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ACTO II
ESCENA PRIMERA
Sala en la quinta de Pórcia
Salen el PRÍNCIPE DE MARRUECOS y su servidumbre: PÓRCIA, NERISSA y sus doncellas
EL PRÍNCIPE
No os enoje, bella Pórcia, mi color moreno, hijo del sol ardiente bajo el cual nací. Pero venga el más rubio de los hijos del frio Norte, cuyo hielo no deshace el mismo Apolo: y ábranse juntamente, en presencia vuestra, las venas de uno y otro, á ver cuál de los dos tiene más roja la sangre. Señora, mi rostro ha atemorizado á los más valientes, y juro por el amor que os tengo que han suspirado por él las doncellas más hermosas de mi tierra. Sólo por complaceros, dulce señora mia, consintiera yo en mudar de semblante.
PÓRCIA
No es sólo capricho femenil quien me aconseja y determina: mi eleccion no depende de mi albedrío. Pero si mi padre no me hubiera impuesto una condicion y un freno, mandándome que tomase por esposo á quien acertara el secreto que os dije, tened por seguro, ilustre príncipe, que os juzgaria tan digno de mi mano como á cualquier otro de los que la pretenden.
EL PRÍNCIPE
Mucho os lo agradece mi corazon. Mostradme las cajas: probemos el dudoso empeño. ¡Juro, señora, por mi alfanje, matador del gran Sofí y del príncipe de Persia, y vencedor en tres batallas campales de todo el poder del gran Soliman de Turquía, que con el relámpago de mis ojos haré bajar la vista al hombre más esforzado, desafiaré á mortífera lid al de más aliento, arrancaré á la osa ó á la leona sus cachorros, sólo por lograr vuestro amor! Pero ¡ay! si el volver de los dados hubiera de decidir la rivalidad entre Alcides y Licas, quizá el fallo de la voluble diosa seria favorable al de menos valer, y Alcides quedaria siervo del débil garzon. Por eso es fácil que, entregada mi suerte á la fortuna, venga yo á perder el premio, y lo alcance otro rival que lo merezca mucho menos.
PÓRCIA
Necesario es sujetarse á la decision de la suerte. O renunciad á entrar en la prueba, ó jurad antes que no dareis la mano á otra mujer alguna si no salis airoso del certámen.
EL PRÍNCIPE
Lo juro. Probemos la ventura.
PÓRCIA
Ahora á la iglesia, y luego al festin. Despues entrareis en la dudosa cueva. Vamos.
EL PRÍNCIPE
¿Qué me dará la fortuna: eterna felicidad ó triste muerte?
ESCENA II
Una calle de Venecia
Sale LANZAROTE GOBBO
LANZAROTE
¿Por qué ha de remorderme la conciencia cuando escapo de casa de mi amo el judío? Viene detras de mí el diablo gritándome: «Gobbo, Lanzarote Gobbo, buen Lanzarote, ó buen Lanzarote Gobbo, huye, corre á toda prisa.» Pero la conciencia me responde: «No, buen Lanzarote, Lanzarote Gobbo, ó buen Lanzarote Gobbo, no huyas, no corras, no te escapes;» y prosigue el demonio con más fuerza: «Huye, corre, aguija, ten ánimo, no te detengas.» Y mi conciencia echa un nudo á mi corazon, y con prudencia me replica: «Buen Lanzarote, amigo mio, eres hijo de un hombre de bien…» ó más bien, de una mujer de bien, porque mi padre fué algo inclinado á lo ajeno. É insiste la conciencia: «Detente, Lanzarote.» Y el demonio me repite: «Escapa.» La conciencia: «No lo hagas.» Y yo respondo: «Conciencia, ¡son buenos tus consejos!.. Diablo, tambien los tuyos lo son.» Si yo hiciera caso de la conciencia, me quedaria con mi amo el judío, que es, despues de todo, un demonio. ¿Qué gano en tomar por señor á un diablo en vez de otro? Mala debe de ser mi conciencia, pues me dice que guarde fidelidad al judío. Mejor me parece el consejo del demonio. Ya te obedezco y echo á correr.
(Sale el viejo Gobbo.)
GOBBO
Decidme, caballero: ¿por dónde voy bien á casa del judío?
LANZAROTE
Es mi padre en persona; pero como es corto de vista más que un topo, no me distingue. Voy á darle una broma.
GOBBO
Decidme, jóven, ¿dónde es la casa del judío?
LANZAROTE
Torced primero á la derecha: luego á la izquierda: tomad la callejuela siguiente, dad la vuelta, y luego torciendo el camino, topareis la casa del judío.
GOBBO
Á fe mia, que son buenas señas. Difícil ha de ser atinar con el camino. ¿Y sabeis si vive todavía con él un tal Lanzarote?
LANZAROTE
Ah sí, Lanzarote, ¿un caballero jóven? ¿Hablais de ese?
GOBBO
Aquel de quien yo hablo no es caballero, sino hijo de humilde padre, pobre aunque muy honrado, y con buena salud á Dios gracias.
LANZAROTE
Su padre será lo que quiera, pero ahora tratamos del caballero Lanzarote.
GOBBO
No es caballero, sino muy servidor vuestro, y yo tambien.
LANZAROTE
Ergo, oidme por Dios, venerable anciano… ergo hablais del jóven Lanzarote.
GOBBO
De Lanzarote sin caballero, por más que os empeñeis, señor.
LANZAROTE
Pues sí, del caballero Lanzarote. Ahora bien, no pregunteis por ese jóven caballero, porque en realidad de verdad, el hado, la fortuna ó las tres inexorables Parcas le han quitado de en medio, ó dicho en términos más vulgares, ha muerto.
GOBBO
¡Dios mio! ¡Qué horror! Ese niño que era la esperanza y el consuelo de mi vejez.
LANZAROTE
¿Acaso tendré yo cara de báculo, arrimo ó cayado? ¿No me conoces, padre?
GOBBO
¡Ay de mí! ¿qué he de conoceros, señor mio? Pero decidme con verdad qué es de mi hijo, si vive ó ha muerto.
LANZAROTE
Padre, ¿pero no me conoces?
GOBBO
No, caballero; soy corto de vista: perdonad.
LANZAROTE
Y aunque tuvieras buena vista, trabajo te habia de costar conocerme, que nada hay más difícil para un padre que conocer á su verdadero hijo. Pero en fin, yo os daré noticias del pobre viejo. (Se pone de rodillas.) Dame tu bendicion: siempre acaba por descubrirse la verdad.
GOBBO
Levantaos, caballero. ¿Qué teneis que ver con mi hijo Lanzarote?
LANZAROTE
No más simplezas: dame tu bendicion. Soy Lanzarote, tu hijo, un pedazo de tus entrañas.
GOBBO
No creo que seas mi hijo.
LANZAROTE
Eso vos lo sabeis, aunque no sé qué pensar; pero en fin, conste que soy Lanzarote, criado del judío, y que mi madre se llama Margarita, y es tu mujer.
GOBBO
Tienes razon: Margarita se llama. Luego, si eres Lanzarote, estoy seguro de que eres mi hijo. ¡Pero qué barbas, más crecidas que las cerdas de la cola de mi rocin! ¡Y qué semblante tan diferente tienes! ¿Qué tal lo pasas con tu amo? Llevo por él un regalo.
LANZAROTE
No está mal. Pero yo no pararé de correr hasta verme en salvo. No hay judío más judío que mi amo. Una cuerda para ahorcarle, y ni un regalo merece. Me mata de hambre. Dame ese regalo, y se lo llevaré al señor Basanio. ¡Ese sí que da flamantes y lucidas libreas! Si no me admite de criado suyo, seguiré corriendo hasta el fin de la tierra. Pero ¡felicidad nunca soñada! aquí está el mismísimo Basanio. Con él me voy, que antes de volver á servir al judío, me haria judío yo mismo.
(Salen Basanio, Leonardo y otros.)
BASANIO
Haced lo que tengais que hacer, pero apresuraos: la cena para las cinco. Llevad á su destino estas cartas, apercibid las libreas. A Graciano, que vaya luego á verme á mi casa.
(Se va un criado.)
LANZAROTE
Padre, acerquémonos á él.
GOBBO
Buenas tardes, señor.
BASANIO
Buenas. ¿Qué se os ofrece?
GOBBO
Señor, os presento á mi hijo, un pobre muchacho.
LANZAROTE
Nada de eso, señor: no es un pobre muchacho, sino criado de un judío opulentísimo, y ya os explicará mi padre cuáles son mis deseos.
GOBBO
Tiene un empeño loco en serviros.
LANZAROTE
Dos palabras: sirvo al judío… y yo quisiera… mi padre os lo explicará.
GOBBO
Su amo y él (perdonad, señor, si os molesto) no se llevan muy bien que digamos.
LANZAROTE
Lo cierto es que el judío me ha tratado bastante mal, y esto me ha obligado… pero mi padre que es un viejo prudente y honrado, os lo dirá.
GOBBO
En esta cestilla hay un par de pichones, que quisiera regalar á vuestra señoría. Y pretendo…
LANZAROTE
Dos palabras: lo que va á decir es impertinente al asunto… El, al fin, es un pobre hombre, aunque sea mi padre.
BASANIO
Hable uno solo, y entendámonos. ¿Qué quereis?
LANZAROTE
Serviros, caballero.
GOBBO
Ahí está, señor, todo el intríngulis del negocio.
BASANIO
Ya te conozco, y te admito á mi servicio. Tu amo Sylock te recomendó á mi hace poco, y no tengas esto por favor, que nada ganas en pasar de la casa de un hebreo opulentísimo á la de un arruinado caballero.
LANZAROTE
Bien dice el refran: mi amo tiene la hacienda, pero vuestra señoría la gracia de Dios.
BASANIO
No has hablado mal. Véte con tu padre: dí adios á Sylock, pregunta las señas de mi casa. (Á los criados.) Ponedle una librea algo mejor que las otras. Pronto.
LANZAROTE
Vámonos, padre. ¿Y dirán que no sé abrirme camino, y que no tengo lindo entendimiento? ¿Á qué no hay otro en toda Italia que tenga en la palma de la mano rayas tan seguras y de buen agüero como estas? (Mirándose las manos.) ¡Pues no son pocas las mujeres que me están reservadas! Quince nada menos: once viudas y nueve doncellas… bastante para un hombre solo. Y ademas sé que he de estar tres veces en peligros de ahogarme y que he de salir bien las tres, y que estaré á punto de romperme la cabeza contra una cama. ¡Pues no es poca fortuna! Dicen que es diosa muy inconsecuente, pero lo que es conmigo, bien amiga se muestra.
(Vanse Lanzarote y Gobbo.)
BASANIO
No olvides mis encargos, Leonardo amigo. Compra todo lo que te encargué, ponlo como te dije, y vuelve en seguida para asistir al banquete con que esta noche obsequio á mis íntimos. Adios, no tardes.
LEONARDO
No tardaré.
(Sale Graciano.)
GRACIANO
¿Dónde está tu amo?
LEONARDO
Allí está patente.
GRACIANO
¡Señor Basanio!
BASANIO
¿Qué me quereis, Graciano?
GRACIANO
Tengo que dirigiros un ruego.
BASANIO
Tenle por bien acogido.
GRACIANO
Permíteme acompañarte á Belmonte.
BASANIO
Vente, si es forzoso y te empeñas. Pero á la verdad, tú, Graciano, eres caprichoso, mordaz y libre en tus palabras: defectos que no lo son á los ojos de tus amigos, y que están en tu modo de ser, pero que ofenden mucho á los extraños, porque no conocen tu buena índole. Echa una pequeña dósis de cordura en tu buen humor: no sea que parezca mal en Belmonte, y vayas á comprometerme y á echar por tierra mi esperanza.
GRACIANO
Basanio, oye: si no tengo prudencia, si no hablo con recato, limitándome á maldecir alguna que otra vez aparte; si no llevo, con aire mojigato, un libro de devocion en la mano ó el bolsillo: si al dar gracias despues de comer, no me echo el sombrero sobre los ojos, y digo con voz sumisa: «amen»: si no cumplo, en fin, todas las reglas de urbanidad, como quien aprende un papel para dar gusto á su abuela, consentiré en perder tu aprecio y tu cariño.
BASANIO
Allá veremos.
GRACIANO
Pero no te fies de lo que haga esta noche, porque es un caso excepcional.
BASANIO
Nada de eso: haz lo que quieras. Al contrario, esta noche conviene que alardees de ingenio más que nunca, porque mis comensales serán alegres y regocijados. Adios: mis ocupaciones me llaman á otra parte.
GRACIANO
Voy á buscar á Lorenzo y á los otros amigos. Nos veremos en la cena.
ESCENA III
Habitacion en casa de Sylock
JÉSSICA y LANZAROTE
JÉSSICA
¡Lástima que te vayas de esta casa, que sin tí es un infierno! Tú, á lo menos, con tu diabólica travesura la animabas algo. Toma un ducado. Procura ver pronto á Lorenzo. Te será fácil, porque esta noche come con tu amo. Entrégale esta carta con todo secreto. Adios. No quiero que mi padre nos vea.
LANZAROTE
¡Adios! Mi lengua calla, pero hablan mis lágrimas. Adios, hermosa judía, dulcísima gentil. Mucho me temo que algun buen cristiano venga á perder su alma por tí. Adios. Mi ánimo flaquea. No quiero detenerme más, adios.
JÉSSICA
Con bien vayas, amigo Lanzarote.
(Se va Lanzarote.)
¡Pobre de mí! ¿qué crímen habré cometido? Me avergüenzo de tener tal padre, y eso que sólo soy suya por la sangre, no por la fe ni por las costumbres. Adios, Lorenzo, guárdame fidelidad, cumple lo que prometiste, y te juro que seré cristiana y amante esposa tuya.
ESCENA IV
Una calle de Venecia
GRACIANO, LORENZO, SALARINO y SALANIO
LORENZO
Dejaremos el banquete sin ser notados: nos disfrazaremos en mi casa, volveremos dentro de una hora.
GRACIANO
Mal lo hemos arreglado.
SALARINO
Todavía no tenemos preparadas las hachas.
SALANIO
Para no hacerlo bien, vale más no intentarlo.
LORENZO
No son más que las tres. Hasta las seis sobra tiempo para todo.
(Sale Lanzarote.)
¿Qué noticias traes, Lanzarote?
LANZAROTE
Si abris esta carta, ella misma os lo dirá.
LORENZO
Bien conozco la letra, y la mano más blanca que el papel en que ha escrito mi ventura.
GRACIANO
Será carta de amores.
LANZAROTE
Me iré, con vuestro permiso.
LORENZO
¿Á dónde vas?
LANZAROTE
Á convidar al judío, mi antiguo amo, á que cene esta noche con mi nuevo amo, el cristiano.
LORENZO
Aguarda. Toma. Dí á Jéssica muy en secreto, que no faltaré.
(Se va Lanzarote.)
Amigos, ha llegado la hora de disfrazarnos para esta noche. Por mi parte, ya tengo paje de antorcha.
SALARINO
Yo buscaré el mio.
SALANIO
Y yo.
LORENZO
Nos reuniremos en casa de Graciano dentro de una hora.
SALARINO
Allá iremos.
(Vanse Salarino y Salanio.)
GRACIANO
Dime por favor. ¿Esa carta no es de la hermosa judía?
LORENZO
Tengo forzosamente que confesarte mi secreto. Suya es la carta, y en ella me dice que está dispuesta á huir conmigo de casa de su padre, disfrazada de paje. Me dice tambien la cantidad de oro y joyas que tiene. Si ese judío llega á salvarse, será por la virtud de su hermosa hija, tan hermosa como desgraciada por tener de padre á tan vil hebreo. Ven, y te leeré la carta de la bella judía. Ella será mi paje de hacha.
ESCENA V
Calle donde vive Sylock
Salen SYLOCK y LANZAROTE
SYLOCK
Ya verás, ya, la diferencia que hay de ese Basanio al judío. – Sal, Jéssica. – Por cierto que en su casa no devorarás como en la mia, porque tiene poco. – Sal, hija. – Ni te estarás todo el dia durmiendo, ni tendrás cada mes un vestido nuevo. – Jéssica, ven, ¿cómo te lo he de decir?
LANZAROTE
Sal, señora Jéssica.
SYLOCK
¿Quién te manda llamar?
LANZAROTE
Siempre me habiais reñido, por no hacer yo las cosas hasta que me las mandaban.
(Sale Jéssica.)
JÉSSICA
Padre, ¿me llamabais? ¿qué me quereis?
SYLOCK
Hija, estoy convidado á comer fuera de casa. Aquí tienes las llaves. Pero ¿por qué iré á ese convite? Cierto que no me convidan por amor. Será por adulacion. Pero no importa, iré, aunque sólo sea por aborrecimiento á los cristianos, y comeré á su costa. Hija, ten cuidado con la casa. Estoy muy inquieto. Algun daño me amenaza. Anoche soñé con bolsas de oro.
LANZAROTE
No falteis, señor. Mi amo os espera.
SYLOCK
Y yo tambien á él.
LANZAROTE
Y tienen un plan. No os diré con seguridad que vereis una funcion de máscaras, pero puede que la veais.
SYLOCK
¿Funcion de máscaras? Oye, Jéssica. Echa la llave á todas las puertas, y si oyes ruido de tambores ó de clarines, no te pongas á la ventana, ni saques la cabeza á la calle, para ver esas profanidades de los cristianos que se untan los rostros de mil maneras. Tapa, en seguida, todos los oidos de mi casa: quiero decir, las ventanas, para que no penetre aquí ni áun el ruido de semejante bacanal. Te juro por el cayado de Jacob, que no tengo ninguna gana de bullicios. Iré, con todo eso, al convite. Tú delante para anunciarme.
LANZAROTE
Así lo haré. (Aparte á Jéssica.) Dulce señora mia, no dejes de asomarte á la ventana, pues pasará un cristiano que bien te merece.
SYLOCK
¿Qué dirá entre dientes ese malvado descendiente de Agar?
JÉSSICA
No dijo más que adios.
SYLOCK
En el fondo no es malo, pero es perezoso y comilon, y duerme de dia más que un gato montes. No quiero zánganos en mi colmena. Por eso me alegro de que se vaya, y busque otro amo, á quien ayude á gastar en pocos dias su improvisada fortuna. Vé dentro, hija mia. Quizá pueda yo volver pronto. No olvides lo que te he mandado. Cierra puertas y ventanas, que nunca está más segura la joya que cuando bien se guarda: máxima que no debe olvidar ningun hombre honrado.
(Vase.)
JÉSSICA
Mala ha de ser del todo mi fortuna para que pronto no nos encontremos yo sin padre y tú sin hija.
(Se va.)
ESCENA VI
GRACIANO y SALARINO, de máscara
GRACIANO
Á la sombra de esta pared nos ha de encontrar Lorenzo.
SALARINO
Ya es la hora de la cita. Mucho me admira que tarde.
GRACIANO
Sí, porque el alma enamorada cuenta las horas con más presteza que el reloj.
SALARINO
Las palomas de Vénus vuelan con ligereza diez veces mayor cuando van á jurar un nuevo amor, que cuando acuden á mantener la fe jurada.
GRACIANO
Necesario es que así suceda. Nadie se levanta de la mesa del festin con el mismo apetito que cuando se sentó á ella. ¿Qué caballo muestra al fin de la rápida carrera el mismo vigor que al principio? Así son todas las cosas. Más placer se encuentra en el primer instante de la dicha que despues. La nave es en todo semejante al hijo pródigo. Sale altanera del puerto nativo, coronada de alegres banderolas, acariciada por los vientos, y luego torna con el casco roto y las velas hechas pedazos, empobrecida y arruinada por el vendaval.
(Sale Lorenzo.)
SALARINO
Dejemos esta conversacion. Aquí viene Lorenzo.
LORENZO
Amigos: perdon, si os he hecho esperar tanto. No me echeis la culpa: echádsela á mis bodas. Cuando para lograr esposa, tengais que hacer el papel de ladrones, yo os prometo igual ayuda. Venid: aquí vive mi suegro Sylock. (Llama.)
(Jéssica disfrazada de paje se asoma á la ventana.)
JÉSSICA
Para mayor seguridad decidme quién sois, aunque me parece que conozco esa voz.
LORENZO
Amor mio, soy Lorenzo, y tu fiel amante.
JÉSSICA
El corazon me dice que eres mi amante Lorenzo. Dime, Lorenzo, ¿y hay alguno, fuera de tí, que sospeche nuestros amores?
LORENZO
Testigos son el cielo y tu mismo amor.
JÉSSICA
Pues mira: toma esta caja, que es preciosa. Bendito sea el oscuro velo de la noche que no te permite verme, porque tengo vergüenza del disfraz con que oculto mi sexo. Pero al amor le pintan ciego, y por eso los amantes no ven las mil locuras á que se arrojan. Si no, el Amor mismo se avergonzaria de verme trocada de tierna doncella en arriscado paje.
LORENZO
Baja: tienes que ser mi paje de antorcha.
JÉSSICA
¿Y he de descubrir yo misma, por mi mano, mi propia liviandad y ligereza, precisamente cuando me importa más ocultarme?
LORENZO
Bien oculta estarás bajo el disfraz de gallardo paje. Ven pronto, la noche vuela, y nos espera Basanio en su mesa.
JÉSSICA
Cerraré las puertas y recogeré más oro. Pronto estaré contigo.
(Vase.)
GRACIANO
¡Á fe mia que es gentil, y no judía!
LORENZO
¡Maldito sea yo si no la amo! Porque mucho me equivoco, ó es discreta, y ademas es bella, que en esto no me engañan los ojos, y es fiel y me ha dado mil pruebas de constancia. La amaré eternamente por hermosa, discreta y fiel.
(Sale Jéssica.)
Al fin viniste. En marcha, compañeros. Ya nos esperan nuestros amigos.
(Vanse todos menos Graciano.)
(Sale Antonio.)
ANTONIO
¿Quién?
GRACIANO
¡Señor Antonio!
ANTONIO
¿Solo estais, Graciano? ¿y los demas? Ya han dado las nueve, y todo el mundo espera. No habrá máscaras esta noche. El viento se ha levantado ya, y puede embarcarse Basanio. Más de veinte recados os he enviado.
GRACIANO
¿Qué me decis? ¡Oh felicidad! ¡Buen viento! Ya siento ganas de verme embarcado.
ESCENA VII
Quinta de Pórcia en Belmonte
PÓRCIA y el PRÍNCIPE DE MARRUECOS
PÓRCIA
Descorred las cortinas, y enseñad al príncipe los cofres; él elegirá.
EL PRÍNCIPE
El primero es de oro, y en él hay estas palabras: «Quien me elija, ganará lo que muchos desean.» El segundo es de plata, y en él se lee: «Quien me elija, cumplirá sus anhelos.» El tercero es de vil plomo, y en él hay esta sentencia tan dura como el metal: «Quien me elija, tendrá que arriesgarlo todo.» ¿Cómo haré para no equivocarme en la eleccion?
PÓRCIA
En uno de los cofres está mi retrato. Si le encontrais, soy vuestra.
EL PRÍNCIPE
Algun dios me iluminará. Volvamos á leer con atencion los letreros. ¿Qué dice el plomo? «Todo tendrá que darlo y arriesgarlo el que me elija.» ¡Tendrá que darlo todo! ¿Y por qué?.. Por plomo… ¿Aventurarlo todo por plomo? Deslucido premio en verdad. Para aventurarlo todo, hay que tener esperanza de alguna dicha muy grande, porque á un alma noble no la seduce el brillo de un vil metal. En suma, no doy ni aventuro nada por el plomo. ¿Qué dice la plata del blanco cofrecillo? «Quien me elija logrará lo que merece…» Lo que merece… Despacio, Príncipe: pensémoslo bien. Si atiendo á mi conciencia, yo me estimo en mucho. No es pequeño mi valor, aunque quizá lo sea para aspirar á tan excelsa dama. De otra parte, seria poquedad de ánimo dudar de lo que realmente valgo… ¿Qué merezco yo? Sin duda esta hermosa dama. Para eso soy de noble nacimiento y grandes dotes de alma y cuerpo, de fortuna, valor y linaje; y sobre todo la merezco porque la amo entrañablemente. Sigo en mis dudas. ¿Continuaré la eleccion ó me pararé aquí? Voy á leer segunda vez el rótulo de la caja de oro: «Quién me elija logrará lo que muchos desean.» Es claro: la posesion de esta dama: todo el mundo la desea, y de los cuatro términos del mundo vienen á postrarse ante el ara en que se venera su imágen. Los desiertos de Hircania, los arenales de la Libia se ven trocados hoy en animados caminos, por donde acuden innumerables príncipes á ver á Pórcia. No bastan á detenerlos playas apartadas, ni el salobre reino de las ondas que lanzan su espuma contra el cielo. Corren el mar, como si fuera un arroyo, sólo por el ansia de ver á Pórcia. Una de estas cajas encierra su imágen, pero ¿cuál? ¿Estará en la de plomo? Necedad seria pensar que tan vil metal fuese sepulcro de tanto tesoro. ¿Estará en la plata que vale diez veces menos que el oro? Bajo pensamiento seria. Sólo en oro puede engastarse joya de tanto precio. En Inglaterra corre una moneda de oro, con un ángel grabado en el anverso. Allí está sólo grabado, mientras que aquí es el ángel mismo quien yace en tálamo de oro. Venga la llave: mi eleccion está hecha, sea cual fuere el resultado.
PÓRCIA
Tomad la llave, y si en esa caja está mi retrato, seré vuestra esposa.
EL PRÍNCIPE (abriendo el cofre)
¡Por vida del demonio! sólo encuentro una calavera, y en el hueco de sus ojos este papel: «No es oro todo lo que reluce: así dice el refran antiguo: tú verás si con razon. ¡Á cuántos ha engañado en la vida una vana exterioridad! En dorado sepulcro habitan los gusanos. Si hubieras tenido tanta discrecion y buen juicio como valor y osadía, no te hablaria de esta suerte mi hueca y apagada voz. Véte en buen hora, ya que te ha salido fria la pretension.» Sí que he quedado frio y triste. Toda mi esperanza huyó, y el fuego del amor se ha convertido en hielo. Adios, hermosa Pórcia. No puedo hablar. El desencanto me quita la voz. ¡Cuán triste se aleja el que ve marchitas sus ilusiones!
PÓRCIA
¡Oh felicidad! Quiera Dios que tengan la misma suerte todos los que vengan, si son del mismo color que éste.