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Kitabı oku: «Crónica de la conquista de Granada (2 de 2)», sayfa 8

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CAPÍTULO XXIV

Escaramuzas entre moros y cristianos delante de Baza; y decision de los sitiados en defensa de la ciudad

En vista del estrago y confusion que habia causado en el campo un solo temporal, y con la experiencia de los males á que está expuesto un ejército sitiador, deseaba el Rey hacer algun partido á los moros de Baza, y terminar aquella empresa. Con este objeto envió mensageros á Mohamed Ben Hazen, ofreciendo libertad personal y seguridad de bienes á los habitantes, y á él mercedes ilimitadas, si luego se le entregaba la ciudad. Pero los brillantes ofrecimientos de Fernando, lejos de deslumbrar al veterano alcaide, sirvieron para inspirarle mayor confianza, pareciéndole síntomas de temor ó debilidad. Las noticias exageradas que habia recibido de los daños ocasionados en el real por la inundacion reciente, y del descontento de la tropa por la falta de víveres, le confirmaron en esta opinion. Asi pues, dió á las proposiciones del Rey una negativa cortés pero terminante; y queriendo entretanto animar la guarnicion, les aseguraba que en breve las fortunas del invierno y la hambre, pondrian á los cristianos en la inevitable necesidad de abandonar el sitio; por lo que les exhortaba á ser constantes en la defensa de la ciudad, y que saliesen con espíritu y ardimiento á pelear con el enemigo. Asi, en efecto, lo hicieron; y animados por su alcaide, casi todos los dias daban batalla á los sitiadores, atacaban las guardias avanzadas, y movian escaramuzas muy reñidas, en que perecian de la una y de la otra parte muchos de los caballeros y soldados mas valientes.

En una de estas salidas subieron á lo alto de la sierra hasta trescientos de á caballo y dos mil peones, para sorprender á los cristianos que estaban ocupados en los trabajos. Su venida fue tan repentina, que las tropas que estaban de guardia para proteger las obras, no tuvieron lugar de apercibirse: muchos de ellos, escuderos del conde de Ureña, fueron muertos; los demas huyeron la sierra abajo, perseguidos por los moros, hasta encontrar con las gentes del conde de Tendilla y de Gonzalo de Córdoba. El valeroso Conde, abrazado con su rodela y sostenido por Gonzalo, se puso al frente de sus tropas, detuvo á los fugitivos, é hizo rostro al enemigo. La carga de los moros fue terrible; y turbados los cristianos empezaban á remolinarse, cuando sobrevino don Alonso de Aguilar con algunas compañías, y se renovó la pelea en las asperezas al pié de la sierra. Los moros eran inferiores en el número, pero se aventajaban á los cristianos en ligereza, y en la costumbre que tenian de pelear en lugares fragosos. Con todo esto fueron al fin batidos, y huyeron perseguidos por don Alonso hasta los arrabales de la ciudad, dejando gran número de muertos en el campo.

Tal fue uno entre infinitos encuentros ásperos que ocurrian cada dia, con pérdida de muchos buenos caballeros, sin beneficio conocido de una ni de otra parte. Los moros, sin embargo de tantas pérdidas y reveses, continuaban haciendo salidas diariamente con admirable vigor y esfuerzo, y la pertinacia de su resistencia parecia crecer á proporcion de sus apuros. Éstos se hacian de hora en hora mas sensibles; la caja militar estaba ya agotada, y no habia dinero con que pagar el sueldo de la tropa. Para suplir esta falta, fue menester discurrir nuevos recursos; y el veterano Mohamed apelando á la generosidad del pueblo, le manifestó las necesidades de la guarnicion. Con esto los ciudadanos consultaron entre sí, y recogiendo toda la vajilla de oro y plata que tenian, la entregaron al alcaide. “Tomad esto, le dijeron, y haced moneda, ya sea vendiéndolo, ó ya empeñándolo, porque no falte con que pagar á nuestros defensores.” Las mugeres de Baza, tambien, animadas de una noble emulacion, se desprendieron de sus brazaletes, manillas y zarzillos, y todo lo pusieron en manos del alcaide, diciendo: “He aqui los despojos de nuestra vanidad; dispon de ellos de modo que contribuyan á la defensa de nuestras casas y familias. Si Baza se salva, no serán menester joyas para celebrar tan alegre evento; si Baza se pierde, ¿para qué quieren adornos los cautivos?”

Con estas contribuciones pudo Mohamed pagar el sueldo de las tropas, y proseguir en la defensa de la ciudad. El generoso desprendimiento y decision del pueblo de Baza, no tardó en llegar á noticia de Fernando; y sabiendo el político Monarca la persuasion en que estaban los caudillos moros de que el ejército cristiano tendria que retirarse de sus muros, determinó darles una prueba convincente de la falacia de sus esperanzas. Escribió, pues, á la Reina doña Isabel, rogándola que con los caballeros de su corte y toda su servidumbre, se pusiese en camino para el real, y fijase alli su residencia durante el invierno. Por este medio se convencerian los moros de la inalterable resolucion tomada por los Soberanos, de perseverar en el sitio hasta la rendicion de la ciudad, y vendrian en partido de entregarla.

CAPÍTULO XXV

Llega la Reina doña Isabel al campo, y efectos que produjo su venida

Mohamet Ben Hazen animaba todavia á sus compañeros con la esperanza de que el ejército real abandonase el sitio, cuando una tarde oyeron en el campo cristiano una salva general, y mucha algazara entre la gente. Los centinelas en las atalayas, avisaron al mismo tiempo que un ejército cristiano bajaba de las montañas; y subiendo Mohamed con los demas caudillos á una de las torres mas altas, vió en efecto una fuerza numerosa y suntuosamente equipada que, con sonido de trompetas y otros instrumentos militares, venia ya marchando por el valle adelante con direccion al real. Estando mas cerca aquella hueste, descubrieron una dama primorosamente ataviada; y en su aire magestuoso reconocieron luego á la Reina. Venia montada en una mula con paramentos magníficos, y resplandecientes de oro, que llegaban hasta el suelo. Acompañaban á la Reina la Infanta doña Isabel, su hija, que iba á la mano derecha, y el cardenal de España que estaba á la izquierda, con un séquito lucido de damas y caballeros: despues venian los pages y escuderos, y últimamente una numerosa guardia de hidalgos, cubiertos de una armadura espléndida. El veterano Mohamed, como viese venir la Reina en persona al campo sitiador, perdió de todo punto el ánimo, y volviéndose tristemente á sus capitanes, dijo: “Caballeros, la suerte de Baza está ya decidida.”

Los caudillos moros contemplaron un rato, entre pesarosos y admirados, esta brillante procesion que anunciaba la pérdida de la ciudad; y algunos de ellos, en un rapto de desesperacion, quisieran salir para atacar la escolta real. Pero el príncipe Cidi Yahye, lejos de consentirlo, prohibió que se disparase la artillería, ni se ofreciese á la Reina el menor insulto; pues aun entre los moros era respetado el carácter de Isabel, y los mas de los capitanes de Baza poseian aquella cortesía caballeresca que distingue á los ánimos heróicos; como que en efecto, eran de los caballeros mas valientes de su nacion.

Cuando los habitantes de la ciudad supieron que la Reina se acercaba al campo cristiano, corrieron á apoderarse de todos los puntos elevados que dominaban la vega; y en breve no quedó azotea, torre ni mezquita, que no estuviese coronada de turbantes, por el ansia que tenian todos de ver tan grande espectáculo. Primero vieron salir al Rey, el cual con mucha pompa, y acompañado del marqués de Cádiz, del maestre de Santiago, del almirante de Castilla, y de otros grandes, se adelantó á recibir la Reina: despues venian todos los demas caballeros del Real, magníficamente arreados, y en seguimiento de ellos un gran concurso de gentes, que en obsequio de su amada Reina prodigaban los vivas y aclamaciones. Habiéndose encontrado los Soberanos, se abrazaron; y reunidas las dos comitivas, entraron con pompa marcial en el campo. Entretanto los espectadores de la ciudad, contemplaban maravillados el lujo y esplendor de los vestidos y caparazones, el brillo de las armas, las ricas sedas y brocados, los plumages de diversos colores, y las banderas que ondeaban al viento; al paso que fijaba su atencion una música festiva de cajas, clarines, chirimías y dulzainas, cuyos armoniosos sonidos parecian elevarse al cielo30.

Caso fue digno de admiracion (dice el coronista Hernando del Pulgar que se halló presente) ver la mutacion repentina que causó en los ánimos de los moros la llegada de la Reina: cesaron las escaramuzas; los rigores de la guerra se mitigaron; y á la turbulencia de los espíritus sucedió una dulce calma: desde alli adelante no disparó la artillería un solo tiro, ni se tomaron armas, como antes, para salir á las peleas; y aunque de la una y de la otra parte se mantenia una vigilante guarda, no se dieron mas combates, ni hubo mas muertes ni violencias.

Con la venida de la Reina, se persuadió el príncipe Cidi Yahye que los cristianos habian hecho propósito firme de proseguir el sitio: veia que al fin tendria que capitular la plaza; y aunque habia prodigado las vidas de sus soldados, mientras le animaba la esperanza de un resultado feliz, no queria verter sangre en una causa desesperada, ni exasperar al enemigo con una resistencia inútil. Habiendo pues, manifestado sus deseos de parlamentar, nombró el Rey al comendador de Leon, don Gutierre de Cárdenas, para que conferenciase con el alcaide Mohamed. Juntándose los dos caudillos en el lugar convenido, con acompañamiento de caballeros de la una y de la otra parte, y saludándose ambos cortesmente, habló primero el comendador de Leon, manifestando al alcaide en un discurso enérgico, cuán vano y peligroso era continuar en su defensa, y recordándole los males que habia padecido la ciudad de Málaga por su pertinacia. “De parte de mis Soberanos, dijo el comendador, os ofrezco, si luego entregais la ciudad, que todos los moradores de ella serán tratados como subditos, y protegidos en su religion, en su libertad, y en la posesion de sus bienes. Si vos que tanta fama teneis de capitan juicioso y experimentado, rehusais admitir este partido, entonces serán cargo vuestro las muertes, cautiverios y estragos que padecerá la ciudad de Baza.”

Esto dijo el comendador, y Mohamed volvió á la ciudad para consultar á sus cólegas. Era evidente que la rendicion de Baza no se podia escusar; pero la entrega de una plaza tan importante, sin haber sostenido un asalto, pareció á los caudillos moros que seria mengua de su reputacion. Asi pues, pidió el príncipe Cidi Yahye licencia para enviar un mensagero á Guadix, con una carta para el anciano Rey el Zagal, tratando de la entrega. Concedióse la licencia, juntamente con un salvo conducto para el enviado, y partió Mohamed Ben Hazen para desempeñar tan delicado encargo.

CAPÍTULO XXVI

Rendicion de Baza

Encerrado en un aposento en el castillo de Guadix, y solo con su tristeza, estaba el anciano Rey el Zagal, reflexionando sobre el estado deplorable de sus intereses, cuando le fue anunciado el enviado de Baza, y entró en su presencia el alcaide Mohamed Ben Hazen, que le entregó la carta del príncipe Cidi Yahye. En ella se le participaba la crítica situacion de Baza, la imposibilidad de resistir por mas tiempo, faltando los socorros, y el partido favorable que ofrecian los Soberanos de Castilla. El contenido de esta carta se imprimió altamente en el corazon del Monarca, el cual, acabando de leerla, dió un profundo suspiro, y quedó como pensativo y pesaroso. Reuniendo luego á los ancianos y alfaquís, les comunicó las noticias que acababa de recibir, y pidió que le aconsejasen. El consejo, dividido por una variedad de votos y opiniones, no hizo mas que aumentar la perplejidad del Rey; pues sin socorrer á Baza, era inevitable la pérdida de esta ciudad, y cuantas tentativas se habian hecho al efecto habian sido infructuosas. Despidiendo, pues, el Zagal á su consejo, mandó venir á su presencia al veterano Mohamed. “¡Alá achbar! ¡Dios es grande!, exclamó, volved á mi primo Cidi Yahye: decidle que no está en mi poder el socorrerle, y que haga lo que juzgue mas acertado; pues no es mi voluntad exponer á mayores trabajos á los que con hazañas dignas de memoria los han sufrido ya tan grandes.”

La contestacion del Zagal decidió de la suerte de la ciudad. Cidi Yahye de acuerdo con los demas capitanes capituló inmediatamente, y obtuvo condiciones muy favorables. Á los caballeros y demas que habian venido de fuera para defender la ciudad, se les permitió salir libremente con sus armas, caballos y efectos; á los habitantes se concedió la facultad de retirarse con todos sus bienes, ó de establecer su morada en los arrabales, sin ser molestados en sus ritos ni costumbres, haciendo en este caso juramento de ser fieles á los Soberanos, y de contribuir con el mismo tributo que antes pagaban á los Reyes moros. La ciudad con todas sus fortalezas, se habia de entregar al Rey en el término de seis dias, concediéndose este tiempo á los moradores de ella para retirar sus efectos; y entretanto, para garantía de este asiento, se pondrian en poder del comendador de Leon quince moros hijos de casas principales. Cuando se presentaron Cidi Yahye y Mohamed para entregar los rehenes, entre los cuales habia un hijo de este último, hicieron reverencia al Rey y la Reina, de quienes fueron recibidos con el mayor agrado y cortesía, y obsequiados ellos y otros caballeros moros con mercedes que se les hicieron de dineros, ropas, caballos, y otros objetos de valor.

El príncipe Cidi Yahye quedó tan prendado de la gracia, dignidad y generosidad de la Reina, y del noble proceder de Fernando, que juró nunca sacar la espada contra tan magnánimos príncipes; y la Reina, muy pagada de su gentileza, le dijo que teniéndole á él en su partido creia ya felizmente concluida la guerra de Granada. ¡Cuán poderosas son las alabanzas en boca de los príncipes! el discurso lisonjero de la ilustre Isabel subyugó enteramente á Cidi Yahye; y animado este príncipe de una lealtad repentina, pidió á los Reyes le contasen en el número de sus vasallos mas adictos, ofreció en el fervor de su celo no solo dedicar su espada á su servicio, sino emplear todo su influjo, que era grande, para persuadir á su primo Muley Audalla el Zagal, que les entregase las ciudades de Guadix y Almería; y lo que es mas, abjuró (segun consta en las historias,) los errores de la secta, y se convirtió á la fé cristiana.

El veterano Mohamed, movido tambien de la magnanimidad y noble condicion de los Reyes, solicitó que le recibiesen en su servicio; y á ejemplo hicieron otro tanto muchos caballeros moros, cuyos servicios fueron admitidos benignamente y premiados con magnificencia.

Asi, pues, la ciudad de Baza, despues de un sitio de seis meses y veinte dias, se entregó el 4 de diciembre de 1489. Al otro dia verificaron los Reyes su entrada del modo mas solemne, y el júbilo de los vencedores se aumentó á la vista de mas de quinientos cautivos cristianos que fueron sacados de las mazmorras de la ciudad.

La pérdida de los cristianos en este sitio subió á veinte mil hombres, de los que la mayor parte perecieron de frio y de enfermedades. Á la entrega de Baza se siguió la de Tabernas, Almuñecar, y de casi todos los pueblos y fortalezas de las Alpujarras; concediéndoles el Rey los mismos privilegios que á la ciudad de Baza: sus moradores fueron recibidos como vasallos mudejares, y se premió á los alcaides con dinero, y otras mercedes, á proporcion de la importancia de las plazas que entregaban. En los principios de la guerra debió Fernando sus conquistas á la espada; pero en esta campaña halló que el oro no era menos poderoso que el acero.

Entre los alcaides moros que vinieron á hacer entrega de las fortalezas de su mando, habia uno llamado Alí Abenfahar, guerrero veterano, que siempre habia gozado de la confianza de su monarca. Era un moro de noble presencia y de aspecto sério; y mientras sus compañeros hacian la entrega de sus respectivas fortalezas, él, triste y silencioso, se mantenia aparte de los demas. Cuando le tocó hablar, se dirigió á los Soberanos con la franqueza de un soldado; pero con el tono que correspondia á la adversidad en que se hallaba, y dijo: “Yo señores soy moro, y de linage de moros, y soy alcaide de las villas y castillos de Purchena y de Paterna, donde fui destinado para guardarlas; pero me faltaron los que debieran ayudarme, posponiendo al honor su seguridad. Estas villas, pues, muy poderosos Reyes, son vuestras, y podeis tomar posesion de ellas cuando fuere vuestra voluntad.” Al punto mandó el Rey que se le diese una cuantiosa suma, en pago de tan importante entrega; pero el moro, con ademan altivo y firme, apartó de sí el dinero, y añadió: “no vengo ante VV. AA. para vender lo que no es mio, sino para entregar lo que la fortuna ha hecho vuestro; y creed que á no fallecer el esfuerzo de los míos, la muerte me seria el premio que recibiera defendiendo mis fortalezas, y no el oro que me ofreceis.”

Prendados los Reyes del noble orgullo y lealtad de este alcaide, quisieron atraerle á su servicio, y con este objeto le hicieron las ofertas mas lisongeras; pero sin ningun efecto. “¿Y no se os ofrece cosa alguna, dijo la Reina, en que os podamos complacer y manifestar nuestro aprecio?” “Lo que suplico á VV. AA., dijo el moro, es que hayan en su encomienda á los que moran en aquellas villas y en su valle, y los manden conservar en su ley y en sus bienes.” “De hacerlo asi os damos nuestra real palabra, dijo el Rey; ¿y para vos qué pedís?” “Nada, respondió Alí, sino que me deis seguro para pasar con mis caballeros y efectos á las partes de África.”

Estando provisto de un pasaporte del Rey, reunió Alí Abenfahar sus criados, armas y demas efectos, se despidió de sus compañeros, y con el corazon lleno de dolor, pero sin derramar una lágrima, montó su caballo berberisco, volvió la espalda á los deliciosos valles de su conquistada pátria, y partió á buscar fortuna en las ardientes arenas del África31.

CAPÍTULO XXVII

Sumision del Zagal á los Reyes de Castilla

No parece sino que las malas nuevas se comunican mas presto que las buenas, y que las desgracias se eslabonan, y llaman unas á otras. Despues de la rendicion de Baza, apenas pasaba dia que no tuviese el Rey anciano aviso de alguna nueva pérdida; ya era una fortaleza formidable que entregaba sus llaves al Rey cristiano, ya un pueblo floreciente que le abria sus puertas, ó ya un valle risueño que pasaba bajo su dominio; por manera, que los estados del Zagal quedaban ahora reducidos á una pequeña parte de las Alpujarras, y á las ciudades de Guadix y Almería.

La contrariedad de su fortuna, y la mengua de su gloria, tenian abatido y cuidadoso al triste Monarca, cuando se le presentó su primo el príncipe Cidi Yahye, que conforme á la obligacion contraída con los Soberanos, venia á persuadir al Zagal que se sometiese á los vencedores. Pasando desde luego al objeto de su mision, le representó Cidi la triste situacion de las cosas, y la imposibilidad de restablecer el imperio sarraceno en España. “La suerte, decia, se ha declarado contra nosotros; nuestra ruina está ordenada de arriba. Acordaos de la prediccion de los astrólogos cuando nació Boabdil; ésta que creimos cumplida cuando se perdió la batalla de Lucena, es ya evidente que se refiere á la perdicion total del reino: asi lo van manifestando los sucesos, y asi es la voluntad del cielo.” El Zagal, que le oia con mucha atencion y sin mover pestaña, despues de haber estado un rato pensativo y sin responder, dijo, lanzando un triste y profundo suspiro: “¡Alá huma su bahana hu! ¡hágase la voluntad de Dios! Ya veo que asi lo quiere Alá, y que cuanto le place se cumple. Si él no hubiera decretado la caida del reino de Granada, esta espada y este brazo le hubieran defendido”32.

“¿Qué resta, pues, añadió Cidi Yahye, sino sacar el mejor partido que permitan las circunstancias, y salvar de la ruina general alguna pequeña parte de vuestros dominios? Concertaos con los Reyes de Castilla, confiad en su justicia y generosidad, y no dudeis en cederles como á amigos lo que al fin os habian de quitar como enemigos.”

Vencido por estas razones, y humillándose al rigor de su fortuna, accedió el altivo Zagal á las proposiciones de su primo; y aquella rica porcion del imperio que poseia, con tantas villas y fortalezas, y con las montañas que se extienden desde Granada hasta el mediterráneo, con sus fértiles valles semejantes á esmeraldas engastadas en una cadena de oro, pasaron al dominio del cristiano, juntamente con las populosas ciudades de Guadix y Almería, las dos mas preciosas joyas de su corona.

Los Soberanos para compensar esta cesion, recibieron al Zagal por amigo y aliado, y le concedieron en herencia perpetua el territorio de Alhamin en las Alpujarras, con las sabinas de Malaha; se le dió el título de Rey de Andarax, con dos mil mudejares por vasallos, y una renta de cuatro millones de maravedises al año33; todo lo cual habia de poseer como vasallo de la corona de Castilla.

Dadas estas disposiciones, partió de Baza el Rey don Fernando y pasó á Almería, para tomar posesion de las tierras y villas nuevamente adquiridas, pues estaba concertado que se le hiciese alli la entrega formal de todas ellas. Al llegar cerca de esta ciudad, salió el Rey moro con el príncipe Cidi Yahye y otros caballeros á recibirle. Para cumplir esta ceremonia se revistió el Zagal de una humildad violenta; pero se descubrieron en su semblante señales de impaciencia; y era evidente que al humillarse ante Fernando, no creia hacer mas que someterse á la voluntad del cielo; no obstante, cuando llegó cerca del Rey, se apeó de su caballo, y le pidió la mano para besarla; pero aquel, guardando la consideracion debida al título real que el moro habia tomado, no consintió este homenage, y abrazándole benignamente, le dijo que volviese á cabalgar34.

Formalizado el concierto acordado entre los dos príncipes, quedó Fernando dueño de Almería y de todas las demas posesiones del Zagal; y este anciano guerrero, despidiéndose del vencedor, partió con algunos pocos partidarios en busca de su pequeño territorio de Andarax, para ocultar alli á los ojos del mundo su humillacion, y consolarse con una sombra de Soberanía.

30.Cura de los Palacios.
31.Pulgar. Garibay, lib. XL. cap. 40. Cura de los Palacios.
32.Conde, tomo III. cap. 40.
33.Cura de los Palacios, cap. 94.
34.Cura de los Palacios, cap. 93.
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28 eylül 2017
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