Kitabı oku: «Hinault», sayfa 4
Tal y como se esperaría de un profesor de Educación Física y antiguo gimnasta, el libro incluye un amplio programa de calistenia, además de incluir diagramas parecidos para ilustrar cómo se debe pedalear en el pelotón según sea la dirección desde la que sople el viento. Le Roux recomienda a sus pupilos que aprendan a nadar, en parte porque practicado con cautela es un ejercicio de lo más útil para el ciclista; pero también porque puede resultar útil en caso de caer en un río. Sin embargo, la frase clave que Bernard Hinault repite una y otra vez es la siguiente: «Aquel que quiera ganar carreras ciclistas ganará dinero. Pero el que solo persiga ganar dinero no será capaz de ganar carreras ciclistas».
Los años formativos de Hinault se reducen a tan solo tres temporadas. A principios de mayo de 1971 era casi incapaz de mantenerse en el pelotón. Un año más tarde, en su segunda temporada compitiendo, consiguió diecinueve victorias. Fuera de Bretaña, la primera sorpresa llegó a mediados de mayo de 1972 —justo un año después de aquel dubitativo debut— cuando, salido de ninguna parte, se alzó con el Premier Pas Dunlop, que acarreaba el título nacional júnior. La carrera se celebró cerca de Arras, lo que suponía un viaje de dos días desde Bretaña; Hinault era uno de los quince júniores de la región que viajaron en un minibús. Jean-Marie Leblanc, que dirigiría el Tour de Francia entre 1989 y 2006, se acababa de retirar del ciclismo en 1972 y daba sus primeros pasos como periodista; cubriría aquella carrera para el periódico en el que trabajaba, La Voix du Nord, y describió a Hinault «con su pelo largo, su aspecto de tener algo de sobrepeso, los calcetines a medio camino por sus pantorrillas y usando un desarrollo demasiado largo… dejó atrás a todo el mundo en la colina del Pas en Artois».
Hinault corría contra ciclistas un año mayores que él, entre los que se encontraban dos de los júniores más poderosos de Francia. Uno de ellos era Bernard Vallet, que ya tenía diecinueve victorias y acabaría teniendo una carrera profesional más que decente, en la que conseguiría el maillot de mejor escalador del Tour de Francia de 1982. El otro, Jacques Osmont, disfrutó de una buena trayectoria como aficionado pero jamás destacaría en profesionales. Vallet recordaría que cuando Bernard arrancó la moto él fue incapaz de seguirlo, así de simple; el joven bretón pedaleó en solitario los últimos cincuenta y siete kilómetros.
Pero M. Le Roux no estaba del todo contento. René había hecho que un mecánico local modificase la bicicleta de Bernard antes de la carrera —lo pagaría él mismo, pues el dinero seguía escaseando— haciendo que el mecánico montara una corona de trece dientes, con lo que Bernard llevó un desarrollo mayor del que solía utilizar. «Yo había reconocido el trazado, que era llano, y sabía que si comenzaba a soplar el viento y se marchaba del pelotón se le irían saliendo los pies de los pedales; con un piñón más pequeño iría mucho más rápido», explicó su primo. A M. Le Roux no le hizo ninguna gracia que Bernard comenzara a ensalzar las virtudes de los 13 dientes, porque ese piñón iba justo en contra de una de sus enseñanzas más importantes: que los jóvenes ciclistas debían centrarse en la cadencia, no en mover grandes desarrollos. En un párrafo de Coureur Cycliste, Ce Que Tu Dois Savoir, junto a una tabla con desarrollos, se puede leer «no busquen una corona de 13 dientes en esta tabla, no la encontrarán. Solo los profesionales son capaces de usarla; primero de todo, porque son mucho más fuertes que usted; y segundo, porque saben cómo usarla de manera conveniente… si usted la usara correría el riesgo de caer en un inmenso error, porque recurriría a ella demasiado a menudo»1.
La otra victoria de entidad llegó a finales de temporada, durante el Grand Elan Breton, una contrarreloj sobre sesenta kilómetros abierta a todas las categorías, en la que Hinault ganó con una velocidad media de 41,7 km/h, por delante del ciclista irlandés John Mangan. Mangan se encontraba por entonces en la flor de su juventud y su carrera entre los aficionados bretones se alargaría hasta la década de los ochenta; que su rival, más joven que él, lograse aquella victoria con apenas diecisiete años solo indicaba una cosa: Hinault contaba con un motor potentísimo.
Le Roux recomendó a Hinault que realizara el servicio militar obligatorio lo antes posible para quitárselo de en medio, considerando que, de todas maneras, la transición a la categoría sénior iba a resultarle complicada. Dado que antes o después tendría que pasarse doce meses alejado de la bicicleta, cuanto antes lo hiciera menos afectaría a su carrera. La mayoría esperaba hasta cumplir los veinte años; Hinault acudió con dieciocho. Lo normal era que los deportistas prometedores sirvieran en el Bataillon de Joinville4 que había sido fundado en los cincuenta para evitar a los deportistas franceses que el servicio militar cortara su proyección. Hinault no pudo optar a ello ya que apenas llevaba un año compitiendo; en lugar de ello se alistó en artillería. Aunque abandonó a última hora al no tener ningún interés en obtener la certificación, disfrutó, como era costumbre en él, ante aquel nuevo desafío: «No era mal artillero, en las maniobras podía acertar veintiocho proyectiles de treinta y dos, y era capaz de hacer volar por los aires un barril de gasoil a quinientos metros».
Regresó a Bretaña en diciembre de 1973, con un considerable sobrepeso después de haber estado un año sin pedalear —según la fuente, regresó con diez o doce kilos más—, y después tuvo que volver a trabajar. Los cuarenta kilómetros en bicicleta que tenía que recorrer cada día, para luego descargar camiones de treinta toneladas repletos de radiadores, le hicieron perder el suficiente peso como para ganar la primera carrera de 1974. Al no haber competido nunca como sénior ni haber movido un pedal en su segundo año como júnior, tuvo que comenzar de nuevo desde lo más bajo del ranking aficionado, en la cuarta categoría. Esta sería su única temporada como aficionado sénior. A principios de año su futuro compañero de equipo Maurice Le Guilloux se fijó en él en una carrera de tercera y cuarta categoría —una de esas carreras de ganarse las habichuelas que abundan en la categoría más baja del calendario francés aficionado— en el pueblo de Tramain; le intimidaba la reputación de Hinault, pero sus miedos desaparecieron. «Pesaba por lo menos setenta y tres kilos y me dije a mí mismo que con un cuerpo como aquel, jamás llegaría a profesional».
Sin embargo, cuando terminaba la temporada Le Guilloux volvió a ver a Hinault en acción, esta vez en Yffiniac, en una carrera para las categorías primera, segunda y tercera —casi en la cima de la pirámide amateur— en la que lo vio deshacerse de cuatro de los ciclistas locales más fuertes a un kilómetro de la meta. «Tenía el pelo largo, calcetines rojos y azules… parecía un auténtico globero, para nada un ciclista de verdad. Su bicicleta estaba hecha polvo, una antigualla. Cualquier ciclista actual la tiraría a la basura». Le Guilloux asumió de inmediato que «le habían dejado» ganar porque estaba corriendo en casa, pero más tarde pudo saber de boca de uno de los cuatro a los que dejó atrás que, en realidad, los cuatro habían formado una alianza para que el joven no ganara, pero que este había respondido a todos sus ataques, uno tras otro, hasta que contraatacó y los dejó atrás. «Pensábamos que sería como tantos otros jóvenes campeones que salían aquí y allá, pero Hinault se mantuvo fácilmente en cabeza, haciéndose con todas las bonificaciones. Había corredores que se aliaban para ir contra él, pero Hinault se limitaba a sacarlos de rueda, uno a uno».
En 1974 Hinault también regresó a la pista, consiguiendo los campeonatos bretones de persecución y del kilómetro, logrando que lo seleccionaran para el campeonato nacional de persecución. Ganaría la medalla de oro gracias a que el multicampeón olímpico Daniel Morelon le prestó unas ruedas ligeras, otra prueba de que Hinault seguía saliendo adelante sin contar con el mejor de los equipos. Pero, desde luego, eso no lo intimidaba: antes de la final le gritó al público «apuesten 10 000 francos por mí —francos antiguos— y no los perderán». El equipo nacional francés lo llevó a los Mundiales en pista de Montreal aquel agosto, donde cayó eliminado en las fases previas, siendo diez segundos más lento de lo que necesitaba para pasar el corte.
Con el apoyo de un fabricante y distribuidor de bicicletas local, Juaneda —que también patrocinaba a un pequeño equipo profesional, Magiglace-Juaneda—, sus apariciones en ruta causaron un mayor impacto. En la Route de France, la carrera por etapas amateur más importante del país, terminó segundo detrás de Michel Laurent —quien también pasaría a profesionales, aunque nunca llegara a desarrollar todo su potencial— pese a que todavía seguía corriendo con licencia de tercera categoría. Ya había ganado las suficientes pruebas como para ascender de cuarta a segunda categoría, pero la Federación de Bretaña todavía no le había expedido su nueva licencia. Su victoria de etapa en Vichy llegó tras una fuga de ochenta y seis kilómetros, aventajando en unos pocos metros a un pelotón que lo perseguía desesperado. Después siguió disputando carreras con su licencia de tercera categoría, consiguiendo dos victorias. Los que quedaron segundo y tercero reclamaron, dado que, técnicamente hablando, era un ciclista de segunda categoría. Fue descalificado.
La carrera crucial acabó siendo la Étoile des Espoirs, una prueba de una semana de duración organizada por el organizador de la París-Niza, Jean Leulliot, a principios de octubre, en la que se juntaban prometedores aficionados y jóvenes profesionales. Esta fue la única vez que Hinault corrió en ruta con el maillot de la selección nacional francesa como aficionado —él sospechaba que fue convocado porque otros ciclistas de mayor perfil no estaban disponibles, puesto que esa carrera se disputaba con la temporada casi cerrada— y logró causar una gran impresión siendo un relativo desconocido. En la contrarreloj final terminaría segundo tras Roy Schuiten. Aquello debió de ser toda una sorpresa, puesto que el holandés, que moriría en 2006, era uno de los mejores contrarrelojistas de los 70 y el vigente campeón del mundo profesional en persecución. Hinault terminó quinto de la general, justo por detrás de otro bretón que estaba dando las últimas pedaladas de su carrera por culpa de unos constantes problemas en las rodillas: Cyrille Guimard. La carrera incluyó un episodio de lo más cómico cuando al principio de una etapa Hinault saltó del grupo —como tan acostumbrado estaba a hacer en las carreras de tercera y cuarta categoría—, trazó mal una curva, se fue directo a un campo y colisionó contra una carreta. Pero, hablando de cosas más serias, demostró que tenía capacidad para plantarles cara a los profesionales.
Aunque él ya lo sabía desde comienzos de aquel mismo mayo. Para un ciclista de su escasa experiencia una carrera como La Route de France debería resultar intimidante, dado que era la carrera por etapas amateur más dura del país y en la que la elite del ciclismo aficionado demostraba su valor con la vista puesta en conseguir un contrato profesional. Durante aquella carrera Hinault se vio cortejado por Jean «Mickey» Wiegant, director del principal club ciclista aficionado de Francia, el Athlétique Club de Boulogne Billancourt. Wiegant advirtió a Hinault de que, si no se unía a su equipo, el ACBB, sus ciclistas impedirían que ganara en cada carrera en la que lo vieran competir. Mickey era una de las figuras más imponentes del ciclismo amateur francés, un hombre austero que exigía que le llamaran monsieur y que había dirigido a Jacques Anquetil, Shay Elliot, Jean Stablinski y André Darrigade. Su equipo actuaba como filial del todopoderoso Peugeot, el equipo más rico de Francia. Era un descubridor de talento legendario; les petits gris, como se conocía a los ACBB, inspiraban temor allá donde corrían. Pero a Hinault le dio igual todo aquello, pues respondió: «Pues muy bien. Me importa un comino. El próximo año seré profesional».
2Nota del traductor: Pequeñas parcelas típicas de la región con forma rectangular y que están separadas entre sí por pequeños muros de piedra o setos.
3La opinión de que el uso de grandes desarrollos podía ser dañino estaba muy extendida durante los 70; incluso en 1978 un director deportivo francés seguía prohibiendo el uso del 13 en su equipo profesional hasta abril, prefiriendo que se usara un desarrollo más corto, aunque esto significara no ganar carreras.
4El Bataillon quedó disuelto en 2002, después del cese del servicio militar. Su sucesor, en el ciclismo, es el equipo profesional del Armee de Terre.
ROMPIENDO EL GUION: ASCENSO Y CAÍDA
Una figura provocativa, pero en determinados
aspectos, de una madurez sorprendente.
Philippe Bouvet acerca del joven Hinault.
A mediados de los 70 se esperaba que los recién llegados al mundo del ciclismo profesional se comportaran de una manera muy determinada. Según dictaban las convenciones, establecidas más de una generación atrás, no debían alzar la voz y debían hacer lo que les dijeran tanto los veteranos como los que eran mejores que ellos. Existía una jerarquía bien marcada que había que respetar. Los neoprofesionales estaban en el escalón más bajo en lo que concierne al caché de contratación para las carreras y a la hora de gozar de oportunidades en la competición.
La posición que correspondía a cada cual en el escalafón cobraba una importancia capital en los critériums, que conformaban el grueso del calendario bretón y eran, además, la principal fuente de ingresos de los profesionales. La regla no escrita era que el público asistía para ver a los grandes nombres y verlos disputar la victoria. Las estrellas no podían competir al límite de sus fuerzas día sí y día también, por eso había que «dirigir» las carreras. Un grupo de veteranos dictaban el «guion de la carrera»: quién atacaría al principio, quién disputaría las primas, quién sería el ganador al final y quién quedaría segundo. Y había un motivo muy importante para atenerse a dicho guion: no solo que cualquiera que se revelase tuviera que afrontar los insultos de sus colegas, sino que, y esto era lo más importante de todo, tanto los profesionales veteranos como los agentes que les pagaban tenían influencia suficiente como para dictar qué jóvenes corrían en qué critérium. O lo que es lo mismo, el joven que no se amoldase al sistema no podría ganarse la vida.
Los «cabecillas» del pelotón —Rik Van Looy, Fausto Coppi, Jacques Anquetil y demás ciclistas de su cuerda— habían dirigido el negocio de esta forma desde siempre. Tampoco se puede decir que nadie se hubiera revelado ante este orden establecido. Se sabe de «extranjeros» como Tom Simpson, Barry Hoban y Shay Elliot que habían desobedecido las órdenes, sobre todo cuando sentían que los habían excluido de las decisiones que se hubieran tomado. Esto explica el revuelo que causó lo ocurrido durante la Semana Santa de 1975. En aquel fin de semana se celebraban dos importantes critériums en Bretaña: Camors, en la parte sur de la península, entre Lorient y Vannes, y que era un añadido relativamente reciente al calendario, y Ploërdut5, a cuarenta kilómetros al noroeste, y que se había celebrado desde 1948. El Gran Veterano del ciclismo francés, Raymond Poulidor, competiría en Camors por primera vez y, de acuerdo con Maurice Le Guilloux, compañero de entrenamientos y vecino de Hinault en aquel entonces, se suponía que era el elegido para ganar. «Esto no significaba problema alguno, era la tradición. Pero Hinault era un joven profesional, no formaba parte del trato, así que saltó del grupo a toda velocidad consiguiendo todas las bonificaciones, mientras el resto lo perseguíamos a unos cincuenta metros de distancia. Fue una auténtica locura».
Se le indicó a Jean-Pierre Genet y Barry Hoban, dos veteranos y compañeros de Poulidor, que advirtieran a Hinault de que bajara un poco el ritmo. Al terminar la carrera Cyrille Guimard, el ciclista bretón más veterano presente, comunicó a Hinault que no obtendría su paga, por haber «estresado» a todo el mundo. Guimard le advirtió a Hinault de que el día siguiente, en Ploërdut, no quería verle la cara; no quería verlo en cabeza de carrera ni terminar entre los diez primeros. De acuerdo con el relato de Le Guilloux, Hinault no se amedrentó: «Se tiró toda la carrera de Ploërdut cerrando ostensiblemente el grupo y el organizador, al que no le hizo ninguna gracia su descaro, le pagó la mitad. Cosa que tampoco le hizo gracia a Hinault».
Eso de buscarles las cosquillas a sus mayores sería una constante en los primeros años de Hinault. En agosto de 1975 se dio otro episodio similar en el critérium del Circuit de l’Aulne, en Châteaulin, otra prueba importante del calendario bretón, que también sigue en marcha hoy en día. La carrera —que se llama ahora Boucles de l’Aulne— data de la década de los 30 y el número de espectadores que acuden a presenciarla asciende a las seis cifras; pero su factor diferencial esta vez era la fecha en que se celebraba: la tarde posterior al Mundial, cuando el nuevo campeón voló hasta allí para lucir su maillot arcoíris.
Aquella tarde el veterano esprínter francés Jacques Esclassan era el encargado de repartir el dinero; solo los que habían acudido a los Mundiales —los corredores veteranos— estaban en el trato. Se repartirían las ganancias, incluyendo las bonificaciones. Antes de la salida Esclassan se acercó al ciclista que había viajado con Hinault, Raymond Martin, y le pidió que se uniera «al bote»; Martin se negó a menos que se incluyera en el trato al joven Bernard, con quien había dividido los gastos del viaje. No aceptaron su propuesta. Martin se lo contó a Hinault, quien sonrió «con una mueca tiburón», y le dijo «no me quites ojo». Al igual que en Camors Hinault saltó a por las bonificaciones, arrebatándole las tres primeras a Merckx y acompañando la acción con un gesto despectivo. Fue Merckx quien le diría a Charly Rouxel —compañero de Hinault en el Gitane— que calmara a su joven camarada, que lo incluirían «en el trato». Pero si querían calmar a Hinault, con hacerle un hueco no iban a lograrlo, precisamente: se aseguró de ganar la cuarta bonificación, para quedar por encima.
«Así es como Bernard Hinault se ganó un hueco en la elite», escribiría el historiador del ciclismo Benjo Maso. Pero la realidad es un poco más intrincada. Robert Le Roux le había recomendado a Hinault pasar a profesionales lo antes posible, basándose en el principio de que los grandes ciclistas no podían aprender gran cosa en las carreras de aficionados. Además, los Juegos de Montreal 76 estaban en el horizonte y la Federación Francesa estaba decidida a llevar a sus mejores aficionados al equipo nacional. Si Hinault no estaba ya en profesionales al comienzo de la temporada de 1975 era muy probable que no le dejaran obtener su licencia en la elite hasta septiembre de 1976, asegurándose con ello de que corría para el equipo francés en Montreal.
Ni él ni Le Roux deseaban esperar hasta que hubieran pasado los Juegos. Por contra, aquellos eran unos tiempos de vacas flacas, después de que dos de los grandes patrocinadores abandonaran el ciclismo, el Bic —que en su momento fue patrocinador de Anquetil y de Luis Ocaña— y la fábrica de televisores Sonolor, que había financiado un equipo dirigido por el que fuera campeón del mundo, Jean Stablinski, con el apoyo de la marca de bicicletas Gitane. Cuando Hinault se unió a Stablinski en enero de 1975 —habiendo quedado como únicos patrocinadores del equipo Gitane y Campagnolo, que era la marca que le suministraba los componentes— apenas recibiría 2500 francos mensuales; o lo que es lo mismo, el SMIC, salario mínimo interprofesional de Francia. Era comprensible: el equipo había perdido a su patrocinador principal y la salida de Bic significaba que, para los directores de equipo, había más oferta que demanda. La mitad del primer sueldo mensual de Hinault se esfumó en pagar su alojamiento durante la primera concentración del equipo, como era costumbre hasta los 80; pero incluso aunque no hubiera ocurrido esto, con ese sueldo no le daba como para mantenerse a sí y a su familia.
Se había casado a comienzos de diciembre de 1974. Conoció a Martine, su futura esposa, en una boda entre uno de sus numerosos primos y una de las vecinas de ella durante la primavera de 1973, el año que pasó cumpliendo el servicio militar. Se conocieron en el cortejo que las damas de honor y los familiares hacían desde el mairie hasta la iglesia; en sus memorias dejaría una frase para la posteridad, «a primera vista no me pareció nada del otro mundo; pero al final de aquel día ya no pensaba lo mismo, para nada. Habíamos pasado un montón de horas juntos y tuvimos la oportunidad de hablar bastante, apenas nos separamos». Se mudaron a un pequeño apartamento en Rue de l’Eglise, en Yffiniac, frente a la tienda de bicicletas local. Cuando Hinault se marchó a disputar sus primeras carreras como profesional ella ya estaba embarazada; pero para poder completar el escaso sueldo que tenía Bernard ella siguió trabajando como secretaria en la cooperativa de productores de leche local.
El contrato con Stablinski llegó a través del patrocinador del club de Hinault entre 1972 y 1974, Tertre, un minorista electrónico que trabajaba en estrecha relación con Sonolor, que hasta entonces había sido patrocinador de Stablinski. Además, Hinault había llamado la atención del esprínter del Gitane Willy Teirlinck durante algunos de los arranques estilo perro loco que tuvo el bretón durante la Étoile des Espoirs. Había cierto vínculo local: Gitane, el fabricante de bicicletas, tenía su sede en el oeste de Francia y había sido fundada en Machecoul en Loire-Atlantique en 1930. La compañía de propiedad estatal Renault había adquirido el 30% del holding Micmo, propietaria de Gitane, en 1974; patrocinar al equipo era parte de su estrategia para afianzarse en el mercado doméstico francés de la bicicleta, en competencia directa con Peugeot, pero sobre todo con otros dos pequeños fabricantes, Lejeune y Mercier6.
A finales de enero de 1975 Hinault recibió un telegrama indicándole dónde se celebraría la concentración del equipo —Saint-Paul de Vence, en el Sur de Francia— y, como era costumbre en aquel momento, este había sido el único contacto que mantuvo con el equipo durante el invierno tras la firma del contrato, por lo que tuvo que partir inmediatamente. Solo había un problema, además de encontrar un billete de tren: Hinault no tenía maleta y tuvo que pedirle una a su suegra. Ir en coche rumbo sur era imposible puesto que todavía no tenía carné. Más adelante compartiría viajes con Maurice Le Guilloux, quien recuerda verlo llegar a su casa montado en un ciclomotor azul, con una mochila de cuero del SNCF de su padre a la espalda y su equipación para la carrera en una alforja. En el sur comenzó a competir en cuanto se terminó la concentración, comenzando con la Étoile de Bessèges a comienzos de febrero.
Para un neoprofesional de apenas veinte años y que solo había competido una temporada como aficionado, los primeros resultados de Hinault resultan sorprendentes. En la París-Niza, compitiendo contra gente como Guimard y Merckx, terminaría séptimo. Le dejó a un reportero de radio una de esas declaraciones que tan familiares acabarían siendo para los que siguieron su carrera —«Merckx tiene dos piernas, igual que yo»— y demostró su gran potencial como escalador manteniéndose en el grupo de los líderes en el Mont Ventoux. Aquello hizo que L’Équipe le tomara la matrícula, junto con la de Michel Laurent, como ciclistas con un futuro prometedor. En abril de 1975 logró el Circuit de la Sarthe, una carrera open en la que los mejores aficionados del bloque soviético —en realidad eran deportistas a tiempo completo subvencionados por el Estado— cruzaron armas con los jóvenes profesionales. Más adelante terminaría segundo en la París-Bourges, sexto en el Gran Premio de las Naciones y, a finales de aquel año, ganó la Promotion Pernod, un galardón que premiaba al mejor neoprofesional de la temporada en Francia7.
Y todos estos resultados llegaron en un ambiente de lo menos propicio. Hinault era un joven bravucón que se vio arrojado a un entorno mucho más exigente que aquel al que se enfrentaba bajo la protección de M. Le Roux en Saint-Brieuc. Se acababa de casar y Martine y él esperaban su primer hijo, en junio. Apenas tenía veinte años, demasiado joven para ser profesional, y corría en un equipo que se encontraba bajo una gran presión tras haber perdido a su líder, Alain Santy, al comienzo de temporada tras romperse una muñeca en la París-Niza.
Era un entorno inmisericorde, y el hombre que debía guiarlo no era, precisamente, la persona con mayor aptitud para ejercer ese papel. Stablinski, que moriría en el 2007, era un hombre de rasgos marcados, con un trato agradable e incisivo, pero con cierto toque a padrino de la Mafia. Cuando lo entrevisté en el año 2001 me dejó la sensación de ser un hombre que tenía un concepto muy alto de su valía, lo que por otro lado es comprensible si tenemos en cuenta que pasó de trabajar en una mina de carbón a enfundarse el maillot arcoíris. Stablinski había sido uno de los personajes principales del ciclismo francés durante los 60, junto con su compañero de equipo Jacques Anquetil. En carrera era un ciclista muy listo e implacable, que no mostraba reparo alguno en pagar a otros ciclistas para que lo ayudaran a derrotar a uno de sus mejores amigos, Shay Elliot, con tal de conseguir el Campeonato del Mundo de 1962.
Hinault no era nada apocado: la primera cosa de la que se dieron cuenta sus compañeros era que el joven bretón «no le tenía miedo a nadie y que dejaba siempre clara su opinión». Era un jovencito que hacía las cosas a su manera. Maurice Le Guilloux recuerda una de sus primeras carreras juntos, a principios de 1975: fueron en coche a participar en el Tour de l’Oise y, de camino, Hinault insistió en que pararan a comer. Dio buena cuenta de un enorme filete y pidió una botella de vino tinto1. Le Guilloux, que era consciente de que tenían que participar en el prólogo contrarreloj aquella misma tarde, apenas se bebió un vaso y estaba seguro de que Hinault pagaría ese exceso por la tarde. El joven bretón terminaría tercero, mientras que Le Guilloux acabó trigésimo octavo. «Después se me acercó y me dijo “¿Te das cuenta de lo bobo que has sido? Deberías haberte acabado la botella”».
El conflicto era inevitable. En el pasado Hinault describió a Stab como «un caballero que parecía no tener ni la más mínima idea de ciclismo», pero en la actualidad se muestra más amable. «Estaba claro que no trabajábamos en la misma onda», resume. «No hay por qué tirarle piedras, las cosas cambian, así de simple». La filosofía de Stablinski era la típica de su tiempo: competir a menudo, hacer lo que se te ordena y, si todo eso no funciona, buscarte otro trabajo. Pensar a largo plazo, en labrarse una carrera, no formaba parte del ciclismo de aquella época; lo primordial eran los intereses del equipo a corto plazo. Hinault lo resume de la siguiente manera: «[Su actitud era] vale, salid y corred, veamos de lo que estáis hechos; sois como un buen limón, y en cuanto os haya sacado todo el jugo os tiraré a la basura». Para hacerle justicia a Stablinski, este era el mismo modus operandi que muchos directores deportivos han seguido utilizando hasta hace bien poco.
«Se preocupaba por los chavales, pero no tenía sentido alguno de la planificación, del entrenamiento o de establecer un programa de carreras», contaba Le Guilloux. «Con él, fueras veterano o debutante, siempre había que seguir las mismas reglas. Nada de favores, nada de atajos, a sudar y a no quejarse».
«Me hizo correr prácticamente todas las carreras en las que el equipo participó», recordaba Hinault. «Era una locura y no tardó en dejarme extenuado». Tampoco es que Hinault le cayera particularmente mal a Stablinski —cada vez que el joven le pedía algo de equipo extra este se lo daba gustoso— pero no tenía ni idea de las necesidades del bretón ni de cómo manejarlo.
Stablinski se daba por satisfecho con hacer correr a Hinault tan a menudo como fuera posible para que aprendiera su oficio; pero no era tan sencillo como eso, pues hay que tener en cuenta la tendencia del joven por correr a lo loco. Maurice Le Guilloux recuerda la primera carrera de Hinault en Bélgica: «No tenía la más mínima idea de lo que estaba haciendo. Atacó desde la misma salida y se tiró los primeros ciento cincuenta kilómetros en solitario, en cabeza». A los ciclistas más veteranos les había pedido que enseñasen al joven a correr cuando hacía viento, pero Hinault «no se enteró de nada; iba varios minutos por delante».
Stablinski respondía a las críticas en su biografía, Les Secrets du Sorcier. «Hinault comenzó ganando muy poco dinero, pero es que nuestro ciclista mejor pagado apenas llegaba a los cuatro mil francos al mes. No le pedíamos que ganara, solo que aprendiera su profesión, de la que apenas sabía lo básico. Por eso lo llevaba tan a menudo a Bélgica, pero en lugar de quedarse en el pelotón para aprender su funcionamiento —cómo pedalear cerca del que te precede, cómo correr cuando hay viento— atacaba. Jamás tuve ninguna discusión con Bernard, la culpa de todo fue siempre de la gente que había entre ambos, como Le Roux. Insistía en que le diéramos el programa de Bernard, pero el ciclismo amateur no se parece en nada al mundo profesional».
Como el propio Stablinski admitía, sus métodos le hicieron entrar en conflicto con las dos personas clave en la vida de Hinault: Le Roux y —de manera implícita— Martine Hinault. El acuerdo alcanzado con Le Roux establecía que se vigilaría con gran celo el progreso de su pupilo, que no habría prisas. Pero está claro que esto no sucedió así —lo que no es ninguna sorpresa teniendo en cuenta los antecedentes y el carácter del director—, y Stablinski no veía por qué tenía que hacer caso alguno de las opiniones de un maestro de escuela bretón. Le Roux era muy proteccionista con sus pupilos y seguía ayudando a Hinault, al que ayudó durante la preparación para el campeonato francés profesional de persecución en pista, que el bretón acabaría venciendo.