Bartolomé Bou, dio como latitud de Valencia 39º. Otros autores, como Santa Cruz, dieron 40º y en el Atlas del Escorial figura a 40º 7’, según se ha podido ver anteriormente.

Otro argumento, siguiendo las consideraciones de A. Hernando, se relaciona con la preocupación por los límites administrativos. Así pues, si se recorre el mapa de Ortelio y se compara con la Descripción de Muñoz, se advertirá una coincidencia casi perfecta entre los puntos geográficos que marcan los límites del reino en el texto de Muñoz con los que aparecen en el mapa orteliano. Y si bien pueden producirse algunos errores en las situaciones de algunos puntos, tales errores no sabemos muy bien a quién habría que achacarlos, aparte que consideramos que lo importante es precisamente la minuciosidad con que está confeccionado el mapa, en el que las localidades y accidentes están situados en la zona que les corresponde y con la sucesión que toca, a pesar de que observemos algún ligero error en cuanto a su situación exacta. A mayor abundamiento, igualmente notable es la profusión de atalayas litorales de centinela y defensa costera, las cuales conocía bien el cosmógrafo valenciano, pues el conde de Benavente era un personaje muy preocupado por estas cuestiones, al igual que el resto de personas con responsabilidades políticas en el reino.120

Tal conocimiento no solo se limita a la representación de la costa, puesta de relieve incluso por A. Hernando, sino que no podemos dejar de reseñar, y valorar, que figuren incluso las zonas más reconditas del país, como son las montañas de la Marina alicantina, donde encontramos Tormos, un poblado morisco de 14 casas; Val de Orba, también morisca, con 20, o Sagra, que tenía 16. Asimismo, y para matizar algo la censura de Hernando relativa a la ausencia de relieve, en esta misma zona, encontramos el Coll de Rates, la Sierra de Bernia y la Val de Guadalest. Y más hacia el interior, la Val de Gallinera y la Val de «Sita», por Seta. Solo alguien que conociera muy bien el país podía ofrecer una información tan variada y completa.

Pero es que además hallamos coincidencias muy notables en la toponimia. Así, de la contrastación entre los topónimos recogidos en el mapa y la Descripción, vemos que entre Gilet y Estivella aparece un misterioso Montolt, que sin duda corresponde con el lugar de Montalt, que en la época tenía 40 casas. Pero más que en los aciertos debemos fijarnos en los nombres más confusos. Así, en la Descripción aparece una Serrairca o Serañana –el transcriptor no puede decantarse– y en el mapa aparece Surra. Todos los indicios nos llevan a proponer que se trate de Serra. Burjasot es Bursacet en el mapa y Burgaçot en la Descripción. Luego encontramos errores que parecen de imprenta o por mor de una mala transcripción: Alfora por Alfara, Cantabuja por Cantavieja, Alfanar por Alfafar, Iulella por Chulilla, Contayna por Cocentaina o Vella Loysa por Villajoyosa. Por lo mismo, tampoco podemos pasar por alto las divergencias existentes, entre las cuales la más estrepitosa corresponde a Cullera, marcada como Succo, mientras que Muñoz, en la Introudcción a la Astronomía y la Geografía, nos dice: «de allí al Júcar, 20 millas, es decir 5 leguas: ahora se llama ciudad de Cullera, que no es Sueca como algunos aseguran, llevados por la afinidad del nombre, pues era el nombre aplicado a la desembocadura del río» (102v-103r). A pesar de tales errores, creemos que tantas coincidencias resultan, cuanto menos, sospechosas, y parecen apuntar a que alguien como Muñoz o alguno de sus discípulos, como Pedro Ruiz o Bartolomé Antist, que también era geógrafo, le debieron proporcionar los materiales necesarios a su compatriota, el también valenciano, Fadrique Furió Ceriol, quien se los pasaría a Ortelio.121

Asimismo, pensamos que se han de minimizar las críticas del cronista del Reino de Valencia, Gaspar Escolano, quien reprueba el mapa por los castellanismos incluidos y otras minucias, si tenemos en cuenta que él cae en los mismos defectos que reprueba; además, en sus diatribas no salva tampoco a los autores clásicos, en lo que parece más bien un ejercicio de legitimación de su persona y obra.

Por todo ello pensamos que este mapa muestra un alto grado de madurez en cuanto a la representación cartográfica de las tierras valencianas, y que el responsable de esta consecución es Jerónimo Muñoz. Esta conclusión, además, nos lleva a un nuevo escenario, según el cual no sería la carta de Cataluña la primera en incorporar la «metodología geométrica», como afirma Hernando, sino que tal primacía habríamos de concedérsela al mapa de Valencia, muy anterior.

Finalmente, y también en relación con los trabajos cartográficos de Muñoz, hay que señalar los relacionados con la delimitación de fronteras entre las coronas de Aragón y Castilla, un problema secular que provocó numerosos conflictos históricos, algunos de los cuales han perdurado. Precisamente, un buen ejemplo de estos conflictos es el de la fijación en el siglo XVI de los límites de los dos reinos en la Sierra Negrete, que afectó a las tierras del vizcondado de Chelva y la villa castellana de Utiel, que dio lugar a enfrentamientos muy graves. La cuestión se resolvió con una sentencia de Felipe II el 18 de noviembre de 1568 favorable a Utiel.

Al litigio se aportaron como pruebas tres mapas, el primero levantado en 1565 y los otros, en 1566. En la confección del primero intervino Jerónimo Muñoz junto a Miguel de Hervías, un pintor castellano. Los otros dos se han atribuido a Joan Baptista Binimelis, que entonces estudiaba en la Universidad de Valencia y era discípulo de Muñoz, y a Bernardo de Ovieda, un pintor de Cuenca. Los tres mapas, según Torres Faus y Rosselló Verger, que los han estudiado, son magníficos exponentes de la cartografía del siglo XVI. Estos mismos autores señalan que, a la falta de una delimitación precisa de las citadas fronteras se añadía el crecimiento demográfico y económico, lo que provocó una intensificación de la competencia entre las dos comunidades de Sierra Negrete. Esto explicaría que se quisiera establecer detalladamente los límites respectivos. La primera reunión de los implicados fue el 27 de octubre de 1565, viernes, en Sierra Negrete, cuando comenzaron los trabajos de la visura y la «pintura» con la participación, por la parte de Chelva, del «maestro Muñoz», nombrado por Juan de Sotomayor, procurador del vizconde; mientras que por la parte de la villa de Utiel figuraba Miguel de Hervías, pintor nombrado por Pedro de Hariza, procurador de la villa de Utiel.

Al iniciarse el trayecto por la Hoya de Algarra los jueces se dieron cuenta de que primero se tenía que hacer una descripción completa de Sierra Negrete por parte de los pintores. Al parecer, Muñoz, recientemente nombrado catedrático de Matemáticas, propuso que el mapa se dibujara según las nuevas técnicas de triangulación, motivo por lo que el trabajo requería muchos días. Esto y la decisión de los jueces les ha permitido deducir a Torres y Rosselló que el mapa MPD-47 es el que dibujaron Muñoz y Miguel de Hervías. En efecto, los dos jueces ordenaron que se hiciera una descripción general del territorio, es decir, un mapa, que recogiera la toponimia de mojones, vertientes, colinas, ríos, «e lo demás…». Los otros dos mapas, los MPD-48 y MPD-49, fueron realizados, el primero por Juan Bautista Binimelis y el segundo por Bernardo de Oviedo, un destacado pintor de Cuenca.122

2.4. LOS INSTRUMENTOS ASTRONÓMICOS Y LAS «TEÓRICAS DE LOS PLANETAS»

Después de la introducción a la «esfera», en las universidades de Valencia y Salamanca la enseñanza de la astronomía se continuaba con el uso de instrumentos, preferentemente el astrolabio, y la teórica de los planetas, es decir, modelos de los movimientos del Sol, la Luna y los cinco planetas.

Figura 13 Trazado de los paralelos en el astrolabio llamado de Rojas, según Muñoz (De planispherii parallelogrami inventione, copia de Francisco Juan Rubio, Bayerische Staatsbibliothek, Munich)


Muñoz redactó, hacia 1568, un amplio tratado dedicado al astrolabio llamado «de Rojas», basado en una proyección ortográfica de la esfera celeste en la que el centro de proyección se sitúa en el infinito, sobre una perpendicular al plano del coluro de los solsticios, que sirve de plano de proyección.123 En esta proyección los paralelos se convierten en líneas rectas y los meridianos en semielipses. Este astrolabio, como la Azafea de Azarquiel, sirve para todas las latitudes. La proyección usada en su construcción tiene su origen en el Analemma de Ptolomeo.124 El astrolabio basado en esta proyección fue descrito por Juan de Rojas Sarmiento, en una obra publicada en París en 1550, producto de sus estudios con Gemma Frisius en Lovaina, como él mismo reconoce en la obra.125 Por otra parte, en la redacción del libro, Rojas, descendiente de una antigua familia de la nobleza española, contó con la colaboración de Hugo Helt, un holandés que residió más de veinte años en España y estuvo algún tiempo al servicio del marqués de Poza, padre de Juan de Rojas. Así, en el prefacio al libro VI de su obra, dedicado a la construcción del astrolabio, Rojas afirma que teniendo una descripción de la mano de Helt sobre el asunto decidió incluirla sin alterar nada.126

Muñoz comienza su estudio refiriéndose a la invención del astrolabio y usa la metáfora de los ríos, cuyos orígenes son oscuros, se nutren de muchos afluentes y, finalmente, desembocan en el mar. Igualmente oscuro considera el origen de este tipo de astrolabio. Algunos dicen, prosigue Muñoz, que el primer inventor fue el rey Alfonso el Sabio, y añade que en la «Biblioteca Complutense» se conserva un tratado sobre instrumentos astronómicos de diversos géneros, en el que se describe este planisferio.127 También informa de que en el tratado de relojes de Oronce Finé hay dibujado un reloj universal, válido para cualquier altitud del polo, que guarda semejanza con este planisferio.128 Asimismo, señala que Pedro Apiano, en su Cosmografía, describe cierto instrumento universal que difiere poco de este planisferio. A partir de estas fuentes, según Muñoz, Juan de Rojas reunió y expuso de forma completa todo lo relativo al planisferio, con ayuda de Gemma Frisius. Añade, además, que Rojas se atribuyó todo el mérito, lo que es una acusación injusta de Muñoz a Rojas.129 Finalmente, afirma que debido a que Rojas fue el primero que se ocupó de este tema incurrió en numerosos errores. Por consiguiente, su intención es liberar a este instrumento y sus cánones del error y la confusión en que lo dejó Rojas y resaltar su valor, para lo que ha empleado todas sus fuerzas.130

Figura 14

Lámina de un astrolabio con proyección de Rojas, fabricado por G.Arsenius (1544-163; Museo Nacional de Ciencia y Teconología)


El contenido del tratado es semejante al de Rojas. Muñoz describe la manera de construir las dos caras del astrolabio y expone sus aplicaciones astronómicas, tales como la determinación de alturas y declinaciones de los astros, y geográficas, como la determinación de la latitud de los lugares a partir de las alturas meridianas del Sol o las estrellas; también, para el cálculo de la hora dada la altura del Sol y la determinación del inicio o fin del crepúsculo. Sobre la determinación del tiempo, describe también la construcción de relojes solares. Como Rojas, Muñoz se ocupa asimismo de cuestiones de interés astrológico, como las relativas al ascendente u horóscopo y al tema (o carta) celeste y las casas. Usando el anverso del astrolabio, Muñoz trata después cuestiones de geometría práctica, como la determinación de alturas y profundidades. También explica el uso del astrolabio como un instrumento topográfico, para medir ángulos entre lugares y estimar distancias, y sus aplicaciones a la náutica para, por ejemplo, calcular la distancia de una nave a la orilla.

Como veremos más adelante, en su tratado de Introducción a la Astronomía y la Geografía y en las Theoricarum…, Muñoz se refería a diversos instrumentos astronómicos. Asimismo, en la traducción anotada del Comentario al Almagesto de Teón figuran descripciones de diversos instrumentos astronómicos añadidas por Muñoz al hilo del texto de Teón, o comentarios de las descripciones de Teón, Pappus o Cabasilas. En el Almagesto, Ptolomeo describe un instrumento compuesto de aros o armillas para determinar el instante del paso del Sol por el meridiano y su altura en ese momento; un «plinto» o bloque de madera en el que se dibuja un cuarto de círculo, graduado de modo que la sombra de un gnomon clavado perpendicularmente a la superficie proporciona la altura del Sol a mediodía; un aro o armilla situada permanentemente en el plano del ecuador para determinar el instante del equinoccio, instrumento sobre el que Hiparco y Ptolomeo no mostraban mucha confianza; un gnomon con el que se determinaba la longitud de la sombra… Todos estos instrumentos están relacionados con la determinación de los equinoccios y la longitud del año. Además, Ptolomeo describe el «instrumento paraláctico» o triquetrum, como se le llamó en la Edad Media, consistente en un poste vertical con dos brazos adheridos a él, uno en la parte superior y otro en la inferior. Ptolomeo lo describe para evaluar la distancia cenital de la Luna, que es el complemento de la altura, medida que usó para estimar su paralaje, de ahí el término de «instrumento paraláctico». Otro instrumento descrito por Ptolomeo es el astrolabon, término con el que no se refiere al astrolabio plano, sino a una especie de esfera armilar para determinar las coordenadas de los astros, compuesta de siete anillos concéntricos, que representan los círculos fundamentales de los cielos. Ptolomeo también describe en el Almagesto la construcción de una esfera celeste en la que se dibujan las constelaciones. El globo está provisto de un eje de rotación para simular la rotación diurna de los cielos. Este eje puede inclinarse según la latitud del lugar de observación. Finalmente, Ptolomeo, para determinar el diámetro del Sol y de la Luna, tras criticar el uso de la clepsidra para medir el tiempo que tarda el Sol en salir en el equinoccio, recomienda el uso de la dioptra inventada por Hiparco. Aunque Ptolomeo no la define, por el Comentario de Pappus al Almagesto sabemos que la dioptra constaba de una tabla rectangular, probablemente de madera, con una ranura por la que se deslizaba a lo largo de ella un pequeño prisma o tablilla. El observador miraba por una pínula fijada en un extremo de la tabla y movía el prisma hasta que este se ajustaba al diámetro aparente del Sol. En una variante del instrumento, en lugar del prisma se disponía una pequeña tablilla con dos agujeros por los que tenían que pasar los rayos procedentes del borde del Sol.131 Como hemos indicado, todos estos instrumentos aparecen descritos en el Comentario al Almagesto de Teón traducido por Muñoz.

Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.

Türler ve etiketler

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
489 s. 49 illüstrasyon
ISBN:
9788491344605
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi: