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Kitabı oku: «Crónica de la conquista de Granada (1 de 2)», sayfa 14

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CAPÍTULO XXXVII

Atentado del Zagal contra la vida de Boabdil, y resolucion que tomó éste á consecuencia

Apenas habia llegado á la otra parte de la sierra de Elvira el último escuadron de la caballería cristiana que se retiraba, cuando estalló la cólera, largo tiempo reprimida, del viejo Muley el Zagal. Resuelto á exterminar por cualesquiera medios á Boabdil y sus confederados, revolvió furioso contra ellos: á unos castigó con la confiscacion de sus bienes, á otros con destierros, á otros con la muerte. Pero Boabdil se habia vuelto á refugiarse en Velez el blanco, donde, á la sombra de su protector Fernando, esperaba que la fortuna, mostrándose mas propicia, le llamase á nuevas empresas. El Zagal que le miraba como punto de reunion de sus contrarios, y deseaba su perdicion, se valió, para efectuarla, de los medios mas infames. Le envió embajadores, brindándole con la paz, por ser asi necesario al bien de entrambos y á la salvacion del reino; y aun ofreció dejar el título de Rey y hacerse su vasallo; pero estos mismos embajadores que traian un mensage tan plausible, venian provistos de yerbas para envenenarle; y si ésto no se conseguia, tenian órden para acabar con él abiertamente con sus puñales. Boabdil, advertido secretamente de esta traicion, se negó á dar audiencia á los embajadores, denunció á su tio como usurpador y fratricida, y declaró su resolucion de no ceder en su enemistad contra él, hasta poner su cabeza sobre las puertas de la Alhambra.

Asi volvió á encenderse la guerra entre los dos Monarcas. Favorecia el Rey Católico á Boabdil, mandando á todos sus capitanes y alcaides le ayudasen en sus empresas contra su tio; y don Juan de Benavides, que mandaba en Loja, hizo varias entradas en nombre de aquel por tierras de Almería, Baza y Guadix, que reconocian al Zagal. Pero contra los esfuerzos de Boabdil prevalecian tres males que le aquejaban: la inconstancia de su pueblo, el odio de su tio, y su alianza con Fernando. Las ciudades le cerraban las puertas, sus vasallos le maldecian, y aun los pocos caballeros que hasta ahora le habian seguido lo iban abandonando. Con la mengua de su fortuna desfallecian el ánimo y las esperanzas del jóven Rey, y temia quedar en breve sin un palmo de tierra donde plantar su estandarte, y sin un partidario que le siguiese.

Tal era el abatimiento en que se hallaba, cuando recibió cartas de su madre, la magnánima sultana Aixa, afeándole que andubiese rondando cobardemente los confines de su reino mientras un usurpador estaba enseñoreado de su capital, y que se valiese de socorros extranjeros, habiendo en Granada corazones leales, prontos á sacrificarse en su servicio. “El Albaicin, le decia, solo aguarda que llegues para abrirte sus puertas: anímate pues á un esfuerzo vigoroso; y sea el golpe decisivo, para que todo se remedie ó para que se pierda todo. ¡Reinar ó morir! hé aqui la ley que el honor prescribe á los Monarcas.”

La falta de resolucion era el defecto principal en la índole de Boabdil; pero hay ocasiones en que aun los mas indecisos se determinan, y entonces suelen éstos obrar con una energía que no se encuentra en caractéres mas resueltos. La exhortacion de la sultana le despertó como de un letargo. Granada con todos sus atractivos y delicias, con su Alhambra, sus claras fuentes y floridos jardines, se representó vivamente á su imaginacion “¡Pátria querida!, exclamó, ¡paraiso de mis padres! ¿por qué culpa se me destierra de tí? ¿y por qué en mis propios dominios he de vivir peregrino y fugitivo, mientras un bárbaro usurpador ciñe orgullosamente mi corona? Alá, que protege al justo, sin duda defenderá mi causa: un solo golpe y todo será mio.”

Reuniendo á los pocos caballeros de su bando, les dijo: “¿Quién de vosotros quiere seguir á su Soberano hasta la muerte?” y todos sin excepcion echaron mano á la cimitarra. “¡Basta, dijo Boabdil, cada uno se aperciba secretamente á una empresa de gran trabajo y peligro: si triunfamos, nuestra recompensa es un imperio!”

CAPÍTULO XXXVIII

Boabdil vuelve secretamente á Granada y se presenta á sus parciales

En manos de Dios (dice un coronista árabe) está el destino de los príncipes. Él solo da los imperios. Un ginete moro, montado en un veloz caballo árabe, venia atravesando las montañas que se extienden entre Granada y la frontera de Murcia. Pasando los valles con precipitacion, se detenia y miraba cauteloso el camino cuando llegaba á las alturas. Á poca distancia le seguia un escuadron de caballeros que no pasaba de cincuenta lanzas. En el primor de sus armas y arneses mostraban ser guerreros de distincion, y el aire magestuoso y noble de su gefe parecia denotar un príncipe. El escuadron que asi describe el coronista árabe era el Rey moro Boabdil y sus fieles partidarios.

Por espacio de dos noches y un dia caminaron con no poco trabajo y riesgo por los pasos mas solitarios de las montañas, sin entrar en las poblaciones. Era la media noche, y la oscuridad y el silencio prevalecian en derredor, cuando empezaron á bajar de las montañas, y se acercaron á la ciudad de Granada. Siguiendo cautelosamente lo largo de la muralla, llegaron cerca de la puerta del Albaicin. Aqui dejó Boabdil escondidos á los que con él venian, y tomando solo cuatro ó cinco de ellos, se acercó con resolucion á la puerta, y llamó con el pomo de su alfange. Acudió la guardia, y preguntó quién llamaba á una hora tan intempestiva. “El Rey, respondió Boabdil, abrid presto.” Asi lo hicieron en efecto, y reconociendo los soldados á la luz de una hacha la persona del jóven Monarca, le admitieron sin replicar. Habiendo entrado con sus parciales, corrieron éstos á las casas de los principales moradores del Albaicin, que intimándoles se armasen en defensa de su Soberano; y al amanecer ya estaba todo el arrabal sobre las armas, y reunido bajo el estandarte de Boabdil. Tan feliz éxito tuvo este arrojo; que asi puede llamarse, pues ningun concierto prévio existia ni inteligencia con los de Granada. “Asi como los guardas abrieron las puertas del Albaicin, dice un historiador coetáneo, asi Dios abrió las voluntades de los moros para que recibiesen á su Rey”60.

Por la mañana temprano el Zagal, con la nueva de este suceso, sacudió el sueño, y reuniendo su guardia, se encaminó espada en mano contra el Albaicin, esperando sorprender á su sobrino; pero los partidarios de éste le recibieron con intrepidez, y le obligaron á retroceder á la plaza de la mezquita mayor. Aqui se encendió de nuevo la pelea, y se batieron los dos Reyes mano á mano y con furor implacable, como si quisieran decidir sus pretensiones á la corona por un combate singular; pero acudiendo muchos de una y de otra parte, fueron separados, y los del Zagal tuvieron que abandonar la plaza. Todavia duró algun tiempo por las calles esta lucha cruel, que despues se renovó en el campo, donde se batieron ambos partidos hasta la tarde. Á la noche se retiraron unos y otros á sus cuarteles respectivos, para volver á pelear á la mañana, sin que por muchos dias dejasen de ensangrentar malamente las calles de la ciudad, hecha víctima de estas bárbaras disensiones. Atacándose alternativamente, sitiaban á veces los del Zagal al Albaicin, y á veces haciendo éstos una salida, rechazaban á sus contrarios, y los encerraban en la Alhambra, en cuyos encuentros el furor que los animaba no permitia á ninguno de los dos partidos conceder cuartel á los prisioneros del otro.

Entretanto, Boabdil, hallándose con fuerzas muy inferiores á las de su rival y temiendo una mudanza en las voluntades de sus parciales, que los mas eran mercaderes y artesanos, y empezaban á cansarse de tantos trabajos y escenas tan sangrientas, envió sus mensajeros á don Fadrique de Toledo, general de las fuerzas cristianas en la frontera, rogándole con instancia acudiese á su socorro. Don Fadrique, que tenia órdenes del Rey para favorecer á Boabdil contra su tio, se puso luego en marcha con una fuerza competente, y se acercó á Granada; pero temiendo alguna traicion, cuidó de no comprometerse con ninguno de los dos partidos, y se mantuvo por de pronto en observacion de sus movimientos. El carácter feroz y sanguinario de las disensiones que desgarraban á la infeliz Granada, convenció en breve á don Fadrique que no estaban de inteligencia aquellos Reyes; y determinando ayudar á Boabdil, le envió un cuerpo de peones y arcabuceros al mando de Fernan Alvarez de Sotomayor, alcaide de Colomera. Este socorro, semejante á un tizon arrojado al fuego, encendió de nuevo las llamas de la guerra civil, que ardió entre los habitantes moros por espacio de cincuenta dias.

60.Pulgar.
Yaş sınırı:
12+
Litres'teki yayın tarihi:
01 kasım 2017
Hacim:
200 s. 1 illüstrasyon
Telif hakkı:
Public Domain

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