Kitabı oku: «Sueño En El Pabellón Rojo», sayfa 32

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Baoyu se había escabullido en dirección al jardín de la Vista Sublime. El sol brillaba alto en el firmamento, la sombra de los árboles cubría grandes zonas de terreno y el aire hervía con el canto agudo de las cigarras. Pero por ningún sitio se oía la voz humana.

De pronto, al acercarse a un enrejado de rosas, oyó sollozos y, sorprendido, se detuvo a escuchar. Sí, al otro lado del enrejado había alguien. Como era el quinto mes, las rosas florecían esplendorosas. Al mirar entre ellas vio a una muchacha agachada entre las flores, llorando a escondidas mientras arañaba el suelo con una horquilla.

—¿Será alguna absurda doncella que ha venido a enterrar flores como Daiyu? —se preguntó divertido—. Pues, si es así, se trata de Dong Shi imitando el entrecejo de Xi Shi [4] , lo que, más que original, resulta tedioso.

A punto estaba de gritarle a la chica: «¡De nada sirve que imites a la señorita Lin!» cuando se percató de que no se trataba de una doncella, sino de una de las doce actrices, aunque no recordó su papel. Sacando la lengua, se tapó rápidamente la boca.

«Menos mal que he contenido mi lengua —se dijo—. Ya he conseguido molestar a Daiyu y herir los sentimientos de Baochai con mi falta de tacto. Sería todavía más insensato ofender a una de estas chicas.»

Mientras así pensaba se sintió incómodo por no poder recordar a la muchacha, y se acercó más para poder verla de cerca. Se parecía asombrosamente a Daiyu, con sus cejas delicadamente arqueadas y sus límpidos ojos, sus delicados rasgos, su delgada cintura y sus gráciles movimientos. Se quedó mirándola fijamente, incapaz de moverse. Entonces se dio cuenta de que no estaba empleando su horquilla para enterrar flores, sino para trazar unos caracteres en el suelo.

Baoyu siguió con los ojos el movimiento de la horquilla, que subía y bajaba. Contó los trazos: uno vertical, uno horizontal, punto y curva… diecisiete en total. Entonces los trazó siguiendo el mismo orden sobre la palma de su mano y descubrió que se trataba del carácter Qiang, «rosa».

«Quizás esté tratando de escribir un poema —pensó—, y estas flores le han sugerido ideas para un par de versos. Por eso, como teme olvidarlas, está trazando el carácter en el suelo mientras termina de pensar los versos. Sí, eso debe ser. Veamos qué escribe ahora.»

Y siguió observando cómo escribía la muchacha, que seguía repitiendo el mismo carácter. Sumida en sus cavilaciones, trazaba un Qiang tras otro hasta haber escrito varias docenas. Baoyu, sintiéndose transportado por el movimiento de la horquilla, estaba clavado detrás del enrejado de rosas.

«Seguramente sufre alguna ansiedad secreta que la lleva a comportarse así —reflexionó—, pero parece demasiado delicada para soportarla. Me gustaría compartir sus preocupaciones.»

En esa época del año el tiempo es impredecible; cualquier nube pasajera puede traer con ella la lluvia. El caso es que de pronto se levantó un aire fresco y, súbitamente, cayó un chaparrón. Al ver que el agua ya corría por la cabeza de la muchacha y; que en un santiamén habían quedado empapadas sus ropas de gasa, Baoyu pensó: «Está lloviendo y ella es demasiado frágil para aguantar semejante aguacero». E impulsivamente le dijo:

—¡Deja de escribir! Te estás empapando.

Al oír ese grito la muchacha se sobresaltó y levantó la cabeza. Como Baoyu tenía los rasgos finos, y el frondoso follaje, ocultándolo entero, sólo dejaba ver la parte superior de su cara, la muchacha lo confundió con una doncella.

—Gracias, hermana —le dijo con una sonrisa—. Tampoco tú pareces estar muy protegida ahí fuera.

Al percatarse de que él mismo se encontraba empapado, Baoyu lanzó una exclamación y partió corriendo hacia el patio Rojo y Alegre, sin dejar de preocuparse por la muchacha bajo la lluvia.

Como estaban en la víspera de la fiesta del Doble Cinco las doce jóvenes actrices disfrutaban de un día de asueto y se estaban divirtiendo en diversos lugares del jardín. Cuando la lluvia, Baoguan, que hacía el papel de letrado joven, y Yuguan, que hacía el de dama joven, estaban entretenidas con Xiren en el patio Rojo y Alegre. Obstruyeron el desagüe para que se encharcara el agua en el patio y atraparon unos cuantos patos de cabeza verde, patos silvestres moteados y patos mandarines. Les ataron las alas y los soltaron en el patio después de haber cerrado la puerta.

Mientras estaban allí divirtiéndose llegó Baoyu y encontró la puerta cerrada. Las muchachas se reían demasiado fuerte como para oír su llamada, por lo cual tuvo que gritar y golpear durante un buen rato antes de ser atendido. Por supuesto, no se esperaba su regreso en ese momento.

—¿Quién: hay en la puerta? —dijo Xiren—. ¿Quién irá a ver?

—¡Soy yo! —gritaba Baoyu.

—Parece la señorita Baochai —dijo Sheyue.

—No puede ser —replicó Qingwen—. La señorita Baochai no vendría a estas horas.

—Miraré por la rendija —dijo Xiren—. Si no es alguien a quien debamos dejar entrar, que se quede allí mojándose.

Y fue por el pasaje techado hasta la puerta, donde encontró a Baoyu, empapado como un gallo que hubiera caído a un pozo. Entre preocupada y divertida, se apresuró a abrir la puerta, y luego, desternillándose de risa, dijo dando palmadas:

—¿Cómo íbamos a saber que regresaría tan pronto? ¿De dónde viene con este aguacero?

En su malhumor, Baoyu había decidido castigar a quien abriera la puerta y, sin mirar quién era, suponiendo que se trataba de una de las doncellas más jóvenes, dio a Xiren una patada tan fuerte en el costado que ésta soltó una exclamación de dolor.

—¡Criaturas rastreras! —gritó Baoyu—. Os trato tan bien que me habéis perdido el respeto. ¡Cómo os atrevéis a burlaros de mí!

En ese instante oyó el grito de dolor de Xiren y comprendió la insensatez que había cometido.

—¡Oh, eres tú! ¿Dónde te he dado?

Xiren, que nunca había recibido de Baoyu ni una mala palabra, se sintió aplastada por la vergüenza, el dolor y el resentimiento, pero convencida de que no lo había hecho a propósito hizo todo lo posible por controlarse.

—Estoy bien —le dijo—. Vaya y cámbiese esa ropa mojada.

Una vez dentro, él se lamentó compungido:

—Es la primera vez en mi vida que la ira me hace estallar, y tuvo que ser precisamente contigo.

Con un gesto de dolor prendido todavía en el rostro, ella le ayudó a quitarse la ropa mojada.

—Soy su doncella principal —le respondió bromeando—, así que me corresponde la primera tajada de todo, grande o pequeño, bueno o malo. Sólo espero que no se habitúe a dar patadas a la gente.

—No lo hice a propósito.

—No he dicho que lo hiciera a propósito. Suelen ser las más jóvenes las que abren la puerta, pero están tan engreídas que ya no hay quien las soporte y no temen a nadie. Si hubiera pateado a una habría servido para asustar a las demás. La culpa es mía, por no permitir que ellas abrieran la puerta.

Para entonces ya había dejado de llover. Baoguan y Yuguan se habían marchado. Con el costado dolorido y sintiéndose la más desgraciada del mundo, Xiren no comió nada aquella noche, y cuando se desnudó para bañarse quedó aterrada por el hematoma, que tenía el tamaño de un tazón y estaba justo debajo de las costillas. El dolor siguió cuando se fue a la cama y, en sueños, se quejó.

A pesar de que no le había dado el golpe deliberadamente, el obvio malestar de Xiren inquietaba a Baoyu, y al oír sus quejas durante la noche comprendió el daño que le había hecho. Salió de la cama, cogió una lámpara y fue a verla. Cuando llegó, ella tosió, escupió un poco de flema y abrió los ojos boqueando.

—¿Qué hace? —preguntó sorprendida al verlo allí.

—Te quejabas en sueños. He debido hacerte mucho daño. Déjame ver.

—Estoy mareada y tengo en la boca un sabor dulce como de sangre. Por favor, alumbre el suelo.

Baoyu hizo lo que le pedía y, horrorizado, vio sangre al pie de la cama.

—¡Qué espanto! —exclamó.

A Xiren se le vino el alma a los pies al contemplar la sangre.

Mas para saber qué sucedió entonces, deben escuchar el siguiente capítulo.

Capítulo XXXI

Se desgarra un abanico para obtener

una sonrisa más valiosa que el oro.

Un par de unicornios sugiere la unión

matrimonial de dos estrellas [1] .

Al ver su sangre al pie de la cama, Xiren sintió que el alma se le iba a los pies. A menudo había oído decir que escupir sangre auguraba una muerte temprana o una enfermedad para toda la vida, ¡de modo que ahora se desvanecían como el humo todos sus sueños de honor y esplendor para el futuro! No logró contener las lágrimas. También a Baoyu le dolió el corazón.

—¿Cómo te sientes? —preguntó.

Ella se esforzó en sonreír.

—Bien.

Quiso llamar a alguien enseguida para que trajera unas píldoras Lidong, «sangre de cabra» [2] , y pusiera a calentar licor de Shaoxing [3] , pero Xiren se lo impidió.

—Si arma ese escándalo acudirá todo el mundo y entonces me criticarán por darme importancia —dijo—. En este momento no lo sabe nadie, y divulgarlo nos haría daño a los dos. En cuanto amanezca envíe a un muchacho a pedirle unas medicinas al doctor Wang de la corte. Seguro que eso será suficiente para reponerme. Más vale ser discretos.

Baoyu tuvo que admitir la sensatez de la propuesta, y trajo té para que Xiren se enjuagara la boca. Ella comprendió que estaba muy preocupado y, porque no despertase a los demás, se quedó tranquila y permitió que la atendiese.

Con las primeras luces del día Baoyu se vistió a toda prisa y, sin detenerse siquiera en su aseo personal, corrió en busca de Wang Jiren, al que abrumó con sus preguntas. Cuando el muchacho terminó de relatarle lo sucedido, el médico concluyó que se trataba de una simple contusión y recetó unas píldoras con las correspondientes instrucciones para su uso, que Baoyu llevó consigo de vuelta al jardín. Pero dejemos por ahora este asunto.

Ese día se celebraba la fiesta del Doble Cinco. De las puertas colgaban artemisas y espadañas, y toda la gente lucía un amuleto del tigre [4] . Al mediodía la dama Wang dio un banquete familiar al que fueron invitadas la tía Xue y su hija. Baoyu percibió la frialdad con que era tratado por Baochai a causa de lo ocurrido el día anterior. Su madre atribuyó el abatimiento del muchacho a la vergüenza que debía sentir por el episodio con Jinchuan, por lo cual decidió no prestarle atención. Daiyu, por su parte, supuso que la actitud desalentada del muchacho era el resultado de haber ofendido a Baochai, lo que por otra parte le desagradó mucho. En cuanto a Xifeng, que la noche anterior había oído de labios de la dama Wang la historia del incidente con Jinchuan, se abstuvo de hacer alarde de su habitual jovialidad, por deferencia al disgusto de su tía. Eso contribuyó a enrarecer todavía más el ambiente. Las demás muchachas de la casa Jia también se sintieron afectadas por el clima general, y la reunión no tardó mucho en disolverse.

Formaba parte del carácter de Daiyu preferir la soledad a la compañía. Éste era su razonamiento: «Después de la reunión sólo se puede esperar la separación. Cuanto más deleite encuentre la gente en los encuentros, más solitaria y desdichada se sentirá después de la despedida, de manera que es preferible evitar las congregaciones desde el principio. Lo mismo se aplica a las flores: su esplendor deleita a la gente, pero es tan doloroso ver cómo se marchitan que mejor hubiera sido que nunca florecieran». Por eso lamentaba Daiyu todo aquello que los demás gozaban.

Baoyu, en cambio, deseaba que las fiestas nunca tuvieran fin y que las flores nunca se marchitaran, a pesar de que le era imposible impedir el fin de una fiesta o la muerte de una flor. Cuando tales sucesos acaecían, él los lamentaba una y otra vez. Por eso, mientras Daiyu se marchaba indiferente al desánimo que había cundido entre los reunidos, Baoyu regresó a su cuarto con gesto sombrío y, una vez allí, no hizo sino suspirar interminablemente. Cuando Qingwen, que le estaba ayudando a cambiarse de ropa, dejó caer su abanico y lo rompió, él dijo con un suspiro:

—¡Qué estúpida eres! ¿Qué será de ti el día de mañana, cuando tengas tu propio hogar? Ciertamente entonces no podrás ser tan descuidada.

—¡Qué malhumorado está últimamente! —contestó ella con una risita—. Siempre anda haciendo sentir su peso por todas partes. El otro día le dio una patada a Xiren y hoy la toma conmigo. Ya sé que puede patearnos y golpearnos lo que le apetezca, pero ¿qué hay de horrible en dejar caer un abanico? Muchos floreros de vidrio y tazones de ágata se han hecho añicos delante de usted y nunca se ha enfurecido. Me parece gratuito armar tanto escándalo por un abanico. Si no está contento con nosotras siempre nos puede despachar y conseguir mejores doncellas. ¿Por qué no nos separamos pacífica y serenamente?

—Descuida —exclamó él, temblando de furia—. Tarde o temprano nos separaremos.

Xiren, que había escuchado la conversación, entró rápidamente.

—¿Por qué riñe de nuevo sin motivo? —preguntó a Baoyu—. ¿Ve como tenía razón cuando le dije que en cuanto me doy la vuelta aparecen los problemas?

—Si fueras tan hábil como presumes habrías previsto este berrinche del señor Bao y habrías venido antes —le respondió burlonamente Qingwen—. Hace mucho tiempo que cuidas de él, pero yo nunca lo he hecho. Y si a ti, que lo cuidas tan bien, ayer te dio una patada debajo del corazón, quién sabe qué castigo me espera a mí, que soy indigna de atenderlo.

Mortificada por el comentario de Qingwen, Xiren sintió la tentación de responder duramente, pero vio el rostro de Baoyu lívido de rabia, y, conteniéndose, se limitó a darle un empujón.

—¡Anda a divertirte fuera, buena hermana! —le dijo—. La culpa la tenemos nosotros.

Ese «nosotros», que se refería obviamente a Baoyu y a la misma Xiren, avivó todavía más los celos de Qingwen.

—No sé qué quieres decir con ese «nosotros» —exclamó con una risita desdeñosa—. No hagas que me sonroje por ti. Para mí no es un secreto lo que haces a escondidas con el señor, pero lo cierto es que todavía no has ganado el grado de Doncella Adicta [5] , así que eres lo mismo que yo. ¿Cómo puedes hablar de «nosotros»?

La indiscreción de la doncella hizo que el rostro de Xiren enrojeciera.

—¡Ya que todas estáis tan celosas, subiré a Xiren de rango sólo para contrariaros! —rugió Baoyu.

Xiren le cogió la mano para contenerlo.

—¿Por qué discute con una muchacha tonta? Usted suele pasar por alto cosas peores que ésta, ¿qué le pasa hoy?

—Soy demasiado tonta para hablarte —refunfuñó Qingwen.

—¿Está discutiendo conmigo, señorita, o con el señor Bao? Si té molesto dímelo en vez de andar peleando con él. Si el señor Bao no te cae bien, no es necesario que armes por ello un escándalo. Yo vine a intentar arreglar las cosas y sacaros a los dos del atolladero, pero entonces tú la tomas conmigo. ¿Con quién estás furiosa, con él o conmigo? ¿Qué sentido tiene empezar a dar golpes a ciegas? Bien. Me callaré. Tú decides.

Y se alejó caminando.

—No era necesario armar este lío —le dijo Baoyu a Qingwen—. Sé lo que estás pensando. Le diré a la señora que ya tienes edad de volver a casa. ¿Te parece bien?

Lágrimas de angustia empezaron a aparecer en los ojos de la doncella, que dijo a Baoyu:

—¿Por qué habría de volver a casa? ¿Cómo puede ser capaz de inventarse una excusa para deshacerse de mí simplemente porque me ha tomado ojeriza?

—Nunca me habían hecho una escena como la tuya. Me parece evidente que estás dispuesta a partir, así que le pediré a mi madre que te devuelva a tu casa.

Y se dispuso a salir, pero Xiren le cerró el paso.

—¿Dónde va? —le preguntó.

—A decírselo a mi madre.

—¡Qué tontería! —le sonrió persuasivamente—. ¿Cómo puede avergonzarla de esa manera? Aunque realmente Qingwen quisiera irse, debería esperar a que ella se tranquilizase antes de contárselo a Su Señoría. Si ahora llega corriendo como si se tratara de algo urgente, su madre empezará a imaginar cosas raras.

—No lo hará. Sólo le diré que ella insiste en marcharse.

—¿Cuándo he insistido yo en irme? —sollozó Qingwen—. Es usted quien se exaspera y luego pone en mis labios palabras que nunca he dicho. Está bien, vaya y dígaselo. Pero sepa que antes que dejar esta casa me reventaré la cabeza.

—Qué extraño —insistió él, rabiando—. Si no estás dispuesta a marcharte, ¿por qué armas tanto lío? No soporto estas trifulcas. Lo mejor es que te vayas.

Tan decidido estaba a decírselo a su madre que Xiren no vio forma de impedírselo y cayó de rodillas suplicándole que no lo hiciera. Ésa fue la señal para que Bihen, Qiuwen y Sheyue, que habían estado escuchando con el aliento contenido, se precipitaran al interior del cuarto a hincarse de rodillas junto a Xiren.

Baoyu hizo levantarse a Xiren, se desmoronó sobre la cama con un suspiro e hizo salir a las demás.

—¿Qué haré? —preguntó—. Ya he deshilachado mi corazón, pero a nadie parece importarle.

Lloró, y Xiren le acompañó. A su lado, Qingwen intentaba hablar a través de sus propios sollozos hasta que la llegada de Daiyu la hizo escabullirse.

—¿A qué viene tanta lágrima durante la fiesta? —dijo Daiyu burlona—. ¿Os peleáis quizás por unos pastelillos de arroz?

Los dos se rieron ante el comentario de Daiyu, que continuó:

—Ya que tú te niegas a decirme nada, se lo preguntaré a ella.

Y dando una palmadita en el hombro de Xiren, le preguntó:

—¿Qué ha sucedido, mi querida cuñada? Supongo que os habéis peleado otra vez. Cuéntame cuál es el problema y yo intentaré arreglarlo.

—Usted bromea, señorita —contestó Xiren dándole un empujoncito—. No diga todos esos desatinos a sirvientas como yo.

—Pueden llamarte sirvienta, pero yo te considero mi cuñada.

—¿Por qué darle un nuevo nombré a la maledicencia de la gente? —protestó Baoyu—. Ya hay suficientes chismorreos sin que tú contribuyas.

—¡Si supiera cómo me siento, señorita! —dijo Xiren—. ¡No tendré paz hasta que muera y termine con este asunto!

—No quiero ni pensar en lo que harían ciertas personas si tú murieras. Antes moriré yo de tanto llorar —replicó. Daiyu sonriendo.

—Si tú murieras yo me haría monje —declaró Baoyu.

—Cállese —Exclamó Xiren—. Ésa no es manera de hablar.

Daiyu levantó dos dedos con una sonrisa y dijo:

—Con ésta son ya dos veces las que te conviertes en monje. Tengo que llevar la cuenta de las veces que lo harás.

Baoyu supo que se estaba refiriendo a la conversación que habían tenido el día anterior, y zanjó el asunto con una sonrisa.

Al poco rato, Daiyu sé marchó. Baoyu recibió una invitación de Xue Pan para beber unas copas y no pudo rechazarla. No le fue posible salir de allí antes de que todos se hubiesen levantado dando la sesión por concluida. Cuando consiguió regresar ya había caído la noche, y al entrar tambaleante en su patio reparó en que había una muchacha tendida sobre el diván de bambú en el que él solía echarse y, suponiendo que se trataba de Xiren, se sentó a su lado y le dio un golpecito cariñoso.

—¿Ya se te ha pasado el dolor? —le preguntó.

La figura tumbada sobre el canapé se incorporó increpándole.

—¿Por qué me molesta otra vez?

No era Xiren, sino Qingwen. Baoyu hizo que se sentara a su lado.

—Tu carácter empeora día a día. Cuando dejaste caer el abanico yo sólo te lancé un par de reproches sin importancia, y tú, en cambio, te lanzaste a un tremendo discurso. No me molesta que me reprendas a mí, pero ¿era necesario arrastrar a Xiren a la disputa? Ella sólo quería ayudar.

—Hace calor, ponga sus manos en otro sitio —replicó Qingwen—. ¿Qué pensaría la gente si nos viera? Además, ¿quién soy yo para estar sentada aquí con usted?

—¿Entonces por qué estabas durmiendo aquí? —le preguntó con una sonrisa.

Ella soltó una risita.

—Estaba bien antes de que usted llegase. Levántese y déjeme tomar un baño. Llamaré a Xiren y a Sheyue para que lo acompañen; ellas ya se han bañado.

—Después de todo el licor que he bebido, yo también necesito un baño. Trae agua y nos bañaremos juntos.

—No. No me atrevería. —Qingwen rechazó la propuesta con una sonrisa—. Todavía recuerdo lo que sucedió cuando Bihen le ayudó a bañarse. Pasaron horas y no pudimos entrar. Sabrá el cielo qué estaban haciendo. Cuando por fin acabaron y entramos, el cuarto era un lago; todo estaba empapado, desde el suelo hasta las patas de la cama y la esterilla. ¡Vaya baño se dieron! Nos estuvimos riendo durante días. Yo no tengo tiempo de fregar el cuarto después de haberme bañado con usted. Además, me parece que ya hace fresco y no debería bañarse; le traeré una palangana de agua para que se lave la cara y se peine. Hace un momento Yuanyang trajo unas frutas y las puso con hielo en ese cántaro. Les diré que se las traigan.

—En ese caso tú tampoco debes bañarte. Lávate las manos y trae la fruta.

Qingwen se echó a reír.

—¿Cómo voy a traer fruta si soy tan descuidada que rompo abanicos? Si ahora rompo un plato esto será el cuento de nunca acabar.

—Puedes hacerlo si quieres. Esas cosas están ahí para ser utilizadas. A ti puede gustarte una cosa, y a mí otra. Los gustos de la gente son distintos, ¿sabes? Los abanicos, por ejemplo, son para abanicarse, pero ¿qué tiene de malo si yo decido romper uno porque me divierte? Ahora bien, no debemos romper las cosas para desahogar nuestros ataques de furia, como ocurre con los platos y tazas. Si los rompes porque te gusta el sonido, bien está; pero no desahogues con ellos tu malhumor. Esto se llama cuidar las cosas.

—Si eso es así, deme un abanico para destrozar. Me encanta desgarrar las cosas.

Con una sonrisa, Baoyu le entregó el suyo, y ella no desaprovechó la oportunidad: lo partió, desgarró y deshilachó mientras el muchacho seguía el proceso con unas risitas.

—¡Bravo! —exclamó—. Ahora hay que hacer más ruido.

En ese momento entró Sheyue.

—¡Qué despilfarro! ¡Qué desperdicio tan perverso! Deténgala.

Por toda respuesta, Baoyu le arrancó su abanico y se lo entregó a Qingwen, que lo destrozó inmediatamente entre grandes risotadas.

—¿Pero por qué? —quiso saber Sheyue—. ¡Romper mi abanico…! ¿Ésa es la idea que se tiene aquí de la diversión?

—Toma otro de la caja —replicó Baoyu—. ¿Qué tiene de extraordinario un abanico?

—Entonces lo mejor será sacar esa caja y dejar que los desgarre todos.

—¡Tráela! —respondió Baoyu riendo.

—No quiero —contestó Sheyue—. No tiene las muñecas rotas. Que la traiga ella.

—Estoy cansada —objetó Qingwen recostándose entre carcajadas—. Mañana romperé unos cuantos más.

—Conoces el antiguo proverbio que dice «Mil piezas de oro no pueden comprar una sonrisa». Pues bien, ¿cuál es el precio de unos cuantos abanicos? —dijo Baoyu.

Y mandó llamar a Xiren, que llegó después de haberse mudado de ropa y ordenó a la pequeña Jiahui que retirase los restos de los abanicos. Luego se sentaron en la puerta a disfrutar del aire fresco.

Al mediodía siguiente, la dama Wang y las muchachas estaban reunidas en los aposentos de la Anciana Dama cuando se anunció la llegada de Shi Xiangyun, que entró en el patio rodeada de un tropel de amas y doncellas. Al llegar fue saludada por sus primas al pie de las escalinatas. Como no se habían visto durante un mes, el reencuentro de las muchachas fue naturalmente afectuoso, y, una vez concluido, Xiangyun entró a presentar sus respetos a las demás.

—Hace calor. Quítate algo de ropa —le dijo la Anciana Dama.

Xiangyun lo hizo y la dama Wang comentó:

—Pero qué abrigada vienes, niña…

—Mi segunda tía me obligó. Yo no quería ponerme tanta ropa.

—Si supieras, tía —intervino Baochai—, cuánto le gusta vestirse con ropa ajena… Cuando vino de visita en el tercer o cuarto mes del año pasado se puso la túnica, las botas y la gargantilla del primo Bao, y se colocó detrás de esa silla. A primera vista se parecía tanto, salvo por los dos aretes de sus orejas, que la Anciana Dama la confundió y exclamó: «Baoyu, ven aquí. ¿No ves que el polvo de esas borlas de farol que tienes sobre la cabeza se te va a meter en los ojos?». La muy picara se limitó a sonreír y no se movió. Entonces todos nos echamos a reír, y también la Anciana Dama, que dijo: «Pues estás incluso más guapa vestida de muchacho…».

—Eso no es nada —intervino Daiyu—. Hace dos años vino durante el primer mes, y apenas llevaba aquí un par de días cuando empezó a nevar. Mi abuela y mi tía acababan de regresar después de haberse postrado ante los retratos ancestrales, y la nueva capa de lana roja de la Anciana Dama estaba por ahí encima. Pues bien, la prima Shi, sin que nadie se diera cuenta, se la puso y, como le quedaba un poco grande y larga, se la ató a la cintura con un pañuelo. Entonces se fue con las doncellas al patio trasero a hacer un muñeco de nieve, pero en el camino se cayó de boca y quedó cubierta de barro.

Al recordar este episodio todos se echaron a reír.

—Ama Zhou —dijo Baochai—, ¿sigue su joven dama haciendo semejantes travesuras?

La nodriza de Xiangyun se limitó a sonreír.

—A mí no me molestan sus travesuras, pero es demasiado parlanchina para mi gusto —dijo Yingchun—. Hasta en sueños parlotea sin cesar, riendo y charlando. Y los disparates que dice… ¡de dónde los sacará!

—Espero que haya mejorado su comportamiento —comentó la dama Wang—. El otro día se recibió una propuesta de matrimonio y muy pronto se irá a vivir con su suegra. Entonces tendrá que cambiar de modales.

—¿Se quedarán aquí o regresarán hoy mismo? —preguntó la Anciana Dama.

—¡Su Señoría no ha visto aún la cantidad de ropa que hemos traído! —contestó el ama Zhou con una sonrisa—. Sí, tenemos intención de permanecer aquí unos días.

—¿No está en casa el primo Baoyu? —preguntó entonces Xiangyun.

—Sólo piensa en el primo Bao —dijo Baochai riendo—. Es que a los dos les encanta hacer travesuras. Su pregunta demuestra que no ha cambiado su conducta traviesa.

—Ya sois demasiado mayores para que os sigáis llamando por vuestros nombres de cariño —dijo la Anciana Dama.

En ese momento entró Baoyu.

—¡Así que ha venido la prima Yun! —exclamó—. ¿Por qué no viniste la última vez que te invitamos?

—La Anciana Dama acaba de decir que debe cesar ese tratamiento —le dijo la dama Wang—, pero aquí estás tú otra vez usando nombres de cariño.

—Tiene algo muy bonito para ti —dijo Daiyu a Xiangyun.

—¿Qué es?

—No le hagas caso —dijo Baoyu riéndose—. ¡Cómo has crecido desde la última vez que viniste a visitarnos!

—¿Y cómo está la hermana Xiren? —preguntó ella.

—Muy bien, gracias.

—Le he traído un pequeño regalo.

Y diciendo esto mostró un pañuelo anudado.

—¿Qué es? —preguntó Baoyu—. ¿Por qué no le trajiste un par de sortijas de cornalina como las que enviaste el otro día?

—¿Y qué crees que es esto?

Xiangyun desató el pañuelo con una sonrisa y aparecieron cuatro anillos del mismo tipo.

—¡Vaya con la muchacha! —exclamó Daiyu—. ¿Por qué no se las diste a las criadas para que las trajeran junto con las nuestras? ¿No hubiera sido más sencillo? Ahora apareces con más. Pensé que se trataría de algo distinto, y resulta que siempre es lo mismo. ¡Pero qué tonta eres!

—¡Tonta lo serás tú! —replicó Xiangyun—. Permitid que os explique el porqué y luego juzgáis cuál de las dos es la tonta. Yo os mandé esas sortijas con el paje que enviasteis. El mensajero no tenía que decir nada, porque cuando vierais los anillos sabríais que eran para vosotras, las señoritas. Pero si además enviaba unos cuantos para las doncellas, hubiera tenido que explicarle cuál de los anillos era para cada una de ellas. Si se hubiese tratado de un chico inteligente, se habrían entregado sin problemas; pero si era un zote, enseguida habría olvidado los nombres y confundido las cosas, incluidos tus anillos. No hubiera supuesto un problema para una matrona que conociera a las muchachas, pero ese día quien acudió fue un paje al que no se podían confiar los nombres de las doncellas. ¿Lo sencillo, entonces, no era que los trajese yo misma?

Dicho lo cual, colocó sobre la mesa las cuatro sortijas.

—Una para Xiren, una para Yuanyang, una para Jinchuan y otra para Pinger —dijo—. ¿Hubiera podido un paje recordarlas tan claramente?

Todos rieron.

—Ahora sí se ha aclarado el asunto.

—¡Sigue tan locuaz como siempre! —exclamó Baoyu—. Nunca le faltan palabras.

—Y aunque no pudiese hablar, lo haría por ella su unicornio de oro —dijo Daiyu, y después de esa pulla se retiró.

Su comentario, por fortuna, sólo había sido escuchado por Baoyu y por Baochai, y cuando ésta sonrió también Baoyu se vio obligado a hacerlo debido a que se sentía culpable. Al verlo sonriente, Baochai salió rápidamente con Daiyu.

La Anciana Dama dijo a Xiangyun:

—Bebe un poco de té y descansa. Después podrás ir a ver a tus cuñadas y pasear con tus primas por el jardín.

Xiangyun hizo lo que se le pedía, y después de un breve reposo envolvió tres sortijas y, acompañada por amas y doncellas, hizo una visita a Xifeng y estuvo unos momentos charlando con ella antes de pasar a saludar a Li Wan en el jardín. Después de estar un rato conversando con ella, marchó al patio Rojo y Alegre en busca de Xiren.

—No es necesario que me acompañéis todas —dijo a las amas y doncellas—. Id a visitar a vuestros amigos y parientes. Me basta con que Cuilü venga conmigo.

De modo que las dos se quedaron solas.

—¿Por qué no ha florecido aún el loto? —preguntó Cuilü.

—Todavía no es el tiempo.

—Su loto es como el de nuestro estanque; tiene flores dobles.

—El suyo no es tan bueno como el nuestro.

—Mire, señorita, allí tienen unos granados con cuatro o cinco ramas una sobre otra. Le habrá resultado difícil crecer así.

—Las plantas son como los seres humanos. Crecen bien cuándo están llenas de fuerza vital.

—No lo creo. —Cuilü sacudió la cabeza—. Si hombres y plantas son iguales, ¿por qué nunca he visto a un ser humano con una cabeza creciendo sobre la otra?

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