Kitabı oku: «La ejecución de la estatua», sayfa 3

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1 El ejército es el amigo del pueblo

2 El soldado es un hombre del pueblo

3 El pueblo debe respetar los ciudadanos

4 El ejército protege las elecciones

5 El ejército protege la libertad

6 El ejército es el guardián de la vida

7 El ejército es el guardián de la propiedad

8 El ejército es el guardián de nuestras fronteras

9 El ejército es apolítico

10 El ejército sirve a la autoridad civil. Y

11 Todo ciudadano debe respetarlo

Viva la Patria. Viva la libertad. Viva el Orden

Viva Cristo Rey. Viva Bolívar

(Imprenta Nacional)


El patio del cuartel es cuadrado, el segundo piso marca un rectángulo a los dormitorios de los soldados y la oficina del teniente, un enchambranado pintado de amarillo guarda el corredor de tablas que cubre el de ladrillos del primer piso en donde están la cocina, los baños, la guardia y el depósito, el corredor del primer piso enmarca el patio en donde está el asta ante la cual los soldados juran defender la bandera, de los muros cuelgan cuadros que representan momentos de las gestas libertadoras; la batalla del Puente de Boyacá, la del Bárbula, el Paso de los Andes, Ricaurte en San Mateo en Átomos Volando, la Pola y Gabriel y Galán, en la oficina del teniente están Bolívar, Santander y Girardot, en un extremo del corredor está el soldado muerto en el ataúd que provee el Municipio, las moscas lamiéndole la cara, los gallinazos sobrevolando el patio. “Ahora escucharán una aria de Il trovatore, la inmortal aria de la ópera del gran compositor italiano…”. Heliodoro presiona la jamba en el mismo sitio en donde recostara la cuadratura ampulosa de don Mariano, con su leve peso de barbero anémico Heliodoro descansa su cuerpo como si cuñara la tapia hacia la esquina, con la mano izquierda haciendo una V con el pulgar y el índice se acaricia la barbilla, algunas agitaciones de color en la plaza se inquietan en el borde circular de su mirada atentando distraer sus pensamientos, superficie de carne sangrante / hilachas de toldos crema / sal / luz en los balancines de los carniceros / volúmenes blanco y cal del templo / retazo de firmamento azul y elástico / el movimiento de una ruana /, retira la mano del mentón, los músculos de la jamba, gira en sus zapatillas lustradísimas y se mete en la sombra de su barbería, va tras el armario, toma el rifle con ambas manos, lo examina, lo palpa, cuidadosamente lo deja en su sitio, va a la puerta, al pasar acaricia la silla de cuero, palpa la molicie de la piel sobre el cojín de cerda, la suavidad del uso, coge una revista de su gastada hemeroteca, mira una fotografía de la reina del maíz, la enrolla y sosteniéndola en su puño llega a la puerta, se inclina contra la jamba. “Buenos días don Heliodoro”. “Buenos días mi señora”. “Buenos días don Heliodoro”. “Buenos días Gildardo”. “Buenos días Heliodoro”. “Buenos días Jacinto”. Escucha la campañilla de la elevación, el tintineo se introduce en los senderos de sus laberintos pesarosos, retumba en las osificaciones de su cráneo, el vendedor de telas agita varias yardas de shantung encarecido, una mula suelta asienta sus cascos en el dédalo de los oídos, imperceptiblemente Heliodoro enciende un cigarrillo; los gallinazos arrojan miradas al patio, descargan sus bombas de vigilia que estallan en las sienes del teniente, el soldado muerto no los percibe, Olaya levanta su pocillo de café hasta los labios hinchados por el golpe de una cacha de machete, Vergara con una mano en el bolsillo trasero de su pantalón la otra aferrada a un estantillo mira lelamente la superficie del encementado, las figuras, las grietecillas, Mosquera, cruzados los brazos sobre el pecho y adheridas las gazas sobre la frente, inclina su cabeza hacia el olor que sube del cuerpo inerte del soldado, Rentería en el balcón del segundo piso descansa su mano sobre la ametralladora y sus posaderas sobre el taburete, el sueño le acaricia los párpados, separa las pestañas para que la luz le anestesie las pupilas; Silveriano sentado en el suelo cepilla las botas del teniente como masturbándolas, las sienes le sudan, el teniente bruñe su sable con un trapo azul untado de pomada como masturbándolo, los gallinazos se reflejan en la hoja precipitadamente, Caro limpia el popo de su fusil con la escobilla roja, como masturbándolo, Marroquín se pudre, Valenzuela pega los botones a su camisa con hilo verde, los gallinazos proyectan sus sombras sobre el piso del patio, fugaces y devoradoras; el teniente tira la espada al suelo, se pone de pie, el ruido del metal contra las tablas alerta a los soldados, Silveriano se queda con el cepillo en medio del aire, Olaya retira el borde del pocillo de sus labios y su brazo se paraliza, Vergara aprieta el estantillo, Marroquín permanece quieto, Rentería mira las hendijas de las tablas en el corredor del segundo piso, Caro detiene la escobilla entre el cañón, Valenzuela revienta el hilo verde, Cuervo mira hacia el cielo. ¡PTHAAH! FLOPPP! Al gallinazo le sangra el cuello, le sale mierda blanca por el culo, el teniente enfunda la pistola, el aire de los pares de pulmones de los soldados sale en forma de conos, los pechos henchidos se recogen, los párpados de Rentería vuelven a caer sobre los ojos / gallinacito vení vení por este tío que te tengo aquí /

Gallinacito vení vení por este tío que te tengo aquí

Gallinacito vení vení por este tío que te tengo aquí

Gallinacito vení vení por este tío que te tengo aquí

Gallinacito vení vení por este tío que te tengo aquí

Mira, allá va tu tío gallinazo / viene a comerse sus tripitas

Mira, allá viene tu tío gallinazo / viene a comerse sus ojitos

Mira, allá viene tu tío gallinazo / viene a comerse su culito

Mira, allá va tu tío gallinazo, viene a comerse su boquita

Mira, allá viene tu tío gallinazo / viene a comerse tus orejitas

Mira, allá viene tu tío gallinazo / viene a comerse tus nalguitas

Mira, allá viene tío gallinazo / viene a comerse tus patitas

Mira, allá viene tu tío gallinazo / viene a comerse tu ombliguito

Mira, allá viene tu tío gallinazo / viene a comerse tus uñitas

gallinacito vení vení / por este soldadito que tengo aquí

gallinacito vení vení / por este soldadito que tengo aquí

gallinacito vení vení / por este soldadito que tengo aquí

gallinacito vení vení / por este rolito que tengo aquí

gallinacito vení vení / mira, allá va tu tío gallinazo/ a comerse tu gorrita

mira, allá viene tu tío gallinazo / a comerse tu banderita

mira, allá viene tu tío gallinazo / a comerse tu fusilito

mira, allá viene tu tío gallinazo / a comerse tu tanquecito

mira, allá viene tu tío gallinazo / a comerse tu pistolita

mira, allá viene tu tío gallinazo / a comerse tu patriecita

mira, allá viene tu tío gallinazo / a comerse tus botitas

mira, allá viene tu tío gallinazo / a comerse tu bayonetica

gallinacito vení vení / por este soldadito que te tengo aquí

gallinacito vení vení / por este soldadito que te tengo aquí

mira, allá viene tu tío gallinazo / viene a comerse tus balitas

mira, allá viene tu tío gallinazo / viene a comerse tu cañoncito

mira, allá viene tu tío gallinazo / viene a comerse tus condecoracioncitas

mira, allá viene tu tío gallinazo / viene a comerse tus güebitas

Mira, allá viene tu tío gallinazo / viene a comerse tus medallitas

mira, allá viene tu tío gallinazo / viene a comerse tus huesitos

mira, allá viene tu tío gallinazo / viene a comerse tu estomaguito

mira, allá viene tu tío gallinazo / viene a comerse tu pertrechito

mira, allá viene tu tío gallinazo / viene a comerse tu cuchillito

mira, allá viene tu tío gallinazo / viene a chuparse tu sangresita

gallinacito vení vení / por este soldadito que te tengo aquí

gallinacito vení vení / por este tenientico que te tengo aquí

gallinacito vení vení / por este alcaldecito que te tengo aquí

gallinacito vení vení / por este caballito que te tengo aquí

gallinacito vení vení / por este curita que te tengo aquí

gallinacito vení vení / por este liberalito que te tengo aquí

gallinacito vení vení / por este sacristancito que te tengo aquí

gallinacito vení vení / por este barberito que te tengo aquí

gallinacito vení vení / por este gallito que te tengo aquí

gallinacito vení vení / por esta mulita que te tengo aquí

gallinacito vení vení / por este policiita que te tengo aquí

gallinacito vení vení

gallinacito vení vení

gallinacito vení vení

gallinacito vení vení / por este pueblito que te tengo aquí

El gallinazo chapalea sobre el cuartel y divide con su reflejo los ojos de los cuatrocientos ochenta pares de ojos que se han reunido para verlo caer, los cuatrocientos ochenta rostros giran sobre las nucas espantando la resonancia de tiro, los dos pares de ojos de mármol miran: los de la madre hacia el templo, los del niño hacia el rostro de mármol de la madre, hacia sus senos; Tzancarra Budure (venado- de- la- luz- que- hay- en- la quebrada- que- baja- del- cerro- y- se- recoge- entre- las- piedras- juntoal río- donde- picotean- las- garzas- en -los- crepúsculos- de-calor- y -endonde-las- espumas- son- más- blancas- que- el- agua- y- que- las-piedrasmás- oscuras- que- la- noche- sin- paz- de- los- sueños- desvelados) revisa sus objetos de barro porque después de un ruido como ese ha encontrado trastos entre sus ollas y algún trozo de metal junto a sus chocolateras, lenta y minuciosamente las observa, una por una, calladamente las repasa con la lente incisiva de sus ojos, chupa su cigarro; Atila Napoleón González interna su cuchillo en las fibras del hígado, lo divide, toma el trozo más pequeño y lo coloca en el plato de la balanza, la aguja señala el uno y medio, el plato suena contra su soporte, el ronroneo de los resortes; Nelson Chaverra coge un gajo de plátanos verdes, separa tres de los diez, el zumo chasquea y gotea sobre su delantal de lona, negruzco y desvaído, lo pone junto al gajo de los maduros; Nepomuceno Valderrama amarra con una cabuya diez tallos de cebolla junca, los acomoda con los haces que ha ido amontonando sobre el costal, vuelve a contar, amarra otros diez tallos con otra cabuya, rechaza el olor; el cuchillo de Valentín Cornelio Velásquez golpea la tabla de dividir el queso. “Este debe ser como de dos libras mi señora, pesémoslo a ver”. “Le dije don Valente que quiero un queso de libra”. Delfino ha construido sobre su mesa un tapiz de confituras rosadas, amarillas, azules, blancas, transparentes, zoomorfas, signiformes, antropomorfas y llenas de almíbar anisado; Bernabela Piedrahíta fabrica torres de roscas de pandequeso, diez roscas de cada cilindro marrones hacia el centro y amarillentas hacia afuera; Sancho, el jabonero coge una barra de jabón de fábrica y como un ingeniero militar la coloca sobre el carro añadiendo un elemento más a la construcción, cada barra ostenta su marca que consiste en una corona ducal y la palabra REAL, sus manos pegajosas y velludas asen otra barra. “Trentidós”. Corazón Villa destapa la caja de cartón y saca un cerro de novenas de san Judas, lo pone sobre la mesa, otro de san Antonio. Nuestra Señora de los Siete Puñales, Nuestra Señora de Fátima, doce Manuales del Buen Cristiano, Camino de Perdición, Los Entretelones del Placer, Mujer, Devocionario Cristiano, los distribuye simétricamente. “Y ahora, señoras y señores presenciarán el milagro de los milagros, verán a este pequeño muñequito danzar en la cuerda floja, ejecutar para ustedes, señoras y señores, el salto mortal, el triple salto mortal, el más mortal que ninguno de los trapecistas de este mundo inmenso ha sido capaz de ejecutar, y verán cómo este pequeño muñeco…”. La sierpe se ensortija en su nuca apoyando la cabeza sobre el hombro izquierdo del Sultán de Arabia, Aben Humar Ali de los Mil y Un Días y del Califato de Córdoba, la maleta abierta sobre el piso, la maleta que incluye setenta frascos de aceite de aguacate, doscientos de Pomada Peña, quince de ungüento del Santo Sepulcro, catorce de Narciso Negro, siete de alhucena Suleika, veinte cajas de polvo de Niza, diez de polvo Coqueta; Garuregari Borobinu Ungueruriru (besti- que- asomas -tuys- doscientos - veinte- y- dos- y medio- hocicos- en- los- sueños -sagrados- de- la- piedra- que- hay -en- la- falda - de- los-binubinubinubinubinubinubinus- y- que- atacas- a- los- gerus- en- loscaminos-de- las –cuatro- tierras) se pasea por el andén sur del parque con su ruana cubierta de cuentas de nueces, semillas, colmillos, anillos, aretes, ajorcas, nueces de madroño, táparos, amolados, corozos, algarrobas, colmillos de tigre, puma, gato montés, perezoso, mono, el sombrero coronado de plumas de chu, de cucarachero, de sinsonte, de latillo, de lucaro, su cesto con piedras y nueces para curaciones, encantos, ensueños, leyendas, nostalgias, “derelocciones”, venganzas, melancolías, reparos, promesas, infecciones, embrujos, ensimismamientos, remembranzas, maldiciones, espejismos; Jesús, el revueltero uno de los tantos y dispersos vendedores de revuelto, sentado en su terroso bulto de yucas se recuesta al tronco de la ceiba; hay un olor a humedad, almidón, hoja rota, tierra adherida a los pellejos de los tubérculos, a costal gastado, Jesús fuma su tabaco saboreadamente y lentos sus ojos anidan miradas en las cuencas sin mover la cabeza, en la umbrosidad que le da el ala del sombrero sobre la parte superior del rostro de las arrugas quietas, un momento la pupilas examinan los bultos de arracacha a la derecha, se dirigen a las piedras del piso, a las hormigas que van por las junturas llevando trizas de hojas de plátano, a las manos cuidadosas y analíticas de alguna señora que examina una papa; José, otro de los revuelteros, extiende los costales sobre el piso y se prepara a hacer el cerco habitual que construye en derredor a sí mismo con los bultos, se agacha y desdobla otro costal cubriendo a otras hormigas y otros guijarros, añade otro retazo al mosaico de la plaza, en el centro está el parque con la glorieta y las zonas verdes, en derredor un marco de millones de movimientos, un sombrero blanco de paja traza una curva hacia el suelo, repetida un millón de veces, otro una línea hacia la derecha, un corte de shantung bermellón chispea en el centro de un grupo de ruanas verdes y marrones, los rectángulos de lona cruda forman hileras irregulares e imprecisas; Candure Malari (susurro- del- fuegomientras- arden- los- troncos- en- la- noche- de- quema- y- chisporroteanlas- llamas- en- la- oscuridad- de- la- noche- de- agosto) acomoda sus canastos trenzados con diversas fibras del monte y en diversas formas que con su labor durante la semana toman las lianas y bejucos, el tiro del cuartel resuena en la plaza; Julián, el de la pierna rota, apila las callanas y olletas sobre unos papeles encerados y pegajosos, las va sacando de varios cajones con experto cuidado, las compone de manera que las callanas estén con las callanas, las olletas con las olletas, las chocolateras con las chocolateras, las cafeteras con las cafeteras, las soperas con las soperas, las azucareras con las azucareras, las chicheras con las chicheras, las aguapaneleras con las aguapaneleras, las lecheras con las lecheras; los espantamoscas y chinas para atizar los fuegos son verdosos y amarillentos porque Rosalía Gómez ha tejido unos con espartos que aún no se han secado y otros con cintas de iraca tensas y persistentes, los ha puesto todos, amarrados en haces de a diez junto con las canastas y canastillos. “Pues sí señoras y señores, señoritas y señoritos, que nunca vio Arabia tan grandes prodigios como los que ustedes ven, nunca el Califato de Córdoba presenció acontecimientos tan maravillosos como los que este pequeño muñequito ejecutará para ustedes, ni se vio en las Mil y Una Noches semejante…”. Doña Ruth coge el plátano, lo aprieta, le clava la uña. “¿A cómo están los plátanos don Ramón?”. “A dos por cinco mi señora, los verdes, porque los maduros ya están a cinco cada uno”. “¿A cinco cada uno?!”. “Sí señora, a cinco”. “Pero don Ramón, ¡esto es un robo!”. “Yo qué le hago mi señora, si es que la vida va todos los días p’ arriba”. “Bueno, en fin, yo me voy a dar una vueltecita y si no los encuentro más baratos aquí vuelvo mi señor”. “No, venga acá, no se vaya que no los va a encontrar más baratos. Yo, por ser a usted, le doy los verdes a tres por cinco y los maduros a dos, pero solo por ser a usted”. “Ah, eso ya está mejor, preste a ver, dos gajos maduros y cinco verdes, cuéntelos bien y que no le falten los dedos”. “¡Eh, per uste sí que iamaneció bien recationa, ehavemaría!”. “Eh, pero don Ramón, ¿es que usted cree que mi marido hace oro o qué?”. “Bueno, bueno pues, no sio fusque doña Ruh”. Rosa, zapote, bermellón, azul prusia, “¿Este? Este chantu por este precio no lo encuentra usted ni en la Villa, este chantu es importado directamente de la China, del legendario imperio, del otro lado del mundo, un chantu de esta calidad no lo encuentra usted ni en el mismo París. A ver, a ver, ¿es que no se animan o qué? ¡A cinco pesos la vara, a menos cinco pesos, para su novia, para su señora, para sus hijas, un bonito corte de chantu para un trajecito de fiesta! ¡A ver, a cinco pesos la vara!”. Azul prusia, verde grillo, zapote, rosa; el cuchillo bajo se hunde en la grasa y busca ciegamente con su punta. “Aquí está”. Eliécer tira el riñón a la mesa, Gildardo lo coge y lo pesa. “Es más de media libra doña Ester”. “No importa, ¿cuánto?”. “Ochenta y cinco”. Le entrega el peso a Eliécer. “Más tarde vuelvo por el resto, no me vaya a dejar sin solomo que me mata mi marido”. “No doña Ester, no tenga cuidado”. Los muchachos corretean con sus carretillas gritando: “¡Un merca íto, un merca íto!”. De las bocas del templo sale incienso, las nubes que quedan en el firmamento se van separando hacia las montañas, el soldado dormita en el balcón del cuartel al pie de su ametralladora de trípode, frente a la flota un hombre carga y descarga maíz, frijoles. “¿No tiene usted a Nuestra Señora de la Valvanera? ¡Ay, yo que la quería comprar!”. “No misiá, esta semana se me agotaron, pero dentro de ocho días ya tengo nuevas láminas, lo siento mucho”. “Ay, pueda ser, porque mire, yo la iba a comprar la semana pasada pero no tenía ni cinco y ahora tengo con qué, usted no tiene el cuadro y no sé si la semana entrante cuando usted venga y tenga el cuadro yo voy a tener plata”. “Pues es muy sencillo, me lo paga adelantado”. Ruana marrón, una, dos, tres, y con esta son seis en la pila de las marrones, una, dos, tres y cuatro, y con esta son seis en la pila de las azules, y con esta son las seis en la pila de las ruanas blancas que Jesús ordena sobre los papeles encerados; los sombreros de Jesús, el ruanero de a seis en cada pila, verdes, azules, negros, y marrones de fieltro y las ruanas de algodón y lana, tres con cuello y cierre, las otras tres sencillas, en cada montón, tres sombreros alones y tres de ala corta, tres para los cabezones y tres para los cabecichiquitos. “Y este, este es el chantu de la Persia, por eso vale diez pesos la vara, diez pesitos no más para el vestido de la señora del caballero, y a ver, la niña, diez pesitos por este chantu de Persia…”. Encarnación Ochoa rodeada por el perfume de la mejorana, el cilantro, la malva, las hojas de caracucho, el cidrón, la verbena, el eucalipto, las hojas de brevo, la manzanilla, se aplica los moños rosados a los extremos de las trenzas sentada en un bulto de papeles gruesos que tiene para el efecto, su bata de medio luto húmeda y manchada en las haldas. “Vea don Toribio ¿y cómo es que no tiene achotes?”. “Pues mi señora, si supiera la tragedia que mi aconteció, pues sucedió que la barranca del lado del camino, si acuerda usté, la que está d ste la o, en onde tengo platada la cruz con la corona, se derrumbó con el torrencial del otro día y en dónde más iba a caer que encima de las maticas di achote que estaban sembradas d ese la o”. “Ay don Toribio, qué lástima peru así es la vida, qué le vamos a hacer. Ahora sin achotes habrá que comprar azafrán”. “Y lo malo señora es qui azafrán yo sí no tengo”. Don Gildardo González cogiendo el cuartillo abre el costal de maíz del que se escapa una nubecilla de harina, hundiéndose en el grano el cajoncito provoca una polvareda blanca que se le viene sobre el delantal y la cara, echa a un lado la cabeza para no respirar todo el polvo y sacando la mano vacía en el costal que Rafael tiene abierto. “Uno”. Repite la operación. “Dos”. Su gordura y estatura le impiden agacharse cómodamente hacia el costal, a cada vez su cara roja se le enrojece más y las arrugas de la nuca son como burbujas que quieren estallar. “¡Y treeees!”. Un novillo suelto atraviesa por la calle del costado oriental perseguido por su novillero y abriéndose un canal de gente que a ambos lados grita confusamente: “Novillo bravo, ojo, ojo, cuida o, un novillo, corran, ojo, novillo bravo, ojo, cuidado te agarra,

ay, uy, novillo bravo, ojo

cuida o ¡!!

Novillo suelto / correr / corran / échense para acá, ¡ojo novilloooo!

Ay, ah, aaaah, ojo, ojo,

¡novillo suelto, corran / corran!”

De las puertas del templo algunas caras voltean hacia atrás para percatarse de lo que pasa; llega una recua de bueyes acosadas por el tábano de los zurriagos y la boca endemoniada de Exequiel María Zapata, Rosario separa los tomates estripados de los buenos, los pequeños del aliño y los grandes de la ensalada. “Estos medianos se los doy a treinta la pucha, y estos buenecitos a cuarenta y cinco”. “¡Eh Avemaría! ya con usted no se puede tener cuentas, cada vez más carera”. “No mija, vea a ver si los encuentra más baratos en toda la plaza, ese es el precio de hoy; no sabe usted lo que cuesta sembrar y cosechar estos tomaticos”. Tzancarra vuelve a revisar sus ollas para cerciorarse de que nada les ha pasado con el tiro del cuartel, vuelve a pasar su aguda pupila negra por cada redondez, cada curva, cada arco colar, cada dibujo a punzón. “Y como han visto por gracia de los mágicos poderes de Aben Humar Ali del Califato de Córdoba, este muñequito chocarrero y paseador ha ejecutado para ustedes el salto mortal, ¡el salto que ningún mortal haya podido lograr ni siquiera bajo mi reino de Boadbil el Grandeee! Y ahora, señores y señoras, perdón, señoras y señores, verán ustedes…”. Próspero tasajea y tasajea, sala y resala, cuelga, vende, devuelve, pesa. “El marrano no me lo han traído pero yo le mando el solomito y las orejas con Carlos, no se preocupe doña Aurora”. El balancín tornasolea y va a incrustarse en los ojos de Heliodoro con toda su fulgencia en añicos, Heliodoro repasa una vez más su barba. “¡Los aguacates no están muy buenos, pues con este invierno qué se puede esperar!, todo está aguachento, hasta uno mismo”. “Hasta uno mismo don Pancracio, me duelen todas las coyunturas pero hoy hay solecito y parece que va abrir, a lo mejor mejora el tiempo y tendremos aguacates buenos”. “En fin, llévese esos que si no son lo mejor al menos tienen algún gustico”. Echándose su costal a la espalda se encamina hacia el revueltero con el temor de que los plátanos estén paludos; suenan la campañilla y la campana mayor, toda la plaza se quita sus sombreros, un aleteo de silencio se extiende sobre las mesas y los rostros, un hincarse general ataca el piso empedrado, nada se mueve, ni siquiera el vaporcillo de los tejados, de cada boca sale un susurro orante que no tiene eco, la campañilla vuelve a sonar, los sombreros vuelven a las cabezas y la algarabía ininterrumpida se reanuda; piñas, moras, curuba, algarrobas marrón, bananos, rojos, anones, amarillo, mameyes, chirimoyas, zapotes, guanábanas, cocos, los ojos de Germán no se deciden, vuelve a repasar todas las frutas puestas en la mesa y las del suelo, finalmente escoge cuatro granadillas del montón y mira a su madre. “Pero no se las coma ahora, en la casa cuando volvamos”. Los ojos miran descontentos a la madre, de las puertas del templo sale incienso e inquietud por terminar la misa. “¿A cómo tiene los pollos?”. “A cuatro mi señora”. “A ver, escójame uno que esté sanito”. “Todos están sanitos, yo no me los robo, yo misma los crío en mi casa”. “Yo no quería decir eso, yo quería decir que estén buenos para comer porque es para hoy”. “Ah, sí así es”. “Y vaya preparándose para la semana entrante que le voy a comprar unos cinco o seis porque mi hermana ya está a punto”. “Ay, qué alegría, así que va a tener otro sobrinito, ¿no le digo pues?!”. “Sí, ya con ese ajusta doce”. “Aquí está su pollito y que le alimente”. Echa el pollo maneado a la carretilla del muchacho que la acompaña. “¿Cuántos llevas hombre?”. “Con este son cinco”. “Así que ya tenés p a juar, ¿no?”. “Cuánto querés apostar, te voy un peso”. “Te voy veinte centavos al clavo”. “¡Vayan!”. Mientras la señora se acerca a la verdulería los muchachos trazan una raya en un campito de tierra, el más pequeño saca el clavo, lo tira, nada, el más grande recoge y tira el clavo, nada. “Yo quedé más cerquita, a ver esos veinte”. “Nada monada, hay que darle a la raya, es al que le dé primero. Ahora me toca el turno a mí”. Tira, nada. “¿Ves cómo te gané?”. Tira, da en la raya. “Lo que había de ser pa mí. A ver esos veinte”. Melchor García abre un pequeño cajón que lo acompaña junto a su tendido de repetidas ediciones con variantes, dibujos, sin dibujos, texto completo, abreviado, infantil de Los siete zapatos del gato, las vidas de Juan Grillín en los países de la Maravilla Misteriosa, la Isla Encantada, Gil Blas de Santillane, el Monaguillo Travieso, El Lazarillo de Tormes, El cuento de las tres Ranas, El Pastor Desprevenido, saca del cajón un libro, rápidamente lo enseña a Juan Bueno quien con un disimulado movimiento se ha puesto al pie de Melchor, una rosa en el fango, una mujer de senos rojos bajo las letras del título, un fondo gris con la silueta de un palacio. “Este te vale diez pesos”. “Pero Melchor”. “Son diez pesos”. Juan dificultosamente abre su carriel y empieza a buscar entre el mazo de billetes. “Aquí tiene Melchor”. Melchor le da un paquetito papel amarillo y pasado el cuchicheo Juan desaparece por entre las toldas de las carnes; Lucas Benjumea pasa la palma de su mano callosa por la cerviz de uno de los tres terneros que han traído a vender tan tiernos porque las vacas se le murieron, él los quería para hacer dos bueyes y un semental, pero con las vacas muertas ni los dos ni el uno, repasa la mano acosadamente por la cerviz del más enclenque, se recuesta al árbol y chupa el tabaco acosadamente; Juanita, la coja, se ha echado en el piso sobre una manta parda y se ha unido al rumor emplumado de sus gallinas saraviadas, pavas y piscos, espanta a los que se le acercan con el certero envés de la mano, otros gallinazos se reúnen con los que otean el cuartel; el taburetero desamarra las sillas que ha traído atadas de dos en dos y en su carro de bestia, su caballo saca el pienso del costal, el taburete repasa ligeramente los dibujos en la baqueta de asientos y espaldares, generalmente compuestos por cóndores con terneros colgando del pico, grandes caídas de agua, arabescos de trazo simple y colores brutamente contrastados; Luisa Ríos vocifera sus bateas y platos de madera, sus cucharones y cucharas de palo. “Y estos cedazos que yo misma he hecho, ¿cree usted señora que es poco trabajo trenzar toda esta cerda?, trenzarla porque tejería es lo que hace mi marido, pero mire aquí, todas estas trenzas las he hecho yo con mis propias manos, con estas manos que ve aquí, y así quiere que lo dé por sesenta centavos, ¡ni loca que estuviera!, ya le dije que le cuesta uno con diez y que no lo va a encontrar mejor porque soy la única que los tiene, ¿qué me dice pues?”. Doña Dolores Restrepo se retira de la alocada vendedora y cavilando va diciéndose que más bien la semana entrante lo compra, que la mujer esa viene todos los domingos con sus cedazos y bateas,

Mercaí to

U mercaí tooo!

Un mercaí toooo!

Un mercaí tooooo!

Un mercaí toooo!

Un mercaí tooo!

Un mercaí tooooo!

Un mercaí tooooo!

Un mercaí tooooooooooooooo!


Los carretilleros, todos entre los nueve y los quince años, a lo más, corretean con sus aparatos empujando la gente, atropellando a las señoras, volteando los canastos de ciruelas, recogiéndolas, zahiriendo la plaza con sus gritos inequívocos. “Bueno pues, ¿jugamos los otros veinte?”. “Claro hombre, pero esta vez a la tapita, no a la raya”. “Ahí le va”. El muchacho tira su tapita contra un cajón de lentejas después de hacer la marca en el piso con el dedo, mide. “Un jeme”. El otro tira, mide. “Un jeme, patos”. Vuelve a tirar el primero. “Una cuarta esta vez”. Tira el segundo”. “Jijueputa me pasé”. “Vuelvo a ganar, ¡andá date otra vueltecita a ver si cogés suerte!”. El hombre que hace las piruetas con el mono, contra el muro, entre la tienda de Benancio y la de Fidencio, ha colgado un trapo mugroso que hace de telón de fondo, en un banquillo alto el mono con sombrero tira las cartas, hace malabares con naranjas que después muerde y abandona, cuando alguna muchacha se acerca intenta masturbarse excitado por el olor a pachulí, el hombre del mono hace suertes con las barajas mientras el adiestrado simio mete las manos en los bolsillos de los presentes y saca peines, navajas, billetes de a peso que deposita en un beque guardado en el inmenso cajón con que hombre y mono viajan; a tres metros está el fotógrafo con su parapeto groseramente pintado y que representa a una mujer medio desnuda para las fotos de las señoritas y a un atlas para las fotos de los señores, el burrito embalsamado para los niños y el oso mecánico para las niñas, sus dedos amarillentos por los químicos del revelado, su anillo de falso diamante, su vestido de años, su corbata ancha y gruesa, su máquina de fuelle completamente descompuesta. “Bueno señoras y señores ¿qué opinan, qué me opinan de este lujoso satín venido del Egipto, quién de las niñas se va a casar en estos días, quién de los jovencitos va a ir a pasear a la Villa, quién es el galante novio que va a comprar este baratísimo corte por el que un marqués pagaría doscientos y tantos maravedís?”. Yucas, curubas, plátanos, piñas, arracachas, hojas de biao, hojas de plátano, hojas de cacaraco, hojas de iraca, hojas de laurel, hojas de cebolla, cerdos, terneros, pavas, pavitas, gallos, gallinas, guacamayas, sinsontes; el otro hacedor de taburetes y banquetes y bancos, camas para matrimonio y cama para solitarios, cunas para los niños, ataúdes para los moribundos, aparadores para los quesos y estantes para las botellas, bancas para la iglesia, don Juan Corrales, experto en barnices y tapones para caobas, cedros, palosantos, palos de rosa, juegos enteros de muebles para los niños, “Porque con todo, los muebles de Juan Corrales, aunque él los venda en la plaza los domingos y no en la carpintería como lo hacen esos otros mequetrefes, el tal Cepeda y Arias, y el otro, el de la quebrada Abajo, sí son mucho mejores, pero es que no hay ni comparación ¡y digan lo barato! que cuando uno va a donde Arias le quiere sacar una fortuna por un beque y por un banquillo, quiere cobrar como si estuviera vendiendo un juego de roperos en caoba y con espejo de cristal de roca, forrados los entrepaños en raso y con cornisas trabajadas al oro”. “¡Qué va hombre, lo que pasa es que vos sos muy adulador!”. “No señora, estos collares son de pura madreperla, que ni lo quiera el altísimo que vayan a ser de perlas de estearina, de esas que se derriten en unas vísperas, estos son traídos de la lejana India me dijo el panameño que me los vendió, y si no es cierto, al menos cualquiera lo puede decir con verlos”. “Sí, sí, ¡pero mire usted que las perlas ni siquiera son bien redonditas!”. “Ah pues esa es la gracia, ¡eso es lo que hace una perla valiosa!”. Con los carrillos enrojecidos por la perorata y las narices sudantes vuelve el collar de perlas a su cajita de cartón mientras la señora asombrada se aleja del puesto como tratando de consolarse por no tener el dinero suficiente; la otomana naranja reverbera bajo la luz que es de un rigor insoportable, interrumpida por los flotares de shantung, fallas, linos, coletas, lienzos, encajes sedas, gros, muarés que el malabarista vendedor de cortes sacude sobre su cabeza como enarbolando todas las banderas del universo; los terneros tiritan porque son raquíticos, enclenques, deslechados en tempranos días y el miedo de perderlos da vueltas en la cabeza de su dueño detrás de las chupadas apasionadas a su cigarro. “¡Esta vez sí te gano cabrón!”. “Veremos”. “Vení pa cá. Y no son veinte sino cincuenta al pipo y cuarta”. “¡A ver qué es lo que vos sabés, so pendejo!”. El uno saca su boca y hace el hoyito, el otro la suya, tira, nada, tira, pipo y cuarta. “Vengan acá esos cincuenta”. Tzancarra Budure pone sus manos sobre la curva de una olla de barro, en silencio y lentamente la ofrece para que don Nicanor la examine. “Se se le ca es a se purro resgo don Nicanor”. Nicanor clava sus ojos en los poros del barro, la redondez de la olla se le va por los nervios del brazo hasta los hombros. “Está mal cocida”. La devuelve a Tzancarra Budure quien la deposita en donde estaba, la destruye con sus ojos que se incrustan en cada uno de los poros del barro bien cocido, el círculo de gallinazos aumenta, deja de ser un círculo para convertirse en una elipse irregular, de diversos niveles y velocidades; en la esquina de la mesa, casi en el aire, la muchacha erguida y un tanto regordeta sostiene un jarro proporcionalmente inmenso, su traje color hoja de caracucho, cintas azules en el pelo, el pie sobre la peana de losa, a su lado, un pájaro de pesado plumaje acerca su pico a un estanque ficticio en donde peces dibujados nadan, hacia el centro un ejército de ranas del mismo color miran ordenadas hacia algún lado, una legión de mariposas posadas en patas de alambre; bajo la mesa, Leonel guarda en cajas otras terracotas que no puede exhibir al mismo tiempo pues la superficie de la mesa es escasa para tantas piezas, ranas que sirven para cuñar las puertas, sostener las carpetas de macramé sobre las mesas de café, las carpetas de crochet sobre los radios; en alguna esquina la recua de las mulas que arrastran largueros se detiene para que sea descargada, los albañiles se han reunido a la espera para recatear, discutir las calidades y los precios. “Claro está que yo siempre puedo comprar lo mismo donde Roberto pero vengo siempre aquí por precios más favorables como es de esperarse y usted, sin embargo, cada día está más carero. Y si no, ¿cuánto vale esta jamba?”. Guayabas tamales ollas terneros begonias troncos cerdos imágenes aguatera pasiflora shantung bermellón gallinazo maíz azafrán chocolatera sendrujo hocico terracota perro mango tornillo clavo novena hombre sombrero / pencas / tunas guanábanas campanas alpargatas / zapatos / zapotes carretillas berenjenas / repollos / lechugas repollos lechugas berenjenas repollos lechugas berenjenas repollos lechugas berenjena repollos arracachas

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