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Crítica de la razón funcionalista

La crítica a la razón funcionalista es un apartado en donde Habermas se propone analizar en profundidad los principales aspectos de la teoría de sistemas de Talcott Parsons, desde un sentido crítico en torno a la teoría de la acción comunicativa. La primera parte de este segundo volumen está destinada a la explicación de lo que Habermas entiende como un cambio de paradigma en la Sociología respecto del entendimiento de la actividad teleológica hacia la acción comunicativa, en el marco de una nueva teoría comprehensiva de la interacción social. En esta dirección, el autor comienza a explicar la relación entre los sistemas y el mundo de la vida, como un concepto capaz de hacer avanzar a las Ciencias Sociales hacia un sentido comprehensivo de la acción social.

Figura 2.4: Relaciones entre los Actos Comunicativos (AC) con el Mundo de la vida



La figura 2.4, muestra la relación entre lo que Habermas denomina Actos Comunicativos y los Mundos de la vida. Esta relación es ilustrativa para comprender donde se sitúan las distintas modalidades de acción en la vida humana, y, entre otras cosas, como es posible explicar esquemáticamente los espacios en donde se realiza la comunicación interpersonal para el autor. En este sentido, Habermas realiza una crítica a la Teoría de la sociedad de Talcott Parsons ante el problema que existe con su concepción normativista de la acción en términos sistémicos: «Surge así la falsa impresión de que el análisis funcional de los complejos de acción remite per se a la concepción de la sociedad como un sistema autorregulado. Pero si se introduce el concepto de mundo de la vida como complementario del de acción comunicativa y se entiende el mundo de la vida como trasfondo contextualizador de los procesos de entendimiento, entonces la reproducción del mundo de la vida puede analizarse ya bajo diversos puntos de vista funcionales» (Habermas, 1987c, p. 288). Esto es contundente en cuanto a la idea de los determinantes culturales en la orientación de acción de los sujetos, tal como se muestra en la figura 2.5:


Figura 2.5: Determinantes culturales de la orientación de la acción




Ahora bien, lo anterior se complementa con la idea de subsistemas, en el sentido de la necesidad de ciertas funciones para el orden y progreso de las sociedades. Habermas entiende este tema en el sentido de los componentes racionales sujetos a los modos de interacciones y a la tipología de la acción social antes definida. En torno a esta idea, la figura 2.6 muestra cómo las relaciones entre los componentes de las orientaciones de una acción están asociadas a funciones que son captadas por los subsistemas:


Figura 2.6: Funciones y orientaciones de acción




En esta crítica a Parsons, Habermas encuentra el camino para definir su propia concepción de sistema social sujeta a los mecanismos de acciones tipo (presentados en la figura 1.9). Tal como se muestra en la figura 2.7, el sistema social se encuentra definido por un conjunto de acciones y prácticas sociales diferenciadas según racionalidades propias y asociadas de acuerdo con los componentes de las orientaciones que poseen, las cuales están asociadas a funciones específicas que son captadas por los subsistemas:


Figura 2.7: Sistema social




Ahora bien, ¿cómo es que Habermas relaciona esto con la idea de mundo de la vida? La respuesta se expresa en la acción comunicativa, ya que, para el autor, este tipo de acción supone la realización de las dimensiones constitutivas del sujeto (cultura, sociedad y personalidad). Por ello, el autor da cuenta de la condición humana como un esquema que permite entender al ser humano en la realización de todas sus dimensiones esenciales.

A modo de síntesis, Habermas propone una teoría comprehensiva para analizar a la sociedad en torno a dos formas de racionalidad que están de manera simultánea: la racionalidad sustantiva del mundo de la vida y la racionalidad formal del sistema, en donde el primero expresa una dimensión interna del sujeto (cultura, sociedad y personalidad) y el segundo una perspectiva externa expresada en la estructura sistémica. En este sentido, la crítica que se esboza en esta obra tiene que ver con que en las sociedades modernas se han colonizado espacios propios del mundo de la vida, lo que conlleva su desintegración al evolucionar diferenciadamente las esferas que lo componen.


Fundamentos de la acción comunicativa


Para Habermas la acción comunicativa tiene que ver con una determinada concepción de lenguaje y entendimiento: «El concepto de acción comunicativa desarrolla la intuición de que al lenguaje le es inmanente el telos del entendimiento» (1978b, p. 79). Por ello, se propone articularlos como un aspecto central en los aspectos prácticoformales de la teoría de la acción comunicativa con la pretensión de desarrollar una teoría del significado: «En el lenguaje, la dimensión del significado y la dimensión de la validez están internamente unidas la una con la otra» (1978b, p. 80). Es decir, una teoría que permitiera identificar grados de acuerdo según el reconocimiento intersubjetivo de validez de una emisión susceptible de crítica.

El autor señala que las cuestiones de significado no pueden separarse del todo de las cuestiones de validez. A través de este supuesto señala que lo básico de la teoría del significado es saber qué es lo que se quiere decir o, en otras palabras, cómo entender el significado de una expresión lingüística y bajo cuáles contextos esa expresión puede ser aceptada como válida. Esto es relevante en el sentido de entender el significado de una expresión lingüística en términos de su uso. Bajo esta perspectiva, es posible señalar que existe en las emisiones lingüísticas una orientación de validez, la cual pertenece a las condiciones pragmáticas, ya no solo al entendimiento, sino que a la propia comprensión del lenguaje. En este sentido, el lenguaje posee una dimensión del significado y una dimensión de la validez que están íntimamente unidas unas con otras.

Habermas introduce a la semántica veritativa para ratificar la idea sobre la oración asertórica que es cuando la oración es verdadera. Según esta teoría la problemática de la validez se sitúa exclusivamente en la relación del lenguaje con el mundo como totalidad de hechos. Entonces como validez se equipara a la verdad de los enunciados, la conexión entre significado y validez de las exposiciones lingüísticas solo se establece en el habla constatadora de los hechos (siendo la función expositiva solo una de las tres funciones co-originarias del lenguaje).

Hay tres planteamientos de la teoría de la comunicación que parten de una de las tres dimensiones del significado, están: la semántica intencionalista, la semántica formal y la pragmática, inaugurada por Wittgenstein y que se refiere, en última instancia, a todos los plexos de interacción en que se ha crecido, en los que las expresiones lingüísticas cumplen funciones prácticas, explorando el significado desde su uso en las interacciones. Habermas cree que la determinación unidimensional de validez que explora cada uno de estos tres planteamientos, como cumplimiento de condiciones de verdad proposicional, quedaría aún la teoría del significado prisionera del cognitivismo de la semántica veritativa. Y dice, es este punto el que hay que subsanar porque todas las funciones del lenguaje, y no tan solo la expositiva, llevan consigo las pretensiones de validez.

Todo acto de habla (considerado en conjunto) dice Habermas, puede ser criticado como no verdadero en lo que concierne al enunciado hecho, como no correcto en lo que concierne a los contextos normativos vigentes, y como no veraz en lo que concierne a la intención del hablante. A partir de esto Habermas explica las consecuencias que tocan en cuanto a las cosas básicas de la teoría del significado: ya no hay que definir a la pretensión de verdad semántica, ni siquiera solo desde la perspectiva del hablante. Las pretensiones de validez constituyen un punto de convergencia del reconocimiento intersubjetivo por todos los participantes. Por tanto, estas cumplen un papel pragmático en la dinámica que representan todas las ofertas contenidas en los actos de habla y toma de posturas de afirmación o negación por parte de los destinatarios. Este es el giro pragmático de la semántica veritativa y exige una revaluación de la fuerza ilocucionaria. Así, este componente ilocusionario se «convierte en sede de una racionalidad que se presenta como una conexión estructural entre condiciones de validez referidas a ella y las razones para el desempeño discursivo de tales pretensiones. Ahora, las pretensiones de validez ya no quedan ajenas al contenido proposicional y surge el espacio para la introducción de otras pretensiones de validez que no se dirigen a condiciones de verdad, esto quiere decir que no están cortadas al talle de la relación entre lenguaje y mundo objetivo» (1978b, p. 84).

Un hablante, al asumir con su pretensión de validez, susceptible de crítica, la garantía de aducir razones que avalen la validez del acto de habla, así como el oyente que conoce las condiciones de aceptabilidad entiende lo dicho, debe tomar una postura racionalmente motivada. Si reconoce la pretensión de validez acepta la oferta que el acto de habla comporta y asume la parte que le toca de obligaciones relevantes para el posterior uso de la interacción. Lo anterior puede ser comprendido a través del siguiente ejemplo: dos niñas van a una fiesta y una le pide una falda a la otra. Para que una le preste una falta a la otra tiene que aceptar la oferta de las tres pretensiones de validez que ella aduce, y que son susceptibles de crítica, que tiene que ver incluso con la propia compresión del lenguaje en que la niña le hable.


Niña Q: Debes prestarme una falda.

Niña P: ¿Por qué debo hacerlo?

Niña Q: Porque te lo dijo tu mamá.

Niña P: Si es cierto, tómala de mi ropero.


En este caso niña P, acepta las tres pretensiones de validez (ya que es verdadera, recta y veraz), pues ella efectivamente tenía una falda y debía prestarla, pues su mamá se lo había dicho y esto era sincero, pues ella lo sabía también. Todo esto fue entendido, y aceptado por la niña P. Este ejemplo demuestra la estrecha relación entre significado y validez.


Conclusiones


Habermas en su teoría de la acción comunicativa, presenta los fundamentos de una teoría comprehensiva para explicar a la sociedad en sus dinámicas de interacción, sosteniendo que dicha acción tiene como componente esencial aquellas normas de acción definidas recíprocamente entre los sujetos sobre su conducta, por lo que deben ser reconocidas y comprendidas intersubjetivamente. Sin embargo, dentro de las orientaciones de la acción del sujeto, es posible encontrar funciones implícitas necesarias para la sociedad que devienen en sistemas, los cuales constituyen una dinámica externa al sujeto. Este trabajo ha intentado explicar los principales tópicos desarrollados por este autor en la obra que lleva este nombre. A continuación, se presentan dos conclusiones en torno a lo revisado:


1. La acción comunicativa es una parte de la acción social, lo que la vuelve un factor determinante en el proceso de socialización. Actualmente, esto es esencial para entender la relevancia que tienen los medios de comunicación de masas en la formación de imágenes de mundo de los sujetos. La dinámica comunicativa define la recepción y reproducción cultural, la integración social, así como el desarrollo de la personalidad y de la identidad personal.

2. La acción comunicativa está mediada por símbolos y responde a la idea de reconocimiento compartido. Este es un tema relevante para entender el concepto de deliberación en la acción política, como un medio de reconocimiento e integración de las personas en las decisiones de carácter público.

3.2 Concepto de opinión pública y la esfera semipública


El fenómeno de la opinión pública: líneas de investigación en Europa


La opinión pública: definición del concepto y evolución histórica


En su lucha contra el individuo, la sociedad

tiene tres armas: ley, opinión pública y conciencia

William Somerset Maugham



El concepto clave del documento que se presenta a continuación es la noción de opinión pública. Pero quizás sería aconsejable separar ambos términos para captar mejor su significado. Una de las primeras definiciones de opinión se encuentra en la Grecia clásica. Según Platón, la opinión o doxa era el punto intermedio entre conocimiento o episteme y la ignorancia. La opinión implica siempre una actitud personal ante los fenómenos o sucesos y se puede definir como la postura que mantiene un individuo respecto a hechos sucedidos en el mundo real. Por otra parte, el concepto de público puede tener una doble acepción: puede remitir a aquel grupo de personas que, ejerciendo su racionalidad, es capaz de crear opinión, o bien puede referirse a aquellos temas que acaparan el interés de toda la ciudadanía, es decir, a los asuntos de la res publica (esfera pública). En cualquier caso, público deriva casi siempre en el concepto espacio público. Es en el espacio público donde los ciudadanos ejercen libremente su racionalidad y crean un auténtico debate en torno de diversas cuestiones que les atañen.

El concepto de opinión pública ha estado presente, en mayor o menor medida, en diversos periodos de la historia. Para entender el desarrollo de la opinión pública y de las esferas privada y pública es necesario entender perfectamente la evolución de la historia de la humanidad. De los originarios clanes familiares de las sociedades primitivas cerradas, en las que pervivían explicaciones del mundo en forma de mitos y no existían opiniones compartidas, se pasó a una sociedad capaz de entender mejor el mundo. Será en la Grecia antigua donde se empezarán a evaluar las formas de gobierno más convenientes y se traslucirán las tensiones entre las minorías, sustento del poder político, y las mayorías, sujetas a las decisiones de los anteriores. Independientemente de las distintas valoraciones de los filósofos sobre los mejores sistemas de gobierno, casi todos convienen en la insolvencia de la masa para gobernar.

La Edad Media, una etapa histórica que se considera oscura para el devenir de las artes y de las ciencias, se caracterizaba por un orden que emanaba de dios y, por tanto, inmutable, en el que cada hombre tenía unas funciones. Sin embargo, será a partir de las revoluciones burguesas y de la alianza entre el pueblo y la burguesía cuando las clases populares comenzaran a sentirse un sujeto político activo. No obstante, esta nueva etapa de la historia y la Revolución Industrial comportarán una nueva dominación, la de los burgueses, propietarios del capital, sobre los proletarios, propietarios del trabajo. En esta sociedad, democrática en teoría, los hombres discutirán, opinarán y crearán grandes corrientes de opinión. La palabra se situará en el primer plano de la vida pública. Este nuevo mundo burgués, que también lo es de las masas y de los públicos, se conformará a través de la comunicación social establecida como institución y servida por unas mediaciones técnicas de gran alcance y potencia.

Esta sociedad, en la que las masas tendrán una importancia significativa, poseerá la prensa, en un primer momento, y luego los medios audiovisuales como grandes instrumentos creadores de opinión pública y de públicos opinantes. Estas nuevas clases populares jugarán un cierto papel en la vida política del país. Sin embargo, las nuevas sociedades burguesas también despertarán ciertos recelos. En su obra El anticristo, Friedrich Nietzsche denunció la situación que habían creado las sociedades industriales y las tachó de decadentes (Nietzsche, 1997, p. 45). El filósofo alemán advirtió del peligro de las masas que se levantan contra las minorías y censuró la creatividad individual. Ortega y Gasset preveía, como una de las consecuencias de la Revolución Industrial, la aparición de la sociedad de masas, compuesta por individuos militantes de la uniformidad (Ortega y Gasset, 1982, p. 22).

Por lo tanto, será en esta sociedad de masas, donde se encuadran burgueses y proletarios, donde nacerán las corrientes de opinión pública, tal como describe Jürgen Habermas. Sin embargo, antes de enfocar la evolución del fenómeno de la opinión pública según Jürgen Habermas, es necesario aclarar otros dos conceptos claves: esfera pública y esfera privada. La relación entre ambas difiere y se contrapone a lo largo de la historia. Habermas, en su libro Historia y crítica de la opinión pública, traza una panorámica perfecta de las evoluciones de las dos esferas, la pública y la privada, y del surgimiento de la opinión pública como fenómeno. Así, Habermas se sitúa en la polis griega para datar la separación del espacio privado y del público.

El ámbito privado, el familiar, es el terreno del patriarcado, de la dominación y de la necesidad. El padre controla despóticamente a los miembros de su familia para satisfacer las necesidades básicas. En cambio, lo público es el terreno de la discusión política, de la deliberación pública. Algo nada extraño si se tiene en cuenta que Grecia es la cuna de la democracia. Por eso, Habermas enlaza con la idea de que es necesario poseer determinados derechos individuales y colectivos (expresión, reunión, etcétera) para poder practicar el ejercicio de la razón en una sociedad libre y alumbrar una auténtica opinión pública. Los regímenes dictatoriales carecen de opinión pública puesto que suprimen los derechos individuales de las personas. La política requiere discusión, diálogo y entendimiento; la autocracia se basta con el sometimiento.

Retomando la idea habermasiana de la política como el ámbito de la libertad y de lo común (una serie de individuos se reúnen para tratar problemas comunes), se debe apuntar que, si bien se considera a la civilización griega como la pionera de la democracia, no es, ni mucho menos, perfecta. De hecho, solo los propietarios podían participar en la vida política. Junto con este primer modelo democrático aparece también la primera muestra de exclusión, que, en la antigua Grecia, se extendía a las mujeres y a los menesterosos. De una forma u otra, a lo largo de historia se perpetuará la exclusión en las sociedades que se autodenominan democráticas. No será hasta bien entrado el siglo XX cuando se conseguirá el sufragio universal carente de restricciones.

La hegemonía helena la heredará el Imperio Romano, donde se mantendrá la doble división entre esfera pública y privada. En la Edad Media, según Habermas, desaparecerá totalmente la esfera pública y se asentará un régimen de publicidad representativa, en el cual la nobleza dominante se contentaba con ofrecer al pueblo el espectáculo del poder. Según Jürgen Habermas, el siglo XVIII es el siglo vital en la conquista o en el resurgimiento de lo que se denomina espacio público, sobre todo en Francia y en Inglaterra. La clase burguesa, en ascenso en la Europa Occidental y en lucha contra las prerrogativas del Estado absolutista, logró crear un espacio de debate entre el Estado y la sociedad civil. Con las primeras revoluciones burguesas, se articula un espacio público que ofrece a los ciudadanos la posibilidad de debatir y discutir el ejercicio del poder estatal. Este debate estimuló el pensamiento crítico y racional gracias a instituciones como los periódicos, los círculos literarios y los cafés:

La publicidad políticamente activa no está ya subordinada a la idea de una disolución del poder: más bien ha de servir al reparto de este; la opinión pública se convierte en una mera limitación del poder. A partir de entonces hay que procurar que ese poder más fuerte no aniquile a todos los demás […]. La interpretación liberalista del Estado burgués de derecho es reaccionaria: reacciona frente a la fuerza adquirida en las instituciones de ese Estado por la idea de autodeterminación de un público raciocinante tan pronto como este es transformado por la entrada de las masas, incultas y desposeídas (Habermas, 2002, p. 167).

En este sentido, fue fundamental el papel de las casas de café en Gran Bretaña y de los salones en Francia para el afianzamiento de unos nuevos espacios públicos donde se discutía de diversos temas. El descubrimiento de América, las guerras, las novedades literarias o las noticias cortesanas eran los temas más comentados en estos lugares. Al principio, estos espacios eran bastante restrictivos para todos aquellos que no pertenecieran a la aristocracia. Sin embargo, con el paso del tiempo se fueron abriendo y pudo acceder la burguesía. Además, los asuntos políticos hicieron acto de presencia en estos salones y casas de café. Con las primeras revoluciones burguesas y el auge de la prensa, el espacio público fue extendiéndose a amplias capas de la población. Esto permitió que un cierto grupo de ciudadanos empezara a emitir sus propias valoraciones sobre los asuntos de interés general.

Así pues, la sustitución de la aristocracia por la burguesía posibilitó el surgimiento del fenómeno de la opinión pública, que se constituye en un auténtico núcleo de poder que empieza a cuestionar algunos asuntos espinosos para la autoridad política. En un principio, esta opinión pública comenzará componiéndose por un círculo bastante reducido de individuos para convertirse, con el paso del tiempo, en un elemento fundamental en la regulación de cualquier estado democrático. No obstante, el autor alemán también apunta los principales problemas que acuciarán a esta nueva sociedad burguesa y, a posteriori, nueva sociedad de masas. Con el Estado burgués, la prensa se liberó de su variante opinativa y, en cierto modo crítica, y se centró básicamente en la satisfacción de sus intereses y en la búsqueda de beneficios, como cualquier empresa capitalista: «La prensa de opinión, como institución de la discusión del público, se preocupa primariamente por afirmar su función crítica […]. Solo con la consolidación del Estado burgués de derecho y con la legalización de una publicidad políticamente activa se desprende la prensa raciocinante de opinión; está ahora en condiciones de remover su posición polémica y atender a las expectativas de beneficio de una empresa comercial corriente» (Habermas, 2002, p. 212).

Esta evolución hacia la prensa-negocio permite la entrada de intereses ajenos al seno del diario y coarta la libre redacción del periódico, lo que afecta, indudablemente, al libre ejercicio de la discusión pública, es decir, a la opinión pública. Este y otros muchos problemas de la sociedad moderna son analizados por Habermas en Historia y crítica de la opinión pública. Mucho se ha discutido sobre la opinión pública, pero ¿qué es la opinión pública? Habermas responde la pregunta:


Por espacio público entendemos un ámbito de nuestra vida social, en el que se puede construir algo así como opinión pública. La entrada está fundamentalmente abierta a todos los ciudadanos. En cada conversación en la que los individuos privados se reúnen como público se constituye una porción de espacio público. [...] los ciudadanos se comportan como público, cuando se reúnen y conciertan libremente, sin presiones y con la garantía de poder manifestar y publicar libremente su opinión, sobre las oportunidades de actuar según intereses generales. En los casos de un público amplio, esta comunicación requiere medios precisos de transferencia e influencia: periódicos y revistas, radio y televisión son hoy tales medios del espacio público (Habermas, 1973, p. 71).


En Facticidad y validez, Habermas lleva a cabo una investigación sobre la relación entre hechos sociales, normatividad y política democrática. En esta obra, el espacio público se presenta como el lugar de surgimiento de la opinión pública, que puede ser manipulada y deformada, pero que constituye el eje de la cohesión social, de la construcción y legitimación (o deslegitimación) política. Las libertades individuales y políticas dependen de la dinámica que se suscite en dicho espacio público (Habermas, 2001, p. 117). En este libro, el autor alemán acaba de pulir su definición sobre el concepto. Queda claro, pues, que Habermas considera a la discusión pública como la única posibilidad de superar los conflictos sociales, gracias a la búsqueda de consensos que permitan el acuerdo y la cooperación a pesar de los disensos. Este argumento es la clave de la Teoría Normativa de Jürgen Habermas. La opinión pública, por lo tanto, es la llave de su propuesta de política deliberativa, que es una alternativa para superar los déficits democráticos de las políticas contemporáneas.

De esta manera, Habermas vincula dos conceptos clave: el de opinión pública y el de democracia. Solo unos ciudadanos dotados de derechos pueden expresarse en libertad y constituir una opinión o varias opiniones públicas. En cambio, en un régimen dictatorial, más que de opinión pública, se debería hablar de propaganda y de intoxicación.


Las perspectivas sobre opinión pública en europa


La televisión será la base de la opinión pública.

Ha creado un mundo esquizofrénico en el que entre

el individuo y lo global no hay nada.

Alan Touraine (1933), sociólogo francés.


La teoría normativa de Jürgen Habermas


Decía Napoleón Bonaparte, gran emperador y magnífico estratega, que la opinión pública es un poder al que nada resiste. Jürgen Habermas, autor alemán perteneciente a la corriente crítica de la Escuela de Frankfurt, corrobora con su pensamiento, en parte, la cita del estadista francés. En el primer apartado del documento se ha resumido la evolución histórica del fenómeno de la opinión pública que describe Habermas en su obra Historia y crítica de la opinión pública. Sin embargo, el libro de Habermas recoge otras muchas ideas interesantes. Una de las ideas centrales del pensamiento habermasiano es la constitución de grupos de personas en públicos que ejercen su racionalidad y que generan opinión en diversos temas a partir de los siglos XVIII y XIX. Este espacio público es civil, pero tiene un componente político innegable. El autor alemán separa el espacio público político del literario:


Hablamos de espacio público político, distinguiéndolo del literario, cuando las discusiones públicas tienen que ver con objetos que dependen de la praxis del Estado. El poder del Estado es también el contratante del espacio público político, pero no su parte. Ciertamente, rige como poder público, pero ante todo necesita el atributo de la publicidad para su tarea, lo público, es decir, cuidar del bien general de todos los sujetos de derecho. Precisamente, cuando el ejercicio del dominio político se subordina efectivamente a la demanda pública democrática, logra el espacio público político una influencia institucional en el gobierno por la vía del cuerpo legislativo. La opinión pública remite a tareas de crítica y de control, que el público de los ciudadanos de un estado ejerce de manera informal (y también de manera formal en las elecciones periódicas) frente al dominio estatalmente organizado (Habermas, 1973, pp. 61-62).


Así pues, también queda clara la importancia que otorga el autor alemán a la opinión pública en el correcto funcionamiento del sistema democrático. Sin embargo, esta dinámica no está exenta de problemas en la sociedad actual. Las contrariedades comienzan en la segunda mitad del siglo XIX y a principios del siglo XX. En este periodo se producen grandes y radicales enfrentamientos de clase, se transita hacia la sociedad de masas y la cultura tecnológica, y se generan nuevas formas de creación y acceso a la riqueza, produciendo, por tanto, cambios sociales significativos. La publicidad, el ámbito de lo público, y el ámbito de lo privado se encuentran en la encrucijada de la multiplicación de los medios, la privatización de estos, las manipulaciones de distinto signo, etcétera. El problema de la igualdad real, la igualdad de oportunidades en un sentido empírico e histórico sigue en pie, incluso para algo tan fundamental como la libertad de expresión y la formación de una opinión pública verdaderamente significativa.

Según Habermas, el principal problema que amenaza el correcto funcionamiento del sistema es el siguiente: la estatalización de lo público y su amenazante intromisión en todos los ámbitos de la vida del ciudadano se ha apoyado en la transformación paulatina de los medios de comunicación en instrumentos de entretenimiento y dominación de las masas. De la publicidad como información y manifestación de opinión ante un público lector que discute se ha pasado a una situación en la que el público se ha escindido en minorías de especialistas no públicamente raciocinantes, por un lado, y en la gran masa de consumidores receptivos, por el otro. Con ello se ha minado definitivamente la forma de comunicación específica del público. Habermas se pregunta en Historia y crítica de la opinión pública: ¿Estamos ante medios de comunicación o medios de propaganda?

«La publicidad crítica es desplazada por la publicidad manipuladora» (Habermas, 2002, p. 222), sentencia el autor alemán. Habermas argumenta con esta afirmación: «Como es natural, el consensus fabricado tiene poco en común con la opinión pública, con la unanimidad final resultante de un largo proceso de recíproca ilustración; porque el “interés general”, sobre cuya base […] podía llegar a producirse libremente una coincidencia racional entre las opiniones públicamente concurrentes, ha ido desapareciendo exactamente en la medida en que la autopresentación publicística de intereses privados privilegiados se lo iba apropiando» (Habermas, 2002, p. 222). Así pues, la manipulación es uno de los instrumentos que utiliza el poder hoy en día para influir en los ciudadanos. Incluso la publicidad parlamentaria se ha visto afectada, ya que el engranaje entre el debate parlamentario y los partidos políticos ha derivado generalmente hacia planteamientos de carácter plebiscitario.

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