Kitabı oku: «La soberanía de Dios», sayfa 4
«Del hombre son las disposiciones del corazón; mas de Jehová es la respuesta de la lengua» (Proverbios 16:1). Observen que esta declaración tiene una aplicación general: se refiere a todo hombre, no simplemente a los creyentes. «El corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová endereza sus pasos» (Proverbios 16:9). Y si Jehová endereza sus pasos, ¿no es prueba de que el hombre está siendo controlado o gobernado por Dios? Asimismo: «Muchos pensamientos hay en el corazón del hombre; mas el consejo de Jehová permanecerá» (Proverbios 19:21). Es decir, sea lo que sea lo que el hombre desee o planee, después de todo, es la voluntad de Su Hacedor la que se cumple. Tomen por ejemplo el caso del rico insensato. Se nos dan a conocer los pensamientos de su corazón: «También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate». Tales fueron los «pensamientos» de su corazón, sin embargo «el consejo de Jehová» permaneció. Las resoluciones del hombre rico no sirvieron para nada, pues «Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma» (Lucas 12:17–20).
«Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina» (Proverbios 21:1). ¿Hay algo que pueda ser más explícito? Del corazón «mana la vida» (Proverbios 4:23), «porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él» (Proverbios 23:7). Si el corazón está en manos de Jehová y si Él lo inclina a donde quiere, ¿no está claro entonces que todos los hombres están bajo el control total del Todopoderoso?
Ninguna limitante debemos poner a lo establecido anteriormente. Insistir en que solamente algunos hombres hacen lo que Dios ha determinado es repudiar también otros textos bíblicos igualmente explícitos: «Pero si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar? Su alma deseó, e hizo» (Job 23:13). «El consejo de Jehová permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón por todas las generaciones» (Salmo 33:11). «No hay sabiduría, ni inteligencia, ni consejo, contra Jehová» (Proverbios 21:30). «Porque Jehová de los ejércitos lo ha determinado, ¿y quién lo impedirá? Y su mano extendida, ¿quién la hará retroceder?» (Isaías 14:27). «Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero» (Isaías 46:9–10). No hay la menor ambigüedad en estos pasajes. Afirman, en los términos más inequívocos e incondicionales, la imposibilidad de que el propósito de Jehová no se cumpla.
En vano leemos las Escrituras si no descubrimos que los actos de los hombres, tanto de los malos como de los buenos, están gobernados por Jehová Dios. Nimrod y sus compañeros determinaron erigir la torre de Babel, pero antes de que su obra fuese acabada, Dios frustró sus planes. Dios llamó a Abraham «solo» (Isaías 51:2), pero su parentela lo acompañó cuando dejó Ur de los caldeos. ¿Acaso se frustró la voluntad del Señor? En ninguna manera. Si nosotros atendemos a la narración, nos daremos cuenta de que Taré murió antes de llegar a Canaán (Génesis 11:32); y aunque Lot acompañó a su tío hasta la tierra de la promesa, prontamente se apartó de él, y puso sus tiendas en Sodoma. Jacob era el hijo a quien se había prometido la herencia y aunque Isaac trató de alterar el decreto de Jehová y otorgar la bendición a Esaú, sus esfuerzos quedaron en nada. Esaú juró vengarse de Jacob, pero cuando se encontraron después de la separación, en vez de pelear llenos de odio, se abrazaron con lágrimas de gozo. Los hermanos de José planearon su destrucción, pero sus malos consejos fueron frustrados. Faraón pereció en el Mar Rojo al intentar oponerse a que Israel cumpliera las instrucciones de Jehová. Balac alquiló a Balaam para que maldijese a los israelitas, pero Dios le obligó a bendecirlos. Amán erigió una horca para Mardoqueo, pero fue él quien fue colgado en ella. Jonás resistió la voluntad revelada de Dios, pero ¿en qué pararon sus esfuerzos?
¡Ah, los paganos podrán enfurecerse antes esta idea! «¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido, diciendo: Rompamos sus ligaduras, Y echemos de nosotros sus cuerdas» (Salmo 2:1–3). Pero ¿acaso el gran Dios es perturbado o estorbado por la rebelión de Sus mezquinas criaturas? No, sino que «el que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos» (Salmo 2:4). Él está infinitamente por encima de todos y las más grandes confederaciones de los hombres, y los preparativos más vastos y enérgicos para derrotar Su propósito son, a Sus ojos, como un juego de niños. Él mira tan fútiles esfuerzos no solamente sin alarma, sino riéndose de la locura de ellos; trata su impotencia ridiculizándola. Sabe que puede aplastarlos como polillas cuando guste, o consumirlos en un momento con el aliento de Su boca. ¡Ah, qué vanidades que los «tiestos de la tierra» (Isaías 45:9) luchen contra la gloriosa Majestad del cielo! Tal es nuestro Dios; adórenle.
¡Considera también, la soberanía que Dios ha mostrado en Sus tratos con los hombres! Moisés, quien era torpe de lengua (en vez de Aarón su hermano mayor, quien no lo era), fue el escogido para ordenarle al monarca de Egipto, la liberación de Su pueblo oprimido. Asimismo, Moisés aunque era muy amado, pronunció una palabra arrebatada y fue excluido de Canaán; mientras que Elías, quien murmuró apasionadamente, solamente fue reprendido ligeramente ¡y después de eso llevado al cielo sin gustar la muerte! Uza apenas tocó el arca y fue matado instantáneamente, mientras que los filisteos se la llevaron en su triunfo insultante y no sufrieron daño inmediato. Las muestras de gracia que hubiera llevado al arrepentimiento a la condenada Sodoma, no movieron siquiera a la gran privilegiada Capernaum. Las obras poderosas que hubieran llevado sometido a Tiro y a Sidón, dejaron a las ciudades reprobadas de Galilea, bajo la maldición de un evangelio rechazado. ¿Si dichas muestras de gracia certeramente habrían tenido efecto en los primeros lugares, por qué no fueron dadas allí? ¿Si dichas muestras no iban a resultar en los otros lugares, por qué se dieron ahí? ¡Oh, qué exhibiciones de la soberana voluntad del Altísimo!
4. Dios gobierna a los ángeles, tanto a los buenos como a los malos.
Los ángeles son siervos de Dios, mensajeros Suyos. Escuchan siempre la voz de Su boca y cumplen Sus mandamientos. «Y envió Jehová el ángel a Jerusalén para destruirla; pero cuando él estaba destruyendo, miró Jehová y se arrepintió de aquel mal, y dijo al ángel que destruía: Basta ya; detén tu mano (…) Entonces Jehová habló al ángel, y éste volvió su espada a la vaina» (1 Crónicas 21:15–27). Podrían citarse otros textos de las Escrituras para mostrar que los ángeles están en sujeción a la voluntad de su Creador y hacen lo que Él les manda: «Entonces Pedro, volviendo en sí, dijo: Ahora entiendo verdaderamente que el Señor ha enviado su ángel, y me ha librado de la mano de Herodes» (Hechos 12:11). «Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto» (Apocalipsis 22:6). Así ocurrirá cuando nuestro Señor vuelva: «Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad» (Mateo 13:41). Asimismo leemos: «Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro» (Mateo 24:31).
Lo mismo puede decirse de los espíritus malignos. También ellos cumplen los decretos soberanos de Dios. Un espíritu malo fue enviado por Dios para provocar la rebelión en el campamento de Abimelec: «envió Dios un mal espíritu entre Abimelec y los hombres de Siquem, y los de Siquem se levantaron contra Abimelec» (Jueces 9:23); otro para ser espíritu mentiroso en boca de los profetas de Acab: «Y ahora, he aquí Jehová ha puesto espíritu de mentira en la boca de todos tus profetas, y Jehová ha decretado el mal acerca de ti» (1 Reyes 22:23); y aun otro para atormentar a Saúl: «El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y le atormentaba un espíritu malo de parte de Jehová» (1 Samuel 16:14). En el Nuevo Testamento una legión entera de demonios no salió de su víctima hasta que el Señor la dejó entrar en el hato de puercos.
Por consiguiente, la Escritura aclara que los ángeles, buenos y malos, están bajo el control de Dios y qué, voluntaria o involuntariamente, llevan a cabo Su propósito. Sí, el propio Satanás está absolutamente sujeto al control de Dios. Acusado en el Edén, escuchó la terrible sentencia sin pronunciar palabra. No pudo tomar a Job hasta que Dios le concedió autorización. También tuvo que esperar el consentimiento de nuestro Señor antes de «zarandear» a Pedro. Cuando Cristo le mandó partir diciéndole, «Vete, Satanás», leemos, «El diablo entonces le dejó» (Mateo 4:10–11). Y como acto final, sabemos que será echado al lago de fuego que ha sido preparado para él y sus ángeles.
El Señor omnipotente reina. Su gobierno se ejerce sobre la materia inanimada, sobre las bestias, sobre los hijos de los hombres, sobre los ángeles buenos y malos y sobre Satanás mismo. Ningún planeta gira, ninguna estrella brilla, ni hay tormenta, ni movimiento de criatura, ni acto de un hombre, ni hecho de un ángel, ni acción del diablo, ni nada puede ocurrir en todo el vasto universo de forma diferente a como Dios ha determinado desde la eternidad. He aquí un auténtico fundamento para la fe. He aquí un verdadero lugar de reposo para el intelecto. He aquí un ancla para el alma, segura y firme. No se trata del destino ciego, del mal desencadenado, del hombre o del diablo, sino que es Dios mismo el que está gobernando el mundo, dirigiéndolo según Su propia voluntad y para Su propia gloria eterna.
Diez mil centurias antes que los cielosfuesen en sus cimientos afirmados,los mundos por venir, los luengos siglosestaban ya en Su mente planeados.El vil gusano, el ave pasajera,los tronos con sus reyes coronados,el fin de dinastías, pueblos, eras:todo estaba en Su mente decretado. (Isaac Watts)
Capítulo 4
LA SOBERANÍA DE DIOS
EN LA SALVACIÓN
“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33).
«La salvación es de Jehová» (Jonás 2:10), pero el Señor no salva a todos. ¿Por qué no? Salva, sí, a algunos; y si salva a algunos, ¿por qué no a otros? ¿Quizá porque son demasiado pecadores y depravados? No; pues el apóstol escribió: «Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero» (1 Timoteo 1:15). Por tanto, si Dios salvó al primero de los pecadores, no hay razón para que ninguno sea excluido por causa de su depravación. ¿Por qué, pues, no salva Dios a todos? ¿Quizá porque algunos tienen el corazón demasiado duro para ser ganados? No; porque aun de aquellos que tienen el corazón más endurecido, Dios ha dicho: «Les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne» (Ezequiel 11:19). Entonces, ¿será porque son tan obstinados, tan intratables, tan rebeldes, que Dios no puede atraerlos a Sí mismo? Antes de responder a esta pregunta formulemos otra; recurriremos a la experiencia de algunos, por lo menos, de los que forman el pueblo de Dios.
Estimado lector, ¿no es cierto que hubo un tiempo en que andabas en consejo de malos, estabas en camino de pecadores, te sentabas en silla de escarnecedores, y con ellos decías: «No queremos que este reine sobre nosotros» (Lucas 19:14)? ¿Acaso no hubo un tiempo en que tú no querías ir a Cristo para tener vida (Juan 5:40)? ¿No hubo un tiempo en que unías tu voz a la de los que decían a Dios: «Apártate de nosotros, porque no queremos el conocimiento de tus caminos. ¿Quién es el Todopoderoso, para que le sirvamos? ¿Y de qué nos aprovechará que oremos a él?» (Job 21:14–15)? Avergonzado, tienes que confesar que sí. Pero, ¿cómo es posible que ahora todo haya cambiado? ¿Qué fue lo que te apartó de tu altiva autosuficiencia y te llevó a ser un humilde suplicante? ¿Qué te llevó de ser uno que estaba en enemistad con Dios a uno que está en paz con Él, de la desobediencia a la sujeción, del odio al amor? Como «nacido del Espíritu» responderás con prontitud: «Por la gracia de Dios soy lo que soy» (1 Corintios 15:10). Entonces, ¿no comprendes que el que otros rebeldes no sean salvos no se debe a falta de poder por parte de Dios, ni a Su negativa a forzar al hombre? Si Dios pudo someter tu voluntad y conquistar tu corazón, sin interferir con tu responsabilidad moral, ¿no puede hacer lo mismo con otros? Ciertamente que sí. Entonces, ¡cuán ilógico, cuán necio es de tu parte intentar explicar el actual proceder de los impíos y su destino final, argumentando que Dios no puede salvarlos, que ellos no Le dejan! Quizá puedas decir: «Pero llegó un momento en que yo quise, estuve dispuesto a recibir a Cristo como mi Salvador». Cierto que así ocurrió, pero fue el Señor Quien te hizo querer (Salmo 110:3; Filipenses 2:13). ¿Por qué entonces no hace que todos los pecadores quieran? ¿Por qué ha de ser, sino por el hecho de que Él es soberano y hace lo que Le agrada? Pero volvamos a la pregunta inicial.
¿Por qué no todos son salvos, particularmente todos los que oyen el Evangelio? ¿Respondes aún: «Porque la mayoría rehúsa creer»? Bien, es cierto, pero eso es solamente una parte de la verdad. Es la verdad vista desde el aspecto humano. Pero hay también un aspecto divino, aspecto que requiere ser tenido muy en cuenta, pues, de lo contrario, Dios sería despojado de la gloria que se Le debe. Los no salvos se pierden porque rehúsan creer, mientras los demás se salvan porque creen. Bien, ¿pero por qué creen? ¿Qué es lo que hace que unos pongan su confianza en Cristo y otros no? ¿Quizá porque los que se salvan son más inteligentes que sus semejantes y más rápidos en discernir la necesidad de su salvación? Desechemos tal pensamiento, pues, «¿quién te distingue? ¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1 Corintios 4:7). Es Dios mismo Quien hace distinción entre el escogido y el no escogido, pues Él mismo ha mandado escribir: «Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero» (1 Juan 5:20).
La fe es un don de Dios. «No es de todos la fe» (2 Tesalonicenses 3:2); por lo tanto, vemos que Dios no otorga este don a todos. ¿A quienes, pues, concede este favor salvador? A Sus elegidos: «y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna» (Hechos 13:48). Es por esto que leemos sobre «la fe de los escogidos de Dios» (Tito 1:1). Pero, ¿es Dios soberano en la distribución de Sus favores? ¿Acaso no tiene derecho a serlo? ¿Hay aún quien «murmura contra el padre de familia» (Mateo 20:11)? Valgan, entonces, Sus propias palabras como respuesta: «¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío?» (Mateo 20:15). Dios es soberano en la concesión de Sus dones, tanto en la esfera natural como en la espiritual. Esta es una declaración general de los hechos; pasemos ahora a particularizar.
1. La soberanía de Dios Padre en la salvación.
Quizá el pasaje de la Escritura que más enfáticamente afirma la soberanía absoluta de Dios respecto a la determinación del destino de Sus criaturas, es el capítulo nueve de Romanos. No vamos a tratar de repasar aquí el capítulo completo, sino que nos limitaremos a los versículos 21–23: «¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria?». Estos versículos presentan a la humanidad caída tan inerte y tan impotente como una masa de barro sin vida. Este texto bíblico es rico en contenido. Demuestra que no hay diferencia esencial entre los escogidos: son barro de la misma masa, lo cual concuerda con Efesios 2:3, donde se nos dice que todos por naturaleza somos «hijos de ira». Nos enseña que el destino final de todo individuo lo decide la voluntad de Dios, y bienaventurada cosa es que así sea, pues si se dejara a nuestra voluntad acabaríamos en el lago de fuego. Declara que Dios mismo hace una distinción de los destinos respectivos que dedica a cada una de Sus criaturas, pues un vaso es hecho para honra y otro para vergüenza; algunos son vasos de ira preparados para muerte, otros son vasos de misericordia, que Él ha preparado para gloria.
Admitimos francamente la humillación que supone para el orgulloso corazón de la criatura el contemplar a la humanidad entera en manos de Dios como barro en manos del alfarero; pero así es precisamente como las Escrituras presentan el caso. En esta época de jactancia humana, orgullo intelectual y deificación del hombre, es necesario insistir en que el Alfarero hace Sus vasos para Sí mismo. Que luche el hombre con su Hacedor cuanto quiera, ya que no por eso dejara de ser otra cosa sino barro en manos del Alfarero Celestial; y Él forma Sus vasos para Sus propios fines y conforme Le agrada. Aunque sabemos que procederá justamente con Sus criaturas, Dios afirma que tiene derecho indiscutible de hacer lo que quiera con lo que es Suyo.
No solamente Dios tiene derecho a hacer lo que quiera con las criaturas salidas de Sus propias manos, sino que en realidad lo hace, según vemos, más evidentemente que en cualquier otra parte, en la gracia de la predestinación. Antes de la fundación del mundo Dios hizo una selección, una elección. Ante Sus ojos omniscientes estaba toda la raza de Adán, y de ella escogió un pueblo y lo predestinó para ser adoptados como hijos, lo predestinó para ser conforme a la imagen de Su Hijo y lo ordenó para vida eterna. Muchos son los textos bíblicos que muestran esta bendita verdad, siete de los cuales van a ocupar nuestra atención.
«Creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna» (Hechos 13:48). Se han empleado todos los artificios del ingenio humano para restar poder al agudo filo de este texto y descartar con explicaciones fáciles el sentido evidente de estas palabras; pero todo ha sido en vano, ya que nada podrá jamás reconciliar este pasaje y otros semejantes con la mente del hombre natural. Aprendemos aquí cuatro cosas: Primeramente, que creer es consecuencia y no causa del decreto de Dios. En segundo lugar, que solo un número limitado ha sido «ordenado para vida eterna», pues si todos los hombres sin excepción hubieran sido así ordenados por Dios, entonces las palabras «todos los que» constituyen una especificación carente de significado. En tercer lugar, que esta «ordenación» de Dios no consiste en meros privilegios externos, sino que es para «vida eterna»; no es designación para un servicio, sino para la salvación misma. En cuarto lugar, «todos los que» —ni uno menos— han sido ordenados por Dios para vida eterna creerán con toda certeza.
El comentario que el amado hermano C. H. Spurgeon hizo sobre el pasaje anteriormente citado, merece toda nuestra consideración: «Se han hecho ciertas tentativas para demostrar que estas palabras no enseñan la predestinación, pero tales tentativas violan el lenguaje tan claramente, que no voy a malgastar el tiempo en replicar a ellas (...) Leo así: «Creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna» y no he de retorcer el texto, sino glorificar la gracia de Dios, atribuyéndole todos los casos de personas que creen (...) ¿No es Dios Quien da disposición para creer? Si hay hombres dispuestos a poseer la vida eterna, ¿no es Él en todos los casos Quien lo dispone? ¿Es injusto que Dios de gracia? Si es justo que la dé, ¿es injusto que Se haya propuesto darla? ¿Quisieras que la diera por accidente? Si es justo que tenga el propósito de dar gracia hoy, entonces también era justo que se lo propusiera antes de esta fecha — debido a que Él no cambia— desde la eternidad».
«Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra» (Romanos 11:5–6). Las palabras «así también», al inicio de esta cita, nos remiten al versículo anterior donde se nos dice: «Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal». Nótese particularmente la palabra «reservado». En los días de Elías había siete mil (una pequeña minoría) que habían sido divinamente preservados de la idolatría y traídos al conocimiento del verdadero Dios. Esta preservación e iluminación no provenía de ningún mérito que hubiera en ellos, sino exclusivamente de la especial influencia e intervención de Dios. ¡Cuán altamente favorecidas fueron tales personas al ser así «reservadas» para Dios! Ahora bien, dice el apóstol, de la manera que había un remanente en los días de Elías, reservado para Dios, también lo hay en la actual dispensación.
«Remanente escogido por gracia». Aquí se sigue la causa de la elección hasta su misma fuente. La base sobre la cual Dios escogió a este remanente no era la fe prevista en Él, porque una elección fundada en la previsión de buenas obras estaría exactamente tan basada en las obras como cualquier otra, y en tal caso no sería por gracia; pues, según dice el apóstol: «si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia». Ello significa que la gracia y las obras son opuestas, que no tienen nada en común, y que, como el aceite y el agua, jamás podrán mezclarse. De esta manera, la idea de bondad en la propia naturaleza prevista en los escogidos, o de cualquier cosa meritoria efectuada por ellos, queda rigurosamente excluida. «Remanente escogido por gracia», significa una elección incondicional, resultado del favor soberano de Dios. En resumen, es una elección absolutamente gratuita.
«Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia» (1 Corintios 1:26–29). Tres veces en este pasaje se hace referencia a la elección de Dios y elección supone necesariamente selección, es decir, tomar a unos y dejar a otros. Quien escoge aquí es Dios mismo. Se da una definición del número escogido: «no muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles» etc. lo cual concuerda con Mateo 20:16: «Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos». Esto es en cuanto al hecho de la elección de Dios; a continuación, obsérvense los objetos de Su elección.
Aquellos de quienes se ha hablado como escogidos de Dios son lo débil del mundo, lo vil del mundo y lo menospreciado. Pero, ¿por qué? Para demostrar y engrandecer Su gracia. Tanto los caminos de Dios como Sus pensamientos están en absoluta contraposición a los del hombre. La mente carnal hubiera supuesto que la selección habría de hacerse de entre las filas de los opulentos e influyentes, los amables y cultos, de modo que el cristianismo ganara la aprobación y el aplauso del mundo por su pompa y su gloria carnal. Pero «lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación» (Lucas 16:15). Dios escoge lo vil y lo menospreciado. Así lo hizo en tiempos del Antiguo Testamento. La nación que escogió para ser receptora de Sus sagrados oráculos y canal por el cual vendría la Simiente prometida, no fue el antiguo Egipto, ni la imponente Babilonia, ni la altamente civilizada y culta Grecia. No; el pueblo sobre el que Jehová puso Su amor y consideró como «la niña de Su ojo» fue el de los despreciados hebreos. Así lo hizo también cuando nuestro Señor habitó entre los hombres. Aquellos a quienes recibió en Su agradable intimidad y encargó que salieran como embajadores Suyos, eran, en su mayor parte, pescadores ignorantes. Así ha sido desde entonces. Así sucede hoy en día; al considerar la tasa de aumento, no pasará mucho para que se manifieste que el Señor tiene más qué ver con los depreciados chinos que son Suyos, que con los estadounidenses altamente favorecidos; asimismo, tiene más que ver con los negros no civilizados de África, ¡que en la Alemania refinada! Y el propósito de la elección de Dios, la razón de ser de la selección, es que ninguna carne se gloríe en Su presencia. No habiendo nada remunerable en los objetos que Él eligió, toda la alabanza ha de ser tributada libremente a las riquezas abundantes de Su infinita gracia.
«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad (…) En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad» (Efesios 1:3–5,11). Aquí se nos dice en qué tiempo (si podemos hablar así) Dios escogió a aquellos que serían Sus hijos por medio de Jesucristo. Esto no sucedió después de que Adán cayó, hundiendo a su raza en pecado y miseria, sino mucho antes de que Adán viera la luz; incluso antes de que el mundo fuera formado, Dios nos escogió en Cristo. Aquí aprendemos el propósito que Dios tenía delante de Él respecto a Sus elegidos: es decir, que ellos fueran «santos y sin mancha delante de él», que ellos fueran «adoptados hijos suyos», para que ellos tuvieran «herencia». Aquí descubrimos el motivo que le impulsó. Fue en amorque nos predestinó «para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo»; declaración que refuta la frecuente e impía acusación de que es tiránico e injusto que Dios decida el destino eterno de Sus criaturas antes de que nazcan. Finalmente, se informa aquí que, en cuanto a esto, no tuvo consejo con nadie, sino que somos predestinados «según el puro afecto de su voluntad».
«Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad». (2 Tesalonicenses 2:13). Hay aquí tres cosas que merecen especial atención. Primeramente, el hecho de que se nos dice explícitamente que los elegidos de Dios son escogidos para salvación. No podría darse un lenguaje más explícito. ¡Cuán descaradamente eliminan esta palabra quienes piensan que la elección se refiere solamente a privilegios externos o categoría en el servicio! Es para salvación que Dios nos ha escogido. En segundo lugar, se nos advierte aquí que la elección para salvación no menosprecia el empleo de los medios apropiados: la salvación se alcanza por la «santificación por el Espíritu y fe en la verdad». No es cierto que, porque Dios ha escogido a uno para salvación, este sea salvo a la fuerza, tanto si cree como si no. En ninguna parte lo representan así las Escrituras. El mismo Dios que predestinó el fin, designó también los medios; el mismo Dios que escogió para salvación, decretó que Su propósito habría de realizarse a través de la obra del Espíritu y la fe en la verdad. En tercer lugar, que Dios nos haya escogido para salvación, es causa profunda de fervientes alabanzas. Nótese cuán enérgicamente lo expresa el apóstol: «debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación». En lugar de retroceder horrorizado ante la doctrina de la predestinación, el creyente, cuando ve esta bendita verdad según se muestra en la Palabra, descubre un motivo sin par de gratitud y acción de gracias, solamente superado por el don inexplicable del bendito Redentor.
«[Dios] nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos» (2 Timoteo 1:9), ¡Cuán claro y preciso es el lenguaje de la Sagrada Escritura! Es el hombre quien, con sus palabras, oscurece el consejo. Es imposible presentar el caso más claramente, o más enérgicamente que como se manifiesta aquí. Nuestra salvación no es «conforme a nuestras obras»; es decir, no es debida a nada que haya en nosotros, ni recompensa de algo que nosotros hayamos hecho, sino que es el resultado del propio «propósito y gracia» de Dios, gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo. Es por gracia que somos salvos y en el propósito de Dios esta gracia nos fue otorgada, no solamente antes de que viéramos la luz, o de que Adán cayera, sino aun antes de aquel lejano «principio» de Génesis 1:1. En esto se basa el consuelo inexpugnable del pueblo de Dios: ¡Si su elección ha sido desde la eternidad, durará hasta la eternidad! «Sólo podrá durar eternamente, aquello que ha venido de la eternidad. Lo que así ha venido, entonces perdurará» (George S. Bishop).
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