Kitabı oku: «Repensar la antropología mexicana del siglo XXI», sayfa 2
BIBLIOGRAFÍA
Borges, Jorge Luis (1998) Prólogos con un prólogo de prólogos, Madrid, Alianza Editorial.
Clifford, James (1999) Itinerarios transculturales, Barcelona, Gedisa.
Nota
* Profesor-investigador distinguido de la Universidad Autónoma Metropolitana e Investigador Emérito del Sistema Nacional de Investigadores.
Prólogo
Repensando la antropología y la mexicanidad en el siglo XXI
Federico Besserer*
¿Cuántas formas podría haber de repensar la antropología mexicana? Esta es una pregunta que la antropología se ha hecho cada vez que emprende la tarea reflexiva para poder comprender qué es lo que hicimos, cómo lo estamos haciendo, y para qué lo hacemos. En una conocida disertación al respecto, Adam Kuper debatía si debían ser los historiadores o los antropólogos quienes realizaran esta tarea. Del mismo modo, podríamos preguntar si el enfoque que debemos privilegiar es el estudio del desarrollo de las ideas en la antropología (en cuyo caso requeriríamos de la filosofía de la ciencia), o si debemos enfatizar en el contexto y el entramado social que le han dado sustento al quehacer de los antropólogos (en cuyo caso sería una tarea para la sociología de la ciencia). El texto Repensar la antropología mexicana del siglo XXI. Viejos problemas, nuevos desafíos coordinado por María Ana Portal, que incluye los textos de catorce autores, toma la ruta de hacer esta revisión desde el punto de vista de los practicantes de la disciplina y desde sus propias experiencias.
Repensar la antropología mexicana del siglo XXI es sin duda un ejercicio de actualización útil sobre algunos de los problemas sociales que ocupan a las antropólogas y antropólogos, de las preguntas que orientan la investigación, y de las teorías y métodos que están siendo usados para estudiarlos. Pero en una lectura más profunda, el texto es un ejercicio robusto que se propone repensar qué es la mexicanidad en el siglo XXI, cómo ha cambiado la antropología en el nuevo milenio, quiénes practicamos la disciplina después de un siglo de su institucionalización en el país, cómo contribuye nuestra disciplina a entender los profundos cambios que vive la sociedad, y cuál es la relación entre los diversos actores que participan en la investigación y la docencia antropológicas en nuestro país.
Esta segunda intención del libro que nos ocupa, surge en un momento en el que varios programas de trabajo a nivel latinoamericano y mundial se proponen revisiones similares. Por un lado, encontramos el proyecto Antropologías del Mundo que se propone como un ejercicio para conocer, visibilizar, e incidir en las desigualdades entre las antropologías del Norte donde la disciplina surgió, y las miradas desde el Sur, donde la antropología ha tomado una gran preponderancia y ha construido una mirada crítica. Por otro lado, encontramos esfuerzos como el proyecto Otros Saberes para replantear la práctica de la antropología de manera que reconozca el papel protagónico que juegan quienes hasta ahora han sido vistos como el objeto de la investigación disciplinaria, en la construcción del conocimiento antro pológico sobre el mundo contemporáneo.
La argumentación básica que encontramos en los trabajos compilados en esta obra es que al iniciar el siglo XXI, la definición institucional de qué es la nación mexicana ya había cambiado, y la antropología como disciplina estaba también sujeta a grandes cambios. De ahí que podemos advertir la importancia de revisar a la luz de los aportes del libro mismo lo que podemos entender en el siglo XXI por “antropología mexicana”.
Para contextualizar esta reflexión, quisiera proponer que la antropología en México ha pasado por tres etapas subsecuentes. La primera de ellas, la etapa internacional, tuvo como uno de sus principales impulsores a Manuel Gamio quién se formó en los Estados Unidos y con el apoyo de Franz Boas promueve la institucionalización de la antropología en nuestro país. Gamio, escribió la conocida obra Forjando Patria en anticipación a los trabajos de redacción de la Constitución Mexicana de 1917, y con ello contribuyó de manera importante a construir un sentido de la mexicanidad que incluyera a la numerosa población indígena de nuestro país, aunque subsumiéndola en un proyecto modernizador que proponía la configuración de una única cultura nacional. Manuel Gamio contribuyó a conocer a la población indígena del país, y al mismo tiempo realizó investigación sobre los mexicanos en Estados Unidos. De esta manera, por un lado la antropología en México surge en el marco de una relación internacional, al mismo tiempo que contribuye a la consolidación del hábitus de la nación donde finalmente se institucionalizó.
En la segunda mitad del siglo XX, se inicia un periodo multinacional de la antropología a partir de la incorporación de marcos teóricos e investigadores formados en otras latitudes quienes se suman a las demandas indígenas del país, para cuestionar el modelo de unidad cultural subyacente en el modelo de nación existente. Esta antropología, crítica y comprometida como lo muestran las contribuciones en este libro, contribuye con los movimientos indígenas para introducir en la constitución una transformación del sentido de la mexicanidad y proponer un modelo multicultural (y más tarde pluricultural) de nación. Es en estos mismos años que se introduce una modificación en la constitución que permite el reconocimiento de la población de origen mexicano en otros países como connacionales, con lo que se termina con el modelo de estado-nación imperante hasta ese momento que suponía la unidad entre una nación, un territorio, subordinados a un gobierno, para dar paso a una nueva relación entre el estado y una nación pluricultural y diaspórica.
El fin del nacionalismo como lo conocimos en el siglo XX coincidió también con una transformación en la estructura disciplinaria de la antropología. Esta transformación puede encontrarse en los escritos de Ángel Palerm, quién sostuvo que las antropologías nacionales que hoy conocemos como antropologías del Norte (culturalismo estadounidense, antropología social británica, etnología francesa) se sustentaban sobre una matriz colonialista. El marxismo sería el instrumento para romper con el colonialismo, pero el marxismo mismo había sido influido por ideologías nacionales (maoísmo, stalinismo, etc.) por lo que requería de la antropología para su transformación. La crisis conjunta del marxismo y la antropología señalada por Palerm, desde mi punto de vista, señala el origen del periodo transnacional de la antropología.
En este periodo transnacional, fenómenos como la migración, con su consecuente implosión del campo en la ciudad como muestra Adriana Aguayo y del tercer mundo en el primer mundo como suponen los estudios de migración internacional de Ana Paula y Pablo Castro, provocaron lo que Michael Kearney llamó “el fin de la distancia radical entre el Yo antropológico y el Otro etnográfico”. Lo mismo sucede con el reconocimiento de los aportes teóricos de las poblaciones que hasta ese momento se consideraban sujetos de estudio antropológico. Por otro lado, los cambios en la tecnología obligaron a una reflexión sobre categorías básicas como el tiempo y el espacio.
Entonces, en esta etapa de la antropología mexicana que hemos caracterizado como transnacional, podemos encontrar tres tipos de transformación que son referidos en este libro y que revisaremos en los siguientes párrafos. En primer lugar, encontramos cambios en la demografía y estructura de la disciplina. En segundo lugar, vemos cambios en la forma en que la disciplina conoce la realidad que estudia. Y finalmente, encontramos cambios en la manera en que la realidad es concebida o conceptualizada.
Las antropologías nacionales del Norte, como se les ha llamado, tenían configuraciones subdisciplinarias propias. El modelo desarrollado en Estados Unidos era el de los cuatro campos que incluían por ejemplo a la arqueología y la lingüística, mientras que las divisiones subdisciplinarias de la antropología social británica se alineaban con la política y la economía entre otras disciplinas. La contribución de Carlos Aguado en este volumen nos permite pensar que la antropología mexicana en su periodo transnacional, experimenta nuevas alianzas con otras disciplinas como la psicología, y lo mismo podemos inferir de los trabajos de Angela Giglia cercanos a la urbanística y la geografía, y de Antonio Zirión y Ana Paula y Pablo Castro vinculados a las artes.
El trabajo de Luis Reygadas nos alerta de un cambio demográfico en la antropología, pues los egresados de los planes de formación a nivel licenciatura y posgrado han multiplicado el número existente de profesionales en la sociedad, y al mismo tiempo se enfrentan ahora a un mercado de trabajo precarizado. Pero sabemos también que los nuevos antropólogos incluyen a un porcentaje mayor de otros géneros que no son el masculino, provienen de sectores económicos menos favorecidos de la sociedad y representan un número mayor de orígenes étnicos, religiosos e incluso nacionales, diferenciándose así del perfil profesional de las etapas anteriores de la antropología. En cierta forma las autoras y autores que participan en este libro expresan esa nueva sociología con una presencia mayoritaria de mujeres, y una diversidad de orígenes nacionales y lingüísticos.
Esta nueva sociología de la antropología mexicana es sólo un punto de partida para entender el cambio en el lugar que ocupa el sujeto que hoy construye el conocimiento antropológico. La descolonización del conocimiento antropológico, pero sobre todo de su práctica, ha llevado al surgimiento de otras epistemologías que reconocen el papel como etnógrafos y teóricos de la realidad contemporánea, de quienes antes se veían al margen de la disciplina. No solamente me refiero a la creciente diversidad de quienes han egresado de los programas de formación antropológica, o a quienes han sido formados en programas educativos propios (como lo señala en este libro Roxili Nairobi Meneses), sino por el reconocimiento del poder analítico e interpretativo de la realidad que otorga el conocimiento situado y la diversidad de saberes de minorías sociales varias (como lo indica en su colaboración Laura Valladares).
Este cambio epistemológico en la antropología mexicana del siglo XXI, tiene su contraparte en la revisión reflexiva sobre el trabajo etnográfico y teórico disciplinario como nos muestra María Ana Portal en su contribución. Hay en ello un recurso a la nación de simetría, pues entonces el reconocimiento del potencial descriptivo y analítico de quienes se encuentran en los márgenes de la disciplina tiene su correlato en la revisión crítica de las implicaciones que tiene para el conocimiento el lugar que ocupa la o el antropólogo en la academia y en la sociedad. No se trata solamente del lugar de privilegio que ocupen en las universidades e institutos, sino también su posición de subalternidad relativa respecto a las élites nacionales (como lo muestra en su contribución a este libro José Antonio Melville); así como su posicionamiento y experiencia en la sociedad como nos mues tra Margarita Zárate en su discusión sobre la violencia en su estado natal y el papel de sus propios afectos en el proceso de comprensión de dicho fenómeno.
La antropología en general, y la mexicana en particular lleva déca das en revisión. Si en la década de los ochenta del siglo pasado la expresión más usada era la de “crisis de la antropología” (la crisis de la representación, la crisis del marxismo, la crisis de la antropología con sesgos nacionalistas y colonialistas, etc.) hoy se usa el concepto de “giro” para caracterizar las nuevas propuestas. Se habla así del “giro epistémico”, del “giro ontológico” pero también del “giro afectivo” y del “giro de los sentidos” en la antropología contemporánea.
Estos “giros” nos ayudan a ordenar las nuevas estrategias para conocer la realidad (giro epistémico), pero también para enfrentar el hecho de que la realidad ha cambiado (giro ontológico). Un ejemplo de esto último, es el hecho de que hoy en día el “campo” donde se hace investigación incluye no solamente los espacios públicos y los privados, sino también los espacios cibernéticos, como lo explica Angela Giglia en su discusión donde nos invita a repensar aquello a lo que nos referimos con el concepto de “lugar”. Los conceptos básicos que usamos para pensar la realidad, se refieren a una realidad que ya cambió, y los recursos para conocer esa nueva realidad requieren de abrir nuevos sentidos más allá de la “observación participante”, para incorporar el oído, el tacto, así como la memoria y los sentimientos como lo explica Rocío Ruiz.
Repensar la antropología mexicana del siglo XXI es una tarea urgente y necesaria para resituarnos como practicantes de la disciplina en la sociedad contemporánea. Este libro es para ello un recurso fundamental.
Nota
* Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztaalapa. Departamento de Antropología.
La antropología mexicana de cara al siglo XXI A manera de introducción
María Ana Portal*
La ciencia es hija de su tiempo, y nuestro tiempo —el de la globalización y el neoliberalismo— se ha caracterizado por grandes y profundas transformaciones en todos los ámbitos de la vida social, lo que nos obliga a enfrentar nuevas realidades, nuevos retos en la construcción del conocimiento y nuevas formas de afrontar los viejos problemas en la investigación social. En ese marco, cuestionarnos cómo estamos produciendo los saberes antropológicos, qué preguntas estamos elaborando y de qué manera estamos haciendo investigación de cara a esas transformaciones, resultan cuestiones muy relevantes de intentar responder.
Consideramos que mientras la sociedad se mueve de manera vertiginosa, la ciencia no siempre lleva ese ritmo de cambio y adaptación conceptual y metodológica. En el caso de la antropología, sus transformaciones se han dado de manera silenciosa, casi sutil. La vigencia de los temas clásicos a los que se ha abocado —cultura, identidad, alteridad, diversidad, etnicidad, entre otros— han favorecido este ritmo tal vez más pausado que en otros campos científicos como la física, la medicina, o la astronomía.
La vorágine social y los ritmos transformatorios de la antropología no parecen haber impactado de manera definitoria en los temas nodales de nuestra disciplina o en su propia existencia. Los temores expresados por B. Malinowski en el “Prólogo” a su emblemático libro Los argonautas del Pacífico Occidental, concebían —de una manera bastante pesimista— la desaparición del “objeto” de estudio de la antropología (y con ello posiblemente de la disciplina misma) a partir del desarrollo del capitalismo:
La etnología se encuentra en una situación tan lamentablemente ridícula, por no decir trágica, que a la hora de empezar a organizarse, a fraguar sus propias herramientas, a ponerse a punto para cumplir la tarea fijada, el material de su estudio desaparece con una rapidez des esperante. Precisamente ahora que los métodos y fines de la investigación etnológica han tomado forma, que personas bien preparadas para este trabajo han comenzado a recorrer los países salvajes y a estudiar a sus habitantes, estos salvajes se extinguen delante de nuestros propios ojos. […] La esperanza de ganar una nueva visión de la humanidad salvaje gracias a los trabajos de especialistas científicos, aparece como un espejismo que se desvanece en el mismo instante de percibirlo. Pues si en el momento actual todavía hay gran número de comunidades indígenas susceptibles de ser científicamente estudiadas, dentro de una generación, o de dos, tales comunidades o sus culturas prácticamente habrán desaparecido. Urge trabajar con tenacidad, ya que el tiempo disponible es breve. Hasta el momento, tampoco el público ha tenido suficiente interés por estos estudios. Hay pocos estudiosos de la materia, y el estímulo que reciben es escaso. Por ello, no siento ninguna necesidad de justificar una investigación etnologica que es el resultado de una investigación especializada hecha sobre el terreno (Malinowski, 1976:13).
Sin embargo, este pronóstico apocalíptico se canceló en la medida en que los antropólogos comprendimos y asumimos, a lo largo del tiempo, que lo que define a la antropología no es sólo un objeto, sino una forma de mirar, de construir y de elaborar conceptual y metodológicamente un problema. La antropología se abrió entonces al estudio de hechos y grupos sociales, de problemas y temáticas diversas, para lo cual ha tenido que repensar tanto las categorías que le son útiles, como las técnicas y métodos que le llevarán a mejores resultados. Esto nos ha llevado a procesos de deconstrucción de las fronteras históricas entre disciplinas, de tal suerte que nos hemos acercado de manera importante no sólo a la sociología, sino a la historia, a la ciencia política, al psicoanálisis, al derecho, a la geografía, al urbanismo, a la ciencia política, entre otras, dialogando —implícita o explícitamente— con otros marcos conceptuales y con otras aproximaciones metodológicas que nos han enriquecido. Este proceso no es nuevo, sin embargo, considero que en la actualidad el acercamiento inter-disciplinar se ha consolidado de manera importante conformándose en un reto metodológico y teórico sistemático.
Para consolidar este proceso reflexivo, es necesario reinterrogar no sólo las construcciones teóricas o los métodos específicos utilizados, sino también sus cruces con otras disciplinas y las implicaciones que ello tiene en nuestro quehacer.
El conocimiento no se reduce a una sola noción, teoría o idea. Son diversas las maneras en que nos podemos aproximar a los fenómenos sociales, así como son diversos los factores que entran en juego en el proceso de conocer. Las rutas que elegimos no son necesariamente tersas y generalmente conducen a más preguntas, a más cuestionamientos, y las más de las veces a crisis en torno a los fundamentos básicos de nuestros saberes. Siguiendo a Edgar Morin podemos pensar que:
Partimos del reconocimiento de la multidimensionalidad del fenóme no del conocimiento. Partimos del reconocimiento de la oscuridad oculta en el corazón de una noción esclarecedora de las cosas. Partimos de una amenaza que procede del conocimiento y que nos lleva a buscar una relación civilizada entre nosotros y nuestro conocimiento. Partimos de una crisis propia del conocimiento contemporáneo y que sin duda es inseparable de la crisis de nuestro siglo (Morin, 2010:24).
Crisis, oscuridad, amenaza, son motores de la construcción del conocimiento. La ciencia implica entonces movimiento y duda.
Para Morin, mientras más conocemos, más crece nuestra ignorancia ya que cada fenómeno social nuevo que abordamos, va abriendo nuevas perspectivas y plantea nuevos problemas (Morin, 2010). Un ejemplo de ello sería la cuestión de género. Mientras que a principios del siglo XX se le consideraba una cuestión biológica que debía abordarse exclusivamente por la medicina —con lo cual se “cerraba” su exploración— al paso del tiempo el mismo fenómeno se complejiza al comprenderlo mucho más allá de lo meramente biológico. Se abren entonces nuevas aristas sociales, psicológicas, políticas, entre otras, que nos enfrenta al hecho de que en realidad sabemos poco de dicho fenómeno y nos falta mucho por conocer. Lo mismo sucede en general con todos los fenómenos sociales que atiende la antro pología.
Lo anterior implica que la ciencia conlleva la idea del inacabamiento, tanto del objeto de conocimiento, como del conocimiento mismo.
Por ello cuando nos plantearnos la tarea de revisar el quehacer de la antropología mexicana en las últimas dos décadas, nos enfrentamos obviamente a una dimensión inalcanzable. Y como suele suceder, tuvimos que hacer un corte mucho más restringido, centrándonos en algunas de las investigaciones del Departamento de Antropología de la UAM-I e incorporando puntualmente a otros investigadores básicamente del INAH. No hay una explicación demasiado elaborada sobre esta selección. Cuando mucho hay una razón práctica: este libro se propuso desde la docencia. Cuando en 2017 impartí el curso de Antropología Mexicana en la Maestría de Posgrado en Ciencias Antropológicas de la UAM-I, pude constatar que, si bien hay una reflexión histórica sobre nuestra disciplina que nos permite revisarla hasta finales del siglo XX, poco se ha actualizado en las últimas décadas. Esto tiene que ver en parte por la fragmentación institucional, el crecimiento del gremio, y, de manera muy relevante, por los procesos cada vez más individualizados y en solitario en la generación de conocimiento. El curso antes mencionado fue una oportunidad de invitar a colegas a que expusiera qué están haciendo hoy, y qué problemas enfrentan en el proceso de hacer investigación antropológica. ¿Qué mejor manera de conocer lo que se hace en antropología que a través de los que lo están haciendo? Consideré entonces que esas interesantísimas participaciones podrían constituirse en textos que apoyaran el quehacer docente. De pronto estas clases impartidas por mis colegas se convirtieron en un momento de autoreflexión ya que al mismo tiempo que permitía a estudiantes conocer lo que hacen sus profesores —más allá del salón de clase—, le posibilitó al docente sistematizar su práctica de investigación y observarla “desde afuera”. Pero obviamente el número de participaciones fue limitado y era necesario ampliar las temáticas. De allí que consideré invitar a otros profesores y estudiantes de posgrado para generar un libro con algunas de las temáticas que en la actualidad se desarrollan y que reflejan las condiciones sociales, económicas y políticas del México contemporáneo. Para que éste no fuera nuevamente un conocimiento fragmentado y aislado, decidimos reunirnos para comentar y discutir cada texto, buscando, por un lado, consolidar ciertos ejes organizadores de las reflexiones, y por otro, aportar ideas puntuales con el fin de enriquecer los trabajos.
Aunado a ello, en el 2020 se cumplen 45 años de la formación del Departamento de Antropología de la UAM-I, lo cual impulsó este proyecto, pues en una coyuntura como esa resulta aún más importante hacer un alto en el camino para mirarnos como Departamento y como gremio.
Esta selección si bien —como señalamos arriba— no es exhaustiva, podemos considerar que es una buena muestra de lo que se está haciendo en la antropología mexicana del siglo XXI, que tiene una producción basta, original y novedosa, aunque, como gran parte del conocimiento latinoamericano, es poco visible para las academias anglófonas. Arrojar luz sobre el escenario de la producción de conocimiento latinoamericano se ha convertido en una suerte de misión para autores como Rossana Guber (2018) o Esteban Krotz (1993), entre otros. Esperamos que con este texto podamos abonar a dicha tarea.
Ahora bien, desde este pequeño —pero importante— universo reflexivo, trazamos una suerte de mapa en tres dimensiones: la primera en referencia a las prácticas antropológicas: qué se está haciendo dónde y cómo; la segunda en torno a cómo se están trabajando los temas considerados como “clásicos” de la antropología en las nuevas condiciones sociales imperantes y frente a viejos y nuevos paradigmas teóricos y metodológicos; y el tercero a partir de las nuevas temáticas a las que se enfrentan los antropólogos en México.
Evidentemente ésta es una organización formal y necesaria para articular el libro, pero no se puede pensar como una división tajante ya que los temas se trastocan y en todos los casos las aproximaciones son originales y estructuradas no sólo a partir de propuestas teóricas novedosas, sino que implican —en la mayoría de los casos— etnografías basadas en trabajo de campo directo, con información vigente, en donde las fronteras o intersticios entre disciplinas y temáticas emergentes requieren de nuevas construcciones conceptuales generando una suerte de espacio ambiguo entre territorios del conocimiento.
Así, en la primera sección agrupamos cuatro trabajos. Un primer aspecto sustantivo para la disciplina se refiere a quiénes son los antropólogos mexicanos y dónde se encuentran. Luis Reygadas inicia el libro con un panorama amplio de quiénes somos y dónde estamos, partiendo de preguntas como ¿qué sabemos de los nuevos antropólogos mexicanos? ¿Qué características tienen las nuevas generaciones de profesionistas en este campo? ¿Cuántos son? ¿En qué trabajan? ¿Cuáles son sus condiciones laborales? Con ello nos presenta una suerte de radiografía del gremio y las transformaciones sufridas en los últimos años, tanto en las temáticas que se abordan, en los perfiles socioeconómicos de los que se forman como antropólogos, en las condiciones laborales, así como la diversidad de programas y ofertas educativas.
Seguimos con un capítulo sobre trabajo de campo que yo suscribo, pensándolo como el método del quehacer antropológico por excelencia. El interés de este capítulo es explorar cómo hacemos trabajo de campo hoy en el contexto mexicano, país pluricultural, inserto en procesos de globalización, y dentro del marco del capitalismo neo-liberal. Desde ese marco histórico específico, me interesa llamar la atención sobre algunos aspectos concretos que considero relevantes y desde allí, reflexionar sobre las implicaciones que tiene ello en el conocimiento que estamos produciendo: ¿qué tan viable es continuar con las clásicas premisas de la antropología del siglo XX en un mundo que se ha modificado en todas sus dimensiones? Para intentar responder a esa pregunta me centré en tres aspectos que considero fundamentales: la condición del trabajo de campo, la posición del investigador vs. la posición del sujeto de investigación y la construcción del dato y su interpretación.
Continuando con la reflexión metodológica, pero en un trabajo de frontera se encuentra el texto de José Carlos Aguado que explora —a través de una larga trayectoria de campo— la relación entre psicoanálisis y antropología. En ese capítulo se proponen algunas elaboraciones teórico-metodológicas con sus consecuencias prácticas tanto para la investigación como para el desarrollo comunitario, en la perspectiva de una antropología de campo.
Se desarrolla una propuesta original a partir de la experiencia en investigación antropológica, en el desarrollo comunitario y en la práctica psicoanalítica. Los ejes conceptuales se centran en la relación entre autonomía, responsabilidad y cambio social. Estas categorías están presentes tanto en el proceso de producción de conocimiento como en los procesos de cambio social. Al final se discuten las implicaciones de esta propuesta para la investigación antropológica y se resume una investigación etnográfica desarrollada con la metodología propuesta en un grupo otomí migrante de la Ciudad de México.
La primera sección se cierra con el trabajo de Maya Lorena Pérez Ruiz, quien nos presenta una interesante revisión histórica sobre la construcción de las instituciones y de las políticas públicas en torno a la cultura en el complejo proceso inicial de conformar un Estadonación fuerte, con una identidad propia del ser mexicano, para luego presentarnos las complejas transformaciones y tensiones en el mundo neoliberal en un país caracterizado por una gran diversidad cultural. A través de su análisis podemos ir reconstruyendo el complejo proceso de conformación institucional, sus cruces con las propuestas y tendencias internacionales, así como con las múltiples transformaciones que sufre el sector, tanto en la creación de instancias específicas como en cuanto a los cambios de mirada y de rumbo político en torno a lo que se considera cultura. En este marco se destacan las crecientes disputas por el patrimonio y los usos de lo cultural frente a los procesos de privatización.
Estas reflexiones que dibujan un panorama amplio del gremio, sus instituciones y sus quehaceres nos abren paso al análisis de cómo se están trabajando aquellos temas que han sido considerados como “clásicos” en la historia de la antropología, pero presentados a partir de las nuevas condiciones sociales imperantes en el México contemporáneo.
Esta sección también se conforma por cuatro capítulos que abordan, desde diferentes ángulos, la cuestión étnica y campesina que durante décadas se consideró la piedra angular de la antropología mexicana. La pregunta que orienta estas reflexiones tiene que ver con ¿qué es ser indígena en el siglo XXI en México?
Iniciamos con el trabajo de Laura R. Valladares, quien nos presenta un panorama sobre los modelos teórico-metodológicos que desde una perspectiva antropológica se han construido en las últimas dos décadas para el entendimiento de los movimientos indígenas y por ende sobre la cuestión étnica nacional en América Latina. Recuperando los enfoques construidos en el último medio siglo —pero centrándose en los modelos recientes—, la autora busca brindar un mayor grado de inteligibilidad a lo que llama irredentismo étnico. Dichos estu dios responden a las complejas y en general conflictivas relaciones político, económicas y culturales entre los pueblos indígenas y los Estados nacionales. Los ejes que vertebran las propuestas principales del trabajo tienen que ver, por un lado, con la idea de que hay una estrecha relación entre el modelo económico, las condiciones de subordinación, pobreza y exclusión política en las que han vivido históricamente los pueblos indígenas y minorías étnicas en el mundo, condiciones que son en gran medida el origen de los conflictos contemporáneos; y por otro, pero articulado a lo anterior, la cuestión de cómo la etnicidad se constituye en el motor de la resistencia de los pueblos indígenas. Asimismo se plantea que la continua relación conflictiva entre minorías étnicas y pueblos indígenas con los estados nacionales tiene que ver con una confrontación entre la razón del Estado y l a razón o los derechos de los pueblos indígenas. De este amplio escenario se centrará en dos acercamientos analíticos: los estudios decoloniales y el feminismo culturalmente situado.