Kitabı oku: «La democracia de las emociones», sayfa 6
La confusión de lo útil y lo realista con lo justo
Uno de los principales reproches de las «derechas» a las ideologías de «izquierdas» se centra en gran medida en la creencia de que estas últimas tienden a perjudicar el buen funcionamiento de la sociedad en lo que se refiere a su capacidad de generar riqueza. Se dice que provocan el acomodamiento de quien siente que vive en un mundo de derechos sin las correspondientes obligaciones y en el que el esfuerzo no tiene recompensa al existir una justicia igualadora. Consideran que es poco inteligente basar una sociedad en principios que llevan a un empobrecimiento de todos en términos absolutos. Personalmente comparto plenamente dicho planteamiento pues me parece claro que el progreso de la humanidad se construye sobre el esfuerzo de unos y de otros, y que las personas, de una u otra forma, necesitamos recompensas (del tipo que sea) para realizar nuestro esfuerzo. Pienso que incluso quienes se sienten pertenecientes al grupo ideológico de «izquierdas» suscribirán esta observación pues posiblemente resulta constatable en sus versiones extremas con la evolución de los comportamientos y experiencias pasadas en las distintas sociedades. Quizá no se atrevan o permitan compartir la observación abiertamente, pero estoy convencido de que si se colocan en Marte para tener una posición sin implicación, hasta los más extremos podrán advertir esta tendencia si no reniegan de la realidad del funcionamiento de nuestro sistema basado en una u otra forma de egoísmo de supervivencia.
Pero lo anterior no debe llevarnos a pensar que las actuaciones de quienes a todas horas gritan y reivindican derechos, que parecen ir contra el reconocimiento y la compensación del esfuerzo y del mérito, no resultan también inteligentes y útiles. Pues sin duda casi todos esos gritos y reivindicaciones acaban produciendo su fruto en el medio y largo plazo. Es claro que muchas de esas reivindicaciones hacen daño a la economía, al empleo o a ciertas condiciones de nuestro bienestar social en el corto plazo. Pero en el largo plazo han extendido un alto nivel de bienestar a más y más población. Cada vez que hoy alguien habla de subir un impuesto, los empresarios, con buen criterio, dirán que ello reducirá la inversión y restará atractivo a nuestro país para inversores extranjeros. Si se habla de subir el salario mínimo, dirán que ello generará más paro, y seguramente sea cierto en el corto plazo, pero me parece también indudable que si los menos favorecidos de nuestra sociedad hubieran esperado a que los empresarios encontraran un momento bueno para subir los impuestos o el salario mínimo estarían todavía con salarios de hambre y sometidos a unas condiciones que hoy nos resultarían absolutamente inaceptables.
No pretendo entrar ahora en el debate de cuál es la mejor forma de funcionamiento social y económico para nuestro mundo, pero he querido poner estos ejemplos para hacer visible como, para los desfavorecidos, los gritos y reivindicaciones que efectúan, cuando se hacen de forma inteligente, producen frutos que no se habrían producido de otra manera. Y aunque a veces nos produzcan un gran rechazo e indignación (como el fenómeno de los «okupas») parece claro que tales batallas van sembrando y regando a la sociedad con un tinte protector y comprensivo de las necesidades de los menos favorecidos que consiguen impregnar el comportamiento social y generar medidas orientadas a la protección de los menos privilegiados. Es a la conclusión a la que llego con la simple observación de la evolución de las cosas a lo largo del tiempo.
Para comprender las dinámicas sociales es importante empezar por aceptar que las reivindicaciones y los gritos han sido en general muy útiles a lo largo de la historia y que la realidad de la evolución de una sociedad es el resultado de las luchas y fuerzas comentadas en una y otra dirección. Argumentar que los que gritan y reivindican, los que se hacen «okupantes» o hacen «escraches» para evitar desahucios no juegan inteligentemente pues perjudican el buen funcionamiento del sistema está bien para quienes juegan en el equipo de defensa de lo establecido. Pero quien quiera comprender hoy la complejidad y las casi caóticas dinámicas del funcionamiento de la sociedad deberá desprenderse de la camiseta de uno y otro equipo, y observar que tales reivindicaciones van dejando un poso en nuestra evolución social favorable a los menos favorecidos. Se trata de un poso que no quiero calificar de bueno ni de malo, y ni siquiera de progreso (término que parece tener connotaciones positivas), pues ese juicio será distinto para unos y otros según ganen o pierdan posición relativa en la sociedad. Y desde la observación de ello, sin camiseta alguna, seguro que seremos mucho más capaces de comprender lo que ocurre, como pretende mostrar este libro, sin llevarnos las manos a la cabeza.
El afán de poder e influencia
La búsqueda de poder siempre ha sido una constante en el hombre. De alguna forma es una estrategia que utilizan muchos para reforzar o proteger su supervivencia. Unos buscan poder en un amplio nivel social y otros en un pequeño ámbito dentro de lo que es su minisistema de relaciones. Pero de una u otra forma todos contamos con este potencial recurso para hacernos más fuertes. Todos somos conocedores de esta tendencia eternamente asociada al ser humano, y por tanto parecería innecesario traerlo aquí como idea poco tenida en cuenta a la hora de analizar y comprender nuestra sociedad. Pero me ha parecido importante mencionarla por el hecho de que quizá hoy, ante la extraordinaria importancia que se otorga al dinero, podamos confundir la búsqueda de poder con la búsqueda de dinero o riqueza. La búsqueda de riqueza es una vía para la búsqueda de poder, pero existen también, de forma creciente, estrategias con las que se busca directamente poder como medio de vida. En cada vez más ocasiones podemos observar el camino de los gritones y extremistas capaces de cualquier cosa por llamar la atención, aunque sea para ser insultados, para generar a los seguidores que les hacen poderosos (influyentes) y les otorgan un medio de vida.
El poder procura una doble consecución: la falsa ilusión de ser queridos y seguridad. Por una parte, queremos ser poderosos para ser queridos, creándonos la ilusión de que, si tengo poder, la gente me querrá más. Probablemente lo correcto sería pensar no tanto que por mi poder me querrán más sino que a quienes tienen poder se les hace más caso, lo que refuerza la posición del poderoso en la sociedad. Consiguen así los poderosos que los aguanten, que les rían las gracias y resultar más atractivos… Pero el amor no deriva del poder sino de otras variables relacionadas con intangibles humanos y espirituales tales como nuestra autenticidad, nuestra sinceridad, nuestra capacidad de querer a los demás, y en definitiva con nuestra alma. Por otra parte, la búsqueda de poder está asociada a la búsqueda de seguridad y autonomía. Pensamos que mientras seamos poderosos tendremos más posibilidades de conseguir, en el presente y en el futuro, aquello que necesitaremos sin depender de los demás.
Y está búsqueda de poder con esa doble finalidad perseguida por muchas personas de forma consciente o inconsciente nos hace tratar de colocarnos en posiciones superiores a las de los que nos rodean para poder influir, someter o disponer de las personas cuando sea necesario de una forma sana o malsana. El poder nos puede hacer sentir superiores y más fuertes para sobrevivir en nuestra compleja y exigente sociedad en lo que se refiere al esfuerzo requerido para satisfacer las necesidades sociales. Aunque el poder puede crear una falsa ilusión de aquietamiento de los miedos y desasosiegos existenciales del hombre, solo a través del desarrollo o crecimiento personal y de una espiritualidad bien vivida se pueden aplacar nuestros temores y consiguientemente la búsqueda de poder. Pero lo que es una realidad es que el poder, por posición o por tener influencia, cada vez más se ha convertido también en una fuente de búsqueda de nuestro sustento económico.
Una de las vías de búsqueda de poder propia de nuestra época es la de convertirse en el líder de causas y reivindicaciones basadas en la crítica por la crítica y en la denuncia de injusticias que identifican enemigos culpables de los resentimientos y padecimientos de aquellas víctimas a las que se quiere reclutar. Sin duda esta vía es una de las que más contribuyen a los altos niveles de agitación y confrontación.
La deslealtad y el conflicto de agencia
A menudo decimos que los políticos lo que buscan es hacer carrera, que los ejecutivos se agarran como lapas a las empresas que lideran, y por supuesto que los partidos políticos colocan la búsqueda del interés de su partido por encima de la búsqueda del bien de las naciones o pueblos donde desarrollan su política. Por ello no descubro nada al afirmar la enorme frecuencia con la que se dan fenómenos de deslealtad por parte de quienes representan unos intereses o una causa, pero se mueven mucho más por sus propios intereses que por los de la causa a la que supuestamente representan.
Se denomina conflicto de agencia a todos los fenómenos en los que esta divergencia se produce en la actuación de los líderes de las organizaciones, partidos políticos, ONGs, etc. En ocasiones las divergencias son plenamente conscientes para quienes las encarnan, pero en otros casos no. El ambiente y la presión del entorno de seguidores que influyen en la creación de contextos y relatos legitimadores de estas actuaciones parece que dan naturalidad a estos fenómenos sin que los afectados sean conscientes. De alguna forma se vive en un ambiente en el que se han hecho tan habituales que se mira con naturalidad y casi parecen comprensibles y excusables. Con el tiempo muchas organizaciones o asociaciones que han nacido con un buen propósito en el que trabajar pierden su razón de ser, y sus líderes se dedican a defender absurdas causas que solo tienen como razón de ser proteger la supervivencia y los puestos de trabajo de tales organizaciones por más que ya no tengan sentido.
Hay dos niveles de deslealtad muy arraigados y extendidos en nuestra sociedad que conviene refrescar y tener muy presentes. Existe por una parte un altísimo coeficiente de deslealtad por parte de las personas líderes en organizaciones respecto de los intereses que representan, por supeditar, en mayor o menor medida, los intereses de la organización respecto de los suyos propios. Los líderes se dejan llevar más por lo que les conviene a ellos que por lo que conviene a las organizaciones a las que representan o lideran. Por otra parte, existe una deslealtad en el nivel institucional por el cual muchas organizaciones que tienen su razón de ser en la defensa y protección de determinados intereses, casi se olvidan de ellos postergándolos de manera manifiesta a la propia supervivencia de la organización en cuestión, y consiguientemente a los intereses conjuntos de quienes la forman. Creo que los partidos políticos hoy son la mejor representación de este fenómeno, aunque sin duda no son los únicos. Haciendo un cierto paralelismo basta observar también la aceptación y tolerancia de muchas prácticas profesionales y empresariales por las que se atrapa al cliente (cuyos intereses se reitera que son lo primero) en relaciones de servicio en las que se busca mucho más la facturación que los intereses de este. A modo de ejemplo, ¿no es acaso desleal el que una empresa dedicada al asesoramiento en soluciones informáticas o productos financieros prime en la oferta a sus clientes aquello en lo que obtiene mejor comisión postergando el interés del cliente aun cuando este contrate a la empresa por la confianza que le merece para solucionar un problema o gestionar una situación? Lamentablemente estamos tan acostumbrados a que esto ocurra que hemos perdido la conciencia de que es una deslealtad inaceptable.
Sin duda no hace falta alertar al lector acerca de la existencia de estos conflictos de agencia o lealtad. Pero si lo hago es porque, cuando discutimos y analizamos interiormente o en conversaciones el desarrollo y las acciones de las personas u organizaciones (y con claridad los partidos políticos), a menudo nos olvidamos de esta arraigada práctica y presumimos un actuar recto de las organizaciones y de las personas al servicio de los intereses que representan. Presencio muchas veces posiciones indignadas de personas incapaces de comprender por qué un partido político adopta una determinada posición. Es habitual oír que el partido (o el líder en cuestión) parece tonto, que no se entera de nada, que está equivocado y que no se puede comprender una determinada actuación. Ello ocurre porque nos olvidamos de los arraigados conflictos de agencia y deslealtades, y asumimos que la decisión se ha tomado en limpio beneficio de la causa o intereses representados. Basta considerar la posibilidad de que se esté produciendo dicha deslealtad para comprender con facilidad que lo que ocurre es que la decisión se ha tomado en base a intereses ocultos o torcidos.
Por ello, aunque no suene bonito, mi recomendación es no asumir que los líderes de organizaciones e instituciones actúan siempre rectamente en defensa de los intereses que representan. Y por ello, cuando no podamos comprender alguna de sus actuaciones por parecernos estúpida, preguntémonos si es estúpida para quien lo que quiere es proteger más sus intereses particulares que los de la institución. Seguramente el simple planteamiento de la pregunta nos dará luz para comprender el porqué de las cosas y dinámicas que se dan en el entramado institucional de la sociedad. No miremos por tanto las cosas con ojos de bien o de mal sino con los ojos realistas de quien conociendo la realidad humana ha podido constatar la extendida práctica de estas deslealtades, a menudo poco conscientes por parte de quien las practica.
Ya hemos visto que nos cuesta aceptar e integrar en nuestro pensamiento espontáneo el egoísta comportamiento humano propio de nuestra sutil programación para la supervivencia, que en un momento dado es lo que nos puede también llevar a la deslealtad y al conflicto de agencia. Para liberarnos del rechazo que nos puede producir el pensar mal del ser humano, recordemos que el objetivo de este libro no es hacer un juicio ni posicionarnos en uno u otro sentido, sino ayudar a observar y descifrar las fuerzas que mueven nuestro sistema para hacerlo lo más comprensible posible. Solo después entrará la conciencia de cada uno para actuar de una u otra forma en esa complejidad comprendida. Y ya, libres de cualquier ingenuidad buenista y con la sociedad mejor conocida, volver a actitudes positivas que den más peso a la bondad humana que a la maldad, que es mi opción de mirada al mundo y que creo que es también la elegida por parte de la mayoría de las personas.
Las personas encontramos satisfacción en la ayuda «desinteresada»
Pasemos a hablar de motivaciones humanas mucho más admirables y elevadas. Existe otra gran fuerza que mueve al hombre y de la que se suele hablar menos. Se trata de la ayuda o el servicio a los demás como factor de motivación y satisfacción. Es en gran medida una fuerza eclipsada por las múltiples muestras de voracidad consumista, de conquista y acaparamiento de riqueza, así como por nuestra educación, demasiado escorada en la práctica hacia estrategias para la competitividad frente a las dirigidas a la cooperación. Occidente combate sus miedos existenciales y temores sobre el futuro mediante la acumulación de dinero y tratando de ser mejor y más competitivo que los que nos rodean. Hemos sido educados de esa manera. Pero la ayuda a los demás como factor causante de muchas de las actuaciones del hombre es algo indiscutible e imborrable de nuestro sistema motivacional. Es además una de las más nobles vías de aquietamiento de muchos de nuestros desasosiegos.
Se dice que la vida en las grandes ciudades se ha hecho muy fría y que las personas van a lo suyo con cierta deshumanización de las relaciones. No discuto ese fenómeno como algo muy extendido, y seguramente en el pasado los vecinos en los pueblos y ciudades eran más proclives a compartir los problemas y a prestarse ayuda mutua. Nuestras habituales actitudes utilitaristas y de competitividad y conquista nos llevan a que hoy gran parte de las ayudas que desinteresadamente nos prestamos unos a otros hoy se efectúen a través de sistemas organizados en forma de asociaciones, ONGs, voluntariados, etc., olvidándonos de prestar esa ayuda a nuestro vecino o familiar. Parece que nos gusta ayudar, pero haciéndolo con una etiqueta que nos facilite sentir que lo estamos haciendo desinteresadamente. Es en gran medida, y paradójicamente, el premio que buscamos, pues se trata de un interés más elevado, amoroso y espiritual que hace compatible e integra el bien de unos y otros.
Son crecientes y manifiestas las muestras de acciones e intervenciones humanas basadas en la satisfacción que produce ayudar y servir. Baste para ello ver la felicidad de los misioneros o voluntarios que arriesgan su vida yendo a países peligrosos para educar a sus habitantes o para apoyarlos y procurarles salud, como en el caso de los médicos o personal sanitario. No tengo datos exactos, pero el número de personas que participan en voluntariados dirigidos a una u otra causa es muy creciente y, cada vez más, muchas de las operaciones y movimientos de bienes y servicios del mundo ya no se sustentan en un ánimo de lucro mercantil sino en una filosofía basada en la satisfacción o bienestar interior que nos procura el hecho de prestar ayuda desinteresadamente. Es cada vez mayor la tropa de voluntarios que dedican su tiempo en favor de terceras personas, grupos sociales o incluso el planeta entero (en el caso del tema medioambiental), y parece también incremental el número de ricos que dedican importantes cantidades de dinero a la filantropía.
¿Por qué pienso yo que ocurre esto? Creo que son varios los factores que lo explican:
• El ser humano tiene un lado de bondad y otro de maldad y quiero soñar con que con la evolución humana el lado de la bondad va haciéndose con una mayor proporción del terreno.
• En segundo lugar, la liberación de la energía y esfuerzo que antes dedicábamos a satisfacer y garantizar nuestras necesidades hoy se ha de dedicar a encontrar sentido vital, siendo la ayuda a los demás una gran aplacadora de nuestros desasosiegos mentales y existenciales.
• Cuando ayudamos a los demás, aun cuando sea de forma «desinteresada» se genera una cierta expectativa de recibir agradecimiento y quizá un cierto deber por parte del beneficiado de devolver la ayuda algún día. Se trata también por tanto de una forma de satisfacer nuestra necesidad de ser queridos.
• La búsqueda implícita de reconocimiento que las personas podemos perseguir (consciente o inconscientemente), auto creándonos una imagen de buenos y generosos ayudadores que aplaca las propias dudas respecto a nosotros mismos a la vez que nos crea una buena imagen frente a los demás. Seguramente suponemos que ello contribuirá a ser más reconocidos y queridos. ¿No es eso lo que parece haber detrás de algunas donaciones filantrópicas aireadas o del voluntariado de muchas personas cuando parece que lo hacen más para contarlo?
• Amar y darse a los demás desinteresadamente puede ser parte de los mandamientos de unas y otras religiones. Procura la satisfacción de hacer el bien, además del sentimiento de ser una buena inversión para la entrada en el cielo o para tener una buena reencarnación.
Considero poco discutible la satisfacción que produce a la mayoría de las personas el prestar ayuda de forma desinteresada. Yo mismo puedo confirmarlo. Quizá haya excepciones, pero seguro serán minoritarias. Existen de hecho estudios que demuestran el valor de la satisfacción que produce la ayuda. Así, se ha visto como la entrega de una porción de la remuneración en el ámbito laboral en forma de bono para aplicar necesariamente a causas benéficas produce mayor satisfacción en el tiempo que si la misma cantidad de dinero se hubiera entregado para el gasto por el trabajador. Reconozco que puede ser vidriosa la medición de ese mayor nivel de satisfacción pues soy escéptico respecto a la posibilidad de medir determinados intangibles como el amor o la felicidad. Pero lo que sí resulta curioso es que, cuando los bonos-remuneración de ayuda estaban necesariamente ligados a la involucración y participación del trabajador en la prestación de la ayuda, el nivel de satisfacción resultaba notoriamente superior.
Como he venido explicando, el ser humano irremediablemente, por razones de su configuración y programación genética, se debe a su supervivencia y trascurre por la vida rehuyendo el dolor y buscando el placer o el bienestar, necesitando sin duda el querer y ser querido. Por ello es difícil pensar en un total desinterés en la prestación de ayuda pues la satisfacción alcanzada constituye la mejor motivación y premio para prestarla.
En general (con excepción de personas que podríamos calificar de «santas») se ha visto también que las personas que obtienen gran satisfacción mediante la ayuda a los demás dejan de experimentar esa satisfacción tan pronto los ayudados empiezan a recibirla con actitud de tener derecho a ello. Seguramente se producirá un cambio radical en quien, encontrándose entregado sacrificadamente a la ayuda voluntaria y desinteresada a alguien, de repente observa que el ayudado pasa de agradecer a sentirse con derecho a exigir. Es un cambio que convierte la satisfacción de prestar la ayuda en rechazo y en cierto enfado y reproche frente al ayudado con reflexiones internas del tipo «encima de que le ayudo me exige. Pero este tío qué se ha creído...». Este marcado fenómeno es una muestra más de cómo, conscientes o inconscientemente, detrás de la ayuda siempre hay una búsqueda de recibir agradecimiento o reconocimiento por una u otra vía.
Por último, es importante destacar que, en general, el ámbito en el que más nos gusta prestar ayuda es seguramente aquel en el que somos más capaces de dar lo mejor de nosotros mismos por constituir nuestro don natural. Al que sabe cantar le gustará, incluso con sacrificio, entretener a los demás cantando, y quien es un manitas seguramente se sentirá mejor arreglando cosas estropeadas. Pues cuando estamos inmersos en la actividad para la que sentimos haber nacido somos mucho más capaces de darlo todo por los demás. Nos llena hacer aquello para lo que sentimos haber nacido o estar en el mundo, lo que sumado a la satisfacción que procura la ayuda supone un valiosísimo activo para la economía espiritual, que desarrollaré en la segunda parte de este libro.
Entender la presencia, la fuerza y el funcionamiento de la ayuda a los demás como factor movilizador de la conducta humana resulta fundamental para comprender muchos de los fenómenos de la sociedad que vivimos. Por ello, y aunque tengamos tendencia a pensar que las personas van a lo suyo, tengamos presente que existe una búsqueda de satisfacción a través de lo que se ha venido a llamar el egoísmo inteligente y compasivo. Pues, terminologías aparte, a través de este egoísmo inteligente se concilian los hemisferios del bien y del mal del ser humano con pleno respeto tanto de nuestra programación genética para una satisfactoria supervivencia como de las creencias religiosas que uno pueda tener.
2 Editorial Kolima, 2020.
3 Sugiero al lector que vea el breve vídeo sobre ello disponible en YouTube (¡No es justo! - Experimento con monos - YouTube)