Kitabı oku: «España y su mundo en los Siglos de Oro», sayfa 3
La fundación de la Compañía de Jesús (1534) como un ejército de soldados cristianos coincidió con la necesidad de la Iglesia de contar con una orden que favoreciera los intereses del catolicismo tal cual los definía y transmitía el papa. Los jesuitas hacían un voto específico de obediencia al papa y actuaban en absoluta conformidad con la doctrina emanada de la Iglesia Romana, por lo que tuvieron un apoyo papal inmediato. Con los jesuitas como instrumento principal, la Iglesia volvió a consolidarse en el Concilio de Trento (1545-1563) como clara autoridad en materia de doctrina y los fieles descarriados volvieron a saber lo que debían creer.
Situación de la economía
El aumento de la población
Se ha calculado que hacia 1500 la población europea fluctuaba entre los 80 y los 85 millones de personas y que para 1600 esa cantidad creció hasta los 100 o 110 millones. El incremento fue más o menos proporcional en todos los países. La mayor parte de los habitantes vivían en el campo, pero en este punto sí había diferencias entre los países: mientras que en Italia o en los Países Bajos había un 30 % de población urbana, en Alemania, Polonia o Rusia apenas llegaba al 5 %. Había unas doce ciudades europeas con más de 100 mil habitantes, cuya población creció hasta mediados del siglo. Para fines del siglo, la región más densamente poblada de Europa, con unos 30 o 40 habitantes por kilómetro cuadrado, era la del norte de Francia, los Países Bajos, el sur de Inglaterra y el norte de Italia. La emigración de campesinos provocó que las ciudades crecieran más.
Desde finales del siglo XV, la población europea había empezado a crecer a causa de un mejor nivel general de vida sustentado en el desarrollo de condiciones higiénicas, en el progreso que experimentaron los métodos para abastecer agua a las ciudades y en el perfeccionamiento de las técnicas para construir viviendas, que desde entonces pasaron de la madera a la piedra y el ladrillo como materiales básicos.
La mayor cantidad de niños que llegaban a la juventud originó una mayor oferta de mano de obra y eso impulsó la economía, sobre todo en las ciudades, donde multitudes de campesinos iban a trabajar. Y a morir. Sin duda la ciudad ofrecía un trabajo digno a la gente, pero en proporción mucho menor al número de solicitantes, lo cual permitía a los patrones bajar los salarios y tener siempre trabajadores disponibles. Este exceso de trabajadores y el consecuente número de consumidores trajo consigo un auge del capitalismo y un sentimiento de prosperidad durante la primera mitad del siglo. Pero también, al rebasar el límite de los recursos disponibles, ocasionó hambrunas que diezmaban poblaciones. De pronto, las calles se llenan de muertos que no pueden ser enterrados y las carretas los llevan en tétrico desfile; cunden los miserables, los ladrones y los emigrantes pobres. Las ciudades, molestas por esta situación, hacen todo lo posible por librarse de estas personas, pero sólo lo logran por algún tiempo.
Metales preciosos y alza de precios
Desde la segunda mitad del siglo XV habían comenzado a escasear los metales preciosos en Europa, lo cual entorpecía el proceso de producción. Por eso, el deseo de encontrar oro y plata impulsó en gran medida la exploración de nuevos territorios. Cuando los españoles se establecieron en América y comenzaron a descubrir ricos yacimientos de plata en Zacatecas, Guanajuato y Potosí (actual Bolivia), el flujo de metales preciosos hacia Europa inició una tendencia de aumento en los precios que, sólo en el caso de España, llegó a un 50 % entre 1501 y 1525. En el resto de Europa, los precios alcanzarían hasta un 250 % de aumento para 1600.
Aunque el flujo de metales preciosos de América a Europa no fue el único factor que influyó en el incremento de los precios, sí fue un estímulo decisivo en esta tendencia. Pero si el alza de los precios fue un fenómeno más o menos general en toda Europa, no lo fue igualmente el aumento de los salarios, que no en todos los países crecían en porcentaje paralelo al de los precios. Esta diferencia entre precios y salarios, sobre todo en países como Inglaterra y Francia, beneficiaba a los productores y daba lugar a la acumulación de capitales que puso las condiciones para la economía capitalista de Occidente.
El desarrollo del comercio
Otra condición indispensable para el desarrollo del capitalismo fue la posibilidad, abierta por los descubrimientos geográficos, de comerciar con regiones distantes. Dado que el crecimiento de la población incrementaba la demanda de productos básicos y de lujo, su suministro fue una actividad muy lucrativa para los comerciantes. Los europeos requerían las especias asiáticas para conservar y condimentar sus alimentos así como para curarse, los tintes para las telas y las telas mismas (en especial, la seda), los perfumes, el vidrio, la porcelana, las perlas y los diamantes... Hasta fines del siglo XV estos productos llegaban a Europa, a través del Mediterráneo, por mediación de los turcos, que los vendían a los venecianos, genoveses y provenzales. De esos lugares comenzaban su viaje hasta las manos del consumidor. Pero todo esto cambió cuando los portugueses pudieron ir directamente a negociar con los productores en Asia y cuando se abrió el comercio entre Europa y América desde España.
Ésta es la época de esplendor del comercio, cuando los comerciantes pueden situarse en un plano de igualdad con respecto a los soberanos por prestarles las sumas que necesitan para costear sus carísimas campañas militares. Pero también fue la época en que el comercio experimentó su más grave contradicción: mientras que a nivel internacional se expandía hasta abarcar el mundo entero, en el nivel local a veces faltaban las mercancías básicas entre las regiones de un mismo país. Quizá esto pueda explicarse en parte por la cantidad de impuestos que las mercancías pagaban al ser transportadas por tierra y que no existían en el transporte marítimo, pero también hay que tomar en cuenta que la mayor parte de la población europea de esta época consumía bienes producidos por ella misma.
El crédito y la especulación
La prosperidad comercial y el desarrollo económico que se vivieron durante la primera mitad del siglo XVI comenzaron a decaer a partir de 1560 a causa de la especulación desaforada en los grandes mercados de capitales y de los muchísimos negocios fáciles que, con fraudes, desanimaban a los prestamistas. También contribuyeron al desplome del capitalismo las guerras de religión en Francia y los Países Bajos, las guerras entre España, Inglaterra y Francia, el incremento en los impuestos y las migraciones de población. El comercio se vio afectado porque cada Estado se empeñaba en reglamentar toda la actividad económica dentro de sus límites y eso creaba obstáculos entre los países.
Si al reglamentar excesivamente la economía los Estados dificultaron el comercio, en cambio, al requerir dinero para el cumplimiento de sus proyectos bélicos contra otros países, hicieron florecer el crédito. Las incesantes guerras eran caras y los soberanos pedían sumas enormes que los incipientes banqueros anticipaban a ciegas. Generalmente, los países no podían pagar las sumas a tiempo y los banqueros, si no tenían la prudencia de invertir en inmuebles, veían cómo sus negocios se arruinaban en poco tiempo. Era frecuente que los Estados se declararan en bancarrota para suspender el pago de sus deudas, como le ocurrió a España en varias ocasiones durante el siglo XVI.
La especulación empezó siendo una especie de apuesta o juego en las capitales del comercio, donde se movían muchísimas mercancías y circulaba mucho dinero. Consistía en que el comprador de cierta mercancía pactaba con su vendedor un precio que era pagado después de cierto plazo, cuando se entregaba la mercancía. En el transcurso de dicho plazo, el precio podía subir o bajar, lo cual producía ganancias o pérdidas, y el documento en que se asentaba el compromiso para la entrega de la mercancía en una fecha determinada podía ser cedido por el comprador a otro comprador y así sucesivamente hasta formar una cadena de compradores que se pasaban el documento hasta la fecha de su vencimiento. Así, el papel se convirtió en el artículo más cotizado, pero su valor, variable, estaba sujeto a los vaivenes de la política, que determinaba su precio. La especulación se desarrolló también, durante esta época, en otras direcciones: se fundaron las primeras loterías y se empezaron a vender los primeros seguros sobre la vida de personas que, sin esperarlo, eran víctimas de los que cobraban el seguro.
Capitalismo e industria
Para superar los obstáculos que había creado la tradición de los gremios artesanales, que no producían, por los reglamentos propios de su gremio, la cantidad de objetos demandados y al precio bajo que los hacía accesibles a más gente, los mercaderes entraron en contacto directo con los artesanos de cada región, les proporcionaron las materias primas y las herramientas necesarias, para después comprarles la producción y distribuirla con más eficiencia. De esta manera, los trabajadores quedaron bajo el dominio de los empresarios capitalistas y los antiguos gremios sólo proveían ya pequeñas cantidades de productos a su inmediato entorno.
La producción industrial, importantísima para el desarrollo económico de Europa, experimentó durante la primera mitad del siglo XVI algunos de los cambios cualitativos esenciales que en los siglos siguientes llegarían a ser propios de la civilización industrial de Occidente. El primero de ellos fue la sustitución, en países como Inglaterra, del carbón de madera –que estaba acabando con los bosques– por el carbón mineral, más adecuado para acelerar el proceso de producción por la mayor intensidad de su calor. Otro cambio importante fue la intervención del Estado para ofrecer privilegios económicos a los productores o para ser él mismo parte de las actividades productivas y así proteger a las industrias locales en contra de la competencia extranjera.
Estado y política de poder
Poder medieval y Estado moderno
El ocaso de la república ideal del Medioevo, en la que el papa y el emperador gobernarían en perfecta concordia y velarían por los intereses terrenos y ultraterrenos de sus súbditos, sucedió durante el siglo XVI, en que la autoridad del papa comenzó a ser cuestionada, incluso dentro los Estados católicos y en lo tocante a los dogmas, y la autoridad del emperador fue débil dentro del Sacro Imperio Romano y nula fuera de él. A causa del individualismo propio del Renacimiento, creció en Europa la tendencia política a formar Estados que se equilibraran mutuamente por la igualdad jurídica y la autonomía individual de sus miembros con respecto a la rigidez jerárquica del Medioevo.
En lugar de esa república soñada por los hombres del Medioevo, surgió durante el siglo XVI el imperio colonial de Carlos V, que aglutinaba bajo su inmenso poder central diferentes territorios, razas, culturas e idiomas y que constituyó el modelo para los imperios modernos que vendrían después. La idea original –anacrónica– de Carlos V era revivir el antiguo ideal del Sacro Imperio Romano-Germánico, por eso fue el último de los grandes soberanos medievales. Pero a su proyecto de fusión católica se opusieron los sentimientos nacionalistas de las regiones y el deseo general de una reforma religiosa.
Este tipo de imperios modificaron de manera radical la vida de las personas durante el siglo XVI por los efectos políticos derivados de su acción: matanzas de pueblos, emigraciones, difusión de productos y técnicas antes accesibles a unos cuantos, y, quizá lo más importante, la unificación del planeta. Al tratar de poner en armonía a todas las fuerzas que bullían en su interior, los imperios provocaron el fortalecimiento de los distintos grupos sociales y la formación de una sociedad organizada que empezó a exigir mayor justicia. Este proceso fue dando lugar a los rasgos del Estado moderno.
Para administrar estos grandes imperios comenzó a requerirse la formación de personas especializadas, los burócratas, representados, en primer lugar, por los secretarios. Desde el punto de vista social, la emergencia de estos funcionarios causó una revolución, porque, aunque fueran de clases sociales modestas, una vez entrados en el servicio del Estado se convertían en personas poderosas. Como no recibían, en general, el salario que correspondía a la importancia de su trabajo, era frecuente que se corrompieran para ganar más. Los Estados contribuyeron a la corrupción de los puestos, vendiéndolos a personas que quizá no tenían la preparación ni la responsabilidad para desempeñarlos.
Monarquías absolutas
Si el imperio fue el poder que regía a grupos de personas con diferencias regionales y culturales, la monarquía fue el poder nacional –por excelencia– de los Estados renacentistas que, a causa de su patriotismo, hallaron en la figura de un rey el ideal de toda la nación. El patriotismo y la necesidad de unirse para enfrentar a los enemigos externos determinó casi siempre la lealtad de los súbditos hacia su rey.
En el desarrollo de la monarquía absoluta durante el siglo XVI fue muy importante el renacimiento del Derecho Romano, que difundía la idea de que un príncipe reuniera en su persona todos los poderes y que velara por el respeto de la ley. También influyó la necesidad de contar con un árbitro –el rey– para mediar en las querellas que surgían entre los diferentes grupos sociales, sobre todo nobles y burgueses.
Aunque en el siglo XVI el absolutismo no fue tan definitivo como lo sería en el siglo XVII, el rey tenía en sus manos la soberanía para legislar, para administrar la justicia, para cobrar tributos, para nombrar funcionarios y para mantener un ejército privado. Su poder, sin embargo, estaba limitado por la ley del reino, por la religión, por la cantidad de funcionarios que administraban las diferentes jurisdicciones regionales y por la dificultad de las comunicaciones entre los territorios de la corona.
Los mejores ejemplos de la monarquía absoluta en el siglo XVI fueron Francia y España. Quizá más que en ningún otro país, los reyes franceses tuvieron un poder absoluto que estaba reconocido en el derecho y fundado en la creencia de que Dios les delegaba directamente el poder. Sólo tenían que responder ante él. Además de los atributos mencionados antes, el rey de Francia era el jefe religioso, convocaba a los concilios, custodiaba los bienes materiales de la Iglesia y la defendía en contra de las herejías.
En España, con el ascenso de Carlos V al poder, los reinos peninsulares y las colonias americanas se unieron dentro de un poder central, aunque algunas regiones conservaban sus características individuales y su organización propia. El proyecto imperial absolutista de Carlos V se fundaba en un triple principio: la ordenación mundial, la concordia entre los hombres y la defensa de la fe católica. Este último principio se convirtió, bajo el reinado de Felipe II, en el eje de la monarquía española, que, de haber sido europeísta y abierta, se volvió hermética a las dos grandes fuerzas que surgían en ese momento –el racionalismo filosófico y la burguesía capitalista– y se aisló del resto de Europa.
La guerra
La guerra en el siglo XVI fue una consecuencia natural del individualismo renacentista que empujaba al soberano de cada región a fortalecer su territorio para destacarlo sobre los demás, siempre y cuando tuviera el poderío económico y bélico que se lo permitiera. Con frecuencia, la diplomacia, invento de los venecianos del Quattrocento, era el instrumento empleado para debilitar a los países enemigos mediante funcionarios que residían en dichos países y que, además de informar a su soberano y negociar para él, eran espías, con redes de informantes, y promotores de causas subversivas. Estos diplomáticos debían tener la sangre fría para asegurar una cosa y hacer inmediatamente la contraria, y la astucia para asegurar el éxito de su misión.
Fue Carlos VIII de Francia quien, al invadir las regiones italianas a finales del siglo XV y principios del XVI, cambió la naturaleza de la guerra en Europa. La artillería francesa, por primera vez montada sobre vehículos móviles, disparó tal cantidad de cañonazos que fue destruyendo las murallas de los italianos. Éstos, para proteger sus fortalezas, comenzaron a recubrir sus muros con tierra para amortiguar los impactos de las balas de cañón y construyeron caminos parapetados en lo alto de los muros para facilitar el ataque y la huída. Los cañones, antes reservados al ataque urbano, se llevaron a los campos de batalla, lo que obligó al enemigo a abandonar sus posiciones protegidas y a quedar a merced de la infantería. También en esta época empezó la combinación de fuerzas (caballería, infantería y artillería) que caracteriza a la guerra moderna. Importantísima fue la adopción de armas de fuego manuales –como al arcabuz– que, por ser más fáciles de manejar y más eficientes en la batalla, fueron sustituyendo al arco y a la ballesta.
En el mar las cosas también cambiaron mucho. Mientras que la galera llegaba a su apogeo a principios del siglo XVI y ya no evolucionaría, el navío siguió mejorándose hasta el ocaso del siglo: se le agregaron mástiles y velas de varios tamaños y formas, lo que hacía segura la navegación incluso en tempestades. La galera era una embarcación abierta, con una plataforma más ancha en la parte superior, que apenas rebasaba la superficie del mar y que era adecuada para la navegación sin viento; llevaba a los soldados listos para el abordaje de otras naves y para la lucha cuerpo a cuerpo, y tenía pocas piezas de artillería. El navío, por el contrario, sobresalía mucho sobre el nivel del mar, tenía altos castillos en la popa y en la proa, llevaba muchas piezas de artillería de diferentes tamaños para disparar a distintas longitudes y estaba hecho para impedir el abordaje. Esta disposición de las embarcaciones cambió la naturaleza de la guerra naval: de ser una lucha de infantería sobre el mar (en las galeras), se pasó, con los navíos, mediante la agilidad de movimientos y el fuego de la artillería, a la eliminación del enemigo con todo y sus naves. Este hecho quedó demostrado con la derrota de la Armada Invencible (1588), cuando las galeras españolas fueron abatidas por el mal tiempo y por los cañonazos de los navíos ingleses.
Europa domina al mundo
La expansión europea
Después del fracaso de las Cruzadas, los europeos observaron cómo los árabes se expandían por el mundo. Para el siglo XV, los europeos ya habían pasado de atacantes en Oriente a defensores de sus territorios a causa de la amenaza de los turcos, la última y quizá la más peligrosa oleada del Islam. La rivalidad con los árabes pronto se convirtió para los europeos en acicate de su propia expansión: hallar rutas que por el este comunicaran directamente con Asia fue una prioridad para Europa en su afán de restar poder a los turcos, que se enriquecían con el comercio de productos orientales.
En esta tarea de expansión, el Príncipe Enrique de Portugal, apodado “El Navegante” por los historiadores ingleses, fue el precursor indiscutible. Desde la corte que había fundado en el rocoso promontorio de Sagres, a la que atrajo a los principales marinos, cartógrafos, astrónomos, fabricantes de barcos e inventores de instrumentos para la navegación de la época, patrocinó expediciones a la costa occidental de África que tenían inicialmente el objetivo de descubrir nuevos territorios. Con el tiempo, ese objetivo se transformó en la necesidad de encontrar un paso hacia la India por el sur del continente africano.
También el desarrollo de la tecnología durante el siglo XV permitió que los europeos se lanzaran a los océanos con éxito. El primer factor de importancia fue el estudio de la geografía y de la astronomía, que se aplicaron directamente a la navegación para que, una vez perdida de vista la costa, los navegantes pudieran saber en qué punto del océano se hallaban, según coordenadas que ya se podían calcular, y trazaran así su ruta. Otro factor esencial fue el mejor diseño de embarcaciones, que llegaron a ser más rápidas y maniobrables a finales del siglo XV, gracias, sobre todo, al perfeccionamiento de la carabela, que llevaron a cabo los portugueses después de haber estudiado las naves árabes. Casi todos los grandes descubrimientos de esta época y de principios del siglo XVI se hicieron a bordo de carabelas. El desarrollo de las armas de fuego fue el tercer factor determinante en la expansión europea. Cuando lograron superarse los problemas que planteaba el vaciado de los metales, la regulación de calibres y la fabricación de proyectiles hechos a base de metal, piezas de artillería se introdujeron en las embarcaciones –primero en los castillos y después en los costados de las naves– para apoyar el fuego de los ballesteros y los arcabuceros contra los ejércitos que estaban en la cubierta de las naves enemigas.
África
Hacia 1440 las exploraciones portuguesas en África comenzaron a dar frutos: oro y esclavos negros, que a veces eran instruidos para servir como intérpretes en expediciones posteriores. El comercio de esclavos se extendió rápidamente y por eso los portugueses construyeron un fuerte en la isla de Arguim, primera factoría comercial de los europeos fuera del su continente. Toda esta actividad exploratoria y comercial disminuyó muchísimo con la muerte (1460) de Enrique, “El Navegante”. Pero con el ascenso al trono de Juan II (1481), Portugal recobraría su brío explorador. Juan II emitió un decreto que prohibía a toda nave que no fuera portuguesa navegar por la costa de Guinea, so pena de acabar hundida o ser capturada, y ordenó la construcción (1482) de un segundo fuerte en Elmira, que sería la capital para las exploraciones y el comercio en África. Los descubrimientos hacia el sur continuaron hasta que en 1487 Bartolomé Díaz llegó más allá del Cabo de Buena Esperanza y preparó el camino para el increíble viaje que diez años después realizaría Vasco de Gama y que se coronaría con la llegada a la India en 1498.
África significó para los portugueses un medio para lograr su principal interés, el dominio de Asia, y quizá por eso nunca llegaron más allá de la franja costera. Se contentaron con establecer fuertes y factorías, y con tímidos intentos para evangelizar a una civilización (la negra) que sólo llegaron a conocer superficialmente. Las probables razones para este tipo peculiar de colonización fueron geográficas (el sol intenso y las altas temperaturas, las tempestades desérticas de arena, las enormes extensiones de espesa vegetación, las especies animales peligrosas) y culturales: el interés predominante de los europeos por el comercio, el intento de poner un cerco al Islam, la avaricia y la corrupción de los colonos europeos y la falta de interés, por parte de los misioneros, en las creencias de los nativos.
Asia
Los portugueses pronto se dieron cuenta de que el anunciado arribo de Cristóbal Colón a Oriente era un error y de que ellos debían persistir en su intento si querían ser los primeros en llegar de verdad a la India. Con ese propósito, prepararon la flota que comandaba Vasco de Gama. El viaje de Vasco de Gama fue el más largo hecho hasta entonces en alta mar por una embarcación europea, pues dio la vuelta al continente africano por el Cabo de Buena Esperanza, tocó después varios puertos africanos de la costa este y cruzó el Océano Índico hasta llegar a Calicut, diez meses después de haber zarpado de Lisboa.
Una vez hallada la ruta, los portugueses se dedicaron a elaborar un plan bien estructurado que incluía la construcción de fuertes y factorías en las costas de Malabar así como el envío anual de convoyes para mantener un flujo constante de mercancías a Europa y de tropas a Asia. No fue muy difícil para los portugueses, que contaban con mejores embarcaciones y armamento, deshacerse de sus rivales musulmanes en el Océano Índico. El encargado de llevar a cabo esta misión fue Alfonso de Albuquerque, quien, para 1510, dio un golpe decisivo a la resistencia árabe al tomar la ciudad de Goa, y, para 1511, el golpe final al tomar el puerto de Malaca, desde el cual podían interceptarse todas las flotas musulmanas que pasaran por la bahía de Bengala. Con el Océano Índico en su poder, los portugueses se lanzaron a China (llegaron en 1513) y establecieron desde Macao una enorme red comercial que abarcaba Asia y Europa.
En los fuertes, los oficiales europeos no intervenían en asuntos ajenos a sus deberes militares y las comunidades hindúes y musulmanas eran gobernadas por sus propios soberanos. Es curioso que, a pesar de que tenían una técnica superior y ejércitos mejor preparados, los portugueses nunca intentaron, como tampoco lo hicieron en África, conquistar Asia. Pero si no intentaron conquistarla tampoco la convirtieron al modo de vida europeo, porque en este caso resultó ser mayor el obstáculo cultural: mientras que el ideal de vida europeo se encarnaba en la lucha, la acción, la idea de progreso, el cambio y la búsqueda de lo novedoso, los orientales despreciaban el esfuerzo, reverenciaban la tradición, desconfiaban de lo nuevo y tenían un enorme respeto por las fuerzas naturales exteriores al ser humano.
América
Aunque el Príncipe portugués Enrique, “El Navegante”, no sólo había patrocinado expediciones a África con la India en mente como fin último, sino que además había apoyado viajes por el Atlántico hacia el oeste que, si no llegaron más allá de las islas Azores, plantearon la posibilidad de descubrir nuevos territorios, el descubrimiento de América le estaba reservado a ese escrupuloso y exacto navegante que había pasado ocho años en diferentes cortes haciendo gestiones para ver realizado su sueño de viajar a Las Indias: Cristóbal Colón. Su viaje de ida contó con el favor de los elementos y, por eso, después de treinta y tres días de navegación tranquila, tocó tierra en el actual territorio de Bahamas; pensó que San Salvador era una isla exterior del archipiélago que formaba Japón, pero los sucesivos viajes de él y de otros navegantes pusieron en duda que los territorios descubiertos fueran parte de Asia. Cansados de un proyecto que no producía ventajas comerciales y sí problemas de administración, los Reyes Católicos retiraron su apoyo a Colón, que murió en 1506 frustrado, aunque con bastantes riquezas.
Más tarde, entre 1499 y 1501, Américo Vespucio realizó dos viajes en los que descubrió la mayor parte de la costa atlántica de la América del Sur y se dio cuenta de la continuidad de un territorio que indicaba la existencia de un vasto continente. La importancia de este descubrimiento fue la causa de que con el nombre de Américo se bautizara al continente.
Fue más o menos hasta 1520 cuando los viajes de los exploradores completaron el panorama del planeta para los europeos. En las tres décadas siguientes, no contentos con saber cómo estaba formado el planeta, los europeos se dedicaron a establecerse en los “nuevos” territorios y a explotarlos en su beneficio. La rapidez con que los soldados españoles se apoderaron de los territorios americanos no se debió únicamente a la superioridad de su tecnología, sino a su habilidad para aprovechar las debilidades de los indígenas y para crear alianzas con los grupos sometidos. La habilidad mostrada por Hernán Cortés durante la conquista de México para mantener unidos a sus hombres, para salvar todos los obstáculos prácticos que se le presentaron y para obtener el apoyo de los mismos indios en su lucha contra los aztecas fue después imitada, aunque con menos éxito, por otros conquistadores, entre los que destacó Francisco Pizarro en el Perú.
El Imperio Otomano
En todo este impresionante movimiento de expansión, sólo los turcos constituyeron un obstáculo y un peligro para los europeos. Con una fuerza que había comenzado a manifestarse desde mucho tiempo antes, los turcos consolidaron, durante el siglo XVI, sus posesiones en África del Norte, en Asia y aun en Europa. Solimán I, “El Magnífico”, guió a su pueblo a un apogeo que, en la primera mitad del siglo XVI, llegó a abarcar entre sus dominios el Mediterráneo entero. Cada año salían de Constantinopla flotas turcas que ejercían la piratería en el mar y asolaban cuantas poblaciones quedaban a su paso. Sobre todo España se vio afectada durante esta época al ver mermados con frecuencia los suministros de alimentos, mercancías y tributos que le llegaban principalmente de Italia.
Arte y pensamiento
El arte renacentista
Esencialmente laico y vinculado a la vida cotidiana, el arte del Renacimiento buscó la exaltación de todos los sentidos. Como surgía de un nuevo sentimiento y de una nueva percepción de la forma, adquirió el aspecto de los modelos clásicos. El tema principal era el ser humano, cuya belleza física fue destacada en grandes dimensiones y en formas atléticas, incluso cuando se trataba de representar a Dios, a las vírgenes y a los santos. Las formas angulares del Gótico fueron sustituidas por otras redondeadas que evocaban sensualmente la plenitud de los frutos maduros y las carnes opulentas. Era un arte que tenía como fin último la creación de un mundo superior y perfecto que exaltara la dignidad humana y por eso se basó en la razón, buscó la armonía como un sistema de proporciones y perspectivas, y aspiró a ser percibido como un todo lógico, es decir, ordenado, simétrico y regular, en donde el espacio era adaptado a las necesidades humanas.
El nuevo arte apareció abruptamente en la ciudad italiana de Florencia, hacia 1425, cuando el genial joven Masaccio (Tomasso Guidi) pintaba en la capilla de Santa Maria Novella unos frescos vigorosos sobre la Trinidad en los que mostraba, por primera vez desde la antigüedad, nuevos objetivos artísticos al plasmar un espacio tridimensional sobre la superficie plana mediante el uso de la perspectiva matemática, técnica recién descubierta. Por medio de la perspectiva, las figuras pintadas en tamaño real convergen en el espacio desde el cual se sitúa el observador.