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Kitabı oku: «Dramas», sayfa 17

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ESCENA IV

Explanada delante del castillo
Salen DESDÉMONA, EMILIA y un BUFON
DESDÉMONA

Dime: ¿dónde está Casio?

BUFON

No en parte alguna que yo sepa.

DESDÉMONA

¿Por qué dices eso? ¿No sabes á lo menos cuál es su alojamiento?

BUFON

Si os lo dijera, seria una mentira.

DESDÉMONA

¿No me dirás algo con seriedad?

BUFON

No sé cuál es su posada, y si yo la inventara ahora, seria hospedarme yo mismo en el pecado mortal.

DESDÉMONA

¿Podrás averiguarlo y adquirir noticias de él?

BUFON

Preguntaré como un catequista, y os traeré las noticias que me dieren.

DESDÉMONA

Véte á buscarle; dile que venga, porque ya he persuadido á mi esposo en favor suyo, y tengo por arreglado su negocio.

(Vase.)

DESDÉMONA

Emilia, ¿dónde habré perdido aquel pañuelo?

EMILIA

No lo sé, señora mia.

DESDÉMONA

Créeme. Preferiria yo haber perdido un bolsillo lleno de ducados. A fe que si el moro no fuera de alma tan generosa y noble incapaz de dar en la ceguera de los celos, bastaria esto para despertar sus sospechas.

EMILIA

¿No es celoso?

DESDÉMONA

El sol de su nativa África limpió su corazon de todas esas malas pasiones.

EMILIA

Por allí viene.

DESDÉMONA

No me separaré de él hasta que llegue Casio.

(Sale Otelo.)

¿Cómo estás, Otelo?

OTELO

Muy bien, esposa mia. (Aparte.) ¡Cuán difícil me parece el disimulo! ¿Cómo te va, Desdémona?

DESDÉMONA

Bien, amado esposo.

OTELO

Dame tu mano, amor mio. ¡Qué húmeda está!

DESDÉMONA

No la quitan frescura ni la edad ni los pesares.

OTELO

Es indicio de un alma apasionada. Es húmeda y ardiente. Requiere oracion, largo ayuno, mucha penitencia y recogimiento, para que el diablillo de la carne no se subleve. Mano tierna, franca y generosa.

DESDÉMONA

Y tú puedes decirlo, pues con esa mano te dí toda el alma.

OTELO

¡Qué mano tan dadivosa! En otros tiempos el alma hacia el regalo de la mano. Hoy es costumbre dar manos sin alma.

DESDÉMONA

Nada sé de eso. ¿Te has olvidado de tu palabra?

OTELO

¿Qué palabra?

DESDÉMONA

He mandado á llamar á Casio para que hable contigo.

OTELO

Tengo un fuerte resfriado. Dame tu pañuelo.

DESDÉMONA

Tómale, esposo mio.

OTELO

El que yo te dí.

DESDÉMONA

No le tengo aquí.

OTELO

¿No?

DESDÉMONA

No, por cierto.

OTELO

Falta grave es esa, porque aquel pañuelo se lo dió á mi madre una sábia hechicera, muy hábil en leer las voluntades de las gentes, y díjole que mientras le conservase, siempre seria suyo el amor de mi padre, pero si perdia el pañuelo, su marido la aborreceria y buscaria otros amores. Al tiempo de su muerte me lo entregó, para que yo se le regalase á mi esposa el dia que llegara á casarme. Hícelo así, y repito que debes guardarle bien y con tanto cariño cómo á las niñas de tus ojos, porque igual desdicha seria para tí perderlo que regalarlo.

DESDÉMONA

¿Será verdad lo que cuentas?

OTELO

Indudable. Hay en esos hilos oculta y maravillosa virtud, como que los tejió una sibila agitada de divina inspiracion. Los gusanos que hilaron la seda eran asimismo divinos. Licor de momia y corazon de vírgen sirvieron para el hechizo.

DESDÉMONA

¿Dices verdad?

OTELO

No lo dudes. Y haz por no perderle.

DESDÉMONA

¡Ojalá que nunca hubiera llegado á mis manos!

OTELO

¿Por qué? ¿Qué ha sucedido?

DESDÉMONA

¿Por qué hablas con tal aceleramiento?

OTELO

¿Le has perdido? ¿Dónde? Contéstame.

DESDÉMONA

¡Favor del cielo!

OTELO

¿Qué estás diciendo?

DESDÉMONA

No le perdí. Y si por casualidad le hubiera perdido…

OTELO

¿Perderle?

DESDÉMONA

Te juro que no le perdí.

OTELO

Pues damele, para que yo le vea.

DESDÉMONA

Ahora mismo podria dártele, pero no quiero hacerlo, porque tú no accedes á mis ruegos, ni vuelves su empleo á Casio.

OTELO

Muéstrame el pañuelo. Mis sospechas crecen.

DESDÉMONA

Hazme ese favor, Otelo. Nunca hallarás hombre más hábil é inteligente.

OTELO

¡El pañuelo!

DESDÉMONA

Hablemos de Casio.

OTELO

¡El pañuelo!

DESDÉMONA

Casio que en todo tiempo fué amigo y protegido tuyo, que á tu lado corrió tantas aventuras…

OTELO

¡El pañuelo!

DESDÉMONA

Grande es tu impaciencia.

OTELO

¡Aparta!

(Se va.)

EMILIA

¿Estará celoso?

DESDÉMONA

Es la primera vez que le veo así. Sin duda aquel pañuelo está encantado. ¡Cuánto siento haberlo perdido!

EMILIA

No bastan un año ni dos, para conocer el carácter de un hombre. Son abismos que á nosotras nos devoran, y cuando se hartan, nos arrojan de sí. Aquí vienen mi marido y Casio.

(Salen Casio y Yago.)

YAGO

Ya no queda otro recurso. Ella es quien ha de hacerlo. Allí está. ¡Oh fortuna! Id á rogárselo.

DESDÉMONA

¿Qué noticias traes, Casio?

CASIO

Nada, sino mi antigua pretension, señora. Deseo, merced á vuestra generosa intercesion, volver á la luz, á la vida, á la amistad del hombre á quien tanto respeto y agradecimiento debo. Sólo os suplico que intercedais con mucha eficacia, y si mi culpa es tan grande que ni mis servicios pasados, ni mi infortunio presente, ni mis méritos futuros bastan á que sea perdonada, sépalo yo de cierto, y alegrándome, con forzada alegría, de saberlo, pediré limosna á la fortuna por otro camino.

DESDÉMONA

¡Ay, buen señor Casio! Mis ruegos no suenan ya bien en los oidos de mi señor. Mi esposo no es el de antes. Si su rostro hubiera cambiado tanto como su índole, de fijo que yo no le conoceria. Todos los santos me sean testigos de que le he suplicado en favor tuyo con cuanto empeño he podido, hasta incurrir en su indignacion por mi atrevimiento y tenacidad. Es preciso dar tiempo al tiempo. Yo haré lo que pueda, y más que si se tratase de negocio mio.

YAGO

¿Se enojó contra tí el general?

EMILIA

Ahora acaba de irse de aquí, con ceño muy torvo.

YAGO

¿Será verdad? Grave será el motivo de su enojo, porque nunca le he visto inmutarse, ni siquiera cuando á su lado una bala de cañon mató á su hermano. Voy á buscar á Otelo.

(Vase.)

DESDÉMONA

Será sin duda algun negocio político, del gobierno de Venecia, ó alguna conspiracion de Chipre lo que ha turbado la calma de mi marido. Cuando los hombres por cualquier motivo grave se enojan, riñen hasta sobre las cosas más insignificantes. De la misma suerte, con un dedo que nos duela, todos los demas miembros se resienten. Los hombres no son dioses, ni tenemos derecho para pedirles siempre ternura. Bien haces, Emilia, en reprenderme mi falta de habilidad. Cuando ya bien á las claras mostraba su ánimo el enojo, yo misma soborné á los testigos, levantándole falso testimonio.

EMILIA

Quiera Dios que sean negocios de Estado, como sospechais, y no vanos recelos y sospechas infundadas.

DESDÉMONA

¡Celos de mí! ¿Y por qué causa, si nunca le he dado motivo?

EMILIA

No basta eso para convencer á un celoso. Los celos nunca son razonados. Son celos porque lo son: mónstruo que se devora á sí mismo.

DESDÉMONA

Quiera Dios que nunca tal mónstruo se apodere del alma de Otelo.

EMILIA

Así sea, señora mia.

DESDÉMONA

Yo le buscaré. No te alejes mucho, amigo Casio. Y si él se presenta propicio, redoblaré mis instancias, hasta conseguir lo que deseas.

CASIO

Humildemente os lo agradezco, reina.

(Vanse Emilia y Desdémona.)

(Sale Blanca.)

BLANCA

Buenos dias, amigo Casio.

CASIO

¿Cómo has venido, hermosa Blanca? Bien venida, seas siempre. Ahora mismo pensaba ir á tu casa.

BLANCA

Y yo á tu posada, Casio amigo. ¡Una semana sin verme! ¡Siete dias y siete noches! ¡Veinte veces ocho horas, más otras ocho! ¡Y horas más largas que las del reloj, para el alma enamorada! ¡Triste cuenta!

CASIO

No te enojes, Blanca mia. La pena me ahogaba. En tiempo más propicio pagaré mi deuda. Hermosa Blanca, cópiame la labor de este pañuelo. (Se le da.)

BLANCA

Casio, ¿de dónde te ha venido este pañuelo? Sin duda de alguna nueva querida. Si antes lloré tu ausencia, ahora debo llorar más el motivo.

CASIO

Calla, niña. Maldito sea el demonio que tales dudas te inspiró. Ya tienes celos y crees que es de alguna dama. Pues no es cierto, Blanca mia.

BLANCA

¿De quién es?

CASIO

Lo ignoro. En mi cuarto lo encontré, y porque me gustó la labor, quiero que me la copies, antes que vengan á reclamármelo. Hazlo, bien mio, te lo suplico. Ahora véte.

BLANCA

¿Y por qué he de irme?

CASIO

Porque va á venir el general, y no me parece bien que me encuentre con mujeres.

BLANCA

¿Y por qué?

CASIO

No porque yo no te adore.

BLANCA

Porque no me amas. Acompáñame un poco. ¿Vendrás temprano esta noche?

CASIO

Poco tiempo podré acompañarte, porque estoy de espera. Pero no tardaremos en vernos.

BLANCA

Bien está. Es fuerza acomodarse al viento.

ACTO IV

ESCENA PRIMERA

Plaza delante del castillo
Salen OTELO y YAGO
YAGO

¿Qué pensais?

OTELO

¿Qué he de pensar, Yago?

YAGO

¿Qué os parece de ese beso?

OTELO

Beso ilícito.

YAGO

Puede ser sin malicia.

OTELO

¿Sin malicia? Eso es hipocresía y querer engañar al demonio. Arrojarse á tales cosas sin malicia es querer tentar la omnipotencia divina.

YAGO

Con todo es pecado venial. Y si yo hubiera dado á mi mujer un pañuelo…

OTELO

¿Qué?

YAGO

Señor: en dándosele yo, suyo es, y puede regalársele á quien quiera.

OTELO

Tambien es suyo mi honor, y sin embargo no puede darle.

YAGO

El honor, general mio, es cosa invisible, y á veces le gasta más quien nunca le tuvo. Pero el pañuelo…

OTELO

¡Por Dios vivo! Ya le hubiera yo olvidado. Una cosa que me dijiste anda revoloteando sobre mí como el grajo sobre techo infestado de pestilencia. Me dijiste que Casio habia recibido ese pañuelo.

YAGO

¿Y qué importa?

OTELO

Pues no me parece nada bien.

YAGO

¿Y si yo os dijera que presencié vuestro agravio, ó á lo menos que le he oido contar, porque hay gentes que apenas han logrado, á fuerza de importunidades, los favores de una dama, no paran hasta contarlo?

OTELO

¿Y él ha dicho algo?

YAGO

Sí, general mio. Pero tranquilizaos, porque todo lo desmentirá.

OTELO

¿Y qué es lo que dijo?

YAGO

Que estuvo con ella… No sé qué más dijo.

OTELO

¿Con ella?

YAGO

Sí, con ella.

OTELO

¡Con ella! ¡Eso es vergonzoso, Yago! ¡El pañuelo… confesion… el pañuelo! ¡Confesion y horca! No: ahorcarle primero y confesarle despues… Horror me da el pensarlo. Horribles presagios turban mi mente. Y no son vanas sombras, no… Oidos, labios… ¿Será verdad?.. Confesion, pañuelo… (Cae desmayado.)

YAGO

¡Sigue, sigue, eficaz veneno mio! El mismo se va enredando incauta y desatentadamente. Así vienen á perder su fama las más castas matronas, sin culpa suya. ¡Levantaos, señor, levantaos! ¿Me ois, Otelo? ¿Qué sucede, Casio? (A Casio que entra.)

CASIO

¿Qué ha pasado?

YAGO

El general tiene un delirio convulsivo, lo mismo que ayer.

CASIO

Frótale las sienes.

YAGO

No: es mejor dejar que la naturaleza obre y el delirio pase, porque si no, empezará á echar espumarajos por la boca, y caerá en un arrebato de locura. Ya empieza á moverse. Retírate un poco. Pronto volverá de su accidente. Despues que se vaya, te diré una cosa muy importante.

(Se va Casio.)

General, ¿os duele aún la cabeza?

OTELO

¿Te estás burlando de mí?

YAGO

¿Burlarme yo? No lo quiera Dios. Pero quiero que resistais con viril fortaleza vuestro infeliz destino.

OTELO

Marido deshonrado, más que hombre, es una bestia, un mónstruo.

YAGO

Pues muchas bestias y muchos mónstruos debe de haber en el mundo.

OTELO

¿Él lo dijo?

YAGO

Tened valor, general, pensando que casi todos los que van sujetos al yugo, pueden tirar del mismo carro que vos. Infinitos maridos hay que, sin sospecha, descansan en tálamos profanados por el adulterio, aunque ellos se imaginan tener la posesion exclusiva. Mejor ha sido vuestra fortuna. Es gran regocijo para el demonio, el ver á un honrado varon tener por casta á la consorte infiel. En cambio, al que todo lo sabe, fácil le es tomar venganza de su injuria.

OTELO

Bien pensado, á fe mia.

YAGO

Acéchalos un rato y ten paciencia. Cuando más rendido estabais al peso de la tristeza, llegó á este aposento Casio. Yo le despedí, dando una explicacion plausible de vuestro desmayo. Prometió venir luego á hablarme. Ocultaos, y reparad bien sus gestos, y la desdeñosa expresion de su semblante. Yo le haré contar otra vez el lugar, ocasion y modo con que triunfó de vuestra esposa. Reparad su semblante, y tened paciencia, porque si no, diré que vuestra ira es loca é impropia de hombre racional.

OTELO

¿Lo entiendes bien, Yago? Ahora, por muy breve tiempo, voy á hacer el papel de sufrido, luego el de verdugo.

YAGO

Dices bien, pero no conviene que te precipites. Ahora escóndete.

(Se aleja Otelo.)

Para averiguar dónde está Casio, lo mejor es preguntárselo á Blanca, una infeliz á quien Casio mantiene, en cambio de su venal amor. Tal es el castigo de las rameras: engañar á muchos, para ser al fin engañadas por uno solo. Siempre que le hablan de ella, se rie estrepitosamente. Pero aquí viene el mismo Casio.

(Sale Casio.)

Su risa provocará la ira de Otelo. Toda la alegría y regocijo del pobre Casio la interpretará con la triste luz de sus celos. ¿Qué tal, teniente mio?

CASIO

Mal estoy, cuando te oigo saludarme con el nombre de ese cargo, cuya pérdida tanto me afana.

YAGO

Insistid en vuestros ruegos, y Desdémona lo conseguirá. (En voz baja.) Si de Blanca dependiera el conseguirlo, ya lo tendriais.

CASIO

¡Pobre Blanca!

OTELO

(Aparte.) ¡Qué risa la suya!

YAGO

Está locamente enamorada de tí.

CASIO

¡Ah, sí! ¡pobrecita! Pienso que me ama de todas veras.

OTELO

(Aparte.) Hace como quien lo niega, y al mismo tiempo se rie.

YAGO

Óyeme, Casio.

OTELO

(Aparte.) Ahora le está importunando para que repita la narracion. ¡Bien! ¡cosa muy oportuna!

YAGO

¿Pues no dice que os casareis con ella? ¿Pensais en eso?

CASIO

¡Oh qué linda necedad!

OTELO

(Aparte.) ¿Triunfas, triunfas?

CASIO

¡Yo casarme con ella! ¿Yo con una perdida? No me creas capaz de semejante locura. ¡Ah, ah!

OTELO

(Aparte.) ¡Cómo se rie este truhan afortunado!

YAGO

Pues la gente dice que os vais á casar con ella.

CASIO

Dime la verdad entera.

YAGO

Que me emplumen, si no la digo.

OTELO

¿Con que me han engañado? Está bien.

CASIO

Ella misma es la que divulga esa necedad, pero yo no le he dado palabra alguna.

OTELO

Yago me está haciendo señas. Ahora va á empezar la historia.

CASIO

Ahora poco la he visto: en todas partes me sigue. Dias pasados estaba yo en la playa hablando con unos venecianos, cuando ella me sorprende y se arroja á mi cuello…

OTELO

(Aparte.) Y te diria: «hermoso Casio» ó alguna cosa por el estilo.

CASIO

Y me abrazaba llorando, y se empeñaba en llevarme consigo.

OTELO

Y ahora contará cómo le llevó á mi lecho. ¿Por qué, por qué estaré yo viendo las narices de ese infame, y no el perro á quien he de arrojárselas?

CASIO

Tengo que dejarla.

YAGO

Mírala: allí viene.

CASIO

¡Y qué cargada de perfumes!

(Sale Blanca.)

¿Por qué me persigues sin cesar?

BLANCA

¡El diablo es quien te persigue! ¿Para qué me has dado, hace poco, ese pañuelo? ¡Qué necia fuí en tomarle! ¿Querias que yo te copiase la labor? ¡Qué inocencia! Encontrarle en su cuarto, y no saber quién le dejó. Será regalo de alguna querida, ¿y tenias empeño en que yo copiase la labor? Aquí te lo devuelvo: dásele: que no quiero copiar ningun dibujo de ella.

CASIO

Pero, Blanca, ¿qué te pasa? Calla, calla.

OTELO

¡Poder del cielo! ¿No es ese mi pañuelo?

BLANCA

Vente conmigo, si quieres cenar esta noche. Si no, ven cuando quieras.

(Vase.)

YAGO

Síguela.

CASIO

Tengo que seguirla. Si, no, alborotará á las gentes.

YAGO

¿Y cenarás con ella?

CASIO

Pienso que sí.

YAGO

Allí os buscaré, porque tengo que hablaros.

CASIO

¿Vendreis á cenar con nosotros?

YAGO

Iré.

OTELO

(A Yago.) ¿Qué muerte elegiré para él, Yago?

YAGO

Ya visteis con qué algazara celebraba su delito.

OTELO

¡Ay, Yago!

YAGO

¿Visteis el pañuelo?

OTELO

¡Era el mio!

YAGO

El mismo. Y ya vereis qué amor tiene á vuestra insensata mujer. Ella le regala su pañuelo, y él se le da á su querida.

OTELO

Nueve años seguidos quisiera estarla matando. ¡Oh, qué divina y admirable mujer!

YAGO

No os acordeis de eso.

OTELO

Esta noche ha de bajar al infierno. No quiero que viva ni un dia más. Mi corazon es de piedra: al herirle me hiero la mano. ¡Oh, qué hermosa mujer! No la hay igual en el mundo. Merecia ser esposa de un emperador que la obedeciese como siervo.

YAGO

No os acordeis de eso.

OTELO

¡Maldicion sobre ella! Pero ¿quién negará su hermosura? ¡Y qué manos tan hábiles para la labor! ¡Qué voz para el canto! Es capaz de amansar las fieras. ¡Qué gracia, qué ingenio!

YAGO

Eso la hace mil veces peor.

OTELO

Sí, ¡mil veces peor! Y es, ademas, tan dulce, tan sumisa.

YAGO

Demasiado blanda de condicion.

OTELO

Dices verdad. Pero, á pesar de todo, amigo Yago, ¡qué dolor, qué dolor!

YAGO

Si tan enamorado estais de ella, á pesar de su alevosía, dejadla pecar á rienda suelta. Para vos es el mal: si os dais por contento, ¿á los demas qué nos importa?

OTELO

Pedazos quiero hacerla. ¡Engañarme á mí!

YAGO

¡Oh, perversa mujer!

OTELO

¡Enamorarse de mi teniente!

YAGO

Eso es todavía peor.

OTELO

Búscame un veneno, Yago, para esta misma noche. No quiero hablarla, no quiero que se disculpe, porque me vencerán sus hechizos. Para esta misma noche, Yago.

YAGO

No estoy por el veneno. Mejor es que la ahogueis sobre el mismo lecho que ha profanado.

OTELO

¡Admirable justicia! Lo encuentro muy bien.

YAGO

De Casio yo me encargo. Allá á las doce de la noche sabreis lo demas.

OTELO

¡Admirable plan! ¿Pero qué trompeta es la que suena?

YAGO

Alguna embajada de Venecia, enviada por el Dux. Allí veo á Ludovico acompañado de vuestra mujer.

(Salen Ludovico, Desdémona, etc.)

LUDOVICO

General, os saludo respetuosamente.

OTELO

Bien venido seais.

LUDOVICO

Os saludan el Dux y Senadores de Venecia. (Le da una carta.)

OTELO

Beso la letra, expresion de su voluntad. (Besa la carta.)

DESDÉMONA

¿Qué pasa por Venecia, primo mio Ludovico?

YAGO

Caballero, mucho me alegro de veros en Chipre.

LUDOVICO

Gracias, hidalgo, ¿y dónde está el teniente Casio?

YAGO

Vivo y sano.

DESDÉMONA

Entre él y mi marido ha habido ciertas disensiones, pero vos los pondreis en paz, de seguro.

OTELO

¿Así lo crees?

DESDÉMONA

¿Qué dices, esposo mio?

OTELO

(Leyendo.) «Es preciso cumplirlo sin demora.»

LUDOVICO

No os oye: está ocupado en la lectura: ¿Con que, han reñido él y Casio?

DESDÉMONA

Sí, y no sé cuánto hubiera yo dado por hacer las paces entre ellos, porque tengo buena voluntad á Casio.

OTELO

¡Rayos y centellas!

DESDÉMONA

¡Esposo mio!

OTELO

¿Piensas lo que estás diciendo?

DESDÉMONA

¿Cómo? ¿Está furioso?

LUDOVICO

Puede ser que le haya hecho mal efecto la carta, porque (si no me equivoco) se le manda en ella volver á Venecia, dejando en el gobierno á Casio.

DESDÉMONA

Mucho me alegro.

OTELO

¿Te alegras?

DESDÉMONA

¡Esposo mio!

OTELO

Pláceme verte loca.

DESDÉMONA

¿Qué dices, esposo?

OTELO

¡Aparta, demonio!

DESDÉMONA

¿Tal he merecido?

LUDOVICO

Ni con juramento lo creeria nadie en Venecia. ¡Qué ultraje tan brutal! ¿No veis cómo está llorando?

OTELO

¡Víbora! Si el llanto de las mujeres pudiera fecundar la tierra, de cada gota naceria un cocodrilo. ¡Lejos, lejos de aquí!

DESDÉMONA

Me iré por no verte enojado.

LUDOVICO

¡Qué humildad y modestia! Compadeceos de ella, señor gobernador. Volvedla á llamar.

OTELO

Venid aquí, señora.

DESDÉMONA

¿Qué me quereis, esposo mio?

OTELO

¿Qué la quereis vos?

LUDOVICO

Nada, señor.

OTELO

Sí. ¿Qué la quereis? ¿No me deciais que la llamase? Sí, sí, ella volverá y llorará, porque sabe llorar, caballero, sabe llorar, y es muy humilde, muy sumisa, como antes deciais. Llora, llora más. – Esta carta me manda volver… ¡Oh perfidia astuta! – Me mandan volver. – Retírate. Luego nos veremos. – Obedezco. Volveré á Venecia. ¡Lejos, lejos de aquí, Desdémona!

(Se va Desdémona.)

Casio me ha de suceder. Esta noche venid á cenar conmigo. Bien venido seais á Chipre. (Aparte.) ¡Monos lascivos, esposos sufridos!

(Se va.)

LUDOVICO

¿Y este es aquel moro, de quien tantas ponderaciones oí en el Senado? ¿Este el de alma severa, firme é imperturbable contra los golpes de la suerte ó los furores de la pasion?

YAGO

Parece otro.

LUDOVICO

¿Estará sano? ¿Habrá perdido la cabeza?

YAGO

Es lo que es. No está bien que yo os diga más. ¡Ojalá que volviera á ser lo que ha sido!

LUDOVICO

¿Cómo podrá haberse arrebatado hasta el extremo de golpear á su mujer?

YAGO

Mal ha hecho, pero ojalá sea el último ese golpe.

LUDOVICO

¿Es costumbre suya, ó efecto de la lectura de la carta?

YAGO

¡Cuánto lo deploro! Pero estaria mal en mí el descubriros lo que sé. Vos mismo lo ireis viendo, y en sus actos lo descubrireis, de tal modo que nada os quede que saber ni que preguntarme.

LUDOVICO

Yo le creia de muy diverso carácter. ¡Qué lástima!

ESCENA II

Sala del castillo
OTELO y EMILIA
OTELO

¿Nada has visto?

EMILIA

Ni oido ni sospechado.

OTELO

Pero á Casio y á ella los has visto juntos.

EMILIA

Pero nada sospechoso he advertido entre ellos, y eso que ni una sola de sus palabras se me ha escapado.

OTELO

¿Nunca han hablado en secreto?

EMILIA

Jamas, señor.

OTELO

¿Nunca te mandaron salir?

EMILIA

Nunca.

OTELO

¿Nunca te han enviado á buscar los guantes ó el velo ó cualquier otra cosa?

EMILIA

Jamas.

OTELO

Rara cosa.

EMILIA

Me atreveria á jurar que es fiel y casta. Desterrad de vuestro ánimo toda sospecha contra ella. Maldito sea el infame que os la haya infundido. Caiga sobre él el anatema de la serpiente. Si ella no es mujer de bien, imposible es que haya mujer honrada ni esposo feliz.

OTELO

Llámala. Dile que venga pronto.

(Vase Emilia.)

Ella habla claro, pero si fuera confidente de sus amores, ¿no diria lo mismo? Es moza ladina y quizá oculta mil horribles secretos. Y sin embargo, yo la he visto arrodillada y rezando.

(Salen Desdémona y Emilia.)

DESDÉMONA

¿Qué mandais, señor?

OTELO

Ven, amada mia.

DESDÉMONA

¿Qué me quieres?

OTELO

Verte los ojos. Mírame á la cara.

DESDÉMONA

¿Qué horrible sospecha?..

OTELO

(A Emilia.) Aléjate, déjanos solos, y cierra la puerta. Si álguien se acerca, haznos señal tosiendo. Mucha cautela. Véte.

(Se va Emilia.)

DESDÉMONA

Te lo suplico de rodillas. ¿Qué pensamientos son los tuyos? No te entiendo, pero pareces loco furioso.

OTELO

¿Y tú qué eres?

DESDÉMONA

Tu fiel esposa.

OTELO

Si lo juras, te condenas eternamente, aunque puede que el demonio, al ver tu rostro de ángel, dude en apoderarse de tí. Vuelve, vuelve á condenarte: júrame que eres mujer de bien.

DESDÉMONA

Dios lo sabe.

OTELO

Dios sabe que eres tan falsa como el infierno.

DESDÉMONA

¿Falsa yo? ¿con quién? ¿Por qué, esposo mio? ¿Yo falsa?

OTELO

¡Lejos, lejos de aquí, Desdémona!

DESDÉMONA

¡Dia infausto! ¿Por qué lloras, amado mio? ¿Soy yo la causa de tus lágrimas? No me eches la culpa de haber perdido tu empleo, quizá por odio de mi padre. Lo que tú pierdes, lo pierdo yo tambien.

OTELO

¡Ojalá que el cielo agotara sobre mi fortaleza todas las calamidades! ¡Ojalá que vertiese sobre mi frente dolores y vergüenzas sin número, y me sepultara en el abismo de toda miseria, ó me encerrara en cautiverio fierísimo y sin esperanza! Todavía encontraria yo en algun rincon de mi alma una gota de paciencia. ¡Pero convertirme en espantajo vil, para que el vulgo se mofe de mí y me señale con el dedo! ¡Y aún esto podria yo sufrirlo! Pero encontrar cegada y seca para siempre la que juzgué fuente inagotable de vida y de afectos, ó verla convertida en sucio pantano, morada de viles renacuajos, en nido de infectos amores, ¿quién lo resistirá? ¡Angel de labios rojos! ¿por qué me muestras ceñudo como el infierno tu rostro?

DESDÉMONA

Creo que me tiene por fiel y honrada mi esposo.

OTELO

Fiel como las moscas que en verano revolotean por una carnicería. ¡Ojalá nunca hubieras brotado, planta hermosísima, y envenenadora del sentido!

DESDÉMONA

¿Pero qué delito es el mio?

OTELO

¿Por qué en tan bello libro, en tan blancas hojas, sólo se puede leer esta palabra: «ramera»? ¿Qué delito es el tuyo, me preguntas? Infame cortesana, si yo me atreviera á contar tus lascivas hazañas, el rubor subiria á mis mejillas, y volaria en cenizas mi modestia. ¿Qué delito es el tuyo? El mismo sol, la misma luna se escandalizan de él, y hasta el viento que besa cuanto toca, se esconde en los más profundos senos de la tierra, por no oirlo. ¿Cuál es tu delito? ¡Infame meretriz!

DESDÉMONA

¿Por qué me ofende así?

OTELO

Pues qué, ¿no eres mujer ramera?

DESDÉMONA

No: te lo juro como soy cristiana. Yo me he conservado tan pura é intacta como el vaso que sólo tocan los labios del dueño.

OTELO

¿No eres infiel?

DESDÉMONA

No: así Dios me salve.

OTELO

¿De veras lo dices?

DESDÉMONA

¡Piedad, Dios mio!

OTELO

Perdonadme, señora: os confundí con aquella astuta veneciana que fué esposa de Otelo. (Levantando la voz.) Tú que enfrente de san Pedro guardas la puerta del infierno…

(Sale Emilia.)

Contigo hablaba. Ya está arreglado todo. Recoge tu dinero: cierra la puerta, y nada digas.

(Se va Otelo.)

EMILIA

¿Qué sospecha atormenta á vuestro marido? ¿Qué os sucede, señora?

DESDÉMONA

Me parece que estoy soñando.

EMILIA

Señora, ¿qué le sucede á mi señor? decídmelo.

DESDÉMONA

¿Y quién es tu señor?

EMILIA

El vuestro, el moro.

DESDÉMONA

Ya no lo es, Emilia, no hablemos más. No puedo llorar, ni hablar sin llorar. Esta noche ataviarás mi lecho con las galas nupciales. Dí á Yago que venga.

EMILIA

¡Qué alteracion es esta!

(Se va.)

DESDÉMONA

¿Será justo lo que hace conmigo? ¿Habré andado alguna vez poco recatada, dando ocasion á sus sospechas?

(Salen Emilia y Yago.)

YAGO

¿Me llamabais? ¿Estais sola, señora?

DESDÉMONA

No lo sé. El que reprende á un niño debe hacerlo con halago y apacible manera, y yo soy como un niño.

YAGO

¿Pues qué ha sido, señora mia?

EMILIA

¡Ay, Yago! El moro la ha insultado, llamándola ramera y otros vocablos groseros y viles, intolerables para todo pecho bien nacido.

DESDÉMONA

¿Y yo merecia eso?

YAGO

¿Qué, señora mia?

DESDÉMONA

Lo que él me ha dicho.

YAGO

¡Llamarla ramera! No dijera tal un pícaro en la taberna, hablando de su querida.

EMILIA

¿Y todo por qué?

DESDÉMONA

Lo ignoro. Pero yo no soy lo que él ha dicho.

YAGO

Serenaos, por Dios. No lloreis. ¡Dia infeliz!

EMILIA

¡Para eso ha dejado su patria y á su padre y á tantos ventajosos casamientos! ¡Para que la llamen «ramera»! Ira me da el pensarlo.

DESDÉMONA

Esa es mi desdicha.

YAGO

¡Ira de Dios caiga sobre él! ¿Quién le habrá infundido tan necios recelos?

DESDÉMONA

Dios lo sabe, Yago.

EMILIA

Maldita sea yo, si no es algun malsin calumniador, algun vil lisonjero quien ha tramado esta maraña, para conseguir de él algun empleo. Ahorcada me vea yo, si no acierto.

YAGO

No hay hombre tan malvado. Dices un absurdo. Cállate.

DESDÉMONA

Y si le hay, Dios le perdone.

EMILIA

¡Perdónele la cuchilla del verdugo! ¡Roa Satanás sus huesos! ¡Llamarla ramera! ¿Con qué gentes ha tratado? ¿Qué sospecha, áun la más leve, ha dado? ¿Quién será el traidor bellaco que ha engañado al moro? ¡Dios mio! ¿por qué no arrancas la máscara á tanto infame? ¿Por qué no pones un látigo en la mano de cada hombre honrado, para que á pencazos batanee las desnudas espaldas de esa gavilla sin ley, y los persiga hasta los confines del orbe?

YAGO

No grites tanto.

EMILIA

¡Infames! De esa laya seria el que una vez te dió celos, fingiendo que yo tenia amores con el moro.

YAGO

¿Estás en tu juicio? Cállate.

DESDÉMONA

Yago, amigo Yago, ¿qué haré para templar la indignacion de Otelo? Dímelo tú. Te juro por el sol que nos alumbra que nunca ofendí á mi marido, ni áun de pensamiento. De rodillas te lo digo: huya de mi todo consuelo y alegría, si alguna vez le he faltado en idea, palabra ú obra; si mis sentidos han encontrado placer en algo que no fuera Otelo: si no le he querido siempre como ahora le quiero, como le seguiré queriendo, aunque con ingratitud me arroje lejos de sí. Ni la pérdida de su amor aunque baste á quitarme la vida, bastará á despojarme del afecto que le tengo. Hasta la palabra «adúltera» me causa horror, y ni por todos los tesoros y grandezas del mundo cometeria yo tal pecado.

YAGO

Calma, señora; el moro es de carácter violento, y ademas está agriado por los negocios políticos, y descarga en vos el peso de sus iras.

DESDÉMONA

¡Ojalá que así fuera! Pero mi temor es…

YAGO

Pues la causa no es otra que la que os he dicho. Podeis creerlo. (Tocan las trompetas.) ¿Ois? Ha llegado la hora del festin. Ya estarán aguardando los enviados de Venecia. No os presenteis llorando, que todo se remediará.

(Vanse Emilia y Desdémona.)

(Sale Rodrigo.)

¿Qué pasa, Rodrigo?

RODRIGO

Pienso que no procedes de buena fe conmigo.

YAGO

¿Y por qué?

RODRIGO

No hay dia que no me engañes, y más parece que dificultas el éxito de mis planes, que no que le allanas; y á fe mia, que ya no tengo paciencia ni sufriré más, porque fuera ser necio.

YAGO

¿Me oyes, Rodrigo?

RODRIGO

Demasiado te he oido, porque tienes tan buenas palabras como malas obras.

YAGO

Ese cargo es muy injusto.

RODRIGO

Razon me sobra. He gastado cuanto tenia. Con las joyas que he regalado á Desdémona, bastaba para haber conquistado á una sacerdotisa de Vesta. Tú me has dicho que las ha recibido de buen talante: tú me has dado todo género de esperanzas, prometiéndome su amor muy en breve. Todo inútil.

YAGO

Bien está, muy bien; prosigue.

RODRIGO

¡Qué está muy bien, dices! Pues no quiero proseguir. Nada está bien, sino todo malditamente, y empiezo á conocer que he sido un insensato y un majadero.

YAGO

Está bien.

RODRIGO

Repito que está muy mal. Voy á ver por mí mismo á Desdémona, y con tal que me vuelva mis joyas, renunciaré á todo amor y á toda loca esperanza. Y si no me las vuelve, me vengaré en tí.

YAGO

¿Y eso es todo lo que se te ocurre?

RODRIGO

Sí, y todas mis palabras las haré buenas con mis obras.

YAGO

Veo que eres valiente, y desde ahora te estimo más que antes. Dame la mano, Rodrigo. Aunque no me agradan tus sospechas, algun fundamento tienen, pero yo soy inocente del todo.

RODRIGO

Pues no lo pareces.

YAGO

Así es en efecto, y lo que has pensado no deja de tener agudeza y discrecion. Pero si tienes, como has dicho ahora, y ya lo voy creyendo, corazon y brios y mano fuerte, esta noche puedes probarlo, y si mañana no logras la posesion de Desdémona, consentiré que me mates, aunque sea á traicion.

RODRIGO

¿Lo que me propones es fácil, ó á lo menos posible?

YAGO

Esta noche se han recibido órdenes del Senado, para que Otelo deje el gobierno, sustituyéndole Casio.

RODRIGO

Entonces Otelo y Desdémona se irán juntos á Venecia.

YAGO

No: él se irá á Levante, llevando consigo á su mujer, si algun acontecimiento imprevisto no lo impide, es decir si Casio no desaparece de la escena.

RODRIGO

¿Qué quieres decir con eso?

YAGO

Que convendria quitarle de en medio.

RODRIGO

¿Y he de ser yo quien le mate?

YAGO

Tú debes de ser, si quieres conseguir tu objeto, y satisfacer tu venganza. Casio cena esta noche con su querida y conmigo. Todavía no sabe nada de su nombramiento. Espérale á la puerta: yo haré que salga á eso de las doce de la noche, y te ayudaré á matarle. Sígueme: no te quedes embobado. Yo te probaré clarísimamente la necesidad de matarle. Ya es hora de cenar. No te descuides.