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Kitabı oku: «Crónica de la conquista de Granada (2 de 2)», sayfa 9

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CAPÍTULO XXVIII

Acontecimientos en Granada posteriores á la sumision del Zagal

Tal es la instabilidad de las cosas humanas, que cuando está mas en su punto el placer, entonces está mas cerca el pesar. Las olas de la prosperidad tienen su reflujo como las del mar; y el mismo viento que parece conducirnos al puerto de nuestras esperanzas, suele sumergirnos en un abismo de desgracias. Cuando Jusef Aben Connixa, visir de Boabdil, anunció á su Soberano las capitulaciones del Zagal, el corazon del jóven príncipe se llenó de un gozo excesivo; y felicitándose por tan feliz acontecimiento, dijo “¡al fin el hado se cansó de perseguirme! ¡de hoy mas nadie me llame el Zogoibi!”

En el primer arrebato de su alegría, mandó Boabdil ensillar un caballo; y con una comitiva brillante salió de la Alhambra para recibir en la ciudad los parabienes y aclamaciones de su pueblo. Entrando en la plaza de Vivarrambla, halló un gentío inmenso muy conmovido; pero estando ya mas cerca ¡cuál seria su sorpresa al oir murmullos, reconvenciones, vituperios! La noticia de haberse obligado á Muley Audalla el Zagal á capitular, habia llegado á la capital, y llenado todos los ánimos de dolor é indignacion. En aquellos primeros momentos ensalzó el pueblo al anciano Muley como príncipe virtuoso, y como espejo de Monarcas, que se habia batido hasta el último extremo en defensa de la pátria, sin comprometer jamas la dignidad de su corona con ningun acto de vasallage. Boabdil, por el contrario, contemplando sin moverse la heróica pero desgraciada lucha de su tio, se regocijaba por el vencimiento de los fieles y el triunfo de los cristianos. Viendo, pues, que se presentaba al público con tanta pompa en un dia que, segun ellos, era de humillacion para todo buen musulman, no supieron contener su furor; y entre los clamores que prevalecian, oyó Boabdil que se le aplicaban los epítetos de apóstata y traidor.

Pesaroso y confuso volvió el jóven príncipe á la Alhambra, donde se encerró como en una prision voluntaria, mientras pasase aquella borrasca popular. Confiaba que el pueblo, conociendo al fin las ventajas de la paz en que vivia, no renunciaria ligeramente un bien tamaño, por consideracion al precio con que se le habia procurado; y cuando no, la poderosa amistad de los Reyes Católicos le parecia mas que suficiente, para asegurarse contra las asechanzas de los partidos. Pero muy pronto recibió cartas de Fernando que le sacaron de esta ilusion, recordándole las condiciones con que habia comprado la proteccion que disfrutaba.

Despues de la toma de Loja, estipuló Boabdil en un tratado con los Soberanos que, ganada por ellos la ciudad de Guadix, les entregaria la de Granada dentro de un término señalado, quedándose él con ciertas villas y rentas para su sustento. Ahora le notificaba Fernando que no solo Guadix, sino Baza y Almería, habian sucumbido á su poder; y le exigia el cumplimiento del tratado. Aun cuando el desgraciado Boabdil quisiera, no podia ya satisfacer esta reclamacion. Encerrado en la Alhambra, donde apenas se creia seguro contra el furor de un pueblo exasperado, llena la capital de gente forastera y de soldados con licencia, á quienes la necesidad y la desesperacion habian hecho feroces ¿qué autoridad tenia para mandar, qué medios para hacerse obedecer, ni cómo en tal tempestad osaria intimar á los granadinos la entrega de la ciudad? Todo esto hizo Boabdil presente al Rey cristiano en contestacion á las reclamaciones que éste le hacia; y suplicándole quedase por ahora satisfecho con sus conquistas recientes, le aseguró que si lograba restablecer su autoridad en la capital, seria para gobernar como vasallo de la corona de Castilla.

Ya se deja discurrir que Fernando no quedaria muy satisfecho con esta excusa; y pues las circunstancias favorecian sus designios, determinó dar la última mano á la gran de obra de la conquista, sentándose en el trono de la Alhambra. Tratando á Boabdil como un aliado infiel que habia faltado á su palabra, le excluyó de su amistad, y escribió una carta al consejo y caudillos de Granada, pidiendo la entrega de la ciudad y de todas sus fuerzas, juntamente con las armas asi de los naturales como de los que estaban alli refugiados. Si los moradores accedian á esta demanda, prometia tratarlos benignamente, y concederles el mismo partido que á Baza, Guadix y Almería; si por el contrario se resistian, les amenazaba con la suerte de Málaga35.

La intimacion del Católico Monarca, alteró sobremanera los ánimos de los granadinos. Algunos, que en la tregua reciente habian hecho un comercio lucrativo con el territorio cristiano, quisieran asegurar estas ventajas mediante una sumision voluntaria: otros, que tenian familia y obligaciones, y las miraban con solicitud y ternura, temian atraerse con la resistencia los horrores de la esclavitud. Pero la gente de guerra, que era el mayor número, los que no tenian mas patrimonio que la espada, ni mas oficio que las armas, y los refugiados que habiéndolo perdido todo solo respiraban venganza, se negaban á otorgar el partido que se les proponia. Á esta clase se añadia otra de condicion no menos belicosa, pero animada de un espíritu mas noble y caballeresco: estos eran los caballeros de alta gerarquía, y de claros y antiguos linages, que habian heredado un odio mortal á los cristianos, y para quienes era peor que la muerte la idea de que Granada, Granada ilustre, por tantos siglos centro de la grandeza y poderío de los moros, viniese á ser mansion de infieles. Entre estos guerreros sobresalia Muza Ben Abul Gazan, descendiente de Reyes, y tan noble por su condicion como por su estado. La gracia y robustez se veian reunidas en su persona: la habilidad con que regia un caballo, y manejaba todo género de armas, era la envidia de sus compañeros; y la destreza que desplegaba en los torneos, la admiracion de las damas moras; al paso que sus proezas en la guerra le habian hecho el terror del enemigo.

Cuando Muza llegó á saber que Fernando exigia la entrega de las armas, se vió centellear la cólera en sus ojos. “¿Piensa el Rey cristiano, dijo, que somos mugeres, y que para nuestras manos bastan ruecas? si tal piensa, sepa que el moro nació para vibrar la lanza, y para blandir la espada: quitarle éstas es quitarle su naturaleza. Si tanto apetece el Rey de Castilla nuestras armas, venga y ganelas. Por mi, quiero mas bien una humilde sepultura al pié de los muros que muriera defendiendo, que el mas soberbio palacio de Granada habido á costa de sumision á los cristianos.”

Las palabras de Muza merecieron á la mayoría de sus oyentes aplausos y aclamaciones. Granada despertó de nuevo como un guerrero que sale de un letargo ignominioso: los caudillos y el consejo participaron del entusiasmo general, y de comun acuerdo despacharon un mensagero á los Soberanos con una contestacion, en que declaraban, que primero sufririan la muerte que entregarles la ciudad.

CAPÍTULO XXIX

El Rey don Fernando vuelve las armas contra la ciudad de Granada; suerte del castillo de Roman
Año 1490.

Recibida por el Rey la declaracion hostil de los moros de Granada, hizo prevenciones para llevar allá la guerra tan pronto como pasase la estacion del invierno. Habiendo reforzado las guarniciones de todas las fortalezas que tenia en las inmediaciones de aquella capital, dió la capitanía mayor de todas á don Iñigo Lopez de Mendoza, conde de Tendilla; y este veterano caudillo estableció su cuartel general en Alcalá la Real, distante ocho leguas de Granada. Entretanto bullia esta ciudad con nuevos preparativos de guerra; y asi el pueblo como los caballeros, animados por Muza Ben Abul Gazan, que era el alma de sus movimientos, se disponian con ardor á acometer nuevas empresas. Ya se habian hecho diversas salidas, y Muza que mandaba la caballería habia corrido la tierra hasta las mismas puertas de las fortalezas cristianas, arrebatando los ganados, sorprendiendo al enemigo en los pasos angostos de las montañas, y poniendo espanto en toda la frontera.

Era ya pasado el invierno, la primavera estaba muy adelante, y Fernando aun no habia salido á campaña. Sabia el prudente Monarca que la ciudad de Granada era demasiado fuerte y populosa para que se pudiese tomar por asalto, y que con la abundancia de víveres que habia en ella, seria menester un sitio muy largo para rendirla. Por estos motivos determinó ceñir sus operaciones á asolar la vega este año, para producir una escasez en el siguiente, y emprender entonces con mejor efecto el cerco de la ciudad. Un intervalo de paz habia restituido á la vega toda su lozanía y hermosura; los verdes pastos que bordaban las márgenes del Jenil, estaban cubiertos de numerosos rebaños; las floridas huertas prometian cosechas abundantes, y las doradas mieses ondeaban en la llanura. Se aproximaba el tiempo en que el labrador debia meter la hoz, y recoger los preciosos frutos de su industria; cuando descendió de las montañas el torrente de la guerra, y Fernando, con cinco mil caballos y veinte mil infantes, se presentó delante de Granada. Venian con él el duque de Medinasidonia, el marqués de Cádiz, el de Villena, los condes de Ureña y de Cabra, y don Alonso de Aguilar. En esta ocasion sacó Fernando el príncipe su hijo al campo del honor, y le armó caballero; cuya ceremonia, como para animarle á grandes hazañas, se verificó junto á la acequia principal, casi debajo de las almenas de aquella ciudad guerrera, objeto de tantas empresas.

No tardó el Rey en poner en egecucion el plan que habia formado; y destacando partidas en todas las direcciones, les mandó correr la tierra, como en efecto lo hicieron, quemando y saqueando pueblos, y llevando la desolacion por toda aquella hermosa campiña. Llegó el estrago tan cerca de Granada, que el humo de las aldeas y huertas incendiadas envolvia la ciudad, y oscurecia las torres de la Alhambra, donde el desventurado Boabdil, temiendo la indignacion pública, permanecia encerrado sin osar presentarse á sus vasallos, que le maldecian como autor de los nuevos males que padecian. Mas no por eso dejaron los moros de hacer grandes esfuerzos para estorbar la tala de sus campos. Incitados por Muza, hacian salidas sin cesar; y dirigidos por él, rondaban el real cristiano en cuadrillas de á caballo, salteando los convoyes, los forrageros y los destacamentos cortos, y practicando, por la facilidad que para esto daba la disposicion del terreno, mil estratagemas y sorpresas.

En un encuentro que tuvieron los cristianos con el enemigo, cayeron las tropas del marqués de Villena en una emboscada que les estaba prevenida. La caballería mora, con la rapidez de sus movimientos y la ventaja que le daba el terreno, hizo desde luego un estrago enorme en las filas del Marqués, cuyo hermano, don Alonso Pacheco, fue derribado de su caballo y muerto en la primera carga. Igual suerte tuvo Esteban de Luzon, capitan bizarro, que pereció combatiendo al lado de su gefe. El Marqués, sostenido por su camarero Soler y algunos pocos caballeros, hacia una resistencia animosa á los asaltos del enemigo que le cercaba por todas partes, cuando un socorro enviado por el Rey le sacó de este apuro. Irritado el Marqués por la muerte de su hermano, quisiera volver contra el enemigo; pero en esto hizo Fernando señal de recoger la gente, y le fue forzoso obedecer. Puesto ya en retirada, echó de menos á Soler, y volviendo el rostro le vió acometido de seis moros, y á punto de sucumbir á su furor. Al instante se arroja el Marqués á defenderle, enviste á los moros, y matando á dos por su mano, pone en huida á los demas. Empero uno de ellos, antes de huir, le tiró con una lanza, y atravesándole el brazo derecho, le dejó manco para el resto de su vida.

Admirando la Reina esta hazaña, preguntó un dia al marqués de Villena por qué habia arriesgado su vida en defensa de un criado. “Señora, respondió el Marqués ¿qué mucho que aventurase yo una vida en defensa de quien, si tuviera tres, las perdiera por mí todas?”

Tal fue uno entre muchos ardides practicados por los moros. Pero como en los diversos encuentros que tuvieron con ellos los cristianos, veia Fernando que el enemigo rara vez presentaba batalla sino cuando tenia todas las ventajas, mandó á sus capitanes que evitasen las escaramuzas, y atendiesen solo á la devastacion de la tierra, que era el objeto de esta campaña.

Estándose practicando la tala de la vega ocurrió el suceso del castillo de Roman. Esta fortaleza distante dos leguas de Granada, y situada sobre una eminencia, solia servir de asilo á los moros del contorno en las entradas de los cristianos por la vega: alli depositaba el paisanage sus efectos mas preciosos; y aun las partidas que salian de Granada para molestar al enemigo, se ponian alli en seguro cuando amagaba algun peligro. Los estragos del ejército invasor, tenian con gran cuidado á la guarnicion del castillo, y los centinelas hacian la guardia con la mayor vigilancia, cuando una mañana se descubrió desde las almenas una nube de polvo, que crecia y se acercaba por momentos. Muy pronto se ofrecieron á la vista turbantes y armas moras, y poco despues una manada de ganado, á la cual venian aguijando con gran prisa ciento y cuarenta ginetes moros, que conducian asimismo dos cautivos cristianos cargados de hierros.

Llegando la cabalgada cerca del castillo, se presentó á la puerta un caballero moro de noble presencia y ricamente ataviado, pidiendo se le diese entrada. Dijo que venia con su gente de vuelta de una incursion por tierras de cristianos, donde habia cogido un botin cuantioso; pero que el enemigo habia salido en su persecucion, y estaba ya tan cerca, que temia ser alcanzado antes de llegar á Granada. El alcaide se decidió al punto, y abriendo las puertas de su fortaleza, admitió en ella toda aquella gente y la cabalgada. Llenóse el patio del castillo de ganado y de caballos; y mientras los soldados de la guarnicion se ocupaban en distribuirlos y colocarlos, el caballero moro, que era el gefe de la partida, iba repartiendo su gente por las almenas y cuerpos de guardia. En esto se levantó un clamor espantoso en todo el castillo, y la tropa de la guarnicion queriendo acudir á las armas, se halló, con no poca sorpresa é indignacion, sin los medios de resistir; y completamente en poder de un enemigo.

La supuesta partida de guerrilleros se componia de mudejares, moros tributarios de los cristianos, y su capitan era el príncipe Cidi Yahye, que con esta pequeña fuerza habia salido de las montañas, para ayudar al Rey Fernando en sus operaciones delante de Granada, y habia concertado la sorpresa de este castillo para presentarlo á los Soberanos como prenda de su fidelidad, y primicias de su devocion.

En cuanto á los moros de la guarnicion, Cidi Yahye, no pudiendo desentenderse de la consideracion que le merecian como compatriotas, los puso en libertad, y les permitió pasar á Granada. Esta indulgencia ningun efecto favorable produjo en la opinion de sus amigos y deudos en la capital; porque indignados estos al saber el ardid con que se habia tomado el castillo de Roman, se unieron con el público para maldecirle como traidor.

Pero la indignacion del pueblo de Granada subió de punto con la noticia de otro suceso todavia mas sensible. El anciano guerrero Muley Audalla el Zagal, mal hallado con el sosiego é inaccion de su pequeño reino, y no pudiendo contener su fogoso espíritu dentro de los estrechos límites á que estaba reducido, determinó volver á las armas, y acudir al servicio del Rey de Castilla, que sabia estaba haciendo la tala de la vega. Reuniendo, pues, toda su fuerza disponible, que no pasaba de doscientos hombres, se presentó en el real cristiano, dispuesto á servir á su enemigo natural; por el anhelo de arrancar la ciudad de Granada del poder de su sobrino.

La ceguedad del colérico Monarca perjudicó su causa, al mismo tiempo que fortaleció la de su contrario. Los moros de Granada le habian prodigado las alabanzas mientras le consideraban víctima de su patriotismo; pero cuando le vieron armado contra su misma nacion, y alistado bajo las banderas del cristiano, le colmaron de baldones y vituperios. La opinion pública, tomando, como era consiguiente, una direccion inversa, corria ahora en favor de Boabdil; y agolpado el pueblo delante de la Alhambra, le saludaba como su única esperanza, y como el apoyo de la pátria. Boabdil, animado por esta inesperada expresion de favor popular, salió de su retiro, y fue recibido con vivas y aclamaciones: sus pasados yerros le fueron todos perdonados, los males padecidos se atribuyeron á su tio, y en aquella efervescencia de los ánimos, si alguno dejaba de victorear á Boabdil, era para fulminar execraciones contra el Zagal.

CAPÍTULO XXX

El Rey de Granada sale á campaña; expedicion contra Alhendin; hazaña del conde de Tendilla

Concluida la tala de la vega, que duró por espacio de treinta dias, y hecha ahora un desierto aquella vasta campiña poco ha tan florida, se retiró el ejército devastador, y pasando el puente de Pinos, marchó al través de las montañas con direccion á Córdoba. Boabdil, rotos los lazos que le unian al Rey cristiano, y viendo que no le quedaba mas recurso que el de sus propias fuerzas, se apresuró á prevenir los efectos del estrago reciente, abriendo con la espada un conducto por donde la capital recibiese socorros de fuera.

Apenas el último escuadron de la hueste de Fernando desapareció entre las montañas, se armó Boabdil, y se dispuso á salir al campo. Sus vasallos, animados con este ejemplo, acudieron con celo á su estandarte, las parcialidades se unieron para seguirle, y los naturales de Sierra nevada, abandonando las asperezas donde moraban, vinieron á ofrecer al jóven Rey sus servicios, en prueba de su devocion. La plaza de Vivarrambla volvió á resplandecer con lucidos escuadrones de caballería, con armas, pendones y divisas, y bajo la conducta del bizarro Muza, se reunió una hueste numerosa que solo pedia la presencia del Rey para marchar contra el enemigo.

El dia 15 de junio salió Boabdil de Granada para acometer nuevas empresas. Á pocas leguas de la ciudad, y á la entrada de las Alpujarras, estaba el castillo de Alhendin, que dominaba el camino que conduce á la capital y una gran parte de la vega. Su alcaide era un caballero llamado Mendo de Quesada, y su guarnicion se componia de unos doscientos y cincuenta hombres aguerridos y resueltos, los cuales, con sus salidas y rebatos, se habian hecho tan temibles, que el labrador no osaba salir á las labores del campo; el traficante no podia caminar seguro, ni los convoyes transitar sino guardados por una fuerte escolta. Contra esta fortaleza dirigió Boabdil sus armas, y por espacio de seis dias no cesó de combatirla. Los cristianos se defendieron con vigor; pero los asaltos continuos del enemigo, que dos veces forzó la barbacana del castillo, y la falta de sueño, los puso en tanto aprieto, que tuvieron que retirarse á la torre principal, y abandonar las demas defensas. Los moros entonces se acercaron á la torre, y protegidos con manteletes cavaron sus cimientos, y la pusieron sobre puntales, para derribarla, quemando los maderos, si los cristianos persistian en su defensa.

Con la esperanza de ver llegar en su socorro alguna fuerza cristiana, tendia Mendo la vista ansiosamente por la vega; pero ni una lanza ni un casco se descubria. Sus mejores soldados yacian muertos ó heridos, los demas, rendidos por la fatiga y las vigilias, apenas podian manejar las armas. En tal situacion, y amenazado ademas con el hundimiento de la torre, hizo la señal de rendirse, y entregó su fortaleza. El alcaide con los soldados que le quedaban, fueron hechos prisioneros; y el Rey moro, temiendo que los cristianos volviesen á cobrar aquel castillo, lo mandó arrasar: al punto se arrimó el fuego á los puntales, hundióse la torre con estruendo, y quedó reducida á un monton de escombros la soberbia fortaleza de Alhendin.

Animado por este triunfo, pasó Boabdil adelante, y tomó las fortalezas de Marchena y Buluduy; envió alfaquís en diferentes direcciones para anunciar la guerra comenzada, y llamó á su estandarte á todo el que se tenia por verdadero musulman. Muchos caballeros y pueblos que se habian sometido al Rey de Castilla, deslumbrados por este triunfo pasagero de las armas moras, se declararon en favor de Boabdil, y ya se lisongeaba el jóven Monarca que todo el reino iba á volver á su obediencia. La fogosa juventud de Granada participó del entusiasmo general, y anhelando volver á aquellas correrías que otro tiempo habian sido sus delicias, concertó una entrada por el territorio de Jaen para correr á Quesada, y apoderarse de un convoy que segun noticias que se tenian caminaba para Baeza. Armados á la ligera y bien montados, se reunieron hasta cien ginetes, con otros tantos peones, y saliendo de Granada en el silencio de la noche, marcharon rápidamente para la frontera, la pasaron sin oposicion y como caidos de las nubes, comparecieron de improviso en el centro del territorio cristiano.

La frontera de Jaen estaba á la sazon á cargo del conde de Tendilla, que estaba alojado en Alcalá la Real. Esta fortaleza, por su proximidad á Granada, solia ser el refugio de los cautivos cristianos que lograban escaparse de las mazmorras de la capital. Pero como estos desgraciados muchas veces erraban el camino, y se extraviaban en la oscuridad de la noche, el Conde habia mandado construir á sus expensas una torre en un alto cerca de Alcalá, y en ella ardia siempre de noche una luz muy viva, que servia de norte á los fugitivos, y guiaba sus pasos á un lugar seguro. Por uno de estos fugitivos tuvo el Conde aviso de la salida de los caballeros de Granada; y conociendo que era ya tarde para impedirles el paso, determinó esperar y atacarlos á la vuelta. Una mañana, pues, antes de amanecer salió al camino con ciento y cincuenta lanzas escogidas, y se puso en emboscada en un barranco cerca de Barcina, distante tres leguas de Granada, por donde sabia que debian pasar los moros. Todo aquel dia y su noche permanecieron ocultos esperando la venida de los moros; pero ni lanza ni turbante pudieron descubrir. Serian dos horas antes del alba, y ya los caballeros que iban con el Conde le aconsejaban que abandonase aquella empresa y volviese á Alcalá, cuando vinieron los adalides anunciando que los moros estaban cerca, y que venian en número de unos doscientos, con muchos prisioneros y despojos. Al punto cabalgaron los cristianos, embrazaron sus adargas, y con las lanzas en ristre, se pusieron á la entrada del barranco.

Alegres por el buen éxito de su empresa, y por la captura del convoy, venian los moros conduciendo, sin órden ni precaucion, gran número de cautivos de ambos sexos, y muchas acémilas cargadas de géneros, alhajas, y otros efectos preciosos. Dejó el Conde que pasase una parte de la escolta, y haciendo entonces la señal de acometer, se arrojan sus caballeros contra el enemigo dando alaridos, y con ímpetu vigoroso. Los moros, sobresaltados y confusos, no aciertan á defenderse; arrollados en breves momentos, muerden la tierra treinta y seis, dánse á prision cincuenta y cinco, y huyendo los demas, se salvan entre las peñas y matorrales. El bizarro Conde puso luego en libertad á los prisioneros cristianos, y volvió á sus corazones la alegría con la restitucion de sus alhajas y efectos. Los despojos ganados á los moros fueron cuarenta y cinco caballos ensillados, con muchas armas y algunos otros objetos de valor. Reunido el botin y puesta en órden la cabalgada, marchó el Conde con su gente la vuelta de Alcalá la Real, donde llegó felizmente, y fue recibido con grandes regocijos. Á esta satisfaccion se le añadió la de ver á su esposa, señora de mucho mérito, é hija del marqués de Villena, que salió á recibirle á las puertas de la ciudad, despues de una separacion de dos años, ocasionada por los deberes de esta prolongada guerra que tan ocupado traia al Conde su marido.

35.Cura de los Palacios, cap. 96.
Yaş sınırı:
12+
Litres'teki yayın tarihi:
28 eylül 2017
Hacim:
190 s. 1 illüstrasyon
Telif hakkı:
Public Domain

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