Kitabı oku: «Argumentación y pragma-dialéctica», sayfa 3
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Notas
1 De ninguna manera pretendo decir que la tradición europea sea la única. De hecho, existen al menos otras tres tradiciones en teoría de la argumentación de gran importancia histórica: la hebrea, la india y la china. No sé gran cosa del asunto, pero al menos soy consciente de la existencia de literaturas considerables en el caso de estas tres tradiciones. El lector curioso puede, por ejemplo, consultar Jacobs (1984), Ganeri (2004), Kurtz (2011), para hacerse una idea.
2 Véase por ejemplo Ramírez Vidal (2014). Conviene aclarar que los dos poemas épicos de Homero no representan, como algunos despistados siguen creyendo, una etapa primitiva de la cultura griega; antes al contrario son el apogeo literario de la alta cultura micénica, cuya destrucción permitió el surgimiento de las varias culturas helénicas, dentro de las cuales destaca, como prima inter pares, la de Atenas.
3 En la vasta obra de Platón encontramos muchos vislumbres de lo que podríamos llamar los elementos y hasta el método de esta teoría. Por mencionar solamente algunos ejemplos, en muchos de sus diálogos asoman los rudimentos de una teoría de la definición y una teoría de la clasificación; en el Sofista nos deslumbra el primer análisis de la oración en sujeto y predicado; y tanto en la República como en la Carta VII nos topamos con una reflexión sobre el papel de las figuras y su combinación con el discurso verbal en la demostración matemática. Sin embargo, no podemos propiamente decir que haya un desarrollo sistemático en ninguna de las obras platónicas.
4 La didáctica de las matemáticas, que es una disciplina al menos vieja de un siglo, contiene sin duda elementos y métodos en dirección hacia una teoría de la argumentación en matemáticas; y otro tanto puede decirse de las ideas de Imre Lakatos (1963); pero el lector apreciará lo específico de intentar teorizar sobre la argumentación en matemáticas consultando, por ejemplo, los trabajos reunidos en Aberdein y Dove (2013).
5 El interés primordial de las diversas artes retóricas se alejaban completamente de la argumentación como tal y ponían el énfasis en cuestiones de estilo o bien en cuestiones heurísticas. El interés era siempre práctico: se trataba de dar con las ideas, temas, palabras, frases, pronunciaciones, silencios, posturas y gestos que la experiencia había mostrado que funcionan o fallan en el discurso público. Se trata de gigantescos y detallados catálogos que fueron y siguen siendo utilísimos para preparar y formar al orador; pero ninguna de ellos contiene una teoría de la argumentación. De hecho, ese interés práctico también ocupa un lugar muy importante en la historia de los matemáticos: desde antes de Pappus hasta después de Pólya (y pasando por Descartes y Leibniz) se detecta en este gremio una obsesión por formular una ars inueniendi con la que sea posible no ya verificar una demostración sino hallarla; y no en balde se ha dicho que la historia de las matemáticas es la historia de la invención de métodos. Todo eso es estupendo, pero tangencial a la argumentación como tal.
6 Cf. Murphy (1974: 104). Al igual que en el diálogo socrático, el punto de partida de la disputación es una pregunta; pero la forma en que se lleva a cabo la disputación es completamente diferente a la del diálogo. La marcha de una disputación, sus tipos y sus reglas se han descrito muchas veces (p.ej. en Mandonnet, 1918: 266-270; una descripción reciente, sucinta y clara en Weijers, 2007). Aunque vieja e incompleta, la historia del surgimiento y desarrollo del método escolástico de Grabmann (1909, 1911) sigue teniendo autoridad.
7 Uno de los mejores manuales es el de Laycock y Scales (1904; revisado y ampliado en O’Neill, Laycock & Scales, 1917). Vale la pena mencionar un hecho revelador: mientras que en en la Europa continental la retórica dejó de ocuparse de cuestiones de argumentación prácticamente desde el siglo XVII, esto no ocurrió en los países anglosajones. Así, puede verse que no hay solución de continuidad entre los manuales tradicionales de retórica y composición, por un lado, y los nuevos manuales de argumentación y debate que comienzan a proliferar desde la segunda mitad del siglo XIX, por otro lado (véase por ejemplo Lee, 1880).
8 El texto original de la disertación en holandés se publicó en 1982 bajo el título “Reglas para discusiones racionales: una contribución al análisis teórico de la argumentación en la solución de disputas” (Regels voor redelijke discussies: een bijdrage tot de theoretische analyse van argumentatie ter oplossing van geschillen, Dordrecht, Foris). La traducción al español, por Cristián Santibáñez, acompañada de una introducción substancial, se publicó hasta 2013 (Santiago de Chile, Universidad Diego Portales). Pero es la versión en inglés, hecha por los autores, la que tuvo impacto internacional.
9 Algunos lectores podrían pensar que soy injusto con las importantes tradiciones del pensamiento crítico y la lógica informal. Soy el primero que admira esas tradiciones, pero ni con la mejor voluntad veo en ellas nada que se parezca a una teoría, siquiera parcial, de la argumentación. La lógica formal es sin duda una teoría (o incluso dos: una teoría de la demostración y una teoría de los modelos), aunque no de la argumentación; la lógica informal por su parte trata de la argumentación, pero no teóricamente; en cuanto al critical thinking, se trata de una amalgama de elementos diversos, tanto formales como informales. Por su parte, Perelman y Olbrechts-Tyteca lo que lograron (y tiene mucho mérito) fue despertar el interés por los esquemas argumentales, un tema central aunque refractario a la teorización, algo así como el pariente pobre de la forma lógica. Finalmente, Toulmin lo que hizo fue crear un innovador e importante modelo alternativo general para los argumentos ordinarios. En ninguno de ellos, como tampoco en los demás autores que les precedieron y sucedieron nos encontramos todavía con una teoría de la argumentación. Este juicio se pretende puramente descriptivo, no valorativo; muchas cosas que no son teoría pueden tener un gran valor. Todavía podría pensarse que los enfoques formales acerca de la argumentación (Lorenzen, Hamblin, Barth, Hintikka) son ejemplos de teoría de la argumentación; pero cualquiera que se asome a ellos verá que el interés lógico priva sobre el propiamente argumentativo. Para no ser incompleto, cabría mencionar por último el trabajo de Anscombre y Ducrot (1983), del que diría que su teorización es altamente heterodoxa respecto del mainstream de la lingüística e infla el concepto de argumentación al grado de hacerlo prácticamente idéntico con el de comunicación, en una especie de reductio as absurdum, de la que en mi opinión la ha comenzado a rescatar la labor extraordinaria de Marraud (2013).
10 La pragma-dialéctica estándar cuenta además con un estupendo libro de texto (van Eemeren, Grootendorst & Snoeck Henkemans, 2002; tr. esp. 2006) y pronto habrá un tratamiento similar para la pragma-dialéctica extendida (van Eemeren, comunicación personal). En el cap. 22 de este libro el lector encontrará un breve comentario de los méritos del libro de texto mencionado.
11 De esta tercera capa en principio debe desprenderse una cuarta, de carácter pedagógico, en la que el punto es enseñar a los estudiantes a argumentar. Sobre esto véase la nota anterior. Los dos últimos capítulos de van Eemeren, Grootendorst y Snoeck Henkemans (2002) buscan capacitar a los lectores para producir y presentar sus propias argumentaciones sobre la base de la capacitación previa en la identificación, análisis y evaluación de argumentos. La presentación oral y escrita de argumentos serían así el tema final del programa pragma-dialéctico, al cual solamente se podrá hacer justicia según surjan resultados sólidos de la investigación empírica y aplicada.
12 Huelga decir que Platón probablemente habría objetado a ciertos aspectos de la doctrina aristotélica; pero nadie hasta ahora ha propuesto una versión alternativa que haga justicia a las peculiaridades de la visión platónica y satisfaga a los eruditos. Igualmente podemos decir que la disputatio en general, y la disputatio de obligationibus en particular, carecen de uno u otro de los elementos enlistados arriba. En cuanto al debate parlamentario y el escolar derivado de este, podemos decir que los manuales al uso utilizan alguna versión más o menos híbrida e incompleta del modelo tradicional de las falacias; y las propuestas que en su momento hicieran Bentham (1816, 1824) y después Mill (1843, lib. V) y Pareto (1916), no han sido nunca incorporadas a una teoría de la manipulación política. Desde Hamblin (1970) ha quedado claro que las falacias, motor primero de cualquier teoría de la argumentación, son el talón de Aquiles de prácticamente cualquier propuesta teórica que se haga (cf. Bermejo-Luque, 2014). Sobre el tema de las falacias y los intentos de teorizar acerca de ellas contamos ahora con un estudio histórico de gran elegancia y profundidad en Vega Reñón (2013).
Notas preliminares
Nota a la traducción
El inglés de van Eemeren es excepcionalmente claro, sencillo y directo. Es claro que no tiene ninguna pretensión literaria, lo cual es en más de un sentido digno de agradecimiento. El autor recurre con cierta frecuencia a repeticiones de tal o cual aspecto, a menudo elemental, de su teoría de la argumentación. Esto ofenderá el sentido estilístico de algunos y pondrá a prueba la paciencia de otros. Por mi parte, considero que van Eemeren tiene siempre dos razones para hacerlo que son ambas muy respetables. Una, y probablemente la principal, es que prefiere repetir de más a correr el riesgo de perder a su lector. Por ello, a quien considere que ya entiende suficientemente el punto de que se trata y no necesita que se le reitere yo le invito a que sobrevuele el pasaje sin detenerse en detalles conocidos. La segunda razón, de particular importancia en artículos publicados en revistas diferentes, es la de mantener la coherencia del texto. En cada artículo se trata naturalmente de algún aspecto diferente de la teoría, pero al autor le importaba que se viera con claridad su vínculo con otros más elementales y lógicamente anteriores.
Dada la complejidad de la teoría, van Eemeren ocasionalmente utiliza oraciones largas y con una estructura sintáctica compleja, en las que el número de sintagmas y cláusulas incrustadas supera al usual. Sin embargo, nunca lo hace cuando no es necesario y muy rara vez resultan tales oraciones obscuras. En todos los casos que lo parecieron, le propuse interpretaciones alternativas al autor, a quien agradezco su amabilidad y su paciencia aparentemente sin límites. El texto en español contiene en ese sentido ciertas mejoras respecto del original, todas ellas aprobadas por van Eemeren. En algunos casos, sobre todo pensando en los principiantes, se optó por añadir notas a la traducción, aclarando tal o cual término o principio, pero nunca sin obtener el consentimiento del autor. Todas las notas del traductor están contenidas entre corchetes; y cuando son largas van acompañadas de la leyenda “nota del traductor”, para que no quede duda.
Por otra parte, el vocabulario que van Eemeren utiliza es chico y se percibe siempre un esfuerzo por no alejarse demasiado del habla cotidiana. El uso de sinónimos es parco, como debe ser en toda obra con pretensión científica. Teniendo en cuento lo intrincado de la teoría, puede decirse que los términos técnicos son relativamente pocos y siempre se aclaran suficientemente, al menos para los propósitos expresos de la exposición. Sin duda, habrá casos en que un filósofo hubiese querido que se abundase y discutiese más por lo menudo; pero si se considera que en materia de conceptos nunca un filósofo ha logrado contentar por mucho tiempo a sus pares y colegas, el hecho de que haya términos cuya definición o aclaración en pragma-dialéctica (por ejemplo, el término “proposición”) no satisface requerimientos de este gremio no debería sorprendernos ni alarmarnos ni quitarnos el sueño.
Con todo, conviene hacer algunas aclaraciones sobre ciertos términos a cuya traducción se pudieran plantear objeciones. Es bien sabido que nadie está completamente de acuerdo con ninguna traducción, y las discusiones sobre este tema son interminables y con frecuencia conducentes a mal humor. Sin embargo, quisiera justificar al menos los casos que tienen que ver con los dos términos más básicos de una teoría de la argumentación. Se entiende que cuando alguien argumenta lo hace a favor de algo. Eso a favor de lo que se argumenta lo llama van Eemeren, con una palabra inglesa de todos los días, standpoint. Aunque se puede argüir que palabras españolas como “posición” o “tesis” (que es en griego lo que “posición” en español) son las que deberían traducir aquella inglesa, me he resistido a ello por tres razones.
Las dos primeras son puramente convencionales. Una es que van Eemeren hubiera perfectamente podido emplear palabras como position o thesis, de que se dispone tanto en inglés como en español. Si decidió no hacerlo, toca al traductor respetar esa decisión. La otra es que en último término la palabra inglesa standpoint se traduce directa y naturalmente como “punto de vista”.
Mi tercera razón es más substantiva. La palabra griega “tesis” (al igual que la palabra “posición” que la latiniza) están demasiado cercanas a la idea de aserto o afirmación, y van Eemeren insiste en que disputamos a veces sobre juicios de valor o propuestas prácticas (por ejemplo, consejos o exhortaciones), las cuales no son afirmaciones, o al menos se puede argumentar y de hecho se ha argumentado que no lo son. Si alguien dice: “Creo que deberíamos discutirlo antes de tomar una decisión”, esto dista mucho de ser un ejemplo prototípico de lo que ordinariamente llamamos una tesis en español. Además, y dependiendo del tipo de discusión, lo que está en disputa puede ser algo muy firme y claro (una tesis en sentido estricto) o algo mucho más vago e impreciso; lo cual es harto frecuente en muchas discusiones informales, si no incluso en la mayoría de ellas, y no es tan rara en las formales como sus participantes quisieran creer. Parte del problema al que se enfrenta la pragma-dialéctica, y en todo rigor cualquier intento de producir una teoría general de la argumentación, es que las personas que discuten con frecuencia no tienen del todo claro lo que quieren decir, cuál es el alcance de sus afirmaciones o cuál pregunta —si es que alguna— están tratando de responder. En ese sentido pienso que la frase “punto de vista” (al igual que standpoint en inglés) tiene la vaguedad requerida por los hechos observables.
Esto se ve reforzado si consideramos que en pragma-dialéctica, la argumentación arranca no del hecho de que alguien, el proponente, declare un punto de vista, sino de que haya al menos otra persona que no lo comparta, sea por tener ella un punto de vista propio diferente e incompatible, sea por no tener ninguno, incluyendo el del proponente. A este hecho lo llama van Eemeren, utilizando otra vez una expresión de todos los días, difference of opinion (ocasionalmente disagreement). Esta frase sólo puede traducirse como “diferencia de opinión”; y he aquí que, siendo opinion y standpoint en gran medida intercambiables en el habla ordinaria, resulta aun más problemático traducir opinion por “posición”, ya no se diga por “tesis”. En cambio, “opinión” y “punto de vista” parecen usarse de manera muy similar.
Es sabido, por otro lado, que van Eemeren clasifica las diferencias de opinión de acuerdo con dos criterios. Si la diferencia versa sobre una sola opinión, entonces van Eemeren dice que es single, y si versa sobre más de una opinión, entonces la llama multiple. Esta distinción se ha traducido hasta ahora mediante los adjetivos “única” y “múltiple”; y en este libro también se traduce así. En cambio, si la diferencia es tal que tanto el proponente como el oponente sostienen opiniones encontradas, cada uno la suya, entonces van Eemeren dice que es mixed; y la llama non-mixed cuando el oponente no tiene una opinión propia sobre el asunto, sino que simplemente declara que no comparte la que el proponente ha expresado. Aquí se ha establecido en las traducciones al español la oposición entre “mixta” y “no mixta” (o “no-mixta”); y por esa razón la sigo, si bien es probable que “bilateral” (o incluso “multilateral” para discusiones con más de dos interlocutores) en oposición a “unilateral” podrían ser términos que expresan mejor la idea que se tiene en mente.
Ahora bien: si standpoint indica aquello a favor de lo cual alguien argumenta, tenemos que para la argumentación misma hay una serie de palabras y frases que conviene comentar, así sea brevemente. En primer lugar tenemos las palabras argument y argumentation, las cuales deben traducirse, respectivamente, como “argumento” y “argumentación”. En general, hay una presunción de que la segunda designa el acto de argumentar, mientras que la primera el producto de ese acto. Creo que van Eemeren es bastante consistente en su uso; pero, si el lector pensase que en algún punto no lo fuera, no es el papel del traductor ocultar el hecho.
Más complicado es el problema de traducir frases formadas por un substantivo modificado sea por una de estas dos palabras, sea por el adjetivo argumentative. Parto de que este último es un derivado de argumentation, de forma que el adjetivo “argumentativo” está asociado al substantivo “argumentación”. De esa manera, argumentation structure y argumentation stage son paralelas a argumentative move, y aunque traduzco las dos primeras como “estructura de la argumentación” y “etapa de la argumentación”, mientras que traduzco la tercera como “jugada argumentativa”, las tres pertenecen al mismo nivel: el del acto de argumentar. Una jugada argumentativa es, en efecto, una jugada hecha dentro de una argumentación.
En cambio, la frase argument scheme la traduzco por “esquema argumental”, utilizando un adjetivo aún no completamente asentado en el uso de nuestra lengua, pero que resulta fácil asociar al substantivo “argumento”, de manera análoga a como el adjetivo “argumentativo” queda asociado al substantivo “argumentación”. Y es que los esquemas argumentales son algo así como el pariente pobre de las formas lógicas. Son el intento propio a la teoría de la argumentación (o a la lógica informal o incluso al pensamiento crítico) de encontrar algun aspecto formal, esquemático o estructural que sea relevante para juzgar de la validez o corrección de un argumento.
Hasta aquí, los términos elementales de la pragma-dialéctica. Se podrían comentar muchas otras decisiones que tomé a la hora de traducir, pero sería un ejercicio demasiado largo y tedioso. Sólo espero haber logrado un texto inteligible para el lector común y sobre todo para el estudiante que empieza a conocer esta teoría y a quien se le dificulta consultar los originales.