Kitabı oku: «Historia contemporánea de América», sayfa 5
— (coord.) (1993b): Democracia emergente en Centroamérica, México D. F., unam.
Vilaseca Requena, J. (1994): Los esfuerzos de Sísifo. La integración económica en América Latina y el Caribe, Madrid, Libros de la Catarata.
Villalobos, S. et al. (1995): Historia de Chile, t. 4, Santiago de Chile, Editorial Universitaria.
Vio Grossi, F. (1990): Resistencia campesina en Chile y en México, Santiago de Chile, ceaal.
Vives, P. A. (1985): La América de la opulencia, Madrid, Cuadernos Historia 16.
— (1987): Pancho Villa, Madrid, Historia 16 / Sociedad Estatal para el Quinto Centenario.
Vogel, H. y Van den Doel, H. W. (1992): Holanda y América, Madrid, Mapfre.
Watts, D. (1992): Las Indias Occidentales. Modalidades de desarrollo, cultura y cambio medioambiental desde 1492, Madrid, Alianza.
Williams, J. H. (1976): The Rise and Fall of the Paraguayan Republic, Austin, Institute of Latin American Studies.
Wolf, E. (1972): Las luchas campesinas del siglo xx, Madrid, Siglo XXI.
Womack, J. (1969): Zapata y la Revolución mexicana, México D. F., Siglo XXI.
— (1992): «La Revolución mexicana, 1910-1920», en L. Bethell (ed.): Historia de América Latina. 9. México, América Central y el Caribe, Barcelona, Crítica.
Worsley, P. (1970): «El concepto de populismo», en G. Ionescu y E. Gellner: Populismo. Sus significados y características nacionales, Buenos Aires, Amorrortu.
Zaid, Gabriel (1994): «Chiapas: la guerrilla posmoderna», Claves de Razón Práctica, 44.
Zimmerman, E. (1995): Los liberales reformistas. La cuestión social en la Argentina, 1890-1916, Buenos Aires, Sudamericana / Universidad de San An- drés.
Zinn, H. (1997): La otra historia de los Estados Unidos, Hondarribia, Argitaletxe Hiru.
Zorgbibe, Ch. (1997): Historia de las relaciones internacionales. 1. De la Eu- ropa de Bismarck hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, Madrid, Alianza.
1. Los procesos de las diversas independencias americanas
La historia contemporánea de América comienza con las diversas emancipaciones político-administrativas de las colonias respecto de sus metrópolis europeas. La independencia norteamericana fue el primero de estos episodios que, dada su fecundidad y su significación política e institucional, incluso ha permitido a una amplia corriente historiográfica situarla como punto de partida de la historia contemporánea universal. Después se produjeron las emancipaciones de la colonia francesa de Haití, la portuguesa de Brasil y la de las colonias continentales españolas. El conflicto no ha terminado todavía de forma completa y las emancipaciones más recientes, las de décadas pasadas, forman parte de los últimos episodios del proceso. Pese a esto, justo es decir que, más allá de la permanencia de pequeños enclaves coloniales heredados del viejo imperialismo, ya en 1825 la mayoría del territorio americano era un conjunto de estados independientes.
Las primeras independencias se produjeron durante un período histórico largo, de más de cincuenta años, con varios factores que fueron sumándose. Entre éstos es necesario destacar la articulación de la sociedad colonial, el reformismo metropolitano y las resistencias de los colonos, los enfrentamientos internacionales y sus repercusiones en las colonias, las coyunturas y los intereses económicos...
Hubo importantes diferencias en cada una de las emancipaciones, teniendo en cuenta las características propias de cada colonia y la política de las metrópolis que las habían originado durante la Edad Moderna. Las colonias británicas crecieron como refugio de los discrepantes con el régimen político inglés. Las latinas lo hicieron con el fin de dar mayor gloria y recursos económicos a la Corona. En las colonias británicas no se toleró el mestizaje ni la convivencia con los indios, mientras que en las latinas sí. Paralelamente, éstas eran principalmente católicas, mientras que las inglesas no (Abellán, 1971).
A pesar de sus diferencias, en la segunda mitad del siglo xviii, tras la guerra de los Siete Años, las metrópolis coincidieron en la necesidad de efectuar reformas para adaptar a los nuevos tiempos las relaciones entre ellas y las colonias, sobre todo reformas fiscales y administrativas. Estas reformas motivaron numerosas protestas en los territorios de ultramar que, en el caso de las colonias inglesas, condujeron a la independencia de los trece territorios continentales de Norteamérica. Hay que tener presente que estos colonos tenían algunas instituciones formadas, como las asambleas coloniales, por los vecinos más notables, con una autonomía que no tenían sus homólogos de las colonias latinoamericanas.
En los procesos de independencia también influyeron las rivalidades imperiales de las metrópolis y las de las propias colonias que, en el caso de las españolas, llegaron hasta enfrentamientos internos por la jurisdicción de determinados territorios. El papel de las metrópolis francesa y española fue esencial para la independencia de las Trece Colonias británicas de Norteamérica. Igualmente, el papel de los ingleses fue importante para la ruptura del monopolio comercial español y para las emancipaciones de las colonias latinoamericanas.
Las motivaciones más inmediatas que aceleraron las independencias también fueron diferentes. La creación de Estados Unidos fue la respuesta de los colonos contra el despotismo metropolitano (Adams, 1980). Las repúblicas hispanoamericanas fueron, en última instancia, la contestación de los criollos para superar –en el contexto de las repercusiones de las llamadas reformas borbónicas– la orfandad motivada por la abdicación de Carlos IV y Fernando VII, en 1808, y su negativa a aceptar, por una parte, la autoridad de la monarquía de los Bonaparte y, por otra, la del Parlamento liberal español. Entre 1809 y 1825 el proceso evolucionó de acuerdo con la progresiva incapacidad de Fernando VII y de la metrópoli para controlar el destino de sus colonias a raíz de los efectos de las reformas de Carlos III y, posteriormente, del hecho de que España hubiera perdido el poder naval y, como consecuencia, el control del tráfico marítimo con las Indias. El imperio de Brasil fue la solución adoptada por el heredero de la Corona portuguesa e hijo del rey ante las exigencias de los liberales de la metrópoli y de las aspiraciones de los propios colonos, quienes le mostraron su lealtad. Haití fue, en buena medida, el resultado de las repercusiones en la isla caribeña de la Revolución francesa (Halperín Donghi, 1990).
El resultado de las emancipaciones tampoco fue el mismo para todas las colonias. Los Estados Unidos de Norteamérica, Haití y el imperio de Brasil conservaron la unidad de su antiguo territorio colonial, y sobre todo Estados Unidos se expandió con la conquista de nuevos territorios. En Hispanoamérica, la supuesta unidad territorial de la antigua colonia se deshizo. Cada virreinato, cada capitanía general e, incluso, las presidencias de audiencia generaron estados diferentes y divergencias que, en algunos casos, se rompieron todavía más con nuevas repúblicas delimitadas por la frontera de las viejas intendencias. A la mística disgregadora del Imperio español es necesario unir el problema racial y de relaciones de poder entre criollos, mestizos, negros e indios.
Con respecto a los sistemas políticos, una serie de principios abstractos elaborados por los filósofos podían plasmarse en instituciones reales que articulaban a la sociedad. Así lo hicieron las Trece Colonias norteamericanas, que llegaron a generar una república federal presidencialista. Los brasileños se organizaron como imperio constitucional con el monarca heredero de la dinastía portuguesa de los Braganza. Los haitianos se debatieron entre la república y el Imperio, igual que habían hecho los metropolitanos en Francia. En las ex colonias hispánicas hubo de todo, desde el breve imperio de Agustín I en México hasta la dictadura perpetua de José Gaspar Rodríguez de Francia en Paraguay, pero principalmente proliferaron las repúblicas más o menos inestables. Esencialmente los criollos de estos nuevos estados hispanoamericanos mostraron, durante las primeras décadas de vida independiente, la fachada de la política liberal, pero se constituyeron con regímenes militarizados de signo caudillista.
1.1 De las Trece Colonias al Estado nacional: Estados Unidos
América del Norte había sido colonizada principalmente por franceses, ingleses y españoles que avanzaron desde las riberas del océano Atlántico y del mar Caribe hacia el interior. Los franceses penetraron en Canadá y Louisiana e hicieron exploraciones desde el Mississippi hasta las Rocosas. Los ingleses se establecieron en la bahía de Hudson y crearon colonias a lo largo de la costa atlántica, de norte a sur, hasta el campo misionero español de La Florida, donde se planteó un prolongado problema de límites con las colonias españolas desde la creación de la colonia inglesa de Georgia hacia 1730. Los principales conflictos de frontera entre franceses e ingleses se produjeron al norte y al oeste de las colonias inglesas. Otra potencia imperial con intereses en América septentrional fue Rusia, que exploró las costas de Alaska de norte a sur.
La victoria británica en la guerra de los Siete Años (1756-1763) contra franceses y españoles tuvo como consecuencia que los ingleses adquirieran los enormes territorios canadienses y la cuenca del río Mississippi, así como Ohio y La Florida, una ampliación ratificada con la paz firmada en París en 1763. Los españoles fueron compensados con Louisiana. Después de la conquista, el gobierno de la entonces nueva colonia británica del Quebec fue encargado a un gobernador real con la misión principal de someter a los colonos franceses y a los indios, además de regular el reparto de los colonos procedentes de Nueva Inglaterra y Nueva York, asentados principalmente en Nueva Escocia junto con alemanes e irlandeses (Jones, 1996). Una década después, el Gobierno británico dictó el Acta del Quebec (1774) para establecer claramente las fronteras de la nueva colonia y regular su gobierno. Sus fronteras fueron hacia el oeste –Ohio y Mississippi–, y al frente de la colonia se colocó un gobernador militar fuerte sin asamblea representativa y que tuvo, sin embargo, un Consejo constituido por protestantes y católicos en igualdad de condiciones. Se adoptó el francés como lengua oficial y también el derecho civil de la antigua metrópoli francesa. A diferencia de las viejas Trece Colonias inglesas, donde el Gobierno de la metrópoli británica fracasó en su propósito de fortalecer el poder imperial mediante la expansión del estatuto de colonias reales, en las tierras de Canadá sí que se consiguió establecer este fuerte control imperial mediante la mencionada Acta del Quebec (Ciudad et al., 1992).
Las Trece Colonias de referencia eran Massachusetts, Connecticut, New Hampshire, Rhode Island, Nueva Jersey, Nueva York, Delaware, Pennsylvania, Virginia, Maryland, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia. En su origen, la fundación de las viejas colonias británicas fue encomendada a particulares pero, como consecuencia de la importancia que fueron adquiriendo estos territorios, el Gobierno de la metrópoli se propuso fortalecer el poder imperial con la expansión del estatuto de colonias reales a aquellas que lo aceptaron o a las que se lo pudo imponer. El estatuto de colonia real implicaba una mayor sujeción a la Corona, que así nombraba al gobernador y a otros cargos. El gobernador protegía los intereses imperiales y su poder sólo estaba limitado por las asambleas que controlaban los presupuestos. Poco antes de iniciarse el proceso de la independencia, existían tres tipos de colonias: las de propietarios con motivo de una concesión real, las corporativas y las reales. El crecimiento de éstas últimas fue espectacular a mediados de siglo xviii, como consecuencia del reformismo desarrollado desde la metrópoli para controlar mejor a las colonias. Nueve de las Trece Colonias eran reales, solamente Maryland y Pennsylvania conservaban su dependencia de los propietarios, y Rhode Island y Connecticut su estatuto corporativo.
Desde la anexión de Portugal a la Corona de Felipe II (1580), Inglaterra se sintió acosada por España y por el papa. En los círculos de negocios ingleses se hace evidente la necesidad de luchar contra el monopolio comercial español, al mismo tiempo que gana posiciones el interés por establecer colonias. El representante más cualificado de esta corriente será sir Walter Raleigh, quien fundará Virginia y realizará unos cuantos viajes a Centroamérica con objetivos comerciales. Al volver a la metrópoli, en 1618, será ejecutado por influencia del embajador español, el conde de Gondomar.
La colonización fue modesta, en tanto no se redujo el poder de España (guerra de los Treinta Años) y se consolidó la Revolución inglesa de Cromwell. La autonomía colonial, sin embargo, fue amplia (Degler, 1986). Se trata, en su origen y como ya hemos dicho, de una colonización privada, desatendida por la Corona. De hecho, Nueva Inglaterra es una colonia fundada en 1620 por puritanos que pretenden una reforma moral, que han sido perseguidos en Inglaterra pero no han querido acercarse a España. Fletaron un barco, el May Flower, en el cual embarcarán los «padres peregrinos», que la mitología yanqui considera los Padres de la Patria.
1.1.1 La consolidación del sistema colonial inglés
Las colonias de la primera mitad del siglo xvii tenían escasa importancia y era problemática su viabilidad de futuro. Los focos de la colonización fueron: Nueva Inglaterra, Virginia, Maryland y las Pequeñas Antillas. Nueva Inglaterra será una colonia puritana en tierra pobre, caracterizada por su intransigencia religiosa. La Compañía controla la colonia y los colonos reciben tierras, pero el hecho de que sean poco rentables hará que la Compañía se desentienda. Surge una comunidad de colonos que cederá tierras a los nuevos que llegan. Con el tiempo se formará un tipo de oligarquía de terratenientes que sólo cederá tierras nuevas a cambio de pago o de servicios. Los recién llegados se comprometían a servir a un propietario durante cuatro años, tras los cuales se les daba una parcela. Virginia empezó a existir después de la concesión de los derechos de la vieja colonia de Raleigh a una Compañía de Londres. En principio trataba de encontrar oro; más tarde, de asentar colonos que trabajaban para la Compañía. Finalmente, el rey Jacobo I la convirtió en colonia real. Maryland fue una concesión de Carlos I de Inglaterra al católico lord Baltimore, quien pretendía instalar colonos dentro del más puro estilo feudal. La revolución de 1640 mató a Carlos I y el proceso fue abortado. Las rentas habían caído mucho en vísperas de la revolución, alcanzando una cifra de más de 37.000 libras, de las que, a pesar de todo, sólo se cobraban la mitad. En cambio se había formado una gran propiedad tras el acaparamiento de tierras por parte de los antiguos colonos, aun cuando lo que se había hecho era reproducir la economía campesina, lo cual supuso que el resultado económico no fuera demasiado interesante. La prosperidad de estas colonias vendrá ligada a la de las Antillas británicas y a la introducción del tabaco, el cual disfrutará de un gran mercado en Europa. Asimismo, se expandirá el azúcar en Barbados y, después, el té y el café.
Estos cambios van a producir otros. La producción de azúcar era más costosa que el policultivo y, además, necesitaba grandes extensiones de terreno. Aparece así el latifundio, mediante la compra que los mejor situados económicamente hacen de las tierras de aquellos menos favorecidos que emigran a otros lugares. Se necesitaba una capacidad financiera para poner en marcha el ingenio azucarero y también se necesitaba una gran cantidad de mano de obra, que en ningún caso se podía cubrir con los pocos europeos que había. La solución fue la esclavitud, la importación de esclavos, lo que no hizo sino agudizar el proceso latifundista.
Quienes han vendido sus propiedades ven cómo las tierras hasta entonces conocidas están prácticamente saturadas. Ellos y los recién llegados de Europa empezarán a ocupar toda la franja costera de los actuales Estados Unidos, llenando el vacío entre Maryland y Nueva Inglaterra. Así, surgirán colonias como Nueva York, Nueva Jersey, Pennsylvania y New Hampshire. Estas tierras serán eminentemente cerealícolas y trabajadas por campesinos de clase media. Mientras tanto, la Corona inglesa queda bastante al margen, muy preocupada por su propia revolución. Cuando se dé cuenta, se encontrará con una situación radicalmente distinta de la del control ejercido por España sobre sus colonias desde las reformas de Carlos III.
El sistema colonial inglés tiene su zona más interesante, desde el punto de vista económico, en las Antillas. La metrópoli, después de Cromwell, se regula por el mercantilismo, resaltando cada vez más la importancia de las mercancías por ellas mismas. El objetivo será conseguir un saldo favorable para las colonias, saldo que los de ultramar tendrán que cubrir en metálico. Progresivamente se insiste en que las colonias también tienen que remitir bienes o productos manufacturados, ya que así bajarán los precios en la metrópoli, lo cual permitirá mantener unos salarios bajos. Ésta, sin embargo, sería la teoría, puesto que los obreros ingleses no consumirán grandes cantidades de azúcar, té o tabaco. La realidad es que los ingleses se aseguran la distribución de estos productos en Europa, lo que originará, desde 1660, una gran acumulación de capital. Así, la complementariedad del sistema dependía de los productos coloniales, lo que permite que podamos dividir las colonias en tres grupos en función de su actividad económica:
a) Las Antillas, donde las plantaciones se dan desde el principio, lo que permite producir azúcar para la exportación. Con este azúcar se puede pagar todo lo que es necesario importar de la metrópoli (manufacturas). Presenta, pues, el mayor grado de complementariedad con el sistema inglés.
b) El sur de América del Norte, con plantaciones de tabaco y otros. Hasta la independencia subsistirá una economía campesina tradicional y, aunque se ha introducido el algodón, el grado de complementariedad será menor, puesto que la balanza comercial es bastante desfavorable para la colonia.
c) Las colonias del norte, con una economía basada en el cereal o en el autoconsumo, sin nada que ver con las grandes plantaciones. Tenían que importar las manufacturas de Inglaterra y disponían de muy poco para exportar, sólo madera para la construcción naval inglesa. Esto permitirá la aparición de sistemas compensatorios. Exportarán trigo hacia la América española.
Evidentemente, una parte del sistema colonial inglés subsistirá al margen de las relaciones bilaterales con Inglaterra. En 1776, un informe de B. Franklin dirá que Pennsylvania cubre el 90 % del coste de sus importaciones gracias a lo que exporta a otras zonas americanas. Por ejemplo, produce trigo para Connecticut o Massachusetts, tierras pobres que empiezan a implantar actividades manufactureras. No obstante, la metrópoli empezará a poner trabas ya desde el siglo xvii: en 1699 prohíbe la elaboración de textiles y, en 1750, la de metales. No obstante, las colonias harán boicot a los productos ingleses el cual, además de ser muy eficaz, demostrará que pueden autoabastecerse. La metrópoli no intentará una solución de fuerza por varias razones: una, porque sabe que será un enfrentamiento total; y otra, porque el control que ha logrado sobre la economía mundial le permite no depender imperiosamente de sus colonias (Jones, 1996).
Paralelamente, las colonias tampoco querrán enfrentarse a la metrópoli, y esto porque son conscientes de una serie de ventajas. Por una parte, les asegura un mercado para los productos de plantación; por otra, subvenciona determinados productos como la madera; y, en tercer lugar, es cierto que el transporte maritime y la distribución también reportan beneficios para las colonias, puesto que desde Cromwell sólo los navíos ingleses son admitidos en los puertos británicos.
Además, hay motivos políticos y militares, como son la presión de los franceses en el noroeste, que reclaman unos territorios que podrían ahogar a las colonias inglesas, y las malas relaciones con los indígenas del oeste, que controlan unos territorios vitales para la expansión agrícola y que son aliados de los franceses. La existencia de estos peligros influyó en la organización de las colonias, tanto dándoles cohesión como reforzándolas militarmente.
En la guerra de los Siete Años, que significó la desaparición de Nueva Francia, los colonos hicieron una lucha autónoma y popular, absolutamente apoyada por la opinión pública. La paz de París, en 1763, supuso el fin del poder francés, así como el inicio de los problemas con la metrópoli, puesto que el azúcar de las Antillas inglesas empieza a tener problemas por el agotamiento de las tierras y por el absentismo de los terratenientes, y las colonias americanas vendían y compraban mercancías en las Antillas francesas. Por eso es por lo que una de las disposiciones de la metrópoli para las colonias fue la Proclamation Act, según la cual las colonias no podían extenderse más. Las monarquías borbónicas, España y Francia, habían firmado un pacto de familia contra Inglaterra. Sin embargo, la guerra de los Siete Años significó la derrota de los dos países; concretamente España perdió La Florida y recibió Louisiana, no conquistó Portugal ni recuperó Gibraltar; los ingleses entraron en Montevideo y en La Habana. A pesar de todo, a Inglaterra también le costó cara la partida y, como consideraba que la guerra se había producido por defender a sus colonias, entendió que eran éstas quienes tenían que pagar la factura.
1.1.2 El proceso de independencia
Se trata de un proceso largo en el cual podemos ver dos fases: la primera, desde la paz de París (1763) a la matanza de Boston (1770), y la segunda, desde 1770 a 1776 (Declaración de Independencia, tras una guerra interna desde 1775) (Nevins et al., 1994).
La paz de París significa, además de la derrota de España y Francia, la victoria de los colonos de América del Norte, al ser eliminada la amenaza francesa. La metrópoli empieza a pasar facturas y, además de la Proclamation Act, impone la compra de azúcar antillano a las colonias del norte, azúcar que ha perdido competitividad, cuando los colonos están comprándolo más barato a los franceses.
Otras medidas de la metrópoli serán la lucha contra el contrabando, es decir, todo el comercio que, desde el punto de vista británico, se considera ilícito; la Stamp Act o Ley del Timbre, por la cual todo documento público se tiene que hacer en papel oficial; la Quartering Act o Ley de los Cuarteles, que establece un ejército de cien mil hombres que tendrá que ser pagado por los colonos; las Leyes de Towshend, que no eran más que impuestos sobre el consumo de productos como el azúcar, el té y otros. Ante esto se produce una moderada reacción de los colonos, aunque no coincide exactamente con el deseo de independencia. Destacan hombres como Dickinson, Franklin y Sam Adams. El primero critica todas las medidas porque perjudican a los colonos; el segundo avisa que, al venir las disposiciones de Londres, si no se paga será necesario enfrentarse con la metrópoli; Adams es partidario de no pagar si no hay una representación de los colonos para hacer oír su voz en el Parlamento inglés: «ninguna contribución sin representación» (Adams, 1980).
Sin embargo, no todas las protestas son tan refinadas y no todos escriben libros. Existen los llamados Comités de Correspondencia, que se limitan a provocar a los ingleses y a organizar disturbios. Se trata de sectores más populares que, en ocasiones, ponen en dificultades a los dirigentes de la sociedad colonial.
El primer ministro North, que había sustituido a Pitt en 1770, concedió el monopolio de la venta de té a la Compañía de las Indias Orientales, lo cual significaba que todo el té consumido por los norteamericanos, incluido el comprado al por menor, tenía que ser vendido por esta compañía. Éste fue el motivo del Boston Tea Party (cincuenta americanos disfrazados de indios destruyeron todo el té almacenado en el puerto de Boston, en diciembre de 1773), que sería contestado por Londres con las que se conocerán como las Leyes Intolerables, es decir: autorizó el alojamiento de tropas británicas en casas particulares de americanos; clausuró el puerto de Boston hasta que se recogiera en metálico una cantidad igual a la de las pérdidas ocasionadas y se aceptara pagar los impuestos; los responsables serían juzgados en Londres; el Canadá francés se unía al Canadá inglés, dejando de formar parte de Nueva Inglaterra; y, finalmente, la disolución de la Asamblea y el cambio de la Constitución de Massachussets.
Ante estas medidas, la oposición anticolonial se unificará en un Congreso, el primero de Filadelfia, en el cual se aprobará la Declaración de los Derechos de los Colonos, se creará una comisión de seguimiento de los acontecimientos y se decretará el boicot a los productos ingleses, lo cual supondrá la autosuficiencia.
La reacción inglesa al Primer Congreso será inmediata: las colonias serán declaradas en rebeldía, al mismo tiempo que se envía a un ejército de mercenarios alemanes para reforzar la guarnición inglesa. En 1775 se convocará el Segundo Congreso, todavía con posiciones conciliadoras. Aunque no se rechazan soluciones de vinculación con la Corona (parecidas a lo que después sería la Commonwealth), los acontecimientos se aceleran y un incidente en Lexington marcará el inicio de la guerra. Una escaramuza entre británicos y campesinos patriotas norteamericanos, que tuvo lugar en la primavera de 1775, en la cual murieron ocho americanos, es considerada como el comienzo de la revolución. Se cuenta que Sam Adams, al escuchar los disparos, exclamó una frase que, cierta o leyenda, se incorporó a la mitología norteamericana: «¡Qué gloriosa es esta mañana!» (Nevins et al., 1994).
En 1776, el Tercer Congreso de Filadelfia impondrá la emancipación, encargándose Thomas Jefferson de la redacción de la Declaración de Independencia:
Consideramos evidentes las siguientes verdades: que todos los hombres fueron creados iguales; que su Creador los ha dotado de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están los de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Que, para garantizar estos derechos, se han instituido Gobiernos entre los hombres, y su poder jurídico deriva de la aprobación de los gobernados; que cada vez que alguna forma de gobierno impide la realización de estos fines, el pueblo está en su derecho de alterarlo o suprimirlo y de instituir un nuevo Gobierno, poniendo sus fundamentos en tales principios y organizando sus poderes de la forma que les parezca más conveniente para la consecución de su seguridad y su felicidad. (Nevins et al., 1994)
Interesa resaltar, como dice W. P. Adams (1980), que no fueron móviles democrático-radicales ni proyectos de reforma social los que impulsaron a la élite política a manifestarse de este modo en 1776, a decantarse tan claramente por la igualdad entre los hombres y el pleno derecho de los gobernados a derribar a los gobernantes. La necesidad de justificar la independencia de un nuevo Estado fue la que condujo a esta proclamación de nuevos principios del poder legítimo.
Tras la Declaración de la Independencia vendrá la guerra. Francia y España permanecerán neutrales hasta 1778, momento en el que los esfuerzos de B. Franklin por hacer aceptable la causa ante las monarquías borbónicas tendrán éxito. Francia presionará a la marina inglesa, y España actuará desde el sur. Como efecto de su implicación recuperará La Florida –y también Menorca–, pero Francia sólo conseguirá un enorme endeudamiento exterior. En 1783, mediante el Tratado de Paz de Versalles, la independencia será reconocida. De este modo, el derecho a la rebelión entrará a formar parte del corpus ideológico de las revoluciones burguesas.
Con la Declaración de Independencia empezó una guerra de más de seis años entre la metrópoli y las Trece Colonias rebeldes. La nueva colonia canadiense, gobernada militarmente sin asamblea, continuó fiel a la metrópoli y se convirtió en el principal refugio y base de operaciones de los realistas que lucharon contra los colonos sublevados. La guerra empezó con demostraciones de fuerza de la metrópoli –Nueva York y Filadelfia–, y operaciones arriesgadas de los rebeldes –Trenton y Princeton–. En 1777 las milicias continentales consiguieron en Saratoga la rendición del general Burgoyne, que comandaba las tropas realistas del norte que se refugiaron en Nueva York. La guerra se desplazó hacia el sur y, el 19 de octubre de 1781, el general realista Cornwallis se rindió en Yorktown. Las tropas de Washington ganaron la guerra porque disfrutaron de una coyuntura internacional muy favorable. El rey francés envió tropas y dos escuadras navales para apoyar las acciones militares de Washington; la escuadra francesa de De Grasse fue vital para la rendición de Cornwallis. Los franceses también atacaron otras posesiones coloniales británicas, igual que los españoles, que aprovecharon la coyuntura para penetrar por el norte de Nueva España y atacar las posesiones británicas del Caribe y, en Europa, las próximas a la península Ibérica. En 1779 los franceses y los españoles firmaron un tratado para recuperar los territorios que habían perdido en la guerra de los Siete Años y, en 1780, los franceses crearon una liga a favor de la libertad de los mares.
En conclusión, la independencia se produjo porque la metrópoli quería controlar cada vez más y mejor a las colonias, y las respectivas asambleas de éstas no estuvieron dispuestas a aceptar este reformismo centralizador. Las colonias habían experimentado un crecimiento económico y de población –se había producido una intensa inmigración de europeos y una incorporación forzada de esclavos africanos–, y este crecimiento les permitió hacer frente a la metrópoli. Es necesario añadir que la política imperial francesa y española, como ya hemos dicho, también tuvo una gran trascendencia en el proceso (Hernández Alonso, 1996).