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Michelle Llona Alejandra Acevedo
Notas

1. International Committee for Documentation and Conservation of Buildings, Sites and Neighbourhoods of Modern Movement. Actualmente Docomomo tiene grupos de trabajo activos en más de 55 países, diez de ellos en Latinoamérica, incluido el Perú.

2. Revista mensual de construcción y decoración interior, El Arquitecto Peruano fue publicada entre 1937 y 1977, y bajo la dirección del arquitecto Fernando Belaunde Terry hasta 1963, cuando asumió la presidencia de la República.

Referencias

Agrupación Espacio. (1947). Manifiesto de la Agrupación Espacio. Expresión de principios de la Agrupación Espacio. Lima.

Docomomo. (2016). Docomomo International. Recuperado de http://www.docomomo.com/mission

Ministerio de Cultura del Perú. (2016). Patrimonio cultural. Recuperado de http://www.cultura.gob.pe/patrimonio

LA REFORMA DE LOS ESTUDIOS DE ARQUITECTURA, LA AGRUPACIÓN ESPACIO Y LA MODERNIDAD
TESTIMONIO

El recuerdo más intenso que guardo de mi paso por la Escuela Nacional de Ingenieros como estudiante, de 1942 a 1946, fue el año vivido entre julio de 1945 y julio de 1946, período del viaje al sur del Perú, de la creación del Centro de Estudiantes de Arquitectura (CEA) y de la Reforma de los Estudios en 1945. Estos tres hechos desembocaron al año siguiente en la creación de la Agrupación Espacio, que, influyendo a su vez en la enseñanza, ocupó gran parte de mi vida durante los siguientes años.

Había ingresado para obtener el título de arquitecto constructor, según el plan de estudios establecido para la Sección Arquitectura a principios de la década. Pero terminé cinco años después, preparado para el título de ingeniero en la especialidad de Arquitectura, que obtuve después de presentar, como proyecto de grado, una unidad vecinal en Arequipa. El cambio del título que se otorgaba fue debido a dicha reforma, que cambió también el nombre de Sección por el de Departamento de Arquitectura.

El viaje al sur: la carta del Cusco y el primer encargo

Durante la carrera de Arquitectura, los estudiantes debíamos participar en dos viajes de estudio financiados por la Escuela: al norte, hasta Cajamarca el primero, y el segundo, la vuelta al sur del Perú. En el tercer año, durante las vacaciones de julio, fuimos al norte. Viajamos en el ómnibus de la Escuela, acompañados por el profesor Rafael Marquina y, como invitado, el arquitecto Enrique Seoane.

El viaje de estudios al sur instituido para los alumnos del 4.° año de Arquitectura, en nuestro caso tuvo algunas particularidades. No pudo acompañarnos el profesor Marquina, solo nos inscribimos cuatro alumnos y viajamos en el automóvil de uno de los compañeros, Julio Ferrand. Esto último nos dio flexibilidad para cumplir exitosamente con los objetivos didácticos del viaje: tomar contacto con el pueblo y el paisaje del interior, así como con el valioso patrimonio arquitectónico vernáculo, inca y colonial del recorrido, con escalas más sostenidas en Cusco y Arequipa. En estas ciudades dos acontecimientos inesperados marcaron nuestro destino: en la ciudad imperial, la carta al diario El Sol; en la Ciudad Blanca, el primer encargo profesional.

El día que llegamos al Cusco, un artículo aparecido en el periódico local postulaba, para toda obra de arquitectura que se realizara en la ciudad imperial, la obligación de expresar en su tratamiento las dos culturas de la identidad cusqueña, la inca y la colonial. Prácticamente se proponía incluir en la fachada de toda obra moderna muros de piedra y molduras coloniales a imitación de la obra histórica. Ofendidos en nuestras convicciones por el arte contemporáneo de reciente aprendizaje y de respeto a las manifestaciones del pasado, decidimos escribir una carta de oposición debidamente fundamentada, de cuya redacción quedamos encargados Carlos Williams y yo. La firmamos los cuatro, la dejamos en la sede del diario y partimos en gira a conocer los sitios y vestigios monumentales de la zona que incluía Pisac, Ollantaytambo y todo el Valle Sagrado, culminando con la ascensión a Machu Picchu, en aquel entonces solo posible a lomo de mula.

A nuestro regreso, con sorpresa y satisfacción leímos en el diario El Sol (30 de setiembre de 1946) nuestra carta, publicada con un amable comentario de la dirección1.

Después del largo periplo por las iglesias de Puno, las chullpas de Sillustani, el cruce del lago Titicaca, la rápida visita a Copacabana y el retorno por Tacna y Moquegua, tomamos un descanso en Arequipa, visitando con calma la magnífica arquitectura en sillar de iglesias, conventos y casonas.

La Ciudad Blanca nos graduó por anticipado, al iniciarnos en el ejercicio profesional por intermedio de José Polar, uno del cuarteto viajero, ligado a conocidas familias locales. En su encuentro con Carlos Cánepa Sardón, presidente del Club Internacional, se gestó la posibilidad de proponer un anteproyecto para el local institucional. Polar, quien desde hacía ya un tiempo estudiaba para los exámenes y trabajaba conmigo y con Williams los diseños de Taller en mi casa, nos involucró en el pedido, que se concretó en un encargo formal cuando visitamos el extraordinario terreno propiedad del Club, situado en Zamácola, junto al lecho del río Chili. Allí, de pie ante una hermosa vista, redactamos el Programa de Necesidades. Fue inusitado: teníamos 21 años, no habíamos terminado aún los estudios y recibíamos ya el primer encargo profesional. Antes de que terminara el año, nuestro anteproyecto, moderno naturalmente, fue entregado y aprobado por el Club. Desarrollamos los planos definitivos durante los primeros meses del año siguiente y la construcción se pudo iniciar con la solvencia de la firma Flórez y Costa.

Formación de la Junta para la Reforma, el CEA y otros antecedentes

La reforma fue impulsada por los alumnos, a quienes representé a través del Centro de Estudiantes de Arquitectura que habíamos fundado recientemente. Esa reforma comprometió en realidad a todas las especialidades de la Escuela, fue obra de una junta mixta de profesores, egresados y alumnos que se conformó cuando en el Congreso de la República se anunció una nueva Ley Universitaria.

La iniciativa partió de un docente de la Sección Minas, el ingeniero Mario Samamé Boggio, quien a través del alumno Manuel González de la Cotera convocó a un grupo de estudiantes de diversas especialidades –yo entre ellos por la Sección Arquitectos Constructores– al local de la Sociedad de Ingenieros, ubicado en La Colmena. De la primera o segunda reunión salí con la misión de invitar a dos profesores, ellos fueron Rafael Marquina y Héctor Velarde2, y, poco después, a un egresado, Juan Benites, el más famoso entre los arquitectos egresados, pues había sido jefe de la barra de la Escuela en varias de las olimpiadas interuniversitarias anuales. Los otros alumnos cumplieron misión semejante en su correspondiente sección. Quedó así conformada la junta por dos profesores, un alumno y un egresado por cada sección de la Escuela. Cuando se iniciaron las sesiones formales, el ingeniero Samamé fue elegido presidente y yo secretario de lo que en adelante denominaríamos la Junta Mixta de Reforma de la Escuela de Ingenieros.

Los deseos de reformas que los estudiantes de Arquitectura sentíamos como apremiantes, eran compartidos en cierta medida por los de todas las otras especialidades. Entre nosotros, los de Arquitectura, estos deseos se alimentaban de un insoportable contraste entre la enseñanza que padecíamos (la del modelo Escuela de Bellas Artes de París, centrada en el conocimiento y aplicación de los órdenes clásicos, que tomaba todo el segundo año de Taller3, y de su aplicación a proyectos de estilo neoclásico primero y neocolonial después, que ocupaban el tercero y hasta el cuarto de Taller) y la información que habíamos empezado a recibir a través de libros y revistas sobre la arquitectura libre de forzados estilos, practicada desde hacía buen tiempo en otras partes. Este contraste provocaba opiniones, discusiones y hasta enfrentamientos entre los alumnos de todos los niveles, que, felices sin embargo, compartíamos ese Taller Vertical tres tardes por semana, en los altos salones intercomunicados, en el segundo piso del viejo local de la calle Espíritu Santo, donde, escuchando cada hora las campanas del templo vecino, trabajábamos y dialogábamos hasta que la falta de luz eléctrica, tarde ya, nos obligaba a abandonarlos.

Se alimentaba también nuestra necesidad de cambio de lo que, desde un mundo menos estudiantil, más íntimo y amical, aprendimos en las enriquecedoras tertulias de Barranco, donde vivía Carlos Williams, Carlín, el más culto de nuestros compañeros de promoción. Allí, en una terraza enladrillada, a media ladera, en uno de los flancos de la Bajada a los Baños, con vista al mar por un lado y por sobre los ficus a la vieja Ermita por otro, se reunían los artistas amigos a compartir inquietudes y experiencias, a escuchar “Alturas de Macchu Picchu” en la voz de Neruda, a leer a León Felipe o a César Vallejo, a intercambiar La metamorfosis de Kafka por El lobo estepario de Hesse, o a leer fragmentos de El tiempo perdido, a conocer la música dodecafónica, a gozar con los móviles de Calder o la pintura de Juan Gris, y, en fin, a querer a Picasso, a Rodin o a Maillol. En Barranco se encontraban con frecuencia Jorge Piqueras y César de la Jara, Blanca Varela y Sebastián Salazar Bondy, Fernando de Szyszlo y Samuel Pérez Barreto, Pepe Bresani y Mayaya Gamio Palacio, Celso Garrido Lecca y Enrique Iturriaga, etcétera. Yo fui una vez a estudiar con Carlín para un examen de matemáticas y resulté sumándome al grupo. Después se integraron otros compañeros de la Escuela como Eduardo Neira, Pepe Polar, Guillermo Proaño. Y como allí supe lo de los Premios Nacionales de Fomento a la Cultura, entre los que faltaba el premio a la Arquitectura (como si ella no fuera testimonio edificado de la cultura de los pueblos), escribí una carta al diputado arquitecto Fernando Belaunde Terry solicitándole, en nombre del CEA, subsanara la omisión4.

Pero nuestros deseos de cambios en la enseñanza se hicieron realmente perentorios cuando, a partir de la creación del CEA y de la invitación al arquitecto Mario Gilardi, recién llegado, para que en una charla nos contara sobre la enseñanza en Chile, donde se había graduado, conocimos otro enfoque del trabajo en los talleres de diseño. También nos amplió lo poco que sabíamos de algunas figuras emblemáticas de la arquitectura moderna, especialmente del polémico Le Corbusier, cuyo libro Hacia una arquitectura no solo comentó con entusiasmo sino que nos dejó su propio ejemplar como regalo. Ese texto y el de Luis Miró Quesada, Espacio en el tiempo, aparecido por esos días, libro que Pepe Polar, conmovido, llevó al Taller, encendieron la polémica en las horas de esas tardes de 4.° año, en las cuales tomamos clara conciencia del atraso en que vivíamos con respecto a otros países de América Latina.

Hay que recordar que el CEA fue el primer centro de estudiantes descentralizado de la Escuela, pues solo existía el Centro de Estudiantes de Ingeniería (CEDEI). Las otras especialidades organizaron sus propios centros por consejo nuestro, para engrosar la representación de Ingeniería, ante la proximidad del Congreso Nacional de Estudiantes, convocado para fines de setiembre de 1945, evento al que asistimos solo brevemente5. La organización estudiantil en centros fue sin embargo beneficiosa para los fines de la reforma de cada especialidad.

El trabajo y las vicisitudes de la Junta Mixta

Conformada como expresé líneas arriba, la Junta comenzó sus planteamientos iniciales sesionando en el local de la Sociedad de Ingenieros, hasta que se acordó salir de esa especie de clandestinidad y solicitar al director de la Escuela un lugar de trabajo en la sede institucional. El ingeniero Alfredo Mendiola, inesperadamente amable con la delegación presidida por el ingeniero Samamé, nos ofreció todas las facilidades, incluido el uso del Salón del Directorio para sesionar, pero puso una condición: nombrar al presidente. Esto implicaba desconocer al presidente que habíamos elegido, pero Samamé, en el breve momento en que se nos dejó deliberar en privado, sacrificando su cargo, nos convenció de aceptar. Informado el director, nombró como presidente al profesor más antiguo, el ingeniero Roberto Valverde. Con la nueva presidencia, la Junta Mixta, instalada en la Escuela, prosiguió con sus propuestas de reformas curriculares en cada especialidad: creación de nuevos cursos y actividades, y sugerencias de posibles profesores.

El mismo ingeniero Valverde había sido nombrado antes para informar sobre los problemas y planteamientos de la Escuela ante la Comisión Legislativa encargada de preparar el Estatuto Universitario. En este punto me permito aclarar una confusión. En el texto Breve historia de la UNI se afirma:

El gobierno de Bustamante y Rivero después de dar la Ley 10555, constituyó una comisión de senadores y diputados a la que encargó elaborar el Estatuto Universitario luego de oír los informes de las universidades y escuelas de entonces. Como delegado de la Escuela… el profesor Roberto Valverde. (López Soria, 2003, p. 60)

La Ley 10555 se llamó Nuevo Estatuto Universitario; era lo mismo, no hubo dos normas sucesivas, siendo equivocado afirmar, además, que el Gobierno, el Poder Ejecutivo, hubiese constituido una comisión de legisladores. Que sí la hubo, pero conformada por sus miembros y en el propio Congreso, precisamente para elaborar y proponer la Ley. La confusión proviene de un trabajo previo, Historia de la UNI, citado anteriormente. Ese error llevó a otros, como veremos luego.

Llegó un momento, puede haber sido en marzo de 1946, en que fue conocido el texto preliminar de la nueva Ley. Supimos así que la transición al nuevo régimen iba a estar a cargo de las autoridades vigentes en universidades y escuelas:

Art. 86° El presente Estatuto entra en vigencia a su promulgación. Sin embargo las actuales autoridades continuarán en el ejercicio de sus cargos hasta la elección de las nuevas de acuerdo con el presente Estatuto.

Es decir, en nuestro caso, a cargo del régimen Mendiola, nada partidario de la nueva ley. En el sector reformista más radical de la Junta Mixta tuvimos desconfianza de esa posibilidad y consideramos como solución que esa transición fuese encomendada a la propia Junta. Con la debida reserva gestionamos que en el Parlamento se acogiera esta propuesta por la comisión autora del proyecto de ley e incluso en el Ejecutivo, donde podía ser observada.

Nuestra reservada gestión dio sus frutos: la Ley 10555, Nuevo Estatuto Universitario en su versión como proyecto final del Congreso, promulgada por el Ejecutivo el 24 de abril de 1946, en el último artículo del último capítulo, el 17 de las “Disposiciones transitorias”, estableció:

Art. 109° Durante el período de reorganización de la Escuela de Ingenieros este será regido por la Junta Mixta de Reforma.

La Ley no creó la Junta Mixta. Al encargarle la transición, a diferencia de las universidades y de la Escuela La Molina, reconoció su existencia implícitamente. Y el ingeniero Mendiola no renunció a la dirección (o si lo hizo cumplió solo como un gesto simbólico), sino que fue cesado por la Ley al encargar a la Junta el gobierno transitorio de la Escuela Nacional de Ingenieros. La disposición fue sorpresiva pero inmediatamente acatada, aunque molestara a los profesores conservadores. El ingeniero Valverde asumió la dirección y nombró al alumno Pablo Calle como secretario para los asuntos del gobierno de la institución, y me pidió que yo siguiera como secretario en los temas de la reforma.

Con la doble responsabilidad, gobierno de la Escuela y reforma de los estudios, la tarea de la Junta exigió dedicación exclusiva6. Trabajamos intensamente, pues adicionalmente había presión de los alumnos, preocupados porque no empezaban las clases hasta muy entrado el año, iniciación que se fue dando por niveles. Entre tanto se avanzó en la organización y definición de los departamentos en lugar de las secciones y en los nombramientos administrativos, así como de docentes en sus varias categorías, pues una de las medidas iniciales de gobierno había sido declarar la vacancia general del personal.

La Escuela, sin embargo, no podía sustraerse del clima político de entonces, signado por la presencia del Partido Aprista, que, proscrito de la vida nacional por décadas, legalizado al final del gobierno de Prado, y luego de su reciente triunfo electoral, presente en el poder con el Frente Democrático Nacional, inició un sistemático proceso de penetración en las instituciones, especialmente en sindicatos y universidades. Ese proceso se hizo manifiesto en varios de los nombramientos realizados, pues, a juicio de la mayoría de la Junta, la dirección y la secretaría mostraban una permisividad creciente en este sentido, permisividad opuesta a la posición estrictamente académica, independiente de tendencias políticas, que primaba en la reforma emprendida. Llegó un punto en el que se consideró necesario terminar la transición como el mejor modo de detener la penetración política partidaria.

Teniendo en cuenta los avances ya cumplidos en la reforma administrativa central, la organización de los departamentos por especialidad, incluido el nombramiento de sus respectivas autoridades, así como el de gran parte de los profesores para nuevos cursos propuestos, la Junta, en tormentosa sesión7, acordó el nombramiento de las nuevas autoridades, director y subdirector, declarar terminada la transición y, por tanto, luego de entregado el poder, su propia disolución.

La reforma en la enseñanza de la arquitectura

El año académico de 1946, iniciado con notable retraso, fue doblemente diferente para los miembros del Departamento de Arquitectura. Por un lado, aparte de algún laboratorio y servicio, fuimos la única dependencia de la Escuela que para las tareas educativas, clases y prácticas, permaneció en la vieja casona de la calle Espíritu Santo, los otros departamentos fueron a ocupar el nuevo local de la avenida Túpac Amaru, en el Rímac.

Por otro lado, las mencionadas tareas se ofrecieron con cambios muy importantes8, frutos de la Reforma. Nuestros tres únicos maestros de años anteriores, arquitectos Marquina, Malachowski, Velarde, recibieron la compañía de otros seis arquitectos y tres ingenieros incorporados a la docencia de la especialidad, según lo propuesto por nuestra Comisión y acordado por la Junta Mixta de Reforma. Es decir, el personal docente se triplicó. Los nuevos profesores fueron los siguientes:

Para el Taller de Diseño (antes Dibujo Arquitectónico):

– arquitecto Juan Benites Dubeau, Taller de Diseño, 2.° y 3.er año;

– arquitecto Enrique Seoane Ros, Taller de Diseño, 4.° y 5.° año (ambos bajo la coordinación de don Rafael Marquina);

– arquitecto Luis Miró Quesada Garland, curso Análisis de la Función Arquitectónica en 2.° año;

– arquitecto Fernando Belaunde Terry, curso Problema Nacional de la Vivienda en 4.° año;

– arquitecto Carlos Morales Macchiavello, Materiales de Construcción (2.° año) y Procedimientos de Construcción (3.er año);

– arquitecto Paul Linder, Estética de la Arquitectura (4.° año) y Filosofía del Arte (5.° año);

– ingeniero Luis Dorich Torres, curso de Planeamiento Urbano en 5.° año, como segunda parte de Urbanismo, que, a cargo siempre del ingeniero Alberto Alexander, se bajó del 5.° al 4.° año;

– ingeniero A curso de Topografía, 3.er año;

– ingeniero B cursos Instalaciones I y II en 4.° y 5.° año.

Se agregó además un tercer curso de Historia del Arte, a cargo del arquitecto Héctor Velarde, así como Planos de Obra I y II en 2.° y 3.er año.

La inclusión de las nuevas materias exigió, naturalmente, la eliminación de cursos prescindibles para los estudiantes de Arquitectura, llevados en común con la especialidad de Ingeniería Civil hasta antes de la Reforma, tales como Hidráulica, Química Orgánica, Física II, Construcciones Especiales, etcétera.

Para quienes terminábamos los estudios no había grandes mejoras en el programa de cursos de 5.° año, pero con gusto varios nos matriculamos adicionalmente en cursos nuevos de años inferiores. Yo lo hice en cuatro de ellos: Análisis de la Función Arquitectónica, Problema Nacional de la Vivienda, Estética y Filosofía del Arte, los dos cursos de Paul Linder.

En su curso, Miró Quesada –inseguro y aún tímido al comienzo, brillante finalmente y siempre de una sencillez ejemplar– reafirmó los conceptos expuestos en su libro, que ya conocíamos, pero además incidió con profundidad en dos aspectos técnicos nuevos para nosotros: asoleamiento y acústica, en cuyo dominio demostró la amplitud de su versación. El curso de Belaunde sobre vivienda nos abrió un nuevo panorama con la teoría de la unidad vecinal, cuyo primer intento de realización en el Perú, además, ya estaba en trabajos preliminares por la comisión que había creado el Congreso. Pero fueron los cursos de Linder los que nos cautivaron especialmente, no solo por el contenido sino también por la calidad de sus exposiciones. Además, había estado en la Bauhaus como discípulo de Gropius, conoció a Albers, Kandinsky, Klee… era, pues, un testigo de los primeros momentos de la modernidad, que nos transmitió con entusiasmo.

Terminamos los estudios de arquitectura entrado ya el año 1947, puesto que habíamos iniciado el 5.° año con gran retraso, envidiando a los alumnos de ciclos inferiores que iban a gozar de las reformas introducidas. Pero, sin falsa modestia, contentos de haber contribuido a esas mejoras. Dejamos el CEA a la nueva directiva presidida por Jorge de los Ríos, y nos alistamos para emprender otra tarea: editar una revista de arquitectura y arte moderno. No estábamos de acuerdo con la línea de El Arquitecto Peruano, porque publicaba eventualmente, por ejemplo, la nueva arquitectura de Brasil o alguna casa moderna norteamericana, pero prefería en sus páginas las casas estilo Tudor, californiano o neocolonial, proyectadas por ingenieros y arquitectos peruanos9. Y para dirigir la revista que soñábamos pensamos, naturalmente, en Miró Quesada y en Linder.

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9789972454158
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