Kitabı oku: «Saga del ángel caído. El resiliente», sayfa 3
Externamente se veía como un niño, aunque para él, aquel cuerpo de once años, esa cara, ojos, piel, cabello, se sentían casi como aquel traje de Batman.
“Me siento de cuarenta y sólo tengo once años… ¿qué me pasa?” Reflexionaba el Churi. Nadie con quien hablar, silencio de TV prendida, sólo lo acompañaba ese murmullo electrónico.
Pero todo llega a su fin. La falta de dinero, las infidelidades de Poroto y la Marina, toda esta larga etapa llegaría al final. Vertiginosamente sucederían cosas que harían variar esa gris realidad.
Ojos. Churi miraba fijamente los ojos de cada persona al verla. Así descubrió la temporalidad, en aquella actitud. Aprendió a identificar cuándo ese ser moriría, no con fecha exacta, pero sí podía saber si le quedaba poco, si tenía alma o si simplemente se trataba de un traje de vida.
(5) Esther
Rellenita en sus partes deseadas, delgada en la cintura, baja estatura, pelo castaño. Había nacido en Calingasta y tenía la piel algo cobriza, con rasgos europeos y ojos color del tiempo. Su voz era femenina, pausada, y cuando hablaba parecía acariciar con las palabras.
Tierna al caminar, Walter observaba a aquella hermosa avanzar justo delante de él.
-Hola Churi. -le dijo sonriente. Estaba calentando agua en la cocina.
El niño la miró a los ojos verdosos y los vio enormes, tenía las cejas depiladas y bien formadas. Esther le dio un beso al terminar de hablar y Walter le respondió, mojándole la mejilla con sus labios no muy pequeños a pesar de ser un jovencito.
Observó con atención todos los movimientos de la joven y pudo sentir el aroma que desprendía en cada uno de ellos.
-¿Querés té o yerbiado? -volteó a preguntar.
-Yerbiado. -respondió secamente el Churi, pasmado.
Tuvo la sensación de que Esther sabía que él la estaba mirando. Ella tenía un pantalón algo ajustado, de botamanga chupín que le llegaba hasta un poco más abajo de la pantorrilla y dejaba libre su tobillo, calzaba ojotas. La blusa era algo corta y dejaba entrever apenas su ombligo. Aquello era verdaderamente un maravilloso espectáculo a los ojos de Walter.
“Para que no estés solito”, Esther invitó al Churi a tomar el yerbiado con unas ricas galletitas que le dijo que tenía en su habitación.
Esther tenía dieciocho para diecinueve años y Churi iba camino a los doce, pero era corpulento y algo grande para su edad. Parado junto a la muchacha parecía que ambos tenían la misma altura.
-Ayudame, abrí la puerta por favor. -le pidió Esther que llevaba la bandeja con tazas. Walter movió el picaporte y entró. Nunca había estado en la habitación de una chica y menos universitaria, así que se quedó observando detenidamente todo a su alrededor.
Había un escritorio pequeño, una cama, dos sillas y un ropero. En las paredes no había crucifijos ni estampitas, sino un póster de The Beatles y lo más llamativo era un gran espejo al lado de la puerta del baño. Estaba todo sumamente ordenado y había un tablero apoyado en una esquina junto con grandes carpetas de dibujo.
Walter permaneció inmóvil, casi en posición de firme, mirando todo.
-Sentate Churi, acá tenés las galletitas. -le dijo Esther, cumpliendo su promesa. La palabra rompió el hechizo, y sentándose suavemente comenzó a degustar las galletitas rellenas con el yerbiado, un verdadero manjar en esos tiempos.
-Vos dibujás, me contó Feliza. -dijo la muchacha.
-Sí, algo. -contestó Walter. -Fui a un curso de acuarela en la Universidad cuando era más chico.
-Ah…eso no me contó tu mamá… ¿y cómo fue que pudiste ir al curso? -preguntó Esther, pensando que Walter exageraba para impresionarla o simplemente le mentía.
-Mi papá trabajaba en las oficinas del decano, entonces pudo conseguir el curso. -continuó el Churi -Mi mamá me acompañaba porque sólo no podía llevar el tablero…ahora sí podría…-y continuó comiendo galletitas.
Esther clavó los ojos en el Churi, con una mirada extraña para él.
-¿Tenés algo para mostrarme de los dibujos que hacés? -le preguntó, tocando delicadamente el brazo de Walter. El Bonito sintió un estremecimiento, al percibir la calidez de la mano, la voz dulce y cariñosa. Saber que alguien se interesaba por él y por sus dibujos fue un verdadero flash.
-Sí, claro, tengo una carpeta parecida a esa, llena de dibujos - contestó alegre el Churi señalando la carpeta junto al tablero apoyado en la esquina de la habitación. -¿Querés que los traiga y te los muestro? -siguió diciendo con la voz agitada y sintiendo cómo los latidos parecían salírsele del pecho.
-Bueno, me los podés mostrar mientras llevo todo esto a la cocina. -contestó Esther y se fueron caminando juntos hasta la cocina. Walter fue hacia su habitación, tomó la carpeta y en unos minutos estaban los dos de nuevo en la piecita del fondo mirando sobre el escritorio los dibujos pintados con acuarela. Esther miraba detenidamente cada dibujo, y Walter supo que le gustaban mucho.
-Son muy lindas tus acuarelas, dibujás re bien, Walter. -le dijo Esther con una chispa especial mientras no dejaba de mirar y admirar las bondades estéticas de las obras del Churi.
-¿Vos pintás también? -fue la pregunta que lanzó el Churi a la bella joven y que desencadenará una serie de acontecimientos, tanto en la vida de Esther como en la del joven Walter.
-Trato…pero no tengo el don maravilloso que vos tenés, Churi. Me encantan tus dibujos. -contestó ella, acompañando lo dicho con un gesto dulce tomando con sus manos por la pera al joven y dándole otro beso en mejilla. Walter quedó clavado al piso, se puso colorado, rojo rubí, escarlata, en fin, toda la gama de rojos pasó por aquel rostro.
-Cuando necesites ayuda para tus láminas o dibujos, yo te ayudo. -se apresuró a decir el chico luego del beso. Los ojos verdosos de Esther se dieron cuenta de todo, y Churi, a pesar de su estado, notó cómo se habían agrandado sus pupilas.
Entonces continuó la charla, ellos se acercaron más y siguieron mirando los trabajos de Walter, mientras Esther le prodigaba toda clase de elogios y lo abrazaba, maravillada por aquellas obras.
-Voy a poner música. ¿Te gusta la música? -le preguntó de pronto mientras se levantaba.
-Si, claro. -contestó Walter.
La joven tenía un pequeño tocadiscos que parecía una maleta. Lo enchufó, sacó del ropero un disco pequeño de The Beatles y le dijo a Walter:
-¿Querés bailar? -
Walter nunca había bailado, así que turbado y con voz finita contestó:
-No sé bailar. -
-Vení, yo te enseño a bailar y vos después me enseñás a pintar. - Bailaron un twist, luego otro, hasta que puso un disco lento.
-Así se bailan los lentos. -dijo Esther mientras tomaba al Bonito por el cuello y le indicaba que lo abrazara por la cintura. Sus cuerpos se pegaron, Churi sintió los pechos de Esther sobre él, su corazón se bamboleaba suavemente y sus manos, que estaban sobre la parte superior de las nalgas de la muchacha, hacían que pudiera sentir muy bien su contorno.
-Vos seguime a mí. -le ordenó muy dulcemente al oído la bella joven de Calingasta.
El afortunado muchacho sintió poco a poco cómo sus partes bajas comenzaban a erectarse. A pesar de su corpulencia, era todavía un niño, pero hay que decir que su desarrollo también llegaba a esa parte. Su miembro tenía cierta relevancia, la dureza era tan buena como sus dibujos y de tamaño no venía nada mal el jovencito.
Esther sintió cómo se agrandaba y endurecía el miembro del pequeño. En ese momento comenzaría toda una nueva forma de percibir la realidad para el Bonito.
Esther tenía el morbo por las nubes.
-Apretame la cintura. -le dijo con voz sensual, segura. Aquel hombrecito respondió el pedido, y de repente, el disco había terminado.
-Vos seguí igual, como si estuviera la música. -afirmó Esther, y mientras se contoneaba, agregaba a cada pequeño movimiento uno leve hacia adelante con la pelvis. Walter respondía instintivamente, arremetiendo como si fuese un perrito en celo. Estuvieron así varios minutos hasta que Esther, muy acalorada, descendió con uno de sus brazos y con una mano comenzó, despacio, pero con cierta fuerza, a acariciar el miembro totalmente duro de Walter.
-¿Te gusta? -le preguntó la joven mientras continuaba meneándose y no se soltaban.
-Sí. -fue la respuesta casi inaudible del Churi.
Latían fuerte los corazones de juventud, acompasadamente. Las manos tibias habían descendido el pantaloncito corto de Walter y Esther ya saboreaba el apéndice duro que aquel jovencito poseía. Continuó así por varios minutos, degustando el sabor salino que emergía del glande, mientras algunos espasmos acompañaban el momento.
-Vamos a la cama. -dijo la muchacha. Los cuerpos jóvenes, envueltos en frenesí, fueron eficazmente ordenados por ella.
-Esperá, dejame… me voy a sentar, quedate así mi amor. -suspiró Esther.
Churi estaba recostado boca arriba, y ella, con una maniobra de alguien conocedor, introdujo el miembro viril hasta casi el fondo de su vagina. Walter estaba extasiado, percibía olores, el calor interno de la vulva, los besos húmedos, sentía que despertaban capacidades totalmente desconocidas para ese jovencito.
Cuando termino aquel amanecer de placeres para el joven, se encontraba sin saber cómo, en su cuarto mirando hacia la ventana, aquella del perro negro.
Esther ordenaba todo en su cuartito, pasó a darse un baño y apaciguar el fuego interno que aún quedaba. Para ella nada había sido al azar, no. Desde el momento que Feliza habló de las bondades del dibujante, Esther había preparado con una gran inteligencia encontrarse íntimamente con el joven. La mamá de Walter destacaba las capacidades artísticas de su hijo en toda oportunidad y con quien fuera, Churi fue conocido por tamañas hazañas con el lápiz y las acuarelas, pero Feliza no exageraba, solo decía la verdad.
Esther debía aprobar si o si la materia, necesitaba el talento plástico que le era totalmente ajeno a la hora de poner paisaje y personas a sus láminas y también la capacidad de poner color.
Varios encuentros tuvieron Esther con su “maestro”. Hábilmente Churi embelleció cada lámina y así la muchacha aprobó la materia.
Una tarde, entró la joven con dos compañeros. Churi le salió al encuentro y se miraron.
-Hola bebé… vení, acompañame. -le dijo y se lo llevó al comedor vacío. -Churi, tomá, te doy las llaves, andate a la calle a jugar a la pelota y en dos horas volvé…Yo después te doy una sorpresa… -lo miró con su carita angelical, con sus lentes chiquitos y el pelo largo cepillado castaño que le llegaba hasta los hombros.
El joven tomó las llaves y asintió.
Esther salió apresurada para el fondo, y los dos compañeros la siguieron.
Churi aplicó la astucia y el “método de los Reyes Magos”. Abrió la puerta, la cerró, echó llave, pero él se quedó en el comedor.
Sigiloso, caminó por el pasillo interno desde la habitación de sus padres hasta su habitación. Mientras lo hacía, vio pasar a Esther y se metió rápidamente en el canasto de la ropa sucia en el baño.
Esther, que no era fácil de engañar, caminó por la habitación de los padres, de Churi, miró debajo de las camas, abrió los roperos, y cuando estuvo segura se fue hacia su piecita mientras pensaba “Qué importa si me espía…yo después lo manejo al pendejo.”
Entró a su habitación donde la esperaban sus dos compañeros arriba de la cama y sólo usando los relojes pulsera en sus muñecas.
La estudiante ya tenía fama en Calingasta, muchas locas y demás masculinos conocían sus maravillosas habilidades.
Churi, con su “método Batman”, apoyándose sobre la pared oeste del patio donde estaban las habitaciones del fondo, cuerpo a tierra muy despacio se acercó al cuarto de Esther. Ya cuando se aproximaba, se escuchaban los gemidos.
Miró por entre la ventana, de costado y así vio como aquellos muchachos poseían a Esther en un espectáculo nunca visto para el chico, que al principio no entendía qué pasaba. Luego fue entendiendo, la muchacha en el costado de la cama, sentada sobre uno, mientras el otro, de pie, la poseía desde atrás.
Transcurrieron varios días hasta casi terminada la primavera. Una tarde, Feliza charlaba con Esther mientras tomaban mate.
-¿Y cuando te vas? -le preguntó la mamá del Churi.
-Apenas rinda la última del año…-le respondió la muchacha. En diciembre se iba a estudiar a Buenos Aires, había conseguido que los padres la mandaran para allá.
Al enterarse, triste, el Churi se tiró en la cama y tapándose con la almohada, lloró en silencio.
Quedaba un mes para la partida. Hacía mucho que los encuentros entre ellos no sucedían. Ella lo tenía en cuarentena, había aprendido todo lo que el talentoso muchachito sabía, la materia estaba aprobada, no había razón para seguir con la parodia.
Walter amaba todo lo de la joven estudiante, pero extrañaba, más que nada, sus caricias, sus palabras suaves, su voz tan dulce.
Esther se fue dos días antes de navidad. Churi la vio tomar el taxi, estaba parado en la vereda con las llaves en la mano, ya que Feliza estaba trabajando. La muchacha metió las maletas y se acercó a saludarlo.
-Churi, te dejo el tablero, la lámpara y las acuarelas con los pinceles… gracias, siempre te voy a recordar. No dejes de dibujar ni de pintar. -acercó sus labios tiernos, besó la mejilla del muchacho y se fue.
El Churi se quedó sentado en los escalones de la casa. Ahí, desde donde miraba el firmamento estuvo hasta casi cuando llegó la madre por la noche.
Miró y miró, pensando. Ya no importaban cuántas estrellas tenía el cielo, ni a qué velocidad giraba el planeta, tampoco si estaban o no habitados los demás… Ahora él pensaba qué haría con el agujero que sentía en el pecho, cómo podría seguir a partir de ese momento, tan sólo de nuevo en su casa.
(6) Adiós Desamparados
Primo había vuelto de Río Cuarto después de once meses de ausencia. Había enviado dinero, no mucho. También en ese tiempo estuvo en Entre Ríos brevemente, y pasó por Buenos aires, lo que marcó la partida definitiva de Desamparados.
Vendiendo vino adulterado, actividad que Primo realizaba en Río Cuarto, se encontró con un sanjuanino como él, que tenía el mejor mercado en kilómetros.
Conversando, tomando café, fueron contándose sus vidas y añoranzas. Por sorprendentes casualidades, resultó que el hermano del sanjuanino trabajaba con el socio de Primo, aquel que se había llevado la plata del negocio de electrodomésticos. El nuevo amigo de Poroto le comentó que tenía entendido que este señor vivía en Entre Ríos. Al salir del negocio, Primo inmediatamente supo que debía ir hacia allá.
Llegó a Entre Ríos con una maleta y algunos pesos, un par de contactos y por supuesto, la dirección del hermano del sanjuanino. Consiguió un hotel, vio un par de trabajos y tomó el de mozo en un restaurant. Tranquilo, pero sin pausa, urdió su plan silenciosamente. Quería, o más bien sentía la necesidad de venganza.
Le escribió a Feliza contándole que lo de Río Cuarto había terminado, ya que la policía estaba tras los adulteradores de vino y que, por este motivo, iba a probar suerte en Entre Ríos. En realidad, todo esto era verdad, sólo que evitó contarle su verdadera motivación.
Transcurrieron varios días hasta que por fin dio con la casa del hermano del sanjuanino, a las afueras de Paraná. Jacinto era un hombre tranquilo que se dedicaba a la mecánica, tenía esposa y dos hijos, una casita humilde y su taller.
Jacinto contestó todo lo que el papá del Churi quería saber, hasta le dio la dirección de la casa del tan buscado socio, en Buenos Aires.
Primo escribió entonces a su esposa nuevamente, avisándole que esta vez iría a la capital porque tenía unos contactos en el rubro pintura. Previo a esto, Primo ya le había avisado a Alfredo, el padrino de Churi, que vivía en Avellaneda.
En Berazategui iba a ser el desenlace de esa historia, ya que allí tenía el socio un desarmadero de autos usados.
Alfredo, que era socialista y había llegado desde España huyendo de Franco, tenía conocimiento de armas. En una carta, Primo le pidió que le hiciera unas averiguaciones y cuando llegó, ya tenía la ubicación exacta y los horarios del desgraciado.
Tomó el tren a Berazategui en la mañana, llevaba un bolsito y estaba vestido de obrero. Se guiaba con un mapa muy bien elaborado por Alfredo.
Las diez de la mañana marcaba el reloj de Primo, que caminó, siguiendo el mapa, varias cuadras hasta que llegó. La esquina del taller tenía unos árboles frondosos y grandes yuyos, y allí aguardó Primo hasta el anochecer.
Balilo, como era conocido el socio, bajó de una camioneta Ford 58 recién pintada, corrió el portón y la entró. Luego fue hacia la oficinita. Primo se acovachó detrás de unos tanques de aceite de 200 litros y esperó.
Balilo cerró el portón sin echar llave, caminó tranquilo hasta la fosa, volvió atrás… Poroto lo apuntó firme con el 38 corto que Alfredo le había conseguido.
-¡¿Por qué lo hiciste, cabrón?! -le espetó con voz fuerte y clara, llena de odio.
-Perdoname, Poroto… te puedo dar algo ahora, justo hoy tengo algo de guita… -balbuceó el socio, sorprendido y asustado.
Balilo desarmaba autos robados, y su participación en el negocio consistía luego en quedarse con las partes para armar otros autos y venderlos en Berazategui. Tenía dinero, no mentía.
-Mirá… -siguió Balilo que introdujo su mano en el bolsillo y sacó un fajo gordo de billetes.
El disparo fue exacto, entre las cejas, justo en la frente. Aquel cuerpo cayó como una bolsa de papas a la fosa. Balilo, con muy mal tino, había quedado a muy pocos pasos de la fosa cuando Primo lo sorprendió. Al observar cómo la cabeza golpeaba en el suelo gris, a Poroto le vino la imagen de una sandía partiéndose en el piso.
Primo observó la enorme mancha de sangre que comenzaba a formarse alrededor de la cabeza del socio. Olía a nafta y pólvora en el lugar. Al dar un paso, sintió en el pie algo, era el fajo de billetes que se había caído de las manos de Balilo.
“Cuando lo mates, quema todo, hombre…yo le vi en el taller bidones de nafta” Sonaba la voz de Alfredo en su mente. Por eso llevaba Primo los fósforos en el bolsito, además de balas y el 38 corto. “Deja el arma, yo ya le he limado los números de serie, además el caño también”.
Alfredo, que de joven había participado en la resistencia antifranquista, conocía muy bien de armas, y Poroto, que fue cabo del Ejército Argentino durante dos años y medio y colimba en la montaña, armaba y desarmaba cualquier tipo de fusil o revolver, y, además, tenía una puntería extraordinaria.
Primo siguió las instrucciones del gallego, roció un bidón de nafta en el cuerpo y alrededor de la fosa, no sin antes arrojar el arma que quedó apoyada en el pecho de Balilo. Luego cuidadosamente hizo un hilo de nafta en dirección a los bidones de gasoil y aceite, y otro hilo de gasoil hasta el portón, que cerró suavemente. Procuró dejar todas las luces del taller encendidas, prendió un fósforo y lo acercó al combustible que comenzó a prenderse fuego violentamente. Primo cerró el portón y corrió unos treinta metros.
La explosión fue fuerte y seca. Fulminante. Dobló el portón hacia afuera y ardió todo en cuestión de minutos. Poroto se quedó a una cuadra y observó todo, llegaron los bomberos cuando aún todo estaba en llamas, aquel infierno con demonio adentro.
Sereno, en paz, otro Poroto habitaba cada paso hacia la estación de tren.
Llamó desde retiro:
-Alfredo, está hecho. Me voy, si podés, después date una vuelta. -
-Claro hombre, vete ya para casa, yo me encargo. Te aviso luego, llámame en un mes. -le respondió el gallego.
Al llegar a San Juan, Poroto le contó todo a Feliza. La parte del incendio no se sabría jamás, fue un secreto que incluso el Churi, cuando se enteró, cuarenta años después, nunca develó.
Tenían que irse de aquella casa, los hermanos de Balilo podían atar cabos y Feliza y Churi estaban en peligro. Jorge…bueno, esa es otra historia. Jorge no corría peligro.
Un hermano de Feliza les hizo la mudanza, fueron a parar a la casa del abuelo materno del Churi, un gallego cerrado hasta para hablar. Primo se dirigió a Mendoza, donde tenía contactos con el tema de la pintura y otros trabajos que podían funcionar. Prepararía todo para llevar a la familia, aún en ese contexto tan adverso económica y políticamente, en el que el régimen de Onganía seguía en su esplendor.
Churi recorrió por última vez la casa, desde el living hasta el patio de atrás. Sordos recuerdos, tardes de sol y calor, angustia, soledades, amores. La niñez vivida, el perfume de rosas y malvones…nunca abandonaría al olvido la Casa de Desamparados.
Walter se negó al principio, pero luego aceptó. Cuando vendieron todo, parte de él no existía, y guardó profundamente ese sentimiento angustiante, sólo aplacado por las clases y la compañía de Esther.
Ahora, subido en la parte posterior con lo poco que quedaba, la realidad golpeaba fuerte. Churi tenía desarrollada su percepción del futuro y sentía anticipación de lo que vendría. Siempre entendió, apenas sobrevino dicha habilidad, que podía negarla o ignorarla, pero inexorablemente lo que sentía que podía suceder, ocurría.
Así fue como partió el Churi, con su habilidad de identificar personas sin alma y la de anticiparse a sucesos que aún no acontecían.
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