Kitabı oku: «Sueño En El Pabellón Rojo», sayfa 34

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Capítulo XXXIII

Un hermano celoso difunde infamantes rumores.

Un hijo indigno recibe una paliza terrible.

Después de llamar a la madre de Jinchuan y entregarle los vestidos y algunas horquillas y pendientes, la dama Wang le recomendó que los utilizase para pagar los ritos fúnebres por la muchacha. La desgraciada madre de la difunta hizo un koutou de agradecimiento y abandonó la mansión.

Baoyu, por su parte, se topó con la desgarradora noticia al regresar de su encuentro con Jia Yucun. A los reproches de su madre no pudo objetar nada, y la llegada de Baochai le dio oportunidad para escabullirse. Con las manos en la espalda, la cabeza hundida en el pecho y suspirando, vagó sin rumbo hasta que se encontró en el salón delantero de la mansión. Bordeaba el biombo que hacía de puerta cuando la mala fortuna quiso que tropezara con alguien que, con un grito, le ordenó detenerse.

Sobresaltado, Baoyu levantó la mirada y vio que se trataba de su padre. Se apartó respetuosamente, crispado de miedo.

—¿Por qué vas por ahí lamentándote de esa manera? —le preguntó Jia Zheng—. Cuando Yucun te llamó tardaste un rato en llegar, y cuando por fin lo hiciste no traías contigo nada ingenioso o alegre que decir; al contrarió, tu aspecto era lúgubre. Y ahora te encuentro aquí suspirando. ¿Qué motivos puedes tener tú para lamentarte? ¿Algo anda mal? ¿Por qué te comportas de ésta manera?

A Baoyu no le solían faltar palabras, pero la muerte de Jinchuan le había afectado tanto que deseaba poder seguirla directamente al otro mundo. No oyó nada de lo que dijo su padre y se quedó allí anonadado, clavado en el suelo. Su silencio estupefacto, tan insólito en Baoyu, terminó por exasperar a Jia Zheng, que no estaba furioso cuando ordenó detenerse al muchacho. Antes de que pudiera decir más fue anunciada la llegada de un funcionario de la casa del príncipe de Zhongshun.

La noticia sorprendió a Jia Zheng, puesto que no solía tener tratos con ese príncipe. Ordenó que el emisario fuera llevado de inmediato a su presencia, y él mismo salió a su encuentro a darle la bienvenida en el salón de recepciones. Descubrió que se trataba del mayordomo principal de la casa del príncipe, y rápidamente le ofreció asiento e hizo que sirvieran té.

El mayordomo principal no se anduvo por las ramas.

—Disculpe lo presuntuoso de esta intrusión —dijo—. El príncipe me envía a pedirle un favor. Si usted lo concede, Su Alteza no olvidará su amabilidad y le quedará infinitamente agradecido.

Cada vez más atónito, Jia Zheng se incorporó con una sonrisa.

—¿Qué órdenes me trae de parte del príncipe? —preguntó—. Suplico que me ilumine de manera que pueda cumplirlas lo mejor posible.

El mayordomo principal esbozó una leve sonrisa y respondió:

—Señor, usted sólo necesita decir una palabra. Resulta que hay en nuestro palacio un actor de nombre Qiguan, especializado en papeles femeninos. Nunca había creado problemas, pero hace unos días desapareció. Lo buscamos en vano por toda la ciudad sin encontrar rastro, y después iniciamos unas cuidadosas pesquisas. La mayoría de las personas interrogadas confirmaron que desde hacía poco tiempo mantenía vínculos más que estrechos con su estimado hijo, el que nació con un jade en la boca. Claro está que no podemos tomarlo de su mansión sin más, como si se tratara de una casa cualquiera, así que informamos del asunto a Su Alteza, quien declaró que antes perdería otros cien actores que a Qiguan; pues este muchacho, listo y bien educado, es un favorito del padre de nuestro señor, que no puede prescindir de él. Por ello le suplico que pida a su honorable hijo que envíe a Qiguan de regreso, acatando así la vehemente solicitud del príncipe y evitándome a mí la fatiga de una búsqueda infructuosa.

Y terminó su discurso con una reverencia.

Alarmado y escandalizado, Jia Zheng mandó llamar a Baoyu, que llegó a toda prisa sin saber de qué se trataba.

—¡Sinvergüenza! —tronó su padre—. ¡No contento con descuidar tus estudios en casa, te dedicas fuera de ella a cometer perversos delitos! Qiguan está al servicio del príncipe de Zhongshun, ¿cómo se atreve un bribón como tú a llevárselo acarreándome toda suerte de calamidades?

La noticia consternó a Baoyu, que respondió:

—No sé nada. Nunca he oído el nombre de Qiguan y mucho menos puedo habérmelo llevado.

Y rompió a llorar.

Antes de que Jia Zheng pudiera volver a hablar, el mayordomo principal dijo con una sonrisa sardónica:

—De nada sirve mantenerlo en secreto, señor. Díganos si se oculta aquí o dónde ha ido. Una rápida confesión nos ahorrará problemas y con ella ganará nuestra gratitud.

Pero Baoyu volvió a negar que él tuviera cualquier conocimiento de ese asunto.

—Me temo que lo han informado mal —murmuró.

El mayordomo se rió con desdén.

—¿Por qué lo niega si tenemos pruebas? ¿Qué puede ganar obligándome a hablar delante de su honorable padre? Si nunca ha oído hablar de Qiguan, ¿cómo lleva su faja roja a la cintura?

La pregunta fulminó a Baoyu dejándolo boquiabierto. «¿Cómo lo han descubierto? —se preguntó—. Si conocen tales secretos, de nada vale que les oculte el resto. Mejor será acabar con este asunto antes de que siga soltando la lengua.»

Entonces dijo:

—Si sabe tanto, señor, ¿cómo ignora que Qiguan compró una casa con unos cuantos mu de tierra? Me han dicho que está situada a veinte li al este de la ciudad, en un lugar llamado Castillo del Sándalo. Puede que esté allí.

El rostro del mayordomo se transformó.

—Allí debe estar, si usted lo dice. Iré a comprobarlo. Si no lo encontramos, volveré para que nos ilumine un poco más.

Dicho lo cual, se marchó a toda prisa.

La ira empujaba los ojos de Jia Zheng fuera de sus órbitas. Mientras seguía al mayordomo principal se volvió para ordenar a Baoyu:

—Quédate donde estás. Enseguida me ocuparé de ti.

Acompañó al mayordomo hasta la puerta, y cuando emprendía el regreso vio a Jia Huan que corría rodeado de pajes. Tan furioso estaba que ordenó a sus propios pajes que lo apalearan.

Al ver a su padre, el miedo paralizó a Jia Huan, que se detuvo en seco con la cabeza colgando sobre el pecho.

—¿Adónde vas? ¿Por qué corres? —rugió Jia Zheng—. ¿Dónde está la gente que debería estar cuidando de ti? ¿Se han ido a divertirse mientras tú deambulas de un lado para otro de esa manera tan desenfrenada?

Mientras su padre gritaba reclamando la presencia de los sirvientes que debían acompañar a Jia Huan a la escuela, el muchacho vio la oportunidad de distraer su furia.

—No corría hasta que pasé por delante del pozo donde se ahogó esa doncella. Su cabeza está así de hinchada y su cuerpo está empapado por dentro. La escena era tan horrible que me alejé de allí lo más rápidamente que pude.

Jia Zheng quedó estupefacto.

—¿Qué doncella ha podido tener motivos para arrojarse a un pozo? —se preguntó—. Nunca había pasado una cosa así en esta casa. Desde el tiempo de nuestros ancestros hemos tratado bien a nuestros sirvientes; sin embargo, últimamente he descuidado mucho los asuntos domésticos y es probable que los encargados hayan abusado de su autoridad dando lugar a esta calamidad. Si la noticia llegara a divulgarse empañaría el buen nombre de nuestros antepasados.

Y mandó llamar a Jia Lian, Lai Da y Lai Xing.

Unos pajes salieron a buscarlos en el mismo momento en que Jia Huan, dando un paso adelante, cogió la manga de la túnica de su padre y cayó de rodillas diciendo:

—¡No se moleste, señor! Nadie conoce esto salvo la gente de los aposentos de mi señora. Oí a mi madre decir…

Se detuvo y miró en torno suyo. Jia Zheng comprendió. Lanzó una mirada a los sirvientes que había a ambos lados y éstos se retiraron.

—Mi madre me dijo —continuó Jia Huan en un susurro— que el otro día el hermano mayor Baoyu se arrojó sobre Jinchuan en el cuarto de mi señora e intentó forzarla en vano. Como consecuencia, la devolvieron a su casa, y ella, en un ataque de pasión, se ha arrojado al pozo.

Todavía no había concluido y ya Jia Zheng estaba lívido de ira.

—¡Traedme al señor Baoyu! ¡Rápido! —rugió mientras se encaminaba a su gabinete—. ¡Traedme también la vara pesada! ¡Amarradlo! ¡Cerrad todas las puertas! ¡El primero que lleve la noticia a los aposentos interiores morirá en el sitio!

Unos pajes salieron en busca de Baoyu. El muchacho supo que tenía problemas en el mismo momento en que recibió de su padre la orden de esperar, pero nada sabía del infundio transmitido por Jia Huan. Estaba deambulando de un lado al otro del salón, ansioso por que apareciese alguien que transmitiera el suceso a los aposentos interiores, pero nadie llegaba. Incluso Beiming había desaparecido. Miraba ansiosamente a su alrededor cuando apareció por fin una vieja ama. Se abalanzó sobre ella y la agarró como si se tratase de un tesoro.

—¡Vaya adentro, rápido! —exclamó—. Dígales que el señor me va a apalear. ¡Aprisa! ¡Es urgente!

Estaba tan aterrorizado que no podía hablar con claridad, de modo que la anciana, algo dura de oído, confundió «urgente» con «ahogada» [1] .

—Fue ella quien tomó esa decisión —le dijo el ama con tono consolador—. ¿Qué tiene que ver con usted?

Su sordera enfureció a Baoyu.

—¡Dígale a mi paje que venga! —suplicó.

—Ya pasó. Todo está consumado. La señora ya les ha dado ropa y dinero. ¿Para qué seguir lamentándose?

Baoyu zapateaba de desesperación cuando llegaron los criados de su padre y se vio obligado a acompañarlos.

Al ver a Baoyu, los ojos de Jia Zheng se inyectaron en sangre. Ni siquiera le preguntó por qué andaba jugueteando fuera de la casa e intercambiando regalos con actores, o por qué dentro de ella descuidaba sus estudios y trataba de forzar a la doncella de su madre.

—¡Amordazadlo! —rugió—. ¡Apaleadlo hasta que muera!

Los sirvientes no se atrevieron a desobedecer la orden de su señor. Tendieron a Baoyu sobre un banco y le propinaron una docena de varazos, pero Jia Zheng, considerando los golpes demasiado flojos, apartó de un puntapié al que blandía la vara y tomó su lugar. Con los dientes apretados, crispado y fuera de sí, golpeó ferozmente a Baoyu docenas de veces. Sus secretarios, previendo serias consecuencias, decidieron intervenir, pero Jia Zheng se negaba a escuchar.

—Preguntadle a él si su conducta merece perdón —rugía—. Vosotros sois quienes lo habéis envanecido, ¿y todavía intercedéis por él? ¿Seguiréis haciéndolo cuando haya matado a su propio padre o al emperador?

El discurso les hizo comprender que la furia había sacado de sus cabales a su señor, y se alejaron persuadidos de que debían hacer llegar a los aposentos interiores la noticia de lo que allí estaba ocurriendo. La dama Wang no se atrevió a transmitir el suceso inmediatamente a su suegra. Se vistió aprisa y corrió al estudio de Jia Zheng sin tomar en cuenta quién pudiera estar allí. Criados y secretarios se apartaban confundidos de su camino.

La llegada de su esposa avivó todavía más la ira de Jia Zheng, que maltrató a su hijo con más intensidad. Los dos sirvientes que sujetaban a Baoyu se retiraron inmediatamente, pero el muchacho apenas se podía mover ya. Antes de que su padre pudiera emprender una nueva tanda de golpes, la dama Wang agarró la vara con ambas manos.

—¡Esto es el fin! —bramó Jia Zheng—. ¡Hoy se ha decidido que yo muera!

—Sé que Baoyu merece una paliza —sollozó la dama Wang—, pero no debes cansarte de esa manera. Hace un día sofocante y la Anciana Dama no se encuentra bien. Que tu hijo muera carece de importancia, pero sería muy grave que le ocurriera algo a tu madre.

—Ahórrame tanta cháchara —replicó Jia Zheng con una risita desdeñosa—. Engendrando a este degenerado he demostrado que soy un hijo indigno. Cuando intento someterlo a disciplina todos lo protegen. Mejor será que lo estrangule ahora mismo y así evitaré mayores problemas.

Dicho lo cual pidió una soga. La dama Wang se arrojó sobre él abrazándolo y gritando:

—¡Haces bien velando por la educación de tu hijo, pero apiádate de tu esposa! Ya he cumplido los cincuenta y este bribón es el único hijo que han merecido mis pecados. No me atreveré a disuadirte si insistes en hacer de él un ejemplo, pero si matas significará que también deseas mi muerte. Si estás dispuesto a estrangularlo, toma esa soga y estrangúlame a mí primero. Ni madre ni hijo te lo reprocharán, y así tendré al menos algún apoyo en el otro mundo.

Y acto seguido se arrojó sobre Baoyu y empezó a llorar con grandes gritos.

Con un largo suspiro, Jia Zheng se sentó. Las lágrimas caían de sus ojos como la lluvia. Abrazada a Baoyu, la dama Wang vio que tenía lívido el rostro, débil el aliento y la ropa interior de lino verde empapada de sangre. Constató horrorizada, al apartarla, que las nalgas y las piernas estaban molidas y que cada pulgada de su carne estaba sangrando o amoratada.

—¡Ay mi pobre niño! —gimió.

Y mientras lloraba recordó a su primer hijo y pronunció su nombre: Jia Zhu.

—Si aún vivieras no me importaría que murieran otros cien hijos —murmuró sollozando.

La apresurada partida de la dama Wang había causado un enorme revuelo en los aposentos interiores, y tras ella habían llegado corriendo Li Wan y Xifeng, Yingchun y Tanchun. El nombre del hijo muerto, pronunciado sin fuerza por su madre, no afectó tanto a los demás como a Li Wan, su viuda, a la que arrancó un terrible sollozo. Con el coro de lamentaciones arreció el llanto del propio Jia Zheng.

Y en medio de toda esa conmoción una doncella anunció de pronto la llegada de la Anciana Dama que, desde el otro lado de la ventana, gritó con la voz quebrada:

—¡Matadme a mí primero! ¡Así acabará todo esto!

Espantado y desconsolado, Jia Zheng se incorporó para saludar a su madre, que entró, intentando recobrar el aliento, apoyada en el brazo de una doncella. Al entrar la anciana, él hizo una respetuosa reverencia.

—¿Por qué se molesta, madre, viniendo en un día tan caluroso? Si necesita algo sólo tiene que enviar en busca de su hijo.

La Anciana Dama se detuvo jadeando.

—¿Me hablas a mí? —le preguntó duramente—. Sí, tengo órdenes que transmitir, pero por desgracia no he parido un hijo digno al que poder dirigirme.

Fulminado por las palabras de su madre, Jia Zheng cayó de rodillas con lágrimas en los ojos.

—Madre, si su hijo castiga al suyo es por el honor de nuestros antepasados —arguyó—. ¿Cómo soportar sus reproches?

La Anciana Dama le escupió con desagrado.

—No soportas una palabra mía, ¿verdad? ¿Y cómo soporta mi nieto tu vara mortal? Dices que castigas a Baoyu por el honor de tus antepasados, pero ¿cómo te disciplinó a ti tu padre?

Y los ojos se le inundaron de lágrimas.

—Madre, no llore —suplicó Jia Zheng—. Hice mal en enfurecerme. Nunca volveré a pegarle.

La Anciana Dama resopló.

—No es preciso que te desahogues conmigo. Es tu hijo y no me compete impedir que lo golpees. Supongo que ya estás harto de todos nosotros, y que será mejor que nos vayamos para evitarte problemas.

Y ordenó a los criados preparar sillas de manos y caballos, con estas palabras:

—Vuestra señora y el señor Bao regresan a Nanjing conmigo en este preciso instante.

Los asistentes se inclinaron acatando sus órdenes, y la anciana dijo volviéndose a su nuera.

—No llores más. Baoyu es todavía un niño y tú lo amas, pero cuando crezca y sea un alto funcionario puede que sea irrespetuoso hasta con su madre. No lo ames demasiado ahora, y luego evitarás penas.

Dándose por aludido, Jia Zheng empezó a darse golpes con la cabeza contra el suelo.

—¿Qué lugar me queda sobre la tierra, madre si me hace esos reproches? —gimió.

La Anciana Dama sonrió sarcásticamente.

—Muestras claramente que soy yo quien no tiene lugar aquí, y sin embargo eres tú el que te quejas. Nos vamos simplemente para ahorrarte disgustos. Te dejamos libertad para qué apalees a quien te dé la gana.

Dicho lo cual, ordenó a los sirvientes que empaquetaran el equipaje e hicieran los preparativos para la jornada. Jia Zheng, mientras tanto, no cesaba de hacer koutou y suplicar vehementemente su perdón.

Pero mientras reprendía a su hijo, la Anciana Dama se preocupaba por su nieto, al que se acercó. La evidente severidad de la paliza aumentó su dolor y su furia. Abrazándolo, sé lamentó amargamente. A duras penas pudo Xifeng tranquilizarla. Algunas de las doncellas cogieron a Baoyu por debajo de los brazos intentando sacarlo de allí.

—¡Estúpidas! —gritó Xifeng—. ¿No tenéis ojos en la cara? ¿No veis que no está en condiciones de dar un paso? ¡Traed el canapé de mimbre!

Las doncellas hicieron inmediatamente lo que sé les ordenaba. Postrado sobre el canapé, Baoyu fue llevado hasta los aposentos de la Anciana Dama, acompañado por ella y por su madre. Como la Anciana Dama seguía encolerizada, Jia Zheng no se atrevió a retirarse y los siguió con la cabeza agachada; una mirada le reveló que esta vez la paliza había sido excesiva. Se volvió hacia su esposa, que ahora se lamentaba con más amargura.

—¡Mi niño! ¡Mi niño! —gemía—. ¿Por qué no moriste recién nacido en lugar de Zhu? Entonces tu padre no viviría tan amargado y todos mis desvelos no habrían sido en vano. ¡Si algo te sucede ahora, me quedaré sola! ¡No habrá nadie en quien pueda apoyarme en la vejez!

Esos lamentos, salpicados de los reproches de la Anciana Dama a «su indigno hijo» afligían a Jia Zheng y le hacían arrepentirse de haber golpeado a su Baoyu tan despiadadamente. Cuando intentó apaciguar a su madre, ésta se revolvió con lágrimas en los ojos:

—Déjanos en paz —le dijo—. ¿Qué haces dando vueltas por aquí? ¿No te quedarás tranquilo hasta que te hayas cerciorado de que ha muerto?

Jia Zheng se vio obligado a retirarse.

Para entonces ya habían llegado la tía Xue, Baochai, Xiangling, Xiren y Xiangyun. Xiren ardía de indignación, pero no lo podía expresar libremente. Y como Baoyu estaba rodeado de gente que le hacía beber agua o lo abanicaba, no parecía quedar tarea para ella, de manera que se escabulló hacia la puerta interior, desde donde mandó a unos pajes en busca de Beiming.

—No había señal de tormenta hace un rato, ¿cómo empezó todo esto? —le preguntó—. ¿Por qué no viniste antes a informar?

—Porque yo no estuve presente —explicó Beiming, fuera de sí—. Sólo me enteré cuando la paliza estaba ya avanzada. Inmediatamente pregunté cómo había empezado el problema. Parece que fue a causa de ese asunto de Qiguan y la hermana Jinchuan.

—¿Y cómo se enteró el señor?

—En lo de Qiguan parece que está detrás la mano del señor Xue Pan. Como no tenía manera de ventilar sus perversos celos consiguió que viniera alguien de fuera a decírselo a Su Señoría, y entonces se puso la sartén sobre las brasas. En cuanto a Jinchuan, fue el joven señor Huan quien se lo dijo a Su Señoría. O al menos así me lo han dicho sus hombres.

Ambas historias eran verosímiles y Xiren quedó convencida. Cuando regresó encontró a todas cuidando a Baoyu. Cuando ya no hubo más que hacer por él, la Anciana Dama ordenó que fuera cuidadosamente trasladado a su propio cuarto. Todas echaron una mano en el traslado al patio Rojo y Alegre, donde lo tendieron sobre su cama. Pasados unos momentos más de agitación se fueron dispersando poco a poco dejando que por fin Xiren lo atendiera.

Escuchen lo que se narra en el siguiente capítulo.

Capítulo XXXIV

Conmovido por su amor,

Baoyu conmueve a su prima.

Un informe falso hace que Baochai

dé consejos a su hermano.

En cuanto todas hubieron partido, Xiren se sentó junto a Baoyu y, con lágrimas en los ojos, le preguntó el motivo de tan atroz paliza.

—No hay un motivo especial —contestó Baoyu suspirando—. ¿Por qué preguntas? Me duele mucho de cintura para abajo. Anda, mira qué tengo.

Xiren se dispuso a quitarle delicadamente la ropa, pero el menor movimiento hacía rechinar los dientes al muchacho, que gemía de tal modo que la muchacha se vio forzada a detenerse varias veces. Sólo al tercer o cuarto intento consiguió desvestirlo. Al ver sus muslos amoratados, con hematomas de cuatro dedos de diámetro, fue ella la que tuvo que apretar los dientes.

—¡Madre mía! —exclamó—. ¡Cómo ha podido ser tan cruel! Nada de esto habría sucedido si hubiera seguido mis consejos. Menos mal que no hay huesos rotos. Imagine si hubiera quedado tullido para el resto de su vida.

En ese momento anunciaron la llegada de Baochai, y, como no hubo tiempo para vestir de nuevo a Baoyu, Xiren le echó por encima una mantita de gasa forrada. Baochai traía una píldora en la mano.

—Esta noche disuelve esta píldora en vino y aplícasela como ungüento —le dijo a Xiren—. Eso irá dispersando la sangre estancada y retirará el morado de las contusiones.

Después de entregarle la píldora, le preguntó:

—¿Ha mejorado?

Baoyu contestó él mismo afirmativamente desde el lecho y la invitó a sentarse. Al ver que era capaz de abrir los ojos y hablar, Baochai, aliviada, aceptó la invitación.

—Si hubieras escuchado nuestros consejos, nada de esto habría sucedido —suspiró—. Ahora no sólo has llevado la inquietud al corazón de la Anciana Dama y de tu madre, sino también al de las demás. Cuando te vemos en este estado se nos parte el alma…

Su voz se quebró súbitamente. Baochai lamentó su indiscreción y, sonrojada, agachó la cabeza. A pesar de los esfuerzos por ocultar sus emociones profundas, había hablado con un tono tan tierno y tímido, y se la veía tan encantadora en su tímida confusión, ocultando el rostro y jugueteando con la cinta pendiente de la falda, que Baoyu trocó su dolor en ánimo. «Recibo unos cuantos golpes, y me manifiestan dulcemente su desconsuelo y su compasión… —pensó—. ¡Qué buenas son! ¡Qué admirables! Si llegara a sucederme algún accidente fatal, sin duda sentirían un dolor insoportable. Haberme ganado sus corazones de esta manera, aunque sólo eso hubiera hecho en la vida, justificaría mi muerte. Realmente sería tonto si yo no resultara, después de muerto, un fantasma feliz y satisfecho.»

Sus pensamientos fueron interrumpidos por una pregunta que Baochai formuló a Xiren:

—¿Cuál ha sido el motivo de esta paliza?

Xiren le transmitió lo que le había contado Beiming. Ése fue el primer atisbo que tuvo Baoyu de las historias que iba difundiendo Jia Huan, pero cuando apareció el nombre de Xue Pan temió que Baochai se indispusiera e interrumpió a Xiren:

—¡El primo Xue nunca haría semejante cosa! ¡Deja de hacer suposiciones alocadas!

Baochai comprendió por qué Baoyu había acallado a Xiren. «Qué atinado y cauto eres a pesar del dolor que debes sentir —pensó—. Si puedes mostrar tanta consideración con nuestros sentimientos, ¿no podrías ser igual de considerado con los asuntos mundanos? Entonces tu padre viviría complacido y tú no te pondrías en aprietos de este tipo. Has interrumpido a Xiren por temor a herirme, pero ¿acaso supones que ignoro el salvaje y desordenado comportamiento de mi hermano? Si la otra vez se armó tanto escándalo por lo de Qin Zhong, ahora pueden suceder cosas peores.»

Después de estas reflexiones, se volvió a Xiren con una sonrisa.

—¿Qué necesidad hay de culpar a ésta o a otra persona? —dijo—. Pienso que Su Señoría se enojó porque mi primo no se comporta adecuadamente y anda en malas compañías. Aunque mi hermano haya hecho algún comentario imprudente respecto al señor Bao, no creo que su intención haya sido causarle problemas. Primero porque decía la verdad, y segundo porque es la clase de persona que no se preocupa por los dimes y diretes de los demás. Tú estás acostumbrada a las deferencias del señor Bao pero no conoces a mi hermano, que no teme al cielo ni a la tierra y dice sin freno lo primero que se le pasa por la cabeza.

La interrupción de Baoyu cuando ella estaba hablando de Xue Pan hizo comprender a Xiren que su falta de tacto podía haber incomodado a Baochai, cuyos comentarios la hicieron sentirse todavía más avergonzada. En cuanto a Baoyu, percibió que Baochai, al mismo tiempo que hacía el comentario justo también trataba de tranquilizarlo, de manera que se sintió todavía más conmovido. Pero antes de que él pudiera hablar de nuevo, Baochai se incorporó para marcharse.

—Mañana volveré a ver cómo te encuentras —le aseguró—. Procura descansar. Le he dado a Xiren una medicina para que esta noche te la aplique como ungüento; eso te ayudará.

Dicho lo cual se marchó, acompañada por Xiren.

—Gracias por tomarse tantas molestias, señorita —le dijo la doncella—. Cuando se ponga bien, el señor Bao irá a agradecérselo personalmente.

Baochai se volvió y sonrió.

—No tienes que agradecerme nada. Procura convencerlo de que debe descansar y no dar rienda suelta a su imaginación. No inquietemos a la Anciana Dama, ni a la señora ni a nadie. Esta historia causaría problemas si llegara a oídos del señor, aunque por el momento no hiciera nada.

Dicho lo cual partió. Enormemente agradecida a Baochai, Xiren volvió con Baoyu, a quien encontró adormilado, por lo cual entró en el cuarto de al lado con la intención de asearse un poco.

A pesar de que procuraba no moverse, Baoyu sentía en las nalgas un ardor de fuego, mil agujas pinchándole, mil cuchillos sajando su carne. El menor movimiento le arrancaba un gemido de dolor. Caía la tarde, Xiren no estaba y él había despachado a las demás doncellas diciéndoles que las llamaría si necesitaba algo. En su duermevela soñó qué Qiguan había venido a contarle que había sido capturado por el mayordomo del príncipe de Zhongshun; luego apareció Jinchuan bañada en lágrimas explicando por qué se había arrojado al pozo. Como estaba entre el sueño y la vigilia, prestaba poca atención. Pero entonces sintió que lo sacudían y hasta él llegó un tenue sonido de sollozos. Abrió los ojos sobresaltado y vio a Daiyu. Sospechando que se trataba de otro sueño, se incorporó para mirarla más de cerca. La figura tenía los ojos hinchados y el rostro bañado en lágrimas: sí, era Daiyu en persona. La hubiera seguido contemplando unos momentos más, pero el dolor de las piernas le resultaba insoportable y acabó dejándose caer con un gruñido.

—No has debido venir —le dijo—. El sol se ha puesto, pero el suelo sigue caldeado. Caminar hasta aquí y después hacer el camino de vuelta podría hacerte mal. Ya no estoy dolorido; sólo estoy fingiendo para que la noticia llegue hasta mi padre. No te preocupes por mí.

Daiyu no lloraba en voz alta. Lo hacía en silencio hasta sentir que se ahogaba. Tenía mil cosas que decirle a Baoyu, pero le era imposible pronunciar una sola palabra. Finalmente, dijo entre sollozos:

—No vuelvas a hacerlo.

—No te preocupes —contestó Baoyu con un largo suspiro—. Por favor, no me hables así. Hay gente por la que moriría gustoso y, sin embargo, estoy vivo todavía.

En ese momento unas doncellas anunciaron desde el patio la llegada de Xifeng. Daiyu se incorporó inmediatamente.

—Saldré por la puerta de atrás y volveré más tarde —le dijo.

Baoyu le tomó la mano y protestó:

—Ésa es una conducta extraña. ¿Por qué le tienes miedo?

Daiyu dio una patada en el suelo, desesperada.

—Mira mis ojos. Si me ve en estas condiciones se burlará otra vez de mí.

Él la soltó inmediatamente y Daiyu, deslizándose frente a su cama, salió por el patio posterior al mismo tiempo que Xifeng entraba por el delantero.

—¿Te sientes mejor? —preguntó Xifeng a Baoyu nada más entrar—. Si te apetece comer algo, mándalo pedir a mis aposentos.

La siguiente en llegar fue la tía Xue. Después aparecieron unas doncellas enviadas por la Anciana Dama para preguntar por el estado de salud del inválido. Cuando fue hora de encender las lámparas, Baoyu tomó dos sorbos de sopa y se durmió. Entonces llegaron algunas criadas mayores, las esposas de Zhou Rui, Wu Xindeng y Zheng Haoshi, que tenían la costumbre de visitar a los señores y se habían enterado de lo sucedido aquel día. Xiren salió a recibirlas con una sonrisa.

—Llegan un segundo tarde, tías —les dijo en un susurro—. El señor Bao acaba de dormirse.

Les ofreció té en el cuarto exterior y, después de quedarse un rato sentadas en silencio, las mujeres se fueron, no sin antes pedir a Xiren que transmitiera sus saludos a Baoyu.

Cuando las hubo despedido, Xiren recibió de una sirvienta de la dama Wang el encargo de que una de las doncellas de Baoyu fuera a verla. Xiren tomó una rápida decisión. Volviéndose a Qingwen, Sheyue, Tanyun y Qiuwen, les dijo suavemente:

—La señora ha mandado llamar a una de nosotras. Encargaos de todo, que yo regreso enseguida.

Y salió del jardín acompañando a la mujer hasta los aposentos de la dama Wang, a la que encontró sentada sobré un diván abanicándose con una hoja de palma.

—¿Por qué no enviaste a cualquiera de las otras? —preguntó la dama—. ¿Quién lo cuidará mientras tú no estás?

—El señor Bao duerme profundamente, y las otras chicas saben cuidarlo bien —respondió Xiren, segura de lo que decía—. Por favor, señora, no se preocupe. Pensé que tal vez tendría instrucciones que darnos en relación al señor Bao que las otras no comprenderían, con lo que se perdería más tiempo.

—No tengo instrucciones especiales. Sólo quería saber cómo se encuentra.

—La señorita Baochai trajo un ungüento que parece haber surtido efecto. Al principio el dolor no le dejó dormir, pero ahora duerme profundamente, prueba de que se encuentra algo mejor.

—¿Comió algo?

—Sólo dos sorbos de una sopa que envió la Anciana Dama. Dijo que tenía mucha sed y pidió jugo de ciruela ácida, pero recordé que las cosas ácidas tienen cualidades astringentes, y como puede que, al ser golpeado y no poder gritar debido a la mordaza, se le hayan constreñido en las vísceras algunos humores coléricos, el jugo de ciruela podía agravar esa situación hasta acabar causando una enfermedad seria. Finalmente logré disuadirlo y le di un jugo de pétalos confitados de rosa, del que sólo bebió medio tazón porque le pareció insípido y empalagoso.

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