Kitabı oku: «Vivir de oído», sayfa 5
Pero seguir durmiendo sería dimitir
Si levanto mis huesos de repente,
darían un concierto de percusión interna.
La luz se filtra
como quien sorbe un líquido
o solfea dudando.
No es fuerza lo que trae el nuevo sol:
arrastra los resfríos de la noche,
el miedo en las mochilas escolares.
Amanecer es mal infinitivo.
Una cama propia
Cuando me hago la cama,
mientras tenso los ángulos,
algo suma sentido.
La mano que se gana su reposo.
La espalda que se dobla en propio nombre.
Si no se hace la cama,
¿un hombre cómo piensa?
¿Dormitarán más tiempo sus axiomas?
En un rincón del cuarto
Sor Juana me vigila en camisón.
Inventos a los que llegamos tarde
No conoció mi madre
las máquinas que espuman fácilmente
con cada despertar.
Soy pensado por ella
al servirme una taza de mañana.
Como si ahí, desde las venas,
mi madre cafeína
celebrase en voz negra los inventos
a los que llegó tarde.
Visiones de un intruso
Debe haber un error,
te juro que veía,
lo real se afilaba,
su carne era matiz
y los colores daban brincos de conejo.
Son los ojos de otro, no los míos.
Sólo veo visiones de un intruso.
Mínimas miserias de la puntería
Este insecto es el héroe
de alguna resistencia.
Revolotea en torno
a mi mano enemiga
y esquiva cada intento
de interrumpir sus tenues digresiones.
Como no soy capaz, más bien lo admiro.
¿La admiración
combate esa impotencia
o la confirma?
¿Mi compasión es fruto
de la falta de acierto?
El insecto me deja
su autógrafo en el aire
con un leve zumbido de epigrama.