Kitabı oku: «Migraciones y seguridad: un reto para el siglo XXI», sayfa 2

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PERSPECTIVAS TEÓRICAS

Este acápite presenta las perspectivas teóricas a partir de las cuales se fundamenta el trabajo de investigación. Así, se presentan elementos conceptuales relacionados con el desarrollo económico desigual, vínculo histórico, redes sociales y transnacionalismo, securitización, xenofobia y discriminación, trata de personas y el tráfico de migrantes.

Desarrollo económico desigual

Partimos de la idea según la cual la creciente ola migratoria es producto –directa o indirectamente– de los desequilibrios socioeconómicos entre los países, lo cual alude a la idea de un desarrollo económico desigual que se sitúa dentro del marco de los enfoques teóricos de la dependencia. En este sentido, las migraciones internacionales pueden ser analizadas como consecuencia de las dispares condiciones materiales de existencia entre los países desarrollados del norte y aquellos en vías de desarrollo del sur. A pesar de la crisis económica mundial iniciada en 2008, son notables los contrastes entre las aceptables condiciones de vida para la mayoría de habitantes del norte, frente a las precarias condiciones de vida para la mayoría de habitantes del sur.

Para Osvaldo Sunkel (1981, p. 43), retomando a Henri Pirenne, con “la formación de los modernos imperios mercantiles a partir del siglo XVI y el consiguiente auge del comercio colonial, en ciertas regiones de Europa se estuvo operando un importante proceso de acumulación de capitales”. Esta situación marca procesos diferenciales de integración a la economía mundial para cada región del mundo y, por tanto, determina el papel a cumplir en el sistema productivo. En consecuencia, y después de cincuenta años, el camino histórico unidireccional para el desarrollo propuesto por Walt Rostow (1961) perdió validez porque persisten las diferencias en el papel productivo de cada país, lo que determina los respectivos determinantes de las condiciones de vida para sus poblaciones.

Este desarrollo económico desigual ha conducido a un desequilibrio estructural que afecta principalmente los núcleos vitales de la población del sur (García Nossa, 2006). De igual manera, el fenómeno del desarrollo del subdesarrollo afecta principalmente a los países del denominado tercer mundo involucrados en la parte inferior de la dinámica desigual de la economía internacional (Wabgou, 2010, p. 158). Esta condición genera situaciones sociales y económicas adversas que se evidencian en la regionalización de la pobreza extrema, el hambre, las dificultades en el acceso a un sistema educativo y a un sistema de salud (Organización de las Naciones Unidas (ONU), 2013); lo que coincide con un incremento de la calidad de vida de los países industrializados o desarrollados.

Al respecto, Bustelo (1994) señala que el mal reparto de los recursos condiciona la dependencia, la desarticulación, la polarización y extraversión que caracterizan a los países subdesarrollados en términos económicos. Esta dependencia demuestra el porqué de los movimientos poblacionales de sur a norte, ya que “los países desarrollados, después de haber contribuido a hundir los pueblos del sur en la pobreza como los africanos, atraen a su mano de obra para desempeñar tareas poco calificadas” (Wabgou, 2010, pp. 161-164).

En definitiva, las migraciones contemporáneas son concebidas como un medio a través del cual las poblaciones del sur buscan encontrar mejores condiciones de vida y bienestar. En efecto, las condiciones de inseguridad física, económica y social en las cuales viven amplios sectores de la población de estos países, se constituyen en factores determinantes del desplazamiento y la migración.

La situación resulta más compleja cuando los factores de inseguridad económica se articulan con factores de inseguridad política, cosa que alimenta el fenómeno de las migraciones humanitarias o los llamados refugiados políticos. Asimismo, cobra relevancia la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 que, en su artículo 1, define el término refugiado para referirse a aquella persona que:

[…] debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opciones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país. (Acnur, 2005, p. 12)

En otros términos, son refugiadas aquellas personas que abandonan su país bajo la amenaza a su vida, seguridad o libertad, en un contexto marcado por el conflicto armado interno y la violación de los derechos humanos. En muchos casos, los refugiados y las personas en situación de desplazamiento han sufrido una violación de sus derechos, como consecuencia de la falta de protección estatal, y se encuentran en un alto grado de vulnerabilidad, por lo que requieren atención y protección especial, derivada del estatus de refugiado a que da lugar el asilo y que los Estados que firmaron la Convención están obligados a otorgar al solicitante. En general, los países de América Latina (sobre todo Centroamérica y Colombia) y África (principalmente de la África subsahariana) presentan los mayores flujos de refugiados y desplazados en el mundo. Esta situación los convierte en una especie de migrantes invisibles en sus lugares de destino –como los países fronterizos, Estados Unidos y Europa–, aunque su presencia no deja de alterar el orden establecido.

Pese a la existencia de un número considerable de instrumentos continentales y mundiales establecidos para la protección o acogida de los solicitantes de asilo o refugio, se observa una mayor restricción de las políticas de refugiados en Estados Unidos y Europa. Al respecto, al presentar un breve balance sobre el retroceso del derecho al asilo político en España entre 1996 y 1999, Wabgou (1999) considera que el asilo político en España es “un derecho en vías de extinción”. De todos modos, son muchos los africanos y latinoamericanos que, al no contar con condiciones favorables de solicitud de asilo en países europeos y Estados Unidos, terminan confinándose o quedándose en países limítrofes o cercanos a sus países de origen, ya sea como refugiados –en el caso de que logren obtener la protección del Estado– o como simples desplazados.

En esta perspectiva, consideramos que el análisis de los flujos migratorios desde la teoría de la dependencia resulta limitado, puesto que solo se tienen en cuenta los factores de expulsión o atracción. Esto reduce las migraciones a un movimiento orientado desde la entidad emisora-explotada hacia una unidad receptora-explotadora con la expectativa de obtener un mejor nivel de vida. Sin embargo, los flujos migratorios no solo son determinados por motivaciones económicas, sino que también existen una serie de variables más complejas definidas en tiempos y espacios, derivadas de vínculos históricos.

Vínculo histórico

El enfoque del vínculo histórico retoma la colonización como el fenómeno explicativo de la orientación de los flujos migratorios, a partir de la construcción de relaciones históricas entre el territorio expulsor y el receptor. Esto explica, en parte, la razón por la cual las oleadas migratorias de latinoamericanos tradicionalmente se han orientado a Estados Unidos y España, así como de africanos a Francia; incluso si actualmente se observa que las expotencias coloniales han ido cerrando cada vez más sus fronteras a sus excolonos y que hay una diversificación de los destinos de los inmigrantes a otros países industrializados del mundo. Así, con base en el trabajo de Portes y Börocz (1992), Wabgou afirma que:

[…] [Se] conciben las migraciones como un proceso social que se fundamenta en las transformaciones históricas para aliviar la complejidad de las oleadas migratorias respecto a su orientación y su dimensión y al momento en que se desplieguen […] El inicio de las migraciones laborales no proviene de odiosas comparaciones de ventaja económica, sino de una historia de contacto anterior entre sociedades emisoras y receptoras. (Wagbou, 2010, p. 167)

Cabe precisar que los puntos claves en los intercambios por vínculo histórico son la movilidad de capital, de bienes y servicios, la tecnología, las formas institucionales, la difusión de ideas y gustos; estos elementos tarde o temprano generan cambios culturales. Sin duda, en la actualidad se observa que las migraciones se desarrollan como consecuencia de decisiones personales condicionadas o apoyadas por relaciones sociales. Por eso, para completar las dos anteriores miradas (desarrollo económico desigual y vínculo histórico) recurrimos a la teoría de las redes sociales, que ofrecen una perspectiva de análisis sobre la formación de sistemas de migración que vinculan a la comunidad emisora con la comunidad receptora.

Redes sociales y transnacionalismo

La finalización de la Guerra Fría, el incremento de la velocidad y el número de los intercambios comerciales y las dinámicas de integración económica y política implicaron que las fronteras dejaran de entenderse como simples líneas divisorias entre los países, para ser concebidas como espacios integrales y complejos de interacción política, económica y social entre comunidades internacionales. En este sentido, las migraciones se entienden como fenómenos transnacionales relacionados con “ocupaciones y actividades que requieren de contactos sociales habituales y sostenidos a través de las fronteras nacionales para su ejecución” (Portes, Guarnizo y Landolt, 2003, p. 18).

Esto conlleva la posibilidad de formas de vivir transnacional, es decir, “vivir en un territorio transfronterizo, participando en redes e interacciones que transcienden las fronteras de un determinado país” (Ramírez, García y Míguez, 2005, p. 11). Desde esta perspectiva, se comprende que el proceso migratorio implica diversidad y simultaneidad de culturas que se construyen de forma paralela a los componentes identitarios de los Estados-nación; esto es, un devenir guiado por el reconocimiento de elementos culturales que ayudan a reforzar los hábitos tradicionales o a aportar en la construcción de un nuevo sistema identitario. Al respecto, González considera que:

[Se trata de] un enfoque en los estudios sobre migración, relativo a relaciones que conectan a los inmigrantes con sus sitios de origen. A partir de ello se generan transformaciones de las estructuras sociales, económicas, culturales y políticas […] la aparición de comunidades transnacionales en el contexto global, se definen como grupos de personas de un mismo origen asentados en diferentes sociedades, compartiendo referencias e intereses comunes, formando redes de comunicación y consolidando su presencia más allá de las fronteras […] El transnacionalismo, por definición, correspondería a una construcción mental, a un fenómeno intangible con implicaciones reales, esenciales, que se materializa en interacción de redes formales e informales de toda índole, la utilización de la tecnología mediática y las inversiones transfronterizas. En esta medida el transnacionalismo involucra el país de origen y el de destino, en un doble direccionamiento de recursos concretos como: remesas, comercio de productos de la nostalgia y elementos intangibles de los dos países, tales como las expresiones culturales y la problemática política, económica y social que afecta a los emigrados. (González, 2006, pp. 608-609)

En este contexto, los migrantes desarrollan identidades múltiples, lealtades compartidas y una vida transnacional entre su país de origen y el país receptor, generando un mestizaje cultural en la sociedad receptora a partir de la integración de nuevas corrientes artísticas, nuevos estilos de vida y nuevos valores familiares. Esta idea se encauza en la teoría liberal conocida como melting pot, que sostiene que la fortaleza de una nación se enriquece con flujos migratorios diversos (Vargas, 2010, p. 190). Además, como el hecho de habitar en el exterior no significa una ruptura con la sociedad de origen, puesto que los emigrantes siguen participando en el campo económico, político y social de sus respectivos países de origen, es cierto que el transnacionalismo contribuye con el establecimiento de flujos continuos de información, bienes y servicios entre los países de acogida y los países emisores (Wabgou, 2012, p. 79). Por esto, las redes sociales y su transformación en redes migratorias son procesos sociales que conectan a gente establecida en diferentes espacios, ofreciéndoles posibilidades de desarrollar estrategias fuera del lugar de nacimiento (Wabgou, 2010, pp. 170-171). Nos referimos así a la persistencia de redes sociales migratorias como mecanismos y fuente de apoyo del despliegue de las corrientes migratorias; lo que puede desembocar en las migraciones circulares si el movimiento es perdurable en el tiempo y en el espacio. Con este tipo de migraciones circulares, “las áreas emisoras y las receptoras se integran en un sistema de migración que influye en los procesos sociales en ambos extremos de la corriente” (Wabgou, 2010, p. 174).

En cuanto a las relaciones que se dan entre los individuos y el colectivo del sistema circular y transnacional, se aclara que el inmigrante como individuo cuenta con los demás (colectivo) para lograr sus objetivos migratorios. Sin embargo, el alcance de estos objetivos suele estar limitado por el interés de los Estados en mantener un control sobre los flujos migratorios, que pueden considerarse como riesgo para su seguridad nacional. Prueba de ello es que, durante la última década, las migraciones han sido asumidas crecientemente como un asunto clave de la política de seguridad nacional o de seguridad pública por los principales países receptores.

Securitización y migraciones

La tendencia a considerar las migraciones como un reto a la seguridad nacional o la seguridad pública por los países de llegada de los inmigrantes parece haberse acentuado después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. A partir de allí, la regulación de la migración se convirtió en una preocupación relevante de la seguridad nacional, con el propósito de prevenir el ingreso de terroristas extranjeros al país y neutralizar los grupos terroristas que utilizan las migraciones como una excusa para acceder a los países receptores de los inmigrantes y ejecutar sus planes violentos. Concretamente, esto se traduce en un cambio de actitud de los Estados de acogida frente a los inmigrantes, evidenciado en discursos que defienden la necesidad de cambiar las actitudes laxas y benevolentes por medidas migratorias más restrictivas. Este cambio de actitud hacia las migraciones se ha extendido en Estados Unidos y Europa, países tradicionales de acogida, en términos de una securitización del asunto migratorio, es decir, un conjunto de mecanismos discursivos y normativos que asumen las migraciones como un asunto de seguridad nacional.

En efecto, para entender el concepto de securitización y su implicación en el tema migratorio, es necesario partir del concepto mismo de seguridad. Para Charles David,

la seguridad puede ser comprendida como la ausencia de amenazas militares y no militares que pueden poner en cuestión los valores centrales que desea promover o preservar una persona o una comunidad, y que conlleva un riesgo de utilización de la fuerza. (Charles David, citado por Alejo Vargas, 2002, p. 145)

Tradicionalmente, la reflexión sobre la seguridad tendió a concentrarse esencialmente en la seguridad de los Estados bajo el concepto de seguridad nacional, que

[…] se consolidó como categoría política durante la Guerra Fría. Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos rescató el uso político que la palabra seguridad ha tenido desde la antigüedad, para elaborar el concepto de “estado de seguridad nacional”. Este concepto se utilizó para designar la defensa militar y la seguridad interna, frente a las amenazas de revolución, la inestabilidad del capitalismo y la capacidad destructora de los armamentos nucleares. Con la generalización del uso de esta categoría política, el plano militar se convirtió en la base de las relaciones internacionales. Una vez terminada la Guerra Fría, un cambio importante fue la sustitución del enemigo externo por el enemigo interno que podía ser cualquier persona. (Leal Buitrago, 2003, p. 74)

Así, cuando hablamos de la seguridad nacional hacemos referencia al proceso de construcción de amenazas –tanto internas como externas– que ponen en riesgo los valores esenciales de un Estado. En el caso de la migración irregular –en algunos casos también de la regular–, se percibe esta como un fenómeno que favorece actividades ilegales como la criminalidad transnacional, el narcotráfico y, después del 11 de septiembre, también el terrorismo. En este orden de ideas, Wæver define la securitización como

[…] un proceso discursivo y político, a partir del cual se construye un entendimiento intersubjetivo dentro de una comunidad política, con el fin de tratar algo como una amenaza existencial a un objeto de referencia valorado, para así hacer un llamado urgente sobre medidas excepcionales para hacerle frente a las amenazas. (Brauch, 2009, p. 283)

Así, securitización se refiere a la inclusión de temas específicos, diferentes a los asuntos militares, dentro de las agendas de seguridad de los Estados. Se parte, entonces, de comprender el proceso de ampliación del concepto de seguridad tras la Guerra Fría: de un concepto cuyo objeto referente era el Estado-nación, se pasó a un concepto extendido y multidimensional de seguridad, lo que implica nuevas amenazas, vulnerabilidades y riesgos, que ya no surgen exclusivamente por parte de otras naciones, sino dentro de estas (actores sub-estatales como grupos étnicos, políticos o religiosos, mafias, criminales y narcotráfico) y más allá de estas (actores transnacionales como corporaciones, criminales y terroristas) (Brauch, 2009, p. 285).

Esta ampliación y redefinición del concepto de la seguridad tras la Guerra Fría afianza la idea de múltiples referentes de esta, desde el Estado hasta los grupos sociales y el individuo; además de incorporar temas no militares como el medio ambiente, las drogas ilícitas (ver figuras 1 y 2), la pobreza y, por supuesto, la migración.

FIGURA 1. Movimientos internacionales de drogas ilícitas (tráficos de drogas), trata de personas (migrantes y mujeres), contrabandos medioambientales (comercio ilegal de especies y animales). Fuente: González (21 de febrero de 2013).

FIGURA 2. Rutas del tráfico internacional de cocaína. Fuente: RT (2015).

En términos generales, se entiende que la seguridad consiste en librarse de las amenazas y ser capaz –sean los Estados o las sociedades– de mantener su independencia en lo que refiere a identidad y a su integración funcional frente a fuerzas de cambio consideradas hostiles (Barry Buzan, 1991, citado por Orozco Restrepo, 2006, p. 148).

En tal sentido, el concepto de seguridad se amplía para incluir casi cualquier problema que afecte la calidad de vida de la población y cuyo tratamiento trasciende las medidas policiales y militares. No obstante, como lo señala Ole Wæver (1995, citado por Tickner, 2008, pp. 4-5), estas nuevas concepciones de seguridad se nutren inevitablemente del registro conceptual existente en esta materia, con lo cual la seguridad, sin importar su definición específica, tiende a interpretarse por medio del lente de la seguridad nacional y sus esquemas estratégico-militares; por esta vía, asuntos como el migratorio son articulados dentro de las estrategias estatales de seguridad. Así, el concepto general de seguridad, pese a la multidimensionalidad que se le endosa –y las pretensiones conceptuales de la seguridad humana–, continúa enmarcado en el discurso de la seguridad nacional, con una fuerte ascendencia del pensamiento de Carl Schmitt, lo que implica un énfasis en la autoridad, la confrontación, la construcción de amenazas y enemigos, la capacidad para tomar decisiones y la adopción de medidas de emergencia policivo-militares (Buzan y Hansen, 2009, pp. 213-214).

La situación descrita es más evidente después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, cuando

[…] la reflexión sobre el tema de la seguridad tendió a concentrarse de manera exclusiva en la seguridad de los Estados, bajo la denominación de seguridad nacional, olvidando que tan importante como lo anterior y si se quiere el aspecto central de la seguridad son las personas que fueron y son la base de dichos Estados. (Vargas, 2010, p. 19)

Sobre las relaciones civiles-militares, Vargas nos propone una útil clasificación en la que podemos situar las relaciones entre los inmigrantes y los cuerpos armados de los países receptores:

En una democracia las relaciones civiles-militares se expresan por lo menos en tres dimensiones: a) la relación entre las autoridades democráticamente electas y las instituciones militares y policiales –que debe estar caracterizada por la subordinación de estas a la autoridad civil–; b) la relación entre las fuerzas políticas legalmente existentes y la fuerza pública –que debe estar marcada por un trato respetuoso con la diversidad de expresiones políticas existentes en la sociedad–; y c) las relaciones entre la sociedad y la fuerza pública –que son las que definen los niveles de legitimidad o aceptación de que dispone la fuerza pública–. (Vargas, 2010, p. 26)

En consecuencia, podemos ubicar las relaciones de los grupos inmigrados dentro de la segunda dimensión, por la posibilidad del ejercicio democrático adquirido por los inmigrantes que obtienen la ciudadanía del país receptor y que posteriormente trabajan en grupos políticos a favor de los inmigrantes, y en la tercera, en la que se puede ubicar a los inmigrantes que no tienen su situación de residencia regulada y originan las difusas y múltiples acciones policíacas frente a su tránsito al no contar con una posición regulada en la sociedad.

En efecto, los pilares de la modernidad que determinan un sistema de seguridad mundial son, según Giddens (1994), basados en criterios económicos a través de la relación entre las dimensiones institucionales de la modernidad y las dimensiones de la globalización (ver figura 3). Como dimensiones institucionales de la modernidad que se relacionan entre sí, tenemos: la vigilancia (control de información y supervisión social), el capitalismo (acumulación de capital en el contexto de mercados competitivos de trabajo y productos), el poder militar (control de los medios de violencia en el contexto de la industrialización de la guerra) y el industrialismo (transformación de la naturaleza: desarrollo de un entorno creado).


FIGURA 3. Relación entre dimensiones institucionales de la modernidad y las dimensiones de la globalización. Fuente: Giddens (1994, p. 64).

Las dimensiones de la globalización que establecen relaciones mutuas entre las partes son el sistema de Estado nacional, la economía capitalista mundial, el orden militar mundial y la división internacional del trabajo (ver figura 4).


FIGURA 4. Dimensiones de la globalización que establecen relaciones mutuas entre las partes. Fuente: Giddens (1994, p. 73)

Por lo tanto, la relación entre las dimensiones institucionales de la modernidad y las dimensiones de la globalización se expresa en el proyecto moderno. Este pretende mantener la estabilidad de un orden económico mundial a través de su estrecha relación con dimensiones e instituciones de control militar y supervisión social, que prevengan y repriman cualquier ataque al sistema económico global.

Cabe precisar que el creciente recurso a la securitización por los Gobiernos para la gestión política se articula con el concepto de seguridad humana, establecido por la ONU, que se refiere a la protección del ser humano, más allá de la protección del territorio y de la soberanía del Estado (González, citado por Aldana y Ramírez, 2012, p. 87). De esta forma, la securitización se desliza en el campo de la seguridad interior y abre la posibilidad de la utilización de medios bélicos en actividades propias de la seguridad pública. En palabras de Orozco Restrepo (2006, p. 144), asistimos a la aceptación o legitimación de la ruptura de las reglas de juego político con el objetivo de despejar la amenaza.

No cabe duda de que, si bien son los Gobiernos los principales actores securitizadores, en la práctica, también los líderes políticos y los grupos de presión pueden liderar los procesos de securitización (Buzan y Hansen, 2009, p. 214). Por ello, en el caso del tema migratorio observamos que, además de las élites gobernantes, grupos sociales y políticos locales –directamente o por intermedio de sus representantes legislativos– ante los Gobiernos nacionales abogan para que se integre el tema migratorio en la agenda de la seguridad nacional. Más aun cuando, como expresión de un subconsciente colectivo, se incrementa la figura discursiva sobre la existencia de un enemigo inesperado y difuso que provoca un clima de miedo ante la presencia del otro y cataliza la expresión de discursos y actitudes de rechazo hacia las migraciones:

El uso del lenguaje con la figura discursiva sobre la existencia de un enemigo impredecible, invisible y súbito, posiciona en el subconsciente colectivo algo que desconocemos, que jamás vamos a controlar y que está siempre presente en nosotros, y provoca un clima persecutorio permanente. Ya no controla el agente o actor el espacio particular privado, necesita de la protección de un Estado que tenga la habilidad y certeza para usar la fuerza, la autoridad y los recursos necesarios para eliminar al enemigo imaginario, a costa de perder o permitir la invasión en la vida privada. (Salazar y Rojas, 2011, p. 34)

En este contexto, bajo el paraguas de la protección de la seguridad nacional, policías y militares son autorizados tácitamente a participar en actividades contra la inmigración –particularmente la irregular–, lo que en ocasiones puede llevar a cometer actos discriminatorios, contrarios a los derechos humanos universalmente reconocidos. En la práctica, se convierten entonces en los principales agentes securitizadores, puesto que su objetivo principal es identificar y neutralizar las amenazas que vehiculan los inmigrantes y sus redes, en general, así como identificar cuáles de ellos se encuentran en situación de irregularidad y detectar las redes de traficantes de inmigrantes, en particular. Esta práctica es habitualmente asociada al uso frecuente de la psicología del terror con el propósito de interiorizar en los conciudadanos el miedo al extranjero, la idea de los indocumentados como generadores de violencia e inseguridad, asociándolos con el terrorismo, el crimen organizado y el narcotráfico; esto contribuye a ver al migrante irregular o en situación de irregularidad como un enemigo interno.

Esta relación entre securitización y psicología del terror se expresa, en algunos casos, en la conformación de autodefensas civiles contra la potencial amenaza que deriva de la presencia del extranjero. Este fenómeno se evidencia en los grupos paramilitares en la frontera sur de Estados Unidos y los grupos de tendencia neonazi en Europa, que se sustentan sobre discursos antiinmigración, nacionalistas y xenófobos, basados sobre el rechazo a los elementos raciales y culturales extranjeros y diferentes a la identidad nacional histórica. Este tipo de posturas tienen auge sobre todo en tiempos de crisis; cuando se buscan chivos expiatorios o a quiénes culpar por la inseguridad política o las penurias económicas y sociales que padecen las poblaciones nativas, tal como sucedió después de los ataques terroristas del 11 de septiembre, con la crisis económica de 2008 y con la gran crisis de 1929. Como hemos evidenciado que esta situación de miedo y odio al extranjero puede ser asociada a los procesos de securitización de las migraciones, vale la pena explorar algunas dimensiones de la xenofobia, el racismo y la discriminación en las sociedades modernas.