Kitabı oku: «Dramas», sayfa 18
RODRIGO
Dame alguna razon más que me convenza.
YAGO
Ya te la daré.
(Vanse.)
ESCENA III
Sala del castillo
OTELO, LUDOVICO, DESDÉMONA, EMILIA
LUDOVICO
Señor: no os molesteis en acompañarme.
OTELO
No: me place andar en vuestra compañía.
LUDOVICO
Adios, señora. Os doy muy cumplidas gracias.
OTELO
Y yo me felicito de vuestra venida.
LUDOVICO
¿Vamos, caballero? ¡Oh! aquí está Desdémona.
DESDÉMONA
¡Esposo mio!
OTELO
Retírate pronto á acostar. No tardaré en volver. Despide á la criada, y obedéceme.
DESDÉMONA
Así lo haré, esposo mio.
(Vanse todos menos Emilia y Desdémona.)
EMILIA
¿Qué tal? ¿Se ha amansado en algo el mal humor de tu marido?
DESDÉMONA
Me prometió volver pronto, y me mandó que me acostase, despidiéndose en seguida.
EMILIA
¿Y por qué dejarte sola?
DESDÉMONA
Él lo mandó y sólo me toca obedecer, y no resistirme en nada. Dame la ropa de noche, y aléjate.
EMILIA
¡Ojalá no le hubieras conocido nunca!
DESDÉMONA
Nunca diré yo eso. Le amo con tal extremo que hasta sus celos y sus furores me encantan. Desátame las cintas.
EMILIA
Ya está; ¿adorno vuestro lecho con las ropas nupciales como me dijisteis?
DESDÉMONA
Lo mismo da. ¡Qué fáciles somos en cambiar de pensamientos! Si muero antes que tú, amortájame con esas ropas.
EMILIA
¡Pensar ahora en morirte! ¡Qué absurdo!
DESDÉMONA
Bárbara se llamaba una doncella de mi madre. Su amante la abandonó, y ella solia entonar una vieja cancion del sauce, que expresaba muy bien su desconsuelo. Todavía la cantaba al tiempo de morir. Esta noche me persigue tenazmente el recuerdo de aquella cancion, y al repetirla siento la misma tristeza que Bárbara sentia. No te detengas… ¡Es agradable Ludovico!
EMILIA
Mozo gallardo.
DESDÉMONA
Y muy discreto en sus palabras.
EMILIA
Dama veneciana hay, que iria de buen grado en romería á Tierra Santa sólo por conquistar un beso de Ludovico.
DESDÉMONA (canta)
«Llora la niña al pié del sicomoro. Cantad el sauce: cantad su verdor. Con la cabeza en la rodilla y la mano en el pecho, llora la infeliz. Cantad el fúnebre y lloroso sauce. La fuente corria repitiendo sus quejas. Cantad el sauce y su verdor. Hasta las piedras se movian á compasion de oirla.»
Recoge esto.
«Cantad el sauce, cantad su verdor.»
Véte, que él volverá muy pronto. (Canta.)
«Tejed una guirnalda de verde sauce. No os quejeis de él, pues su desden fué justo.»
No, no es así el cantar. Alguien llama.
EMILIA
Es el viento.
DESDÉMONA
(Canta.) «Yo me quejé de su inconstancia, y él ¿qué me respondió? Cantad el sauce, cantad su verdor. Si yo me miro en la luz de otros ojos, busca tú otro amante.»
Buenas noches. Los ojos me pican. ¿Será anuncio de lágrimas?
EMILIA
No es anuncio de nada.
DESDÉMONA
Siempre lo he oido decir. ¡Qué hombres! ¿Crees, Emilia, que existen mujeres que engañen á sus maridos de tan ruin manera?
EMILIA
Ya lo creo que existen.
DESDÉMONA
¿Lo harias tú, Emilia, aunque te diesen todos los tesoros del mundo?
EMILIA
¿Y tú qué harias?
DESDÉMONA
Nunca lo haria, te lo juro por esa luz.
EMILIA
Yo no lo haria por esa luz, pero quizá lo haria á oscuras.
DESDÉMONA
¿Lo harias, si te dieran el mundo entero?
EMILIA
Grande es el mundo, y comparado con él, parece pequeño ese delito.
DESDÉMONA
Yo creo que no lo harias.
EMILIA
Sí que lo haria, para deshacerlo despues. No lo haria por un collar ni por una sortija ni por un manto, pero si me daban el mundo, y podia yo hacer rey á mi marido, ¿cómo habia de dudar?
DESDÉMONA
Pues yo, ni por todo el mundo haria tal ofensa á mi marido.
EMILIA
Es que el mundo no la juzgaria ofensa, y si os daban el mundo, como la ofensa era en vuestro mundo, fácil era convertirla en bien.
DESDÉMONA
Pues yo no creo que haya tales mujeres.
EMILIA
Más de una y más de veinte: tantas que bastarian para llenar un mundo. Pero la culpa es de los maridos. Si ellos van á prodigar con otras el amor que es nuestro, ó nos encierran en casa por ridículos celos, ó nos golpean, ó gastan malamente nuestra hacienda, ¿no hemos de enfurecernos tambien? Cierto que somos benignas de condicion, pero capaces de ira. Y sepan los maridos que las mujeres tienen sentidos lo mismo que ellos, y ven y tocan y saborean, y saben distinguir lo dulce de lo amargo. Cuando ellos abandonan á su mujer por otra, ¿qué es lo que buscan sino el placer? ¿qué les domina sino la pasion? ¿qué les vence sino la flaqueza? ¿nosotras no tenemos tambien apetitos, pasiones y flaquezas? Conforme nos traten, así seremos.
DESDÉMONA
Adios. El Señor me ampare, y haga que el maltrato de mi marido produzca en mí virtudes, y no vicios.
ACTO V
ESCENA PRIMERA
Calle
YAGO y RODRIGO
YAGO
Escóndete, que ahora viene; en cuanto aparezca, desenvaina la espada, y ¡á él sin miedo! Yo te guardaré las espaldas. Es cuestion de vida ó muerte. Decídete, pues, y ten resolucion.
RODRIGO
No te alejes, por si me sale mal mi intento.
YAGO
Estaré detras de tí. En guardia.
(Se va.)
RODRIGO
Del resultado no tengo confianza, y sin embargo, las razones que me da me convencen. Que muera uno ¿qué importa?
(Se retira.)
YAGO
Tanto me he burlado de este necio que ya empieza á conocerlo. Mate él á Casio, mátele Casio á él ó mueran los dos, siempre saldré ganando. Si Rodrigo escapa, comenzará á pedirme el dinero y las joyas que le he sacado, so pretexto de seducir á Desdémona. Y si se salva Casio, su presencia será un perpétuo acusador contra mí, y ademas el moro podrá referir á Casio lo que ha pasado entre nosotros, y ponerme en grave peligro. Muera, pues. Le siento llegar.
(Sale Casio.)
RODRIGO
Él es. Le conozco. ¡Muere, traidor! (Le da una estocada.)
CASIO
La vida me hubiera costado esta estocada, á no traer el jubon tan bien aforrado. Veamos cómo está el tuyo. (Hiere á Rodrigo.)
RODRIGO
¡Confesion! ¡Muerto soy! (Yago hiere en las piernas á Casio y huye luego.)
CASIO
¡Me han dejado cojo para siempre! ¡Asesino! ¡Favor!
(Sale Otelo.)
OTELO
Voz es de Casio. Yago ha cumplido bien su palabra.
RODRIGO
¡Qué infame he sido!
OTELO
Sí, él es: no hay duda.
CASIO
¡Favor! ¡Luces! ¡Un cirujano!
OTELO
Es Casio, es Casio. ¡Oh valeroso Yago, que has sentido como propia la afrenta de un amigo, tú me muestras el camino de la venganza! ¡Adúltera mujer! Ya ha sucumbido tu amante, y se acerca tu última hora. Voy á buscarte, borrando de mi corazon hasta el último recuerdo de tus hechizos y de la luz de tus ojos. Sangre de tu torpe corazon ha de purificar nuestro lecho mancillado por tí.
(Se va.)
(Salen Ludovico y Graciano.)
CASIO
¿Dónde está la ronda? ¿Nadie acude? ¡Favor! ¿Por qué no prendeis al asesino?
GRACIANO
¡Oh qué desgracia! ¡Qué espanto causan en mí esas voces!
CASIO
¡Ayuda!
LUDOVICO
¡Silencio!
RODRIGO
¡Infame!
LUDOVICO
Oigo los gemidos de dos ó tres personas. ¡Infausta noche! ¿Será alguna zalagarda? Procedamos con cautela. ¿Quién se arroja á darles auxilio sin la ronda?
RODRIGO
Socorredme, que me desangro.
LUDOVICO
¿No lo oyes?
(Sale Yago en cuerpo y con una luz.)
GRACIANO
Ahí viene un hombre medio desnudo, con armas y luz.
YAGO
¿Quién es? ¿Quién grita «asesino»?
LUDOVICO
No lo sabemos.
YAGO
¿No habeis oido voces?
CASIO
¡Favor de Dios! ¡Por aquí, por aquí!
YAGO
¿Qué sucede?
GRACIANO
Si no me equivoco, es la voz del alférez de Otelo.
LUDOVICO
No tiene duda. Y es Valentin tu mancebo.
YAGO
¿Quién eres tú que tan amargamente te quejas?
CASIO
Yago, me han acometido unos asesinos, dame favor.
YAGO
¡Dios mio! ¡Mi teniente! ¿Quién os ha puesto de esa manera?
CASIO
Uno de ellos está herido cerca de mí, y no puede huir.
YAGO
¡Villanos, alevosos! ¿Quién sois? ¡Favor, ayuda!
RODRIGO
¡Favor, Dios mio!
CASIO
Uno de ellos es aquel.
YAGO
¡Traidor, asesino! (Saca el puñal y hiere á Rodrigo.)
RODRIGO
¡Maldito Yago! ¡Perro infernal!
YAGO
¡Asaltarle de noche y á traicion! ¡Bandidos! ¡Qué silencio, qué soledad! ¡Muerte! ¡Socorro! ¿Y vosotros veniais de paz ó en son de combate?
LUDOVICO
Por nuestros hechos podeis conocerlo.
YAGO
¡Ilustre Ludovico!
LUDOVICO
El mismo soy.
YAGO
Perdon os pido. Ahí yace Casio á manos de traidores.
GRACIANO
¡Casio!
YAGO
¿Qué tal, hermano?
CASIO
Tengo herida la pierna.
YAGO
¡No lo quiera Dios! ¡Luz, luz! Yo vendaré las heridas con mi ropa.
(Sale Blanca.)
BLANCA
¿Qué pasa? ¿Qué voces son esas?
YAGO
¿De quién son las voces?
BLANCA
¡Casio, mi amado Casio, mi dulce Casio!
YAGO
¡Ramera vil! Amigo Casio, ¿y ni áun sospechais quién pudo ser el agresor?
CASIO
Lo ignoro.
GRACIANO
¡Cuánto me duele veros así! Venia á buscaros.
YAGO
¡Dadme una venda! Gracias. ¡Oh si yo tuviera una silla de manos, para llevarle á casa!
BLANCA
¡Ay que pierde el sentido! ¡Casio, mi dulce Casio!
YAGO
Amigos mios, yo tengo mis recelos de que esta jóven tiene parte no escasa en el delito. Esperad un momento. Que traigan luces, á ver si podremos conocer al muerto. ¡Amigo y paisano mio, Rodrigo! ¡No, no es! Sí, sí, ¡Rodrigo! ¡Qué suceso más extraño!
GRACIANO
¿Rodrigo el de Venecia?
YAGO
El mismo, caballero. ¿Le conociais vos?
GRACIANO
Ya lo creo que le conocia.
YAGO
¡Amigo Graciano! perdonadme. Con este lance estoy tan turbado que no sé lo que me sucede.
GRACIANO
Mucho me place el veros.
YAGO
¿Cómo os sentís, Casio? ¡Que traigan una silla de manos!
GRACIANO
¡Rodrigo!
YAGO
No cabe duda que es él. Lo deploro. Venga la litera. Llevadle despacio á casa de alguna persona caritativa. Me iré á llamar al médico de Otelo. No tengais cuidado, señora. El desdichado que ahí yace muerto, fué muy amigo mio. ¿Cuál seria la causa de la pendencia?
CASIO
Ciertamente que no lo sé. Ni siquiera le conozco.
YAGO
(A Blanca.) ¿Perdeis el color? Retirad el cadáver. No me abandoneis, caballeros. Mucho palideceis, señora mia. ¿No veis qué asustada y sin sosiego está? Creo que ella podria decirnos algo. Miradla, miradla de espacio. ¿No lo advertis, caballeros? La lengua calla, pero la conciencia habla á gritos.
(Sale Emilia.)
EMILIA
¿Qué pasa? ¡Ay, esposo mio!
YAGO
A traicion han acometido á Rodrigo. Algunos se han escapado. Él queda muerto y Casio herido.
EMILIA
¡Infeliz Casio! ¡Pobre caballero!
YAGO
¡Fruto natural de la vida que él traia! Véte, Emilia, y pregunta á Casio dónde cenó esta noche. (A Blanca.) ¿Por qué temblais, señora?
BLANCA
En mi casa cenó, pero no tiemblo por eso.
YAGO
¿Con que en tu casa? Pues ven conmigo.
EMILIA
¡Mala mujer, ramera!
BLANCA
Soy tan honrada como vos. No me insulteis.
EMILIA
¡Tan honrada como yo! ¡Perdida!
YAGO
Vamos á cuidar de Casio, amigos mios. Señora, venid, que pronto hablareis de otra manera. Emilia, véte á toda prisa al castillo, refiéreselo todo al moro y á Desdémona. Venid conmigo. (Aparte.) Esta noche será la de mi felicidad ó la de mi ruina.
(Se van.)
ESCENA II
Alcoba en el castillo
DESDÉMONA dormida. Á su lado una luz. Sale OTELO
OTELO
Con razon lo hago, con razon ¡alma mia! No os lo quiero contar, castas estrellas. Tampoco quiero derramar la sangre de ella, ni ajar su cútis más blanco que la nieve, y más tierno que mármol sepulcral. Y con todo eso, tengo que matarla, para que no engañe á otros hombres. Apagaré esta luz… y luego aquella. Si apago esta luz y luego me arrepiento, puedo volver á encenderla, pero si te apago á tí, luz clarísima, primor y ejemplar de la naturaleza, ¿dónde hallaré el fuego de Prometeo, para volverte á dar la vida? Si arranco la flor de su tallo, ¿cómo he de restituirla su frescura y lozanía? Necesario es que se marchite. Quiero respirar por la última vez su deleitoso aroma. (La besa.) ¡Oh regalado aliento de su boca, casi bastas para arrancar el hierro de la mano de la justicia! Otro beso y nada más. ¡Quédate así, cuando yo te mate: que muerta y todo te he de amar! Otro beso, el último. Nunca le hubo más delicioso ni más fatal: lloremos. Mi llanto es feroz, y mi ira es como la de Dios, que hiere donde más ama. Ahora se despierta.
DESDÉMONA
(Despertándose.) ¿Eres tú, Otelo?
OTELO
Yo soy, Desdémona.
DESDÉMONA
Esposo mio, ¿quieres descansar?
OTELO
¿Has rezado esta noche, Desdémona?
DESDÉMONA
Sí.
OTELO
Pues pide á Dios perdon, si te acuerdas de algun crímen, que Dios no te haya perdonado todavía.
DESDÉMONA
¡Dios mio! ¿Qué me quieres decir, esposo?
OTELO
Hazlo, y pronto. Yo me alejaré entre tanto. No quiero que mueras sin confesion. No quiero condenar tu alma.
DESDÉMONA
¿Qué? ¿Quieres matarme?
OTELO
Sí, por cierto.
DESDÉMONA
¡Perdon, Dios mio!
OTELO
¡Así sea! Dilo con todas las fuerzas de tu alma.
DESDÉMONA
Tú que así hablas no puedes matarme.
OTELO
¿Qué?
DESDÉMONA
Con todo eso, te tiemblo. Tu mirada me aterra. Y no sé por qué es mi temor, pues de ningun crímen me reconozco culpable. Y sin embargo, tiemblo.
OTELO
Acuérdate de tus pecados.
DESDÉMONA
Será el amor que te profeso.
OTELO
Por ese amor te mato.
DESDÉMONA
¿Matarme porque te amo? ¡Oh indigna muerte! ¿Por qué te muerdes los labios? ¡Ciega pasion te descamina! Agüeros son de mal suceso; pero yo espero que no me amenazan á mí.
OTELO
¡Calla, calla!
DESDÉMONA
Sí callaré, ¿pero qué pasa?
OTELO
¿Tú diste á Casio aquel pañuelo, regalo mio y que yo tanto apreciaba?
DESDÉMONA
¡No, te lo juro por mi vida! Pregúntaselo á él.
OTELO
No jures en falso, amada mia, que ya estás en el tálamo de la muerte.
DESDÉMONA
¿Tan pronto?
OTELO
En seguida. Confiesa, pues, tus culpas, una por una, que aunque las niegues con los más firmes juramentos, no has de disminuir en un ápice mi firme conviccion. De todas maneras, morirás.
DESDÉMONA
Entonces, Dios tenga compasion de mí.
OTELO
Así sea.
DESDÉMONA
Y tenla tú tambien. Jamas te falté, ni áun de pensamiento. Nunca puse mi corazon en Casio ni le dí prenda alguna de amor. Quísele sólo con la amistad que Dios aprueba.
OTELO
¡Dios mio! ¡Y yo que he visto el pañuelo en sus manos! ¡Tú quieres volverme loco, y hacer que trueque en asesinato lo que quiero que sea sacrificio! Yo he visto el pañuelo.
DESDÉMONA
Él lo encontró en el suelo. Yo no se le dí. Que él venga y nos declare la verdad.
OTELO
Ya la ha confesado.
DESDÉMONA
¿Y qué confesó?
OTELO
Que alcanzó favores tuyos.
DESDÉMONA
¿Ilícitos?
OTELO
Sí.
DESDÉMONA
Falso. No lo repetirá delante de mí.
OTELO
No, porque Yago le ha cerrado la boca.
DESDÉMONA
¡Ah! Tiemblo. ¿Casio ha muerto?
OTELO
¡Ojalá hubiera tenido tantas vidas como cabellos, para que mi venganza las hubiera devorado una por una!
DESDÉMONA
¡Calumnia, calumnia atroz, que nos ha perdido!
OTELO
¡Infame! ¿Y te atreves á llorarle delante de mí?
DESDÉMONA
¡Esposo mio, destiérrame de tu presencia, pero no me mates!
OTELO
Apártate, vil adúltera.
DESDÉMONA
Déjame vivir siquiera esta noche. Mátame mañana.
OTELO
¿Aún te defiendes?
DESDÉMONA
Siquiera una hora de vida.
OTELO
La hora inevitable ha llegado.
DESDÉMONA
Dejadme rezar una oracion.
OTELO
Ya es tarde. (La estrangula.)
EMILIA
(Dentro.) ¡Abrid, señor, abrid!
OTELO
¿Quién llama? ¿Estará muerta del todo? En medio de todo, la tengo lástima, y no quiero alargar su agonía.
EMILIA
(Dentro.) ¡Abrid, señor!
OTELO
¿Quién es?
EMILIA
(Dentro.) Señor, dejadme deciros dos palabras.
OTELO
Es Emilia. – Voy á abrirla. – Ya ha muerto Desdémona. – ¿Vendrá Emilia á contarme la muerte de Casio? – Aquí era el ruido. – Está inmóvil, yerta como la losa de un sepulcro. – ¿Abriré? ¿Será una imprudencia? – ¡Me parece que se mueve! – No es nada. – ¿Qué haré? Si entra, preguntará por mi mujer. ¡Mi mujer, mi mujer! – ¿Y quién es mi mujer? Yo no la tengo. ¡Hora tristísima! ¡Ojalá hubiese ahora un eclipse de sol y de luna, y se abriera el centro de la tierra!
EMILIA
¡Abrid, señor! Que es muy importante lo que tengo que deciros.
OTELO
Ya no me acordaba de tí, Emilia. Entra, pero despacio. Voy á cerrar las cortinas del lecho. (Abre la puerta.) (A Emilia.) ¿Qué nuevas traes? Dímelas.
EMILIA
Señor, cerca de aquí acaban de matar á uno.
OTELO
En este instante.
EMILIA
Ahora mismo.
OTELO
Influjos son de la luna, que anda ahora muy cerca de la tierra, y hace sentir aquí sus efectos.
EMILIA
Casio ha dado muerte á un mancebo veneciano llamado Rodrigo.
OTELO
¿Muerto Rodrigo? Y Casio muerto tambien.
EMILIA
No. Casio no ha muerto.
OTELO
¡Casio no ha muerto! Entonces ese homicidio, lejos de serme grato, me es aborrecible.
DESDÉMONA
¡Oh muerte cruel!
EMILIA
¿Qué grito ha sonado?
OTELO
¿Grito? ¿Dónde?
EMILIA
Grito de mi señora. Amparadme, por Dios. Decidme algo, señora, amada Desdémona.
OTELO
Muere sin culpa.
EMILIA
¿Y quién la mató?
DESDÉMONA
Nadie. Yo me maté. Que Otelo me conserve en su recuerdo. Adios, esposo mio.
OTELO
¿Pues cómo ha muerto?
EMILIA
¿Quién lo sabe?
OTELO
Ya has oido que ella misma dice que yo no fuí.
EMILIA
Vos fuisteis. Y es preciso que digais la verdad.
OTELO
Por la mentira se ha condenado y baja al infierno. Yo la maté.
EMILIA
¡Ella era un ángel, vos sois un demonio!
OTELO
Ella fué pecadora y adúltera.
EMILIA
La estais calumniando infame y diabólicamente.
OTELO
Fué falsa y mudable como el agua que corre.
EMILIA
Y tú violento y rápido como el fuego. Siempre te guardó fidelidad, y fué tan casta como los ángeles del cielo.
OTELO
Casio gozó de su amor. Que te lo cuente tu marido. ¡Oh, mereceria yo pagar mi necio crímen en lo más hondo del infierno, si antes de arrojarme á la venganza, no hubiera examinado bien la justicia de los motivos! Yago lo averiguó.
EMILIA
¿Mi marido?
OTELO
Tu marido.
EMILIA
¿Él averiguó que Desdémona te habia sido infiel?
OTELO
Sí, con Casio. Y si no me hubiera sido traidora, te juro que no la hubiera trocado ni por un mundo que el cielo hubiese fabricado para mí de un crisólito íntegro y sin mancha.
EMILIA
¡Mi marido!
OTELO
Él me lo descubrió todo. Es hombre de bien, y aborrece toda infamia y torpeza.
EMILIA
¡Mi marido!
OTELO
¿Por qué repites tanto: «mi marido»?
EMILIA
¡Ay pobre señora mia, cómo la maldad se burla del amor! ¡Qué negra iniquidad! ¿Y mi marido te dijo que ella habia sido infiel?
OTELO
Sí, tu marido. ¿Lo entiendes bien ahora? Yago, mi fiel amigo Yago.
EMILIA
Pues si tales cosas te ha dicho, consúmase su alma, un átomo cada dia. ¡Ha mentido como un infame! Bien deseaba el puesto que tan caro ha comprado.
OTELO
¡Por Dios vivo!..
EMILIA
Puedes matarme: será un hecho tan indigno de memoria como lo eres tú.
OTELO
Debias callar.
EMILIA
Áun mayor que tu poder es mi valor. ¡Necio, más estúpido que el polvo de la tierra! ¡Vaya una bravata! Me rio de tu acero. Voy á contar á gritos quién eres, aunque me cueste la vida y cien vidas. ¡Socorro, que el moro ha asesinado á mi señora! ¡Socorro!
MONTANO
¿Qué pasa, general?
EMILIA
¿Ahí estás, Yago? ¡Qué habilidad tienes! ¡Dejar que un infame te acuse para disculpar sus crímenes!
GRACIANO
¿Pero qué ha pasado?
EMILIA
Si eres hombre, desmiéntele. Él cuenta que tú le dijiste que su mujer le era infiel. Yo sé bien que no lo has dicho, porque no eres tan malvado. Habla, respóndele, que el corazon quiere saltárseme.
YAGO
Le dije lo que yo tenia por cierto, y lo que luego él ha averiguado.
EMILIA
¿Y tú le dijiste que mi señora no era honrada?
YAGO
Sí que se lo dije.
EMILIA
Pues dijiste una mentira odiosa, infernal y diabólica. ¡Poder de Dios! ¿Y le dijiste que era infiel con Casio, con Casio?
YAGO
Sí, con Casio. Cállate, mujer.
EMILIA
No he de callar. Es necesario que yo hable. Mi pobre señora yace muerta en su lecho.
TODOS
¡No lo consienta Dios!
EMILIA
Y tus delaciones son causa de su muerte.
OTELO
No os asombreis, señores. Así ha sucedido.
GRACIANO
¡Horrenda verdad!
MONTANO
¡Espantoso crímen!
EMILIA
Aquí se esconde alguna infernal añagaza… Y empiezo á sospechar… ¡Ah, sí: ya caigo!.. Lo que siempre recelé… ¡Infame! ¡Me ahoga la ira! ¡Oh trama inicua!
YAGO
¿Estás loca? Véte á casa. Te lo mando.
EMILIA
Caballeros, dejadme hablar. Otra vez le obedeceré, no ahora. Y quizá nunca volveré á tu casa, Yago.
OTELO
¡Ay! ¡Ay!
EMILIA
¿Al fin lo sientes? Ruge, ruge. Has asesinado á la más santa y hermosa criatura que ha visto nunca la luz del sol.
OTELO
(Levantándose.) ¡Fué adúltera! No os habia conocido, tio. (A Graciano.) Ahí teneis muerta á vuestra sobrina, y muerta á mis manos. Sé que esto os parecerá horrible…
GRACIANO
¡Pobre Desdémona! Cuán feliz es tu padre en haber pasado ya de esta vida. Tu boda le mató: el pesar de ella bastó á cortar el hilo de sus dias. Pero si hoy viviera, y la viese muerta, pienso que habia de maldecir hasta de su ángel de guarda, provocando la indignacion del cielo.
OTELO
¡Qué dolor! Pero Yago sabe que ella mil veces se entregó á Casio. El mismo Casio lo confesaba, y ademas recibió de ella, en pago de su amor, el pañuelo, el regalo nupcial que yo le hice, un pañuelo que mi padre habia dado á mi madre. Yo mismo le he visto en manos de Casio.
EMILIA
¡Dios poderoso! ¡Dios de bondad!
YAGO
¡Calla, te digo!
EMILIA
No: no puedo callar, no quiero. Hablaré libre como el viento, aunque me condenen Dios y los hombres y el infierno. No callaré: debo hablar.
YAGO
No digas locuras. A casa, á casa.
EMILIA
Jamas iré. (Yago la amenaza.)
GRACIANO
¿Qué? ¿La espada sacais contra una débil mujer?
EMILIA
¡Perverso Otelo! Yo encontré aquel pañuelo: yo misma se le dí á mi marido, porque con muchas instancias me habia pedido que lo robara.
YAGO
¡Infame prostituta!
EMILIA
¿Que ella se lo dió á Casio? No: ¡si le encontré yo, y se le dí á mi marido!
YAGO
Mientes, malvada.
EMILIA
No miento, no. Caballeros, no miento. ¡Bestia cruel! ¡Estúpido! ¿Cómo habias tú de poder contra esa santa?
OTELO
¡Monstruo! ¿No hay rayos en el cielo, ó es que el trueno se los apropió todos? (Se arroja sobre Yago, pero este hiere á Emilia y huye.)
GRACIANO
Sin duda ha muerto á su mujer.
EMILIA
Sí: muerta soy: colocadme al lado de mi ama.
GRACIANO
Él ha huido dejándola muerta.
MONTANO
¡Infame asesino! Toma tú esta espada que he quitado de manos del moro. Guardad la puerta: no le dejeis salir, aunque sea preciso matarle. Yo iré detras de ese malvado, el más abominable de cuantos existen en el mundo.
(Vanse Montano y Graciano.)
OTELO
Hasta el valor he perdido: un niño podria desarmarme. Pero ¿qué importa? ¡Vaya con la virtud la honra! ¡Húndase todo!
EMILIA
Quiero acordarme de las palabras de tu canto, señora mia, óyeme, si es que aún tienes oidos. Moriré cantando como el cisne:
Cantad el sauce, y su verdor cantad.
Moro: ella fué honesta.
Moro: ella te amaba.
Verdad es: así yo me salve. Muero diciendo la verdad. Muero. (Cae.)
OTELO
Otra arma tengo aquí: una hoja española, reciamente templada en las aguas del Tajo. Ahora es cuando debo desnudarla, amado tio.
GRACIANO
(Dentro.) Vana empresa será el defenderte: no tienes armas, has de ceder.
OTELO
Entra, y óyeme, ó embestiré desnudo como estoy.
(Sale Graciano.)
GRACIANO
¿Qué sucede?
OTELO
Espada tengo, la mejor que ciñó ningun guerrero: esta hoja y este brazo han allanado obstáculos veinte veces mayores que tu resistencia. Pero ¡qué insensato alarde! ¿Quién lidia contra la fortuna? Todo ha cambiado: no me temes aunque me ves con armas. Este es el término de mi viaje, la bahía y el puerto. ¿Te retiras tembloroso? ¿A qué ese miedo? Aunque ataques á Otelo con una débil caña, Otelo cederá. ¿Y á dónde ha de ir Otelo? Déjame ver tu rostro por última vez, infeliz esposa mia. Tan pálido está como tu vestidura. Cuando los dos comparezcamos ante el tribunal divino, esa mirada tuya bastará á arrojar mi alma del cielo, y los demonios harán presa en ella con sus uñas. ¡Ay de mí, siervo del pecado! ¡Furias, arrojadme del cielo con vuestros azotes! Demonios, arrastradme en vuestro gran torbellino, hacedme hervir en azufre ó en pilas de hirviente metal. ¡Desdémona, Desdémona!
(Salen Ludovico, Montano, Casio herido, y Yago preso.)
LUDOVICO
¿Dónde está este infeliz temerario?
OTELO
Aquí teneis al que fué Otelo.
LUDOVICO
¿Dónde ese basilisco, ese horrible Yago?
OTELO
¡Lástima que seas demonio, porque no podré matarte! (Le hiere.)
LUDOVICO
Desarmadle.
YAGO
Me has herido, pero no de muerte.
OTELO
Y no lo siento. Quiero que vivas, porque el morir es una dicha.
LUDOVICO
Otelo, tú que antes fuiste tan bueno y generoso, ¿cómo has caido en los lazos de este traidor artero? ¿Qué dirán de tí?
OTELO
Cuanto quieran, si así lo creeis; seré un delincuente honrado. Por honor la maté, no por odio.
LUDOVICO
En parte ya ha confesado su crímen. ¿Los dos concertasteis la muerte de Casio?
OTELO
Sí.
CASIO
Y sin razon ninguna.
OTELO
Téngolo por cierto y te pido perdon. Preguntad á ese demonio, qué motivo le pudo inducir á infernar de ese modo mi cuerpo y mi alma.
YAGO
No me pregunteis nada, no he de responder. Todo lo sabeis. Desde ahora no he de hablar.
LUDOVICO
¿Ni siquiera para rezar?
GRACIANO
El tormento te obligará á mover la lengua.
OTELO
Bien harás.
LUDOVICO
Sabedlo todo, pues aún hay algo que no ha llegado á vuestra noticia. En el bolsillo de Rodrigo se han encontrado dos cartas. Una de ellas explica cómo Rodrigo se encargó de dar muerte á Casio.
OTELO
¡Cobarde!
CASIO
¡Infame!
LUDOVICO
La otra carta contiene mil quejas contra Yago, pero se conoce que antes de enviarle Rodrigo la carta, encontró á Yago, y éste resolvió todas sus dudas y le decidió á lo que hizo.
OTELO
¡Perro traidor! ¿Y cómo llegó á tus manos, Casio, aquel pañuelo de mi mujer?
CASIO
Le hallé en mi aposento, y él mismo acaba de confesar que le dejó allí con este intento.
OTELO
¡Necio, mentecato!
CASIO
En la misma carta le echa en cara Rodrigo, entre otras mil acusaciones, el haberle excitado en el cuerpo de guardia á que riñese conmigo, de cuya riña resultó el perder yo mi empleo. Y él ha dicho antes de morir que Yago le acusó y le hirió.
LUDOVICO
Necesario es que vengais con nosotros sin demora. El gobierno queda en manos de Casio. Y en cuanto á Yago creed que si hay algun tormento que pueda hacerle padecer eternamente sin matarle, á él se aplicará. Vos estareis preso, hasta que sentencie vuestra causa el Senado de Venecia.
OTELO
Oidme una palabra, nada más, y luego os ireis. He servido bien y lealmente á la República, y ella lo sabe, pero no tratemos de eso. Sólo os pido por favor una cosa: que cuando en vuestras cartas al Senado refirais este lastimoso caso, no trateis de disculparme, ni de agravar tampoco mi culpa. Decid que he sido un desdichado: que amé sin discrecion y con furor, que aunque tardo en recelar, me dejé arrastrar como loco por la corriente de los celos: decid que fuí tan insensato como el indio que arroja al lodo una pieza preciosa que vale más que toda su tribu. Decid que mis ojos que antes no lloraban nunca, han destilado luego largo caudal de lágrimas, como destilan su balsámico jugo los árboles de Arabia. Contádselo todo así, y decid tambien que un dia que en Alepo un turco puso la mano en un veneciano, ultrajando la majestad de la República, yo agarré del cuello á aquel perro infiel y le maté así. (Se hiere.)
LUDOVICO
¡Lastimosa muerte!
GRACIANO
Vanas fueron nuestras palabras.
OTELO
Esposa mia, quise besarte antes de matarte. Ahora te beso, y muero al besarte. (Muere.)
CASIO
Yo lo recelé, porque era de alma muy generosa, pero creí que no tenia armas.
LUDOVICO
¡Perro ladron, más crudo y sanguinario que la muerte misma, más implacable que el mar alborotado! ¡Mira, mira los dos cadáveres que abruman ese lecho! Gózate en tu obra, cuyo solo espectáculo basta para envenenar los ojos. Cubrid el cadáver: haced guardar la casa, Graciano. Haced inventario de los bienes del moro. Sois su heredero. Y á vos, gobernador, incumbe el castigar á este perro sin ley, fijando el modo y la hora del tormento. Y ¡que sea cruel, muy cruel! Yo con lágrimas en los ojos voy á llevar á Venecia la relacion del triste caso.