Kitabı oku: «Ciudad y arquitectura de la República. Encuadres 1821-2021», sayfa 10

Yazı tipi:

13 Archibald Smith (1790-1870) fue un médico escocés que llegó al Perú en 1826, contratado por la Anglo Pasco Peruvian Mining Company para desempeñarse, como tal en su asiento minero de Cerro de Pasco. Tras la cancelación de las operaciones mineras al poco tiempo de su arribo, Smith se dedicó a la agricultura en la región de Huánuco para luego residir en Lima ejerciendo la medicina. En 1839 la editorial inglesa de Richard Bentley, New Burlington Street, publicó, en dos volúmenes, Peru as It Is: A Residence in Lima and Other Parts of the Peruvian Republic. Con un breve intervalo de estadía en Europa, en 1847, volvió a residir en el Perú hasta 1860, como anota Magdalena Chocano en los apuntes biográficos que preceden a la edición traducida bajo el título El Perú tal como es. Una estancia en Lima y otras partes de la república peruana, incluida una descripción de las características sociales y físicas de ese país [retrato del Perú poco después de su independencia]. Estudio introductorio de Magdalena Chocano en una coedición del Banco Central de Reserva del Perú (BCRP) y el Instituto de Estudios Peruanos (IEP). Si bien las observaciones y análisis de Smith están obviamente más relacionadas con la medicina por su profesión, su recuento y observaciones del Perú que le tocó ver y vivir, entre 1826 y 1838, materia de la publicación del libro, incluyen una serie de referencias a las cuestiones de orden social, económico, productivo y hasta político. Entre estas anotaciones destacan, sin duda, aquellas que registran —empleando el término «arquitectura»— algunas características constructivas, espaciales y estéticas de las edificaciones del Ande peruano ubicadas en sus diferentes niveles altitudinales. Junto a ellas se encuentran, asimismo, numerosos apuntes sobre diversos pueblos como Canta, Obrajillo, Matucana y ciudades del país como Tarma, Huancayo, Huánuco y Cerro de Pasco. El paisaje en estado de asombro continuo es otro de los temas que recorren las memorias de viaje de este médico escocés, a quien le tocó vivir precisamente en el periodo de inicio del Perú republicano.

14 Se trata de una serie de medidas dirigidas a los habitantes de Lima destinadas a «velar el aseo y ornato de sus calles, y deseando al mismo tiempo conservar la memoria de los hechos gloriosos que han manifestado el patriotismo de los pueblos y deben conservarse en la memoria de las generaciones» (Oviedo, 1861, VI, p. 241). Todo ello para fomentar el aseo y en pro del ornato de la ciudad, así como implícitamente para contar con un «reglamento» para normar el comportamiento social y algunas actividades económicas a propósito de la reforma de la calle del teatro.

15 Un síntoma penoso de la precariedad, fragmentación y profunda inestabilidad de la naciente República, que viajeros, como Eugène de Sartiges y Adolphe de Botmiliau, que recorrieron el Perú entre 1834 y 1848, calificaban como la «comedia republicana», es el número de constituciones, presidentes o jefes provisorios que gobernaron el país durante las dos primeras décadas de la República: cinco constituciones y 52 presidentes o jefes provisorios (un promedio de cuatro «presidentes» por año). Otros países como Chile, entre 1826 y 1846, tuvieron en este periodo tan solo 15 presidentes.

16 Paulding, 1835. Un rasgo de Bolívar en campaña. Nueva York: Imprenta de don Juan de la Granja. La traducción es de alguien con iniciales L. M. que dedica la publicación a Juan de Francisco Martín y señala que un distinguido oficial de la marina de los Estados Unidos acababa de publicar un opúsculo, A Sketch of Bolivar in his Camp, y que convendría difundir en castellano como un homenaje a Simón Bolívar. Luego de evocar las imágenes de una Lima antes festiva y arreglada, Paulding, describe asombrado el estado de calamidad de la ciudad en 1824: «Pero si el inmutable clima del Perú hubiera dado lugar á la impetuosa furia de un huracán que hubiera arrasado toda la faz de la naturaleza en su desoladora carrera, no habrían presentado las bellas alquerías y hermosos campos del Rimac una escena de tan completa ruina como la que acarreó la revolución. Ocupada alternativamente por los realistas y Patriotas; cuanto escapaba de la rapacidad de los unos, venia á ser presa segura de los otros. Si los habitantes no habían huido de sus casas por temer algún riesgo personal, era echados de ellas violentamente y conducidos á una prisión ó á los mataderos militares. Sus caballos, su ganado, y los frutos del campo eran si reserva despojos de la guerra. Las aldeas y haciendas ocupadas por la soldadesca, era continuamente los teatros de las mas desastrosas correrías por ambos partidos, de suerte que en dos ó tres años la ruina y la devastación vinieron á usurpar el lugar en que abundaba todo lo que podía desearse para suplir las necesidades y conveniencias de los desgraciados habitantes. Lima pasó por la primer terrible prueba con alguna mas dicha que los pueblos vecinos, pero con el tiempo le tocó una gran parte de la calamidad general. El edificio social fue conmovido hasta los mismos cimientos. Los destierros, las confiscaciones y los préstamos forzosos redujéron á la mendicidad á las mas opulentas familias. Vajillas, muebles, y cuanto había de valor, todo era sacrificado para cubrir las necesidades del momento, y muchos ejemplos hubo de ver las espléndidas casas de los ciudadanos ocupadas por soldados de fortuna» [sic] (1835, pp. 8-9).

17 Alexander von Humboldt se sorprende de una situación de decadencia social y cultural de Lima no solo respecto de La Habana o Caracas, sino en comparación con Arequipa: «No vi casas magníficas, ni mujeres vestidas con lujo, y sé que la mayor parte de las familias están totalmente arruinadas. La razón oculta de esta situación reside en las enemistades sociales y la pasión del juego. Excepto un teatro (mediocre y poco concurrido) y una plaza de toros (muy vistosa), no existe ninguna otra diversión. En el paseo, se suelen encontrar apenas tres calesas. Por la noche, la suciedad de las calles, adornadas con perros y burros reventados, añadida a las irregularidades de la calzada, estorba el tránsito de los coches. El juego y las disensiones entre las familias (esas funestas disensiones alentadas por el gobierno y que hacen inhabitables poco a poco una de las más bellas regiones de la tierra) aniquilan toda vida social. En la ciudad de Lima, no hay ni una tertulia a la que acudan más de ocho personas» (1980, p. 92) Añade valoraciones como estas: «En la propia Lima no puedo estudiar sobre el Perú. Aquí nunca se puede trabajar sobre materias relativas a la felicidad pública del reino. Lima está más alejada del Perú que Londres y mientras que por otras partes de América nadie peca por exceso de patriotismo, yo no conozco ninguna otra comarca en que este sentimiento es más débil. Un egoísmo frio gobierna a todas las personas y lo que no perjudica a uno no perjudica a nadie» (p. 93).

18 La descripción que realiza Robert Proctor de la casa de gobierno es lacónicamente veraz: «El palacio o casa de Gobierno, donde al principio el virrey mantenía su rango, ocupa una manzana entera de 150 yardas por costado. Es edificio antiguo, revocado y feo, de color rojizo, con la entrada principal a la plaza, y otras tres calles, cada una de las cuales forma un costado: las tiendas más ruines semejantes a las de nuestros tratantes ingleses en artículos navales o hierro viejo, ocupan lo que puede llamarse piso bajo en los dos frentes principales de este edificio; de ahí que el conjunto tenga un aspecto de desdicha y grandeza venida a menos. Adentro el moblaje y los apartamentos de gobierno corren parejas con el exterior; las habitaciones son largas y angostas, pero algunas aun ostentan reliquias de deteriorada magnificencia. Ahora se usan principalmente para oficinas que atienden el despacho de los asuntos públicos. Los patios tienen fuentes y los jardines están trazados de manera muy regular» [sic] (1920, p. 84). La decisión de José de San Martín y Simón Bolívar de no ocupar y despachar los asuntos de gobierno desde esta casa seguro tiene que ver con esta deplorable situación del edificio, pero también con el interés de constituir otras nuevas centralidades del poder republicano. Incluso José de la Riva-Agüero prefirió despachar como presidente del Perú en los meses de su gobierno (1823) desde su casona señorial. Casona que de seguro era de las pocas que había sido renovada —como destaca Robert Proctor en su crónica— en esos días de crisis y miseria extendida. La situación de precariedad e imagen sombría de la casa de gobierno no había cambiado una década después, lo que ratifica el nivel de postración y ruina en la que se encontraba la economía del país. Flora Tristán, tras su visita a Lima, en 1834, no deja de expresar su asombro y desagrado al respecto: «El palacio del presidente es muy vasto, pero tan mal construido como mal ubicado. La distribución interior es muy incómoda. El salón de recepciones, largo y estrecho, parece una galería. Todo mezquinamente amueblado. Al entrar pensaba en Bolívar y en lo que mi madre me había referido. Él, a quien le gustaba el lujo, el fausto y el aire ¿cómo había podido resolverse a ocupar ese palacio que no valía ni la antecámara del hotel que habitaba en París?» (2003 [1838], p. 486).

19 Sobre esta cuestión de espacios renombrados o resignificados en su uso y formato, es menester recordar que todos aquellos espacios renombrados con el sustantivo «constitución», como la Plaza Constitución en Lima y Huancayo, o una infinidad de calles Constitución en diversas ciudades grandes y pequeñas del Perú, provienen —como bien nos lo recuerda Pablo Ortemberg— de la extensiva campaña de renombramiento de espacios públicos que se produjeron por la promulgación de la Constitución de Cádiz de 1812. Incluso la Plaza Mayor de Lima, epicentro de la publicación de dicha constitución, fue rebautizada como «Plaza de la Constitución», tal como reza en una plaza colocada por el Conde de La Vega del Rhen. «Antes de imaginar un programa de monumentos, las cortes [de Cádiz] decretaron rebautizar el espacio de la monarquía según las coordenadas de la nueva era. Determinaron que las plazas donde se hubiera jurado la constitución pasaran a llamarse “Plaza de la Constitución”. De este modo el centro del poder de la “ciudad letrada”, el espacio de sociabilidad por excelencia, se convirtió en el primer monumento de la libertad política» (2014, p. 221). Esta breve primavera liberal terminó cuando Fernando VII, de vuelta al trono tras la derrota del ejército de Napoleón y la expulsión de España de José I Bonaparte, se negó a suscribir, en 1814, la Constitución de Cádiz. Al restituirse el absolutismo y la normalidad monárquica, uno de sus primeros decretos fue el cambio de nombres de «Plazas Constitución» por el de «Real Plaza de Fernando VII». Este hecho no tuvo mayor correlato en una América que empezaba a lograr una mayor autonomía y prerrogativas simbólicas respecto a Madrid.

20 Es posible que pueda parecer excesivo adjudicarle a Bernardo Monteagudo la condición de un pensador y operador consciente en temas de urbanismo y arquitectura, al momento de ejercer la función pública de acompañar a José de San Martín (1821-1822) y a Simón Bolívar (1824-1825). En ninguno de los textos, en su memoria de gestión (1822) y testimonio de «defensa» de su gestión (1823), en los que él da cuenta de las razones y acciones emprendidas durante su participación en las jefaturas de San Martín y Bolívar, aparece una referencia explícita a la arquitectura, el urbanismo o la ciudad. Sin duda, los temas más importantes tienen que ver con los asuntos de la guerra, la hacienda, los tributos, los nuevos tribunales y la administración del Estado. Las únicas referencias laterales se producen como información de contexto para validar una u otra medida. En «Exposición de las tareas administrativas del gobierno, desde su instalación hasta el 15 de julio del año 1822» (1822), puede advertirse aquella visión de Lima que justificaría seguro gran parte de las medidas adoptadas para revertir la situación de crisis y abandono en la que se encontraba: «La situación de esta capital exigía bien los miramientos con que fue tratada, no solo por las ideas de justicia que animaban a los Libertadores, sino por el derecho que le daba su deplorable decadencia [...] todo presentaba un cuadro de dolor, de aniquilación y de desorden» (Monteagudo, 1916, pp. 217-218). Monteagudo en realidad, no tenía el mejor de los conceptos sobre Lima, tal como queda evidente en una carta-propaganda del 23 de enero de 1812 en la que no se ahorró ningún adjetivo para señalar que Lima se ha convertido en: «[...] ese pueblo de esclavos, en ese asilo de déspotas, en ese teatro de la afeminación y blandura, en esa metrópoli del imperio del egoísmo» (1916, p. 120). Ya en Lima, emprendió con cierta obsesión una especie de extirpación de idolatrías al revés. Es en esta dimensión de la arquitectura no enunciada explícitamente, pero expresada por inferencia, que Monteagudo revela un conocimiento o intuición sorprendente sobre el poder simbólico de la transformación y reconfiguración de determinados espacios y edificios de la ciudad. Sobre esta cuestión y el afán de Monteagudo por refundar la República en plano de la subjetividad colectiva, él mismo se encarga de señalar: «[...] que conociendo el gobierno el influjo que tienen los nombres sobre las ideas, y que la dignidad de las cosas nace de las palabras que se adoptan para caracterizarlas, se ha variado la denominación de los nuevos funcionarios y de los principales establecimientos públicos. Es preciso destruir todo lo que pueda servir de reclamo a las antiguas instituciones, y que si se recuerdan los abusos y crímenes del régimen español, no sea sino por el contraste que con ellos formen ventajas del orden actual» (p. 225). Este argumento se apoya, a su vez, en la exacerbación extrema de los sentimientos antihispanos como se consigna en su testimonio de «defensa» («Sobre los principios políticos que seguí en la Administración del Perú, y acontecimientos posteriores a mi separación», 1823): «he aquí el primer principio de mi conducta pública. Yo empleé todos los medios que estaban a mi alcance para inflamar el odio contra los españoles: sugerí medidas de severidad, y siempre estuve pronto a apoyar las que tenían por objeto disminuir su número y debilitar su influjo público y privado. Este era mi sistema y no pasión» (p. 44). Monteagudo mismo consigna que al ingresar el Ejército Libertador a las costas del Perú residían en Lima más de diez mil españoles. En 1823 no llegaban a seiscientos. Algunas medidas que implicaron de una u otra forma decisiones de repercusiones en términos de arquitectura (adecuación, remodelación o construcción nueva) fueron tres iniciativas a las que Monteagudo le dedica particular interés, tal como se consigna en su memoria: la creación de la Sociedad Patriótica de Lima, la Biblioteca Nacional y la Escuela Normal de Enseñanza Mutua: «[...] son las primeras empresas que ha realizado el gobierno en medio de las escaseces del Erario y casi al frente del enemigo» (p. 26). Su plan de constituir un «Ateneo en el Colegio de San Pedro, y concentrar allí la enseñanza de todas las ciencias y bellas artes» (p. 53) nunca pudo concretarse. Por contraste a este interés estratégico de fomentar una nueva educación ciudadana, la abolición del coliseo de gallos y prohibición de los «juegos de vicio», así como de otras actividades públicas insanas a la moral, no solo pretendían instalar con severidad un nuevo orden en la ciudad, sino que estas acciones le granjearon la fama de autoritario y personaje incómodo.

21 Si bien no se trata de una actitud contradictoria con el espíritu de cancelar y desaparecer cualquier símbolo del poder virreinal, San Martín y Monteagudo ordenaron, por un decreto del 29 de diciembre de 1821, el lucimiento de los nuevos símbolos republicanos en la fachada de las casas de los altos funcionarios (escudo nacional y el rango correspondiente), en el caso de los miembros de la nobleza criolla (los títulos adjudicados por España), así como en la casa de aquellos que habían recibido el distintivo de la Orden del Sol, creada por el propio San Martín. Lo que aquí se observa es la pervivencia de toda la parafernalia y visualidad cortesana dispuesta para reforzar el sentido clasista y monárquico profesado por el Libertador y Monteagudo, quienes no ocultaban el proyecto de convertir el Perú en una monarquía constitucional.

22 En el decreto de marras se especifica que: «Art. 2. En su centro se levantará una columna por el modelo de la columna Trajana, y con las modificaciones del diseño que se le dé, restableciéndose cerca de su base la fuente pública que ántes existió allí. Art. 3. La columna será coronada por una estatua pedestre que represente al Protector del Perú, señalando el día en que proclamó su libertad, realzado en el pedestal con caracteres de oro [...]. Art. 5. Se sobrepondrá á la comuna en cada año un anillo de bronce dorado en que se inscriban los acontecimientos más memorables de él» [sic] (Oviedo, 1861, VI, p. 184). Como parte de este proyecto, se dispuso, el 19 de junio de 1822, la clausura definitiva del mercado que funcionaba en la Plaza de la Inquisición y su desconcentración en cinco pequeños mercados ubicados en un número igual de plazuelas, hasta la construcción de un nuevo gran Abasto Público, hecho que ocurrió casi dos décadas después.

23 Como parte de la serie de decretos dirigidos a honrar la gesta emancipadora, el Congreso de la República acordó, el 18 de enero de 1823, el levantamiento en la playa de Arica de un obelisco «Deseando perpetuar la memoria de los gloriosos esfuerzos del ejército del Sur por la libertad del territorio de la República, que gime aún bajo el yugo opresor». El decreto estipula que, sobre el obelisco, «tocará su cúspide un Cóndor con el pié izquierdo, las alas extendidas y el pico abierto, mirando hacia el camino por donde ha marchado el ejército en busca del enemigo, y que denote la celeridad y bravura conque le persigue y hace presa» [sic] (Oviedo, 1861, VI, pp. 184-185). Durante la década de 1830 se decretaron numerosas iniciativas para erigir columnas u obeliscos conmemorativos por cada caudillo militar triunfante, como la columna en Maquinhuayo o la otra columna ubicada en Socabaya, ambas de 1834.

24 Previa a esta intervención la calle y el espacio de la plazuela, abandonados desde 1822, se habían convertido en un mercado callejero de ambulantes con la consiguiente preocupación de los frailes del convento, cuya edificación había quedado cercenada y sin protección. Los cambios de nombre (de Plazuela de Comedias a Plazuela del Coliseo, Plaza 7 de setiembre o Plazuela del Teatro) y la serie de personajes que serían homenajeados con bustos o estatuas que nunca se concretaron (desde las estatuas a San Martín a Pedro Antonio de Olavide) convierten a este espacio en un reflejo de la polarización permanente, y las marchas y contramarchas de la naciente República (Gálvez, 1943). Para un recorrido más detallado sobre la historia de la plazuela desde los archivos de los frailes del convento de San Agustín véase Amorós, 2015.

25 Los argumentos del decreto que dispone este reconocimiento suscrito por José de la Torre Tagle por orden de Bernardo Monteagudo señalan lo siguiente: «Los únicos monumentos que han quedado en el Perú y en Chile capaces de honrar alguna época de la antigua administración, son debidos á un gobernante extranjero cuya actividad y celo probaban bien, que él no habia nacido en la tierra de Pizarro. El virey que fue del Perú D. Ambrosio O’Higgins después de haber acreditado su beneficencia en Chile, mientras fue allí presidente, continuó desplegando aquí como virey el mismo interés por la prosperidad pública y decoro del país. El madó construir el camino del callao, siendo este y el de Valparaiso los únicos que se han formado en la América meridional desde su descubrimiento» [sic] (decreto del 10 de abril de 1822, citado en Oviedo, 1861, VI). Debido a la destrucción de la referencia del virrey se dispuso, vía el decreto, la ubicación de una lámina de bronce en el segundo ático de la portada con vista al Callao con la siguiente inscripción: «Se fabricó siendo virey del Perú D. Ambrosio O’Higgins. Ningún español siguió su ejemplo» [sic] (decreto del 10 de abril de 1822, citado en Oviedo, 1861, VI).

26 El decreto del 25 de octubre de 1821 publicado en la Gaceta del Gobierno estipula entre otros considerandos: «1. Todos los edificios y barracas que se hallan bajo los fuegos del Callao, exceptuando solo el arsenal, la casa del capitán del puerto, la aduana y algún otro que se juzgue indispensable para el servicio público con previo conocimiento de su objeto y circunstancias, será destruido antes del primero de diciembre inmediato. 2. El estado satisfará por su justa tasación el precio de las puertas, ventanas y demás útiles del edificio ó edificios que se apliquen al servicio público. [...] 3. Los propietarios podrán remover al pueblo de Bellavista ó á cualquier otro punto, las maderas y demás útiles que les pertenezcan en los edificios destruidos, podrán allí edificar otros nuevos, comprando el terreno del estado ó de los particulares á quienes corresponda, sugetandose al plan dado para esta población, el cual se ha remitido al gobernador de la plaza del Callao» [sic] (Santos de Quirós, 1831-1842, pp. 65-66).

27 Francisco de Miranda (1750-1816) fue un típico hombre de la ilustración con intereses en diversas ramas del conocimiento, desde la política hasta la botánica, pasando por el arte, la jardinería, el trabajo industrial, la salud o la economía. Además de un viajero impenitente, fue un acucioso observador de su tiempo y del entorno que le rodeaba en cada aventura. Sus diarios de viaje parecen en realidad escritos por un arquitecto, urbanista o paisajista. Cuando sus comentarios no están dirigidos específicamente a describir y valorar alguna edificación o escena urbana, la evocación de algún evento social, político o doméstico estará siempre acompañado de una descripción precisa de la arquitectura o la atmósfera espacial que rodeaba dicho evento o circunstancia. Sus referencias de la ciudad, la arquitectura o la jardinería no solo consisten en la descripción llana de la obra, sino en una valoración segura de lo que él cree bello, bien proporcionado, coherente, cómodo y otras consideraciones estéticas y estilísticas. Se trata, además, de opiniones refrendadas por un conocimiento vasto y profundo de los estilos históricos y de la época, así como de la obra de los arquitectos y artistas más célebres. La valoración de la arquitectura por su filiación a la arquitectura grecorromana, gótica, renacentista o el estilo clásico, así como las referencias de la jardinería con el jardín inglés o el paisaje romántico, poseen una pertinencia y erudición propias de alguien plenamente formado en las artes del construir y del diseño. Abundan en sus diarios descripciones como estas. Viaje a Italia, 17 de noviembre de 1785. Visita en Venecia: «Temprano á ver las obras principales del famoso Arquitecto Andrea Paladio, que es seguramte. el artista mas inminente de su especie […] —S. Francesco de la Vigna; Santa Lucia; Le Zitelle; son bellisimas piesas: mas il Redentore; y S. Giorgio Maggiore son excelentes! esta ultima sobre todo me parese su Copo de obra... que sencillez, que magestad, y que elegancia al mismo tiempo reina por todo el edificio asi interior como exteriormte! el altar maior isolado, que bellisimo efecto produce!» (1977 [1929-1938], p. 203 [f. 17]). Viaje a Rusia. Moscú: Luego de avistar la ciudad de Moscú a su arribo y describir el paisaje de palacios, chozas, jardines, alamedas que le evocan a Constantinopla resalta en su diario del 12 de mayo de 1787: «[…] —ó que extensiva Ciudad es esta! […] pues los Jardines, Parques, y vacios que en el medio se encuentran son muchisimos—sin embargo hai un gran numero de mui buenos edificios y Palacios construidos en el gusto Ytaliano, Francés, Ynglés, Olandés &c., y aun en un gusto peculiar, que se conforma mui poco, con el griego y romano» [sic] (p. 258 [f. 12]). Otra descripción reveladora de su profundo conocimiento de la arquitectura y la construcción alude a a la nueva casa de gobierno: «Temprano fui a vér la Nueva Casa de govierno que se esta rematando de construir en el Cremlin —: tiene dos grandes piezas una Ovál, y otra redonda, que son magnificas, y bien decoradas en arquitectura— […] dho edificio es vasto, y no de mala arquitectura ... mas es nada en Comparación del que está enfrente del antiguo Arsenál (construido en tpo. de Pedro 1º pr. Le Fort. ** es nada —en mi concepto este es el mejór edificio que tiene moscou, tanto por su solidez, como pr. Sus bellas proporciones, y gusto de la Arquitectura, la Puerta pral. está decorada en piedra orn: Dor: pr. el mejór gusto griego: —y me admira como un tan magnífico, y util edificio no está aun reparado de la ruina a qe. un insendio reduxo su interior... le comiensan ahora á restaurar» [sic] (pp. 269-270 [f. 17]). Viaje a Rusia, San Petesburgo, 16 de junio de 1787: «la famosa casa del P. Potemkin que esta cerca de las guards. á Caballo–y es á la verdad una singular y buena Pieza de Arquitectura... una gran sala rotonda precedida de su Vestibulo y antesala: —una otra en forma de circo romano: —con otra maior aun quadrilonga con un gracioso Templo rotondo en medio; y divididas estas dos pr. una magnifica colonada O. J. según las del templo de Ereclea á Athenas, componen los Cuerpos principales de este magnífico edificio... cuios adornos, y proporciones son del buen gusto griego; y puede decirse desde luego que entre los modernos edificios, es aquel que mas se aproxima á la esplendidéz y magnifisencia de los Termes romanos que en ruinas vemos oi pr. Ytalia —visité todos los apartamentos altos, y bajos en que encontré arabescos de sumo gusto, y en uno de ellos el modelo de la Colonada y fachada de la Yglesia de Sn Pedro en Roma, de madera; tal vez la que se trabajava en el Palacio Farnece quando io estuve allí. —Las dos alas que se construien ahora Le daran suma extención y gracia al todo; mas examinando los materiales de que se hacen hallé que no eran buenos absolutamte., ni el Ladrillo, ni la mescla, de que resulta el que con facilidad se arruinan, como ia comiensa á experimentarse. Lastima realmte. que un conjunto tan hermoso no esté hecho de una materia mas solida. —El jardín se comienza á formár en el gusto Ynglés, y lleva mui buena traza y direccion» [sic] (pp. 318-319 [f. 16]).

28 El desmembramiento del territorio nacional producido por iniciativa de Bolívar debía tener una serie de otras razones, como su interés por reducir la capacidad de presión geopolítica del territorio peruano frente a su proyecto de la Gran Colombia. Lo cierto es que casi todas las decisiones de Bolívar respecto a la cuestión territorial de la América hispánica estaban perfectamente articuladas con las ideas de la época, según las cuales, las nacientes repúblicas debían reconfigurar sus dominios a partir de la creación de nuevas ciudades-capital, no solo distintas en ubicación y función a la ciudad capital del poder colonial, sino mejor articuladas con la nueva dinámica del comercio mundial y el emergente capitalismo mercantil industrial. Los ejemplos que influyeron en Bolívar: la fundación de San Petersburgo, por Pedro el Grande, en 1703, como nueva capital del Imperio ruso; la fundación de Washington, en 1791, como la nueva capital de la nación norteamericana según el plan de Pierre Charles L’Enfant. En el caso específico de las medidas de Bolívar respecto al territorio peruano, estas dos acciones igualmente articuladas por él y desarrolladas a partir de las propuestas formuladas por Francisco de Miranda para que las nuevas repúblicas se organicen en torno a una gran nación continental, cuya única capital pudiera ubicarse en el istmo de Panamá. Lo que propone Bolívar, en 1815, en su célebre «Carta de Jamaica», con cierto aliento utópico, mesianismo y voluntarismo romántico, es crear una sola gran nación con una sola gran ciudad-capital: «Yo deseo mas que otro alguno ver formar en America la mas grande nacion del mundo, menos por su estencion y riquesas, que por su libertad y gloria. Aun que aspiro á la perfeccion del gobierno de mi patria, no puedo persuadirme que el nuevo - mundo sea por el momento rejido por una gran republica; como es impocible no me atrevo á desearlo, y menos deseo aun una Monarquia universal de America, por que este proyecto, sin ser util, es tambien impocible. Los abusos que actualmente existen, no se reformarian, y nuestra rejeneracion seria infructuosa. Los Estados Americanos, han menester de los cuidados de gobiernos paternales, que curen las plagas y las heridas del despotismo y la guerra. La Metrópoli, por ejemplo seria Mejico, que es la unica que puede serlo por su poder intrinseco, sin el cual no hay Metrópoli. Supongamos, que fuese el Ystmo de Panamá, punto céntrico para todos los estremos de este vasto continente: ¿no continuarian estos en la languidez y aun en el desorden actual? Para que un solo gobierno dé vida» (Bolívar, 2015, pp. 23-24 [f. 22]). Respecto a la composición y la ubicación de la gran capital, sostiene que: «Los Estados del Ystmo de Panamá hasta Goatemala formaran quisá una asociacion. Esta magnifica posision, entre los dos grandes mares, podrá ser con el tiempo el emporio del Universo. Sus canales acortaran las distancias del Mundo: estrecharan los lazos comerciales de Europa, America, y Asia, traeran á tan felis region los tributos de las cuatro partes del Globo; ¡Acaso solo allí podra fijarse algun dia la Capital de la tierra!; como pretendió constantino [sic] que fuese Bisancio la del antiguo hemisferio» (2015, p. 26 [f. 25]). Sobre cómo se organizarían los nuevos estados, Bolivar escribe: «La Nueva Granada se unirá con Venezuela, si llegan á convenirse en formar una Republica Central cuya Capital sea Maracaybo, ó una nueva Ciudad que, con el nombre de Las Casas (en honor de este heroe de la filantropia) se funde entre los confines de ambos paices, en el sobervio puerto de Bahiahonda» (p. 26 [f. 25]). Sus opiniones sobre el Perú no son precisamente entusiastas para los fines de su proyecto personal: «El Perú, por el contrario, encierra dos elementos enemigos de todo regimen justo y liberal: oro y esclavos. El primero lo corrompe todo; el segundo está corrompido por sí mismo. El alma de un siervo, rara vez alcansa á apreciar la sana libertad: se enfurese en los tomultos, ó se humilla en las cadenas. Aunque estas reglas serian aplicablez á toda la America, creo que con mas justicia; las merece Lima, por los conceptos que he espuesto, y por la cooperacion que ha prestado á sus Señores contra sus propios hermanos los ilustres hijos de Quito, Chile y Buenos Ayres. Es constante que el que aspira á obtener la libertad, á lo menos lo intenta -. Supongo que en Lima no tolerarán los ricos la democrácia, ni los esclavos y pardos libertos la aristocracia. Los primeros preferiran la tirania de uno solo, por no padeser las persecuciones tumultuarias, y por establecer un orden siquiera pacifico. Mucho hará si concigue recobrar su independencia» (pp. 27-28 [ff. 27-28]). Bolívar reitera numerosas veces su entusiasmo de formar con los países del nuevo mundo una sola gran nación: «Es una Ydea grandiosa pretender formar de todo el nuevo mundo, una sola nacion con un solo vinculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbrez y una Religion, deberia por consiguiente tener un solo Gobierno, que confederase los diferentes estadoz que hayan de formarse; mas no es pocible, por que climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres de semejantes dividen á la America: ¡Que bello seria que el Ystmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los Griegos! ¡ojala que algun dia tengamos la fortuna de instalar allí un augusto Congreso de los Reprecentantes de las Republicas, Reynos é Ymperios á tratar y discutir sobre los altos intereses de la Paz y de la Guerra, con las naciones de las otras tres partes del Mundo» [sic] (p. 28 [ff. 28-29]).

Türler ve etiketler

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
1062 s. 155 illüstrasyon
ISBN:
9786123176884
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
Metin
Средний рейтинг 0 на основе 0 оценок