Kitabı oku: «La democracia de las emociones», sayfa 5
Cada uno en busca de su hueco
Las grandes desigualdades que siguen existiendo, unidas al hecho de vivir con los estómagos llenos y a la creciente dificultad de las personas para encontrar trabajos dignos que las mantengan entretenidas lleva precisamente a quienes no tienen su hueco a buscarlo o crearlo como puedan. Surgen así todo tipo de ideas para buscarse la vida. Unos lo harán ciberatacando, otros aferrándose a absurdas posiciones profesionales que ya no tienen más razón de ser que el mantenimiento del empleo, como ocurre con muchas posiciones de funcionarios. Otros buscarán el hueco consiguiendo absurdas hazañas o récords deportivos o de otro tipo a cualquier precio, incluso el de la salud y la integridad física. Otros crearán discursos y se agruparán corporativamente para defender el mantenimiento de la obligatoriedad de ciertos registros, certificaciones, legalizaciones etc. o para convertir ciertas cosas en obligatorias como la ITVs y similares figuras, otros gritarán y agitarán para crear movimientos («ismos»), hacer reivindicaciones y hacerse representantes de las causas que defienden. Se generarán con ello nuevas actividades y se ocuparán el tiempo y la energía con las que contamos mientras perseguimos (y a veces conseguimos) unos ingresos asociados a ello, o al menos el reconocimiento social (e incluso poder) por la actividad desarrollada. ¿No es algo así lo que ocurre con ciertas funciones notariales o registrales, con la necesidad de hacer trámites para renovar permisos o con la creación de nuevos ministerios con originales denominaciones que muchas veces no se sabe muy bien para qué sirven más allá de para dar empleo a un nuevo ministro y a todo su ejército de funcionarios?
Hoy la discusión y la confrontación son una de las grandes fuentes de creación de actividad. Unos y otros encuentran en la confrontación su hueco, o al menos mantienen la posición que ya tenían, aunque ya no tenga sentido. La necesidad de sentirnos alguien y con utilidad en la sociedad nos lleva a buscar ese hueco y muchas veces la confrontación (aun siendo creadora de cargas o de ineficiencias) cumple la función de crear o mantener actividades. Donde no es necesario que haya nadie decidiendo, si se crea pelea se consiguen dos posiciones de actividad que se sostienen precisamente en la confrontación. Es sin duda un incentivo para la politización de más y más aspectos, incluso insignificantes, de nuestras vidas.
Todas esas actividades o huecos que se crean necesitan ser revestidos de legitimidad, pues a nadie le gusta sentirse un parásito, lo que lleva a la construcción de relatos a veces sofisticados e incluso irritantes y provocadores cuando lo que buscan es derrocar lo establecido. Es, precisamente así como funcionan los populismos, ya sean de un color u otro, creando discursos con un supuesto relato legitimador detrás, pero expresados de forma irritante para llamar la atención y generar rechazo e indignación. ¿Cuántos políticos no se hacen hoy su hueco a base de decir deliberadamente cosas incendiarias? ¿Y cuánta actividad genera la ineficiente realidad de encontrarnos la mitad de la sociedad peleando con la otra mitad? ¿Qué pasaría si no hubiera tanta discusión y nos entendiéramos entre nosotros fácilmente? ¿Sobraríamos todavía más personas en el mercado laboral? ¿Dónde se ubicarían los que hoy se dedican a reivindicar, pelear o defender intereses corporativos supuestamente anacrónicos?
Sin los esquemas y marcos mentales que todavía se mantienen arraigados en la sociedad sobraríamos muchos más del grupo de las clases activas de la sociedad. Y por ello, en una sociedad tan competitiva y utilitarista, la búsqueda de hueco para sobrevivir se hace casi una exigencia para quien no quiere ser excluido.
La necesidad de actuar legítimamente
Ante todos estos fenómenos y actuaciones de unos y otros no soy capaz de liberarme de mi forma de sentir o reaccionar, y en definitiva de juzgar. Para bien o para mal, mi sistema de emociones, sentimientos y valores está dentro y pegado a mí y condiciona mi forma de ver e interpretar los comportamientos de los demás llevándome a enjuiciarlos. En mi actuar espontáneo no puedo alterar ese sistema que llevo en mi mochila emocional, si bien en ocasiones, una vez se han producido reacciones emocionales internas, sí puedo controlar mi comportamiento e incluso doblegar la insistencia interna de ciertos mensajes emocionales. Pero intelectualmente soy plenamente consciente del condicionante y sesgo que para mí supone mi mochila, donde llevo mi historia que, en definitiva, da forma a mi ideología y preferencias.
En paralelo necesito sentir que mi actuar es legítimo, y me sirvo de mis capacidades intelectuales para construir los relatos que me llevan a encajar legítimamente lo que hago, mis preferencias, intereses y forma de actuar en mi sistema de creencias, en lo moral y lo ético, pues a todos nos incomoda sentir que nuestras actuaciones son injustas o reprochables. Cualquier cosa puede reivindicarse o alegarse si se hace con un discurso apropiado y con un lenguaje con las connotaciones adecuadas para conquistar a los destinatarios de los mensajes. Pues cualquier líder que pretenda tener seguidores para su causa necesita dar legitimidad a la misma como elemento indispensable de ese liderazgo para obtener apoyo y reconocimiento para sus pretensiones.
Esto hace que exista un enorme desarrollo y gama de creación de relatos (explícitos o a través de gestos) que legitiman las pretensiones de unos y otros individuos y grupos, a la vez que se acrecienta el uso de más y más maniobras para provocar las reacciones y enfados de aquellos a quienes queremos construir como enemigos, y no tanto porque lo sean, sino porque ello nos sirve para que se unan a nuestra causa personas que pueden tener un rechazo a esos supuestos enemigos. Con esa finalidad las historias son construidas y relatadas utilizando palabras, giros, proclamas etc. que conecten con las personas y despierten su adhesión por el sentimiento de compartir enemigo. Pues nada une tanto a las personas como tener un enemigo común, y tan es así que solo un enemigo común, en una causa de mayor calado, puede eliminar la relación inicial de enemistad que hasta entonces existía entre dos personas.
Es imprescindible ser conscientes de que las argumentaciones de unos y otros se construyen mucho más sobre emociones y percepciones, o impresiones de los receptores de los mensajes, que sobre argumentos y datos. El uso de datos o informaciones objetivas pretende dar un supuesto respaldo al relato, pero es crecientemente manipulativo por existir sesgos en la elección de los mismos y por su deliberada falta de contextualización o coherencia en la aplicación al caso. Son datos que se utilizan cuando sirven para impresionar o atemorizar, pero que carecen de rigor o de ponderación de su relevancia. Tan es así que la muerte de una persona cada veinticinco años por una caída de árbol puede ser utilizada como excusa para cerrar un parque cada vez que hace viento, con gran aceptación del público en general. Según el relato, la medida de cierre se apoya en el interés de proteger la seguridad de los ciudadanos, cuando la verdadera razón es el afán de prohibición, unido al de proteger a los funcionarios de responsabilidad en caso de un accidente fortuito. Posiblemente las personas que no puedan asistir al parque mientras este permanece cerrado estarán desarrollando actividades que estadísticamente revisten mayor peligrosidad que dar un paseíto por el parque. Seguramente la estadística, si se trabajara, nos llevaría a concluir que pasear por las calles de la ciudad, o incluso permanecer en casa tiene más riesgo que el derivado de la caída de un árbol en los parques incluso en días de viento.
Reprochamos a los demás lo que nosotros también hacemos
Se dice que los chinos nos espían, que quieren controlar la tecnología, y en definitiva que son una amenaza en términos generales. Y se dice en tono de reproche, como si nuestras sociedades occidentales lideradas por Estados Unidos no tuvieran servicios de espionaje, no quisieran dominar económicamente el mundo y manejar las instituciones multilaterales que siempre han dominado. Parece que los chinos son muy malos y nosotros, como bloque occidental, somos unos santos que nunca hemos conquistado un país ni establecido y defendido aranceles y reglas del comercio mundial al servicio de nuestros intereses.
Pero más allá de estas tensiones de bloques mundiales, los mismos fenómenos se reproducen en el interior de nuestras sociedades entre seguidores de partidos políticos de distinto color, entre empresarios y trabajadores o entre privilegiados y grupos más desfavorecidos. Los comportamientos criticables los vemos mucho más fácilmente en los contrarios que en nosotros mismos. Es consecuencia de un sistema innato de defensa de lo nuestro, de nuestra forma de ser y vivir frente a quienes consideramos que son los otros o incluso nuestros enemigos.
Aun siendo algo propio del ser humano desde siempre, este fenómeno se encuentra actualmente muy arraigado dentro de todas nuestras sociedades, y de alguna forma la ignorancia o falta de conciencia acerca de ello nos aleja de su comprensión. Los miedos a perder lo que tenemos, lo que hemos sido y nuestra forma de vivir secuestran nuestra mirada y la distorsionan, impidiéndonos ver y entender las cosas como realmente son. Por ello solo podremos comprender nuestra sociedad si tomamos conciencia de estas cosas y salimos del analfabetismo socioemocional que nos impide observar en nosotros lo mismo que les reprochamos a los demás. Y quizá un día comprendiéndonos unos a otros un poco más podremos entendernos y convivir con un poco más de amabilidad y encaje.
Lo justo frente a lo que me conviene
La reflexión anterior me trae a la cabeza el extendido vicio de equiparar el concepto de lo justo a lo que nos conviene a través de sesgadas e interesadas reflexiones y racionalizaciones. En general solemos pensar que aquello que me conviene es además justo. Ello ocurre con una serie de preguntas o cuestiones que, dependiendo de nuestra historia personal y de en qué lugar nos encontremos socialmente, tenderemos a responder en un sentido u otro:
• ¿Somos merecedores de lo que creemos merecer o la justicia debería equilibrar la desigualdad de oportunidades en las que nos coloca el azar del nacimiento y la vida?
• ¿Reparte mejor justicia la izquierda, o quizá lo hace mejor la derecha?
• ¿Es mejor ser competitivo o es mejor ser cooperador?
• ¿Es lo nuevo mejor que lo viejo? ¿Debemos romper o preservar lo establecido?
Es difícil analizar y responder a estas cuestiones fría y racionalmente si no es con un discurso largo y complejo. Por ello, y porque quizá la respuesta desde una supuesta objetividad científica no nos convendría, la realidad es que profundizamos y reflexionamos muy poco para determinar lo que es justo y lo que no. La sociedad como tal casi no conversa sobre estas cuestiones, pero sin embargo todos tendemos, como acabamos de ver y sin darnos cuenta, a ser activos en defender nuestra visión como justa. Defendemos las cosas como justas o injustas, pero siempre desde nuestros limitados y encasillados marcos mentales y sin hacer prácticamente reflexión alguna para describir los ingredientes que componen la justicia. En definitiva, solemos pensar o creer que es justo lo que me conviene que sea justo.
Reduciendo mucho el análisis y utilizando las denostadas generalizaciones, creo que en un supuesto debate respecto de lo que es justo me aventuraría a pensar y dividir a las personas en dos grupos, cuya descripción hago marcando las posiciones más extremas:
• Unos que creen en la importancia del mérito, y por ello en la necesidad de que existan desigualdades con los privilegios que unos tienen como justo fruto de sus esfuerzos. Estos construyen sus argumentos sobre un supuesto realismo y pragmatismo argumentando que, de no ser así, el mundo no funcionaría y acabaríamos pobres de solemnidad. La falta de diferencias en las recompensas eliminaría la motivación para el esfuerzo necesario o aconsejable para el bienestar y el progreso de la sociedad. Muy en el fondo asimilan el concepto de justicia a un principio de utilidad. Para que funcionen las cosas tiene que haber un sistema de premios y castigos pues la naturaleza humana lo necesita para funcionar bien en sociedad, y esta es la única forma de luchar contra la proliferación de los que pretenden vivir del cuento. De alguna forma esta mirada de la justicia legitima el uso de unas personas por otras al servicio de la utilidad de las segundas y suele pecar de asociar el bienestar humano a la riqueza material, con cierto desprecio de los factores psicológicos del bienestar relacionados con las necesidades sociales como las ya mencionadas de estatus, seguridad, autonomía, sentido de pertenencia. Es común que los establecidos en esta visión pertenezcan a posiciones de alguna forma privilegiadas, sin ser demasiado conscientes de su suerte, y tengan dificultades o resistencias para apreciar las menores oportunidades de quienes no pertenecen a la clase más privilegiada. Nos referiremos en lo sucesivo a estas ideas como las creencias o ideologías propias de los privilegiados, de los de derechas o los conservadores.
• El otro grupo, en el extremo, se representa poniendo de forma permanente el peso en la necesidad de igualdad y en el mundo de los derechos. De forma expresa o tácita considera que las diferencias son equivalentes a injusticia y justifican sus argumentos atribuyendo los logros de otros a las ventajas de partida con las que han contado quienes han conseguido alcanzar posiciones privilegiadas. Viven estimando que tienen el mismo derecho a disfrutar de lo que pueden disfrutar otros. Pueden tender a mirar a los más privilegiados con cierto resentimiento e incluso reproche por haberse apropiado de las ventajas de un orden establecido favorable para ellos y por someter a los más desfavorecidos. Argumentan que los más necesitados deben recibir ayuda o compensación de quienes más tienen, no por compasión sino por tener pleno derecho a ello, y por ser lo justo, y consideran que cooperando se producen mayores frutos y bienestar que compitiendo. En general este bloque se siente de mejor condición moral, a la vez que rehuye hacer un análisis de las consecuencias para la sociedad y su desarrollo del hecho de mantener este principio durante largo tiempo. De alguna forma parece que para ellos la riqueza se asocia a explotación o especulación, que son generadoras del sufrimiento que provocan las injustas diferencias. Por último, admiten mejor el prohibir lo que siempre se ha podido hacer y la mayor presencia del Estado en la ordenación de nuestras vidas. Nos referiremos en lo sucesivo a quienes encarnan estas ideas, creencias o ideologías como más de izquierdas, progresistas, reivindicadores o gritones.
Dentro de esta simplificación, me atrevo a decir que cada una de esas posturas impregna la ideología y forma de pensar de las posiciones polarizadas que en muchos aspectos existen en nuestra sociedad en relación con las libertades individuales, el nivel de impuestos adecuado, las exigencias de renta mínima y solidaridad, los niveles de desigualdad tolerables o las formas de relacionarse con lo políticamente correcto. Entre medias de estas posiciones extremas y simplificadas se encuentran versiones moderadas, intermedias, combinadas y equilibradas con todo tipo de matices. Cada una de ellas es fruto de nuestra educación, moral, costumbres, y en definitiva de los principios aceptados o rechazados de nuestro contrato social. Y cada una de estas variantes modula las creencias y visiones de una y otra de las dos posturas, contribuyendo con ello a la creación de múltiples grupos o colectivos de personas que nacen y se desarrollan en torno a las distintas visiones en relación con unos y otros temas sociales. Y con esas distintas visiones vemos la vida con uno u otro color.
Cada una de estas visiones tiene sus atractivos y sus riesgos de degeneración si no tienen contrapesos, y por ello el mundo solo podrá sobrevivir con una lucha permanente en el tiempo entre una y otra visión sin que ninguna de ellas pueda quedar impuesta de forma definitiva sin caer en una u otra forma de degenerante tiranía. Esperemos que esa lucha sea siempre mínimamente civilizada.
La confusión entre «comprender» y «aceptar». Lo que no nos interesa no somos capaces de verlo o comprenderlo
Cuando leemos o escuchamos las reflexiones que vengo haciendo sobre la sociedad y el ser humano es muy posible que se despierte en nosotros cierto rechazo. La visión ideologizada de unos y otros puede impedirnos comprenderlas adecuadamente. En general a los privilegiados les cuesta entender y aceptar que lo son y el hándicap que sufren los que no lo son para disfrutar y hacer efectivas las mismas oportunidades. Seguramente sienten que el hecho de comprender la posición de los menos privilegiados y entender sus opiniones respecto a determinados temas les obliga a compartirlas, con el riesgo de contribuir con ello a la pérdida del privilegio. En otras palabras, parece que quien es un privilegiado y reconoce las ventajas de serlo frente a los que no lo son en la carrera de la vida debe ceder y renunciar a sus beneficios al sentirse incómodo ante una injusticia o desequilibrio. Y es que en cierto modo la toma de conciencia que surge en nuestro interior al visualizar las ventajas de ser un privilegiado nos produce una incomodidad. Recordemos que nos negamos a aceptarnos como seres interesados y ello exige ciertas dosis de autoengaño para creernos los relatos legitimadores de nuestra ideología. Dicho de otra forma, preferimos mantener la ignorancia y no comprender al desfavorecido para evitar el incómodo dilema moral que nos produce la comprensión.
Por su parte, los gritones y reivindicadores y los que representan las causas de los menos favorecidos rehuyen de forma consciente o inconsciente el análisis o debate sobre las consecuencias de aplicar los principios de justicia que representan pues saben que de hacerlo tendrían que aceptar que esos principios, aun siendo muy atractivos moralmente y en el plano humano, están faltos de realismo. Se niegan a ver que su visión buenista y algo naif muy posiblemente llevaría a la sociedad a una reducción de la eficacia y de la creación de riqueza, pudiendo degenerar en su no funcionamiento. Piensan en gran medida que los ricos son más felices, sin comprender que su grado de satisfacción está relacionado con su trayectoria y con el nivel de bienestar material al que están acostumbrados, precisamente porque no entienden que el disfrute de la riqueza y el sentimiento de riqueza es en gran medida relativo.
Son esas dificultades de unos para comprender las posturas de los otros y viceversa las que llevan a la dificultad de entender con normalidad el inevitable comportamiento del ser humano en la sociedad, y consiguientemente el funcionamiento de los distintos fenómenos que nos llevan en la sociedad a la complejidad actual, a la indignación, al caos y a fricciones internas y externas.
Pero si miráramos todo desde Marte, como extraterrestres sin interés o implicación alguna en los asuntos de la Tierra que estamos estudiando, seguramente todos estaríamos de acuerdo en admitir con normalidad y sin fricciones las explicaciones de lo que mueve al ser humano, y veríamos como normales o comprensibles los fenómenos y en cierto modo el caos y complejidad actuales de nuestra sociedad.
Es precisamente nuestra implicación, nuestro lugar en el mundo, nuestra historia, y en definitiva nuestra posición relativa en él respecto a la posición de los demás (de nuevo haciendo una simplificación), lo que condiciona y más bien limita nuestra capacidad de comprender las cosas y admitir con normalidad que otros que viven en diferentes contextos y circunstancias se comporten como lo hacen, aunque no nos guste. Es muy posible que no podamos comprender que un «okupa» se meta en una casa que no es suya, pero ello es así porque damos por incuestionable nuestro sistema de principios, reglas y leyes de respeto a lo establecido y a la propiedad. En definitiva, porque, en sentido genérico, quienes así pensamos somos más bien conservadores privilegiados, ya que tenemos mucho que conservar frente a muchos otros que no pueden hacerlo pues poco tienen que les merezca la pena conservar en el ámbito material o de los privilegios.
Espontánea y emocionalmente me enerva cada vez que escucho alguna noticia sobre «okupas» y sobre cuál es el tratamiento que en nuestra sociedad se da a ello con la débil protección para el propietario. Y esa emocionalidad condiciona mi limpia mirada y mi reflexión y me impide poder comprender a los «okupantes». Pero, si lo miro con serenidad, la realidad es que mi dificultad no es tanto para comprender que en sus circunstancias y en nuestro contexto social «okupen» inmuebles; lo que me cuesta y soy incapaz de hacer es aceptarlo por no convenirme aquello a lo que puede llevar esa aceptación. En general, lo que no conviene a nuestros intereses lo convertimos en incomprensible y nos hace desarrollar estrategias de defensa de nuestra posición que supuestamente se apoyan en razones objetivas, pero que, en realidad se sustentan en nuestra capacidad de crear relatos legitimadores de la posición que más nos conviene. Por ello, cuando nos convertimos en extraterrestres y nos liberamos de nuestra mochila ideológica y de la historia vivida podemos comprender sin problema el que los «okupas» se busquen la vida entrando en casas y «okupándolas» como viviendas temporales de forma gratuita.
No tengo amigos «okupas», pero supongo que pensarán y sentirán, desde su perspectiva, que hay una casa vacía y que quizá no sea justo que unos tengan tanto y otros tan poco. Ello les permite crear un relato que les otorga una sentida o artificial legitimidad para llevar a cabo la «okupación», aun sabiendo que ello tiene el riesgo de la aplicación de una ley con unas penas para quien lo hace. Pero estoy convencido de que, muy por encima de la motivación utilitarista de encontrar un alojamiento, pesa más el hecho de ejercer de rebelde y luchador contra el sistema establecido con la posibilidad incluso de salir en la tele como un bravo revolucionario. Y en lo que se refiere a la aceptación consciente de cometer actos ilegales, seguramente el comportamiento de los «okupas» no difiera mucho del que, de una u otra forma, defrauda impuestos. En ambos casos una persona realiza un acto que sabe que es ilegal, que puede causar un perjuicio a uno o varios terceros, y lo hace asumiendo el riesgo de que el peso de la ley, si es pillado, le lleve a sufrir una pena.
Pero creo que similar repugnancia a la que nos produce a muchos observar una «okupación», les producirá a los «okupas» el oír que alguien se apropia mercantilmente de algo que no le corresponde, o que no ha pagado parte de sus impuestos aun cuando lo haga con sofisticados argumentos y apoyos legales que pretendan justificarlo. Más allá de que uno sienta mayor o menor cercanía con la gente que cae en uno u otro comportamiento, ¿hay intelectual y conceptualmente alguna diferencia de ambas prácticas? Ambas implican el incumplimiento de leyes, ambas tienen castigos asociados y ambas causan importante daño patrimonial y al funcionamiento de la sociedad. De nuevo, y haciendo una simplificación, lo que ocurre es que unas las cometen principalmente algunos miembros de los de un lado (conservadores, de derechas, privilegiados…) y perjudican más a los más necesitados del otro (clases más de izquierdas, humildes, desfavorecidos...), mientras que otras, por el contrario, las cometen principalmente algunos de los segundos y las sufren los primeros.
Por naturaleza el ser humano tiende a ser cómodo y a rehuir el esfuerzo salvo que haya una buena motivación para ello. Soy de los muchos que piensa, como los de derechas, que una sociedad sin esfuerzo por parte de sus miembros es una sociedad tendente a la degeneración antes o después. Considero que una sociedad que ofrece a las personas todo lo que necesitan para vivir sin exigir cierta contribución a la misma, o al menos cierto acoplamiento y comportamiento social para recibir, genera un efecto llamada hacia esa degenerante comodidad. Pero esta afirmación es perfectamente compatible con mi firme creencia de que hoy resulta demasiado difícil o imposible para muchos encontrar un hueco mínimamente digno en la sociedad acorde con su nivel de desarrollo y con el nivel del entorno en el que uno vive. Y la frustración que genera esa dificultad explica el enfado de quienes teniendo carrera, máster e idiomas, no son capaces de encontrar trabajo o de superar los 900 euros de sueldo tras muchos años de trabajo. Estas frustraciones se convierten en comprensible rebeldía y en un rechazo del orden establecido revestido de una legitimidad verdaderamente sentida por quienes las padecen. A veces pienso que si estuviera en la piel de quien sufre esos problemas viviría probablemente irritado y enfadado con la sociedad y encontraría argumentos, uno detrás de otro, para calificar a la sociedad de injusta y de explotadores a quienes acumulan tanta ganancia o riqueza por exprimir las cadenas de producción de bienes y servicios.
La realidad es que en el mundo hay vagos y personas mal acostumbradas que llegan incluso a morder la mano de la sociedad que les da de comer. Pero también es verdad que estructuralmente hoy la sociedad no deja hueco digno para todos, como veremos al hablar de algunas consecuencias de los paradigmas e inercias en las que se asienta un sistema basado en la necesidad de continuas mejoras de productividad y crecimiento. Los que estamos en un lado y otro debemos tener cuidado de no vernos cegados por una excesiva y desequilibrada defensa y protección de nuestros intereses. Tenemos y debemos evitar el riesgo tan humano de no ver lo que no nos interesa o conviene por más evidente que sea. Pues esta ceguera o distorsión de nuestra capacidad de observación hace muy difícil comprender las dinámicas sociales y contribuye a la confrontación, la polarización, y en definitiva a la enorme y caótica complejidad de la sociedad que hoy vivimos en la que todo vale.
Y para concluir esta reflexión, nada como traer a Adam Smith con su frase: «La mejor manera de satisfacer los intereses propios es cuidando los intereses de aquellos que tienen lo que uno quiere». Conforme a ello, cualquiera que sea nuestro grupo de pertenencia, nada es más importante que comprender a los otros, pues solo conociendo sus verdaderos intereses podremos trabajar en satisfacerlos, y con ello satisfacer los nuestros.