Kitabı oku: «Zadig, ó El Destino, Historia Oriental», sayfa 4
CAPITULO X
La esclavitud.
Entrando en la aldea egipcia, se vió cercado de gente que decia á gritos: Este es el robador de la hermosa Misuf, y el que acaba de asesinar á Cletofis. Señores, les respondió, líbreme Dios de robar en mi vida á vuestra hermosa Misuf, que es antojadiza en demasía; y á ese Cletofis no le he asesinado, sino que me he defendido de él, porque me queria matar, por haberle rendidamente suplicado que perdonase á la hermosa Misuf, á quien daba desaforados golpes. Yo soy extrangero, vengo á refugiarme en Egipto; y no es presumible que uno que viene á pedir vuestro amparo, empiece robando á una muger y asesinando á un hombre.
Eran en aquel tiempo los Egipcios justos y humanos. Conduxo la gente á Zadig á la casa de cabildo, donde primero le curáron la herida, y luego tomáron separadamente declaracion á él y á su criado para averiguar la verdad, de la qual resultó notorio que no era asesino; pero habiendo derramado la sangre de un hombre, le condenaba la ley á ser esclavo. Vendiéronse en beneficio del pueblo los dos camellos, y se repartió entre los vecinos todo el oro que traía; él mismo fué puesto á pública subhasta en la plaza del mercado, junto con su compañero de viage, y se remató la venta en un mercader árabe, llamado Setoc; pero como el criado era mas apto para la faena que el amo, fué vendido mucho mas caro, porque no habia comparacion entre uno y otro. Fué pues esclavo Zadig, y subordinado á su propio criado: atáronlos juntos con un grillete, y en este estado siguiéron á su casa al mercader árabe. En el camino consolaba Zadig á su criado exhortándole á tener paciencia, y haciendo, según acostumbraba, reflexîones sobre las humanas vicisitudes. Bien veo que la fatalidad de mi estrella se ha comunicado á la tuya. Hasta ahora todas mis cosas han tomado raro giro: me han condenado á una multa por haber visto pasar una perra; ha estado en poco que me empalaran por un grifo; he sido condenado á muerte por haber compuesto unos versos en alabanza del rey; me he huido á uña de caballo de la horca, porque gastaba la reyna cintas amarillas; y ahora soy esclavo contigo, porque un zafio ha aporreado á su dama. Vamos, no perdamos ánimo, que acaso todo esto tendrá fin: fuerza es que los mercaderes árabes tengan esclavos; ¿y por qué no lo he de ser yo lo mismo que otro, siendo hombre lo mismo que otro? No ha de ser ningun inhumano este mercader; y si quiere sacar fruto de las faenas de sus esclavos, menester es que los trate bien. Así decia, y en lo interior de su corazon no pensaba mas que en el destino de la reyna de Babilonia.
Dos dias despues se partió el mercader Setoc con sus esclavos y sus camellos á la Arabia desierta. Residia su tribu en el desierto de Oreb, y era arduo y largo el camino. Durante la marcha hacia Setoc mucho mas aprecio del criado que del amo, y le daba mucho mejor trato porque sabia cargar mas bien los camellos.
Dos jornadas de Oreb murió un camello, y la carga se repartió sobre los hombros de los esclavos, cabiéndole su parte á Zadig. Echóse á reir Setoc, al ver que todos iban encorvados; y se tomó Zadig la libertad de explicarle la razon, enseñándole las leyes del equilibrio. Pasmado el mercader le empozó á tratar con mas miramiento; y viendo Zadig que habia despertado su curiosidad, se la aumentó instruyéndole de varias cosas que no eran agenas de su comercio; de la gravedad específica de los metales y otras materias en igual volúmen, de las propiedades de muchos animales útiles, y de los medios de sacar fruto de los que no lo eran: por fin, le pareció un sabio, y en adelante le apreció en mas que á su camarada que tanto habia estimado, le dió buen trato, y le salió bien la cuenta.
Así que llegó Setoc á su tribu, reclamó de un hebreo quinientas onzas de plata que le habia prestado á presencia de dos testigos; pero habian muerto ámbos, y el hebreo que no podia ser convencido, se guardaba la plata del mercader, dando gracias á Dios porque le habia proporcionado modo de engañar á un árabe. Comunicó Setoc el negocio con Zadig de quien habia hecho su consejero. ¿Qué condicion tiene vuestro deudor? le dixo Zadig. La condicion de un bribon, replicó Setoc. Lo que yo pregunto es si es vivo ó flemático, imprudente ó discreto. De quantos malos pagadores conozco, dixo Setoc, es el mas vivo. Está bien, repuso Zadig, permitidme que abogue yo en vuestra demanda ante el juez. Con efecto citó al tribunal al hebreo, y habló al juez en estos términos: Almohada del trono de equidad, yo soy venido para reclamar, en nombre de mi amo, quinientas onzas de plata que prestó á este hombre, y que no le quiere pagar. ¿Teneis testigos? dixo el juez. No, porque se han muerto; mas queda una ancha piedra sobre la qual se contó el dinero; y si gusta vuestra grandeza mandar que vayan á buscar la piedra, espero que ella dará testimonio de la verdad. Aquí nos quedarémos el hebreo y yo, hasta que llegue la piedra, que enviaré á buscar á costa de mi amo Setoc. Me place, dixo el juez; y paso á despachar otros asuntos.
Al fin de la audiencia dixo á Zadig: ¿Con que no ha llegado esa piedra todavía? Respondió el hebreo soltando la risa: Aquí se estaria vuestra grandeza hasta mañana, esperando la piedra, porque está mas de seis millas de aquí, y son necesarios quince hombres para menearla. Bueno está, exclamó Zadig, ¿no habia dicho yo que la piedra daria testimonio? una vez que sabe ese hombre donde está, confiesa que se contó el dinero sobre ella. Confuso el hebreo se vió precisado á declarar la verdad, y el juez mandó que le pusiesen atado á la piedra, sin comer ni beber, hasta que restituyese las quinientas onzas de plata que pagó al instante; yel esclavo Zadig y la piedra se grangeáron mucha reputacion en toda la Arabia.
CAPITULO XI
La hoguera.
Embelesado Setoc hizo de sti esclavo su mas íntimo amigo, y no podia vivir sin él, como habia sucedido al rey de Babilonia: fué la fortuna de Zadig que Setoc no era casado. Descubrió este en su amo excelente índole, mucha rectitud y una sana razon, y sentia ver que adorase el exército celestial, quiero decir el sol, la luna y las estrellas, como era costumbre antigua en la Arabia; y le hablaba á veces de este culto, aunque con mucha reserva. Un dia por fin le dixo que eran unos cuerpos como los demas, y no mas acreedores á su veneracion que un árbol ó un peñasco. Sí tal, replicó Setoc, que son seres eternos que nos hacen mil bienes, animan la naturaleza, arreglan las estaciones; aparte de que distan tanto de nosotros que no es posible ménos de reverenciarlos. Mas provecho sacais, respondió Zadig, de las ondas del mar Roxo, que conduce vuestros géneros á la India: ¿y por qué no ha de ser tan antiguo como las estrellas? Si adorais lo que dista de vos, tambien habeis de adorar la tierra de los Gangaridas, que está al cabo del mundo. No, decia Setoc; mas el brillo de las estrellas es tanto, que es menester adorarlas. Aquella noche encendió Zadig muchas hachas en la tienda donde cenaba con Setoc; y luego que se presentó su amo, se hincó de rodillas ante los cirios que ardian, diciéndoles: Eternas y brillantes lumbreras, sedme propicias. Pronunciadas estas palabras, se sentó á la mesa sin mirar á Setoc. ¿Qué haceis? le dixo este admirado. Lo que vos, respondió Zadig; adoro esas luces, y no hago caso de su amo y mio. Setoc entendió lo profundo del apólogo, albergó en su alma la sabiduria de su esclavo, dexó de tributar homenage á las criaturas, y adoró el Ser eterno que las ha formado.
Reynaba entónces en la Arabia un horroroso estilo, cuyo orígen venia de la Escitia, y establecido luego en las Indias á influxo de los bracmanes, amenazaba todo el Oriente. Quando moria un casado, y queria ser santa su cara esposa, se quemaba públicamente sobre el cadáver de su marido, en una solemne fiesta, que llamaban la hoguera de la viudez; y la tribu mas estimada era aquella en que mas mugeres se quemaban. Murió un árabe de la tribu de Setoc, y la viuda, por nombre Almona, persona muy devota, anunció el dia y la hora que se habia do tirar al fuego, al son da atambores y trompetas. Representó Zadig á Setoc quan opuesto era tan horrible estilo al bien del humano linage; que cada dia dexaban quemar á viudas mozas que podian dar hijos al estado, ó criar á lo ménos los que tenian; y convino Setoc en que era preciso hacer quanto para abolir tan inhumano estilo fuese posible. Pero añadió luego: Mas de mil años ha que estan las mugeres en posesion de quemarse vivas. ¿Quién se ha de atrever á mudar una lej consagrada pur el tiempo? ¿ni qué cosa hay mas respetable que un abuso antiguo? Mas antigua es todavía la razon, replicó Zadig; hablad vos con los caudillos de las tribus, miéntras yo voy á verme con la viuda moza.
Presentóse á ella; y despues de hacerse buen lugar encareciendo su hermosura, y de haberle dicho quan lastimosa cosa era que tantas perfecciones fuesen pasto de las llamas, tambien exâltó su constancia y su esfuerzo. ¿Tanto queríais á vuestro marido? le dixo. ¿Quererle? no por cierto, respondió la dama árabe: si era un zafio, un zeloso, hombre inaguantable; pero tongo hecho propósito firme de tirarme á su hoguera. Sin duda, dixo Zadig, que debe ser un gusto exquisito esto de quemarse viva. Ha, la naturaleza se estremece, dixo la dama, pero no tiene remedio. Soy devota, y perderia la reputacion que por tal he grangeado, y todos se reirian de mí si no me quemara. Habiéndola hecho confesar Zadig que se quemaba por el que dirán y por mera vanidad, conversó largo rato con ella, de modo que le inspiró algun apego á la vida, y cierta buena voluntad á quien con ella razonaba, ¿Qué hiciérais, le dixo en fin, si no estuviérais poseida de la vanidad de quemaros? Ha, dixo la dama, creo que os brindaria con mi mano. Lleno Zadig de la idea de Astarte, no respondió á esta declaracion, pero fué al punto á ver á los caudillos de las tribus, y les contó lo sucedido, aconsejándoles que promulgaran una ley por la qual no seria permitido á ninguna viuda quemarse ántes de haber hablado á solas con un mancebo por espacio de una hora entera; y desde entónces ninguna dama se quemó en toda Arabia, debiéndose así á Zadig la obligacion de ver abolido en solo ua dia estilo tan cruel, que reynaba tantos siglos habia: por donde merece ser nombrado el bienhechor de la Arabia.
CAPITULO XII
La cena.
No pudiendo Setoc apartarse de este hombre en quien residia la sabiduría, le llevó consigoá la gran feria de Basora, donde se juntaban los principales traficantes del globo habitable. Zadig se alegró mucho viendo en un mismo sitio juntos tantos hombres de tan varios paises, y le pareció que era el universo una vasta familia que se hallaba reunida en Basora. Comió el segundo dia á la misma mesa con un Egipcio, un Indio gangarida, un morador del Catay, un Griego, un Celta, y otra muchedumbre de extrangeros, que en sus viages freqüentes al seno Arábigo habian aprendido el suficiente árabe para darse á entender. El Egipcío no cabia en sí de enojo. ¡Qué abominable pais es Basora! mil onzas de oro no me han querido dar sobre la alhaja mas preciosa del mundo. ¿Cómo así? dixo Setoc; ¿sobre qué alhaja? Sobre el cuerpo de mi tia, respondió el Egipcio, la mas honrada muger de Egipto, que siempre me acompañaba, y se ha muerto en el camino; he hecho de ella una de las mas hermosas mómias que pueden verse, y en mi tierra encontraria todo quanto dinero pidiese sobre esta prenda. Buena cosa es que no me quieran dar siquiera mil onzas de oro, empeñando un efecto de tanto precio. Lleno de furor todavía iba á comerse la pechuga de un excelente pollo guisado, quando cogiéndole el Indio de la mano, le dixo en tono compungido: Ha ¿qué vais á hacer? A comer de ese pollo, le respondió el hombre de la mómia. No hagáis tal, replicó el Gangarida, que pudiera ser que hubiese pasado el alma de la difunta al cuerpo de este pollo, y no os habeis de aventurar á comeros á vuestra tia. Guisar los pollos es un agravio manifiesto contra la naturaleza. ¿Qué nos traeis aquí con vuestra naturaleza, y vuestros pollos? repuso el iracundo Egipcio: nosotros adoramos un buey, y comemos vaca. ¡Un buey adorais! ¿es posible? dixo el hombre del Ganges. ¿Y cómo si es posible? continuó el otro: ciento treinta y cinco mil años ha que así lo hacemos, y nadie entre nosotros lo lleva á mal. Ha, en eso de ciento treinta y cinco mil, dixo el Indio, hay su poco de ponderacion, porque no ha mas de ochenta mil que está poblada la India, y nosotros somos los mas antiguos; y Brama nos habia prohibido que nos comiéramos á los bueyes, ántes que vosotros los pusiérais en los altares y en las parrillas. Valiente animal es vuestro Brama comparado con Apis, dixo el Egipcio; ¿qué cosas tan portentosas ha hecho ese Brama? El bracman le replicó: ha enseñado á los hombres á leer y escribir, y la tierra le debe el juego de axedrez. Estais equivocado, dixo un Caldeo que á su lado estaba; el pez Oanes es el autor de tan señalados beneficios, y á él solo se le debe de justicia tributar homenage. Todo el mundo sabe que era un ser divino, que tenia la cola de oro, y una cabeza humana muy hermosa, y salia del mar para predicar en la tierra tres horas al dia. Tuvo muchos hijos, que todos fuéron reyes, como es notorio. En mi casa tengo su imágen, y la adoro como es debido. Lícito es comer vaca hasta no querer mas, pero es accion impía sobre manera guisar pescado. Dexando esto aparte, ámbos sois de orígen muy bastarda y reciente, y no podeis disputar conmigo. La nacion egipcia no pasa de ciento treinta y cinco mil años, y los Indios no se dan arriba de ochenta mil, miéntras que conservamos nosotros calendarios de quatro mil siglos. Creedme, y dexaos de desatinos, y os daré á cada uno una efigia muy hermosa de Oanes. Tomando entónces la palabra el hombre de Cambalu, dixo: Mucho respeto á los Egipcios, á los Caldeos, á los Griegos, á los Celtas, á Brama, al buey Apis, y al hermoso pez Oanes; pero el Li ó el Tien, como le quieran llamar [P. D.: Voces chinas, que quieren decir Li, la luz natural, la razon; y Tien, el cielo; y tambien significan á Dios.], no valen ménos acaso que los bueyes y los peces. No mentaré mi pais, que es tamaño como el Egipto, la Caldea y las Indias juntas, ni disputare acerca de su antigüedad, porque lo que importa es ser feliz, y sirve de poco ser antiguo; pero si se trata de almanaques, diré que en toda el Asia corren los nuestros, y que los poseíamos aventajados, ántes que supieran los Caldeos la arismética.
Todos sois unos ignorantes, todos sin excepcion, exclamó el Griego. ¿Pues qué, no sabeis que el padre de todo es el caos, y que el estado en que vemos el mundo es obra de la forma y la materia? Habló el tal Griego largo rato, hasta que le interrumpió el Celta, el qual habia bebido miéntras que altercaban los demas, y que creyéndose entónces mas instruido que todos, dixo echando por vidas, que solo Teutates y las agallas de roble merecian mentarse; que él llevaba siempre agallas en el bolsillo; que sus ascendientes los Escitas eran los únicos sugetos honrados que habia habido en el universo, puesto que de verdad comian á veces carne humana, pero que eso no quitaba que fuesen una nacion muy respetable; por fin, que si alguien decia mal de Teutates, él le enseñaria á no ser mal hablado. Encendióse entónces la contienda, y vió Setoc la hora en que se iba á ensangrentar la mesa. Zadig, que no habia desplegado los labios durante la altercacion, se levantó, y dirigiéndose primero al Celta, que era el mas furioso, le dixo que tenia mucha razon, y le pidió agallas; alabó luego la eloqüencia del Griego, y calmó todos los ánimos irritados. Poco dixo al del Catay, que habia hablado con mas juicio que los demas; y al cabo se explicó así: Amigos mios, íbais á enojaros sin motivo, porque todos sois del mismo dictámen. Todos se alborotáron al oir tal. ¿No es verdad, dixo al Celta, que no adoráis esta agalla, mas sí al que crió el roble y las agallas? Así es la verdad, respondió el Celta. Y vos, Señor Egipcio, de presumir es que en un buey tributais homenage al que os ha dado los bueyes. Eso es, dixo el Egipcio. El pez Oanes, continuó, le debe ceder á aquel que formó la mar y los peces. Estamos conformes, dixo el Caldeo. El Indio y el Catayés reconocen igualmente que vosotros, añadió, un principio primitivo. No he entendido muy bien las maravillosas lindezas que ha dicho el Griego, pero estoy cierto de que tambien admite un ser superior del qual depende la forma y la materia. El Griego, que se vía celebrado, dixo que Zadig habia comprendido perfectamente su idea. Con que todos estais conformes, repuso Zadig, y no hay motivo de contienda. Abrazóle todo el mundo; y Setoc, despues de haber vendido muy caros sus géneros, se volvió con su amigo Zadig á su tribu. Así que llegó, supo Zadig que se le habia formado causa en su ausencia, y que le iban á quemar vivo.
CAPITULO XIII
Las citas.
Miéntras este viage á Basora, concertáron los sacerdotes de las estrellas el castigo de Zadig. Pertenecíanles por derecho divino las piedras preciosas y demas joyas de las viudas mozas que morian en la hoguera; y lo ménos que podian hacer con Zadig era quemarle por el flaco servicio que les habia hecho. Acusáronle por tanto de que llevaba opiniones erróneas acerca del exército celestial, y declaráron con juramento solemne que le habian oido decir que las estrellas no se ponian en la mar. Estremeciéronse los jueces de tan horrenda blasfemia; poco faltó para que rasgaran sus vestiduras al oir palabras tan impías, y las hubieran rasgado sin duda, si hubiera tenido Zadig con que pagarlas; mas se moderáron en la violencia de su dolor, y se ciñéron á condenar al reo á ser quemado vivo. Desesperado Setoc usó todo su crédito para librar á su amigo, pero en breve le impusiéron silencio. Almona, la viuda moza que habia cobrado mucha aficion á la vida, y se la debia á Zadig, se resolvió á sacarle de la hoguera, que como tan abusiva se la habia él presentado; y formando su plan en su cabeza, no dió parte de él á nadie. Al otro dia iba á ser ajusticiado Zadig: solamente aquella noche le quedaba para libertarle, y la aprovechó como muger caritativa y discreta.
Sahumóse, atildóse, aumentó el lucimiento de su hermosura con el mas bizarro y pomposo trage, y pidió audiencia secreta al sumo sacerdote de las estrellas. Así que se halló en presencia de este venerable anciano, le habló de esta manera: Hijo primogénito de la Osa mayor, hermano del toro, primo del can celeste (que tales eran los dictados de este pontífice), os vengo á fiar mis escrúpulos. Mucho temo haber cometido un gravísimo pecado no quemándome en la hoguera de mi amado marido. Y en efecto, ¿qué es lo que he conservado? una carne perecedera, y ya marchita. Al decir esto, sacó de unos luengos mitones de seda unos brazos de maravillosa forma, y de la blancura del mas puro alabastro. Ya veis, dixo, quan poco vale todo esto. Al pontífice se le figuró que esto valia mucho: aseguráronlo sus ojos, y lo confirmó su lengua, haciendo mil juramentos de que no habia en toda su vida visto tan hermosos brazos. ¡Ay! dixo la viuda, acaso los brazos no son tan malos; pero confesad que el pecho no merece ser mirado. Diciendo esto, desabrochó el mas lindo seno que pudo formar naturaleza; un capullo de rosa sobre una bola de marfil parecia junto á él un poco de rubia que colora un palo de box, y la lana de los albos corderos que salen de la alberca era amarilla á su lado. Este pecho, dos ojos negros rasgados que suaves y muelles de amoroso fuego brillaban, las mexillas animadas en púrpura con la mas cándida leche mezclada, una nariz que no se semejaba á la torre del monte Libano, sus labios que así se parecian como dos hilos de coral que las mas bellas perlas de la mar de Arabia ensartaban; todo este conjunto en fin persuadió al viejo á que se habia vuelto á sus veinte años. Tartamudo declaró su amor; y viéndole Almona inflamado, le pidió el perdon de Zadig. ¡Ay! respondió él, hermosa dama, con toda mi ánima se le concediera, mas para nada valdria mi indulgencia, porque es menester que firmen otros tres de mis colegas. Firmad vos una por una, dixo Almona, Con mucho gusto, respondió el sacerdote, con la condicion de que sean vuestros favores premio de mi condescendencia. Mucho me honrais, replicó Almona; pero tomaos el trabajo de venir á mi quarto despues de puesto el sol, quando raye sobre el horizonte la luciente estrella de Scheat; en un sofá color de rosa me hallaréis, y haréis con vuestra sierva lo que fuere de vuestro agrado. Salió sin tardanza con la firma, dexando al viejo no ménos que enamorado desronfiándose de sus fuerzas; el qual lo restante del dia lo gastó en bañarse, y bebió un licor compuesto con canela de Ceylan y con preciosas especias de Tidor y Tornate, aguardando con ansia que saliese la estrella de Scheat.
En tanto la hermosa Almona fué á ver al segundo pontífice, que le dixo que comparados con sos ojos eran fuegos fatuos el sol, la luna, y todos los astros del firmamento. Solicitó ella la misma gracia, y él le propuso el mismo premio. Dexóse vencer Almona, y citó al segundo pontífice para quando nace la estrella Algenib. Fué de allí á casa del tercero y quarto sacerdote, llevándose de cada uno su firma, y citándolos de estrella á estrella. Avisó entónces á los jueces que vinieran á su casa para un asunto de la mayor gravedad. Fuéron en efecto, y ella les enseñó las quatro firmas, y les dió parte del precio á que habian vendido los sacerdotes el perdon de Zadig. Llegó cada uno á la hora señalada, y quedó pasmado de encontrarse con sus colegas, y todavía mas con los jueces que fuéron testigos de su ignominia. Fué puesto en libertad Zadig, y Setoc tan prendado de la maña de Almona, que la tomó por su muger propia.