Kitabı oku: «Desde la capital de la República», sayfa 4
UNA NUEVA MIRADA A LA OPERACIÓN X: STALIN Y LA REPÚBLICA ESPAÑOLA, 1936-1939
Daniel Kowalsky
Queen’s University, Belfast
Para la asediada República española, en guerra contra un levantamiento rebelde desde el 18 de julio de 1936, el último día de septiembre de ese mismo año se abrió un breve respiro de tristeza y pesimismo. Marcelino Pascua, de treinta y ocho años, estaba en el andén de la estación de Atocha de Madrid con destino a Moscú. El recién nombrado embajador español en la Unión Soviética fue acompañado al tren por casi todos sus vecinos de la calle Velázquez, así como por un conjunto formidable de simpatizantes y de representantes del gobierno de Madrid, incluido un representante personal del presidente Largo Caballero y miembros de la recientemente instalada embajada soviética.1 La misión de Pascua a Moscú fue una de las más abrumadoras en los anales de la diplomacia moderna: tenía que tratar de restablecer las relaciones con el Kremlin de Stalin y asegurar la ayuda militar para la República.
Los acontecimientos de julio en España habían comenzado como una rebelión de oficiales y los primeros éxitos de los rebeldes habían sido pocos. Si no hubiera sido por la inmediata y comprometida intervención de Hitler y Mussolini, la República habría triunfado rápidamente. Si el lado rebelde había ganado sin gran esfuerzo ayuda internacional –incluido el decisivo apoyo militar, económico y diplomático de los estados fascistas–, la República se encontró de inmediato aislada e incapaz de obtener ayuda extranjera. Aunque legalmente autorizada para adquirir armamento del exterior para sofocar la rebelión interna, la República española fue abandonada incluso por sus aliados tradicionales, Francia y Gran Bretaña. De hecho, tan firmes eran las democracias occidentales en no involucrarse en el embrollo español que se estableció un comité especial en agosto de 1936 para hacer cumplir un embargo internacional sobre la venta de armas a ambos lados de la guerra civil. El Comité de No Intervención, con sede en Londres, impidió que la República adquiriera legalmente la ayuda, pero demostró ser impotente para evitar que italianos y alemanes prestaran apoyo a los nacionalistas.2 Para compensar la desventaja de la República, se produjeron dos acontecimientos entre septiembre y octubre de 1936. En primer lugar, la Internacional Comunista (Comintern) comenzó a organizar un ejército internacional de voluntarios para luchar del lado de la República; en segundo, la Unión Soviética acordó suministrarle tanques, aviones y técnicos militares. Así, con la llegada de las Brigadas Internacionales y los hombres y equipos de Moscú, la internacionalización de la guerra española se lograría por completo.
La entrada de la Unión Soviética en la guerra civil española fue uno de los momentos decisivos de la larga lucha ibérica, pero en términos de relaciones internacionales, alianzas y diplomacia, fue una bomba que pocos hubiesen predicho. El tema de la participación soviética en España fue, durante muchos años, uno de los más polémicos y poco comprendidos de toda la historia contemporánea. Los nacionalistas y sus aliados alegaron que el levantamiento rebelde había sido una respuesta a la creciente influencia comunista en España. El bando republicano, por su parte, demonizó a los soviéticos por supuestamente adoptar severas políticas estalinistas durante la guerra y por jugar un papel clave en la destrucción de la izquierda revolucionaria española, cuyo desafiante espíritu de resistencia era la mejor esperanza de la República para la victoria. En resumen: la derecha usó el comunismo como su casus belli, mientras que la izquierda culpó a Stalin por la derrota de los fieles a la República.3
Hasta hace poco, el tema estaba embrollado por la controversia de la Guerra Fría y la inaccesibilidad de archivos, pero las últimas dos décadas han transformado las posibilidades de desarrollar un análisis más profundo de la participación soviética en la guerra, ahora basado en evidencias empíricas. El autor de este artículo trabajó en archivos españoles y de la Rusia postsoviética a partir de mediados de la década de los noventa y produjo la primera historia completa utilizando documentación oficial no publicada.4 Simultáneamente, el coronel ruso Dr. Yuri Rybalkin completó su disertación doctoral, en gran medida basada en fuentes desclasificadas del Archivo Militar, y continuó publicando su investigación en el cambio de milenio.5 A estos primeros estudios se agregaron pronto los de los historiadores continentales Antonio Elorza, Marta Bizcarrondo, Remi Skoutelsky y Frank Schauff.6 Sin embargo, el estudio más importante y profundo que se ha producido hasta ahora es la trilogía de Ángel Viñas, publicada entre 2006 y 2008, una obra de imponente erudición.7 Esta oleada de actividad académica que ha profundizado en fuentes hasta ahora no disponibles nos indica una transformación de este ámbito de estudio, que ahora se ha convertido en uno de los más meticulosamente investigados en la rica y multilingüe historiografía sobre la guerra española.
La Guerra Civil Española, que comenzó el 18 y 19 de julio de 1936, presentó a Moscú un dilema. Desde 1917, los bolcheviques habían fomentado la revolución y la guerra civil entre los fieles comunistas. Ahora había estallado la revolución y la guerra civil en España, pero, para el partido, 1936 no era 1917. La estrategia oficial soviética desde 1935 era la cooperación con partidos no revolucionarios en Europa contra la amenaza común del fascismo.8 En la República, el inicio de las hostilidades condujo a un vacío de poder, rápidamente llenado por los partidos revolucionarios. La revolución popular, centrada en las grandes ciudades aún bajo control republicano, llevó a cabo una redistribución de la propiedad y la colectivización generalizada. De forma decisiva, ese fervor revolucionario también proporcionó mano de obra y entusiasmo en los primeros enfrentamientos sin cuartel con los nacionalistas.
Para el Kremlin nunca estuvo claro cómo la ayuda soviética a la República no parecería un apoyo a la revolución en España y, por ello, Stalin respondió con extrema precaución. Documentos recientemente desclasificados del Archivo Presidencial sugieren que el Kremlin se sintió atraído por la movilización de julio, pero que no tenía ninguna prisa por mostrar sus intenciones. Ya el 21 de julio de 1936, el miembro de la Comintern Dimitri Manuelskii había enviado a Stalin la primera actualización desde el terreno.9 Al día siguiente, los soviéticos acordaron vender combustible con descuento a Madrid.10 Después, el 23 de julio, el jefe del Comintern, Georgii Dmitrov, imploró a Stalin, en una nota escrita a mano, que diera nuevas órdenes en respuesta a la evolución de la situación en la Península Ibérica.11
Para Stalin, la guerra se presentaba como una posible oportunidad, pero con la superposición de diferentes elementos. Hubo presión por parte del comunismo y la izquierda internacionales, que, desde los primeros días de la guerra, se movilizaron a favor de la República. Ignorar a España sería renunciar a la oportunidad de defender una causa muy popular y arriesgarse a alienar a la izquierda global. Esta justificación ideológica para la participación se vería complementada, si no reemplazada, por el imperativo geoestratégico.
Hacia el verano de 1936, cuando el ascenso de los poderes fascistas suponía un desafío a la seguridad soviética, ya no estaba en duda, España proporcionaba a Moscú una oportunidad no sólo para enfrentarse al fascismo, sino también para comprobar la viabilidad de una seguridad colectiva con los poderes occidentales.
Si Stalin intervino en España fundamentalmente por razones ideológicas y de seguridad, habría que añadir tres consideraciones adicionales a esta discusión. En primer lugar, la decisiva obsesión soviética con el desviacionismo trotskista, que alcanzó su cénit en el mismo periodo (agosto y septiembre de 1936) en el que Stalin deliberaba en torno a su decisión sobre España. Ciertamente, la purga de enemigos que se identificaban como trotskistas en el interior y en el extranjero fue al menos tan importante y destructiva como el combate contra el fascismo europeo. En segundo lugar, estaba la motivación financiera en forma del oro español, enviado desde Madrid a Moscú en el otoño de 1936, que aseguraba a los soviéticos una generosa remuneración financiera por su compromiso militar con la República. Y, finalmente, estaba el innegable beneficio que los soviéticos obtenían al tener la oportunidad de probar armamento de primera generación y nuevas teorías de combate. En España, los soviéticos hicieron debutar a combatientes, bombarderos y los mismos tanques con los que empezarían la Segunda Guerra Mundial. Los meticulosos informes de acción sobre equipamiento bélico, archivados por oficiales y técnicos y ahora alojados en el Archivo Militar Estatal Ruso, comprenden cerca de un millón de páginas. Estos documentos son hoy una lectura tediosa, pero dan testimonio de la importancia que dio Moscú a la experiencia bélica española tanto en relación con los hombres como con la maquinaria.12
La primera decisión política efectiva del Kremlin llegó el 2 de agosto de 1936. El decreto que abrió la política soviética hacia la República no se dirigía al acosado gobierno de Madrid, sino a un público cautivo en la URSS. Stalin aprovechó el alzamiento nacionalista como una oportunidad para conseguir apoyos domésticos para su régimen y sus políticas de frente popular contra el franquismo. Moscú actuó para convertir los acontecimientos en la lejana Península Ibérica en una causa para la que el pueblo estaba obligado a demostrar su apoyo ruidosamente y realizar significativas contribuciones individuales de ayuda humanitaria. Esta campaña de solidaridad fue intensamente coordinada, meticulosamente dirigida y escatimó pocos recursos.13 Se inició a partir del 3 de agosto con manifestaciones de un gran número de trabajadores en ciudades a lo largo de la URSS, que lanzaron llamamientos de solidaridad con la República española. Según la cobertura de la prensa soviética, y confirmado por algunos observadores extranjeros, estos actos de apoyo movilizaron importantes masas de trabajadores, entre los 10.000 de Tbilisi y 30.000 en Minsk hasta 100.000 en Leningrado y 120.000 en Moscú.14 A finales de 1936, las donaciones llegaron a sumar 115 millones de rublos (4.791.000 libras esterlinas).15 Estos fondos se utilizaron para comprar comida, ropa, medicinas y juguetes infantiles, que fueron enviados a España en embarcaciones soviéticas.16
Para apoyar las campañas de solidaridad, el Politburó autorizó el envío del corresponsal de Pravda Mikhail Kolstov para que empezara la cobertura de la guerra directamente desde la zona republicana. Kolstov fue seguido por dos periodistas más: Ilya Ehrenberg, de Izvestiia, y Ovadii Savich, corresponsal de TASS (la agencia de noticias estatal).17 La tarea de los periodistas fue proporcionar contenido para el creciente volumen de cobertura de la guerra civil española ofrecido en la prensa nacional soviética. Uno de los resultados de esta movilización de prensa fue que el espacio dedicado a España en Izvestiia pasó de un ya significativo 10% hasta un 25% del periódico.18
Mientras tanto, el Politburó envió a dos realizadores de cine a España: Roman Karmen y su asistente Boris Makaseev. Su emocionante bautizo en la cinematografía de guerra es indicativo del gran valor que el Kremlin estaba ya dando a la guerra española y su potencial de explotación en la URSS.19 El Politburó ordenó a los cineastas salir hacia España el 18 de agosto de 1936, exactamente un mes después del alzamiento.20 La pareja viajó por aire a París –pasando directamente por encima del estadio olímpico de Berlín donde se estaban desarrollando los famosos Juegos Olímpicos–, continuaron por tierra hasta la frontera española, y el 23 de agosto llegaron a la zona republicana, donde empezaron a rodar inmediatamente. Dos días después enviaron seiscientos metros de película expuesta sin editar a Moscú. Ésta se procesó rápidamente y el primer noticiario editado, K sobytiiam v Ispanii (Sobre los sucesos de España) se estrenó en las principales ciudades soviéticas el 7 de septiembre, apenas tres semanas después de que el Comité Central hubiera aprobado los fondos para los cineastas.
Dada la gran distancia entre los dos países, la rápida movilización de los soviéticos en el ámbito del cine fue sin duda impresionante. En tres semanas, el régimen estalinista había incorporado con éxito metraje cinematográfico editado de la guerra de España en las campañas domésticas de solidaridad en favor de la República. El ritmo vertiginoso de la primera producción cinematográfica se mantuvo durante varios meses, y se produjeron más episodios durante casi un año. Karmen y Makaseev estuvieron durante once meses en la España republicana21 y rodaron material para veinte noticieros, varios documentales, incluyendo Madrid se defiende (1936), Madrid en llamas (Madrid vogne, 1937) y el largometraje Ispaniia (España), que apareció tras el final de la guerra, en 1939.22 Su trabajo, junto con el de los periodistas soviéticos, llevó la guerra de España a un público soviético fascinado. Hacia principios de septiembre, los ciudadanos soviéticos estaban leyendo diariamente reportajes en primera página sobre la guerra de España y viendo en las salas de cine imágenes cinematográficas del conflicto. Así, entre las campañas de solidaridad y la intensa cobertura mediática, la guerra de España se había convertido en una causa de enorme importancia ideológica y emocional para los trabajadores de la URSS.
La siguiente fase en la creciente implicación de la URSS en los asuntos españoles fue la premura del Kremlin para conseguir un acercamiento diplomático con la Segunda República, a partir del cual promocionar al gobierno de Madrid a una inusual posición privilegiada de aliado y amigo.23 El 22 de agosto, el gobierno soviético nombró a Marcel Rosenberg como su embajador en Madrid.24 Rosenberg y su amplio personal, que incluía agregados económicos y militares, llegaron a España antes del final de ese mes. Vale la pena destacar que a pesar de una búsqueda coordinada, el Politburó mandó a la embajada española sólo un diplomático con conocimientos de castellano, Leon Gaikis, quien después sería promocionado a embajador.25 Sin duda, una importante función de los nombramientos en Madrid era proporcionar cobertura a los agentes de inteligencia de Stalin. Uno de ellos era Comisario del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD) y representante de alto rango en España, Alexander Orlof, quien se presentó por primera vez ante el embajador Rosenberg el 16 de septiembre de 1936.26 Para completar el cuerpo diplomático inicial, el 21 de septiembre el Politburó nombró a Vladimir Antonov-Ovseenko, héroe de la revolución y uno de los líderes del asalto al Palacio de Invierno, como cónsul general en Barcelona.27 Estos viejos y fiables bolcheviques dieron a sus cargos un innegable prestigio y seriedad que subrayaba el compromiso soviético con la República. Y seguramente no se involucraron demasiado en la política republicana. Esa acusación, parte de una más amplia difamación sobre la participación soviética en la guerra, fue producto de una serie de memorias poco fiables de la posguerra del socialista Luis Araquistáin, que después fueron tomadas como un evangelio por varias generaciones de historiadores occidentales ciertamente tendenciosos.28 En cualquier caso, el consejo soviético fue frecuentemente ignorado con impunidad, y a principios de la primavera de 1937 tanto el embajador como el cónsul general fueron llamados a Moscú y ejecutados, víctimas del terror estalinista que coincidió con la guerra en España.29
Estaba todavía la cuestión de la recuperación de la embajada en la URSS, que nunca se había reestablecido, ni siquiera cuando se retomaron las relaciones diplomáticas en 1933. Que los soviéticos estaban preparados para dar a los representantes de Madrid un fuerte apoyo era una conclusión ineludible, dada la enérgica campaña de solidaridad decretada el 2 de agosto, la movilización de periodistas y cineastas destacados que proporcionaran contenidos a un fascinado público soviético, y el envío a Madrid de los más experimentados diplomáticos de Moscú. Para el final de agosto, todo esto sugería un cambio en las actitudes oficiales y públicas hacia la República y daba buenos augurios sobre la eventual efectividad de una misión diplomática. Sin embargo, a pesar de las condiciones positivas de ese momento para un acercamiento bilateral y del peligroso estado de las defensas de Madrid y la imperiosa necesidad de un rescate internacional, el gobierno republicano de Largo Caballero fue lento en responder a la apertura soviética. Hasta el 16 de septiembre el Presidente del Gobierno no aprobó la creación de una embajada en Moscú y no fue hasta el 21 de septiembre –un mes después de que Stalin hubiera nombrado a Rosenberg– cuando el gobierno español anunció el nombramiento del ya mencionado Marcelino Pascua, médico y socialista moderado, como embajador en Moscú.30
Nacido en 1897, Pascua no tenía experiencia diplomática cuando se inició la guerra civil en el verano de 1936. Era una promesa de la ciencia española que había cursado estudios de postgrado en Estados Unidos y Gran Bretaña, recibido una beca Rockefeller y dirigido una investigación científica en Sudamérica.31 En 1932, Pascua había visitado la Unión Soviética para observar la situación de la sanidad pública soviética, una experiencia que le abrió los ojos sobre el experimento soviético y también le motivó a aprender ruso.32 De hecho, los conocimientos lingüísticos de ruso de Pascua le convirtieron en un preciado elemento entre la élite gobernante española, y en el intento frustrado de intercambiar embajadores en 1933, su nombre estaba ya muy arriba en la lista de potenciales candidatos. Aunque Pascua siempre quitó relevancia a sus propias habilidades en ruso, en el verano de 1936 se le pidió que sirviera de intérprete entre Rosenberg y el presidente del gobierno español.33
Dado el empeoramiento de la situación militar de la República, el envío de la misión de Pascua, como hemos visto, abrió considerables esperanzas y expectativas entre miembros del gobierno y militares. Dos días antes de la salida de Pascua, el periodista socialista Julián Zugazagoitia asistió a una velada ofrecida por el recién nombrado embajador. Según Zugazagoitia, la atmósfera en Madrid en ese momento era pesimista, pero, en relación con la misión de Pascua, los presentes contaban con «la ayuda que puede que nos llegue del otro extremo de Europa». «En cuanto llegue», creía su amigo, «Pascua debe enviarnos la victoria, urgente y certificada, en forma de enormes cargamentos que repondrán en un abrir y cerrar de ojos todas nuestras necesidades civiles y militares».34
La paradoja del sentimiento colectivo de grandes esperanzas en la misión de Pascua en Moscú residía en la cuestión de una ayuda militar que ya había sido aceptada y decidida en los más altos niveles en Moscú.35 Así, desde el principio de la implicación militar soviética en la guerra de España, las etapas de planificación y la logística estuvieron separadas por completo del aparato diplomático. Esto no quiere decir que los soviéticos prestaran poco interés a Pascua. De hecho, en octubre de 1936, el gobierno soviético preparó una fastuosa recepción para el nuevo embajador español. Optimistas y esperando unas realmente cordiales relaciones, los soviéticos dieron a Pascua tratamiento VIP en Moscú, concediéndole beneficios poco habituales que incluyeron el alquiler de una casa independiente, perfectamente amueblada, situada en el centro, la asignación de una limusina propiedad del estado, el uso de comunicaciones y líneas de correo restringidas, así como el acceso sin restricciones no sólo a los ministerios clave soviéticos, sino también a los propios líderes –a Molotov, Voroshilov y, en diversas ocasiones, incluso a Stalin–.36Aunque puedan parecer muy magnánimas, las condiciones excepcionales de la misión de Pascua acabaron por dar al Kremlin una mayor influencia sobre el embajador y el esfuerzo bélico de la República. En este sentido, las propias notas de Pascua sobre sus encuentros privados con miembros del Politburó revelan una relación significativamente desigual –lejos de la que se esperaría entre estados soberanos–. En todas las discusiones, Pascua fue tratado como un subordinado, se le reprendía cuando su gobierno no cumplía la voluntad soviética y los funcionarios del Comisariado de Defensa le dictaban continuamente la política a llevar a cabo.37
Mientras, a pesar de las obvias oportunidades que podrían haber venido de la mano de la cooperación diplomática con los rusos, la República prestó poca atención a su embajada en Moscú, primero descuidándola para después estrangular el envío de fondos antes de finalmente transferir a Pascua a París a principios de 1938. La República no mandó un reemplazo a la embajada de Moscú, con lo que durante el resto de la guerra no tenía embajador en el único país que había salido en su defensa en 1936.38 Esta decisión tuvo graves consecuencias en la primavera de 1939, cuando el colapso de la República dejó a varios miles de refugiados españoles abandonados en la URSS sin ningún apoyo diplomático.39
Incluso antes de que se intercambiaran embajadores entre Moscú y Madrid, la diplomacia soviética se puso en funcionamiento en Londres, en el Comité de No-Intervención organizado a principios de agosto de 1936 bajo los auspicios de los líderes británicos y franceses. El propósito explícito del Comité era impedir la venta de armamento a ninguno de los dos bandos en la guerra y evitar su internacionalización, pero fracasó a la hora de limitar el apoyo fascista y nazi a los sublevados. La tarea de actuar como defensor de los intereses de la República podría haber recaído en el representante soviético, Ivan Maiskii, y, para ser justos, presentó protestas por la violación del acuerdo de neutralidad por Alemania e Italia.40 Pero básicamente Moscú fue cómplice en esa charada diplomática, dando legitimidad al Comité a través de su participación continua.41 No obstante, hasta en tres ocasiones diferentes –el 7, el 12 y el 23 de octubre de 1936– Moscú reiteró que, si los estados firmantes del Comité continuaban suministrando armas a los rebeldes, el gobierno soviético «se consideraría libre de las obligaciones» del Acuerdo de No-Intervención o «no se consideraría ligado» por el pacto.42 Palabras fuertes pero bastante hipócritas: ya a mediados de septiembre, el Kremlin había comenzado los preparativos para su propia ayuda militar a la República, y fue hacia esa ayuda hacia la que se traslada la discusión.
¿Cómo podría resumirse mejor el apoyo militar de Stalin a la defensa de la República? El momento álgido de esa ayuda se desarrolló en los diez meses que hay entre octubre de 1936 y julio de 1937, durante los que se enviaron con regularidad a España cargamentos de ayuda militar soviética; cerca de mil tripulaciones para tanques y pilotos, y unos seiscientos asesores estuvieron activos en el lado de la República y las Brigadas Internacionales financiadas por el Komintern entraron en combate junto al recién organizado Ejército Popular. Esta ayuda a la República, con el nombre en código de Operación X, fue el mayor desafío logístico que hasta el momento habían lanzado las fuerzas armadas soviéticas. Por no hablar de que suponía la más importante penetración de ninguna fuerza militar rusa en Europa Occidental en la historia. Utilizando medidas extremadamente secretas, la armada soviética envió sesenta y cuatro cargamentos de equipamiento, incluyendo unas seiscientas mil toneladas de material bélico, a una distancia de unos 4500 kilómetros.43
La logística del transporte, desarrollado completamente por mar, fue complicada y peligrosa, ya que requirió que lo soviéticos cruzaran aguas vigiladas y, en algunos casos, minadas, y tuvieran que hacer frente en varias ocasiones a embarcaciones alemanas, italianas, británicas y francesas.44 Por supuesto, al igual que Franco no recibió nada gratis de los estados fascistas, el envío de armamento soviético a la República no fue un acto de caridad, sino que se desarrolló como una operación comercial corriente entre estados soberanos. Como compensación por el armamento, el gobierno de Madrid transfirió al régimen soviético sus suministros remanentes de oro, valorados en 518 millones de dólares en precios de 1936.45 No puede dudarse de que la República obtuvo un buen beneficio de su oro. A finales de octubre de 1936, la Fuerza Aérea Roja, gracias al uso de cazas I-15 e I-16 y de bombarderos SB, permitió a la República recuperar la ventaja en los cielos que había perdido en las primeras semanas de la guerra. Las unidades mecanizadas dirigidas por soviéticos, que manejaban tanques T-26, tecnológicamente superiores, tuvieron un papel fundamental de apoyo a las operaciones del bando leal a la República en la mayoría de las batallas aéreas clave, y no menos en la batalla de Madrid, entre octubre y diciembre de 1936, pero también en Guadalajara, Brunete, Teruel y el Ebro.46 Debido a la dependencia de los republicanos de las armas de Moscú, los asesores soviéticos pudieron involucrarse en muchos aspectos del esfuerzo bélico republicano. Para unas fuerzas armadas republicanas cortas de personal y con muchos miembros de bajo rango, se buscó activamente el consejo soviético, que se siguió en ocasiones, sobre todo en la organización del Ejército Popular en octubre de 1936, que se desarrolló con la iniciativa soviética y que replicaba la estructura del Ejército Rojo. Más significativo fue el hecho de que en los tres últimos meses de 1936 la defensa de Madrid estuviera en gran medida dirigida por el agregado militar soviético Vladimir Gorev. También en las aguas republicanas dominaron los soviéticos: el comandante de facto de la acosada armada republicana fue el agregado ruso Nikolai Kuznetsov.47
Los resultados positivos de la ayuda soviética desde el momento de su llegada difícilmente pueden exagerarse. Los primeros envíos de aviones y tanques llegaron a Cartagena a mediados de octubre. Gobernados por pilotos y conductores de tanques soviéticos, este material de equipamiento se envió inmediatamente al frente central, donde las fuerzas nacionalistas estaban inmersas en un severo asalto a Madrid. La acción más decisiva que incluyó a pilotos soviéticos llegó en los últimos días de octubre de 1936. Antes de la llegada de los aviones soviéticos, la fuerza aérea rebelde tenía carta blanca en el aire y podría bombardear Madrid a baja altura y con completa impunidad. Hacia la segunda semana de noviembre, sin embargo, los cielos eran de los pilotos soviéticos y la ofensiva rebelde se había parado a las afueras de Madrid. Si los pilotos nacionalistas habían circulado sobre el centro de Madrid a alturas de 500-700 metros –la altura ideal para bombardeos a objetivos fijados–, después de que los soviéticos ganaran el control de los cielos, los aviones rebeldes se vieron forzados a operar a las mucho menos efectivas altitudes de 800-2000 metros.48 Pero la pericia aérea soviética dio a la República más que un beneficio táctico; igualmente decisivo fue el impulso dado a la moral de los civiles, un hecho destacado por muchos observadores contemporáneos y transmitido a Moscú por los representantes soviéticos en el terreno. Durante el final del otoño de 1936, el equilibrio en el poder aéreo se inclinó sustancialmente a favor de la República. La llegada de centenares de experimentados pilotos soviéticos y los voluminosos envíos de los más modernos cazas, bombarderos y aviones de ataque permitieron la creación de una formidable fuerza aérea republicana que, en ese estadio de la guerra, no tenía ninguna debilidad demostrable. La flota dominada por los soviéticos pronto eclipsó las fuerzas italianas y alemanas que volaban por petición nacionalista.
El bautismo de los blindados soviéticos en la Península Ibérica fue igualmente decisivo. El 26 de octubre de 1936 se formó la primera compañía con quince tanques y un grupo de instructores y especialistas soviéticos, apoyados por republicanos en proceso de entrenamiento. En Esquivias (Toledo), los tanques soviéticos e italianos se enfrentaron por primera vez durante la guerra. Un detallado telegrama enviado desde el frente central a Voroshilov indicó que los tanques soviéticos habían conseguido una importante victoria. Según el informe, las fuerzas de combate republicanas destruyeron dos tanques rebeldes, trece armas de artillería, dos baterías de artillería, dos vehículos de suministros que llevaban apoyo de infantería y seis vehículos legionarios que transportaban oficiales.49
Stalin autorizó el envío de oficiales, pilotos, conductores de tanque e ingenieros, pero se opuso a enviar al Ejército Rojo a España. En su lugar, el apoyo humano fue suministrado por las Brigadas Internacionales, organizadas, financiadas y abastecidas por el Comintern. El 18 de septiembre de 1936, el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (CEIC) aprobó «el reclutamiento de voluntarios con experiencia militar entre trabajadores de todos los países, con el propósito de enviarlos a España».50 El principal punto para el primer reclutamiento para las Brigadas fue París, con los aspectos de organización manejados conjuntamente por el Partido Comunista Francés (PCF) y el Partido Comunista Italiano (PCI) en el exilio.51 El liderazgo estuvo encabezado por André Marty, líder del PCF, representante en la Cámara de Diputados y miembro del CEIC. Su ayudante fue el incondicional del PCI Luigi Longo (también conocido como «Gallo»), quien había estado activo en España desde poco después del alzamiento rebelde.52 Muchos otros comunistas extranjeros también participaron en la estructura de movilización internacional, enviando cuotas de reclutamiento a partidos nacionales y células por todo el mundo y supervisando su trasporte a la frontera española. Entre los más activos de los primeros organizadores estuvo el yugoslavo Josip Broz, «Tito».