Sadece LitRes`te okuyun

Kitap dosya olarak indirilemez ancak uygulamamız üzerinden veya online olarak web sitemizden okunabilir.

Kitabı oku: «Crónica de la conquista de Granada (2 de 2)», sayfa 12

Yazı tipi:

CAPÍTULO XXXVIII

Conmociones en Granada: entrega de la ciudad

Las capitulaciones para la entrega de Granada se firmaron el dia 25 de noviembre, y desde aquel punto dejaron de hostilizarse dos naciones por tanto tiempo enemigas una de otra. El cauto Fernando no por eso permitió que entrasen provisiones en la ciudad, ni se descuidó en tomar las medidas convenientes para impedir que arribasen á las costas del reino socorros del extranjero; pues siendo los moros de su condicion tan ligeros y mudables, bastaria la ocasion mas pequeña para alterarlos, é inducirlos á tomar de nuevo las armas. Pero estas precauciones no eran necesarias: ni el Soldan de Egipto, ni las potencias berberiscas, se hallaban en estado de intervenir en esta guerra: sus propias contiendas les ocupaban demasiado para que pensasen en la defensa de Granada, ó bien repugnaban medir sus débiles fuerzas con las poderosas de Fernando.

Aun no habia espirado el mes de diciembre, y ya era excesiva la hambre que se padecia en la ciudad. Boabdil, viendo cuán poca esperanza habia de que en el término señalado por la capitulacion ocurriese algun evento favorable, y no queriendo prolongar las miserias de su pueblo, determinó, de acuerdo con el consejo, hacer la entrega de la ciudad el dia 6 de enero. El 30 de diciembre manifestó su intencion al Rey Fernando, por medio de Jusef Aben Connixa, quien le entregó los rehenes, como asimismo un presente de dos caballos castizos suntuosamente enjaezados, y una magnífica cimitarra.

Parecia estar decretado que las desgracias persiguiesen á Boabdil hasta el fin de su carrera. Al dia siguiente se presentó de nuevo en Granada aquel santon ó Dervís, Hamet Aben Zarrax, que ya en otra ocasion habia sido causa de alborotos. Corriendo por las calles y plazas con ojos encendidos y rostro espantable, daba voces como frenético, vituperando la capitulacion, denunciando al Rey y á los nobles como musulmanes solo en el nombre, é instigando el pueblo á tomar las armas. Á consecuencia, se alborotaron y armaron mas de veinte mil hombres, que anduvieron por la ciudad dando gritos é inspirando tal temor, que las tiendas y casas se cerraron, y tuvo Boabdil que refugiarse en la Alhambra. Duró este tumulto todo aquel dia y noche; pero á la mañana siguiente el entusiasta que lo habia excitado ya no parecia, ni se pudo saber qué se habia hecho, y asi volvió á tranquilizarse aquella turbulenta multitud48. Saliendo entonces de la Alhambra el Monarca moro acompañado de sus principales caballeros, arengó al pueblo para persuadirles que cumpliesen la capitulacion acordada, pues estaban ya entregados los rehenes. Sin disimular sus yerros, y atribuyendo á sí mismo las calamidades de la pátria, dijo el desconsolado Monarca: “Bien sé que mis culpas, y el haberme alzado con el reino contra mi padre, son la causa de los males que padecemos, y que tan amargamente lloro. Por vuestro respeto, no por el mio, he hecho este asiento con los cristianos, deseando protegeros á vosotros, y á vuestras mugeres é hijos contra los horrores de la hambre que nos aqueja, y por aseguraros el ejercicio de vuestra religion, y la posesion de vuestros bienes, libertad y leyes, bajo el dominio de otro Soberano mas venturoso que vuestro desgraciado Boabdil.”

El tono patético con que el Monarca pronunció este discurso, conmovió los ánimos de sus oyentes, quedó determinado guardar la capitulacion, y aun hubo alguna voz que dijo: ¡viva Boabdil el Zogoibi!

En seguida envió el Rey sus mensageros á Fernando avisándole que el dia siguiente le entregaria la ciudad. Entretanto se hicieron en la Alhambra los preparativos necesarios para que al otro dia evacuase la familia real esta mansion deliciosa; se empaquetaron los tesoros y efectos mas preciosos, y se despojó de sus adornos aquellos soberbios salones de que sus moradores iban á despedirse para siempre. En esta ocupacion, y no sin lágrimas y lamentos, se pasó aquella triste noche. Al primer albor de la madrugada, salió la familia de Boabdil por una puerta escusada de palacio; y dirigiéndose por las calles mas retiradas, partieron silenciosamente la sultana Aixa, y Zorayma esposa del Rey, con sus damas y servidumbre, y una escolta pequeña pero leal de moros veteranos. Los soldados que estaban en las puertas, al abrirlas para que saliesen, derramaron lágrimas. La comitiva real, volviendo los ojos por la vez postrera sobre las sombrías torres de aquella régia morada que dejaba, prosiguió su camino por las márgenes del Jenil con direccion á las Alpujarras, hasta llegar á una aldea distante algunas leguas de la ciudad, donde se detuvo para esperar que se les reuniese el Rey.

Apenas el nuevo sol empezó á herir con sus rayos de oro las altas cumbres de Sierra nevada, se puso en movimiento el real cristiano. El obispo de Ávila, Fray don Hernando de Talavera, acompañado de un fuerte destacamento de infantería y caballería, se dirigió á la ciudad para tomar posesion de la Alhambra y sus torres, y pasando por delante de la puerta de los molinos, llegó al cerro de los Mártires, cerca de un postigo de la Alhambra. Aqui le salió al encuentro, acompañado de algunos pocos caballeros, el Rey moro, que habia dejado á su visir Jusef Aben Connixa, con el encargo de hacer la entrega del Alcázar. “Id, señor, dijo Boabdil á don Hernando, y ocupad esa fortaleza por los Reyes poderosos á quien Dios la quiere dar, en castigo de los pecados de los moros;” y sin decir otra palabra, siguió Boabdil su camino para recibir á los Soberanos Católicos. Don Hernando, pasando adelante, entró con sus tropas en la Alhambra, cuyas puertas estaban abiertas de par en par, y desiertos y solitarios sus magníficos aposentos. Entretanto, salió del Real el ejército cristiano en rigurosa ordenanza, y se adelantó hácia Granada. Salieron asimismo el Rey y la Reina con los príncipes sus hijos, y los prelados, grandes y caballeros de su corte, adornados todos con suntuosos atavíos. Con esta pompa y grandeza, procedieron los Soberanos al lugar de Armilla, que está á media legua de la ciudad, donde se detuvieron, por no haberse hecho todavia la señal de estar tomada la posesion.

Mirando ansiosamente las torres de la Alhambra, estuvieron aqui un rato esperando la señal convenida. Al fin vieron brillar á los rayos del sol la Cruz de plata, y tremolar el pendon sagrado en la torre de la vela. Al lado de éste se enarboló el estandarte de Santiago, y á su vista prorumpió el ejército todo en voces de alegría, gritando, ¡Santiago! ¡Santiago! Por último, se elevaron las armas reales, y dijo en alta voz el rey de armas: “Castilla, Castilla por el Rey don Fernando y la Reina doña Isabel.” Á estas palabras respondió el ejército con vivas y aclamaciones, cuyo eco resonó largo rato por la vega. Los Soberanos entonces se hincaron de rodillas, y dieron gracias á Dios por tan gran triunfo: otro tanto hicieron todos los de su acompañamiento, entonando al mismo tiempo los coristas de la capilla real el solemne canto de Te Deum laudamus.

Prosiguiendo su camino, llegó la procesion á una mezquita pequeña, que hoy es la ermita de san Sebastian. Aqui salió á recibir á los Reyes el desgraciado Boabdil, acompañado de unos cincuenta caballeros y criados. Estando cerca, hizo muestra de apearse del caballo, para besar la mano al vencedor. Pero Fernando le hizo la honra de no consentirlo, por lo que Boabdil, inclinándose hácia él, le besó en el brazo derecho. La Reina tampoco admitió el acatamiento del Rey moro; y para consolarle en su adversidad le entregó alli el príncipe su hijo, que hasta entonces habia quedado en tercería49. Boabdil entonces, con rostro poco alegre y puestos los ojos en tierra, entregó á Fernando las llaves de la ciudad, diciendo: “Estas llaves son las últimas reliquias del imperio árabe en España. Tuyos son nuestros reinos, trofeos y personas: ¡tal es la voluntad de Dios! Recíbenos con la clemencia prometida de tí y esperada de nosotros”50. Tomó el Rey las llaves con dignidad, y dijo á Boabdil: “No dudes de nuestras promesas, ni te falte el ánimo en la adversidad; pues lo que la fortuna de la guerra te ha quitado, lo resarcirá nuestra amistad.” Dicho esto, entregó Fernando las llaves á la Reina, que las dió al príncipe don Juan, de cuyas manos las recibió el conde de Tendilla, que estaba nombrado gobernador de la ciudad, y capitan general del reino de Granada.

Habiendo entregado el último símbolo de su poder, pasó Boabdil adelante la via de las Alpujarras, acompañado de algunos de sus caballeros mas leales. Llegando á donde su familia le esperaba, se reunió con ella, y todos juntos se dirigieron triste y silenciosamente al valle de Purchena, que era la morada que se les habia señalado. Despues de andar dos leguas, y cuando empezaban á internarse en las montañas, llegaron á una altura desde la cual se descubre últimamente la ciudad. Aqui se detuvo involuntariamente toda la comitiva, para contemplar por la vez postrera esta ciudad amada, que despues de algunos pocos pasos se ocultaria á sus ojos para siempre. Jamas les habia parecido tan hermosa: á los rayos de un sol resplandeciente, relumbraban los dorados chapiteles de sus alcázares y mezquitas; las erguidas almenas y torres de la Alhambra presentaban una majestuosa perspectiva; y en derredor, desplegaba la vega su verde seno, por donde corria engastada la líquida plata del cristalino Jenil. Mirando estaban los caballeros moros con el mas profundo dolor y sentimiento esta mansion deliciosa, teatro de sus amores y placeres, cuando salió de la ciudadela un remolino de humo, al que siguió inmediatamente el ruido confuso de una salva de artillería, anunciando la toma de posesion de la ciudad, y el fin del dominio de los árabes en España. El desconsolado Monarca no pudo ya contener el dolor que rebosaba en su corazon. “¡Alá achbar!, exclamó, ¡Dios es grande!” pero aqui le faltaron á un mismo tiempo la voz y la resignacion, y prorumpió en un torrente de lágrimas.

Su madre, la magnánima sultana Aixa, notando esta debilidad, le dijo indignada: “Bien haces de llorar como muger, lo que no fuiste para defender como hombre.”

El visir Aben Connixa, procurando consolar á su amo, le decia: “Considera, señor, que los grandes infortunios, si se toleran con magnanimidad, hacen célebres á los hombres tanto como las grandes hazañas.” Pero para Boabdil no habia consuelo, y entre lágrimas y suspiros dijo: “¡Qué infortunios jamas igualaron á los míos!” De aqui vino el llamarse Fez Alá achbar un cerro que está cerca del Padul; pero el punto desde el cual miró el Rey á Granada por la vez postrera, se denomina aun hoy dia, el último suspiro del moro.

CAPÍTULO XXXIX

Los Soberanos Católicos entran en Granada y toman posesion de la ciudad

Habiendo recibido de manos de Boabdil las llaves de Granada, pasaron adelante los Reyes Católicos con todo el ejército; y estando muy cerca de la ciudad, vieron salir á su encuentro los cautivos cristianos, que tantos años habian llorado la pérdida de su libertad. Éstos, en número de quinientos, se presentaron á los Soberanos, descoloridos y macilentos, sacudiendo sus cadenas, y llorando alegrías. Recibiólos el Rey con la mayor ternura, llamándolos buenos españoles, vasallos leales y valientes, y mártires de aquella gran causa. La Reina les prodigó los consuelos, y les suministró por su mano cuantos socorros habian menester.

No pareció á los Soberanos entrar aquel dia en la ciudad, por no estar aun ocupada enteramente por sus tropas, ni asegurada de todo punto la tranquilidad pública51. Pero entraron el marqués de Villena y el conde de Tendilla, con seis mil hombres, y se apoderaron de todas las fortalezas. Con ellos entraron el príncipe Cidi Yahye, llamado ahora don Pedro de Granada, que estaba nombrado alguacil mayor de la ciudad, y su hijo don Alonso, á quien se habia dado el cargo de almirante de la armada. Despues de un breve rato se vió relumbrar en todas las almenas los yelmos y lanzas de los cristianos, y tremolar en cada torre el estandarte de Castilla, y oyóse á las baterías anunciar con una estrepitosa salva, la subyugacion de la ciudad y la consumacion de la conquista.

Llegaron entonces los grandes y caballeros á besar la mano á los Soberanos como Reyes de Granada, y les dieron el parabien de su nuevo reino. Concluida esta ceremonia, regresaron todos en procesion al real de santa Fé.

La entrada solemne de Fernando é Isabel en Granada, se verificó el dia 6 de enero. Salieron del real por la mañana con mucho acompañamiento de prelados, grandes y caballeros, adornados todos con sus respectivas insignias y condecoraciones. Á tan brillante comitiva daba mayor lucimiento una poderosa escolta de guerreros resplandecientes de armas, con plumeros que azotaban el viento, y caballos arrogantes. Con esta solemnidad y fausto entraron los Reyes en la ciudad, y llegando á la mezquita mayor, consagrada ya como catedral, hicieron oracion, dando gracias al Todopoderoso por haberles concedido acabar felizmente la empresa de Granada, fin de tantas esperanzas y fatigas.

Concluido este acto religioso, pasó la procesion á la Alhambra; y este régio Alcázar, que poco antes habia sido centro de la grandeza de los Reyes moros, recibió en su recinto á la lucida corte de Castilla. Las damas y caballeros discurrian embelesados por los soberbios salones de este palacio tan celebrado en todo el mundo, y contemplaban con admiracion los primorosos arabescos é inscripciones que adornaban sus paredes, las claras fuentes de sus frondosos patios, y la curiosa labor de sus dorados techos.

La última solicitud de Boabdil, y la que manifiesta cuanto sentia él la mudanza de su fortuna, fue que no se permitiese á nadie salir ni entrar por la puerta por donde habia salido á hacer la entrega de la ciudad. Esta súplica le fue concedida, y se mandó tapiar la puerta, en cuyo estado queda todavia como monumento mudo de este suceso52.

Nota. Como no todos tendrán noticia de esta puerta, y del suceso que se refiere de ella, ha parecido apropósito manifestar aqui las investigaciones que se hicieron sobre el particular por el autor de esta historia. La puerta de que se trata se halla al pié de una gran torre algo distante del cuerpo principal de la Alhambra, cuya torre está casi arruinada por haberla volado los franceses con pólvora cuando evacuaron esta fortaleza. Entre las ruinas que yacen enderredor, cubiertas de parras é higueras, tiene su casita un tal Mateo Jimenez, cuya familia ha vivido alli por muchas generaciones. Este fue quien enseñó al autor la referida puerta, cerrada todavia de piedra y yeso, asegurando haber oido decir á su padre y á su abuelo que siempre habia estado tapiada, y que por ella salió Boabdil cuando entregó la ciudad de Granada. El camino por donde se retiró el desgraciado Monarca, pasa por el huerto del convento de los Mártires, luego por un barranco inmediato y por una calle de chozas miserables, y desde alli, por la puerta de los molinos, á la ermita de san Sebastian. Pero para descubrir esta ruta, el anticuario mas exquisito se hallará perplejo si el humilde historiador de aquellos sitios, Mateo Jimenez, no le ayuda con sus conocimientos.

Año 1492.

Habiendo los Soberanos tomado asiento en el trono que les estaba prevenido en el salon de audiencia de este palacio, que por tanto tiempo habia sido mansion de Monarcas sarracenos, acudieron á hacerles el debido acatamiento, y á besarles la mano, los habitantes principales de Granada, y á su ejemplo hicieron lo mismo los diputados de los pueblos y fortalezas de las Alpujarras que aun no se habian sometido. Y asi terminó esta famosa guerra, despues de una sangrienta lucha de diez años de duracion; asi terminó tambien el dominio de los sarracenos en España, y se extinguió un imperio que habia subsistido setecientos setenta y ocho años, contando desde la memorable derrota de don Rodrigo, último Rey de los Godos, hasta la toma de Granada en el año 1492 de la Era de N. S.

APÉNDICE

Suerte del Rey chico Boabdil

La Crónica de la Conquista de Granada está ya concluida; pero acaso será interesante al Lector saber la suerte que posteriormente tuvieron algunos de los personajes principales. El desventurado Boabdil se retiró al valle de Purchena, donde se le habia concedido un territorio corto, pero fértil, con el señorío y rentas de varios pueblos. Al visir Jusef Aben Connixa se habia señalado igualmente muchas tierras; y asi él como Jusef Vanegas acompañaron al Rey en su retiro. Si cupiese en el corazon del hombre vivir contento con la posesion del bien presente, sin acordarse de grandezas pasadas, Boabdil hubiera podido al fin disfrutar algunos dias serenos. Viviendo en un valle delicioso y en el seno de su familia, rodeado de vasallos obedientes, y de leales amigos, hubiera podido volver atrás la vista, y contemplar su pasada carrera como quien recuerda las especies de un confuso y espantoso sueño; y debiera bendecir el cielo por haber despertado en el goce de tan dulce y tranquila seguridad. Pero Boabdil no podia olvidar que habia sido Monarca, y la memoria de la pompa régia en que se habia visto, le hacian mirar con desprecio todas las comodidades que disfrutaba.

En este estado de cosas el visir Aben Connixa, creyendo complacer á su amo, ó acaso inducido por los ministros de Fernando, se concertó con el Rey Católico para la venta de las posesiones de Boabdil, y sin la aprobacion ni consentimiento de éste, la efectuó por la cantidad de ochenta mil ducados de oro, que le fueron pagados en el acto. Aben Connixa, cargando el dinero en acémilas, partió alegre la vuelta de las Alpujarras, y llegando á presencia de Boabdil, le puso delante el oro, diciendo: “Señor vuestra hacienda traigo vendida; ved aqui el precio de ella. He querido apartaros del peligro en que vivís, permaneciendo en esta tierra. Los moros son una gente veleidosa y temeraria, y con el pretexto de serviros no dejarán de intentar cosas que acarreen la ruina de todos nosotros, y pongan en riesgo vuestra persona. He notado tambien la tristeza que os consume en este pais, donde todo os recuerda que fuisteis Rey, sin dejaros la menor esperanza de volverlo á ser. Vamos, señor, al África, que con este dinero compraremos alli mejor hacienda, y viviremos con mas honor y mas seguridad.”

Al oir estas palabras fue tal la cólera de Boabdil, que sacó el alfange, y si no le quitáran tan presto de delante á su oficioso visir, lo sacrificára en el acto á la rabia que le dominaba. Pero Boabdil no era vengativo; aquella llamarada de ira se apagó muy pronto, y viendo que el mal no tenia remedio, juntó sus tesoros y efectos preciosos, y partió con su familia y criados para un puerto de mar donde le esperaba un navío prevenido por órden del Rey cristiano.

Cuando llegó al puerto, acudieron muchos de los que habian sido sus vasallos para verle antes que partiese. Embarcóse Boabdil, y los espectadores viendo desplegadas al viento las velas del navío, ya libre de sus amarras, quisieran con una despedida afectuosa, mostrar á su desgraciado príncipe el interés que tomaban en su suerte; pero la consideracion del estado humilde á que habia llegado, trajo irresistiblemente á su memoria el apellido ominoso de su juventud: “¡Adios, Boabdil!, dijeron, ¡Alá te guarde, el Zogoibi!” Esta denominacion fatal se imprimió altamente en el corazon del expatriado Monarca, y de nuevo se le humedecieron los ojos al perder de vista las nevadas cumbres de la serranía de Granada.

Llegando á Fetz, fue bien recibido del Rey Muley Acmed, deudo suyo, y vivió muchos años en sus dominios. Su manera de vida en todo este tiempo, y si la pasó con resignacion ó disgusto, no lo dicen las historias. La última noticia que se tiene de él es del año 1526, treinta y cuatro años despues de la pérdida de Granada, cuando acompañó al Rey de Fetz á la guerra, para suprimir una insurreccion de dos hermanos llamados Xerifes. Los ejércitos se dieron vista en las orillas del Guatisved, junto al vado de Bacuba. El rio era profundo, las orillas altas; y por espacio de tres dias estuvieron los dos ejércitos haciéndose fuego de la una á la otra parte, sin atreverse ni unos ni otros á pasar aquel vado peligroso. Al fin, habiendo el Rey de Fetz dividido su ejército en tres trozos, dió el mando del primero á su hijo, en union con Boabdil, encargándoles que pasasen el vado y ocupasen al enemigo, mientras él llegaba con el resto de las tropas. Boabdil acometió la empresa con denuedo; pero cuando llegó á la orilla opuesta, fue tan vigorosamente atacado por el enemigo, que el hijo del Rey de Fetz y muchos de los capitanes mas valientes murieron en el primer encuentro. Retrocediendo estas tropas, se mezclaron con las demas que empezaban á pasar el vado, y se siguió la mayor confusion y desórden: la caballería atropellaba á los peones, y éstos, atosigados por la matanza que hacia en ellos el enemigo, no sabian á que parte volverse; por manera, que los que escapaban de morir á hierro perecian en el agua. En esta horrible carnicería sucumbió Boabdil, verdaderamente llamado el Zogoibi: triste ejemplo de los caprichos de la fortuna; pues tuvo este príncipe valor para morir en defensa de un reino ageno, no habiéndolo tenido para morir defendiendo el suyo53.

Nota. En la galería de pinturas del Generalife, puede verse un retrato del Rey chico Boabdil, que está representado con semblante apacible, rostro hermoso y de buen color, y cabello rubio. Su vestido es de brocado amarillo con relieves de terciopelo negro, una gorra de la misma estofa y color, y sobre ésta una corona. En la armería de Madrid existen dos armaduras que se cree fueron suyas, una de ellas de acero sólido con muy pocas labores; y segun sus dimensiones, puede presumirse que Boabdil seria de buena estatura y de robusto cuerpo.

Muerte del marqués de Cádiz

El célebre Rodrigo Ponce de Leon, marqués de Cádiz, fue sin duda el mas señalado entre los caballeros españoles por su valor, esfuerzo y grandes servicios en la guerra de Granada. Él fue quien dió principio á esta famosa empresa con la captura de Alhama; y él, despues de participar en casi todos los trances y sucesos de ella, presenció su fin; pues se halló en la toma de Granada que fue el sello de la conquista. Á la edad de cuarenta y ocho años, y cuando empezaba á disfrutar la gloria de tantos triunfos, vino la muerte y le arrebató cubierto de laureles. Murió este esforzado caballero el dia 27 de agosto de 1492, muy pocos meses despues de la conquista, habiendo sido ocasion de tan temprana muerte los achaques que le acarrearon los trabajos y fatigas de la guerra. El Cura de los Palacios, que le conocia, dice que se le citaba como el modelo mas perfecto de la virtud caballeresca de su tiempo: era moderado, casto, y muy piadoso; amante de los soldados, gran defensor de sus vasallos, justiciero, pero benigno, y enemigo de aduladores, cobardes y embusteros. Su ambicion era tan noble como grande, sus pasatiempos todos de un género guerrero. Amaba la geometría aplicada á la ciencia de la fortificacion, y gustaba de la música, esto es, de la música militar, y del sonido de cajas, clarines y trompetas. Como buen caballero, era protector del bello sexo, y no tenia menos acreditado su valor personal que su cortesía para las damas.

Su muerte causó un sentimiento general, por lo mucho que todos le honraban y querian. Sus parientes, criados y amigos, se cubrieron por él de luto, y éstos eran en tanto número, que la mitad de Sevilla se vistió de negro. Pero el que mas vivamente sintió su pérdida, fue su fiel amigo don Alonso de Aguilar.

Las honras fúnebres que se le hicieron, no podian ser mas suntuosas y solemnes. Su cuerpo, (dice el referido Cura de los Palacios) fue colocado en un atahud forrado de terciopelo negro, con una cruz de damasco blanco en la cubierta. Vistiéronle una rica camisa, un jubon de brocado, un sayo de terciopelo, y una marlota de brocado que le llegaba hasta los pies: al lado le pusieron su espada ceñida como él la traia siempre. Ataviado con esta magnificencia, y puesto el atahud en unas primorosas andas, lo colocaron en una sala baja de la casa de los Ponces. Los hermanos y parientes del difunto, la Duquesa su muger, y otras muchas dueñas, hicieron sobre él grandes lloros y sentimientos, y lo mismo hicieron sus criados, escuderos y toda la gente de su casa. Al caer de la noche vinieron mas de ochenta clérigos, y tres órdenes de frailes, y lo encomendaron, y lo sacaron de las andas, acompañándole ellos y todos los canónigos y dignidades de la santa Iglesia mayor, y los obispos que se hallaban en la ciudad; y de los seglares, el conde de Cifuentes, los regidores, veinte y cuatros, y alcaldes mayores. Lleváronle con mucha solemnidad, haciendo á trechos sus paradas, y la clerecía sus responsos; y daban tan grandes gritos las mugeres como si fuera su padre ó hermano. Salieron con él desde su casa doscientas y cuarenta hachas de cera, que parecia por donde pasaba que era la mitad del dia. Acompañáronle asimismo de su casa hasta la sepultura diez banderas que habia ganado en batallas de moros, las cuales alli iban cerca de él, y las pusieron sobre su tumba. Saliéronle á recibir los frailes de san Agustin con su cruz y cirios, y ocho incensarios vestidos de dalmáticas negras: y metiéndole en la iglesia, pusieron las andas en una muy alta cama, donde estuvo hasta que le dijeron cuatro vigilias, y dichas, lo depositaron en su tumba.

Su sepulcro, con aquellas antiguas banderas suspendidas sobre él, subsistió por siglos, excitando la admiracion y reverencia de cuantos tenian noticia de los hechos y virtudes de este héroe. Pero en el año de 1810 saquearon los franceses la capilla en que está situado, derribaron el altar, y destrozaron los sepulcros de los Ponces. La actual duquesa de Benavente, digna descendiente de esta ilustre y heróica casa, hizo despues recoger piadosamente las cenizas de sus abuelos, restableció el altar, y reparó la capilla. Pero los sepulcros han quedado enteramente arruinados, y en el dia una inscripcion en letras de oro, que se ha puesto en la capilla, es lo único que indica el lugar de sepultura del valeroso Rodrigo Ponce de Leon.

Suceso de don Alonso de Aguilar

A los que toman algun interés en la suerte de don Alonso de Aguilar, uno de los capitanes mas celebrados que tuvo España, y amigo íntimo del marqués de Cádiz, acaso no será indiferente la relacion que sigue de las circunstancias particulares en que halló la muerte.

Inmediatamente despues de la conquista de Granada, empezaron los moros á manifestar en el desasosiego de sus ánimos la impaciencia con que sufrian el yugo de los cristianos. Las medidas que se tomaron para convertirlos, y el excesivo celo de los misioneros, les sirvió posteriormente de pretexto para alborotarse; y cundiendo en ellos el fuego de la sedicion, corrieron á las armas, levantaron el estandarte de la rebelion en las Alpujarras, y se hicieron fuertes en las asperezas de sierra Bermeja. El Rey Católico, instruido de estos tumultos, mandó pregonar perdon general á los que, deponiendo luego las armas, volviesen á su obediencia y á la profesion de la fé cristiana; si bien al mismo tiempo dió órden de marchar contra ellos á don Alonso de Aguilar, y á los condes de Ureña y de Cifuentes.

Hallábase don Alonso á la sazon en Córdoba; y aunque el número de tropas que se le dió para esta expedicion, no guardaba proporcion alguna con las dificultades de la empresa, no vaciló en acometerla. Tenia entonces este caudillo cincuenta y un años, habiéndolos pasado casi todos en la guerra; de suerte que los peligros eran ya su elemento natural. Á la experiencia que da el tiempo, unia todo el ardor de la juventud: su cuerpo, con el ejercicio y las fatigas, habia adquirido la consistencia del hierro: sus armas y arreos habian llegado á ser parte de su naturaleza, y puesto á caballo parecia un hombre de acero.

En esta ocasion llevó don Alonso consigo á su hijo don Pedro de Córdoba, que empezaba á entrar en la edad viril, y daba ya muestras de un espíritu osado y generoso. El pueblo de Córdoba, viendo como el veterano padre, vencedor en mil batallas, llevaba á su hijo á la guerra, se acordó del apellido de esta familia, y dijeron: “Ved el águila enseñando su hijo á volar; viva el valeroso linage de los Aguilares.”

La salida de don Alonso, y el temor que su nombre inspiraba á los moros, hizo que muchos de los rebeldes arrojasen las armas, y volviesen de paz á sus hogares. Pero andaba entre ellos la feroz tribu de los Gandules, moros africanos, que de ninguna manera querian rendir vasallage á los cristianos. Éstos tenian por caudillo un moro muy valiente y diestro, que llamaban el Ferí de Benastepar. Á instancias suyas reunieron los moros rebelados sus familias y efectos mas preciosos, abandonaron las llanuras, y llevando delante sus ganados, se recogieron á los lugares mas ásperos de sierra Bermeja. En la cumbre de la sierra habia un llano rodeado de peñas y precipicios, que formaban una fortaleza natural. Aqui, por disposicion del Ferí, se colocó á las mugeres, niños y todo el equipage; y en los puntos que dominaban las entradas de la sierra, se juntaron montones de piedras, para hacer mas peligrosa la subida, y dar mayor seguridad á este asilo.

Llegando los cristianos, sentaron su real cerca de Monarda, lugar fuerte, situado al pié de la sierra. Los moros, bajando de la montaña, se colocaron en la ladera, orillas de un arroyo que los separaba de los cristianos, y se dispusieron á defender á estos la subida. En este estado habian permanecido algunos dias, sin emprender unos ni otros cosa alguna, cuando una tarde ciertos soldados de don Alonso, tomando una bandera pasaron el arroyo, y sin órden ni concierto se arrojaron á subir la sierra: otros, estimulados por este ejemplo, se fueron en pos de ellos, y en breve se trabó en la ladera una pelea muy reñida. Los condes de Ureña y de Cifuentes, en vista de lo que pasaba, pidieron consejo á don Alonso de Aguilar. “Mi consejo, dijo don Alonso, en Córdoba lo dí, y allá se ha quedado: la empresa es temeraria; pero pues tenemos á los moros delante, salgamos á ellos, que si en nosotros conocen flaqueza, crecerá su ánimo y será mayor nuestro peligro: adelante, pues, y confiemos en Dios que será nuestra la victoria”54.

48.Mariana.
49.Zurita, Anales de Aragon.
50.Abarca, Anales de Aragon, rey XXX. c. 33.
51.Abarca, ubi supra. Zurita, &c.
52.Garibay, Compend. Hist. l. 40, c. 42.
53.Mármol, Descrip. de África, p. I. lib. 2, c. 40. Idem, Hist. de la Reb. de los moros, l. I. c. 21.
54.Bleda, l. V. c. 26.
Yaş sınırı:
12+
Litres'teki yayın tarihi:
28 eylül 2017
Hacim:
190 s. 1 illüstrasyon
Telif hakkı:
Public Domain

Bu kitabı okuyanlar şunları da okudu

Bu yazarın diğer kitapları